EL VERGONZOSO EN PALACIO

Tirso de Molina (Gabriel Téllez)

El texto presentado aquí se basa en el de los CIGARRALES DE TOLEDO COMPUESTOS POR EL MAESTRO TIRSO DE MOLINA... (Madrid: Viuda de Luis Sánchez, 1630). Aparentamente la comedia fue escrita por Tirso de Molina para ser presentada alrededor del año 1615, y luego fue reeditada e metida dentro del texto de su gran miscelánea. Así que este texto es el destinado a un público lector, no el texto original preparado para el teatro. Esta edición fue preparada por Vern G. Williamsen en el año 1996 para ser incluída aquí.


Personas que hablan en ella:  

ACTO PRIMERO

Salen el DUQUE de Avero, viejo, y el CONDE de Estremoz, de caza
DUQUE: De industria a esta espesura retirado vengo de mis monteros, que siguiendo un jabalí ligero, nos han dado el lugar que pedís; aunque no entiendo con qué intención, confuso y alterado. Cuando en mis bosques festejar pretendo vuestra venida, conde don Duarte, ¿dejáis la caza por hablarme aparte? CONDE: Basta el disimular, sacá el acero que, ya olvidado, os comparaba a Numa; que el que desnudo veis, duque de Avero, os dará la respuesta en breve suma. De lengua al agraviado caballero ha de servir la espada, no la pluma que muda dice a voces vuestra mengua.
Echan mano
DUQUE: Lengua es la espada, pues parece lengua; y pues con ella estáis, y así os provoca a dar quejas de mí, puesto que en vano, refrenando las lenguas de la boca, hablen solas las lenguas de la mano si la ocasión que os doy, que será poca para ese enojo poco cortesano, a que primero la digáis no os mueve; pues mi valor ningún agravio os debe. CONDE: ¡Bueno es que así disimuléis los daños que contra vos el cielo manifiesta! DUQUE: ¿Qué daños, conde? CONDE: Si en los largos años de vuestra edad prolija, agora apresta, duque de Avero, excusas, no hay engaños que puedan convencerme. La respuesta que me pedís, ese papel la afirma con vuestro sello, vuestra letra y firma.
Arrójale
Tomalde, pues es vuestro; que el crïado que sobornastes para darme muerte es, en lealtad, de bronce, y no ha bastado vuestro interés contra su muro fuerte. Por escrito mandastes que en mi estado me quitase la vida y, de esta suerte, no os espantéis que diga y lo presuma que en vez de espada, ejercitáis la pluma. DUQUE: ¿Yo mandaros matar? CONDE: Aqueste sello, ¿no es vuestro? DUQUE: Sí. CONDE: ¿Podéis negar tan poco aquesa firma? Ved si me querello con justa causa. DUQUE: ¿Estoy despierto o loco? CONDE: Leed ese papel; que con leello veréis cuán justamente me provoco a tomar la venganza por mis manos. DUQUE: ¿Qué enredo es éste, cielos soberanos?
Lee el DUQUE la carta
"Para satisfacción de algunos agravios, que con la muerte del conde Estremoz se pueden remediar, no hallo otro medio mejor que la confianza que en vos tengo puesta; y para que salga verdadera, me importa, pues sois su camarero, seáis también el ejecutor de mi venganza; cumplilda, y veníos a mi estado; que en él estaréis seguro, y con el premio que merece el peligro a que os ponéis por mi causa. Sírvaos esta carta de creencia, y dádsela a quien os la lleva, advirtiendo lo que importa la brevedad y el secreto. De mi villa de Avero, a de marzo de años. El Duque." CONDE: No sé qué injuria os haya jamás hecho la casa de Estremoz, de quien soy conde, para degenerar del noble pecho que a vuestra antigua sangre corresponde. DUQUE: Si no es que algún traidor ha contrahecho mi firma y sello, falso, en quien se esconde algún secreto enojo, con que intenta con vuestra muerte mi perpetua afrenta, ¡vive el cielo que sabe mi inocencia y conoce el autor de este delito, que jamás en ausencia o en presencia, por obra, por palabra, o por escrito, procuré vuestro daño! A la experiencia, si queréis aguardarla, me remito; que, con su ayuda, en esta misma tarde tengo de descubrir su autor cobarde. Confieso, la razón que habéis tenido; y hasta dejaros, conde, satisfecho, que suspendáis el justo enojo os pido, y soseguéis el alterado pecho. CONDE: Yo soy contento, duque; persuadido me dejáis algún tanto. DUQUE: (Yo sospecho Aparte quién ha sido el autor de aqueste insulto que con mi firma y sella viene oculto; pero antes de que dé fin hoy a la caza, descubriré quién fueron los traidores.)
Salen don CAZADORES
CAZADOR 1: ¡Famoso jabalí! CAZADOR 2: Dímosle caza y, a pesar de los perros corredores, hicieron sus colmillos ancha plaza, y escapóse. DUQUE: Estos son mis cazadores. ¡Amigos! CAZADOR 1: ¡Oh, señor! DUQUE: No habréis dejado a vida jabalí, corzo y venado. ¿Hay mucha presa? CAZADOR 2: Habrá la suficiente para que tus acémilas no tornen vacías. DUQUE: ¿Qué se ha muerto? CAZADOR 2: Más de veinte coronados venados, porque adornen las puertas de palacio con su frente y, porque en ellos, cuando a Avero tornen, originales, vean sus traslados, quien [en] figuras de hombres son venados; tres jabalíes y un oso temerario, sin la caza menor, porque ésta espanta. DUQUE: Mátase en este bosque de ordinario gran suma de ella. CAZADOR 1: No hay mata ni planta que no la críe.
Sale FIGUEREDO
FIGUEREDO: ¡Oh, falso secretario! DUQUE: ¿Qué es esto? ¿Dónde vas con priesa tanta? FIGUEREDO: ¡Gracias a Dios, señor, que hallarte puedo! DUQUE: ¿Qué alboroto es aqueste, Figueredo? FIGUEREDO: Una traición habemos descubierto que, por tu secretario aleve urdida, al conde de Estremoz hubiera muerto si llegara la noche. CONDE: ¿A mí? FIGUEREDO: La vida me debéis, conde. CONDE: (Ya la causa advierto Aparte de su enojo y venganza mal cumplida. Engañé la hermosura de Leonela, su hermana, y, alcanzada, despreciéla.) DUQUE: ¡Gracias al cielo, que por la justicia del inocente vuelve! ¿Y de qué suerte se supo la traición de su malicia? FIGUEREDO: Llamó en secreto un mozo pobre y fuerte y, como puede tanto la codicia, prometióle, si al conde daba muerte, enriquecerle; y para asegurarle dijo que tú, señor, hacías matarle. Pudo el vil interés manchar su fama. Aquesta noche prometió, en efeto, cumplillo; mas amaba, que es quien ama pródigo de su hacienda y su secreto. Dicen que suele ser potro la cama donde hace confesar al más discreto una mujer que da a la lengua y boca tormento, no de cuerda, mas de toca. Declaróla el concierto que había hecho, y encargóla el secreto; mas como era el huésped grande, el aposento estrecho, tuvo dolores hasta echalle fuera. Concibió por la oreja; parió el pecho por la boca, y fue el parto de manera que, cuando el sol doraba el mediodía, ya toda Avero la traición sabía. Prendió al parlero mozo la justicia, y Ruy Lorenzo huyó con un crïado, cómplice en las traiciones y malicia que el delincuente preso ha confesado. De esto te vengo a dar, señor, noticia. DUQUE: ¿Veis, conde, cómo el cielo ha averiguado todo el caso y mi honra satisfizo? Ruy Lorenzo mi firma contrahizo. Averiguar primero las verdades, conde, que despeñarse, fue prudencia de sabias y discretas calidades. CONDE: No sé qué le responda a vueselencia. Sólo que, de un ministro, en falsedades diestro, pudo causar a mi impaciencia el engaño que agora siento en suma; mas, ¿qué no engañará una falsa pluma? DUQUE: Yo miraré desde hoy a quien recibo por secretario. CONDE: Si el fïar secretos importa tanto, ya yo me apercibo a elegir más leales que discretos. DUQUE: Milagro, conde, fue dejaros vivo. CONDE: La traición ocasiona estos efetos. [Huyó] la deslealtad y la luz pura de la verdad, señor, quedó segura. ¡Válgame el cielo! ¡Qué dichoso he sido! DUQUE: Para un traidor que en esto se desvela, todo es poco. CONDE: Perdón humilde os pido. DUQUE: A cualquiera engañara su cautela. Disculpado estáis, conde. CONDE: (Aquesto ha urdido Aparte la mujeril venganza de Leonela; pero importa que el duque esté ignorante de la ocasión que tuvo, aunque bastante.) DUQUE: Pésame que el autor de aqueste exceso huyese. Pero vamos; que buscalle haré de suerte que, al que muerto o preso le trujere, prometo de entregalle la hacienda que dejó. CAZADOR 2: Si ofreces eso no hará quien no le siga. DUQUE: Verá dalle todo este reino un ejemplar castigo. CONDE: La vida os debo. Pagaréla, amigo.
Vanse. Salen TARSO y MELISA, pastores
MELISA: ¿Así me dejas, traidor? TARSO: Melisa, domá otros potros; que ya no me hace quillotros en el alma vueso amor. Con la ausencia de medio año que ya que ni os busco ni os veo curó el tiempo mi deseo, la enfermedad de un engaño. Dándole a mis celos dieta, estoy bueno, poco a poco; ya, Melisa, no so loco porque ya no so poeta. ¡Las copras que a cada paso os hice! ¡Huego de Dios en ellas, en mí y en vos! ¡Si de subir al Parnaso por sus musas de alquiler me he quedado despeado! ¡Qué de nombre que os he dado: luna, estrella, locifer...! ¿Qué tenéis bueno, Melisa, que no alabase mi canto? Copras os compuse al llanto, copras os hice a la risa, copras al dulce mirar, al suspirar, al toser, al callar, al responder, al asentarse, al andar, al branco color, al prieto, a vuesos desdenes locos, al escopir y a los mocos pienso que os hice un soneto. Ya me salí del garlito do me cogistes, par Dios; que no se me da por vos, ni por vueso amor, un pito. MELISA: ¡Ay Tarso, Tarso, en efeto hombre, que es decir olvido! ¿Que una ausencia haya podido hacer perderme el respeto a mí, Tarso? TARSO: ¡A vos y a Judas! Sois mudable. ¿Qué queréis, si en señal de eso os ponéis en la cara tantas mudas? MELISA: Así, mis prendas me torna, mis cintas y mis cabellos. TARSO: ¿Luego pensáis que con ellos mi pecho o zurrón se adorna? ¡Qué boba! Que a estar yo ciego trujera conmigo el daño. Ya, Melisa, habrá medio año que con todo di en el huego. Cabellos que fueron lazos de mi esperanza crüeles, listones, rosas, papeles, baratijas y embarazos, todo el huego lo deshizo porque hechizó mi sosiego; pues suele echarse en el huego porque no empezca, el hechizo. Hasta el zurrón di a la brasa do guardé mis desatinos; que por quemar los vecinos se pega huego a la casa.
Llora [MELISA]
MELISA: ¿Esto he de sufrir? ¡Ay, cielo! TARSO: Aunque lloréis un diluvio; tenéis el cabello rubio. No hay que fïar de ese pelo. Ya os conozco, que sois fina. ¡Pues no me habéis de engañar, par Dios, aunque os vea llorar los tuétanos y la orina! MELISA: ¡Traidor! TARSO: ¡Verá la embinción! Enjugad los arcaduces; que hacéis el llanto a dos luces como candil de mesón. MELISA: Yo me vengaré, crüel. TARSO: ¿Cómo? MELISA: Casándome, ingrato. TARSO: Eso es tomar el zapato y daros luego con él. MELISA: Vete de aquí. TARSO: Que me place. MELISA: ¿Que de vas de esa manera? TARSO: ¿No lo veis? Andando. MELISA: Espera. ¿Mas que sé de dónde nace tu desamor? TARSO: ¿Mas que no? MELISA: Celillos son de Mireno. TARSO: ¿Yo celillos? ¡Oh, qué bueno! Ya ese tiempo se acabó. Mireno, el hijo de Lauro, a quien sirvo, y cuyo pan como, es discreto y galán, y como tal le restauro vuestro amor; mas yo le miro tan libre, que en la ribera no hallaréis quien se prefiera a hacelle dar un sospiro. Trújole su padre aquí pequeño, y bien sabéis vos que murmuran más de dos, aunque vive y anda así, que debajo del sayal que le sirve de corteza se encubre alguna nobleza con que se honra Portugal. No hay pastor en todo el Miño que no le quiera y respete, ni libertad que no inquiete como a vos; mas ved qué aliño, si la muerte hacelle quiso tan desdeñoso y crüel, que hay dos mil Ecos por él de quien es sordo Narciso. Como os veis de él despreciada, agora os venís acá; mas no entraréis porque está el alma a puerta cerrada. MELISA: En fin, ¿no me quieres? TARSO: No. MELISA: Pues, para ésta, de un ingrato, que yo castigue tu trato. TARSO: ¿Castigarme a mí vos? MELISA: ¡Yo! Presto verás, fementido, si te doy más de un cuidado; que nunca el hombre rogado ama como aborrecido. TARSO: ¡Bueno! MELISA: Verás lo que pasa. Celos te dará un pastor; que, cuando se pierde amor, ellos le vuelven a casa.
Vase [MELISA]
TARSO: ¿Sí? Andad. Échome a temer alguna burla, aunque hablo; que no tendrá miedo al diablo quien no teme a una mujer.
Sale MIRENO, pastor
MIRENO: ¿Es Tarso? TARSO: ¡Oh, Mireno! Soy tu amigo fiel, si este nombre merece tener un hombre que te sirve. MIRENO: Todo hoy te ando a buscar. TARSO: Melisa me ha detenido aquí una hora; y cuanto más por mí llora, más me muero yo de risa. Pero, ¿qué hay de nuevo? MIRENO: Amigo, la mucha satisfacción que tengo de tu afición me obliga a tratar contigo lo que, a no quererte tanto, ejecutará sin ti. TARSO: De ver que me hables así por ser tan nuevo, me espanto. Contigo, desde pequeño, me crïó Lauro, y aunque, según mi edad, ya podré gobernar casa y ser dueño, quiero más, por el amor que ha tanto que te he cobrado, ser en tu casa crïado que en la mía ser señor. MIRENO: En fe de haber descubierto mi experiencia que es así y hallar, Tarso, ingenio en ti, puesto que humilde, despierto, pretendo en tu compañía probar si, hasta donde alcanza la barra de mi esperanza, llega la ventura mía. Mucho ha que me tiene triste mi altiva imaginación cuya soberbia ambición no sé en qué estriba o consiste. Considero algunos ratos que los cielos, que pudieron hacerme noble y me hicieron un pastor, fueron ingratos; y que, pues con tal bajeza me acobardo y avergüenzo, puedo poco, pues no venzo mi misma naturaleza. Tanto el pensamiento cava en esto, que ha habido vez que, afrentando la vejez de Lauro, mi padre, estaba por dudar si doy su hijo o si me hurtó a algún señor; aunque de su mucho amor mi necio engaño colijo. Mil veces, estando a solas, le he preguntado si acaso el mundo, que a cada paso honras anega en sus olas, le sublimó a su alto asiento y derribó del lugar que intenta otra vez cobrar me atrevido pensamiento; porque el ser advenedizo aquí anima mi opinión, y su mucha discreción dice claro que es postizo su grosero oficio y traje, por más que en él se reporte, pues más es para la corte que los montes su lenguaje. Siempre, Tarso, ha malogrado estas imaginaciones, y con largas digresiones mil sucesos me ha contado, que todos paran en ser, contra mis intentos vanos, progenitores villanos los que me dieron el ser. Esto, que había de humillarme, con tal violencia me altera que de esta vida grosera me ha forzado a desterrarme; y que a buscar me desmande lo que mi estrella destina, que a cosas grandes me inclina y algún bien me aguarda grande; que, si tan pobre nací como el hado me crïó, cuanto más me hiciere yo, más vendré a deberme a mí. Si quieres participar de mis males o mis bienes, buena ocasión, Tarso, tienes; déjame de aconsejar y determínate luego. TARSO: Para mí bástame el verte, Mireno, de aquesa suerte. Ni te aconsejo ni ruego. Discreto eres. Estodiado has con el cura. Yo quiero seguirte aunque considero de Lauro el nuevo cuidado. MIRENO: Tarso, si dichoso soy, yo espero en Dios de trocar en contento su pesar. TARSO: ¿Cuándo has de irte? MIRENO: Luego. TARSO: ¿Hoy? MIRENO: Al punto. TARSO: ¿Y con qué dinero? MIRENO: De dos bueyes que vendí lo que basta llevo aquí. Vamos derecho a Avero, y compraréte una espada y un sombrero. TARSO: ¡Plegue a Dios que no volvamos los dos como perro con pedrada!
Vanse. Salen RUY Lorenzo y VASCO, lacayo
VASCO: Señor, vuélvete al bosque, pues conoces que apenas estaremos aquí una hora cuando las postas nos darán alcance; y los villanos de estas caserías que nos buscan cual galgos a las liebres, si nos cogen, harán la remembranza de Cristo y su prisión hoy con nosotros; y quedaremos, por nuestros pecados, en vez de remembrados, desmembrados. RUY: Ya, Vasco, es imposible que la vida podamos conservar; pues cuando el cielo nos librase de tantos que nos buscan, el hambre vil, que con infames armas debilita las fuerzas más robustas nos tiene de entregar al duque fiero. VASCO: Para le hambre y sus armas no hay acero. RUY: Por vengar la deshonra de mi hermana que el conde de Estremoz tiene usurpada, su firma en una carta contrahice; y, saliéndome inútil esta traza, busqué quien con su muerte me vengase; mas nada se le cumple al desdichado, y, pues lo soy, acabe con la vida; que no es bien muera de hambre habiendo espada. VASCO: ¿Es posible que un hombre que se tiene por hombre, como tú, hecho y derecho, quisiese averiguar por tales medios si fue forzada o no tu hermana? Dime, ¿piensas de veras que en el mundo ha habido mujer forzada? RUY: ¿Agora dudas de eso? ¿No están llenos los libros, las historias y las pinturas de violentos raptos y forzosos estupros que no cuento? VASCO: Riyérame a no ver que aquesta noche los dos habemos de cenar con Cristo, aunque hacer colación me contentara en el mundo, y a oscuras me acostara. Ven acá. Si Leonela no quisiera dejar coger las uvas de su viña, ¿no se pudiera hacer toda un ovillo, como hace el erizo, y a puñadas, aruños, coces, gritos, y a bocados, dejar burlado a quien su honor maltrata, en pie su fama y el melón sin cata? Defiéndese una yegua en medio un campo de toda una caterva de rocines, sin poderse quejar, "¡Aquí del cielo, que me quitan mi honra!" como puedo una mujer honrada en aquel trance. Escápase una gata como el puño de un gato zurdo y otro carriromo por los caramanchones y tejados con sólo decir "miao" y echar un fufo. ¿Y quieren estas daifas persuadirnos que no pueden guardar sus pertinencias de peligros nocturnos? Yo aseguro, si como echa a galeras la justicia los forzados, echara las forzadas, que hubiera menos, y ésas más honradas.
Salen MIRENO y TARSO
TARSO: Jurómela Melisa. ¡Lindo cuento será el ver que la he dado cantonada! MIRENO: Mal pagaste su amor. TARSO: Dala a Pilatos, que es más mudable que hato de gitanos; más arrequives tienen sus amores que todo un canto de órgano; no quiero sino seguirte a ti por mar y tierra y trocar los amores por la guerra. RUY: Gente suena. VASCO: Es verdad; y aun en mis calzas se han sonado de miedo las narices del rostro circular, romadizadas. RUY: Perdidos somos. VASCO: ¡Santos estrellados! Doleos de quien de miedo está en tortilla; y, si hay algún devoto de lacayos, sáqueme de este aprieto y yo le juro de colgalle mis calzas a la puerta de su templo, en lavándolas diez veces y limpiando la cera de sus barrios; que, aunque las enceró mi pena fiera, no es buena para ofrendas esta cera. RUY: Sosiégate; solos dos villanos, sin armas defensivas ni ofensivas. poco mal han de hacernos. VASCO: ¡Plegue al cielo! RUY: Cuanto y más que el venir tan descuidados nos asegura de lo que tememos. VASCO: ¡Ciégalos, San Antonio! RUY: Calla. Lleguemos. ¿Adónde bueno, amigos? MIRENO: ¿Oh, señores! A la villa, a comprar algunas cosas que el hombre ha menester. ¿está allá el duque? RUY: Allá quedaba. MIRENO: Déle vida el cielo. Y vosotros, ¿dó bueno? Que esta senda se aparta del camino real y guía a unas caserías que se muestran al pie de aquella sierra. RUY: Tus palabras declaran tu bondad, pastor amigo. Por vengar la deshonra de una hermana intenté dar la muerte a un poderoso; y, sabiendo mi honrado atrevimiento, el duque manda que me siga y prenda su gente por aquestos despoblados; y ya, desesperado de librarme, salgo al camino. Quíteme la vida, de tantos, por honrada, perseguida. MIRENO: Lástima me habéis hecho y, ¡vive el cielo!, que, si como la suerte avara me hizo un pastor pobre, más valor me diera, por mi cuenta tomara vuestro agravio. Lo que se puede hacer, de mi consejo, es que los dos troquéis esos vestidos por aquestos groseros; y encubiertos os libraréis mejor hasta que el cielo a daros su favor, señor, comience; porque la industria los trabajos vence. RUY: ¡Oh, noble pecho, que entre paños bastos descubre el valor mayor que he visto! Páguete el cielo, pues que yo no puedo, ese favor. MIRENO: La diligencia importa. Entremos en lo espeso y trocaremos el traje. RUY: Vamos. ¡Venturoso he sido!
Vanse los dos
TARSO: ¿Y habéis también de darme por mi sayo esas abigarradas, con más cosas que un menudo de vaca? VASCO: Aunque me pese. TARSO: Pues dos liciones me daréis primero porque con ellas pueda hallar el tino, entradas y salidas de esa Troya; que, pardiez, que aunque el cura sabe tanto, que canta un "parce mihi" por do quiere, no me supo vestir el día del Corpus, para her el rey David. VASCO: Vamos; que presto os la[s] sabréis poner. TARSO: Como hay maestros que enseñan a leer a los muchachos, ¿no pudieran poner en cada villa maestros con salarios y con pagas que mos dieran lición de calzar bragas?
Salen DORISTO, alcalde, LARISO y DENIO, pastores
DORISTO: Ya los vestidos y señas del amo y crïado sé. Callad, que yo os lo pondré, Lariso, cual digan dueñas. LARISO: ¿Que quiso matar al conde? ¿Verá el bellaco! DORISTO: Par Dios, que si los cojo a los dos y el diabro no los esconde, que he de llevarlos a Avero con cepo y grillos. DENIO: ¡Verá! ¿Qué bestia los llevará en el cepo? DORISTO: Regidero, no os metáis en eso vos; que no empuño yo de balde el palillo. ¿No so alcalde? Pues yo os juro, a non de Dios, que ha de her lo que publico y que los ha de llevar con el cepo hasta el lugar de Avero vueso borrico. LARISO: Busquémoslos; que después quillotraremos el modo con que han de ir. DORISTO: El monte todo está cercado. Por pies no se irán. DENIO: Amo y lacayo han de estar aquí escondidos. LARISO: Las señas de los vestidos, sombreros, capas y sayo del mozo en la cholla llevo. DORISTO: Si los prendemos, por paga diré al duque no mos haga par del olmo, un rollo nuevo. LARISO: Hombre sois de gran meollo si rollo en el puebro hacéis. DORISTO: Él será tal que os honréis que os digan, "Váyase al rollo."
Vanse. Salen RUY Lorenzo, de pastor, y MIRENO, de galán
RUY: De tal manera te asienta el cortesano vestido que me hubiera persuadido a que eras hombre de cuenta, no haber visto primero que ocultaba la belleza de los miembros la bajeza de aqueste traje grosero. Cuando se viste el villano las galas del traje noble, parece imagen de roble que no mueve pie ni mano; ni hay quien persuadirse pueda sin que es, como sospech[a], pared que, de adobes hecha, la cubre un tapiz de seda. Pero cuando en ti contemplo el desengaño con que andas y el donaire con que mandas ese vestido, otro ejemplo hallo en ti más natural, que vuelve por tu decoro, llamándote imagen de oro con la funda de sayal. Alguna nobleza infiero que hay en ti; pues te prometo que te he cobrado el respeto que al mismo duque de Avero. ¡Hágate el cielo como él! MIRENO: Y a ti, con sosiego y paz te vuelva sin el disfraz a tu estado; y fuera de él, con paciencia vencerás de la Fortuna el ultraje. Si te ve un aquese traje mi padre, en él hallarás nuevo amparo; en él te fía, y dile que me destierra mi inclinación a la guerra; que espero en Dios que algún día buena vejez le he de dar. RUY: Adiós, gallardo mancebo. La espada sola me llevo para poder evitar, si me conocen, mi ofensa. MIRENO: Haces bien; anda con Dios, que hasta la villa los dos aunque vamos sin defensa, no tenemos qué temer; y allá espadas compraremos.
Sale VASCO, de pastor
VASCO: Vámonos de aquí. ¿Qué hacemos? Que ya me quisiera ver cien leguas de este lugar. MIRENO: ¿Y Tarso? VASCO: Allí desenreda las calzas, que agora queda comenzándose a atacar, muy enojado conmigo porque me llevo la espada, sin la cual no valgo nada. MIRENO: La tardanza os daña. RUY: Amigo, adiós. VASCO: No está malo el sayo. RUY: Jamás borrará el olvido este favor. VASCO: Embutido va en un pastor un lacayo.
Vase [RUY Lorenzo y VASCO]
MIRENO: Del castizo caballo descuidado, el hambre y apetito satisface la verde hierba que en el campo nace, el freno duro del arzón colgado; mas luego que el jaez de oro esmaltado le pone el dueño cuando fiestas hace, argenta espumas, céspedes deshace, con el pretal sonoro alborotado. Del mismo modo entre la encina y roble, crïado con el rústico lenguaje y vistiendo sayal tosco, he vivido; mas despertó mi pensamiento noble, como al caballo, el cortesano traje; que aumenta la soberbia el buen vestido.
Sale TARSO, de lacayo
TARSO: ¿No ves las devanaderas que me han forzado a traer? Yo no acabo de entender tan intricadas quimeras. ¿No notas la confusión de calles y encrucijadas? ¿Has visto más rebanadas sin ser mis calzas melón? ¿Qué astrólogo tuvo esfera, di, menos inteligible? ¡Que ha una hora que no es posible topar con la faltriquera! ¡Válgame Dios! ¡El jüicio que tendría el inventor de tan confusa labor y enmarañado edificio! ¡Qué ingenio! ¡Qué entendimiento! MIRENO: Basta, Tarso. TARSO: No te asombre; que ésta no ha sido obra de hombre. MIRENO: ¿Pues de qué? TARSO: De encantamiento. Obra es digna de un Merlín, porque en estos astrolabios aun no hallarán los más sabios ningún principio ni fin. Pero, ya que enlacayado estoy, y tú caballero, ¿qué hemos de hacer? MIRENO: Ir a Avero, que este traje ha levantado mi pensamiento de modo que a nuevos intentos vuelo. TARSO: Tú querrás subir al cielo, y daremos en el lodo. Mas, pues eres ya otro hombre, por si acaso adonde fueres caballero hacerte quieres, ¿no es bien que mudes el nombre? Que si el de Mireno no es bueno para nombre de señor. MIRENO: Dices bien. No soy pastor, ni he de llamarme Mireno. Don Dionís en Portugal es nombre ilustre y de fama. Don Dionís desde hoy me llama. TARSO: No le has escogido mal; que los reyes que ha tenido de ese nombre esta nación, eterna veneración ganaron a su apellido. Extremado es el ensayo; pero, ya que así te ensalzas, dame un nombre que a estas calzas le venga bien, de lacayo; que ya el de Tarso me quito. MIRENO: Escógele tú. TARSO: Yo escojo, si no lo tienes a enojo... ¿No es bueno...? MIRENO: ¿Cuál? TARSO: Gómez Brito. ¿Qué te parece? MIRENO: ¡Extremado! TARSO: ¡Gentiles cascos, por Dios! Sin ser obispo, los dos mos habemos confirmado.
Salen DORISTO, LARISO y DENIO y pastores con armas y sogas
DORISTO: ¡Válgaos el dimunio, amén! ¿Que nos los hemos de hallar? LARISO: Si no es que saben volar imposible es que no estén entre estas matas y peñas. DENIO: Busquémoslos por lo raso. LARISO: ¿No so[n] éstos? DORISTO: Habrad paso. LARISO: Par Dios, conforme las señas, que son los propios. DORISTO: Atalde los brazos, pues veis que están sin armas. DENIO: Rendíos, galán. LARISO: Tené al rey. DORISTO: Tené al alcalde.
Por detrás los cogen y atan
MIRENO: ¿Qué es esto? TARSO: ¿Estáis en vosotros? ¿Por qué no prendéis? DORISTO: Por gatos. ¡Aho! ¿No veis qué mojigatos hablan? Sabéis ser quillotros para dar la muerte al conde, y, ¿pescudaisnos por qué os prendemos? DENIO: ¡Bueno, a fe! TARSO: ¿Qué conde o qué muerte? ¿Adónde mos habéis visto otra vez? DORISTO: Allá os lo dirá el verdugo cuando os cuelgue cual besugo de las agallas y nuez. MIRENO: A no llevarme la espada, ya os fuerais arrepentidos. TARSO: El trueco de los vestidos mos ha dado esta gatada. ¡Ah, mi señor don Dionís! ¿Es aquésta la ganancia de la guerra? ¿Qué ignorancia te engañó? DORISTO: ¿Qué barbillas? TARSO: Tarso quiero ser, no Brito; ganadero, no lacayo. Por bragas quiero mi sayo. Las ollas lloro de Egipto. LARISO: ¿Quieres callar, bellacón? Darle de peñas quiero. DORISTO: Alto, a Avero. MIRENO: Pues a Avero nos llevan, ten corazón; que cuando el duque nos vea, caerán éstos en su engaño sin que nos mande hacer daño. DORISTO: Rollo tendrá muesa aldea. DENIO: Cuando bajo el olmo le hagas, en él haremos concejo. TARSO: Yo de ninguno me quejo, si de estas malditas bragas... ¿Quién ha visto tal ensayo? MIRENO: ¿Qué temes, necio? ¿Qué dudas? TARSO: Si me cuelgan y hago un Judas, sin hacer Judas lacayo, ¿no he de llorar y temer? Hoy me cuelgan del cogollo. DORISTO: En la picota del rollo un reloj he de poner. Vamos. LARISO: Bien el puebro ensalzas. TARSO: Si te quieres escapar do no te puedan hallar métete dentro en mis calzas.
Vanse. Salen doña JUANA y don ANTONIO, de camino
JUAN: ¡Primo don Antonio! ANTONIO: ¡Paso! No me nombréis; que no quiero hagáis de mí tanto caso que me conozca en Avero el duque. A Galicia paso, donde el rey don Juan me llama de Castilla; que me ama y hace merced; y deseo a costa de algún rodeo, saber si miente la fama que ofrece el lugar primero de la hermosura de España a las hijas del de Avero, o si la fama se engaña y miente el vulgo ligero. JUANA: Bien hay que estimar y ver; pero no habéis de querer que así tan despacio os goce. ANTONIO: Si el de Avero me conoce, y me obliga a detener, caer en falta recelo con el rey. JUANA: Pues si eso pasa, de mi gusto al vuestro apelo; mas, si sabe que en su casa don Antonio de Barcelo, conde de Penela, ha estado y que encubierto ha pasado cuando le pudo servir en ella, halo de sentir con exceso; que en su estado jamás llegó caballero que por inviolables leyes no le hospede. ANTONIO: Así lo infiero; que es nieto, en fin, de los reyes de Portugal el de Avero. Pero, dejando esto, prima; ¿tan notable es la beldad que en sus dos hijas sublima el mundo? JUANA: ¿Es curiosidad o el alma acaso os lastima el ciego? ANTONIO: Mal sus centellas me pueden causar querellas si de su vista no gozo; curiosidades de mozo a Avero me traen a vellas. ¿Cómo tengo de querer lo que no he llegado a ver? JUANA: De que eso digáis me pesa. Nuestra nación portuguesa esta ventaja ha de hacer a todas; que porque asista aquí Amor, que es su interés, ha de amar en su conquista de oídas el portugués, y el castellano, de vista. Las hijas del duque son dignas de que su alabanza celebre nuestra nación. La mayor, a quien Berganza y su duque, con razón, pienso que intenta entregar al conde de Vasconcelos, su heredero, puede dar otra vez a Clicie celos, si el sol la sale a mirar. Pues de doña Serafina, hermana suya, es divina la hermosura. ANTONIO: Y, de las dos, ¿a cuál juzgáis, prima, vos, por más bella? JUANA: Mas se inclina mi afición a la mayor, aunque mi opinión refuta en parte el vulgo hablador; mas en gustos no hay disputa y más en cosas de amor. En dos bandos se reparte Avero, y por cualquier parte hay bien que alegar. ANTONIO: ¿Aquí hay algún título? JUANA: Sí, don Francisco y don Düarte. ANTONIO: ¿Y qué hacen? JUANA: Más de un curioso dice que pretende ser cada cuan de la una esposo. ANTONIO: Prima, yo las he de ver esta tarde; que es forzoso irme luego. JUANA: Yo os pondré donde su hermosura os dé, podrá ser, más de una pena. ANTONIO: ¿Serafina o Madalena? JUANA: Bellas son las dos. No sé. Pero el duque sale aquí con ellas. Ponte a esta parte.
[Don ANTONIO se pone a la puerta o detrás de un cancel]. Sale el DUQUE, el CONDE, [doña] SERAFINA y doña MADALENA. [El DUQUE habla aparte al CONDE]
DUQUE: Digo, conde don Düarte que todo se cumpla así. CONDE: Pues el rey, nuestro señor, favorece la privanza del hijo del de Berganza, y a vuestra hija mayor os pide para su esposa, escriba vuestra excelencia que, con su gusto y licencia, doña Serafina hermosa lo será mía. DUQUE: Está bien. CONDE: Pienso que su majestad me mira con voluntad, y que lo tendrán por bien; yo y todo le escribiré. DUQUE: No lo sepa Serafina hasta ver si determina el rey que la mano os dé; que es muchacha; y descuidada, aunque portuguesa, vive de que tan presto cautive su libertad la lazada o nudo del matrimonio.
[Hablan aparte don ANTONIO y doña JUANA]
JUANA: Presto os habéis divertido. Decid, ¿qué os han parecido las hermanas, don Antonio? ANTONIO: No sé el alma a cuál se inclina, ni sé lo que hacer ordena. Bella es doña Madalena, pero dona Serafina es el sol de Portugal. Por la vista el alma bebe llamas de amor entre nieve, por el vaso de cristal de su divina blancura; la fama ha quedado corta en su alabanza. DUQUE: Esto importa. ANTONIO: Fénix es de la hermosura. DUQUE: Llegaos, Madalena, aquí. CONDE: Pues me da el duque lugar, mi serafín, quiero hablar si hay atrevimiento en mí para que vuele tan alto que a serafines me iguale. ANTONIO: Prima, a ver el alma sale por los ojos el asalto que Amor le da poco a poco. Ganárame si me pierdo. JUANA: Vos entraste, primo, cuerdo, y pienso que saldréis loco. DUQUE: Hija, el rey te honra y estima. Cuán bien te está considera. MADALENA: Mi voluntad es de cera. Vueselencia en ella imprima el sello que más le cuadre, porque en mí sólo ha de haber callar con obedecer. DUQUE: ¡Mil veces dichoso padre que oye tal! CONDE: Las dichas mías, como han subido al extremo de su bien, que caigan temo. SERAFINA: Conde, esas filosofías ni las entiendo ni son de mi gusto. CONDE: Un serafín bien puede alcanzar el fin y el alma de una razón. No digáis que no entendéis, serafín, lo que alcanzáis. SERAFINA: ¡Jesús, qué de ello que habláis! CONDE: Si soy hombre, ¿qué queréis? Por palabras los intentos quiere que expliquemos Dios; que, a ser serafín cual vos, con solos los pensamientos nos habláramos. SERAFINA: ¿Que Amor habla tanto? CONDE: ¿No ha de hablar? SERAFINA: No; que hay poco que fïar de un niño, y más, hablador. CONDE: En todo os hizo perfeta el cielo con mano franca. ANTONIO: Prima, para ser tan blanca, notablemente es discreta. ¡Qué agudamente responde! Ya han esmaltado los cielos el oro de Amor con celos. Mucho me enfada este conde. JUANA: ¡Pobre de vuestra esperanza si tal contrario la asalta! DUQUE: Un secretario me falta de quien hacer confïanza; y aunque esta plaza pretenden muchos por diversos modos de favores, entre todos pocos este oficio entienden. Trabajo me ha de costar en tal tiempo estar sin él. MADALENA: A ser el pasado fiel era ingenio singular. DUQUE: Sí; mas puso en contingencia mi vida y reputación.
Salen los pastores, [DORISTO, LARISO Y DENIO] y traen presos a MIRENO y TARSO
DORISTO: Ande apriesa el bellacón. LARISO: Aquí está el duque. TARSO: Paciencia me dé Herodes. DENIO: ¡Aho! Llegá, pues sois alcalde y habralde. DORISTO: Buen viejo, yo so el alcalde y vos el duque. LARISO: ¡Verá! Llegaos más cerca. DORISTO: Y sopimos yo, el herrero y su mujer que mandábades prender estos bellacos y fuimos Bras Llorente y Gil Bragado... TARSO: Aquése yo lo seré pues por mi mal me embragué. DORISTO: Y después de haber llamado a concejo el regidero Pero Mínguez... Llegá acá, que no sois bestia y habrá. Decid lo demás. LARISO: No quiero. Decildo vos. DORISTO: No estodié sino hasta aquí. En concrusión, éstos los ladrones son que por sólo heros mercé prendimos yo y Gil Mingollo. Haga lo que el puebro pide su duquencia, y no se olvide lo que le dije del rollo. DUQUE: ¡Hay mayor simplicidad! Ni he entendido a lo que vienen ni por qué delito tienen así estos hombres. Soltad los presos y decid vos qué insulto habéis cometido para que os hayan traído de aquesa suerte a los dos.
De rodillas
MIRENO: Si lo es el favorecer, gran señor, a un desdichado, perseguido y acosado de tus gentes y poder, y juzgas por temerario haber trocado el vestido por dalle vida, yo he sido... DUQUE: ¿Tú libraste al secretario? Pero sí; que aquese traje era suyo. Di, traidor, ¿por qué le diste favor? MIRENO: Vueselencia no me ultraje, ni ese título me dé; que no estoy acostumbrado a verme así despreciado. DUQUE: ¿Quién eres? MIRENO: No soy. Seré; que sólo por pretender ser más de lo que hay en mí menosprecié lo que fui por lo que tengo de ser. DUQUE: No te entiendo. MADALENA: (¡Extraña audacia Aparte de hombre! El poco temor que muestra dice el valor que encubre. De su desgracia me pesa.) DUQUE: Di, ¿conocías al traidor que ayuda diste? Mas, pues por él te pusiste en tal riesgo, bien sabías quién era. MIRENO: Supe que quiso dar muerte a quien deshonró su hermana, y después te dio de su honrado intento aviso; y, enviándole a prender, le libré de ti, espantado por ver que el que esta agraviado persigas; debiendo ser favorecido por ti, por ayudar al que ha puesto en riesgo su honor. CONDE: (¿Qué es esto? Aparte ¿Ya anda derramada así la injuria que hice a Leonela?) DUQUE: ¿Sabes tú quién la afrentó? MIRENO: Supiéralo, señor, yo; que a sabello... DUQUE: Fue cautela del traidor para engañarte. Tú sabes adónde está y así forzoso será si es que pretendes librarte, decillo. MIRENO: ¡Bueno sería, cuando adonde está supiera, que un hombre como yo hiciera, por temor, tal villanía! DUQUE: ¿Villanía es descubrir un traidor? Llevalde preso; que si no ha perdido el seso y menosprecia el vivir, él dirá dónde se esconde. MADALENA: Ya deseo de libralle; que no merece su talle tal agravio. DUQUE: Intento, conde, vengaros. CONDE: Él lo dirá. TARSO: (¡Muy gentil ganancia espero!) Aparte DUQUE: Vamos; que responder quiero al rey. TARSO: (Medrándose va Aparte con la mudanza de estado y nombre de don Dionís!) DUQUE: Viviréis si lo decís. MIRENO: (La Fortuna ha comenzado Aparte a ayudarme; ánimo ten, porque en ella es natural, cuando comienza por mal, venir a acabar en bien.) TARSO: Bragas, si una vez os dejo, nunca más transformación.
Llévanlos presos
DUQUE: Meted una petición vosotros en mi consejo de lo que queréis; que allí se os pagará este servicio. DORISTO: Vos, que tenéis buen jüicio, la peticionad. LARISO: Sea así. DORISTO: Señor, por este cuidado haga un rollo en mi lugar, tal que se pueda ahorcar en él cualquier hombre honrado.
Vanse los pastores, el DUQUE y el CONDE; quedan los demás
MADALENA: Mucho, doña Serafina, me pesa ver llevar preso aquel hombre. SERAFINA: Yo confieso que a rogar por él me inclina su buen talle. MADALENA: ¿Eso desea tu afición? ¿Ya es bueno el talle? pues no tienes de libralle aunque lo intentes. SERAFINA: No sea.
Vanse doña SERAFINA y doña MADALENA
JUANA: ¿Habéisos de ir esta tarde? ANTONIO: ¡Ay, prima! ¡Cómo podré si me perdí, si cegué, si Amor valiente, cobarde, todo el tesoro me gana del alma y la voluntad? Sólo por ver su beldad no he de irme hasta mañana. JUANA: ¡Bueno estáis! ¿Que amáis en fin? ANTONIO: Sospecho, prima querida, que de mi contento y vida Serafina será fin.

FIN DEL ACTO PRIMERO

El vergonzoso en palacio, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 25 Jun 2002