LA VILLANA DE VALLECAS

Tirso de Molina (Gabriel Téllez)

El texto presentado aquí se basa en el de DOCE COMEDIAS NUEVAS DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA. PRIMERA PARTE (Sevilla: Francisco Lyra, 1627). Esta edición fue preparada por Vern G. Williamsen en el año 1998 para ser incluída aquí.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen Don VICENTE y LUZÓN
VICENTE: Llama, Luzón, a mi hermana. LUZÓN: Según venimos de tarde, pues ya asoma la mañana, cansada de que te aguarde la doncella a la ventana, o el esclavo a la escalera, se habrán echado a dormir. VICENTE: Jugué y perdí. Esta primera nos tiene de consumir bolsa y vida. Sales fuera de casa al anochecer, mudándote hasta las cintas, y, como estás sin mujer, ya a la polla, ya a las pintas, damos los dos en perder, yo, paciencia, y tú, dinero. Volvémonos a cenar cuando sale el jornalero, segunda vez, a almorzar. Llamando al alba el lucero, aguárdate mi señora, que, en fe de lo que te ama, sin ti lo que es sueño ignora, dando treguas a la cama y nieve a la cantimplora. Entras con llave maestra, cenas a las dos o tres, duermes hasta que el sol muestra el cahiz al reloj que es tasa de la vida nuestra. Si la campana te avisa de nuestra iglesia mayor, cuando es fiesta, oyes de prisa a un clérigo cazador, que dice en guarismo misa. Hincas encima del guante una rodilla, y sobre él más que rezador, mirante, volatines de un coredel pasan cuentas cada instante; que, de oraciones vacías como cuentas las llamaron la dan, por no estar baldías más de las damas que entraron, que de las Ave-Marías. Oyes a don Juan mentiras; mientras alza el sacerdote, a doña Brígida miras; si te dio cara, picóte; si no te la dio, suspiras; y apenas la bendición con el Ite, missa est da fin a la devoción, cuando salís dos o tres, y, en buena conversación el portazgo o alcabala cobrando de cada una, la murmuración señala si es doña Inés importuna, si doña Clara regala, si se afeita doña Elena, si ésta sale bien vestida, si estotra es blanca o morena. ¡Mira tú si es esta vida para un Flos Sanctorum buena! VICENTE: Lo que se usa, no se escusa. Eso se usa. Llama ahora. LUZÓN De perdidos es tu escusa. ¡legue a Dios que mi señora nos dé una vez garatusa! Abre, pues que tienes llave. VICENTE: ¿De qué sirve, si despierta me espera, y que vengo sabe? LUZÓN: Oye: abierta está esta puerta. Para tan honesta, grave, y amiga de estar cerrada, mucho es que a tal hora tenga patente en la calle entrada, para que cualquiera venga. VICENTE: Serán de alguna crïada descuidos, o habrá sentido que venimos. Entra allá.
Vase LUZÓN
Casa sin padre o marido es fortaleza que está sin alcalde apercebido. Quedando por cuenta mía mi hermana doña Violante, mucho mi descuido fía del natural inconstante de una mujer, que podría abrir puerta a la ocasión con la que le da mí juego. Hechizos los naipes son; que poco hay de juego a fuego. ¡Encantada ocupación es la de un tahur! ¡Qué olvido en todos causa el jugar! Decía un bien entendido que no hay honra que fïar en el jugador marido. Más que amor el juego abrasa, porque aquél mira el honor, cuyos límites no pasa; pero ¿ cuándo el jugador tuvo cuenta con su casa? A ver en mí mismo vengo la experiencia de esto llana; y, si enmiendas no prevengo, es por ser cierta en mi hermana la satisfacción. que tengo.
Sale LUZÓN
LUZÓN: Todos duermen en Zamora; sólo no he podido hallar a tu hermana y mi señora, y dame que sospechar la puerta abierta a tal hora, y el hallar este papel para ti sobre la mesa. VICENTE: ¿Qué dices? LUZÓN: No sé; por él podrás ver si, en esta impresa, de desafío es cartel contra tu poco cuidado. VICENTE: Letra es de doña Violante. LUZÓN: Por la pinta la has sacado. Brujulea, que adelante verás qué juego te ha entrado.
Lee
VICENTE: "El poco cuidado, hermano mío, que los dos hemos tenido, tú con tu casa y yo con mi honra, ha dado ocasión para que de entrambas falte la prenda de más estima. Mientras tú jugabas dineros, perdí yo lo que no se adquiere con ellos. Un don Pedro de Mendoza, forastero en Valencia, pagó en palabras de casamiento obras de voluntad. Huyendo se va, y dice quien le encontró, que camino de Castilla; y yo de un monasterio, que no quiero que sepas, hasta que, o hallándole me vengues, o, no pareciendo, sea el silencio de mi vida remedio de mi afrenta. Dentro de este papel va la cédula que me dió de esposo; haz lo que della gustares; y, si culpas mi liviandad, reprehende tu descuido. Doña Violante." ¡Hay desdicha semejante! Luzón, ¿qué es lo que he leído? ¡Sin honra doña Violante! Tras la hacienda que he perdido, la joya más importante pierdo también. ¡El honor que de mi padre heredé! ¡El patrimonio mejor, que en Valencia espejo fué de la nobleza y valor! ¡Por una mujer liviana! ¡Por un juego en que, violento, un tahur la honra me gana! ¿Éste era el recogimiento y la virtud de mi hermana? ¡Mal haya quien confïanza hace en el desasosiego de la femenil mudanza! ¡Mal haya quien en el juego pone hacienda y esperanza! Que si en papeles pintados se funda todo su ser, livianos son sus cuidados y si es papel la mujer, llevando los más pesados el viento, que burlador mi fama deja ofendida, bien es que llore mi error mi hacienda al juego perdida, como al descuido mi honor. LUZÓN: ¿De qué ha de servir ahora ponderar, como el perdido, lo que tarde siente y llora? Sepamos dónde se ha ido mi poco cuerda señora, y sacarás de buscalla el saber más claramente quién fué el que vino a engañalla. Despertar quiero la gente.
Llamando
¡Dionisia,Lucrecia! VICENTE: Calla; no publiques, si eres sabio, la infamia de aqueste insulto; ten la lengua, cierra el labio; que, entre tanto que está oculto, no da deshonra el agravio. Mientras que la noche veda que saque el sol a poblado infamias que decir pueda, déjame vivir honrado este tiempo que me queda. LUZÓN: Pues,¿ qué hemos de hacer? VICENTE: Advierte en lo que me ofrece agora la industria en la ocasión fuerte. Don Juan de Aragón adora a mi hermana, y es de suerte, que, aunque intenta en Zaragoza su padre don Luis casalle con una señora moza, noble, y barona del Valle, que con otros pueblos goza, tiene en tanto la belleza de doña Violante ingrata, que, sin mirar su pobreza, las otras bodas dilata, y a éstas su amor endereza. Toda la gente de casa, como tan público fué, saben lo que en esto pasa. LUZÓN: Y yo también, señor, sé que por tu hermana se abrasa. VICENTE: Oye, pues. Tú has de quedarte aquí con un papel mío, que, en fe de que sé estimarte por fiel, de ti mi honor fío, como si en él fueras parte. Escribiré en él, Luzón, a doncellas y a crïados, que de don Juan de Aragón los amorosos cuidados han llegado a ejecución de casarse con secreto con mi hermana en un castillo que tiene para este efeto prevenido, y que encubrillo importa, por el respeto que a su padre es bien tener; y que, en fe de esto, llegó esta noche, sin querer que sepan más de él y yo lo que determina hacer. Por lo cual, sin avisar a nadie, a la media noche, a las puertas del lugar nos esperó con un coche; y yo, para asegurar su alboroto y confusión, les escribo este papel. Fingirás admiración, y que ignorabas en él nuestra jornada a Aragón; dirásle que te mandé que nuestra vuelta esperases, y el gobierno te encargué de casa, y con que gastases en mi ausencia te dejé. También les escribiré esto. Iré a don Juan de Aragón; diréle que, porque ha puesto los ojos cierto barón valenciano y descompuesto en mi hermana, la he sacado de Valencia, y, por quitar la esperanza a su cuidado, he querido divulgar que en secreto se han casado los dos; y él, agradecido, mi engaño defenderá, y, con esto persuadido, en pie mi honor quedará, ignorado, aunque ofendido. Partiré luego a Castilla en busca de este tirano, que a sus pies mi honor humilla; y, si negase la mano a quien se atrevió a pedilla, vengándose mi esperanza, demostrará la experiencia lo que mi valor alcanza, y que a injurias de Valencia ofrece armas la venganza. LUZÓN: Bien me parece todo eso. VICENTE: Ven, y daréte el papel. ¡Ay, Luzón, que estoy sin seso! LUZÓN: Tu hermana estaba sin él, y dió en tierra con su espejo.
Vanse. Salen Don PEDRO de Mendoza y AGUDO, de camino
PEDRO: ¿Hay buenas camas? AGUDO: De Holanda prometen sábanas. PEDRO: Bien. AGUDO: Colcha y rodapiés también de red, con su flueco y randa; dos almohadas que alistan lazos de azul y amarillo, debajo de un acerillo, y porque sus faldas vistan las manchas,de la pared, tres sábanas, aunque tiernas por viejas, distinguen piernas, ya de lienzo, ya de, red. Un cielo encima colgado, con fluecos del mismo modo, que, viéndole blanco todo dije, "el cielo está nublado," y dos doseles, que son adorno del aposento; un prolijo paramento; pintada en él la Pasión y la historia de Susana, con los dos viejos y el baño; y, al otro lado del paño, un San Joaquín y Santa Ana, y un ángel sobre la puerta que con las alas los junta; al otro un sayón que apunta a un San Sebastián que acierta; luego un San Antón muy viejo con su vestido de estera, y debajo la escalera; junto de él, un San Alejo. Remátase la labor con la espigadera Rud, cual le dé Dios la salud al bellaco del pintor. PEDRO: Con eso vive contenta aquesta gente sencilla. No es Arganda mala villa. AGUDO: Tiene un soto que sustenta con su caza y entretiene a sus vecinos y dueños. Corren toros jarameños, que a gozar la corte viene por pasar por él Jarama, de quien sus vecinos beben las fuerzas con que se atreven; que son bravos de la fama. PEDRO: ¿Está la maleta arriba? AGUDO: Dando abrazos al cojín. PEDRO: ¡Que hoy hemos de entrar, en fin, en Madrid! AGUDO: Él te reciba con buen pie; que es menester confesar y comulgar, como quien se va a embarcar, quien su golfo quiere ver. PEDRO: ¿Golfo? AGUDO: Y no de muchas leguas. PEDRO: Bien dices, si a Madrid llamas manso golfo de las damas. AGUDO: Antes golfo de las yeguas. ¡Qué mal su rumbo conoces! ¿Más que te han de marear la bolsa luego al entrar, si tiran sus olas coces? PEDRO: ¿Por qué, si a casarme voy? AGUDO: Tu nombre lo ha declarado. ¿De mando a mareado, qué va? PEDRO: Satisfecho estoy de que en doña Serafina no hay recelo que me asombre, porque, del modo que el nombre, tiene la fama divina. AGUDO: Serafín bien puede ser; mas no creo en serafines, que por andar en chapines, son fáciles de caer. Y serafines caídos ya tú ves que son demoniios. PEDRO: Como aqiuesos testimonios les levantan atrevidos. AGUDO: ¿Hasla visto? PEDRO: ¿Cómo puedo, si ha un mes que desembarqué de Sanlúcar y llegué de Méjico? AGUDO: ¿Y sin más miedo te vas a casar con ella, sus virtudes canonizas, su hermosura solemnizas, y te enamoras sin vella? PEDRO: Escribió su padre al mío sobre aqueste casamiento; que no pudo el elemento del mar enfadoso y frío anegar correspondencias de su pasada amistad, pues las que la mocedad funda, vencen las ausencias. Informóse de su estado, que, por ser tan conocido, mil testigos ha tenido, que a las Indias han pasado; de su hacienda, que es copiosa; de la edad, virtud y fama que en Madrid tiene mi dama; supo que era virtüosa como bella, y, en belleza la misma exageración celebrada en opinión, apetecible en riqueza, moza, apacible, discreta, y un sujeto digno, en fin, de tan bello serafín. AGUDO: ¿Pintótela algún poeta? PEDRO: No sino la fuerza mucha de la verdad, que, pasada por agua, es más estimada, porque allá, tarde se escucha. AGUDO: ¿Y lo crees como evidencia? PEDRO: Conozco con claridad en la ausencia la verdad, la lisonja en la presencia. No son los hombres de ahora de tan sanas intenciones, que, en vez de murmuraciones, se hagan lenguas cada hora en alabar excelencias de quien no interesan nada, pues aun de la más honrada, sacan falsas consecuencias. Fama, Agudo, que ha llegado limpia a Méjico, y a prueba de las lenguas, ¡cosa nueva! AGUDO: Y más donde es tan usado el murmurar, que sin ciencia colige toda criatura, "¿Indiano? Luego murmura." Bien vale la consecuencia. PEDRO: Partí a Cuenca desde el Puerto en busca de un tío anciano, rico y de mi padre hermano; había un año que era muerto; y, sin dar me a conocer a deudos impertinentes --que, a título de parientes, salteadores suelen ser de la perseguida plata, más segura de escapar de los peligros del mar, que de un pariente pirata,-- voy a Madrid, donde espero ver si se iguala en mi dama la presencia con la fama. AGUDO: Cenaremos, lo primero, y dormiremos un rato. PEDRO: Cenar sí, mas dormir no. AGUDO: El reloj las doce dió. PEDRO: Ponerme a caballo trato, con el bocado en la boca. ¿Qué tenemos que cenar? AGUDO: Puesto está un conejo a asar, y una perdiz, a quien coca una bota yepesina mezclada con hipocrás, y muerta por darnos paz. PEDRO: ¿No hay más? AGUDO: Hay una gallina fïambre, y medio pernil mercader, que trata en lonjas, --¡y qué tales!--como esponjas de Baco. Hay medio barril de aceitunas vagamundas; que las de oficio se van de Córdoba a cordobán; y si en postres asegundas, en conserva hay piña indiana, y en tres o cuatro pipotes, mameyes, zipizapotes; y si de la castellana gustas, hay melocotón y perada; y al fin saco un tubano de tabacoo para echar la bendición. PEDRO: Mira si hay en la posada algún noble forastero, que, en mi mesa compañero, nos haga menos pesada la cena. AGUDO: Nadie ha venido. PEDRO: Sin compañía, ya sabes que son tasajos las aves para mí. AGUDO: Escucha, rüido de cabalgaduras siento, que entran.
Salen CORNEJO, el HUÉSPED, y GABRIEL hablando desde dentro
CORNEJO: Loado sea Dios, ¿hay posada para dos, seó huésped? HUÉSPED: Y para ciento. GABRIEL: Alto pues; ten de ese estribo.
Salen GABRIEL, CORNEJO y el HUÉSPED
GABRIEL: ¿Qué hora es? AGUDO: Las doce han dado. PEDRO: Seáis, señor, bien llegado. CORNEJO:: Venga un harnero y un cribo, y en ellos paja y cebada. GABRIEL: Dios guarde a vuesa merced. Esa maleta meted donde no nos pongan nada. CORNEJO: Huésped, venga un aposento. PEDRO: En el nuestro puede estar, que luego hemos de picar, y recebiré contento que favorezcáis mi mesa; que, aunque la cena se enfría, aguardaba compañía. GABRIEL: Liberalidad es ésa digna de vuestra presencia. PEDRO: Pon a asar otro conejo y perdiz. GABRIEL: Saca, Cornejo, ese capón.
Vanse CORNEJO, AGUDO y el HUÉSPED
PEDRO: De Valencia, conquista antigua del Cid, vendréis. GABRIEL: Antes determino hacer allá mi camino. PEDRO: ¿Pues salistes de Madrid? GABRIEL: Para serviros. PEDRO: ¿A qué hora? GABRIEL: A las diez. PEDRO: ¡Buen caminar! Traeréis de allá que contar mil nuevas. GABRIEL: Haylas cada hora; pero dejando en secreto sucesos que por mayor no contarlos es mejor, porque a sus dueños respeto, por buenas nuevas os doy que el rey ha convalecido. PEDRO: Gracias a Dios! GABRIEL: Y ha salido a Atocha en público hoy. PEDRO: Habrá la corte con eso vuelto en sí; que me contaban que en ella todos andaban sin color, sin gusto y seso. GABRIEL: Mi palabra os doy, que ha sido la mayor demostración de lealtad y de afición que en historias he leído. No sé yo que se haya hecho sentimiento general, con tal muestra y llanto tal, por ningún rey. PEDRO: Muestra el pecho el reino que a tal rey debe, que en él goza un siglo de oro. Sin conocerle, le adoro. GABRIEL: ¿Queréis más, si es que eso os mueve que todo el tiempo que ha estado en contingencia su vida, hasta la gente perdida dicen que se había olvidado de ejecutar la ganancia de su trato deshonesto? PEDRO: Echó el sentimiento el resto, y conoció la importancia de la vida de tal rey, cuya mansedumbre extraña es causa que goce España su hacienda, su paz, su ley, sin contrastes ni temores. GABRIEL: Cosa estraña, que en veinte años que reina, ni hambres, ni daños, pestes, guerras, ni rigores del cielo hayan afligido este reino! PEDRO: Antes por él mana España leche y miel. De promisión tierra ha sido. GABRIEL: No le viene el nombre mal, pues que en su tiempo ha alcanzado Castilla el haber comprado la hanega de trigo a real, y el dar la cosecha a medias del vino, a quien a ayudar se atreviera a vendimiar. PEDRO: ¿Qué hay,en Madrid de comedias? GABRIEL: Todo lo ha desazonado la salud del rey en duda; no hay quien con gusto a ella acuda. La corte había alborotado con el Asombro Pinedo de la limpia Concepción; y fuera la devoción del nombre, afirmaros puedo que en este género llega a ser la prima. PEDRO: ¿Y de quién? GABRIEL: De Lope; que no están bien tales musas sin tal Vega. PEDRO: Por mi opinión argüís.
Sale CORNEJO
CORNEJO: Si es que habemos de picar, ¿qué aguardas? Alto, a cenar. GABRIEL: ¿De dónde, señor, venís? PEDRO: De Cuenca inmediatamente, y de las Indias después. GABRIEL: ¿Mucha plata? PEDRO: El interés, como siempre está en creciente, todo lo juzga menguante. Venid; que, mientras cenemos, muchas cosas trataremos. GABRIEL: Id, que yo os sigo al instante.
Vase Don PEDRO
GABRIEL: ¿Adónde, Cornejo, has puesto nuestro hato? CORNEJO: En esta sala donde cenáis, que no es mala, pues éstos se van tan presto. Junto a su maleta está la nuestra. GABRIEL: Ya te he advertido que no digas que he venido de Valencia... CORNEJO: Acaba ya. GABRIEL: Ni que don Gabriel me llamo de Herrera. CORNEJO: Pues que yo dejo el Beltrán por el Cornejo, no diré el nombre de mi amo. GABRIEL: Don Pedro soy de Mendoza, Cornejo, de aquí adelante. CORNEJO: ¡Cuál estará la Violante! GABRIEL: Anda ahora. CORNEJO: ¡Pobre moza!
Vanse. Sale doña VIOLANTE, de labradora AGUADO, criado
VIOLANTE: No hallo disfraz mejor para remediar mi ultraje, Aguado, que el labrador. AGUADO: Y estáte tan bien el traje, que por ti lo será amor. VIOLANTe: Si mi don Pedro tirano, como sospecho, ha venido a la corte, y como es llano, viendo su honor ofendido, ha de seguirle mi hermano, ¿cómo podré andar segura entre los dos, sino ansí? AGUADO: ¿Qué es, pues, lo que hacer procura tu ingenio? VIOLANTE: Mudar en mí con el traje la ventura. Buscar el alma robada que se va tras el honor; dar, ya que estoy deshonrada, diligencias a mi amor, o a mis agravios espada. En Madrid hay tribunales para todos, y también han de hallarle en él mis males; a extranjeros trata bien, si mal a sus naturales. Yo espero en Dios que ha de ser madre Madrid de mi honor. AGUADO: Industriosa es la mujer, el amor, enredador, y los dos sabréis hacer engaños con que salir de don Pedro vencedores. ¿Ámasle? VIOLANTE: Como el vivir. AGUADO: Árbol que ha dado las flores, nunca supo resistir el fruto a quien las cogió. VIOLANTE: Como él en Madrid esté, de mi ingenio espero yo que fin dichoso me dé, si mal principio me dió. AGUADO: El que hoy habemos tenido, no le promete muy malo, pues al fin te ha recibido el labrador, que señalo por dueño tuyo. VIOLANTE: Hemos sido dichosos en eso. En fin, soy villana de Vallecas. AGUADO: Por el sayuelo y botín el oro y la seda truecas de la ropa y faldellín. Lindamente le engañé. VIOLANTE: No oí lo que le dijiste; que de industria me aparté. AGUADO: Discreta en todo anduviste. Díjele que te saqué, siendo un hombre principal y mayorazgo de Ocaña, de tu casa y natural, porque tu hermosura extraña, ennobleciendo el sayal que de tu sangre heredaste, me obligó a que te ofreciese el sí de esposo, y que al traste con obligaciones diese que a mi nobleza usurpaste; y mis padres y parientes, contradiciendo mi amor, coléricos e impacientes que la hija de un labrador agravie a sus descendientes, procuraban darte muerte; y yo, como quien te adora, te truje aquí de la suerte que se vio; y pretendo agora de su furor esconderte. Que te reciba en su casa, como que a servirle has ido, mientras este rigor pasa; y, siendo yo tu marido, venzamos la suerte escasa. Hele dado unos escudos, y ofertas para después, que, debajo de cien nudos, la cárcel del interés los tiene presos y mudos. En fin, el buen Blas Serrano dice que, con el secreto que pide el caso, está llano por mí a tenerte respeto; mas porque el vulgo villano no malicie esta quimera, que le sirves fingirás, tal vez siendo lavandera, y tal, si a la corte vas, trasformada en panadera. VIOLANTE: Todo eso viene a medida de lo que yo he menester. ¡En fin, mudando de vida, en Madrid he de vender pan! AGUADO: Si tu amor a él convida, no se le darás a secas, pues con tu vista a quien te ama come gustos que en sí truecas. VIOLANTE: ¡A fe que ha de dejar fama la villana de Vallecas! Pero tú, ¿dónde has de estar? Que en Madrid es peligroso, si en él te viniese a hallar mi hermano. AGUADO: El que es cuidadoso, se sabe en Madrid guardar; pero en Alcalá de Henares, sin ese miedo estaré. VIOLANTE: Con todo, es bien repares, no pase por él. AGUADO: Sí haré. VIOLANTE: Y, cuando a verme llegares, sea sin que nota des a esta gente maliciosa. AGUADO: Entre tanto que aquí estés, cada semana es forzosa tu vista tres veces. VIOLANTE: ¿Tres? AGUADO: Y aun es poco. Pero aguarda. ¿Qué gente es ésta? VIOLANTE: No sé. Cualquier sombra me acobarda. ¿Que es mi hermano? AGUADO: No hay de qué temer; que el sayal te guarda.
Salen PEDRO y AGUDO
PEDRO: ¡Que no te dé mil estocadas, perro, traidor! ¡Que no te quite yo la vida! AGUDO: ¡Déme favor, hidalgo! PEDRO: Será yerro que ninguno por ti perdón me pida. AGUDO: Las maletas troqué, señor, por yerro; era de noche, y mucha la bebida. Madrugaras tú menos. PEDRO: ¿Qué esto escucho? ¡Vive Dios! AGUADO: Deteneos. AGUDO: Pues, ¿fué mucho...? PEDRO: Quitaos delante, bella labradora. Caballero, dejadme que le corte las piernas. AGUDO: ¡Válgame nuestra Señora de Atocha! VIOLANTE: Vuestro enojo se reporte. PEDRO: ¿Qué tengo yo de hacer, bárbaro, agora? ¿Con qué despachos entraré en la corte? ¿Cómo creerá don Juan que estoy don Pedro? AGUDO: ¡Bien por servirte desde niño medro! VIOLANTE: ¿No sabremos la culpa que ha tenido este pobre crïado? PEDRO: A Dios plugiera que nunca yo le hubiera conocido, o que al tomar la barra se muriera. ¿A quién tal desventura ha sucedido? Cuando en Madrid mi serafín me espera para darme de esposa el sí y la mano, ¿con qué testigos me creerá su hermano? ¿Cómo podré afirmar que de don Diego de Mendoza soy hijo, y que ha pasado mil leguas de agua el amoroso fuego, que desde Arganda aquí lloro apagado? Los despachos, las joyas, con el pliego en que mi amor venía confïado del virrey y mi padre, por ti pierdo; pues no te doy la muerte, no soy cuerdo. Torna tras ese hombre, traidor; anda. Sube en mi macho; alcánzale, si puedes. AGUDO: El mozo fué tras él; la furia ablanda. No hayas temor que sin maleta quedes. A las dos se acostó el otro en Arganda, y, entre cortinas que enmarañan redes, dormideras de Yepes y lo asado, le mandarán volverse al otro lado. Ésta es la hora que, deshecho el trueco, vuelve en mi mula aquí, donde le dije que le aguardabas. Lo que a escuras peco, perdona al sol, o nuevo mozo elige. Si te ofendiera yo, el cerebro seco, y el vino y sueño que a un monarca aflige no humedecieran mis sentidos y ojos, tuvieran causa justa tus enojos. VIOLANTE: Si bastan a obligáros, caballeros, ruegos de una mujer y de un hidalgo, y aquí por fuerza habéis de deteneros, porque ocupéis aqueste tiempo en algo, contadnos la ocasión de entristeceros. PEDRO: ¿Cómo podré, cuando de seso salgo? Mas siempre, o perdidoso o ofendido, uso ser con mujeres comedido. Crïollo soy de Méjico, que es nombre que dan las Indias al que en ellas nace; a su virrey serví de gentilhombre, que a bien nacidos honra y satisface; la hacienda heredo a un padre y el renombre de quien España tanto caudal hace por los linajes que en sus reinos goza, y llámome don Pedro de Mendoza. VIOLANTE: (¡Ay cielos! Éste ¿no es el apellido Aparte del ingrato que busco disfrazada?) PEDRO: Mi padre, desde España persuadido por un amigo que en la edad pasada tuvo en Madrid y no borró el olvido, siendo estafetas una y otra armada, de una hija que tiene, determina hacerMe esposo, en nombre Serafina. Tres meses ha que en un navío de aviso le escribió que en la flota venidera me embarcaría, y, para aviarme quiso que en barras treinta mil pesos trujera; mas como el mar sepulta de improviso toda una armada, si se enoja, entera, no se atrevió a fïar tanto tesoro de este Midas que traga plata y oro. Así en correspondientes de Sevilla y de la corte cédulas librando, de Sanlúcar pisé la antigua orilla, barras su barra célebre surcando. No quisieron deseos de Castilla detenerse en Sevilla registrando de su contratación tantos haberes, no hablar sus codiciosos mercaderes; antes, por ver que entonces ocupados andaban en registros y cobranzas, para otro tiempo dilaté cuidados, trayéndome conmigo las libranzas. Con dos mulas en fin y tres crïados, cargado de papeles y esperanzas llegué de Cuenca a la famosa sierra, antigua patria de mi padre y tierra. Tenía en ella un tío que hallé muerto, y, sin hablar a deudos codiciosos, guié a la corte, que es general puerto del mundo, con bajíos peligrosos; y anoche, cuando ya juzgué por cierto el fin de mis viajes enfadosos, como mi amor prosigue en su demanda por ser de noche, me quedé en Arganda. Aguardaba mi cena a un compañero conversable; que a solas nunca trato dar al cuerpo sustento; que es grosero cualquier manjar sin el discreto trato. A la conversación llamó salero del alma un sabio; y como cualquier plato sin sal jamás está bien sazonado, la mesa así también sin convidado. Mi deseo cumplió--que no debiera-- un forastero que tomó posada en mi propio mesón. ¡Nunca a él viniera! Recebíle cortés, y, aderezada la cena, convidéle a que subiera a mi aposento, y porque mi jornada a la corte sería de allí a un rato, mandé al mozo que en él pusiese su hato. Juntamos cenas, supe su camino, tratamos varias cosas en la mesa, y el fin apenas con el postre vino, cuando, dándome amor y el tiempo priesa, mandé ensillar; y el sueño o desatino de éste, que de mi dicha y bien le pesa, trocando las maletas y cojines, a dichosos principios dió estos fines. En conclusión, dejándose la mía en la posada, la del forastero me puso en el arzón. Descubrió el día aqueste engaño, y no será el postrero. ¡Considerad vosotros lo que haría quien, fuera de las joyas y dinero, que deben de valer cinco mil pesos, pierde cartas, libranzas y procesos! De veinte mil ducados, y más, pasa la cantidad que en cédulas me lleva; mirad sin ella, cuando amor me abrasa, cómo es posible que en Madrid me atreva a pretender esposa, ni en su casa ose entrar, si me faltan para prueba de que don Pedro soy cartas de abono. ¡Que la vida, villano, te perdono! VIOLANTE: Prométoos que es desgracia nunca oída Mas, supuesto que el mozo fué por ella, antes que el otro empiece su partida, el trueco deshará, y no habrá querella. AGUDO: La oscuridad, y el ser tan parecida con la del otro, me obligó a ponella, por darme prisa tú, sobre tu macho. PEDRO: Mejor dijeras por estar borracho.
Sale MATEO, mozo de mulas, con un cojín
MATEO: ¡Válgate el diablo por hombre! Por arte de encantamento debió de llevarle el viento sin dejar rastro ni nombre. PEDRO: ¿Qué hay, Mateo? MATEO: Par Dios, nada. PEDRO: ¿No parece? MATEO: No, señor. PEDRO: ¿Qué dices de esto, traidor? MATEO Cuando llegué a la posada, ya él estaba en cas de Judas. Ni aun memoria de él no hallo. Al instante que a caballo te pusiste, apenas mudas el paso, cuando picó, y, sin saberse por donde. 0 es demonio que se esconde, o la tierra le sorbió. PEDRO: A Valencia dijo que iba. Pues debióte de mentir; que un pastor le vió salir, y, en vez de echar hacia arriba, tomando a la mano izquierda, dijo que fué hacia Alcalá. Seguíle; mas nadie da señas de él. PEDRO: ¡Que por ti pierda mi hacienda, infame, y mi ser! MATEO: Como ninguno me daba serías de cuantos topaba, tuve por mejor volver acá, que, siendo virote perderme también. PEDRO: ¡Yo he sido ....................[ -ido] harto dichoso! MATEO: Engañóte. VIOLANTE: (Su pérdida cada cual Aparte siente, vengativo amor; yo lloro la de mi honor, y éste la de su caudal.) MATEO: Mira qué habremos de hacer de este cojín y maleta. PEDRO: ¡Abrasarlos! MATEO: No es discreta sentencia, a mi parecer, la que das. PEDRO: ¿Qué he de hacer, pues? MATEO: Mejor será que la abremos, y, por lo que trae, sepamos dónde camina o quién es este demonio escondido; que quizá en ella vendrán prendas que pregón serán echado tras el perdido. El candado tengo roto.
Ábrele
¿Sacaré? PEDRO: Haz lo que quisieres. MATEO: Papeles hay. Si lo vieres, por ellos, como piloto, haremos nuestro camino.
Va sacando
Un retrato, ¡vive el cielo!, he topado. PEDRO: Buen consuelo! MATEO: Y a fe que el rostro es divino de la dama! PEDRO: Arrojalé con la maldición. VIOLANTE: ¿Al suelo echa la imagen?
Alza doña VIOLANTE el retrato, y conócele. Hablan AGUADA y doña VIOLANTE aparte
¡Ay cielo! ¿Qué he visto? AGUADO: Paso. VIOLANTE: ¡Ay, Aguado! mi retrato. AGUADO: ¡Válgame Dios! Ya concluyo que es don Pedro el dueño suyo; pero impórtate el recato. Disimula, que ya creo que en Madrid tu esposo está.
Doña VIOLANTE habla disimulando
VIOLANTE: La Magdalena será; que así en la igreja la veo con su copete y gorguera; el bote sólo le marra AGUADO: ¿Pues bésasla? VIOLANTE: Está bizarra. Pondréla a mi cabecera. MATEO: Un legajo de papeles es éste. PEDRO: Desatalós. AGUDO Versos son éstos, por Dios. PEDRO: ¿Hay sucesos más crüeles? ¡Para quien mi rabia ve, es bien que versos me cante!
Lee
AGUDO: "Soneto a Doña Violante, la noche que la gocé." AGUADO: No se descuidó el poeta. VIOLANTE: Si la pobre está gozada, no es Violante, mas violada. Echadme acá esa soneta, pondréla por rocadero, y enseñarémosla a hilar; mas no, que, siendo cantar, mejor es para el pandero.
Leyendo otro papel
AGUDO: "Memoria de cien ducados que he de pagar en Madrid a Andrés de Valladolid, por otros tantos prestados aquí en Amberes." MATEO: ¡Por Dios que son buenas hipotecas de las maletas que truecas! PEDRO: Como haya otras tres, o dos de estas ditas ¡bien desquito veinte mil y más ducados! MATEO: Éstos son pliegos cerrados. PEDRO: Mira pues el sobrescrito. AGUDO: Éste dice, "Al presidente de Italia;" y éste, "Al Marqués de San German;" éste es "A Mosén Romen, regente del consejo de Aragón." PEDRO: A Madrid va, según esto, el que en tal trance me ha puesto. MATEO ¿Quién duda? PEDRO: ¿Por qué ocasión me dijo que iba a Valencia? AGUDO: Quizá por entrar secreto; que hay mil lances, en efeto, en que importa la prudencia. PEDRO: Él, según lo que parece, viene a España desde Flandes, y trae pretensiones grandes; o, como a otros acaece, algo allá le ha sucedido; tuvo al peligro temor, buscó cartas de favor, y a la corte viene hüido. AGUDO: La Violante del soneto debe de ser la ocasión de que huya. PEDRO: Tenéis razón; por eso vendrá secreto. No he perdido la esperanza, supuesto que a Madrid va, de encontrar con él allá. VIOLANTE: (Ni mi amor de su venganza.) Aparte PEDRO: Abre alguna de esas cartas, supuesto que traen cubierta, tendremos noticia cierta de su nombre, pues hay hartas. AGUDO: Dios te la depare buena. Abre un pliego, y léele. Ésta del Regente abrí. PEDRO: ¿Cómo dice? AGUDO: Dice así... MATEO: ¡Válgate el diablo por cena!
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AGUDO: "El capitán Don Gabriel de Herrera, en diez años que ha que sirve a su Majestad en Flandes, ha sido mi camarada y amigo; sus hazañas y servicios son muchos, como mostrarán los papeles que lleva. Sucedióle, sobre palabras que en el cuerpo de guardia tuvo con un capitán tudesco, darle de estocadas; por ser el delito en tal lugar y con tal persona, le es forzoso huir al amparo de V.S., en quien, así para aumento de sus pretensiones, como el perdón de Majestad, tengo esperanzas hallará por mi respeto todo amparo. --Guarde Dios a V.S. con la prosperidad que los interesados hemos menester. --Amberes marzo 25, 1620. Su sobrino de V.S., el maese de campo, Don Martín Romen." ¡Miren si lo dije yo! PEDRO: Él mostraba en su persona el valor con que le abona la carta, aunque me mintió en el viaje que hacía. AGUDO: Su peligro considera. PEDRO: En fin, don Gabriel de Herrera se llama. VIOLANTE: (Desdicha mía, Aparte ¿qué escucháis? El que destroza ingrato mi honor y fama, aquí don Gabriel se llama, y don Pedro de Mendoza allá. Si los nombres truecas, traidor, vengará constante quejas de doña Violante la villana de Vallecas.) PEDRO: ¿Qué tiene más la maleta? MATEO: Ropa blanca es la que hay, toda de holanda y cambray, con puntas y cadeneta; ligas y media de seda hay de colores diversos, guantes, y prosas y versos; de papeles, sólo queda un librillo de memoria aquí dentro. PEDRO: Sacalé; que mejor por él sabré sucesos de aquesta historia; y, sin detenernos más, a caballo nos pongamos; que, si en Madrid le buscamos, no se esconderá. AGUDO: Podrás, para encontralle más presto, ir a casa del Regente, del Marqués y el Presidente. PEDRO: Pon bien eso. MATEO: Ya lo he puesto. PEDRO: Ya voy consolado en algo. AGUADO: También lo vamos los dos. PEDRO: Labradora hermosa, adiós. Daca el macho. --Adiós, hidalgo.
Vanse los tres
VIOLANTE: ¿Qué juzgas de aquesto, Aguado? ¿Qué te parece? AGUADO: No sé, señora, si afirmaré que es de veras o soñado; sólo digo que has tenido en algún modo ventura, pues lo visto te asegura quién es el que te ha ofendido, y que está en la corte. VIOLANTE: ¡Ay cielos! ¿Don Gabriel de Herrera es el que ha postrado a sus pies mi honor? ¿El que a mis desvelos da tanta causa? ¿El que en Flandes, dando muerte a un capitán, mató mi honor? AGUADO: Cerca están de Madrid las torres grandes y casas, pues que no dista más de una legua de aquí. Yendo disfrazada así, gozarás presto su vista, mientras que Madrid te goza en traje de panadera. VIOLANTE: ¿Que en fin don Gabriel de Herrera es don Pedro de Mendoza? AGUADO: Mudan desgracias los nombres; cuando sus peligros dudan. VIOLANTE: Mejor dirás que se mudan las palabras de los hombres. AGUADO: Acá sale nuestro viejo, o, por mejor decir, tu amo. ¿En fin, tu esposo me llamo? VIOLANTE: Sí. AGUADO: ¿Y el nombre? VIOLANTE: Don Alejo.
Sale BLAS Serrano, labrador viejo
BLAS: Pues, Teresa, ¿no es ya hora de her algo en casa? ¿Hasta cuándo los dos heis de estar parlando? La malicia labradora, si muchas veces os ve que con él os arrulláis, levantarnos que rabiáis. AGUADO: Presto, Blas, me partiré. Si es que bien habéis querido, no espanten dilaciones. BLAS: Ya yo sé lo que en razones gasta el Amor que es cumplido. También me dió su picón Amor en la edad pasada, y, muerto por su ensalada, me cupo mi sopetón. No me espanta nada de eso, que por todo el hombre pasa; pero tengo un hijo en casa que a Madrid hué a vender yeso, y, desde que vió a Teresa, con ser desde anoche acá, emberrinchándose va, y que os halle aquí me pesa; que anda el diabro revestido en él. AGUADO: ¿Luego no está aquí segura mi esposa? BLAS: Sí. VIOLANTE: Yo me guardaré, marido. BLAS: Pues ella, señor, se guarda, nadie la podrá ofender; que no es buena la mujer que sufre por fuerza albarda. Ríome yo de que digan que ha habido mujer forzada desde Elena, la robada. AGUADO: A mil las leyes castigan cada día. BLAS: Es papasal. Créalo quien lo creyere. Par Dios, que, si uno no quiere, que dos que barajan mal. La reina doña Isabel dejó este ejempro probado con la del puño cerrado, y yo, señor, me atengo a él. AGUADO: (No ha estado el discurso malo.) Aparte BLAS: Digo, pues, que importa poco que Antón por vos esté loco; pues, con darle con un palo, si vos no queréis, Teresa, poco daño os hará en casa; que el panadero no amasa, cuando no quiere el artesa. AGUADO: Ahora bien, Blas, yo me parto; mi Teresa os encomiendo. Dinero os iré trayendo cada día. BLAS: Acá deja harto; pero no se le dé nada; que sarnosos y avarientos nunca diz que están contentos. AGUADO: Adiós pues, esposa amada; Blas Serrano, adiós. BLAS: Adiós.
Vase AGUADO
BLAS: ¿Qué habemos de hacer agora? VIOLANTE: Si hay pan cocido, a buen hora iré a Madrid. BLAS: ¿Sabéis vos venderlo? VIOLANTE: ¿Pues soy yo zurda? BLAS: Los cortesanos, si os ven, temo que fayanca os den. VIOLANTE: No haya miedo que me aturda. Con un palo y con un arre, y un jo que te estriego, suelo dar con un hombre en el suelo. BLAS: ¡El dimuño que os agarre! El pan de Vallecas es por branco y bien sazonado, en Madrid más estimado. VIOLANTE: Si es que vais al interés, decidme cómo es la tasa, y dejadme el cargo a mí. BLAS: A veintidós vale. VIOLANTE: ¡Ah, sí! Y si de eso el precio pasa, y os traigo a real, ¿qué diréis? BLAS: Que Teresa es mi ventura; pero si pan y hermosura, Teresa, en Madrid vendéis, como no es el pan a secas, no hay precio, ni aun para porte. VIOLANTE: Yo haré que admire a la corte la villana de Vallecas.

FIN DEL PRIMER ACTO

La villana de Vallecas, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 25 Jun 2002