ACTO SEGUNDO


 
Sale AMÓN, vistiéndose, muy melancólico, con ropa y montera, y ELIAZER y JONADAB
JONADAB: No lo aciertas, gran señor, en levantarte. AMÓN: Es la cama potro para la paciencia. ELIAZER: Un discreto la compara a los celos. AMÓN: ¿De qué modo? ELIAZER: De la suerte que regalan cuando pocos, si son muchos, o causan flaqueza o matan. AMÓN: Bien has dicho. ¡Hola! JONADAB: Señor. AMÓN: Dadle cien escudos. ELIAZER: Pagas como príncipe, no solo las obras, más las palabras. AMÓN: ¿Qué es esto? JONADAB: Darte aguamanos. AMÓN: Si con fuego me lavara pudiera ser que estuviera mejor, pues me abrasa el agua. Dime algo que me entretenga. ¿Qué es la causa de que callas tanto, Eliazer? ELIAZER: No sé cómo darte gusto; ya te enfadas con que hablando te diviertan, ya darte música mandas, ya a los que te hablan despides, y riñes a quien te canta. JONADAB: Ésta tu melancolía tiene, señor, lastimada a toda Jerusalén. ELIAZER: No hay caballero ni dama que a costa de alguna parte de su salud, no comprara la tuya. AMÓN: ¿Quiérenme mucho? ELIAZER: Como a su príncipe. AMÓN: Basta. No me habléis más en mujeres. ¡Pluguiera a Dios que se hallara medio con que conservar la naturaleza humana sin haberlas menester ¿Vino el médico? JONADAB: ¿No mandas que ninguno te visite? AMÓN: Si supieran como parlan, no estuviera enfermo yo. ELIAZER: No estudian, señor, palabra; sangrar y purgar son polos de su ciencia. AMÓN: Y su ganancia. JONADAB: Todo es seda, ámbar y mulas; si dos de ellos envïara a Egipto o Siria, David, con solas plumas, mataran más que su ejército todo. ELIAZER: Juntáronse ayer en casa de Délbora, seis doctores, que ha días que está muy mala, para consultarse entre ellos la enfermedad, y aplicarla algún remedio eficaz. Apartáronse a una sala, echando la gente de ella; dióle gana a una crïada, que bastaba ser mujer, de escuchar lo que trataban; y cuando tuvo por cierto que del mal filosofaban, de la enferma, y experiencias acerca de él relataran, oyó preguntar al uno, "Señor doctor, ¿qué ganancia sacará vuesa merced una con otra semana?" Respondió, "cincuenta escudos, con que he comprado una granja, veinte aranzadas de viñas, y un soto en que tengo vacas; pero no me descontenta el buen gusto de las casas que tuvo vuesa merced." Dijo otro, "Son celebradas. No sé qué hacer del dinero que gano. ¡Cosa extremada es ver que, sin ser verdugo porque matamos nos pagan!" "Dejan eso," replicó otro, "y decid de qué traza os fué en el juego de anoche." "Perdí, son suertes voltarias, pero ¿tenéis muchos libros?" "Doscientos cuerpos no bastan, con cuatro dedos de polvo, que ni ellos hablan palabra ni yo las que encierran miro. Ostentación e ignorancia nos han dado de comer; más ha de cuatro semanas que no hojeo, si no son pechugas de pavos, blancas, lomos de gazapos tiernos y con pimienta y naranja, perdiz, pichón y vaquita, --así a la ternera llaman los hipócritas al uso-- Pero lo parlado basta; vamos a ver nuestra enferma, que estará muy confïada en nuestra consulta." Fueron y dijo el de mayor barba, "Lo que se saca de aquí es que al momento se haga una fricación de piernas, y por todas las espaldas la echen catorce ventosas, las tres o cuatro sajadas. Pónganla en el corazón un socrocio, y fomentada con manteca de azahar, tenga en el cielo esperanza que la consulta de hoy la ha de dar muy presto sana." Diéronles doscientos reales y volviéronse a su casa bien medrados de la junta como te he contado. AMÓN: Calla, relator impertinente, que me atormentas y cansas. ¿Es posible que hables tanto? ELIAZER: ¿Tú, señor, no me lo mandas? Si callo, te doy pesar; en hablando me amenazas. Dios te de sosiego y gusto. AMÓN: ¿Qué es aquello? ¡Hola! ¿quién canta? JONADAB: Músicos que recibistes para que sus consonancias tu melancólico humor alivien. AMÓN: ¡Industria vana!
Cantan desde adentro
MÚSICOS: "Pajaricos que hacéis al alba con lisonjas alegre salva, cantadle a Amón, que tristezas le quitan la vida y no sabe si son de amor, y no sabe si de amor son." AMÓN: Hola, Eliazer, Jonadab, ¡echadlos por las ventanas! ¡Dadlos muerte! ¡Sepultadlos! Haciendo ataúd las tablas de sus necios instrumentos tendrán sepultura honrada, como gusanos de seda en sus capullos. JONADAB: ¡Qué extraña pasión de melancolía! AMÓN: ¿No imitan en una casa a su señor los crïados? ¿Yo llorando y ellos cantan? ¿Mi enfermedad les alegra?
Dichos y sale un MAESTRO de armas
ELIAZER: Aquí está el maestro de armas que viene a darte lección. AMÓN: Dadme, pues, la negra espada, aunque pues se queda en blanco mi nunca verde esperanza, mejor que la espada negra pudiera jugar la blanca. MAESTRO: Vuelva el cielo, gran señor, los colores a tu cara, que la tristeza marchita con la salud que te falta. AMÓN: Retórico impertinente, el que es diestro jamás habla; jugad las armas callando o no os preciéis de las armas. MAESTRO: Perdóneme vuestra alteza. Dije en la lección pasada que con estas dos posturas al enemigo se ganan medio pie de tierra. AMÓN: Siete, que son los que a un cuerpo bastan; cuando os haya muerto a vos, darán quietud á mis ansias.
Da tras el MAESTRO
MAESTRO: ¿Qué es que hace vuestra alteza? AMÓN: Castigar vuestra arrogancia. Necios, el mal que me aflige siendo de amor, no se saca con bélicos instrumentos. Morid todos, pues me matan invisibles enemigos.
Corre detrás de todos
MAESTRO: Huyamos, mientras se amansa el frenesí de su furia.
Huyen todos
AMÓN: Si hubiera armas que mataran la memoria que me aflige, ¡qué buenas fueran las armas! Hola, Eliazer, Jonadab, Josepho, Abiatar, Sisara. ¿No hay quien venga a dar alivio al tormento que me abrasa?
Salen ELIAZER y JONADAB
JONADAB: Gran señor, sosiégate. AMÓN: ¿Cómo? Si es quimera mi alma de contradicciones hecha, de imposibles sustentada. ¿No estaba en la cama yo? ¿Quién me ha cubierto de galas? Desnudadme presto, presto. ELIAZER: Tú te vistes y levantas contra la opinión de todos. AMÓN: Mentís. JONADAB: Desnúdale y calla. AMÓN: ¿Yo sedas en vez de luto? ¡Ay, libertad malograda! ¿Muerta vos y yo de fiestas? Sayal negro, jerga basta, os tienen de hacer desde hoy las obsequias lastimadas.
Suenan cajas dentro
¿Qué es esto? JONADAB: Gran señor, viene tu padre, rey y monarca de las doce ilustres tribus, entre clarines y cajas, triunfando a Jerusalén después que por tierra iguala del idólatra Amonita las ciudades rebeladas. Sálenle, con bendiciones, músicas, himnos y danzas a recibir a sus puertas, cubiertas de cedro y palma, los cortesanos alegres, y la victoria lo cantan con que triunfó de Golias sus agradecidas damas. Sal a darle el parabién, y con su célebre entrada suspenderás tu tristeza. AMÓN: Al melancólico agravan el mal, contentos ajenos. Idos todos de mi casa, dejadme a solas en ella, mientras veis que me acompañan desesperación, tristeza, locura, iniposibles, rabia, pues cuando mi padre triunfe muerte me darán mis ansias.
Vase AMÓN
JONADAB: ¡Lastimoso frenesí! ELIAZER: ¿Que no se sepa la causa de tanto mal? JONADAB: ¿Si es de amor? ELIAZER: A serlo, ¿quién rehusara a quien hereda este reino? JONADAB: No sé, por Dios. Mas, pues, calla la ocasión de su tristeza, o Amón está loco o ama.
Vanse. Salen, marchando con mucha músíca, por una puerta JOAB, ABSALÓN, ADONÍAS y tras ellos, DAVID, viejo coronado; por otra puerta salen TAMAR, BERSABÉ, MICOL y SALOMÓN. Dan vuelta y dice..
DAVID: Si para el triunfo es lícito, adquirido después de guerras, levantar trofeos, premio, si muchas veces repetido, aliento de mis bélicos deseos; si tras desenterrar del viejo olvido de asirios, madianitas, filisteos, de Get y de Canán victorias tantas, inexausta materia a plumas santas; si después que en los brazos guedejudos del líbico león, fuerzas bizarras hipérboles venciendo, hicieron mudos elogios, que el laurel convierte en parras, y en juvenil edad miembros desnudos, galas haciendo las robustas garras del oso informe entre el crespado vello como joyas sus brazos me eché al cuello; en fin, si tras hazañas adquiridas en la robusta edad, que Amor dilata, gravada en su memoria las heridas, ejecutoria de quien honras trata, agora a esta pequeña reducidas, cuando a mi edad el tiempo paga en plata el oro que le dió juventud leda, que, pues se trueca y pasa ya es moneda, por solo una corona que he quitado al Amonita rey de los cabellos; cuatro coronas mi valor premiado en vuestros ocho brazos gana bellos, quisiera, con sus círculos honrado, que brotaran de aqueste otros tres cuellos, y hecha Jerusalén de Amor teatro, viera un amante con coronas cuatro. Ya Rábata, que corte incircuncisa del Amonita fue, rüínas solas ofrece al tiempo que caduco pisa montes altivos de cerúleas olas; ya la tristeza trasformada en risa, muerta Belona, cuatro laureolas lisonjean mi gozo con sus lazos, reduciendo mi cuello a vuestros brazos. Micol querida, que por tantos años a indigno poseedor diste trofeos, da envidia a la venganza, a Amor engaños, al tiempo que contar, y a mí deseos; dadme entre esos abrazos desengaños como yo a vuestras aras filisteos, sus prepucios al rey incircuncisos, plumas al sabio y a la fama avisos. Discreta Abigaíl, a quien el cielo gracia de aplacar cóleras ha dado del bárbaro pastor en el Carmelo, premio no merecido ni estimado, en esos brazos, polos del consuelo, en quien vive mi amor depositado, descanse mi vejez, que pues los goza si largos años cuenta ya está moza. Hermosa Bersabé, ninfa del baño, que sirviéndoos de espejo en fuentes frías, brillando el sol en ellas, de un engaño dieron causa a un pequé, lágrimas mías, ya se restaura en vos el mortal daño del malogrado por leal Urías, pues dais quien edifique templo al Arca, paz a los tiempos y a Israel monarca. Y vos, mi Salomón, noble sujeto, en quien vos ciencia infusa deposite, de la fábrica célebre Arquitecto que la gloria de Dios en niebla imite, el Líbano de Hirau grato y discreto cedros os corta donde eterna habite la incorrupción que el tiempo no maltrata, con oro os sirve Ofir, Tarsis con plata. Bellísima Tamar, hija querida, cárcel del sol, en vuestras hebras preso, dichosa mi victoria reducida al triunfo que con veros intereso, ¿cómo estáis? TAMAR: Dando albricias a la vida que vos ausente en contingencia al seso, gran señor, puso. ABIGAÍL: Y yo de mi deseo pagando costas, pues que sano os veo. DAVID: ¿Estáis mi Abigaíl buena? ABIGAÍL: A serviros dispuesta, gran señor, eternamente. DAVID: ¿Ves hermosa Micol? MICOL: Tristes suspiros en gozo trueco, pues os veo presente. DAVID: ¿Y vos, mi Bersabé? BERSABÉ: De ver veniros tierno en amores, si en valor valiente, ríndoos toda el alma por despojos, que a gozaros se asoma por los ojos. DAVID: Ésta corona, peso de un talento, o veinte mil ducados, rica y bella, lo fue del Amonita, que os presento alegre en ver que sois la piedra de ella. Mi general Joab, merecimiento de la fama, que envidias atropella, de mi victoria la ocasión ha sido valiente capitán, si comedido. A Rábata redujo a tanto aprieto, que cifrando su sed, asoló un pozo; dejó su asalto de llevar a efeto y ser ejecución de su destrozo, por avisarme a lealtad sujeto, que a mis victorias aplicase el gozo de esta conquista que su fe publica las veces que Israel me la dedica. Dadle las gracias de ella. JOAB: En esas plantas, puesta la boca, quedaré premiado, pues a mayores glorias me levantas con sólo el nombre--¡oh rey!--de tu soldado. Cuelga ante el Arca con tus armas santas trofeos que a la envidia den cuidado, y al arpa dulce, de tu gusto abismo cántate las victorias a ti mismo. DAVID: Hablad a mi Absalón, a mi Adonías, diestros en guerra, si en la paz galanes. ABSALÓN: A tu lado, señor, ¿qué valentías podrán dar luz a ilustres capitanes? SALOMÓN: Dadnos los brazos. ABIGAÍL: Vieron nuestros días, al tremolar hebreos tafetanes, juntar en dos sujetos la ventura, el esfuerzo abrazando a la hermosura. DAVID: Mi Amón; mi mayorazgo; el primer fruto de mi amor ¿cómo está? ABIGAÍL: Dando a tu corte tristeza en verle, a su pesar tributo, priva a la muerte que sus años corte, llanto a sus ojos, y a nosotras luto; pues callando su mal, no hay quien reporte la pálida tristeza que, enfadosa, gualdas siembra en su cara y hurta rosa. SALOMÓN: No hay médico tan célebre que acierte la causa de tan gran melancolía; ni con música o juegos se divierte, ni va a cazar, ni admite compañía. BERSABÉ: A los umbrales llama de la muerte para dar a tu reino un triste día. ABIGAÍL: Háblale, y el dolor que le molesta aliviarás; su cuadra es, señor, ésta.
Corren una cortina y descubren a AMÓN sentado en una silla y muy triste
DAVID: ¿Qué es esto, amado heredero? Cuando tu padre dilata reinos que ganarte trata, por ser tú el hijo primero, dejándote consumir de tus imaginaciones, ¿luto al triunfo alegre pones que me sale a recibir? Diviértante los despojos que toda tu corte ha visto; todo un reino te conquisto, alza a mirarme los ojos; llega a enlazar a mi cuello los brazos, tu gusto admita esta corona, que imita el oro de tus cabellos. ¡Hijo! ¿No quieres hablarme? Alza la triste cabeza si ya con esa tristeza no pretendes acabarme. ABSALÓN: Hermano, ¿la cortesía cuándo no tuvo lugar en vuestro pecho, a pesar de cualquier melancolía? Mirad que el rey, mi señor y padre, hablándoos está. ADONÍAS: Si Adonías causa da a conservar el amor que en vos mostró la experiencia, por él os ruego que habléis a un monarca que tenéis llorando en vuestra presencia. SALOMÓN: No agüéis tan alegre día. TODOS: Príncipe, volved en vos. DAVID: ¡Amón! AMÓN: ¡Oh, válgame Dios, qué impertinente porfía!
Alza la cabeza muy triste
DAVID: ¿Qué tienes, caro traslado de este triste original, que en alivio de tu mal, de todo el hebreo estado la mitad darte prometo? Gózale y no estés así; pon esos ojos en mí, de todo mi gusto objeto. No se oscurezca el Apolo de tu cara; el mal despide. ¿Qué quieres? ¡Háblame, pide! AMÓN: Que os vais y me dejéis solo. DAVID: Si en esto tu gusto estriba, no te quiero dar pesar; tu tristeza ha de causar que yo sin consuelo viva. Aguado has el regocijo con que Israel se señala. Pero ¿qué contento iguala al dolor que causa un hijo? ¿Qué no mereciera yo aunque fingiéndolo fuera, una palabra siquiera de amor? ¿Dirásme que no? ¡Príncipe, un mirarme sólo! ¡Cruel con mis canas eres! ¿Qué has? ¿Qué sientes? ¿Qué quieres? AMÓN: Que os vais y me dejéis solo. ABSALÓN: El dejarle es lo más cuerdo, pues persuadirle es en vano. DAVID: ¿Qué vale el reino que gano, hijos, si al príncipe pierdo?
Vanse; y al entrarse TAMAR, llámala AMÓN y levántase de la silla
AMÓN: ¡Tamar! ¡Ah, Tamar! Señora. ¡Ah, hermana! TAMAR: ¡Príncipe mío! AMÓN: Oye de mi desvarío la causa que el rey ignora. ¿Quieres tú darme salud? TAMAR: A estar su aumento en mi mano, sabe Dios, gallardo hermano, con cuánta solicitud hierbas y piedras buscara, experiencias aprendiera, montes ásperos subiera, filósofos consultara, para volver a Israel un príncipe, que la muerte pretende quitarle. AMÓN: Advierte que no siendo tú crüel, sin piedras, drogas ni hierbas, metales, montes o llanos, está mi vida en tus manos, y que en ellas la conservas. Toma este pulso; en él pon
Tómale
los dedos como instrumento, a cuyo encendido acento conceptos del corazón entiendas. TAMAR: Desasosiego muestra. AMÓN: Cáusanle mis penas. Sangre encierran otras venas; en las mías todo es fuego
Tómale a TAMAR las manos
¡Ay, manos que el alma toca,
Bésaselas
pagando en besos agravios! ¡Quién se hiciera todo labios para gloria de esta boca! TAMAR: Por ser tu hermana, consiento los favores que me haces. AMÓN: Y porque ansí satisfaces la pena de mi tormento. TAMAR: Dime ya tu mal; acaba. AMÓN: ¡Ay, hermana, que no puedo! Es freno del alma el miedo. Darte parte de él pensaba... pero... vete, que es mejor morir mudo. ¿No te vas? TAMAR: Si determinado estás en eso, sigo tu humor. Voyme. Adiós. AMÓN: ¡Crueldad extraña! TAMAR: Oye, vuelvo. AMÓN: Pero... vete. TAMAR: Alto. AMÓN: Vuelve y contaréte el fiero mal que me engaña. TAMAR: Si de una hermana no fías tu secreto, ¿qué he de hacer? AMÓN: (De ser hermana y mujer, Aparte nacen mis melancolías.) ¿Posible es que no has sacado por el pulso mi dolor? TAMAR: No sé yo que haya doctor que tal gracia haya alcanzado. Si hablando no me lo enseñas, mal tu enfermedad sabré. AMÓN: Pues, yo del pulso bien sé que es lengua que habla por señas. Pero pues no conociste por él tanto desvarío, en tu nombre y en el mío, hermana, mi mal consiste ¿No te llamas tú Tamar? TAMAR: Ese apellido heredé. AMÓN: Quítale al Tamar la T, ¿y dirá, Tamar...? TAMAR: "Amar." AMÓN: Ése es mi mal; yo me llamo Amón; quítale la N. TAMAR. Serás "amo." AMÓN: Porque pene, mi mal es amar; yo amo. Si esto adviertes, ¿qué preguntas? ¡Ay, bellísima Tamar, amo y es mi mal amar, si a mi nombre el tuyo juntas! TAMAR: Si como hay similitud entre los nombres, la hubiera en las personas, yo hiciera milagros en tu salud. AMÓN: Amor, ¿no es correspondencia? TAMAR: Así le suelen llamar. AMÓN: Pues si entre Amón y Tamar hay tan poca diferencia, que dos letras solamente nos distinguen, ¿por qué callo mi mal, cuando medios hallo que aplaquen mi fuego ardiente? Yo, mi Tamar, cuando fui contra el amonita fiero, y en el combate primero del rey, mi padre, seguí las banderas y el valor, vi sobre el muro una tarde un sol bello haciendo alarde de sus hazañas de amor. Quedé ciego en la conquista de sus ojos soberanos y sin llegar a las manos me venció sola su vista. Desde entonces me alistó Amor entre sus soldados; supe lo que eran cuidados que hasta aquel instante, no. Tiré sueldo de desvelos, sospechas me acompañaron, imposibles me animaron, quilataron mi amor celos; y procurando saber quién era la causa hermosa de mi pasión amorosa en que me siento encender, supe que era la princesa, hija del bárbaro rey, contraria en sangre y en ley, si una sola amor profesa. Y, como imposibilita la nuestra el mezclarse, hermana, sangre idólatra y pagana con la nuestra israelita, viendo mi amor imposible, a la ausencia remití mi salud, porque creí que de su rostro apacible huyendo, el seso perdido, a pesar de tal violencia, ejecutara la ausencia los milagros del olvido. Volvíme a Jerusalén, dejé bélicos despojos, quise divertir los ojos, que siempre en su daño ven, pero, ni conversaciones, cazas, juegos o ejercicios, fueron remedios, ni indicios de aplacarse mis pasiones. Creció mi mal de día en día con la ausencia; que quien ama, espuelas de amor la llama, y, en fin, mi melancolía ha llegado a tal extremo que aborrezco lo que pido, lo que me da gusto olvido, y me anima lo que temo. Aguardé a mi padre el rey para que, cuando volviese, por esposa me la diese; que, aunque de contraria ley la nuestra, hermana, dispensa del Deuteronomio santo, con que cuando amare tanto como yo, y casarse piensa con mujer incircuncisa ganada en lícita guerra, la traiga a su casa y tierra donde en paz sus campos pisa, le quite el gentil vestido y la adorne de otros bellos, le corte uñas y cabellos y pueda ser su marido. Esta esperanza en sosiego hasta agora conservé, pero ya, infanta, que sé que mi padre a sangre y fuego la ciudad de quien adoro destruyó, quedando en ella muerta mi idólatra bella; sangre por lágrimas lloro. Éste es mi mal, imposible de sanar; ésta mi historia. Consérvala mi memoria para hacerla más terrible. ¡Ten piedad, hermana bella, de mí! TAMAR: Dios, hermano, sabe si cuanto es tu mal más grave me aflije más tu querella. Mas yo ¿cómo puedo Amón remediarte? AMÓN: Bien pudieras, si tú, mi Tamar, quisieras. TAMAR: Ya espero la conclusión. AMÓN: Mira, hermana de mi vida, aunque es mi pasión extraña como es niño Amor, se engaña con cualquier cosa fingida. Llora un niño, y a su ama pide leche, y dale el pecho tal vez otra, sin provecho, donde, creyendo que mama solamente se entretiene. ¿No has visto fingidas flores que, en apariencia y colores la vista a engañarse viene? Juega con la espada negra en paz, quien la guerra estima, engañando con la esgrima las armas con que se alegra; hambriento he yo conocido que de partir y trinchar suele más harto quedar que los otros que han comido; pues mi amor, en fin, rapaz, si a engañarle hermana llegas, si amorosas tretas juegas, si tocas cajas en paz, si le das fingidas flores, si el pecho toma a un engano, si esgrime seguro el daño, si de aparentes favores trincha el gusto que interesa, podrá ser, bella Tamar, que sin que llegue al manjar le satisfaga la mesa. Mi princesa malograda fue imagen de tu hermosura; suspender mi mal procura en su nombre transformada. Sé tú mi dama fingida; consiente que te enamore, que te ronde, escriba, llore, cele, obligue, alabe, pida; que el ser mi hermana, asegura a la malicia sospechas, y mis llamas satisfechas al plato de tu hermosura, mientras el tiempo las borre, serás fuente artificial, que alivia al enfermo el mal, sin beber, mientras que corre. TAMAR: Si en eso estriba no más, caro hermano, tu sosiego, tu gusto ejecuta luego, que en mí tu dama hallarás, quizá más correspondiente que la que ansí te abrasó. Ya no soy tu hermana yo; preténdeme diligente, que, con industrioso engaño, mientras tu hermana soy, para que sanes, te doy de término todo este año. AMÓN: ¡Oh, lengua medicinal! ¡Oh, manos de mi ventura!
Besa las manos de TAMAR
¡Oh, cielo de la hermosura! ¡Oh, remedio de mi mal! Ya vivo, ya puedo dar salud a mi mortal llama. TAMAR: ¿Dícesme eso como a dama, o sólo como a Tamar? AMÓN: Como a Tamar hasta agora; más, desde aquí, como a espejo de mi amor. TAMAR: ¿Luego ya dejo de ser Tamar? AMÓN: Sí, señora. TAMAR: ¿Princesa soy amonita? AMÓN: Finge que en tu patria estoy, y que hablar contigo voy al alcázar, donde habita tu padre, el rey, que cercado por el mío, está afligido; y yo en tu amor encendido, después de haberte avisado que esta noche te he de ver, entro atrevido y seguro por un portillo del muro, y tú, por corresponder con mi amor, a recibirme sales. TAMAR: ¡Donosa aventura! Comienzo a hacer mi figura. (No haré poco en no reirme.) Aparte AMÓN: Entro, pues. Árboles bellos de este jardín, cuyas hojas son ojos, que mis congojas llora amor por todos ellos, ¿habéis visto a quien adoro? Pero sí, visto la habéis, pues el ámbar que vertéis condensado en gotas de oro, de su vista le heredáis. TAMAR: ¿Si habrá el príncipe venido? ¿Sois vos, mi bien? AMÓN: ¿Que he adquirido el blasón con que me honráis? ¡Dichoso mi amor mil veces! TAMAR: ¿Venís solo? AMÓN: No es discreto el amor que no es secreto. ¿Cómo, amores, no me ofreces esos brazos amorosos que con mis suspiros merco? Pues que con los míos os cerco, cielos de amor luminosos, zona soy que se corona con los signos de oro bellos de esos hermosos cabellos; estrellas son de esa zona esos ojos, esas manos que al cristal envidia dan; la vía láctea serán de mis gustos soberanos. ¡Ay mis manos, que me abraso
Besa las manos a TAMAR
si a los labios no os arrimo con que sus llamas reprimo! Remediadme TAMAR: Paso, paso, que no os doy tanta licencia. AMÓN: ¿Dícesme eso como a hermano, o como amante, que ufano está loco en tu presencia? TAMAR: Como a hermano y a galán; que si de veras te abrasas, las leyes de hermano pasas; y si favores te dan ocasión de que así estés la primera vez que vienes a ver tu dama, no tienes de medrar por descortés. Basta, por agora, esto. ¿Cómo te sientes? AMÓN: Mejor. TAMAR: ¡Donosas burlas! AMÓN: De amor. TAMAR: Ya es sospechoso este puesto. Vete. AMÓN: ¿No eres tú mi hermana? TAMAR: El serio recato pide. AMÓN: Como a galán me despide. TAMAR: Vaya, pues esto te sana. AMÓN: Adiós, dulce prenda. TAMAR: Adiós. AMÓN: ¿Queréisme mucho? TAMAR: Infinito. AMÓN: ¿Y admitís mi amor? TAMAR: Sí admito. AMÓN: ¿Quién es vuestro esposo? TAMAR: Vos. AMÓN: ¿Vendré esta noche? TAMAR: A las once. AMÓN: ¿Olvidaréisme? TAMAR: En mi vida. AMÓN: ¿Quedáis triste? TAMAR: Enternecida. AMÓN: ¿Mudaréisos? TAMAR: Seré bronce. AMÓN: ¿Dormiréis? TAMAR: Soñando en vos. AMÓN: ¡Qué dicha! TAMAR: ¡Qué dulce sueño! AMÓN: ¡Ay mi bien! TAMAR: ¡Ay caro dueño! AMÓN: Adiós, mis ojos. TAMAR: Adiós.
Vase AMÓN. Sale JOAB, que ha estado escuchando escondido
JOAB: Escuchando de aquí he estado, aunque a mi pesar, finezas, requiebros, gustos, ternezas de un amor desatinado. ¿Úsanse entre los hermanos, aun de la gente perdida, esto de mi bien, mi vida, ceñir cuellos, besar manos? "¡Ay, mi esposa!" "¡Ay caro dueño!" ¿Mudaráste?" "Seré bronce." "Vendré esta noche?" "A las once." "¿Soñaré en ti?" "¡Dulce sueño!" No sé yo que haya señales de una hermanada afición como éstas, si ya no son Tamar, de hermanos carnales. En pago de mis hazañas pedirte al rey pretendí, por esta causa emprendí dificultades extrañas. El primero que asaltó a vista del campo hebreo con muerte del jebusco muros en Sión, fui yo. Su capitán general el rey profeta me hizo, con que en parte satisfizo mi pecho noble y leal. En muestras de este deseo siempre que a la guerra fui, partí, llegué, vi y vencí; y agora llego, entro y veo amores abominables, ofensas de Dios, del rey, de tu sangre, de tu ley; y con efectos mudables, olvidados mis servicios, menospreciado mi amor, mal pagado mi valor y de tu deshonra indicios. Mas, gracias a Dios, que ha sido en tiempo que queda en pie mi honra. Desde hoy haré altares al cuerdo olvido; al rey diré lo que pasa como testigo de vista, pues, cuando extraños conquista, afrentáis propios su casa; y, mientras hace el olvido en mi pecho habitación, en el incestuoso Amón tendrás hermano y marido. TAMAR: Oye, espera, Joab valiente; así alargue Dios tus años que escuches los desengaños de un amor, sólo aparente. Si a un loco que con furor rey se finge, el que es discreto por librarle de un aprieto le va siguiendo el humor, le entitula majestad, le habla hincada la rodilla, cual vasallo se le humilla, y teme su autoridad, con que su fuerza sosiega; a que adviertas te provoco que está Amón de amores loco, y que de esta pasión ciega ha de morir breveinente con que a mi padre ha de dar, si no le mata el pesar, vejez triste e inclemente. Quiso a una dama amonita que con los demás murió cuando a Rábata asaltó la venganza israelita. Tiénela en el alma impresa y la ama sin esperanza, dice soy su semejanza, y que si del mal, me pesa, que le abrasa, finja ser la que adora, y cuando venga, con amores le entretenga. Es mi hermano, sé el poder del ciego amor que le quema, y para que poco a poco aplaque el tiempo a este loco seguí, como ves, su tema. Mas, pues resulta en tu daño y en riesgo de mi opinión, muérase mi hermano Amón y cese desde hoy tu engaño. Si él ama, yo amo también las partes de un capitán, el más valiente y galán que ha visto Jerusalén. Pídeme a mi padre luego, que otras hijas ha casado con vasallos que no han dado las muestras que en ti a ver llego, y no ofenda esta maraña el valor de mi firmeza, ni un amor en la corteza que a un enfermo amante engaña. JOAB: Conozco tu discreción y tus virtudes no ignoro; tu honesta hermosura adoro y celebro tu opinión. No haya más celos, ni enojos; perdone a Joab, Tamar, que desde hoy jura no dar crédito ni fe a sus ojos. Si ser tu esposo intereso, será premio de mi amor; en fe de aquese favor la mano, hermosa, te beso.
Vase JOAB. Sale AMÓN al mismo tiempo que JOAB besa la mano a TAMAR
AMÓN: Besar la mano donde el labio ha puesto su príncipe, un vasallo, es hecho aleve; que el vaso se reserva donde bebe el caballo, el vestido y el real puesto. Como hermano, es mi agravio manifiesto; como amante, a furor mi pecho mueve. ¡Ídolo de mi amor, hermana leve! ¿Tan presto atormentar? ¿Celos tan presto? Como amante ofendido y como hermano a locura y venganza me provocas. Daré la muerte a tu Joab villano, y cuando niegues tus mudanzas locas, desmentiráte tu besada mano, pues por tener con qué, buscó dos bocas. TAMAR: Ya sea, Amón., tu hermana, ya tu dama, aquella verdadera, ésta fingida, quimeras deja, tu pasión olvida que enferma, porque tú sanes, mi fama. Si una difunta en mí busca tu llama, diré que estoy para tu amor sin vida; si siendo hermana soy de ti oprimida, razón es que aborrezca a quien me infama. No me hables más palabras disfrazadas, ni con engaños tu afición reboces cuando Joab honesto amor pretenda; que andamos yo y tu dama muy pegadas, y no sé yo como tu intento goces, sin que la una de las dos se ofenda.
Vase TAMAR
AMÓN: Ansí te vas, homicida? ¿Con palabras tan resueltas, la venda y la herida sueltas para que pierda la vida? Pues yo te daré venganza, crüel, mudable Tamar; que, en fin, acabas en mar por ser mar en la mudanza. ¡Que me abraso, ingratos Cielos, que me da muerte mi rigor!
Sale JONADAB
JONADAB: ¿Qué es aquesto, gran señor? AMÓN: Mal de corazón, de celos. JONADAB: ¿Celos? ¿No sabré yo, acaso, de quién? AMÓN: Sí, que pues me muero ni puedo callar, ni quiero. Por Tamar de amor me abraso. JONADAB: ¿Qué dices? AMÓN: No me aconsejes; dame muerte, que es mejor. JONADAB: Desatinado es tu amor; mas, para que no te quejes de mi lealtad conocida, tu pasión quiero aliviar. Pierda su honra Tamar y no pierdas tú la vida. Fíngete malo en la cama. AMÓN: No es mi tormento ficción. JONADAB: Disimula tu afición y al rey, que te adora, llama. Pídele que venga a darte Tamar, tu hermana, a comer; y cuando esté en tu poder, no tengo que aconsejarte, discreto eres. La ocasión lo que has de hacer te dirá. AMÓN: En ese remedio está mi vida o mi perdición. Ve por mi padre. ¿Qué aguardas? JONADAB: (Como andas a tiento, amor Aparte no distingues de color, ni a hermanos respeto guardas.)
Vase JONADAB
AMÓN: Si amor consiste sólo en semejanza, y tanto los hermanos se parecen, que en sangre, en miembros y en valor merecen igual correspondencia y alabanza, ¿qué ley impide lo que Amor alcanza? De Adán, los mayorazgos nos ofrecen, siendo hermanos, ejemplos que apetecen lo mismo que apetece mi esperanza. Perdones, pues, la ley que mi amor priva, vedando que entre hermanos se conserve; que la ley natural en contra alego. Amor, que es semejanza, venza y viva; que, si la sangre, en fin, sin fuego, hierve, ¿qué hará sangre que tiene tanto fuego?
Salen DAVID, JONADAB y ELIAZER
DAVID: De que envíes a llamarme, hijo, arrimo de mi vida, ya mi tristeza se olvida, ya vuelves á consolarme. Habla, no repares, pide. AMÓN: Padre, mi flaqueza es tanta, que la muerte se adelanta, si tu favor no lo impide. No puedo comer bocado, ni hay manjar tan exquisito, que alentando el apetito, mi salud vuelva a su estado. Como el mal todo es antojos, paréceme, padre, a mí que a venir Tamar aquí, con solo poner los ojos y las manos en un pisto, una substancia o bebida, términos diera a la vida, que ya de camino has visto. ¿Quiere, señor, vuestra alteza, concederme este favor? DAVID: Poco pides a mi amor: si ansí alivias tu tristeza, Tamar vendrá diligente. AMÓN: Beso tus pies. DAVID: Eso es justo. AMÓN: Guisa Tamar a mi gusto, y entiéndele solamente. DAVID: No le quiero dilatar; voy a llamar a la infanta.
Vase DAVID
AMÓN: Eliazer, dime algo, canta si alivia a amor el cantar.
Canta
ELIAZER: "Cuando el bien que adoro los campos pisa, madrugando el alba, llora de risa. Cuando los pies bellos de mi niña hermosa pisan, juncia y rosa, ámbar salen de ellos; va el campo a prenderlos con grillos de flores, y muerta de amores, si el sol la avisa, madrugando el alba llora de risa."
Sale TAMAR con una toalla al hombro y una escudilla de plata entre dos platos de lo mismo
TAMAR: Mandóme el rey, mi señor, que a vuestra alteza trujese de mi mano, que comiese, porque conozco su humor; ya no tendrá buen sabor si de gusto no ha mudado, porque aunque yo lo he guisado, si llaman gracia a la sal, yo vendré, príncipe, tal, que no estará sazonado. AMÓN: Jonadab, salte allá fuera, cierra la puerta, Eliazer,
Vanse los dos
que a solas quiero comer manjares que el alma espera. TAMAR: Lo que haces considera. AMÓN: No hay ya que considerar; tú sola has de ser manjar del alma a quien avarienta tanto ha que tienes hambrienta, pudiéndola sustentar. TAMAR: Caro hermano, que harto caro me saldrás si eres crüel; príncipe eres de Israel, todos están en tu amparo; mi honra es espejo claro donde me remiro y precio; no sufrirá su desprecio si le procuras quebrar, ni tú otro nombre ganar que de amante torpe y necio.
Retirándose
Tu sangre soy. AMÓN: Ansí te amo. TAMAR: Sosiega. AMÓN: No hay sosegar. TAMAR: ¿Qué quieres? AMÓN: Tamar, amar. TAMAR: ¡Detente! AMÓN: Soy Amón, amo. TAMAR: ¿Si llamo al Rey? AMÓN: A Amor llamo. TAMAR: ¿A tu hermana? AMÓN: Amores gusto. TAMAR: ¡Traidor! AMÓN: No hay amor injusto. TAMAR: Tu ley... AMÓN: Para Amor no hay ley. TAMAR: Tu rey... AMÓN: Amor es mi rey. TAMAR: Tu honor... AMÓN: Mi honor es mi gusto.

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

La venganza de Tamar, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 25 Jun 2002