ACTO SEGUNDO


Salen FILIPO y el REY
FILIPO: Tan resuelta, señor, y tan airada rigores respondió a tus rendimientos, que en el mar espumoso concitada la furia de encontrados elementos cuando turban la luz, el cielo ocultan, confunden la región y el sol sepultan espíritus del Austro, no amenazan con tanto horror, con tan airado ceño, funesto fin al naufragante leño, como Aurora, si cabe por ventura esta comparación en su hermosura, duplicó furias, repitió rigores, juzgando ofensas suyas tus favores, vueltos vulcanes de iras y de agravios los que eran de coral hermosos labios, noches de espanto y Etnas de centellas las que eran más que el sol claras estrellas. Tal la vi al fin, perdona el desengaño, pues como ofende al gusto, evita el daño, que yo he juzgado que tu pecho amante bate con cera muros de diamante. REY: ¿Cómo, Filipo, basta el sufrimiento, siendo tanto mi amor, a mi tormento? ¿Como puedo vivir si a mis sentidos tanto veneno das por los oídos? No es posible, Filipo; la paciencia me falta; no, no tengo resistencia contra mí mismo. Sujetarme veo del imperio tirano del deseo. ¿Qué importa la corona, qué la vida, no siendo Aurora de mi amor vencida? Todo lo he de arriesgar por obligarla, todo lo he de perder por alcanzarla. FILIPO: ¿Qué es esto? ¿Así, señor, de ti te olvidas? ¿Así excedes de ti, que así antepones la ejecución de ilícitas pasiones a tantas esperanzas concebidas de tu prudencia, tu valor y seso, cuando ha impuesto Sicilia el grave peso de este reino en tus hombros solamente por juzgarte filósofo prudente? REY: Ya no lo soy Filipo, si lo he sido; otro soy del que fui, porque he perdido el ser y el alma, pues por ella agora sólo me informo del amor de Aurora. La ciencia filosófica, el prudente discurso y el valor de los humanos no evita los destinos soberanos, no de los dioses el poder desmiente. Amor es dios, la mano suya ha sido, la flecha, Aurora, que mi pecho ha herido; pues en mi rendimiento, ¿qué te admira, donde es deidad la mano que me tira, y porque del remedio desespere, deidad también la flecha que me hiere? FILIPO: (Resuelto está en mi daño.) Aparte REY: El seso pierdo nada puedo conmigo; que en un loco, la ciencia y el valor importan poco. FILIPO: Gran señor, no está lejos de su acuerdo el loco que conoce su locura. Procura divertir tu mal, procura templarte; que al principio el accidente obedece al remedio fácilmente. Y si juzgas difícil la vitoria, en la dificultad está la gloria; que en lo que el mismo caso facilita, ni se muestra el valor ni se acredita. Remedios traza, ocupa el pensamiento, divierte la memoria, que al tormento ministra la materia; otros amores merezcan tus cuidados y favores. ¿Es sola Aurora? ¿En sola su belleza extremó su pincel naturaleza? Muchas hay en Sicilia que a la hermosa Venus de Adonis tienen recelosa, y las puedes amar sin el delito que contra Aurora, tu sobrina, intentas, pues afrentas tu sangre si la afrentas. REY: Eso todo es así, Filipo amigo; mas no es así poderlo yo conmigo, y más cuando celoso considero que otro merece el bien que yo no espero. FILIPO: ¡Otro! ¿Como, señor? REY: Su hermosa mano, de ella admitido, espera Policiano. FILIPO: (¡Ay de mí!) Aparte REY: Y ya la hubiera conseguido, a no haberlo mis celos impedido. FILIPO: Bien has hecho, señor; no lo consientas; nadie merezca lo que tú no alcanzas; baste que el mal, enamorado, sientas de no poder lograr tus esperanzas, sin que celoso te dupliques penas, viendo también logradas las ajenas. Desdichado se llora el que no alcanza; mas su tormento alivia la esperanza de ver al fin premiada su querella; que no alcanzar la gloria no es perdella; mas quien su prenda ve en poder ajeno, ése pérdida llora, ése el veneno mortal traslada al corazón del labio. Desdicha es no alcanzar, perder, agravio; y quien llora perdido el bien que adora, agravios ése, y no desdichas, llora; el sentimiento de no ser querido puede morir a manos del olvido; mas el agravio de perder la gloria apuesta con la vida en la memoria; y así, aunque resolvieses no quererla, para olvidalla importa no perderla. REY: Resuelto estoy. No gastes persuasiones en lo que te aseguran mis pasiones; que el curso arrebatado y la violencia con que el celoso amor me precipita, no de nuevos impulsos necesita. Vuelve a mi bien, Filipo, y de mis males le presenta evidencias, no señales; por dicha mis tormentos repetidos hallarán más piadosos sus oídos. Procura persuadirla, y para vella alcánzame licencia; que sin ella el amor ciego que mi pecho anima, teme el rigor cuanto el favor estima. FILIPO: Yo parto, gran señor, a obedecerte, y asegurara el fin a tus pasiones dichoso, si en mi lengua las razones tuvieran, cuando así obligar me veo, las fuerzas que en mi pecho mi deseo.
Vase FILIPO
REY: Si es efeto el amar de las estrellas, en que no tiene parte el albedrío, pedir que os inclinéis es desvarío, Aurora, a lo que no os inclinan ellas. Mas ya que de mi incendio a las centellas ardientes vuestro pecho esté tan frío, que no podáis sentir el dolor mío, quered sentir al menos mis querellas. Nunca, Aurora, en amantes mal pagados, que a fuerza de los hados han querido, vi que la libre voluntad no enferme, Yo solo, a no quereros por mis hados, os quisiera querer aborrecido; ¿por qué queréis, querida, aborrecerme?
Salen DIANA y ELISA, con mantos, por otra parte
DIANA: Vanos consejos me ofreces. detenerme es por demás. ELISA: ¿Tan ciega, señora, estás, que contra ti te enfureces? ¿Qué ha de sentir de tu honor, viendo que tanto lo sientes? DIANA: De los dos inconvenientes vengo a tener por menor el arriesgar mi opinion, que perder a Policiano. ELISA: Donde reina amor tirano es esclava la razón. DIANA: Aquí está el rey. Llego, pues, que en estar solo parece que el cielo me favorece. Dadle, gran señor, los pies a Dïana. REY: Alza del suelo, no agravies la estimación que debo a tu perfeción, de que es imagen el cielo. ¿Qué exceso es éste, Dïana? DIANA: Es exceso de mi suerte, que hasta en negarme la muerte quiere mostrarse inhumana, pues la que vive agraviada, sólo en morir es dichosa. REY: En viéndote tan hermosa, te contemplé desdichada. Mas a tu pena importuna término puedes poner, si acaso tengo poder para vencer tu fortuna; que a tus deudos he debido la que gozo levantada. Pedir puedes confïada, pues prometo agradecido. DIANA: ¿Quién sino vos, cuya real persona quilates de valor, luz de nobleza, rayos de ciencia añade a la corona que dignamente os ciñe la cabeza, sabe premiar servicios, si a premiarlos es bastante en un rey el confesarlos? ¿Quién como vos remediará mis males, si en mí, para que de ellos el olvido llegue a borrar las últimas señales, es bastante el haberlo prometido; pues en quien puede como vos no pesa el mismo efeto más que la promesa? ¿Y a quién abrieran mis quejosos labios las secretas prisiones en que el pecho vergonzoso ocultaba los agravios que en mi opinión tan duro estrago han hecho, sino a un rey que por noble y por discreto, el remedio asegura y el secreto? Produzca pues tan justa confïanza efetos libres de temor, y el daño pronuncie con que paga mi esperanza de Policiano el alevoso engaño, que olvida acaso por desdicha mía vuestro poder, cuando en el suyo fía. El lustro apenas de mi edad tercero me concedió de la razón el uso, cuando él, traidor, amante lisonjero, cautelas fabricó, medios dispuso, mostró finezas, que a cualquier recato el nombre dieran con razón de ingrato. No se desmiente el cocodrillo tanto en voz humana y en llorosa vena, ..............................[ -anto] ..............................[ -ena] como él con quejas, lágrimas y amores solicitó engañoso mis favores. Y para dar el último combate, si no a mi honestidad, a mi albedrío, porque más mis rigores no dilate, promete que ha de ser esposo mío. ¡Oh, necia la que da a la confïanza lo que puede negarle la mudanza! Al fin les negoció la diligencia crédito a sus ficciones de verdades, y el crédito en mi amor correspondencia; que si hay cómo obligar las voluntades, es monstruo, no mujer, la que ha podido ser esquiva al amor, si lo ha creído. Pues teniéndole ya, ¿qué fortaleza puede oprimir el encendido fuego? Porque el mismo peligro en que tropieza, el amante no ve, se llama ciego; y así la fe de su promesa pudo dar lengua en su favor al amor mudo. Declaréme su amante, y como dueño en público gozó correspondencias, y menos el mayor, último empeño, en mi amor se atrevió a tantas licencias, que se puede atrever también el labio más recatado a murmurar mi agravio. Mi agravio, pues, os diga mi tormento, publique sus traiciones su mudanza, vuestras ofensas pruebe el loco intento de poner en Aurora su esperanza, y todo junto, gran señor, os diga a lo que, siendo rey, todo os obliga. REY: ¿Fe de esposo te dio? DIANA: Si necesita mi verdad de testigos... REY: No, Dïana; que tu misma querella te acredita, pues no con causa y ocasión liviana, arriesgando su fama, a excesos tales se arrojan las mujeres principales. Vete, Dïana, vete. No te vea quien pueda murmurarte; y no permitas más riendas al temor, pues te desea lo mismo que agraviada solicitas, agradecido un rey. DIANA: Tales favores aun no me dejan sombras de temores.
Vanse los dos. Salen RICARDO y TURPÍN
RICARDO: ¿Qué dices? Dame esos brazos. TURPÍN: Cuando del bien que codicias te he dado nuevas, albricias esperaba, que no abrazos. RICARDO: Esta piedra, en quien vencido
Dale una sortíja
se ve el farol celestial, no es premio, sino señal de mi pecho agradecido. TURPÍN: Esto han de hacer los amantes para hacer hablar los mudos; que escudos vencen escudos, diamantes labran diamantes. ¿Qué secreto, que misterio no sabrás con medio igual, si la mano liberal tiene en las almas imperio? RICARDO: En fin, ¿que se han dilatado las bodas? TURPÍN: Y aun yo sospecho que del todo se han deshecho, según vi desesperado a Policiano ofendido querellarse de Dïón. RICARDO: Según eso la ocasión mi esperanza no ha perdido. TURPÍN: No la ha perdido; mas creo que la vendrás a perder; que quien no sabe emprender, nunca logra su deseo. Callando, ¿quién persuadió? ¿Quién venció sin intentar? ¿Quién obligó sin rogar? ¿Quien sin pedir alcanzó? Aun con los dioses, que entienden las humanas intenciones, a fuerza de peticiones negocian los que pretenden; y al fin, para conclüir, oye una comparación. Al tribunal del león llegó una oveja a pedir justicia de un carnicero lobo, que un hijo le había muerto, de dos que tenía; y con el otro cordero que vivo quedó, prostrada, por darle más compasión, ante los pies del león, calló, un rato, o bien turbada, o bien por encarecer de esta suerte de su mal el extremo; que es señal de gran pena enmudecer. Estaba hambriento el león, y como calló la oveja, no previno su queja, no quiso su intención entender; hízose bobo, y fingiendo que pensaba que el cordero le endonaba, hizo lo mismo que el lobo. La oveja, con agonía balando, empezó al momento a declararle el intento con que allí venido habia; mas él dijo, "No negaras tanto la voz a los labios; si era contar tus agravios tu fin, al punto empezaras, hablando, a informarme de ellos; que en esto de corazones sabemos más los leones de comerlos que entendellos." Pienso que la fabulilla viene a pelo. Habla a Dïón, dile a tiempo tu intención; que es cierto que con decilla a ocasión y con instancia harás que tema tus quejas, pues al menos no le dejas la excusa de la ignorancia. RICARDO: Bien dices; pero querría hablar a Aurora primero; porque declarar no quiero sin su voluntad la mía. TURPÍN: A mí también me contenta, Ricardo, ese parecer; que es vano trabajo hacer sin la huéspeda la cuenta. Ella sale, hablarla puedes. RICARDO: Y su padre, ¿dónde está? TURPÍN: Si vienes resuelto ya a pedírsela, ¿qué excedes en hablarla y pretendella? RICARDO: Al fin, pues tengo ocasión, me he de arriesgar con Dïón, por declararme con ella.
Vase TURPÍN. Sale AURORA
AURORA: ¿Quién está aqui? RICARDO: Aurora hermosa, no os retiréis. Aguardad, y de cortés escuchad, si no escucháis de piadosa. Lo que la suerte dichosa pródigamente me ha dado, no lo niegue recatado, señora, vuestro desdén; advertid que el sol tambien sale para el desdichado. AURORA: Ricardo, hallaros aquí sin haberme prevenido, la justa ocasión ha sido de haberme extrañado así; y vos sin razón de mí en esto os habéis quejado; que si a verme habéis llegado, siendo eso lo que intentáis, más de atrevido ganáis, que perdéis de desdichado. RICARDO: ¡Cuán cierto me prometiera, Aurora bella, el perdón, a ser lengua el corazón que mis males os dijera! ¡Cuán dichoso fin tuviera la desventura que siento, si supiera mi tormento, siendo tantos sus rigores, deciros cuántos temores me cuesta este atrevimiento! Mientras del mar enojado y del viento a la violencia se opone la resistencia de la vela y el costado, duerme en su esfera el cuidado; mas en llegando a faltar la esperanza de salvar la vida en el roto leño, rompen las voces el sueño, los brazos hienden el mar. Sepultado del vulcán en las hondas cavidades, sus ardientes calidades disimula el alquitrán; pero si fuego le dan, rompe los profundos senos, y los elementos, llenos de su furia, se estremecen; nubes y rayos parecen las cenizas y los truenos. Yo, en mi esperanza embarcado, el mar de amor discurría, y la materia escondía de mi incendio mi cuidado; mas ya los celos han dado fuego al alma, y el dolor de perder mi bien mayor me anega, y a mi despecho revienta la mina el pecho, se arroja al agua el amor; que viendo ya mis intentos malogrados, dueño hermoso, rompe el silencio medroso en voces y atrevimientos. Con mil mudos pensamientos sin fruto vuestros despojos adore; y ya mis enojos a la lengua escucharéis, señora, pues que os hacéis desentendida a los ojos. Como busca el ciervo herido la fuente, y a sus cristales les restituye en corales lo que en perlas ha debido; así yo, Aurora, he venido, de Amor herido, a buscaros, por ver si puedo obligaros a remediar mis enojos, pagando en llorar los ojos lo que os deben en miraros. Tened piedad de esta vida que sola vos informáis; si enamorada os negáis, no os neguéis agradecida. Permitidme, condolida, que os pueda a Dïón pedir; que en negar o en permitir sólo estriba, dueño hermoso, o atreverme venturoso, o desdichado morir. AURORA: (Ni mi padre ha de querer, Aparte ni el rey licencia ha de dar; pues, ¿qué arriesgo en no negar? ¿Qué pierdo en agradecer? Y cuando venga a tener efeto el darle la mano, ¿amante esposo no gano, contado entre los más buenos, que a mis ojos por lo menos es mejor que Policiano? Algún tiempo sus intentos, ¿no hallaron en mis cuidados si no gustos declarados, agradados pensamientos? Si se llevaron los vientos la esperanza tan en flor que vio en Filipo mi amor, desengañada, ¿qué aguardo? Dé la verdad a Ricardo lo que le quito el error.) RICARDO: Mucho me dais que temer; ya llego a desconfïar; que es indicio de negar el tardarse en conceder. AURORA: Ricardo, no puede ser el pecho que es noble, ingrato; y del amoroso trato conocida la verdad, ocultar la voluntad más es crueldad que recato. La suspensión en mirar, mil veces vuestros enojos me ha dicho que por los ojos sabe el corazón hablar. No os ha dañado el callar; antes en mi pensamiento adelantó vuestro intento; porque en los que amantes son, es sobra de estimación la falta de atrevimiento. Y así, agora que a venceros del celoso ardor llegastes, por lo que en temer ganastes, no perdéis en atreveros; antes debo agradeceros el haberos declarado, pues no es de haberme estimado indicio menos forzoso el atreveros celoso, que el temer enamorado. Y así, os doy para tratar esto a mi padre licencia; que esto sólo en mi obediencia os queda por conquistar. Si lo llegáis a obligar, dad por hecho el casamiento; mas si a vuestro pensamiento reducirlo no podéis, vuestra suerte culparéis, y no mi agradecimiento.
Vase AURORA
RICARDO: ¿Qué imperio puede tener ya de la suerte el rigor en quien tan alto favor ha llegado a merecer? No me queda que temer; que pues me has favorecido, aunque llegue a ver perdido el bien que agora alcancé, al menos no perderé el haberlo conseguido.
Sale TURPÍN
TURPÍN: Pues, ¿qué tenemos? ¿Venciste? RICARDO: Mi bien puedes celebrar. TURPÍN: En albricias te he de dar la sortija que me diste.
Acomete a darle la sortija
Tómala. RICARDO: Bien las pediste, yo te las debo. TURPÍN: Si eres tu tan liberal, que infieres lo que no pensó Turpín, no replico, porque al fin ha de ser lo que quisieres. Mas aquí viene Dïón; y pues hoy con tal ventura has comenzado, procura no perder esta ocasión. RICARDO: Agora mi pretensión, de Aurora favorecido le diré más atrevido.
Sale DIÓN
DIÓN: ¡Ricardo amigo! RICARDO: A buscaros, noble Dïón, para hablaros en un negocio he venido. DIÓN: Prevenciones excusad, si acaso estáis satisfecho de la amistad de mi pecho. RICARDO: Pues dais licencia, escuchad.
Hablan bajo
TURPÍN: (¡Mal haya, dijo un juglar, Aparte de buen gusto y gracias lleno, quien tiene dinero ajeno y se acuesta sin cenar! Y el que quiere ser esponja de algún señor, ¡haya mal, si no lo hace liberal a costa de una lisonja! Y, ¡mal haya el que perdió la ocasión de enriquecer, teniendo hermana o mujer o hija hermosa! Aquí entro yo. Cubra el siciliano suelo de amantes de Aurora Amor; que a todos igual favor he de vender, ya que el cielo dueño tan bello me dio; porque nos hemos de hallar, si el tiempo dejo pasar, ella vieja y pobre yo.)
Vase TURPÍN
DIÓN: Cuando más exageréis vuestros méritos conmigo, lo menos, Ricardo amigo, de lo que sé no diréis; y así mi conocimiento culpa vuestras prevenciones, si multiplicáis razones para esforzar vuestro intento. (Mas--¡ay de mí!--la ocasión Aparte es ésta de examinar su lealtad, y ejecutar de Dionisio la intención. Fingir un agravio intento con que la pueda cumplir, como también exclüir de Ricardo el pensamiento. Que Aurora dio la ocasión a esta plática, y Aurora ha de dar también agora la materia a mi ficción.) RICARDO: ¿Qué os suspendéis? Si la mano me impide de Aurora bella haber tratado con ella casamiento a Policiano, advertid... DIÓN: Ricardo, no; que puesto que aún no está hecho, y tenéis mejor derecho, pues a nadie estimo yo tanto como a vos, no es eso lo que impedimento os hace; de más grave causa nace nuestro daño; y os confieso que es tan en agravio mío, que en ella misma veréis, cuando de mí la escuchéis, cuánto de vos me confío, y la amistad que a mi pecho le debéis en declararme, pues no dudo avergonzarme por dejaros satisfecho. El rey, después que es deudor de la corona real que goza, a mi amor leal, pues por mi industria y valor en el reino sucedió, que su padre, contra el fuero de la libertad, primero tiranamente ocupó; en Aurora, en su sobrina, hija de su misma hermana, ha puesto afición liviana, y tirano determina ejecutar sus deseos en su deshonor. Ricardo, este galardón aguardo, y estoy tal, que... RICARDO: Deteneos. Si Aurora es del rey amada, puesto que mi pecho sienta menos la muerte, haced cuenta que yo no os he dicho nada.
Vase RICARDO
DIÓN: ¡Ésta es fineza! ¡Esto es ser vasallo noble y leal! Nunca del cetro real he cudiciado el poder sino agora, porque hiciera la demonstración debida, y la gloria merecida por tal fineza le diera; que es nobleza sin igual y valor sin semejante saber ser tan cuerdo amante por ser vasallo leal.
Vaso DIÓN. Sale FILIPO
FILIPO: Ni en mi tengo ya poder, ni me atrevo a declarar; que declararme es mostrar que al rey me atrevo a ofender; y es al fin de Aurora tío, y no es bien que me declare mientras no me asegurare de que estima el amor mío; porque si no, mi deseo fuera necio, si perdiera, por la dicha que no espera, la ventura que poseo; y más debiendo temer que Aurora, del pensamiento combatida, habrá de intento mudado ya; que es mujer, y es amarle ya posible; porque de un rey el amor es fuerte conquistador del pecho más invencible. Segunda vez el ardiente cuidado que al rey desvela le diré, más por cautela que por lealtad obediente, para entender el estado de su desdén o favor. Ella sale. Dios de amor, favorece mi cuidado.
Retírase. Salen AURORA y CAMILA
CAMILA: Oye un pensamiento mio. AURORA: Dí. CAMILA: ¿No debes recelar, si llega a desconfïar de tu amor el rey, tu tío, que viendo su intento vano, de parecer mudará, y sin fruto no querrá, ofender a Policiano? Y en dejando de impedir que te dé la mano, quedas sin excusa con que puedas a tu padre resistir. AURORA: Claro está. CAMILA: Pues si tu amor no se inclina a Policiano, muestra al rey el pecho humano, y con fingido favor anima su pensamiento; y pues así no lo alcanza, conservando su esperanza, conserva el impedimento. AURORA: Consejo es bien advertido. CAMILA: Sal, pues, que Filipo espera.
Vase CAMILA
AURORA: (¡Oh, si tan dichosa fuera, Aparte que no me hubiera mentido el pensamiento primero! ¡Cuán gustosa le escuchara, si amante me deseara, y no me hablara tercero!)
Llégase FILIPO a AURORA
FILIPO: Aunque recelar debía, bella Aurora, escarmentado de vuestro rigor pasado, que os enoje mi porfía, no os admiréis de que sea importuno mensajero, donde, pues os ve el tercero, más que el amante granjea; si bien puedo colegir mudanza en vuestra crueldad; que es indicio de piedad haberme querido oír. Segunda vez me ha mandado el rey, señora, que os diga del fuego que le fatiga el solícito cuidado, y que le deis para hablaros licencia; que no es menor de enojaros el temor que la gloria de miraros. Y que advirtáis que no hay cosa, si no mudáis parecer, imposible a su poder, o a su amor dificultosa. Perdonadme, si os parece que en decíroslo os ofendo; que quien yerra obedeciendo, errando no desmerece. AURORA: Filipo, no sé qué os diga. FILIPO: Yo sí sé qué me digáis. Que ya del rey, pues dudáis, estáis menos enemiga. No me diréis declarada mas que me decis dudosa, pues es respuesta piadosa no responder enojada. AURORA: Ni es injuria ser querida, ni permite la razón no pagar la obligación, si no amante, agradecida. Ser amada es natural lisonja, y nunca se ve que a nadie, aunque mal le esté, sepa la lisonja mal. Y así, aunque al lance primero respondí con pecho airado, no os espante que haya obrado el cuidado lisonjero mudanza en mí, conociendo que no es ofender amar, y que no es justo pagar a quien ama, aborreciendo. FILIPO: (¡Ay de mí! ¡Perdido soy! Aparte AURORA: Mas, ¿por qué busco razones, Filipo, y satisfaciones tan dilatadas os doy, y me disculpo al hacer lo que venís a rogar? Disculpas pide el negar, no las pide el conceder. Al rey le decid... FILIPO: (¡Ay, cielos!) Aparte AURORA: ...que le pago. FILIPO: ¿Qué decis? AURORA: Parece que lo sentís. FILIPO: (No saben callar los celos.) Aparte No, señora. (¡Muerto soy!) Aparte Antes el gusto de ver el que el rey ha de tener si tales nuevas le doy, causa el efeto que veis. AURORA: (¿De gusto mudáis color? Aparte No. Yo os haré que al rigor del tormento confeséis.) Pues porque le deis cumplido el contento, y le tengáis, pues lo que el suyo estimáis tanto habéis encarecido, decidle, no solamente que le estoy agradecida, pero tan ciega y rendida al amoroso accidente, que esta noche ha de lograr la licencia. FILIPO: ¿Que decis? AURORA: Parece que lo sentís. FILIPO: (No puedo disimular. Aparte Partiréme sin hablarla; que tan en los labios siento la furia de mi tormento, que no podre refrenarla si los abro, y aun sospecho, según el mal me atormenta, que por los ojos revienta el incendio de mi pecho.)
Quíere írse FILIPO
AURORA: ¿Sin hablar os despedís? ¿Qué es esto? Volved, mirad, Filipo, que no es verdad lo que he dicho. FILIPO: ¿Que decis? AURORA: Que nada al rey le digáis de lo que me habéis oído; que fue fingido. FILIPO: ¿Fingido? AURORA: Parece que os alegráis. FILIPO: Parece que no os ofende el ver que me alegro yo. AURORA: A ninguno le pesó de alcanzar lo que pretende. FILIPO: Pues, ¿que intento conseguistes, bella Aurora, en este efeto? AURORA: Ver declarado un secreto que encubrirme pretendistes. FILIPO: ¿Qué secreto os he negado, cuando serviros me toca? AURORA: El que, a pesar de la boca, los ojos han confesado. FILIPO: Pues, ¿qué vistes en mis ojos, que a mis labios contradiga? AURORA: Pena de que el rey consiga remedio de sus enojos. FILIPO: Pues, Aurora, con razón puedo sentir, siendo así, que valga menos aquí la verdad que la ficción. Porque si pudo contigo más credito conseguir lo que te muestro al sentir, que lo que al hablar te digo, notorio agravio me has hecho en responder falsamente a lo que la boca miente, y no a lo que siente el pecho. AURORA: Luego es cierto lo que yo de tu aspecto colegi. FILIPO: ¿Quieres que diga que sí? AURORA: ¿Y podrás decir que no? FILIPO: Diré lo que tú gustares. AURORA: ¿Es bien que yo, aunque te amara, primero me declarara? FILIPO: ¿Digo yo que te declares? ¿0 pudo mi desvarío prometerse por ventura que ocultase tu hermosura pensamiento en favor mío? AURORA: ¿Tan poco fías de ti, teniendo tanto valor? FILIPO: Luego, ¿estimarás mi amor? AURORA: ¿Quieres que diga que sí? FILIPO: Si nadie te mereció, ¿quién será tan atrevido? AURORA: Quien tan venturoso ha sido, que se lo pregunto yo. FILIPO: Según eso, Aurora, hablar podemos claro los dos. Yo te adoro. AURORA: ¡Gloria a Dios, que llegamos al lugar! FILIPO: Desde el punto que te vi, te sujeté el albedrío. Este delito no es mío, si es delito, tuyo sí; que si con poder violento me abrasó tu rostro hermoso, el rendimiento forzoso no fue libre atrevimiento. Esto digo sólo, Aurora, por disculpar el error de haberte tenido amor, sabiendo que el rey te adora; que a no ser tal la ocasión, en tus méritos se ve que, como por fuerza amé, amara por elección. Mas no pienses que encubrí hasta agora el amor mío por temor del rey, tu tío; por respeto tuyo sí; que fuera, Aurora querida, no tenerlo o no estimarlo, si a precio de confesarlo, no despreciara la vida. Sólo temer tus enojos mis labios tuvo oprimidos, porque aun juzgaba atrevidos los indicios de mis ojos. Pero, como a tu grandeza atreverme ofendería, no mostrar que te quería ofendiera tu belleza. Y así de entrambos agravios evite las ocasiones, diciéndolo las acciones y negándolo los labios; que aunque decir mi tormento es lisonja de tu gloria, pues confieso la vitoria que llevas del sufrimiento, y es más fineza perderme, publicando mi pesar, que privarte con callar de la gloria de vencerme, refrene el atrevimiento, viendo que no es recompensa de tu más liviana ofensa mi más grave rendimiento; y callando mis cuidados, por no ofenderte muriera, si tu piedad no rompiera al silencio los candados. Ya los rompí, y tan dichoso soy ya, que no me has oído menos humana atrevido, que me mirabas medroso. Y así, Aurora, manda, ordena, dispón de mí y de mi vida; que en ventura tan crecida que de seso me enajena, ni discurre el pensamiento más que para obedecerte, ni más que para quererte me ha quedado entendimiento. AURORA: Filipo, tres voluntades os pone amor que vencer; que se precia de emprender donde hay mas dificultades. La de mi padre y la mía y la del rey, todas tres han de conformarse, o es inútil vuestra porfía. Dionisio me adora ciego, y mi padre a Policiano ha prometido mi mano; yo, aunque en amoroso fuego me abrase, sin su licencia no me he de determinar; mi padre no la ha de dar si el rey hace resistencia. Él, ya veis si la ha de hacer pues sabeis su amor ardiente, ved si tanto inconveniente os atrevéis a vencer; que de ellos dos granjeada la voluntad, de la mía no dudéis; que aunque debía no responder declarada, según la ley de mi estado, fuera recato perdido, tras lo que os he respondido con haberos escuchado. FILIPO: No hay cosa que yo no pueda, pues tu favor merecí; que de la Fortuna así he puesto un clavo a la rueda. AURORA: ¿Mi favor es tu fortuna? FILIPO: Como es mi bien tu belleza. AURORA: Si estriba en mí su firmeza, no temas mudanza alguna mientras no la merecieres. FILIPO: Quien ama, no desobliga. Pero, ¿que quieres que diga al rey? AURORA: Lo que tú quisieres. FILIPO: ¿Y no lo que me ordenabas? AURORA: Era engaño. FELIPO: ¿Con que intento? AURORA: Para ver si, del tormento apretado, confesabas. FILIPO: ¿Luego le aborreces? AURORA: Sí. FELIPO: ¿Y a Policiano? AURORA: La mano por mi padre a Policiano contra mi gusto ofreci. FELIPO: Luego, ¿solo soy dichoso? AURORA: Solo alcanzas mi favor. FELIPO: Pues perdone el rey; que Amor es dios, y es más poderoso.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

 

La amistad castigada, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002