ACTO TERCERO


Salen doña VIOLANTE, de dama; y don LUIS de Herrera; y AGUADO
VIOLANTE: En fe de la cortesía a que es un noble obligado, y de vos mi dicha fía, os he, señor, suplicado que honréis mi casa este día; porque después que he sabido que de don Gabriel de Herrera sois primo, me he prometido el buen suceso que espera mi honor, por él ofendido. LUIS: Cuando de venir a veros no consiga otro interés, señora, que conoceros, y que me mandéis después servicios que intento haceros, estimaré mi ventura, dando a todos que invidiar; pues si agradaros procura, ¿qué más premio que obligar y servir tal hermosura? Primo soy, como decís, de don Gabriel, y he sabido, si agraviada de él venís, que está en Madrid y que ha sido, del modo que me advertís, quien a una doña Violante palabra en Valencia dió, y, huyendo al fin inconstante, como mercader quebró correspondencias de amante. He sabido que está preso por su hermano, que ha venido a castigar este exceso, y que en Madrid, persuadido de su amor o poco seso, a una doña Serafina, bella, ilustre, rica y moza, hacer creer determina que es don Pedro de Mendoza, con quien casar imagina, y viene de Indias a España. Fingiendo no sé qué trueco, principio de esta maraña, con uno y otro embeleco a cuantos le ven engaña. Su hermano mayor es muerto en Granada, habrá ya un mes; y como tuve por cierto que estaba en Flandes, después que hice poner en concierto el mayorazgo que hereda, de tres mil y más ducados, para que saberlo pueda, dos pliegos van duplicados, sin otro que en casa queda. Tuve entre tanto noticia que había llegado aquí, y le prendió la justicia; mas, como nunca le ví, por profesar la milicia desde niño, hasta saber cuál de estos dos es mi primo, no me he dado a conocer, ni le he hablado; aunque me arrimo al más común parecer de que es don Gabriel el preso, y don Pedro de Mendoza el que en aqueste suceso el nombre y posesión goza. VIOLANTE: No tenéis que dudar de eso. LUIS: Diciéndolo vos, ya fuera mi duda poco cortés. Mas, ¡que don Gabriel de Herrera el amoroso interés que en vuestra hermosura espera, desestime! ¡Vive Dios, que estoy por desconocerle! Porque, agraviándoos a vos, es culpa el favorecerle, pues nos afrenta a los dos. Cuando esa hermosa presencia su nobleza no obligara a justa correspondencia, el veros venir bastara en su busca de Valencia, para pagar liberal las deudas de vuestro honor que ha negado desleal, debiendo a tan firme amor las costas y el principal. Pero yo tomo a mi cuenta, señora, haceros vengada, por más que el bárbaro intenta dejar su sangre manchada con tan conocida afrenta. La palabra que os ha dado, hacer hoy que os cumpla quiero; que es insulto en él doblado el quebrarla caballero, y el no cumplirla soldado. VIOLANTE: Discreto habéis prevenido las quejas que os vengo a dar, y, pues me habéis conocido, por vos pienso restaurar mi fama y honor perdido. En vos, señor don Lüis, pongo toda mi esperanza. LUIS: Si mi palabra admitís, ella os dará venganza, el honor por quien venís. A la cárcel voy a ver a vuestro ingrato deudor, y, si sabe conocer las prendas de vuestro amor, fácil será deshacer esta quimera, y soltarle; que amigos tengo en Madrid con que poder ayudarle. VIOLANTE: Que está mi hermano advertid aquí, y que viene a buscarle, y importa que esté ignorante de que en esta corte asisto. LUIS: No temáis, bella Violante; que, pues la hermosura he visto que despreció vuestro amante, o no me tendrá por primo, o por esposa os tendrá. VIOLANTE: Vuestro favor noble estimo, pues seguro fin tendrá mi amor, siendo vos su arrimo. Yo soy madrina mañana de una hermosa labradora en Vallecas... LUIS: Poco gana a vuestro lado, señora, y en escoger fue villana, porque ¿qué ha de parecer en vuestra bella presencia? VIOLANTE: Bien puede, don Luis, hacer a las damas competencia que en Madrid estimáis ver. Hame hospedado en su casa --porque encubierta, desde ella supe lo que en esto pasa, y quién es la Circe bella que a mi don Gabriel abrasa-- y quiere en esto cobrar el hospicio que la debo. LUIS: Una cosa he de intentar. Si yo allá a don Gabriel llevo, y le viniese a obligar , que os diese de esposo allí la mano, ¿no es peregrina traza? VIOLANTE: A suceder así, será novia la madrina. LUIS: Pues dejadme hacer a mí; que, si yo negociar puedo que le suelten en fïado, deshaciendo tanto enredo, a vuestro amor y cuidado he de asegurar el miedo. La corte he de revolver hoy para hacerle soltar. VIOLANTE: Dificultoso ha de ser. LUIS: Mis amigos han de dar muestras hoy de su poder. Cuando sepan el valor del preso, y que es primo mío, con un seguro fiador que salga por él, confío que han de hacerme este favor. Mañana estamos los dos allá, porque estoy dispuesto, señora, a volver por vos. VIOLANTE: No le digáis nada de esto. LUIS: Pues claro está. Adiós. VIOLANTE: Adiós.
Vase don LUIS
AGUADO: ¿A qué propósito son. tantas marañas? VIOLANTE: Después que vieres su conclusión, dirás que la mujer es, Aguado, toda invención. AGUADO: Si es don Pedro el que está preso, ¿para qué por don Gabriel le haces soltar? VIOLANTE: Te confieso que tengo lástima de él, y temo no pierda el seso. Fuera de que no me está su libertad mal a mí, pues suelto averiguará quién es, estorbando así lo que preso no podrá. AGUADO: Pues ¿ para qué le has culpado con su primo, y has fingido que fe de esposo te ha dado, que aquí por él has venido, y que le lleve has trazado a Vallecas a casarle? VIOLANTE: No he hallado modo mejor que el que ves para obligarle que ponga en esto calor, y haga más presto soltarle. AGUADO: Y allá ¿qué habemos de hacer con ellos? VIOLANTE: Déjame a mí. AGUADO: Demonio es una mujer. Hasme hecho buscar aquí esta casa de alquiler con todo aqueste aparato... VIOLANTE: Lo que se halla por dinero en ocasión es barato. AGUADO: Dejas el traje grosero, y sólo para este rato has despojado una tienda y tres sastres ocupado. No hay ingenio que te entienda. VIOLANTE: De curioso en necio has dado. Mientras hay joyas que venda, ni mis gastos te den pena, ni pretendas saber más de lo que mi amor te ordena. Llámame a don Juan. AGUADO: ¿Querrás hacerle otra burla? VIOLANTE: ¡Y buena! Hícele avisar que aquí una dama le esperaba mejicana. AGUADO: ¿Y vendrá? VIOLANTE: Sí. AGUADO: A su puerta te aguardaba, haciéndose ojos por ti, sin que villana pasase, que su bella panadera luego no se le antojase. VIOLANTE: Ayunará, si hoy espera pan que Teresa le amase. AGUADO: ¿Pues no te ha de conocer, si viene, habiéndose visto tantas veces? VIOLANTE: ¿No ha de hacer el traje noble que visto mudanza en mí? Una mujer, con el traje, si reparas, muda el rostro. AGUADO: Maravillas hacéis las mujeres, raras, pues de cuatro salserillas sabéis sacar veinte caras. Pero don Juan viene ya. ¿Qué maraña tienes nueva? VIOLANTE: Ingeniosa. Éntrate allá. AGUADO: (Si el demonio engañó a Eva, Aparte pruebe en mi ama; que él caerá.)
Vase AGUADO, y sale don JUAN
JUAN: El deseo de saber... (¡Válgame el cielo! ¿Qué eo? Aparte ¿No he visto yo esta mujer otras veces?) El deseo de saber qué pueda ser la causa, hermosa señora, para envïarme a llamar... (¿No es ésta la labradora Aparte que vino a tiranizar el alma que en ella adora?) Digo pues que este deseo a serviros me ha traído. (Su imagen en ella veo, Aparte y, aunque lo niega el vestido, su cara y mis ojos creo. Su retrato es y traslado.) Y como el deseo que digo mi venida ha apresurado, deseo que uséis conmigo... VIOLANTE: Vos, señor, venís turbado. Sentaos; toma esa silla. Sosegaos y hablad después. JUAN: No os cause esto maravilla; que vuestra belleza es tal, que mi sentido humilla. Y, si yo no me he engañado, otra vez, señora mía, os he visto y os he hablado. No sé dónde. VIOLANTE: Ser podría si en Méjico habéis estado. JUAN: ¿Y no en Madrid? VIOLANTE: Dudoló. JUAN: Pues mi vista no se engaña, ni el alma, que en ella os vió. VIOLANTE: ¿Cómo, si de Nueva España la flota que ahora llegó me trujo, y en esta villa no ha dos semanas que entré, un mes que dejé a Sevilla, ni desde que aquí llegué, si no es en coche o en silla, con las cortinas corridas, nunca he salido de casa? JUAN: Bellezas hay parecidas, y Amor, que es de vista escasa, caerá en faltas conocidas; si no es que ponerse intenta por corto de vista antojos, pues con ellos la acrecienta y ve el alma por los ojos lo que su luz representa. Que, como el verde cristal, a quien por él quiere ver, suele por un modo igual verdes las cosas hacer, cual piedra filosofal; del mismo modo, quien ama si fe a sus antojos da, sirviendo de luz su llama, cuantas viere, juzgará, de la color de su dama. Yo me debí de engañar. Ved ahora en lo que puedo serviros. VIOLANTE: Desengañar os deseo. JUAN: Ya lo quedo. VIOLANTE: De lo que os quiero avisar, no lo estáis; que es de más peso, don Juan, de lo que pensáis; y, por lo que yo intereso en ello, aunque lo ignoráis, que os va la honra os confieso. Por huésped tenéis en casa a un don Pedro de Mendoza, que me dicen que se casa con un serafín que goza la belleza en que se abrasa. JUAN: Hermosa y rica es mi hermana, aunque, delante de vos, cualquiera alabanza es vana. Casarse quieren los dos, si cierta duda se allana que ha impedido el no estar hecho; mas presto se efetuará. VIOLANTE: ¿Y vendráos mucho provecho, si en Indias casado está quien tanto os ha satisfecho? JUAN: ¡Don Pedro casado! VIOLANTE: Sí; o a lo menos desposado; que no en balde vengo aquí por palabras que me ha dado. Prendas de mi honor le dí; en hacienda y calidad, si ventaja no le llevo, le igualo; y, en voluntad pues a seguirle me atrevo, si es mi igual vos lo juzgad. Doña Inés de Fuenmayor, me da blasones mayores que dicha mi ciego amor. De agüelos conquistadores heredé hacienda y valor. Ese don Pedro tirano, después de haber pretendido favores un año en vano, y mis desdenes sentido; siendo al fin Páris indiano, perseverando constante, dió de mi deshonra nota; que, cayendo cada instante sobre una peña una gota, la rompa, aunque sea diamante. Y apenas gozó cumplida la pretensión de su amor, cuando ordenó su partida; porque el ingrato deudor tarde paga y presto olvida. Su padre había concertado por cartas, según parece, con el vuestro, dar estado a quien mudable merece ser de todos despreciado; e, ignorante de mi ofensa, a España le hizo embarcar, dejando mi honra suspensa entre las olas del mar, donde sepultarla piensa. Supe su término infiel, y, fïada del secreto, al fin me embarqué tras él. Llegué a esta corte, en efeto, y en su confuso Babel mi amor hizo información de quien sois; sé que se inclina a ponelle en posesión, y ser doña Serafina de su mudanza ocasión; pues luego que se casare, de Madrid se ausentará, y, sin que en dudas repare, tantas mujeres tendrá cuantas provincias mudare. Si no os parece que trato verdad, sirva de testigo, aunque mudo, este retrato; que, con ser de mi enemigo, no es tan descortés ni ingrato como él; pues, por consolarme, hasta aquí me acompañó; y después podrá abonarme este mío que volvió el inconstante a enviarme,
Enséñale dos retratos
que en figuras entretiene mis esperanzas avaras, y a pagarme en caras viene; mas ¿qué ha de dar sino caras, amante que tantas tiene? Firmas os mostraré en suma, retrato de sus mudanzas, para que él se presuma su abono, pues da en fïanzas palabras, papel y pluma. Juez agora podréis ser del agravio en que me fundo, si no es que pueda tener, quien viene del otro mundo, en éste nueva mujer. JUAN: Quisiera tener aquí a vuestro ofensor, por Dios, para castigarle así, tanto por lo que os va a vos, como lo que me va a mí; que si Amor es semejanza, a quien amo os parecéis, ya es mía vuestra venganza; pero hoy, señora, veréis castigada su mudanza, y en ella el poco respeto que a nuestra casa ha tenido. VIOLANTE: Sosegaos si sois discreto; que el remedio que he escogido, es más prudente y secreto. ¿De qué sirve que furioso darle muerte pretendáis con medio tan riguroso, si mi honor no remediáis, y pierdo por vos mi esposo? Pues que tanto me parezco a la dama que decís, si por su causa merezco el favor que prevenís, y yo cortés agradezco, suspended disimulado sus dudas, y no mostréis sentiros de él agraviado; que presto por mí saldréis de pena, y yo de cuidado. No os digo el cómo, hasta tanto que llegue su ejecución. JUAN: De esa firmeza me espanto. VIOLANTE: Vame en esto la opinión, y el fin de mi injuria y llanto. JUAN: Dígoos que pondré por vos freno al furor que me abrasa. VIOLANTE: Quédese esto entre los dos, y servíos de esta casa. JUAN: Vuestro esclavo soy. Adiós.
Vase don JUAN, y sale AGUADO
AGUADO: Bueno el embeleco va. ¿Qué es lo que nos falta agora? ¿Tienes más que mentir ya? VIOLANTE: Volver a ser labradora me falta. AGUADO: En tu ingenio está un Dédalo revestido: ya te vuelves panadera, ya ser indiana has fingido, ya Violante verdadera. ¿Dónde diablos has urdido tanta mentira y engaño? VIOLANTE: Todo importa a mi sosiego. AGUADO: ¿Qué planeta reina hogaño quimerista? VIOLANTE: Amor, que ciego estudia contra mi daño trazas. Calla; que has de ver lo que en mis amores pasa. AGUADO: ¡Válgate Dios por mujer! VIOLANTE: Cierra agora aquesta casa, y haz al momento volver esa ropa al corredor; que no he de estar más en ella. Dame el traje labrador. AGUADO: Más sabes, sin ser doncella, que la doncella Teodor. VIOLANTE: Las escobas, ¿dónde están? AGUADO: Una carga hay ahí entera, que cien casas barrerán. VIOLANTE: Pues voyme a vestir, que espera a su Teresa don Juan.
Vanse, y salen don GABRIEL y CORNEJO
GABRIEL: Quitalle la dama quiero, mas no, Cornejo, la hacienda. Porque soy don Pedro entienda, aunque amante, caballero; como amante, enredador; pero desinteresado como caballero. CORNEJO: Has dado terrible arbitrio, señor, porque en volviéndole el oro, no tendremos qué gastar, y sin él no hay que esperar en tu amor, cuyo decoro sólo ha estribado hasta ahora en la hacienda que trujiste, pues por las joyas que diste a tu serafín, te adora; y así, en faltando las galas, dará a tus favores fin, porque todo serafín tiene doradas las alas. Yo al menos no te aconsejo disparate tan solemne. GABRIEL: Toda esta casa me tiene por dueño suyo, Cornejo. Don Gómez, mientras que llega la plata con que le engaño... CORNEJO: ¿Plata? Ya tomará estaño. GABRIEL: Liberalmente me ruega que de cuanto tiene haga lo que quisiere, y murmura de que, perdiendo la hechura, de estas joyas me deshaga. A don Antonio escrebí cómo a esta corte he llegado. En tres años no he cobrado mis alimentos. Y así brevemente me enviará dineros con que se tenga, primero que al suelo venga, esta máquina. CORNEJO: Sí hará, si quiere y paga mejor que los demás. GABRIEL: Siempre ha sido, en cuantas cosas le pido, mi hermano buen pagador. No es como otros derramado; gasta poco, y mucho cobra, y así la hacienda le sobra, porque, aunque mozo, es reglado. Quiéreme bien, y no tiene más hermanos ni herederos. Mientras me envía dineros, dar priesa al viejo conviene y fin a tanta quimera. CORNEJO: En dilatándose más, con todo en tierra darás. GABRIEL: La amonestación tercera es mañana, y me parece que a la noche me desposo. CORNEJO: Aquese lance es forzoso porque si don Pedro ofrece testigos que de Sevilla aguarda, y aprueba con ellos quién es, por librarnos de ellos, saldremos de aquesta villa a cencerros atapados, y plegue a Dios que no demos en la tierra. GABRIEL: Ya estaremos cuando vengan, desposados. Agora importa buscar quien finja que de Granada viene. CORNEJO: ¿Hay nueva trampa armada? GABRIEL: A don Pedro ha de ir a hablar, sin que de él sea conocido... CORNEJO: Eso yo le buscaré. GABRIEL: ...con cartas en que le dé don Antonio el bien venido, en respuesta de las mías. CORNEJO: Daránse al diablo los presos. GABRIEL: Las joyas, barras y pesos, sin las demás niñerías que trujo de Indias, valdrán hasta cuatro mil ducados; joyeros que tengo hablados, aqueste precio les dan. Ésos le he pedido al viejo, y ésos en oro dirá que le remite de allá don Antonio. CORNEJO: ¡Mal consejo! GABRIEL: De enredos vive quien ama; ellos me han de aprovechar; no le tengo de quitar la hacienda, sino la dama. CORNEJO: Si te resuelves en eso, aquí tengo un primo hermano, hombre de bien y asturiano; traeréle, y llevará al preso ese dinero, fingiendo que ayer de Granada vino; mas, por Dios, que es desatino lo que intentas. GABRIEL: Yo me entiendo. Éste es don Juan, mi cuñado. Anda, y busca ese pariente. CORNEJO: Voy.
Vase CORNEJO y sale don JUAN
JUAN: (¡Que un caballero intente Aparte tal engañío! A no haber dado mi palabra a doña Inés, yo castigara este día su ingrata descortesía. Pero aquí está.) GABRIEL: ¡Don Juan! Pues, ¿de qué venís pensativo? JUAN: No sé qué imaginación me entristece. GABRIEL: ¿Es pretensión de alguna dama? JUAN: No vivo tan sujeto a esas quimeras, que, en lo que por pasatiempo tomo, gaste todo el tiempo; negocios son de más veras. GABRIEL: Pues yo tengo el alma toda ocupada en el deseo de mi Serafina, y creo que el dilatarse esta boda ha de apresurar mi muerte. JUAN: Si ya amonestado estáis, y mañana os desposáis, ¿qué teméis? GABRIEL: Mi poca suerte, que está llena de desvelos, y cada instante se muda. JUAN: (El malhechor siempre duda; Aparte que el pecar todo es recelos.) GABRIEL: Voy a ver mi serafín.
Vase don GABRIEL
JUAN: De tu vida y mi venganza será fin, de tu esperanza e intentos no serafín. Pero, imaginación loca, ¿posible es que os engañéis, y que lo que visto habéis, ojos, os niegue la boca? Alma, vos sois a quien toca desatar esta quimera; siempre salís verdadera; declaradme ahora pues si la indiana doña Inés es mi hermosa panadera. Negará el entendimiento esta imposibilidad; mas dirá la voluntad que acierta mi pensamiento; pues aunque no hay fundamento para mi imaginación, la amorosa turbación con que la vi, considera que nunca el alma se altera, si no es con mucha ocasión. Diréis que la semejanza hizo ese milagro en mí, porque retratada ví en sus ojos mi esperanza. Sí; pero ¡tanta mudanza en un instante! eso no; que aunque su traje engañó los ojos que dejó en calma, como es espíritu el alma sus vestidos penetró. Sí; pero ¿por qué razón se había de disfrazar? Celos, si os damos lugar, diréis que aquella invención fué por tener afición a don Pedro. Pues, ¿quién pudo darla aquel traje? Mal dudo; que en la corte se halla todo. ¿Y el trocar por aquel modo en estilo noble el rudo? Con la costumbre y el trato, suele en un buen natural trocarse en seda el sayal. Si está en Madrid cada rato, ¿por qué mis dudas dilato? Mas, ¡ay Amor quimerista! Si engañándoos sois sofista, haced que por vos arguya mi labradora, y concluya mis recelos con su vista. El no venir este día a verme aumenta mis celos.
Doña VIOLANTE pregona de dentro
¡Y a las escobas! JUAN: ¡Ay cielos! VIOLANTE: ¡Escobas de algarabía! JUAN: ¡0 voz que mi dicha canta, y mi esperanza despierta, mi sospecha deja muerta, y mis temores espanta! Ya, ni temo, ni sospecho; ya, en verla, resucité.
Sale doña VIOLANTE, de labradora con una carga de escobas a cuestas
VIOLANTE: ¡Valga el diablo a su mercé! ¿Que acá estaba? JUAN: Un Argos hecho, un mártir de vuestra ausencia. ¿Cómo ha salido hoy tan tarde el sol que me abrasa y arde? VIOLANTE: He tenido una pendencia hoy con mi viejo, y no quijo dejarme venir más presto. JUAN: ¿Pendencia? VIOLANTE: Y aun, pues no han puesto las manos el padre e hijo en mí, no es poca ventura. JUAN: Matarélos yo. VIOLANTE: ¡Verá! El doctor los matará que da de comer al cura. JUAN: Pues ¿por qué la riña fué? VIOLANTE: Porque ha dado en cabezudo. Mas de decírselo dudo; que le ha de pesar a fe. JUAN: ¿Cómo? VIOLANTE: Si me quiere bien, por fuerza le ha de pesar de que me quieran casar. JUAN: ¿Casaros? ¿Cuándo o con quién? VIOLANTE: ¿Cuándo? Mañana temprano; que ansín el cura lo dijo. ¿Con quién? Con Antón, el hijo de mi viejo Bras Serrano. ¿Cómo? Con juntar las palmas al tiempo que el sí pregunten; mas ¿qué importa que las junten, si no se juntan las almas? ¿Dónde? En cas del escribén que mos hace la escretura. ¿Por quién? Por mano del cura, delante del sacristén. JUAN: Y vos ¿qué habéis respondido? VIOLANTE: Que desque ví el otro día los visajes feos que hacía pariendo la de Garrido, no casarme había propuesto por no verme en apretura, y porque en la paridura sintiera el tener mal gesto. JUAN: Y en fin... VIOLANTE: En fin, lloró Antón, enojóse la tendera, rogómelo la barbera... tengo brando el corazón; y, mostrándome un sayuelo con vivos de carmesí, entre dientes le dí el sí... JUAN: ¿Sí, distes? VIOLANTE: Mirando al suelo. JUAN: Pues, ¿qué tengo de hacer yo? VIOLANTE: Su mercé debe burlarse. Pues ¿había de casarse conmigo? JUAN: Pues ¿por qué no? VIOLANTE: ¿A fe que se casaría? JUAN: ¡Ay cielos! ¿No os lo juré? VIOLANTE: Es verdad, no me acordé; pero aun no es pasado el día. JUAN: ¡Que el engaño aun en sayales viva! VIOLANTE: No llore; verá... JUAN: ¿Qué he de ver? VIOLANTE: ¿Qué? En yendo allá, pujar la novia en seis reales; podrá ser que se la lleve; que así cada año se arrienda la taberna, con la tienda. No se afrija: puje y pruebe. ¿Habemos de habrar de veras? JUAN: ¿Luego éstas, burlas han sido? VIOLANTE: En cuanto al darme marido, nuevas traigo verdaderas; y en cuanto a arrojar el sí, aunque por fuerza, también. JUAN: Pues ¿qué resta? VIOLANTE: El querer bien su mercé; que si es ansí, todo puede remediarse. JUAN: Haz prueba en mi voluntad. VIOLANTE: Si que me quiere es verdad, mañana puede mostrarse. Diga acá que es mi madrino, que en Vallecas lo desean, y lleve amigos que sean para todo, que imagino que serán bien menester. Y cuando juntos estemos, y con el cura lleguemos como se acostumbra her, pescudará el licenciado, "¿Queréis a Antón por esposo, vos, Teresa de Barroso?" Diréle yo, "De buen grado quiero por dueño a don Juan." Y si él responde, "Y yo a vos," tan matrimeños yo y vos somos, como Eva y Adán. Si ofendernos pretendieran allí habrán de andar las manos; mas si temen cual villanos, y dejándonos se fueren, viviremos con descanso, él pagado y yo contenta; y si no quiere, haga cuenta que hablé por boca de ganso. JUAN: Labradora de mis ojos, aunque atropelle imposibles, para quien no ama terribles, de mi padre los enojos, de mis deudos sentimientos, la poca averiguación de tu estado y opinión, y otros mil impedimentos, tu prisa y mi voluntad me obliga a pasar por todo; a tu engaño me acomodo, no temo dificultad. Yo iré a Vallecas mañana, tus desposorios prevén. VIOLANTE: Pardiez que es hombre de bien. JUAN: Acá ha salido mi hermana. Vete con Dios. VIOLANTE: Es mi amiga; sus galas me ha de prestar, para que todo el lugar me dé mañana una higa. JUAN: Pues con ella aquí te queda; que yo voy a prevenir los que conmigo han de ir. ¡Quiera Amor que bien suceda!
Vase don JUAN y se retira doña VIOLANTE quedándose a la puerta por donde entró. Salen doña SERAFINA y don GABRIEL
SERAFINA: Creed, don Pedro, de mí que si a vos las horas son años en la dilación, desde el instante que os ví, juzgo un siglo cada día que sin vos el alma pasa.
Doña VIOLANTE pregona
VIOLANTE: ¿Quieren escobas en casa? SERAFINA: ¿Escobas? VIOLANTE: De algarabía. SERAFINA: Pues, Teresa, ¿qué mudanza de oficio es éste? VIOLANTE: Señora, todos son de labradora, y aun con todo, el pan no alcanza. Ya vendo trigo, ya escobas, y enojos también vendiera, si hallara quien los quisiera. GABRIEL: ¿Vos enojos? VIOLANTE: Por arrobas. GABRIEL: ¿Quién os los da? VIOLANTE: ¡Qué sé yo! Bellacos que andan de noche, y engañan a trochemoche a quien de ellos se fïó. Si no hubiera tantas bobas, no hubiera embeleco tanto. GABRIEL: No os entiendo. VIOLANTE: No me espanto. ¿Han menester acá escobas? GABRIEL: Por ser vos quien las vendéis, gana de comprarlas dais. VIOLANTE: Por ser vos quien las compráis, gana de irme me ponéis. GABRIEL: ¿Pues tan mal estáis conmigo? VIOLANTE: No son buenos barrenderos hombres. SERAFINA: Y más caballeros amantes. VIOLANTE: También lo digo; aunque vos tenéis figura, cuando barrer os agrada, a la primer escobada como si hubiera basura, echar hombres al rincón, barriendo la voluntad. SERAFINA A la margen apuntad, don Pedro, aqueste renglón. GABRIEL: ¿Conocéisme vos? VIOLANTE: Sois mozo, y todos pecáis en esto. GABRIEL: Colorada os habéis puesto. Quitaos un poco el rebozo; veré si la boca es tal como lo que descubrís. VIOLANTE: Si verdades de ella oís, oleráos mi boca mal; que la verdad que es más clara, enturbia más. GABRIEL: No hayáis miedo. VIOLANTE: Arre pues; estése quedo, que le barreré la cara. GABRIEL: ¿Caras barréis? VIOLANTE: Si comienza a atreverse, lo verá, aunque bien barrida está vuesa cara de vergüenza. SERAFINA: Sacudida es la villana. VIOLANTE: Por sacudirme de sí otro villano hasta aquí; mas vengaréme mañana. GABRIEL: Celos de algún labrador tenéis. ¿Quebróos la palabra? VIOLANTE: Sí, mas la tierra que labra, a otro dará fruto y flor. SERAFINA: ¿Cómo es eso? VIOLANTE: Es cosa y cosa que sólo la acierta yo. ¿Quieren escobas, o no? GABRIEL: La villana está donosa. Entretengamos un rato con ella el tiempo. VIOLANTE: Sí hará, mas presto se cansará, que es gitano y muda el hato. GABRIEL: Conmigo tenéis la tema. VIOLANTE: Con él y con cuantos hombres sin obras tienen los nombres. ¡Mal haya quien no los quema! GABRIEL: De entenderos me holgaría. VIOLANTE: Entenderme fuera mengua de las escobas la lengua. ¿Aprende él algarabía? GABRIEL: ¿Todas de esa especie son? VIOLANTE: También las hay de retama, y a fe que amarga su rama; que tienen la condición de estos mozos sin consejos, en las promesas almíbar, y en el cumplimiento acíbar, buena vista y malos dejos. GABRIEL: Picada venís, a fe. VIOLANTE: Picóme un bellaco ell alma. GABRIEL: ¿Traéis escobas de palma? VIOLANTE: Pues con él ¿hay palma en pie? Pardiez, si fe al talle damos, que, en su modo de mirar, tien talle de despalmar todo un domingo de Ramos. No busque entre cortesanos ni vino, ni palmas puras, que no están de ellos seguras ni aun las palmas de las manos. GABRIEL: Sátira sois vos con alma. VIOLANTE: Ya los moriscos se fueron, que por las calles vendieron, señor, esteras de palma. GABRIEL: (Demonio es esta mujer, Aparte en traje de labradora.) Adiós. SERAFINA: ¿Vaisos? GABRIEL: Tengo agora cierto negocio que hacer.
Vase don GABRIEL
VIOLANTE: Pues solas mos han dejado, decirla un secreto tengo. Ella pensará que vengo soldemente con cuidado de vender y de her dinero; pues si lo piensa, se engaña; el decirla una maraña, por lo mucho que la quiero, me ha traído. Como voy vendiendo, y do quiera me entro, a veces cosas encuentro que al enemigo las doy. Sabrá pues que yo he sabido que, aunque éste casarse tiene con ella, de allá do viene, una mujer ha traído --de allá de Indias o de Irlanda-- con quien diz que vive mal; y porque agora la tal las bodas no estorbe en que anda, hoy a Vallecas la lleva, diciendo que la justicia tiene de su amor noticia; y ella su mudanza aprueba mientras este rumor pasa. Esto oí desde el zaguán ayer yendo a vender pan, y hallando este hombre en su casa. Por eso mire primero a quién toma por marido. SERAFINA: ¿Mujer de Indias ha traído? VIOLANTE: Y no mocosa. SERAFINA: ¿Qué espero? ¿Dónde vive esa mujer? VIOLANTE: Junto a Lavapiés vivía; mas, si se muda este día, ¿qué intenta? SERAFINA: Hacerla prender, y no casarme después con hombre que me ha engañado. VIOLANTE: Un ángel pintiparado la dama indianesa es. ¿Luego ella creyó que hablaba con el buen señor a bobas? Cuando aquí entré con escobas, pullas a pares le echaba pues sepa que, aunque villana, todo se me entiende. SERAFINA: En fin ¿trae una mujer rüín consigo? VIOLANTE: Mire: mañana me caso yo, con perdón; vaya su merced allá, y en Vallecas la verá. SERAFINA: ¿Vos os casáis? VIOLANTE: Con Antón; y el señor don Juan, su hermano, quiere ir a ser mi madrino. No es enfadoso el camino de aquí allá, sí corto y llano. Hágase padrina mía, y dígaselo a don Juan; que, si entrambos allá van, fuera de darse un buen día, yo le enseñaré la moza. SERAFINA: Dices bien; a tu lugar tengo de ir, y allá llevar a don Pedro de Mendoza. VIOLANTE: En fin, ¿será mi madrina? SERAFINA: Pues. VIOLANTE: ¡Bendíganla los cielos! Porque madrina, y con celos, no hay habrar, irá divina. SERAFINA: Los celos ¿hacen hermosa? VIOLANTE: Do quiera que hay competencia, echa el resto la presencia; linda irá, si va celosa. Yo no estaré de provecho, si a mi lado, en fin, la saco; mas no caben en un saco la honra con el provecho. Pues con ella me honro y medro, ventaja en todo la doy. Adiós. SERAFINA: ¿Vaste? VIOLANTE: Al lugar voy.
Vase doña VIOLANTE
SERAFINA: ¡Oh traidor! ¿Vos sois don Pedro? No dicen obras y nombres. Razón el que afirma tiene que cuanto de Indias nos viene es bueno, si no es los hombres.
Vase. Salen, de presos, don PEDRO y AGUDO
PEDRO: Basta, que no hay quien nos crea. AGUDO: Pues paciencia y barajar, que poco puede tardar de Sevilla quien desea desmarañar este enredo y darnos a conocer. PEDRO: Así me lo escribió ayer el capitán Juan de Oviedo, en cuya nave venimos; pero temo que entre tanto que se deshace este encanto y aquesta prisión sufrimos, se case este enredador, que dará a sus bodas prisa, como el peligro le avisa. AGUDO: El serafín de tu amor ¡habrá gentil lance echado en sabiendo esta quimera!
Sale VALDIVIESO, viejo
VALDIVIESO: ¿Sois vos don Gabriel de Herrera, que ha sido en Flandes soldado? PEDRO: Otra tentación; Agudo, ¿qué responderé? AGUDO: Que sí, pues, de no afirmarlo así, que al Nuncio nos lleven dudo. PEDRO: ¿Qué es, señor, lo que mandáis? VALDIVIESO: Mucho en conoceros gano. Don Antonio, vuestro hermano, de que de Flandes vengáis, se huelga, y ésta os escribe en respuesta de la vuestra. PEDRO: Lo mucho que me ama muestra. ¿Cómo está? VALDIVIESO: Achacoso vive; mas no olvidado de vos, pues os envía conmigo cuatro mil escudos. AGUDO: (Digo Aparte que ya vuelve a vernos Dios.) PEDRO: ¿Cuántos, señor? VALDIVIESO: Cuatro mil. Supe que estábades preso por un extraño suceso que me contó un alguacil; y, aunque llegué de Granada ayer, os vengo a ver hoy.
Lee el papel
PEDRO: ¡En qué de deudas le estoy! A ocasión viene extremada el dinero; que, sin él, nunca saliera de aquí. Lo que me escribe leí, y sólo dice el papel que, en dando a mis pretensiones asiento, a verle me parta, y que el que trae esta carta me dará dos mil doblones. VALDIVIESO: Venid, señor, a contarlos; que aquí los traigo conmigo. PEDRO: El alcaide, que es mi amigo, Cornejo, podrá guardarlos. AGUDO: ¿Yo soy Cornejo? PEDRO: ¿Qué quieres, si me hacen don Gabriel? ¿Qué aguardas? Vete con él. AGUADO: Ya parte del hurto adquieres. PEDRO: Yo cobraré lo demás. AGUDO: Doblones del alma mía! Venid, hidalgo. VALDIVIESO: Cada día estaré con vos de hoy más.
Vanse los dos
PEDRO: ¿Qué he de hacer? Todos han dado que soy don Gabriel. Sin duda la Fortuna se me muda, después que el nombre he mudado. Ésta era la cantidad que truje en oro y en perlas; si en doblones llego a verlas, pase plaza de verdad esta mentira; que así las libranzas cobraré, hasta que en Madrid esté quien dé noticia de mí.
Sale don LUIS
LUIS: ¿Sois vos, señor caballero, don Gabriel de Herrera? PEDRO: (¿Hay cosa Aparte en el mundo más donosa? Como traiga más dinero, habré de decir que sí; si mis libranzas me diera, lo que él me mandara fuera.) LUIS: ¿No halláis méritos en mí para responderme? PEDRO: Digo que el veros me divirtió, y entre un confuso sí y no, estoy dudando conmigo. LUIS: Pues para mí el "no" dejad; que el "sí" por verdad estimo. Don Luis soy, vuestro primo; los nobles brazos me dad. PEDRO: ¿Quién sois? LUIS: Don Lüis de Herrera, que, deseoso de veros, serviros y conoceros, a pesar de la quimera en que vuestro amor ha dado, os vengo a dar libertad. PEDRO: Mi ignorancia perdonad. No supe, a fe de soldado, que tal pariente tenía en la corte. LUIS: En fin, ¿ya puedo llamaros don Gabriel? PEDRO: Quedo corrido. Amor desvaría. ¿Qué no puede una mujer? Si el alma muda en un hombre, no es mucho que mude el nombre. LUIS: Bien sabéis por vos volver. Si fuérades tan constante como enamorado os veo, que no se quejara creo de vos la hermosa Violante, que, atropellando caminos por quien su fama atropella, está aquí. PEDRO: ¿Cómo? LUIS: Por ella supe vuestros desatinos. Dadme licencia que así los llame, por lo que os quiero. ¿Posible es que un caballero tan poca estima de sí haga, que palabras quiebre, y obligaciones de honor huya, manchando el valor con que es bien que se celebre? ¿Merece tal hermosura este pago? ¿Qué decís? PEDRO: ¿Es posible, don Lüis, que está aquí? LUIS: Y en coyuntura, que a intercesión suya hoy soltaros hice en fïado. Sus agravios me ha contado... PEDRO: ¿Pues sabe que preso estoy? LUIS: ¿Pues no lo había de saber? PEDRO: ¿Y afirma que el que está preso es don Gabriel? LUIS: ¡Bueno es eso! Pues si sois vos, ¿qué ha de hacer? PEDRO: ¿Ha visto a mi opositor? LUIS: No sé, por Dios. PEDRO: (¡Cosa extraña! Aparte Como a los demás la engaña aqueste común error. Pero salga yo de aquí; que, en viéndome, cesará, este enredo, y volverá, como por su honor, por mí.) LUIS: ¿En qué os habéis divertido? PEDRO: ¿Qué queréis? No sé qué diera porque sabido no hubiera mis desatinos. LUIS: Han sido estímulos de su amor; todos los perdonará como os canséis, primo, ya de hacer ofensa a su honor. En Vallecas es madrina de una bella labradora. PEDRO: ¿Violante? LUIS: Sí. PEDRO: ¿Cuándo? LUIS: Agora. Que os lleve allá determina, porque se ha de convertir de madrina en desposada; palabra la tengo dada por vos, y luego habéis de ir conmigo, pues estáis suelto. PEDRO: Alto, aquesto ordena Dios. Confesaré que por vos el seso el cielo me ha vuelto. Ya el alma tiene borrada a la Serafina bella de suerte que, por no vella, pienso partirme a Granada al punto. LUIS: El mejor bocado para la postre os guardé. Primo, un pésame os daré de un pláceme acompañado, un luto, de oro cubierto. Tenga a don Antonio Dios, y déos larga vida a vos. PEDRO: ¿Cómo? LUIS: Vuestro hermano es muerto. PEDRO: ¡Válgame el cielo! LUIS: Heredáis tres mil ducados de renta. PEDRO: El dolor es de más cuenta que las nuevas que me dais. LUIS: Ahora bien, dejemos eso; que es agridulce el pesar que sentís. Vamos a hablar al alcaide cuyo preso sois, para que os suelte luego, que estará doña Violante con inquietudes de amante, y en viéndoos tendrá sosiego. PEDRO: Vamos. (Salga yo de aquí; Aparte desharáse este nublado.) ¡Ay hermano malogrado! ¡Qué de ello con vos perdí!
Vanse. Salen AGUADO y BLAS Serrano
AGUADO: Digo, pues, ya que Teresa a esto está determinada, y asegurando peligros me ha soltado la palabra, que, por dar buena vejez a mis padres, y en Ocaña satisfacer mis parientes, que a Teresa buscando andan, para que dándole muerte no hereden sangre villana, como ellos dicen, los hijos que sucedan en mi casa; que con Antón se despose, pues ella gusta, y él la ama, y son iguales los dos; que yo ofrezco de dotarla en cuatrocientos ducados; daremos fin a las ansias de mis padres, y con ella cumplirá Antón su esperanza. BLAS: Pardiez, señor don Alejo, que, aunque en viñas vendimiadas nunca anduve a la rebusca, es tanto lo que me mata este tonto de mi hijo, que, porque no se me caiga muerto un día de repente --que no es mucho, según anda-- habré de callar; pues él gusta de melón sin cata, de ropa que está traída, de zapato que otro calza, allá con ella se avenga, y muy buena pro le haga, San Pedro se la bendiga, y mi bendición les caiga.
Sale doña VIOLANTE, de labradora
VIOLANTE: Pues ¿qué tenemos de boda? BLAS: Ya, Teresa, o poco o nada. AGUADO: Hija sois de Blas Serrano, si hasta aquí fuistes crïada. VIOLANTE: Pues no piense, suegro mío, que me he dormido en las pajas. Madrino tengo y padrina. BLAS: ¿Quién son? VIOLANTE: Gente cortesana. El madrino, por lo menos, será don Juan de Peralta, en cuya casa doy pan, y la padrina su hermana. Yo apostaré que ya, llegan. BLAS: Voy, pues, a poner de gala a Antón, y a pedirle albricias. VIOLANTE: Vístale, padre, de pascua; llame al cura y sacristán, a los alcaldes, a Olalla, y en fin, llame a todo el puebro; que la casa tien bien ancha. BLAS: ¿Y ha de haber baile? VIOLANTE: ¿Pues no? Pero Alfonso, el de Barajas, mos tocará el tamboril Gil Carrasco las sonajas, y Mari Crespa el pandero. BLAS: ¿Y ha de haber colación? VIOLANTE: Traiga nuégados, tostones, peros, vino, nueces y castañas. AGUADO: Gastaldo a mi costa todo. BLAS: Yo vo. (¡Qué regocijada Aparte que anda el diablo de la moza! Mas es mujer, ¿qué me espanta? Dieran ellas, por casarse una vez cada semana, un dedo por cada boda, aunque se quedaran mancas.)
Vase BLAS
VIOLANTE: ¿Qué dices, Aguado, de esto? AGUADO: Que eres Pedro de Urdemalas. VIOLANTE: Di Teresa de Urdebuenas. La corte tengo enredada. AGUADO: Tu hermano viene acá y todo; que don Lüis dió palabra, porque al preso consintiese soltar, de hacer que, olvidadas injurias, fuese a Valencia con él, y diese a su hermana satisfacción amorosa, y la mano con el alma. Habló tu hermano a don Pedro, y él, que entre invenciones tantas, y verse sin culpa preso, o está loco o poco falta, concedió con cuanto quiso, y vienen acá. VIOLANTE: ¡Extremada novela se puede hacer, Aguado, de esta maraña! AGUADO: Dos coches llegan de rúa. Ellos serán. VIOLANTE: ¡Qué bizarra que viene la Serafina! AGUADO: Tráenla celos, ¿qué te espanta?
Por una puerta salen don VICENTE, don JUAN, don GÓMEZ, doña SERAFINA, CORNEJO y don GABRIEL; y por otra don LUIS, don PEDRO y AGUDO
GÓMEZ: Pregunten adónde viven el novio y la desposada. VIOLANTE: ¡Oh señores! Bien venidos; todo el puebro los aguarda. SERAFINA: Pues, ¿cómo no estáis de boda? VIOLANTE: Acá de un golpe se encajan las galas, como bonete; mientras que tañen y bailan, me pondré de veinte y cinco.
Vase doña VIOLANTE
PEDRO: (Basta, que ésta es la villana Aparte que también de mí hizo burla.) GABRIEL: ¿Qué es esto? ¿Ya don Pedro anda suelto y libre y tan contento? CORNEJO: ¿Qué quieres? Dios ve las trampas. PEDRO: (Sólo espera mi ventura Aparte que doña Violante salga, y de don Gabriel me vengue.) AGUADO: (Cosa ha de ser extremada, Aparte cuando de manos a boca cogiéndole, se deshaga, a costa de su vergüenza, aquesta torre encantada.) GABRIEL: ¿A qué, mi bien, me traéis a esta boda? SERAFINA: A que una dama veáis, de quien tengo celos, que han de parar en venganzas. GABRIEL: ¿Celos de mí? SERAFINA: ¡Bueno es eso! Todo se sabe. GABRIEL: Ya bastan, si son burlas. SERAFINA: Sí serán, y yo en ellas la burlada. PEDRO: ¿Cuándo, señor don Vicente, hemos de partir? VICENTE: Mañana. LUIS: Yo sé que antes que a Valencia, gustaréis ver a Granada, y tomar la posesión de su mayorazgo y casa a don Gabriel. VICENTE: Danme prisa sentimientos de mi hermana. PEDRO: Presto se convertirán en regocijos sus ansias. VICENTE: ¿Cómo, si no es yendo a verla? PEDRO: Escribiéndola una carta. SERAFINA: ¡Gallardo padrino hacéis! JUAN: Y vos madrina gallarda. (¡Ay villana de mis ojos! Aparte ¿Si ha de llegar mi esperanza al colmo de mis deseos?)
Sale BLAS Serrano
BLAS: Oh señores! ¿Acá estaban? Con los buenos años vengan. La aldea dejan honrada. Pero esperen, que ya sale a verlos la desposada, a lo de corte como ellos, tiesa y engorgollotada. JUAN: ¿Qué es del novio? BLAS: De Madrid trujo unos diabros de calzas de alquiler, y hase perdido entre tantas cuchilladas.
Sale de dama doña VIOLANTE
VIOLANTE: Primero que los vecinos de Vallecas a ver salgan el fin de tantos enredos, es razón que se deshagan. Don Gabriel, vos sois mi esposo, y yo, puesto que injuriada, doña Violante, que trueca en amores sus venganzas. En prueba de esta verdad, firmas alego y palabras delante de don Vicente, que es el juez de nuestra causa. Vos, don Pedro de Mendoza, por más que truecos de Arganda usurpar hayan querido vuestro nombre y vuestra dama, gozad vuestro serafín; que, si trabajos alcanzan premios de amor, su hermosura con razón los vuestros paga. Perdonad, don Juan, mis burlas; que, si tuviera dos almas, dueño la una os hiciera; mas la que tengo es esclava. Don Lüis, de mi remedio os doy las debidas gracias, los brazos a don Vicente, y a mi esposo la constancia del corazón que le adora. GABRIEL: Lo que en mis disculpas falta, suplirá desde hoy mi amor, venturoso, si es que alcanza de don Vicente y don Pedro perdón y amistad. PEDRO: No agravian burlas de amor, cuando tienen tan buen fin. VICENTE: Siendo mi hermana esposa vuestra, ¿quién duda que mi injuria está olvidada? GABRIEL: Guardada, señor don Pedro, os tengo vuestra libranza, y el precio de vuestras joyas hice que en oro os llevaran por el modo que sabéis. PEDRO: El amante todo es trazas. SERAFINA: Yo la daré desde hoy de pagaros con el alma la burla que de vos hice. PEDRO: Si me amáis, ¿qué mayor paga? LUIS: Supuesto que sois mi primo, y que de aquestas marañas, como a todos los presentes, su parte también me alcanza, dad a don Luis de Herrera los brazos. GABRIEL: Si en Madrid hallan mis dichas tan buen suceso, desde hoy la tendré por patria. LUIS: Pues volvámonos a ella; que, para que no sea aguada esta fiesta, yo os diré lo que ignoráis de Granada. BLAS: Pues el novio ¿qué ha de her después que gastó en las bragas un ducado? VIOLANTE: Con quinientos que os prometo, renovarlas. PEDRO: Alto: a los coches, señores. VIOLANTE: Yo soy, si acaso os agrada, la villana de Vallecas; mas, si no, no seré nada.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 25 Jun 2002