ACTO SEGUNDO


 
Salen don JORGE, LILLO, y MINGO, CRESPO, y BERRUECO, labradores
JORGE: Pegad a todo el lugar fuego, sin que dejéis casa que no convirtáis en brasa. Villanos, no ha de quedar piedra en Cubas sobre piedra. MINGO: Señor, por amor de Dios; por nuestra hacienda y por vos, con cuya presencia medra, que mandéis a los soldados que en Cubas habéis metido salir de él; basta el roído los dineros y ganados que nos roban, sin que intenten robar también nueso honor; que no es honra del señor que sus vasallos afrenten, claro está. JORGE: ¿Y es justo que se opongan los vasallos a su señor? MINGO: Si afrentallos quiere su travieso gusto, ¿qué mucho que se defienda quien ve que ese honor se pierde? CRESPO: El perro con rabia muerde. ¿Salísme a robar la prenda más estimada y querida, sin poderos abrandar, y espantáisos que el lugar su agravio y mi afrenta impida? BERRUECO: Mari Pasquala es mi hija. CRESPO: Mi esposa había de ser. BERRUECO: ¿Por qué habéis vos de querer dar a mi vejez prolija tan mal fin, y que el lugar me afrente, y viéndola diga, "Ésta que veis es la amiga de don Jorge?" LILLO: Que mirar tendrán por sí, de manera que no se acuerden de vos. JORGE: Luego, ¿entendisteis los dos que Mari Pasquala era solamente en quien mi gusto pongo, y a quien amo y quiero? ¡Bueno, a fe de caballero! Pues si eso os daba disgusto, consolaos, que no seréis solos los que de hijos míos seáis abuelos y tíos, que con todos me veréis emparentar. CRESPO: (Y lo hará Aparte como lo dice.) MINGO: Buen cargo ha tomado. JORGE: El tiempo es largo, Crespo; todo se andará. MINGO: ¿Y eso es justo? LILLO: ¿Por qué no? JORGE: Sois muy toscos y groseros, y pretendo ennobleceros, pues lo quedaréis si yo mezclo con vuestro naval un jirón de mi nobleza. CRESPO: Alto; ¡dióle en la cabeza! JORGE: ¿Dónde está Mari Pascual? Porque esconderla es querer que todo el pueblo destruya. ¿No vais por ella? CRESPO: Si suya, así como así ha de ser, no empiece en Mari Pascuala; que es como guindas amor, la postrera la mejor, y para guinda no es mala. MINGO: Que destruyas nuesa hacienda importa poco, tomadla, y si os servís abrasadla, como el honor no se ofenda; que el lugar consentirá, como no le deshonréis, que la hacienda le quitéis. JORGE: Mingo, todo se andará; decid adónde llevastes vuestra sobrina, o haré que os den tormento. MINGO: Pues ¿sé yo dó está? JORGE: ¿No la quitastes a Lillo en ofensa mía con ayuda del lugar? LILLO: Eso puedes preguntar a mis lomos, que a porfía, haciendo con ellos fiestas, tantos palos les pegaron, que, sin jugar, me cargaron un flux de bastos a cuestas. Líbrete Dios de una tranca en manos de un labrador si se enoja y con furor tras un desdichado arranca, que no dirás sino que es sota de bastos con ella. JORGE: Crespo, en vano es escondella. Yo os la volveré después y seréis de su hermosura legítimo poseedor. CRESPO: Lo que otro suda, señor, diz que a mí poco me dura. Eso es lo que mi honra busca. No me falta ya si tiña, vendimiadme vos la viña comeré yo la rebusca. ¡Bueno! Eso no. ¡Juro al soto que no es discreto el marido que puede comprar vestido entero y le compra roto! ¡Malos años; no en mis días! LILLO: A la encina y al villano, si no es a palos, en vano pedirles fruto porfías. JORGE: Dices, Lillo, la verdad. ¡Hola! saca un potro aquí. CRESPO: (¿Potro aquí? Ya siento en mí Aparte extraordinaria humedad.) BERRUECO: Mira que al emperador ofendes, y cuando venga y de estos agravios tenga noticia, ha de hacer, señor, el castigo que tú sabes, de su justicia y enojo. JORGE: Pocos consejos escojo, por más que al César alabes, pues cuando él volviese acá ya yo por diversos modos os tendré muertos a todos, y nadie se quejará. Dónde está Mari Pascual declarad, o en el tormento moriréis. CRESPO: (A lo que siento, Aparte lleno estoy de unto sin sal.) Yo diré la verdad llana. Cuando a Pascuala os quitamos al convento la llevamos de la Cruz. La madre Juana allí guardándola está de vueso ciego cuidado. Si hasta aquí lo hemos negado es porque no vais allá y hagáis de las que soléis con que el convento se inquiete. JORGE: Pues, a Juana, ¿quién la mete, por más que se lo roguéis, vosotros, sino en rezar? CRESPO: Es una santa, señor, y mira por nueso honor. JORGE: Cuando me llego a enojar no miro yo en santidades que, quizá, fingidas son; acuda ella a su oración y no intente novedades. Disciplínese, que es justo; ayune y rija su casa; mas si los límites pasa de su estado y de mi gusto e irritan mi libertad, guárdese, que podrá ser que vengamos a saber qué tal es su santidad.
Sale un PAJE
PAJE: La Vicaria del convento de la Cruz éste te envía.
Dale un billete
JORGE: Si es que resistir porfía mi amoroso pensamiento, mal sus ruegos y lisonjas mis gustos resistirán; conténtese con que están seguras de mí sus monjas.
Abre el billete y lee
"La presunción de la madre Juana de la Cruz es tanta, que, no contenta con regir su casa, ha pretendido gobernar las ajenas, de suerte que para remediar, según dice, la de vuestra señoría, ha escrito a Madrid a la señora doña Ana Manrique, esposa de vuestra señoría, insultos indignos de tal persona, y persuadióla a que, no enmendándose de ellos, se queje al gobernador de Castilla don Juan Tavera para que los remedie, y con capa de santidad fingida tiene banderizada esta casa. Ahora que la está visitando nuestro padre provincial será de importancia la autoridad de vuestra señoría para que se pierda la suya y la quiten el oficio que ha tantos años ejerce de Abadesa. Las más monjas de este monasterio son de este parecer; y porque al señor del lugar conviene procurar la quietud de él, y ésta resulta de la de esta casa, aguardamos a vuestra señoría para la liberta de ella y de una doncella que, según he sabido, contra su gusto tiene en este convento. Para lo uno y lo otro importará la presencia de vuestra señoría, a quien Nuestro Señor guarde. La Vicaria" ¡A doña Ana contra mí para que al gobernador se queje contra mi honor! ¡Oh hipócrita falsa! ¿Ansí tu santidad se acredita? Al Provincial hablaré y el alma le quitaré si el oficio no le quita. No en vano por sospechosa tuve la virtud fingida de esta mujer atrevida, que, pues llega a ser odiosa hasta a sus monjas, ¿quién duda que, perturbando su paz, con el fingido disfraz de santa sus vicios muda? Su eterno perseguidor tengo de ser desde aquí. Al convento voy. CRESPO: ¿Ansí nos quieres dejar, señor, sin mandar a los soldados que se vavan del lugar? JORGE: Villanos, habéis de estar con su presencia obligados a mi gusto. CRESPO: Cuanto quieres haces. ¿Quién hay que te ofenda? JORGE: Señor soy de vuestra hacienda, vuestras casas y mujeres; todo me ha de dar tributo, pues que vuestro dueño soy. Ven, Lillo. LILLO: Contigo voy. MINGO: ¿Las mujeres? ¡Oste, puto! ¿Qué hemos de her? CRESPO: Trasponellas como puerros. BERRUECO: Ése es mi voto. Yo a Leganés pienso llevar dos doncellas que en casa quedan. MINGO: Si a pares a las doncellas sacáis, a las casadas dejáis a figura. BERRUECO: En los lugares vecinos pueden estar seguras, hasta que venga el emperador y tenga noticia de que el lugar nos destruye este traidor. CRESPO: Cuando Carlos venido haya, a fe que no se le vaya con ella el comendador. MINGO: De mi voto no saquéis las mujeres del lugar, que mos puede resultar mayor mal del que teméis. BERRUECO: Callad, dejaos de quillotros. MINGO: Temo, de esos pareceres, que en faltando las mujeres tiene de dar tras nosotros.
Vanse. Salen la SANTA y MARI Pascuala
SANTA: Es la hermosura, María, niebla que el sol desvanece, sombra que desaparece, fímera que vive un día, vela que luce lo que arde la frágil luz de la vida, hierba con el sol florida que se marchita a la tarde, y es instante cuyo ser está a las puertas del nada, joya del tiempo prestada, por quien luego ha de volver. Pues fabricar la esperanza sobre el vano fundamento de la nieve, sombra y viento, despojos de la mudanza, ¿paréceos a vos cordura? ¿Es bueno tomar a censo pena eterna, fuego inmenso, por el deleite que dura lo que la sombra y la flor? ¡Ay, María! Mal sabéis lo que costado le habéis a Dios, con cuyo valor vino al mundo a remediaros; y con ser tal su poder, tuvo por bien el vender su vida para compraros. Joya, pues, que vale tanto, ¿en tan poco ha de estimarse? ¿En balde ha de derramarse sangre de mi Esposo santo? No lo permitáis, María; estimaos en más a vos; no os merece sino Dios. MARI: Basta, madre, madre mía, basta, que me derretís el alma y el corazón; palabras de fuego son, madre, las que me decís. Si me he dejado vencer de las promesas y amor del fuego, comendador persiguióme. Soy mujer. Mi flaqueza combatió; mas, pues, por vos valor cobra, no temáis ponga por obra lo que, hablándome, intentó. Diamante seré a su amor, jamás vencerme podrán sus promesas. SANTA: Más galán es Dios que el comendador. Si, porque no le habéis visto, esotro os ha satisfecho porque trae la cruz al pecho, más preciosa cruz trae Cristo a las espaldas, cosecha de mis vicios desbocados, que, por no ver mis pecados, a las espaldas los echa. Su encomienda es de más cuenta, y si no, juzgadlo vos, pues que llevamos los dos, él la cruz y yo la renta. Cristo el Gran Maestre es de esta preciosa encomienda, rica y inmortal hacienda, infalible su interés. Pues, cuando don Jorge os muestre amor, ¿no es notable error amar al comendador despreciando al Gran Maestre? MARI: ¡Ay, madre! Tan persuadida a servir a Dios estoy, que, si quisiera, desde hoy, mudando de estado y vida, quedarme por freila aquí. SANTA: Ojalá que yo pudiera, que temo, si salís fuera, vuestra pérdida. MARI: ¡Ay de mí! SANTA: Hay visita en casa agora y está nuestro provincial en ella; es poco el caudal nuestro, y yo gran pecadora. Todas le piden que os eche de casa, que una seglar su quietud puede inquietar, sin que mi ruego aproveche. Fuerza es, hija, que os volváis a casa de vuestro padre. MARI: Pues ¿cómo? ¿No veis vos, madre, que al lobo la oveja echáis? SANTA: No puedo más; la ocasión suele dar fama notoria, y Dios, por ver la vitoria, permite la tentación. Si de vos misma salís vitoriosa, buen padrino os será el amor divino, por cuyo amor combatís. Yo haré por vos oración a Dios. MARI: ¿Hay tal desconsuelo? Dadme, pues, la mano. SANTA: El cielo, hija, os dé su bendición.
Vase MARI Pascuala, Sale el ÁNGEL
ÁNGEL: ¿Juana mia? SANTA: ¿Mi Laurel? ¿Vuestra Hermosura no sabe que en el peligro más grave se ve el amigo más fiel? Agora que el provincial admite discursos largos de las que me ponen cargos porque las gobierno mal, ¿me escondéis esa belleza? ÁNGEL: Jamás me aparto de ti. SANTA: Todo es, mi Laurel, así; pero, para mi tristeza, no basta que estéis conmigo, sino que os me dejéis ver. Agora os he menester, que sois mi mayor amigo. ÁNGEL: Las más, Juana, del convento son contra ti. SANTA: ¡Qué bien hacen! Pues de mis pecados nacen causas de su descontento; helas escandalizado, Ángel, con mi mala vida, siendo soberbia, atrevida; y habiendo de ser dechado de todas, la menor de ellas pudiera ser mi prelada. Nunca me han visto enmendada, viviendo siempre con ellas. Porque más no las estrague, es razón, Ángel bendito, que castiguen mi delito. Quien tal hace que tal pague.
Llora
ÁNGEL: Mirando está tu humildad tu Esposo, a quien enamoras con las lágrimas que lloras, porque con su Majestad, sus méritos aventaja quien pequeño se parece; tanto más la fuente crece cuanto el agua suya abaja. Tú crecerás hasta el cielo, pues hasta el suelo te abates, y porque conmigo trates cosas que te den consuelo, en pago de las afrentas que presto has de recibir, te quiero, Juana, decir los milagros que tus cuentas tienen de hacer en España. SANTA: ¡Qué buena conversación! ÁNGEL: Sentémonos, que es razón. SANTA: ¿Yo con vos? ¡Merced extraña! De rodillas, Ángel, sobra para mí. ÁNGEL: Tu familiar soy. SANTA: Así tengo de estar. Sentaos vos. ÁNGEL: Aunque no cobra mi angélica agilidad cansancio del movimiento, por no ser en mí violento, con más familiaridad y amor en esta ocasión, porque consolarte espero, sentarme, mi Juana, quiero contigo a conversación.
Siéntase
Los venturosos rosarios que la Majestad inmensa en su soberano Alcázar tuvo en sus manos eternas, salieron con tantas gracias como se esperaba de ellas; que manos de Dios no saben hacer mercedes pequeñas. Las virtudes de los Agnus que el vice-Dios en la tierra concede, esas mismas dió Cristo, tu Esposo, a tus cuentas. Gracia de sacar demonios; contra tempestades fieras; contra enfermedades varias; contra tentaciones ciegas, y otros muchos privilegios que son sin número y cuenta; que cuentas que al cielo suben el cielo es bien baje en ellas. Han de ser tan estimadas como es justo, que son prendas que en fe de su amor dio Cristo a Juana, su esposa tierna. El segundo Salomón, Filipo, cuya prudencia hará a la justicia y paz que otra vez á España vuelvan, una de estas cuentas santas tendrá con la reverencia que promete el que ha de ser de la cristiandad defensa. Y luego el tercer Filipo, con su Margarita bella, los pacíficos, los santos, tendrán en otras dos cuentas sumado el valor y estima de sus célebres riquezas, por ser joyas con que el alma se compone y hermosea. Clemente octavo vendrá a esta casa antes que sea de la barca de San Pedro patrón y rija la iglesia, y con una cuenta tuya a Roma dará la vuelta, con que adorne la tïara que ha de ilustrar su cabeza. El santo fray Julián de tu Orden, que en herencia en Alcalá, de Francisco será ejemplo de inocencia, y fray Francisco de Torres, de quien este reino espera milagros y maravillas que sus vidas engrandezcan, estas cuentas soberanas han de estimar de manera que con su autoridad pongan freno a desbocadas lenguas. Veinticuatro religiosas, del falso espíritu opresas, tienen de quedar en Francia libres y sanas por ellas, y si a algún endemoniado una cuenta de estas llega, apenas la tocará cuando se libre de penas. Tres ciegos cobrarán vista, a dos mudos darán lenguas, oirán por ellas los sordos, cobrarán salud perfecta enfermos de corazón, de fiebres, de pestilencia, de costado, de cuartanas, de garrotillo, de lepra. Serán único remedio contra los que desesperan de Dios, y harán que, contritos, se arrojen a su clemencia. Desterrarán tempestades, amansarán las tormentas, sin que los rayos furiosos hagan daño en su presencia. Contra espantos y visiones serán medicina cierta; darán sosiego y quietud a escrupulosas conciencias, y entre los muchos milagros que ha de obrar la fe por ellas, los que se comprobarán tienen de ser más de treinta. Todas estas maravillas ha de hacer Dios, porque entiendas lo mucho que te ama, Juana. Mira si es bien que padezcas por tan liberal esposo. SANTA: ¡Ay, Ángel divino! ¡Vengan trabajos y menosprecios, persecuciones y afrentas, que si paga a letra vista, Dios, en tan rica moneda, y antes que a cuentas lleguemos, son en mi favor las cuentas. Sin cuenta quiero servirle. ÁNGEL: La vicaria es ya abadesa; el oficio te ha quitado. Ya tus trabajos comienzan, Job de España, ya ha llegado el tiempo en que ha de hacer prueba del oro de tu constancia el toque de la paciencia. Contigo quedo, ten firme.
Vase
SANTA: Si mi guarda os encomienda mi Esposo, ¿qué importan olas en sufrimientos de piedra?
Sale la Vicaria, ya ABADESA, y las MONJAS
ABADESA: Ya, hermana, ha querido el cielo que los embustes se sepan de su santidad fingida para que remedio tengan. Nuestro padre provincial escandalizado queda de modo de sus excesos, que se ha partido sin verla, y quitándola el oficio me eligió por abadesa, contra mi gusto por cierto; mas obedecer es fuerza. SANTA: Nuestro padre provincial en tan justa elección muestra su cristiandad, su virtud, su gobierno y su prudencia. Que sin verme se haya ido y mis culpas aborrezca no me espanto, que es un santo, y yo digna de las penas del infierno. Aquesos pies, aunque yo no lo merezca, ponga, madre, en esta boca. ABADESA: No me hable de esa manera; hipócritas humildades en mí han de hacer poca mella. Álcese del suelo, acabe. SANTA: Si todos me conocieran como ella, madre, ¡en qué poco me estimaran y tuvieran los que me juzgan por santa siendo el mismo vicio! Es cuerda y conoce mis pecados. ABADESA: Con fingidas apariencias no me ha de engañar, hermana; escuche la penitencia que me manda que la dé nuestro padre. SANTA: ¡Qué pequeña comparada con mis culpas será, por grande que sea! ABADESA: El velo manda quitarla.
Quítasele
SANTA: Hace bien, que quien no vela con las vírgines prudentes hasta que el esposo venga bien merece que la quiten el velo y que con la puerta la den. ¡Ay de mí, que soy una de las cinco necias! ABADESA: Manda que todas las monjas, hermana, la den en rueda una disciplina. SANTA: Es justo que a Dios pague en la moneda que pagó por mis pecados. Cinco mil azotes fueran más justos en mí que en Él. Ya me alivian esas nuevas. ABADESA: También manda que la encierren y den por cárcel su celda, porque le han dicho que está endemoniada y que intenta el demonio por su boca engañar a los que llegan a escucharla cuando habla fuera de sí en tantas lenguas. SANTA: No me espanto, que también llamaba la envidia hebrea a mi Esposo endemoniado. Razón es que le parezca. Enciérrenme, que es muy justo, porque mis culpas no vean, que por ser tan grandes temo que ha de tragarme la tierra. ABADESA: Pena de descomunión manda que no hable con ella ninguna monja. SANTA: ¡Qué sabio mandato, qué gran prudencia! A los que están apestados dicen que nadie se llega porque su mal no les toque. Los vicios son pestilencia; como soy tan pecadora por apestada me encierran, y es bien que ninguna me hable porque de peste no muera. ABADESA: Sabe Dios lo que he rogado a nuestro padre por ella; pero hale dado don Jorge tan extraordinarias quejas, que, satisfaciendo a todos, y aun usando de clemencia, le da este corto castigo. SANTA: ¡Y qué corto! El cielo quiera, madres, que yo no lo pague allá en las penas eternas. ABADESA: Deje ya los fingimientos, hermana, y al coro venga adonde todas la azoten. SANTA: Vamos muy en hora buena. MONJA 1: ¿Es posible que fingida toda esta santidad sea? MONJA 2: Pues el provincial lo dice, que tiene tanta experiencia, ¿quién lo duda? Y más, sabiendo que el lobo se finge oveja.
Vanse las dos MONJAS. Quédanse Sor EVÁNGELISTA, la ABADESA y la SANTA
EVÁNGELISTA: (Hanme mandado callar, Aparte y el corazón me revienta viendo padecer mi madre de pesar y de tristeza; mas, si son los gustos oro y sus quilates acendra la tribulación, ¿quién duda que Juana ha de salir de ella con infinitos quilates para que sirva a la mesa del infinito Monarca? Esto sólo me consuela.)
Vase
ABADESA: (Ya se cumplió mi deseo; Aparte en fin, me han hecho abadesa. Ya se vengará mi envidia de esta hipócrita; contenta voy en extremo. ¡Oh, qué vida la pienso dar! No habrá afrenta, castigo ni menosprecio que no he de probar en ella.)
Vase
SANTA: A fe, Juana, que os conocen; alegre estoy de que os tengan por lo que sois. De esta vez nadie os juzgará por buena. Quien tal hace, que tal pague. Pagad, Juana, vuestras deudas, que, pues todas os persiguen, a todas hacéis ofensa.
Vase. Salen don JORGE, LILLO, CRESPO, MINGO y BERRUECO
JORGE: Los propios del lugar y renta aplico a mi hacienda. CRESPO: ¿No basta su encomienda? JORGE: No repliquéis, villano. CRESPO: No replico; mas, ¿por qué nos despoja de la hacienda? JORGE: Estoy yo pobre y el concejo rico; no habrá quien de vosotros me defienda, que entre villanos mal podrá enfrenallos si el dueño es pobre y ricos los vasallos. ¿Qué depósito tiene aquí el concejo? MINGO: Cien fanegas de pan que da cada año a pobres del lugar. JORGE: ¡Lindo aparejo para holgazanes! MINGO: No teme ese daño; porque sólo se da al enfermo viejo y a la mísera viuda. JORGE: Ése es engaño; aplícolo a mi renta. BERRUECO: Pues los pobres, ¿qué han de comer cuando su pan los cobres? JORGE: Remedio habrá para ellos. BERRUECO: ¿De qué suerte? JORGE: A los pobres enfermos desterrallos. CRESPO: Que eres cristiano y que lo son advierte. JORGE: En Illescas podrán mejor curallos. BERRUECO: ¿Y a los viejos? JORGE: ¿Los viejos? Darlos muerte, pues no hay limosna igual como sacallos de este mal mundo. MINGO: ¿Y ése es buen consejo? JORGE: ¿Para qué ha de vivir, si es pobre, un viejo? MINGO: ¡Plegue a Dios que no llegues a esos días! JORGE: Las viudas hilen, si de edad no fueren para casarse. BERRUECO: Bien tu intento guías. JORGE: No ha de haber pobres; los que aquí lo fueren hacedlos desterrar, que son harpías que a nuestras mesas sustentarse quieren; y un poderoso que los desterraba ratones de los ricos los llamaba. CRESPO: Mejor nombre les da el cristiano celo, de quien en este mar los llama naves en que la caridad despacha al cielo riquezas de que tiene Dios las llaves. El mundo es mar y en él, cierto, recelo de sus Caribdis y sus Sirtes graves. En su golfo se pierde el que navega; sola la caridad al cielo llega. JORGE: Predicador villano: ¿tú conmigo con ejemplos y réplicas te pones? Vete, si no es que aguardes el castigo digno de tus hipócritas razones. No es bien que a pobres se reparta el trigo, que son de la república ratones. Vete. MINGO: Si limosnero, señor, fueras, tus vicios, con ser tantos, encubrieras.
Vanse los tres labradores. Sale MARI Pascuala
MARI: A no salir del convento, de modo me enamorara tu divino entendimiento, Juana santa, que dejara de dar al cuerpo sustento por tus palabras, manjar que desterrando el pesar dejan el sentido en calma, pues con las sobras del alma me pudiera sustentar. Pero, pues que de él salí y palabra en tu presencia de no ofender a Dios di, no hayas miedo que en tu ausencia pueda la pasión en mí lo que ha podido hasta agora, que, en fin, eres mi fiadora, y Dios severo acreedor que cobrará con rigor si no paga la deudora. A don Jorge quise bien; pero ya en ceniza fría sus torpes brasas se ven. ¡Ay cielos! éste es. JORGE: María, a mi vista albricias den mis deseos, que en tu ausencia han mostrado a la experiencia, en el potro del amor los tormentos que el temor suele dar a la paciencia. ¿No me hablas? ¿Porqué enojos? Pones mi esperanza en duda. Mas ya sé que son antojos de amor, que la lengua muda suele pasarse a los ojos. Mi María, si no es vano el amor que te provoca, ya que por temor liviano me niega el habla tu boca, hablar puedes por la mano, que su cristal me enamora. MARI: (¡Ay confianza habladora! Aparte Cuán lejos suele vivir el prometer del cumplir he experimentado agora. Soldado he sido cobarde; hice en la paz menosprecio de la guerra, y en su alarde caí; que es propio del necio temer el peligre tarde. Prometí de no ofender a Dios; pero, ¿qué he de hacer, si la poca resistencia me cupo sólo en herencia de la primera mujer? De un modo empiezan su nombre mudanza y mujer liviana; mudéme, nadie se asombre, si a Eva vence una manzana, que hoy a mí me venza un hombre.) JORGE: ¿Qué dices? MARI: Que no quisiera, por lo bien que me estuviera, deciros que os quiero bien. JORGE: Pues, mi labradora, ven adonde mi amor te espera. MARI: (¿Éstas las cenizas son Aparte frías? Mas dejó una brasa escondida la afición, y quemaráse la casa, porque sopla la ocasión.)
Vanse don JORGE y MARI Pascuala. Queda LILLO y sale CRESPO
CRESPO: Yo, señor Lillo, quisiera hablar al comendador. LILLO: Por el Lillo y el señor le llamara si estuviera para eso; pero está ocupado. CRESPO: Pues ¿qué hace? LILLO: Una dueña en quien deshace lo que ella otra vez no hará. CRESPO: Que es cosa y cosa parece. LILLO: Cosa sin cosa podría ser ya. CRESPO: ¿Quién será? LILLO: María CRESPO: ¿Mari Pasqual? LILLO: Ésa ofrece, pues que saberlo codicias, primicias de su hermosura a don Jorge. CRESPO: Pues ¿es cura para llevar las primicias? LILLO: Ésta es la verdad. CRESPO: ¿No estaba en la Cruz? LILLO: Hízola echar Juana. CRESPO: Yo voy a avisar a su padre, que pensaba que allí la tenía guardada; pero diréle que queda bellaca para moneda. LILLO: ¿Por qué? CRESPO: Porque está cercenada.
Vase. Sale don JORGE maltratando a MARI Pascuala
JORGE: Echa, con la maldición, esta mujer, en quien veo que es la esperanza y deseo mejor que la posesión. ¡Que lo que pretendí tanto tanto me llegue a enfadar! LILLO: Amón eres con Tamar; gozástela, no me espanto. Dos caras el gusto pinta, señor, en cualquiera cosa: si es ajena, muy hermosa; pero si propia, distinta. Cuando ajena, cosa es clara que el sol era su traslado; pero ya que la has gozado verás la segunda cara. MARI: ¿Así se paga el honor de una mujer, fementido? Mas de honras, ¿cuándo ha sido el mundo buen pagador? JORGE: Déjala y ven.
Vase
MARI: Oye, escucha ¡Ah tirano; ¿así te vas? Mas la deuda negarás, que es costumbre cuando es mucha. Paga como caballero; pero dirás, y es verdad, que perdió la voluntad el gusto, que es su dinero. Que eres noble considera. LILIO: Pasito, Mari Pasqual, que no fuera él principal si pagara y no debiera; y si de palacio el trato sabes, ten por negocio hecho que eres mía de derecho, porque he levantado el plato. Si te dejares comer mi apetito estimarás. MARI: Como imitándole estás, vendrás tan infame a ser como el señor, de quien eres torpe solicitador, sin sentir tu vil señor que te sirvan las mujeres que él deshonra, de despojos. Pero, afrentoso alcahuete, aguárdame, y sacaréte, porque no lo seas, los ojos. LILLO: ¿Porque a mi amo ha servido tantos humos ha cobrado? Advierte que es del crïado todo el ropaje traído y que aunque el rey tenga un bayo de notable estimación, quitado el caparazón, le corre cualquier lacayo.
Vase
MARI: ¿Éstos son pagos del mundo, en deudas tan merecidas como son deudas de honor cuando se acercan sus ditas? ¿Así se cumplen palabras con lágrimas ofrecidas, con promesas intimadas, con ansias encarecidas? ¿Aquesto es ser caballero? ¿En esta nobleza estriba el valor que España ensalza y estimaron mis desdichas? ¿Mudables, dicen que son las mujeres, ofendidas de tantas lenguas mordaces tantas plumas enemigas? ¿Esto es ser hombre, de quienes tantas virtudes se afirman, tantas hazañas se alaban, tanta firmeza publican? Si así los hombres son que España cría, ¡mal haya la mujer que en hombres fía! ¡Ah ingrato y necio pastor! ¿La oveja dejas perdida para que lobos la coman después que la lana esquilmas? ¿Cómo, cielos rigurosos, si es verdad que la justicia desterrada de la tierra vuestro tribunal habita, no castigáis este ingrato, pues no valen allá arriba las dádivas ni el poder que tantas varas derriban? Justicia os pide mi agravio de un traidor que famas quita, de un hombre, en fin, que en ser hombre será la mudanza misma. Mas, pues deudas de honor tan presto olvidan, ¡mal haya la mujer que en hombres fía! Pero, alma, ¿de qué os quejáis de promesas no cumplidas, si la palabra quebrastes que a Dios distes este día? Si os quitó don Jorge la honra, por vos quitaron la vida a Dios; si él os ha dejado, sin Dios andáis vos perdida. Yo prometí no ofender su Majestad infinita, Juana salió mi fiadora; mas ¿quién de ocasiones fía? ¿Tendrán perdón mis pecados? No; que es la ofensa infinita. ¿No puede Dios perdonarme si le llamo arrepentida? Sí puede, mas no querrá; pues ¿será razón que viva mujer que perdón no aguarda y de un hombre fue ofendida? Eso será gran deshonra; pues ¿quitaréme la vida? Sí; que ya estoy condenada, y el Ángel que en compañía y guarda el cielo me dio me ha dejado, porque escrita ha visto ya la sentencia, por mi mal, difinitiva. ¿Adónde un lazo hallaré? Mas ¿será tal mi desdicha que aun le faltará a mi muerte el instrumento homicida? Dadme, verdugos eternos, un cordel, que al que castigan de balde le da la soga con que muera, la justicia.
Échanla un cordel
¿Qué es esto? ¡Ay de mí! Una soga me arrojaron desde arriba. ¡Que por tan crüel salario halle el mundo quien le sirva! Dádivas son del infierno que promete oro de Tíbar y teje sogas de esparto que esperanzas precipitan. Pero ¿qué mucho, si a Dios, cuando con pan le convida, en vez de pan le dé piedras que en sogas libre sus ditas? Matad, pues, cuerda, una loca desesperada y precita, que quien el honor perdió justo es que pierda la vida. El desprecio de un hombre es mi homicida. ¡Mal haya la mujer que en hombres fía!
Quiere ahorcarse, baja de arriba la SANTA, volando y detiénela
SANTA: Detén la bárbara mano. ¿Por qué, ingrata, desconfías de Dios misericordioso y apelas de su justicia? Quien perdonó a Magdalena te perdonará, María, pues es su misericordia, como entonces, infinita. Pide con ella perdón, y en estas cuentas benditas espera, que Dios en ellas tus cargos y cuentas libra.
Dale un Rosario y desaparece
MARI: ¡Oh mil veces santas cuentas; milagrosa medicina de precipitadas almas! Por vosotras reducida, confieso y tengo por fe que a un "pequé" del alma, olvida Dios infinitas ofensas. Pequé, Señor, mi alma diga. En la Cruz he de ser monja; vuestra Majestad permita que sus religiosas santas me lo otorguen, aunque indigna, que, como la Cananea, las migajas y reliquias de su venturosa mesa podrán sustentar mis dichas. Juana, por vuestra oración me ha dado el cielo dos vidas, la del alma y la del cuerpo. Misericordia infinita, pues perdonáis ofensas cada día, ¡bienhaya la esperanza que en vos fía!

FIN DEL ACTO SEGUNDO

La santa Juana, Segunda Parte, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 25 Jun 2002