JORNADA SEGUNDA


Salen Don GABRIEL y CORNEJO
GABRIEL: No creí jamás, Cornejo, que tan venturoso fuera. CORNEJO: ¡Oh maleta hermosa, esfera de mi remedio! GABRIEL: Ya dejo pretensiones de soldado, pues en diez años que he sido en Flandes, ya entretenido, ya alférez determinado, ya señor de una jineta, no adquirí lo que en un hora la Fortuna enredadora me ha dado en una maleta. CORNEJO: ¡Lindo trueco! GABRIEL: ¡Hermosas barras! CORNEJO: No me harto de darles besos. GABRIEL: Tres hay de oro de a mil pesos, y, entre otras joyas bizarras, una banda de diamantes, y de perlas siete vueltas, con otras muchas que, sueltas, entre esmeraldas brillantes, guarda un cofre de carey. CORNEJO: Así a la tortuga llaman las Indias que oro derraman. GABRIEL: Hay un cintillo, que el rey no sé si mejor le tiene, fuera de los cabestrillos, las arracadas y anillos, donde tanta piedra viene, que podremos empedrar toda esta calle con ellas. CORNEJO: Pisará Madrid estrellas. GABRIEL: Hay una piedra bezar, entre otras tres, guarnecida de oro, mayor que un güevo. CORNEJO: Con tales yemas, me atrevo a no comer en vida sino hüevos, sin la bula. GABRIEL: Dejo otros melindres mil de nácar, carey, marfil, con que el interés adula la codicia de las damas. En fin, la maleta está hecha una colmena. CORNEJO: Y da panales del oro que amas. Mas ya que lo cuentas todo, ¿Por qué olvidas las libranzas? GABRIEL: Porque estriban en cobranzas, y es peligroso su modo; que ni en Sevilla ni aquí descubrir me atreveré a quien vienen. CORNEJO: ¡Bueno, a fe! ¿No abriste las cartas? GABRIEL: Sí; que, viniendo con cubierta, cuando de ellas me aproveche, como otras nuevas les eche, no habrá quien en ello advierta. CORNEJO: Y su dueño descuidado, ¿no es don Pedro de Mendoza? GABRIEL: De ese ilustre nombre goza, según ellas me han mostrado. CORNEJO: ¿Tú y todo no te confirmas con el mismo nombre? GABRIEL: En él trueco el de don Gabriel. CORNEJO: Pues si te abonan sus firmas, y esotro no es conocido, ni de Méjico salió otra vez, donde nació, conforme lo que has leído, ¿no puedo yo en nombre suyo partir y cobrallo todo con las cédulas? GABRIEL: No es modo, Cornejo, discreto el tuyo. ¿Tan descuidado ha de ser el otro, ya que ha perdido lo que consigo ha traído, que al instante no ha de hacer en Sevilla diligencias, y aquí, para que le entreguen la plata, por más que aleguen cartas, ni correspondencias? ¿No ha de tener en Sevilla quien le conozca de allá? CORNEJO: En Sevilla sí tendrá; pero dúdolo en Castilla. Y, supuesto que consigo ha de tener tus papeles, sin que en eso te desveles, sirviendo yo de testigo, puedes hacerle prender por la muerte que en Amberes diste al tudesco; y, si quieres el serafín suyo ver, con quien a casarse vino, y te pareciere tal, no viene el enredo mal. 0 si no, ponte en camino, y vámonos a Granada, patria nuestra--que es mejor-- pues con tanto oro, señor, no tendrás que envidiar nada a don Antonio de Herrera, tu hermano, puesto que goza tal mayorazgo y tal moza. GABRIEL: Bien allá pasar pudiera; que, en fin, con mis alimentos, y con cinco mil ducados que llevo aquí, mis cuidados dieran fin a pensamientos; pero a doña Serafina he visto, Cornejo, ya y en ella cifrada está la hermosura peregrina del mundo. CORNEJO: Pues, ¿qué tenemos? GABRIEL: No sé. ¡Bravo tentador es el oro, del Amor! CORNEJO: Haz algo con que lloremos. GABRIEL: Estas barras y diamantes, joyas, libranzas, papeles, a pensamientos crüeles me inclinan, CORNEJO: No son Violantes todos, señor, ni es Valencia la taimería de Madrid. Tiemplan allá a lo del Cid; o pero acá lee la experiencia cátedra de socarrones, y nacen en la niñez jugando en el ajedrez de enredos y de invenciones las damas de más estima. Como has estado en Amberes, no sabes que las mujeres tienen su juego de esgrima en la corte, en cuyo estilo la que menos sabe, alcanza diez tretas más que Carranza. Hieren por el mismo filo, juegan con espadas negras; y, a dos idas y venidas, si señalan las heridas y con el juego te alegras, aunque seas un peñasco, la tía, de armas maestra, ha de cobrar, como diestra, primero que toques casco. Y, apenas dos tretas juega, cuando, entrando en su socorro --como hay tántas en el corro al instante que otro llega-- sale el amante al encuentro, que se arrima a la pared y dice, "Vuesa merced asiente, y entre otro dentro." GABRIEL: Que no debe de ser tanto como se dice. CORNEJO: ¿No es juego de esgrima una calle? y luego ¿no es espada negra un manto que se remata en medio ojo? ¿zapatilla de esta espada la maestra examinada? ¿Armella de este cerrojo no es la tía, que, al instante que ve que la mano llegas, y la primer treta juegas, en medio mete el montante con un "vaya en hora mala?" ¿No pagas monjil y tocas, y, apenas el casco tocas, cuando en entrando en la sala don Filotimio o don Porro, asientas, y ella te arrima? No hay dama en Madrid, ni esgrima, que esté sin gente en el corro. GABRIEL: Eso será con mujeres comunes; que Serafina es principal. CORNEJO: ¡Peregrina solución! De cuantas vieres tendrás aquesta noticia. En la corte viven todos de industria, y hasta los codos cubren aquí su malicia. Písalos, si contradices esta común opinión, y te dirá lo que son la ofensa de tus narices. GABRIEL: Aquí vive nuestra dama. ¡Por Dios, que tengo de vella! CORNEJO: ¿Más que ha de tener por ella mal urdiembre aquesta trama? Porque el otro, claro está que ha de venir a buscarla; y, si en su casa nos halla, seguramente podrá deshacer nuestra ventura y el trueco de las maletas. GABRIEL: ¿No dices que toda es tretas Madrid? Pues calla y procura seguirme; que no me espanto de estratagemas de amor. CORNEJO: Con las de Flandes mejor te avinieras. Dama y manto he visto, y coche a la puerta, y un galán que la acompaña. GABRIEL: Aquí empieza mi maraña. Ésta es mi dama. CORNEJO: Y no es tuerta.
Salen Doña SERAFINA, con manto; Don JUAN, su hermano; Don GÓMEZ, su padre; y POLONIA:, criada
GÓMEZ: No debe de venir en esa flota don Pedro de Mendoza, pues no escribe, cuando en Sevilla tantos alborota. JUAN: Podrá ser que, si postas apercibe, venga a ser carta viva, y ganar quiera albricias de que ya en España vive. SERAFINA: ¡Ay, hermano! ¡Qué alegre se las diera quien en deseos con su amor dilata penas de un alma que su vista espera! GÓMEZ: Primero que en registros de la plata negocie con papeles y averías con la Contratación que en eso trata, es fuerza consumir algunos días obligando ministros y oficiales, confusos entre tantas mercancías. JUAN: Andan con pies de plomo aquesos tales, . . . . . . . . . . . . .[ -ento], que reales tiran sus oficios reales. SERAFINA: ¡Que hubo de darme el cielo casamiento ¡Que es, por agua pasado, tan aguado, cuando amoroso fuego es su elemento! GÓMEZ: Dios te traiga con bien; que, si ha llegado darás por bien empleada su tardanza. ¿Adónde vas ahora? SERAFINA: Voy al Prado, por buscar en sus flores mi esperanza, y saber de sus fuentes si ha venido; que, por salir del mar de su mudanza, me dirán si en Sanlúcar ha surgido. Hola, acerca ese coche.
GABRIEL y CORNEJO hablan aparte
GABRIEL: A hablarla llego. CORNEJO: Entra con pie derecho. GABRIEL: Voy perdido.
Llégase a ellos
Que me digáis adónde vive os ruego, caballeros, don Gómez de Peralta. GÓMEZ: Yo soy el que buscáis. GABRIEL: Acertó el pliego. El corazón, que de contento salta, adivinaba el bien que en veros goza. Ya Méjico en Madrid no me hace falta. Abrazad a don Pedro de Mendoza. GÓMEZ: ¡Válgame Dios! ¡Qué encuentro tan dichoso! Volved a la cochera la carroza. Querido hijo, triste y cuidadoso, por no saber de vos, me habéis tenido. Serafina, ¿no abrazas a tu esposo? SERAFINA: Seáis, señor, mil veces bien venido; que otras tantas os hemos deseado. JUAN: Parte de esos deseos me han cabido. Si no es indigno el nombre de cuñado de vuestros brazos, dádmelos agora. GABRIEL: ¿Sois vos don Juan? JUAN: Seré vuestro crïado GABRIEL: No ha mentido la fama voladora, que en Indias vuestro talle encareciendo sus damas mejicanas enamora. JUAN: No seáis indiano en eso; que no entiendo que para que yo os sirva es necesaria la merced que me estáis, don Pedro, haciendo. GÓMEZ: ¿Buena navegación? GABRIEL: Algo contraria, ya con calmas pesadas, ya con brisas, ya con una tormenta extraordinaria. GÓMEZ: ¿No escribiérades luego? JUAN: Son precisas las diligencias del que toma tierra. GABRIEL: Prometí una novena con cien misas a la Virgen de Regla, que en la sierra de Sanlúcar ha sido nuestro norte, y apaciguó del mar la mortal guerra; partí luego del Betis a esta corte, y, por no dividir el gusto en plazos, la carta quise ser, cobrando el porte por junto en parabienes y en abrazos. GÓMEZ: ¿Cuándo llegastes? GABRIEL: Cuando anochecía. GÓMEZ: ¿Salistes de Toledo? CORNEJO: Hechos pedazos, ayer salimos a las diez del día. GÓMEZ: Traigan a casa el hato. GABRIEL: Una maleta viene ahora no más con ropa mía. CORNEJO: Y más cartas que lleva la estafeta. GABRIEL: Los baúles vendrán con el arriero. GÓMEZ: ¿Cómo queda don Diego? GABRIEL: Aunque le aprieta algo la gota, y en la edad de acero según vive de sano y colorado, más luce en él el mayo que el enero. GÓMEZ: A divertirse Serafina al Prado salía, de esperaros impaciente; pero, pues a tal tiempo habéis llegado, volvámonos a entrar. GABRIEL: No es bien que intente impedir vuestro gusto. A acompañaros iré. SERAFINA: ¡Y fuera muy bueno que, si ausente salía melancólica a buscaros en mi imaginación, cuando os poseo, deje por gustos tibios de gozaros! Entrad, señor. GABRIEL: Que sois serafín creo, como en belleza, en discreción. CORNEJO: (¿Qué encanto Aparte de Belianís es éste en que me veo?)'
Yéndose
SERAFINA: Hola! ¿No hay quien me quite aqueste manto? CORNEJO: ¡Hola! ¿No hay quien la quite aquel manteo?
Vanse, y quedan DON JUAN, y POLONIA
JUAN: Polonia, quédate aquí. POLONIA: ¿Hay en qué pueda servirte? JUAN: Mucho tengo que decirte y en que fïarme de ti. POLONIA: Agradecida te espera la lealtad que echas de ver. JUAN: ¿Reparaste acaso ayer en aquella panadera que proveyó nuestra casa? POLONIA: Y en la blancura del pan, que de leche nos le dan las manos con que le amasa. Comprélo para la gente; que, en la mesa principal, de atahoma y candeal se gasta ordinariamente; pero, viendo en él las flores que su dueño le prestaba, me pareció, si no honraba la mesa de los señores con su blancura, que hacía un delito criminal; y en fin, su sazón fué tal, que hasta el viejo se comía las manos tras ello, y tú los manjares olvidabas, y en él te saboreabas como si fuera alajú. JUAN: ¿Que hasta en eso reparaste? POLONIA: ¿No había de reparar, si advertí que en el lugar ni una migaja dejaste, sea apetito o aseo? Si así el avariento fuera, nunca Lázaro tuviera de sus migajas deseo; que todas te las comiste. JUAN: Aunque el cuerpo sustentaban, al alma se trasladaban. Mas, supuesto que la viste, di, ¿hay sayal más venturoso? Pues de tan bello cristal es funda aquel sayal. ¿Puede el tabí más precioso compararse con su frisa? POLONIA: ¡Bueno estás! JUAN: Ni la mañana, cuando entre labios de grana el sol la provoca a risa, ¿admite comparación con aquellos dos corales, que de perlas orientales guarda-joyas ricos son? ¿Espira aliento el azar que al suyo haga competencia? ¿Alcanzó jamás la ciencia del pincel más singular la mezcla de aquel carmín, que con la nieve se enlaza, y en las mejillas abraza el clavel con el jazmín? ¿Es tan hermosa en el cielo la cuna donde el sol nace, como la que el Amor hace para sí en aquel hoyuelo que la nariz de los labios divide, y por quien trocara su sepulcro el ave rara muerta entre olores arabios? ¿Divide las dos Castillas Guadarrama majestuosa, como la nariz hermosa, poniendo en paz las mejillas? Ni ¿hay soles que comparar a las niñas de los ojos, que salen quitando enojos, vestidas de verdemar, y, porque de sus marañas libre amor los corazones, son, si sus ojos balcones, celosías sus pestañas? ¿Pudieron arcos triunfales dar soberbia a la ventura, como en esta arquitectura vista a los arcos torales, donde el artífice astuto cifró en obras sus deseos, por los que vencen, trofeos, por los que matan, de luto? ¿Pieza de bruñida plata, gozóla jamás señor como su frente el Amor, donde por justicia mata libertades en que reine? ¿Ni vió la naturaleza, si no es sólo en su cabeza, que ya el ébano se peine? ¿Hay cristal, hay nieve en pellas, leche o manteca azahar que se pueda comparar con aquellas manos bellas, a un tiempo blandas y secas, en mí de fuego y de hielo? Pues todo esto debe al cielo la villana de Vallecas. POLONIA: ¡Ay, pobre de vos, don Juan! Mucho el zapato os aprieta, cogido os ha la carreta, zarazas os dió en el pan. ¿Así a las primeras chispas os quema el amor trampero? Pero es hijo de un herrero. Es abeja, y pare avispas. ¿Habéisle hablado? JUAN: Es un risco. POLONIA: Todas las villanas son gatos en camaranchón, que éste debe ser arisco. JUAN: No tanto que, al despedirse, con una risa hechicera, Polonia, la panadera, no mostró sentir partirse; y, con un sabroso adiós, me dijo, "Acá volveremos mañana, porque tenemos mucho que parlar los dos." POLONIA: ¿Eso díjo la villana? JUAN: Amor este plazo acorte. POLONIA: Con el trato de la corte, se habrá vuelto cortesana. Pues bien, ¿qué quieres de mí? JUAN: Que, cuando con el pan venga, tu discreción la detenga hasta que yo salga aquí; que me tiene rematado. POLONIA: Que en medio de Madrid pueda vencer al sayal la seda! JUAN: No es sayal, sino brocado. Pero, ¿no es ésta? POLONIA: Don Juan, bien la palabra te guarda. JUAN: ¡Ay cielos, ella es! VIOLANTE: Jo, parda. Dentro Jo, digo. Bajen por pan, si han de bajar. JUAN: Dejamé solo, y no digas arriba nada de esto. POLONIA: ¿Yo? Así viva, que un nudo a la lengua dé. Pero ¿quién de ti creerá que en villanos gustos pecas? VIOLANTE: Vengan por pan de Vallecas. Dentro JUAN: Vete y calla. POLONIA: Adiós. VIOLANTE: Jo, ya.
Vase POLONIA. Sale Doña VIOLANTE, de villana, con un pan y un palo
JUAN: Vos seáis tan bien venida como por mayo la lluvia, como por enero el sol, como en creciente la luna que, alegrando el caminante, preside en la noche oscura, y, enseñándole la senda, sus peligros asegura. VIOLANTE: ¿Acá estaba su merced? ¡Han vido lo que madruga! JUAN: El cuerpo sí, porque el alma, desde que ayer os vio, os busca. VIOLANTE: ¿Luego el alma tien buscona? JUAN: Y si halla lo que procura, buen hallazgo me prometo. VIOLANTE: ¿Qué ha perdido? JUAN: Joyas muchas. La libertad, que se fué de casa, y, como criatura, no acierta volver a ella, por más que llore y pregunta. VIOLANTE: Pues cósala a las espaldas un letrero o escritura, o dé un real al pregonero; que él la hallará, aunque sea aguja; o haga ponelle una corma después, porque no se le huya; que, si da en buscar novillos, sin ser música, hará fugas. JUAN: Vino ayer una gitana que las libertades hurta, y temo que se la lleva. VIOLANTE: Gitanas son malas cucas. JUAN: ¿Y si vos fuésedes ésta? VIOLANTE: ¡Mas arre! Habrar con mesura; que entiendo poco de rayas, y no me precio de bruja. JUAN: A lo menos hechicera debe ser vuestra hermosura, y vos gitana de amor, que me dice la ventura. VIOLANTE: Bellaca se la prometo, si es que a mí me la pescuda; porque mal la dirá buena quien se queja de la suya. JUAN: Donaire tenéis. VIOLANTE: Sin don; que en Vallecas más se usa el aire a limpiar las parvas, que el don que mes las ensucia. ¿Tienen de bajar por pan? JUAN: ¿Es blanco? VIOLANTE: Como el azúcar. JUAN: ¿Sabroso? VIOLANTE: Como unas nueces. JUAN: ¿Reciente? VIOLANTE: Que abrasa y suda. JUAN: Todo lo que vos traéis, quema. VIOLANTE: Seré calentura. JUAN: ¿Habéisle vos amasado? VIOLANTE: Pues. JUAN: ¿Vos misma? VIOLANTE: ¡No, si el cura!' JUAN: Partilde, veré si es blanco. VIOLANTE: ¿Es antojo? JUAN: ¿Quién lo duda? VIOLANTE: ¿Preñado está? JUAN: De deseos. VIOLANTE: Pues no mueve la criatura.
Pártele un pedazo de pan
Tome. JUAN: Habéisle de partir con los dientes. VIOLANTE: De mi burra. ¿Y querrá que se le masque? JUAN: También. VIOLANTE: Arre, que echa pullas. JUAN: Pan de vuestra hermosa boca, dado contra mordeduras de celos, perros rabiosos, es pan que el amor saluda. VIOLANTE: ¿Luego rabia su mercé? JUAN: Casi, casi. VIOLANTE: Doyle a Judas. Apártese, no mos muerda y pegue el mal a mi rucia. JUAN: Mientras vos estáis presente, no osa el mal hacerme injuria, que sois mi saludadora. VIOLANTE: ¿De esa orina me gradúa? JUAN: A soplos podéis sanarme; ¡mirad qué barata cura! VIOLANTE: Tráigame pues unos fuelles; daréle hartas sopladuras. JUAN: Refrescadme el corazón, que en fuego de amor se apura. Llegad, sopladme en la boca. VIOLANTE: Póngala, si soplos busca, aquí, que está el sopladero
Señala la cola de la burra
de mi parda, con mesura. JUAN: Acabad; no seáis cruel; soplad. VIOLANTE: Arre, que echa pullas. JUAN: Bien sabéis vos que os adoro. VIOLANTE: Mejor sé yo que se burla; que no busca en charcos ranas quien tien en la corte truchas. JUAN: Engañada estáis en eso; que, el que regalos procura, al campo a buscarlos sale; el conejo en la espesura, la liebre corre en llanos, y por la arena menuda las perdices y palomas; junto de las fuentes puras arma a los pájaros redes, y, alguaciles de sus plumas, las prende con varas altas de varetas, porque no huyan; de suerte, que no hay regalo que a la mesa de la gula sirva platos de deleite, que el campo no lo produzga. En el campo vivís vos; cazadora es mi ventura, caseras aves la enfadan, perdices del campo busca. VIOLANTE: Pardiez, que en eso acertáis; que las aves o avechuchas de Madrid son papagayos, pluma hermosa y carne dura. ¡Quién se las ve pavonadas arrastrando catalufas, con más joyas que unas andas, y una igreja colgaduras! Si a pie, sobre nieve corchos afrenta de la pintura, dando a la plata de coces, que por los lodos ensucian; si a caballo, en cuatro ruedas, y la Fortuna sobre una; porque, en fin, son más mudables tres veces que la Fortuna. Pues desplomadas, veréis cuán poco aprovechó el cura cuando les puso en la igreja la sal, porque no se pudran. Puesto que los que las comen, nos suelen dar por escusa que, perdices y mujeres, aunque oliscan, no disgustan. JUAN: ¿Hay gracia más sazonada? Dame esa mano. VIOLANTE: ¡0 hi de pucha! ¿Y qué queréis her con ella? JUAN: La nieve de su blancura podrá mitigar mi fuego. VIOLANTE: ¿Es mi mano la de Judas, con que matan las candelas, dejando la igreja a oscuras? JUAN: Dámela, no seas crüel. VIOLANTE: Hágase allá; no se aburra por ella; que tiene dueño. JUAN: ¡Ea! VIOLANTE: A fe que le sacuda. ¿No le he dicho que hay quien pida cuenta de ella? JUAN: ¿Cuenta? VIOLANTE: Y mucha, JUAN: ¿Luego quieres bien? VIOLANTE: Un poco. JUAN: ¿Amor tienes? VIOLANTE: Una punta. JUAN: ¿Eres casada? VIOLANTE: En eso ando. JUAN: ¿Serás, pues. doncella? VIOLANTE: En muda. JUAN: ¿Estás concertada? VIOLANTE: Estaba. JUAN: ¿Y agora? VIOLANTE: Se ofrecen dudas. JUAN: ¿Qué esperas? VIOLANTE: Que mos arrojen. JUAN: ¿De dónde? VIOLANTE: De la trebuna. JUAN: ¿Para desposaros? VIOLANTE: Pues. JUAN: ¿Quién lo estorba? VIOLANTE: Mi fortuna. JUAN: ¿Tienes celos? VIOLANTE: Por arrobas. JUAN: ¿Con justas causas? VIOLANTE: Con justas. JUAN: Yo te vengaré. VIOLANTE: ¿Y podrá? JUAN: ¿Pues no? VIOLANTE: Es persona robusta. JUAN: ¿No es villano? VIOLANTE: Eslo en el trato. JUAN: Pues muera. VIOLANTE: ¿Quién lo rempuja? JUAN: Tu agravio. VIOLANTE: Él se enmendará. JUAN: Los míos. VIOLANTE: ¿En qué le enjuria? JUAN: En amarte. VIOLANTE: ¡A Dios pluguiera! JUAN: ¿Es mudable? VIOLANTE: Cual la luna. JUAN: Aborrecerle. VIOLANTE: ¿Por quién? JUAN: Por mí. VIOLANTE: Arre, que echa pullas. JUAN: Labradora de mis penas, que, contándome las tuyas, entre lágrimas y celos mi esperanza traes confusa, si te casas y me dejas, tu vida y mi sepultura celebrará amor a un tiempo. VIOLANTE: Habrá requies y aleluyas. ¿Parécele a su merced que las labradoras usan quillotros de amor, infame si no es con voluntad lumpia? JUAN: Limpio es mi amor. VIOLANTE: Si le lava. ¿Casaráse él por ventura comigo, como mi Antón? JUAN: Por ventura, y será mucha la que el cielo me dará. VIOLANTE: Es muy alto de estatura, y muy pequeña mi suerte. JUAN: Amor las iguala y junta. VIOLANTE: No sabré yo entarimarme, ni caminar campanuda en cuatro leguas de ruedo, como cesta de criatura. ¡Bonita es la muchacha para estarse hecha figura, sufriendo en una visita desacatos de una pulga! El amor anda entre iguales; que no hay labrador que unza, si quiere arar igualmente, un camello y una mula. Supuesto esto, o toman en casa, o adiós. JUAN: Escucha, simple-sabia de mis ojos. Si palabras aseguran, si juramentos obligan, si prendas desatan dudas, por la luz de esos dos soles que mis tinieblas alumbran, por el abril de esa cara que el enero no destruya, que, si hallo que tu opinión corresponde a tu hermosura, sin mirar en calidades --que amor no las pide nunca--, rendirte he, siendo tu esposo, la hacienda que me asegura dos mil ducados de renta. VIOLANTE: Mire, si limpiezas busca, más cristiana vieja soy que Vizcaya y las Asturias. JUAN: ¿Has cobrádome afición? VIOLANTE: No sé qué diabros me hurga, desque le ví, dentro al alma, que tien más de mil agujas. Pero en fin, ¿se casará conmigo? JUAN: Sin falta alguna. VIOLANTE: ¿Y empalagaráse luego? JUAN: Amor firme siempre dura. VIOLANTE: Lo dulce luego empalaga, y, como ell amor es fruta, suele comerse al principio, y enfadar después, madura. JUAN: No hayas miedo de eso. VIOLANTE: ¿A fe? JUAN: Por tu vida. VIOLANTE: ¿Y por la suya? JUAN: Todo es uno. VIOLANTE: En fin, ¿le agrado? JUAN: Infinito. VIOLANTE: ¿Iré segura? JUAN: Noble soy. VIOLANTE: ¿Querráme mucho? JUAN: Adoraréte. VIOLANTE: ¿De burlas? JUAN: De veras. VIOLANTE: ¿Regalaráme? JUAN: Como a reina. VIOLANTE: ¿Hará locuras? JUAN: En quererte. VIOLANTE: ¿Es amorado? JUAN: Más que un portugués. VIOLANTE: ¿Arrulla? JUAN: Como paloma. VIOLANTE: ¿Rezonga? JUAN: De ningún modo. VIOLANTE: ¿Mormura? JUAN: Pocas veces. VIOLANTE: ¿Es tahur? JUAN: Sólo en amarte. VIOLANTE: ¿Madruga? JUAN: Poco. VIOLANTE: ¿Viene tarde a casa? JUAN: Vendré con el sol. VIOLANTE: ¡Cordura! ¿Qué me llamará? JUAN: Mi cielo. VIOLANTE: ¡Y qué más! JUAN: Mi sol. VIOLANTE: Con uñas. JUAN: Mí reina. VIOLANTE: ¿Engalanaráme? JUAN: Como abril. VIOLANTE: ¿Diráme injurias? JUAN: En mi vida. VIOLANTE: ¿Andaré en coche? JUAN: Y en carroza. VIOLANTE: ¿Traeré puntas? JUAN: De Flandes. VIOLANTE: ¿Y azul? JUAN: También. VIOLANTE: ¿Saldré algunas veces? JUAN: Muchas VIOLANTE: ¿A visitas? JUAN: Sí. VIOLANTE: ¿Y a toros? JUAN: Con balcón. VIOLANTE: ¿Y confitura? JUAN: Cuanta quieras. VIOLANTE: ¿Si hay comedias? JUAN: No las perderás. VIOLANTE: ¿Ninguna? JUAN: Ninguna, pues. VIOLANTE: ¿Iré al Prado? JUAN: Irás al sol. VIOLANTE: ¿Y a la luna? JUAN: El verano. VIOLANTE: ¿Y qué ha de darme? JUAN: El alma. VIOLANTE: Arre, que echa pullas. JUAN: ¡Polonia!
Sale POLONIA
POLONIA: ¿Qué es lo que mandas? JUAN: Tomar todo el pan procura, y mete allá ese animal. VIOLANTE: Hay media hanega. JUAN: Haya una. POLONIA: Pan hay para dos semanas.
Vase POLONIA
VIOLANTE: Sáqueme luego la burra; que anochece; y, si voy tarde, temo que mi viejo gruña. ¿Págueme? JUAN: En este diamante. VIOLANTE: ¡Han vido como relumba! JUAN: Como tus ojos. VIOLANTE: ¿Es falso? JUAN: No hay cosa en mí falsa alguna. VIOLANTE: ¿Y qué más? JUAN: Esta cadena. VIOLANTE: ¿De alquimia? JUAN: Cual tu hermosura; de veinticinco quilates. VIOLANTE: ¡Qué bien vende sus agujas! JUAN: Y este bolsillo después. VIOLANTE: ¿Son menudos? JUAN: Es menuda, para tus merecimientos, cuanta hacienda entra en Sanlúcar. VIOLANTE: Franco es. JUAN: Sélo tú. VIOLANTE: ¿En qué? JUAN: En darme una mano. VIOLANTE: ¿No más que una? JUAN: Basta. VIOLANTE: Velas aquí dambas. JUAN: Vengan. VIOLANTE: Arre, que echa pullas.
Salen don GÓMEZ, doña SERAFINA y un CRIADO
GÓMEZ: Dejémosle por un rato descansar. ¿Qué te parece? SERAFINA: Que su presencia merece, noble y apacible trato, cualquier generoso empleo. GÓMEZ: No importa poco este abono. SERAFINA: Ya su tardanza perdono, si hizo mártir mi deseo. ¡Gallarda moza! GÓMEZ: Don Juan, ¿qué labradora es aquésa? JUAN: La que sazona tu mesa con el más sabroso pan que Vallecas dió a Madrid. GÓMEZ: ¿Vos sois quien nos trajo ayer pan? VIOLANTE: Y hoy lo vuelvo a vender. GÓMEZ: Cada día acá venid; que, como iguale al primero, tendréis en mí un parroquiano. ¿Cómo dejaste al indiano y aquí te quedaste? JUAN: Quiero prevenirle el aposento y dar en su cena traza. GÓMEZ: Vaya ese mozo a la plaza. JUAN: No habrá cosa de momento en ella; que es tarde ya. GÓMEZ: La dispensa del Marqués, o la de algún ginovés, mi güesped regalará, que se ha de quedar por hijo en casa. SERAFINA: ¡Notable agrado tiene nuestro encomendado! JUAN: ¿Ya le alabas? SERAFINA: Ya le elijo por dueño.
Salen don PEDRO y AGUDO
PEDRO: No hay dar con él. AGUDO: ¡Válgate el diablo por hombre! Madrid es mar; no te asombre que no halles tan presto en él un atún, donde andan tantos. PEDRO: No he perdonado mesón. AGUDO: Casas de posadas son castillos de estos encantos. PEDRO: De don Gómez, he sabido que vive aquí. AGUDO: Imprudencia ha sido la negligencia que en descubrirte has tenido. Háblale; que con su ayuda será más fácil hallar este diablo. PEDRO: Ha de dudar de mí. AGUDO: Entre tanto que duda, dando señas de quien eres, esotro parecerá. PEDRO: Aquí don Gómez está. AGUDO: Cuanto más te detuvieres, más agravias a tu amor. Pero ¿conócesle? PEDRO: Sí. Ayer mañana le ví. AGUDO: Pues llega a hablarle, señor. PEDRO: Si vuestros brazos merece quien, por gozar vuestra casa, el piélago inmenso pasa que sepulcro al sol ofrece, los trabajos restaurad de viaje tan prolijo en quien, siendo vuestro hijo, hace deudo la amistad que con mi padre tuvistes, y por vos España goza; don Pedro soy de Mendoza. GÓMEZ: ¿Cómo es eso? PEDRO: Si escribistes a don Diego, mi señor, a deseos de que viniera de Méjico, y mereciera juntar en uno el valor de vuestra casa y la mía; en fe de cumplirlos vengo, puesto que ocasiones tengo más de pesar que alegría. GÓMEZ: Caballero, no os entiendo. ¿Que sois don Pedro decís de Mendoza, y que venís de Méjico? VIOLANTE: (¿Qué estoy viendo? Aparte ¿No es éste aquel caballero que la maleta trocó, y el engaño declaró de mi don Gabriel? ¿Qué espero?) PEDRO: Muy cuidadoso entendí que en mi venida os hallara; mas quien tan seco repara en mis palabras así, no debe de aguardar yerno de Indias, o habrá tenido nuevas que se habrá perdido. Creí que, amoroso y tierno, mi nombre apenas dijera, cuando os hallara colgado de mi cuello, y que, turbado, mientras la lengua pudiera darme alegre el bienvenido, los ojos le interpretaran con lágrimas que mostraran el amor que habéis fingido. GÓMEZ: ¡Ah don Juan! ¿No escuchas esto? Serafina, ¿esto no ves? PEDRO: ¿Aquéste el serafín es que en tanto riesgo me ha puesto? ¿Vos sois don Juan de Peralta? Dadme los brazos los dos. SERAFINA: Téngase, señor. ¡Ay Dios! ¡Qué grosero! PEDRO: ¡Esto me falta, tras la pérdida pasada! Desengáñalos, Agudo. AGUDO: De admiración estoy mudo. PEDRO: ¡Oh Madrid, Creta encantada! ¿Esto es lo que en tí medro? JUAN: Que vos don Pedro os llaméis de Mendoza o no, sabréis que el verdadero don Pedro ha un hora que en casa está por hijo de ella admitido, por cartas reconocido, y por las señas que da. GÓMEZ: Si la corte os ocasiona y sus enredos a usar marañas con qué engañar, no es digna vuestra persona de tan rüin proceder. SERAFINA: Mejor fuera dar noticia de este engaño a la justicia. PEDRO: ¡Cielos! ¿ esto vengo a ver? No me espanto que, engañado, señor don Gómez, neguéis en quien nunca visto habéis la acción que el cielo me ha dado. Ese don Pedro fingido es un embelecador, en sus engaños traidor, si en su talle bien nacido, que, hurtándome hacienda y nombre en Arganda el otro día, pagó así mi cortesía y regalos, porque es hombre que, engañando con el traje a quien en su casa le honra, las hijas nobles deshonra en pago de su hospedaje. Huyendo de Flandes viene, como dirá este papel, y el capitán don Gabriel de Herrera por nombre tiene. Palabra de esposo dió a cierta doña Violante en Valencia, y al instante se fué que la deshonró. Si no basta esta experiencia, en casa le recebid; que mejor hará en Madrid embelecos que en Valencia; y admítale por amante vuestra hija, si a él se inclina, porque doña Serafina consuele a doña Violante. VIOLANTE: (¡Bueno anda, cielos, mi honor, Aparte y buena anda también, cielos, la confusión de mis celos y el crédito de mi amor!) GÓMEZ: ¿Hay enredo más extraño? Llamadme a don Pedro acá. SERAFINA: No le llamen; que será ocasión de algún gran daño. Éste será su enemigo, que por este modo intenta hacer a don Pedro afrenta; y crean, pues yo lo digo, que el corazón no me engaña. Porque ¿quién ha de creer que tal se atreviera a hacer un hombre a quien acompaña tan noble disposición? ¿No autorizan su nobleza las joyas que con largueza me acaba de dar? ¿No son las cartas testigos fieles que del virrey ha traído, las que de su padre has leído, las libranzas y papeles, de más de treinta mil pesos, con que mentiras contrasta? Yo le quiero bien, y basta. PEDRO: ¿Hay más confusos sucesos? AGUDO: Ahora entra el hablar yo. A pagar de mi dinero, que ese pardo caballero la maleta nos llevó, por mi culpa y nuestro daño en Arganda, y que en su vida vió a Méjico; y, si es servida, salga aquí, y verá su engaño. Y si no, porque aproveche, respóndame a este argumento: las islas de Barlovento ¿cuántas son? ¿Dónde es Campeche ¿Cómo se coge el cacao? Guarapo, ¿qué es entre esclavos? ¿Qué fruta dan los guayabos? ¿Qué es cazaba, y qué jaojao? SERAFINA: ¿No ves como están sin seso? Repara en los disparates que dicen. GÓMEZ: Casa de orates es la corte. PEDRO: ¿Cómo es eso? Vive Dios, que me obliguéis a que dé en la calle voces, y saque ese infame a coces, cuando esconderle intentéis. GÓMEZ: Miren si crece la furia! No hay que hablar; locos están. Échalos de aquí, don Juan. PEDRO: Cuando me hagáis esa injuria, os hará creer quien soy la espada que al lado ciño. JUAN: ¡Pobre mozo! GÓMEZ: ¡Buen aliño de don Pedro! AGUDO: Ya me doy por conventual del Nuncio. No nos lleven a Toledo; vámonos, que tengo miedo de aquestos hombres. Renuncio el título que hasta aquí tuve de indio. PEDRO: ¡Qué consienta tal burla el cielo en mi afrenta! SERAFINA: Ya le torna el frenesí. PEDRO: Vive Dios, que he de sacalle a estocadas acá fuera. Veamos si esta quimera osa afirmar en la calle. Ya de veras me provoco, y el seso y paciencia pierdo. SERAFINA: Padre, teme, si eres cuerdo, la espada en manos de un loco. Déjalos en el zaguán. GÓMEZ: Cierra aquesa puerta apriesa. JUAN Entraos acá, mi Teresa. VIOLANTE: Ya yo sé, señor don Juan, amansar locos.
Vanse todos y quédanse doña VIOLANTE, don PEDRO y AGUDO
VIOLANTE: Pesada burla, don Pedro, os han hecho, pero aquí no es de provecho mostrar razones ni espada. ¿Conocéisme? PEDRO: ¿No sois vos la villana de Vallecas? VIOLANTE: Sí, que entre artesas y ruecas me han dado de dos en dos los oficios, ya de hilar, ya de amasar y traer pan a Madrid que vender. Bien pudiera atestiguar lo que cerca de esto sé, y yo por mis ojos ví; pero, si admitís de mí los consejos que os daré, dejad pasar esta furia, y entre tanto prevenid quien os conozca en Madrid y libre de tanta injuria; que imposible es que no haya algunos en esta villa, que en Méjico, o en Sevilla cuando pisastes su playa, no sepan quién sois. PEDRO: Hay ciento en Sevilla; mas no sé si en Madrid los hallaré. VIOLANTE: Escribid allá. PEDRO: Eso intento; mas si entre tanto se casa... VIOLANTE: Eso no; yo os lo aseguro. Venir cada día procuro con pan reciente a esta casa. Tengo ya mucha amistad con la Serafina bella, y suelo parlar con ella con gusto y con igualdad. En lo que os podré servir es que, entre tanto que halláis los testigos que buscáis, me obligue yo a persuadir que vuestra dama dilate sus bodas, porque llevarlo así a veces, será echarlo a perder. AGUDO: Que es disparate. PEDRO: Si vos, bella labradora, eso hiciésedes, sería la hacienda y la vida mía vuestra perpetua deudora. VIOLANTE: La lástima que me hacéis, me obliga a que por vos haga esto, sin querer más paga. PEDRO: Buena de mí la tendréis. VIOLANTE: No os canséis en la demanda, hasta que halléis quien de vos dé noticia. Adiós. PEDRO: Adiós. AGUDO: ¡Válgate el diablo el Arganda!
Vanse los dos
VIOLANTE: Basta, que aquí está el ingrato ocasión de mis querellas, y que en engañar doncellas ha puesto caudal y trato. Ya yo supe desde ayer que era ésta la Serafina que al indiano desatina y mi esposo vino a ver. A don Juan traigo perdido, y téngole de enlazar, por lo que me ha de importar el tenerle entretenido. Amor, pues tanto embelecas, dame algún discreto ardid con que celebre Madrid la villana de Vallecas.
Vase. Salen don VICENTE y AGUADO
VICENTE: ¿Tú en la corte, traidor? ¿ Qué es de mi hermana? Contigo huyó sin honra y sin recato; tú sabes de ella, y quien me afrenta sabes. Dímelo, o vive Dios que en tí comience a dar principio a mi venganza honrada. AGUADO: Detén, señor, la furia con la espada. Verdad es que salí con mi señora la misma noche que la echaste menos, porque, burlada de promesas leves de un soldado de Flandes que allí vino, a trueque de palabras y de firmas, le dió la posesión de su honra y fama. Enamorada de botones de oro, y de plumas ligeras que volaron con su ingrato soldado fugitivo, la enseñó, aunque fué tarde, su escarmiento, que, quien en plumas fía, cobra en viento; salimos de Valencia; mas no pienses que puedan tanto en ella sus agravios, que al qué dirán del vulgo impertinente arriesgue su opinión por los caminos, viniendo tras su amante hasta en la corte; antes, juzgando por indigna cosa, vivir en tu presencia deshonrada, y a vista de los ojos de Valencia, --que el noble, aunque afrentado, si es discreto, piensa que todos saben su secreto-- de mi lealtad fïada, hasta Monviedro salió conmigo, y en la real clausura que de Santa Matrona tiene nombre, a la abadesa dió, por ser su tía, cuenta de su desgracia, y, entre tanto que el cielo da remedio a sus injurias, encerrada y llorando cada día, maldice la mujer que en hombres fía. Prometíla venir a Madrid luego en busca de don Pedro de Mendoza y don Gabriel de Herrera, que disfraza aqueste nombre, que es el verdadero, para engañar mejor con el primero; y quiso Dios que en la posada misma que tomé en esta corte, se aposenta el autor cauteloso de tu afrenta. Porque, creyendo entrar en mi aposento, entré en el suyo, y ví sobre un bufete billetes de tu hermana y mi señora, que en fe de sus amores la escribía cuando en Valencia conquistó su fama; y, de algunos papeles que con ellos hallé revueltos y leí curioso, supe llamarse don Gabriel de Herrera, ser capitán de Flandes, y haber muerto a un ilustre tudesco, a cuya causa, huyendo de castigos y temores, viene a Madrid con cartas de favores. Ésta es la verdad pura, y porque sepas si la digo o si miento, aguarda un poco; sacaré los papeles, que aquí dentro de tus azares han de ser encuentro.
Vase
VICENTE: Honra, si esto es verdad, dadme en albricias el gusto que me falta por perderos. Si el capitán ingrato tiene prendas dignas de mi valor, y restituye a mi hermana la honra que ha usurpado, será, en vez de enemigo, mi cuñado.
Sale AGUADO
AGUADO: Abierto el aposento se dejaron, porque en falso la llave en él echaron. ¿No es de doña Violante aquesta letra? Estos versos ¿no son en su alabanza? Y en ellos ¿no blasona avergonzado un sol, de quien el otro fué traslado? Mira pues esta carta, y saca de ella cómo se llama este don Pedro falso, la muerte del tudesco y su venida, y estima mi lealtad agradecida.
Don VICENTE lee los papeles aparte
De molde ha venido el hospedaje en la misma posada de don Pedro; que, aunque de las maletas supe el trueco, y sé que el pobre indiano está inocente, entre tanto que el otro no parece, sosegaré la furia valenciana de mi señor, padezca o no padezca don Pedro de Mendoza; que, pues finjo que la villana noble está en Monviedro, este enredo ha de ir de Pedro a Pedro. VICENTE: Ya doy por bien empleada mi venida. En la corte no es cuerdo el que negocia casos de honra por armas, que se quedan en la calle, saliendo a poner paces sus vecinos, y, siendo pregoneros, a una verdad añaden muchos ceros. Más vale averiguarlo por justicia, y, haciéndole prender seguramente, el qué dirán huir del vulgo y gente. Llámame un alguacil de corte al punto. AGUADO Con él vuelvo al instante. (El mejicano Aparte perdone; que este enredo importa ahora a mi vida y honor de mi señora.)
Vanse. Salen don PEDRO y AGUDO
PEDRO: Agudo, ¿aquésta es España? ¿Castilla y su corte es ésta, tan celebrada en las Indias en el término y llaneza? Los que de España pasaban, nos decían en mi tierra que los dobleces y engaños eran naturales de ella; bien lo experimento en mí, pues en Madrid entro apenas, cuando confunden mi dicha los laberintos de Creta. No hallo nobleza sencilla, amistad que permanezca; caballos de Troya son cuantos la corte sustenta. ¿Qué he de hacer menospreciado, sin crédito y sin hacienda, tenido por loco en casa de don Gómez? AGUDO: Trocar quejas en diligencias, señor. Hoy es día de estafeta; escribe luego a Sevilla a algún amigo que venga y traiga hecha información de quién eres, con que puedas desmentir de tu contrario invenciones y quimeras. El capitán del navío en que veniste, en nobleza y amistad es otro tú, si,no miente la experiencia. Amigo fué de tu padre; con su camarote y mesa te obligó en la embarcación, trayéndote por su cuenta; él y los que te conocen desharán aquesta tela, que tantas marañas urden, y tanta mentira enreda. Acude a los mercaderes de esta corte, a quien las letras vienen que de Indias trujiste, porque cobrallas no pueda quien cobra las de tu amor; que, con estas diligencias, averiguando verdades, saldremos de esta molestia.
Sale don VICENTE
VICENTE: (¡Válgame el cielo! Si es éste Aparte el vil autor de mi afrenta, venganza, tened la espada; que aquí ha de hacer la prudencia más que el enojo arrojado.)
Salen don GÓMEZ, don GABRIEL, don JUAN, doña SERAFINA, doña VIOLANTE y CORNEJO
GABRIEL: ¿Hay semejante insolencia? Dejadme, señor don Gómez. JUAN: Deteneos. GABRIEL: ¿Que me detenga me aconsejáis vos, don Juan? ¡Vive Dios...!
Habla aparte CORNEJO a su amo
CORNEJO: ¿Qué es lo que intentas? ¿Para qué a don Pedro buscas? GABRIEL: ¡Que haya en Madrid quien se atreva a tan gran bellaquería! ¡Que haya quien afirmar pueda que no soy don Pedro yo! CORNEJO: No levantes polvaredas que han de darnos en los ojos. SERAFINA: ¡Que mis lágrimas no sean bastantes a refrenar, don Pedro, la furia vuestra! GÓMEZ: Serafina, ¿tú también sales acá? SERAFINA: No respeta en los peligros Amor imposibles que no venza. Temo que alguna desgracia a mi esposo le suceda, que viene tras estos locos, y el alma tras sí me lleva. VIOLANTE: (¡Ay, cielo! ¿en qué laberintos Aparte mis desventuras enredan la esperanza de mi amor, medio verde y medio seca? ¿Qué es lo que intenta el ingrato de mi amante, que encadena tanto eslabón de mentiras en su daño y en mi ofensa? Sus pasos cual sombra sigo, porque es imán su presencia de los yerros de mi amor; mi dicha a dorarlos vuelva.) JUAN: Aldeana de mis ojos, ¿qué hacéis vos aquí? VIOLANTE: Soy muerta, señor don Juan, por hallarme entre pleitos y pendencias. ¡Par diez que habemos de ver el fin que tienen aquéstas! JUAN: En todo sois de buen gusto. VIOLANTE: Haylos bravos en mi aldea. (¡Cielos! aquí está mi hermano. Aparte Si me ve, mi muerte es cierta. Sayal, villanos rebozos, mi vida se os encomienda.) GABRIEL: ¿Sois vos el que, en desacato de mi fama y mi nobleza, pretendistes usurpar mi apellido y nobles prendas? ¿Sois el que afirmáis venir de Nueva España, y me afrenta diciendo que os he robado la esposa, el nombre, y la hacienda ¿El que el blasón de Mendoza, que mi sangre antigua hereda, os aplicáis, afirmando que soy don Gabriel de Herrera, que huyendo vengo de Flandes, que he deshonrado en Valencia una mujer principal, y otras marañas como éstas? PEDRO: A atrevimiento tan grande, por no decir desvergüenza, mejor será que os responda la espada, que no la lengua. No sólo afirmo eso mismo; pero, conforme a las muestras de vuestro villano trato y rüin correspondencia, digo que tampoco sois don Gabriel, aunque desmienta los papeles que os abonan, quizá falseando letras, porque sujeto tan vil, ¿cómo es posible que tenga sangre generosa y noble, cuando se honra con la ajena? Que el hurtar en las posadas honras que vendéis por vuestras, como habéis hecho conmigo, no será en vos cosa nueva. Pero ¿qué sirven razones a quien no hace caso de ellas? Firme en mi abono la espada lo que en mi derecho aprueba.
Saca la espada
GABRIEL: ¿Hay iguales desatinos? Agora digo es de veras el estar este hombre loco; mas curarále la pena. Apartaos, mi Serafina; quitaos, don Juan. JUAN: No es prudencia sentirse de quien no agravia. Pase esto por burla y fiesta. GÓMEZ: Yo estoy de quien sois seguro, Serafina satisfecha, conocido este embeleco; ¿qué hay pues que indignaros pueda?
Salen un ALGUACIL y AGUADO
AGUADO: El alguacil que mandaste, es éste. VICENTE: A buen punto llega. ALGUACIL: Ya estoy del caso enterado. ¿A quién me mandáis que prenda? VICENTE: A este enredador de España; que, según son las quimeras que hace, no hallo otro nombre que más propio le convenga. ALGUACIL: Soltad, hidalgo, las armas. PEDRO: ¿Yo? ALGUACIL: Pues ¿ quién queréis que sea? Veníos comigo a la cárcel. AGUDO: (¿Hay por aquí alguna iglesia?) Aparte ALGUACIL: ¡Hola! tené ese lacayo. CORNEJO: Téngase al rey. AGUDO: Pues ¿tú llegas? CORNEJO: Yo llego. AGUDO: ¿Quieres trocarme por otro como maleta? PEDRO: ¿Qué nuevas persecuciones, crüel España, son éstas? ¿Qué insultos he cometido? ¿Es cuestión, es muerte, o deudas? ALGUACIL: Todo junto. PEDRO: ¿Qué decís? ALGUACIL: La deuda es de una doncella, la muerte de un capitán, y ésta la riña o pendencia. Los papeles que con vos traéis son los que os condenan. VICENTE: Y yo la parte y el todo; que, a teneros en Valencia, de otra suerte averiguara vuestro insulto y mis afrentas. GABRIEL: Pues ¿qué es esto, caballero? VICENTE: Cosas indignas apenas de crédito, aunque se ven. Si he de sacar consecuencias de lo que aquí os he escuchado, éste es don Gabriel de Herrera, de el Mendoza usurpador, que a mi hermana menosprecia; a mí me trae en su busca, y a vos sus culpas os echa. PEDRO: Cielos! ¿En qué os he ofendido? No ha tres semanas enteras que tomé puerto en Sanlúcar --¡sepultárame su arena! Pues ¿cómo en tan corto espacio os pude yo hacer ofensa? Mirad que el que os agravió es este traidor, que intenta levantarse con mi esposa, con mi nombre y con mi hacienda. SERAFINA: ¡No está mala la invención! PEDRO: Agudo, ¿cómo no alegas todo lo que en esto sabes? AGUDO: Cuando necesario sea, diré lo que en esto sé; que, desmentir tantas lenguas, es navegar contra el viento. PEDRO: Vos, hermosa panadera, ¿no sabéis lo que en esto hay? VIOLANTE: ¿Yo? ¿De qué quiere lo sepa? ¿Hele visto yo en mi vida? PEDRO: ¿Hay confusiones como éstas? ¿No estuvistes vos presente, hidalgo, en aquella aldea, donde supistes el caso y trueco de las maletas? AGUADO: ¿En aldea yo con vos? Ya no me espanto que os tengan por embaidor o por loco; ¡Conmigo vos! PEDRO: En Vallecas. AGUADO: ¿Dónde cae esa ciudad? PEDRO: ¡Un rayo caiga y me encienda! Que, pues son contra mí todos, ya la vida me molesta. ALGUACIL: Vengan los dos a la cárcel.
Llévanlos
VIOLANTE: (Por librar mi ingrato de ella, Aparte fingí ignorar lo que ví; que el amor tiene más fuerza que la injuria.) GÓMEZ: ¡Extraño enredo! GABRIEL: Con esto no habrá sospecha acerca de mi opinión, que a descomponerme venga. GÓMEZ: Pues de vos ¿cuándo la hubo? SERAFINA: Luego dije yo quién era el enredador. ¡Jesús! ¡Que esto en Madrid se consienta! VICENTE: Adiós, caballero. GABRIEL: Adiós. Servíos de la casa nuestra; y el fin que vos deseáis aquestos sucesos tengan. VICENTE: Bésoos, señores, las manos.
Vase don VICENTE
VIOLANTE: Aguado. AGUADO: Señora. VIOLANTE: Ordena de verme. AGUADO: ¿Cuándo? VIOLANTE: Mañana. AGUADO: Si iré.
Vase AGUADO
JUAN: ¡Qué! ¿ Vaisos, Teresa? VIOLANTE: ¿No le parece que es hora? JUAN: Aunque es noche, no hay tinieblas donde vos estáis, que sois... VIOLANTE: Dirá que sol o linterna. GABRIEL: Todo se hace bien, Cornejo. CORNEJO: Date con la dama priesa; que por Dios que tengo el alma con más de mil tembladeras.
Vanse todos; quédanse don JUAN y doña VIOLANTE
JUAN: ¿Queréis que vaya con vos? VIOLANTE: ¿Para qué? Mi pueblo es cerca, la burra, al venir, de plomo, pero de pluma a la vuelta. No le faltará a quien ronde acá su merced; que hay rejas, y redendijas también. JUAN: Rondará memorias vuestras el pensamiento, no más. ¿Quién hay en Madrid que pueda competir con vos? VIOLANTE: ¿A fe? JUAN: ¿Qué, me dejáis? VIOLANTE: ¿Qué, se queda? JUAN: A escuras. VIOLANTE: Pues Dios le alumbre. JUAN: ¿Qué mandáis? VIOLANTE: Que cene y duerma. JUAN: No podré. VIOLANTE: ¿Por qué ocasión? JUAN: Por vos. VIOLANTE: ¿Pues soy yo dïeta? JUAN: De mis gustos. VIOLANTE: ¿Tiene muchos? JUAN: Cuando os miro. VIOLANTE: ¿Y en mi ausencia? JUAN: Mil tormentos. VIOLANTE: ¿Quién los causa? JUAN: La villana de Vallecas.

FIN DEL SEGUNDO ACTO

La villana de Vallecas, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 25 Jun 2002