JORNADA SEGUNDA


 
Salen doña SOL y URRACA solas, de la misma suerte que primero
URRACA: Notablemente sentiste que te pidiese favores el conde. SOL: Urraca, no ignores que esto hasta aquí me trae triste. ¡Que un señor, un caballero que más cortés debe ser con una honesta mujer anduviese tan grosero! ¿Diéronle acaso mis ojos, Urraca, alguna ocasión? URRACA: Cuando tan livianos son animan a los antojos; culpa a tu misma hermosura de su atrevimiento. SOL: Calla, que estas son disculpas que halla la necedad. ¿Por ventura estoy obligada a ser fea para no perderme el respeto; sin valerme el que debe a una mujer cualquier hombre principal, que es lo que se debe a sí? URRACA: Tienes razón; pero di, ¿cómo te parecen mal todos los hombres? SOL: Urraca, nací con esa aspereza. URRACA: Siempre fue de la belleza la ingratitud sombra. SOL: Saca de ese número la mía, y llámala inclinación honesta, sin la ambición de la hermosa hipocresía; que se precia, de ordinario, de hacer arte del desdén. URRACA: Pues que te parezca bien algún hombre es necesario; siendo mujer y naciendo de los hombres. SOL: Necia estás; no hace diferencia más un hombre presente viendo que de un árbol, una fuente, un edificio, un retrato. URRACA: Corazón tienes ingrato, pues no hay hombre que te aumente un poco más el deseo que lo que está inanimado. Sin duda que se te ha helado el apetito; no creo que para mujer naciste. SOL: Esto a quien soy corresponde. URRACA: ¿Es posible que en el conde algunas partes no viste que te pareciesen bien? SOL: ¿Quién, dime, por vida mía, te paga la tercería? ¿Quién te encargó mi desdén? Pues ¿cuándo sueles conmigo tener este atrevimiento? URRACA: De tu mismo sentimiento son hijos los que te digo. SOL: ¡Qué bien pareces criada, pues una apenas se ve en el mundo que no esté para tercera pagada! ¡Oh, enemigos no excusados de los dueños que ofendéis! Murmuráis y malqueréis regalados y pagados. ¡Qué de cosas se excusaran si excusaros se pudiera! URRACA: ¿Mandaste que la litera y los criados pasaran adelante? SOL: Urraca, si; porque quiero caminar hasta este primer lugar a pie: URRACA: Deberánte ansí, más que a abril, flores los prados. SOL: Y yo a ti lo que callares, que no son pocos pesares sufrirte algunos enfados, de mi condición ajenos y nuevos en mí hasta agora. URRACA: Perdón te pido, señora, y estos campos por lo menos enamoren tu hermosura. SOL: La suya a la vida avisa en el marchitarse aprisa. Ya parece que procura . el sol entrarse en el mar; un poco más caminemos, Urraca, porque lleguemos con luz alguna al lugar.
Salen el conde don LISUARDO y todos sus criados embozados, con bandas por las caras y las espadas desnudas
LISUARDO: ¡Teneos! URRACA: ¿Qué es esto, cielos? ¡Perdidas somos! SOL: Urraca, no te aflijas, no te turbes; que estas desnudas espadas no quieren sangre. URRACA: ¡Ay, señora!; ¿Qué quieren? SOL: Oro y plata; que éstos son algunos hombres de obligaciones, que pasan necesidad y procuran de esta suerte remediarla saliéndose a los caminos. Deja que los hable. URRACA: Acaba, y sepamos lo que intentan de esta suerte. SOL: Camaradas, contra dos mujeres solas menos que una espada basta. Retiradlas, que si vuestra determinación lo causa necesidad de dineros, y dos mujeres honradas, que en este traje caminan, os parece qué esa falta pueden suplir, reportaos, y sin armas ni amenazas cortésmente os serviremos.
Descúbrese LISUARDO
LISUARDO: Romera hermosa y gallarda: sólo tu belleza busco. URRACA: ¡Hablara para mañana! SOL: ¿Quién sois? URRACA: ¿Al conde, señora, no conoces? SOL: No son trazas éstas de hombres como el conde, y así en quien era dudaba. LISUARDO: Amor me obliga, romera, y tu desdén, que con tanta violencia a buscarte vuelva. Procura menos ingrata corresponderme, que estoy perdido. SOL: Conde, repara en quien soy, y juntamente que en hacerme ofensa agravias lo más noble de Castilla; que soy doña Sol de Lara, condesa de Lara e hija de don Manrique, a quien llama España el nunca vencido; que puesto que muerto falta a mi honor, de él heredé sangre tan noble, que basta contra las locas porfías. LISUARDO: Pues yo te doy, Sol, palabra de marido. SOL: Y el primero que ha hecho cuando se casa estelionato eres tú. LISUARDO: ¿De qué suerte? SOL: Si a la infanta de León la has dado, conde, ¿cómo a un mismo tiempo tratas otro casamiento? Advierte que vienes ciego y que pasas los límites de quien eres, y prosigue tu jornada, que no es razón LISUARDO: No hay razón en amor. SOL: Ya se adelanta eso a locura. LISUARDO: Tú misma me disculpas. SOL: Y tú infamas tu valor. LISUARDO: Ya no hay valor. SOL: Tendréle yo. LISUARDO: No habrá humana resistencia al amor mío. SOL: ¿A un ciego apetito llamas amor? LISUARDO: Amor o apetito, yo he de gozarte. SOL: Ya manchas con las palabras mi honor. LISUARDO: No han de ser solas palabras. SOL: Pues serán, conde, las obras imposibles. Lo que el alma rigiese esta sangre noble, animare estas entrañas, alentare este animoso corazón, esta bizarra presunción tuviese en pie, o dejaré de ser Lara, antes de mis padres hija, doña Sol y castellana. LISUARDO: Mi bien, ml gloria, mi dueño; mujer sois, amor me abrasa; vuestro soy, no me matéis con tanto desdén, con tanta ingratitud y aspereza, que no hay ninguna inhumana fiera que no quiera bien su semejante. Las plantas, las peñas, fuentes y ríos con ser insensibles, aman. Aquel ruiseñor escucha, y verás que cuando canta amorosas quejas son. Mira allí cómo se abrazan con los sauces y los olmos las hiedras enamoradas. Hasta aquel peñasco está enamorando las aguas de aquel cristal fugitivo. SOL: Mira entre esas semejanzas de amor, si nadie por fuerza lo que le niegan alcanza. Amor es correspondencia entre dos iguales almas, que la costumbre la engendra y alimenta la esperanza. Las principales mujeres de la estimación se pagan, y ésta es hija de los días con el tiempo acreditadas; que accidentes repetidos de amor, finezas bastardas cuando más arden, se hielan, cuando comienzan, acaban; que como del apetito más que del amor cansadas, corten por la posesión y sobre el olvido paran. Lo que no cuesta deseos no lo estima el gusto en nada, que a las fáciles empresas siempre sigue la mudanza. Da tiempo al tiempo, enamora, con estimación regala, sirve, ruega, desconfía, escribe, recela, aguarda y no atropelles por fuerza prendas de tanta importancia, pues no vienen a ser gustos los del cuerpo sin el alma. LISUARDO: De espacio estás, doña Sol; y mis amorosas ansias más presurosas caminan. SOL: No sé si hallarán posada. LISUARDO: Lleva mi amor privilegio. SOL: Nunca recibe esta casa huéspedes de esa manera, porque tiene salvaguarda del honor y del valor. Tu ciego amor desengaña, que no ha de pasar apenas los umbrales. Conde, aparta; que el bordón de una romera con obligaciones tantas, basta y sobra contra todas las viles armas villanas de un descortés caballero. Haz lo que yo hiciere, Urraca, o mataréte también. URRACA: Haz cuenta qué te acompaña una amazona. RELOJ: Urraquilla, aceituna sevillana, si a Reloj no hay rindibú te he de hacer a cuchilladas. URRACA: De montante he de jugar; lacayo: guardad la cara, que he de echaros las narices dos leguas de las quijadas. LISUARDO: Sol, aunque más rayos eches, tu defensa ha de ser vana, que eres Sol, y al paso mismo que te defiendes, abrasas. SOL: Por eso, villano conde, te sabré quemar las alas. LISUARDO: Ríndete, Sol, a mi amor; pues al amor veces tantas se ha rendido el sol del cielo.
Éntranse acuchillando a doña SOL, y dicen dentro
SOL: ¡Ay, que me has muerto! LISUARDO: ¡Mal haya mi espada y mi ingratitud! Tened, tened las espadas. LAURO: Sobre la hierba ha caído, volviendo en coral la grama. LISUARDO: Perderé también la vida si a Sol la vida le falta.
Salen la infanta LINDA y BLANCA
BLANCA: ¿Cartas del Conde, señora? LINDA: Sí, Blanca, del conde son, cuyas letras con razón el alma besa y adora. BLANCA: Desde el camino te escribe; finezas de desposado y galán enamorado. LINDA: Con estos socorros vive mi esperanza y mi deseo; que no tiene la paciencia, contra el rigor de la ausencia, otras armas. BLANCA: No te veo alegre como solías. Todo te cansa y da guerra. LINDA: Con el conde a Ingalaterra se fueron mis alegrías. Como no has llegado a amar. no has sabido qué es tener tristeza, llorar, temer, esperar, desconfiar; y mucho más que da el dueño de esta ausencia, en cuya calma toda es recelos el alma, todo es temores el sueño. ¡Ay, Blanca, qué confusiones quien quiere ausente padece; y qué de miedo se ofrece a las imaginaciones cuando discurre quien ama de veras! ¡Ay, Blanca mía! Ven acá. ¿El conde podría, acaso con otra dama, darme en el camino celos, y en Ingalaterra, donde las hay tan bellas? BLANCA: El conde tendrá los mismos desvelos acerca de tu memoria, o de tu olvido también, pues te quiere el conde bien. LINDA: Blanca, del amor la gloria mientras la presencia falta, tiene suspensiones todas. BLANCA: Presto tus dichosas bodas el temor que sobresalta tu pecho sosegarán. LINDA: Entretanto temo, espero, desconfío, vivo y muero, que es, Blanca, el conde galán, y miro en él infinitas partes para deseadas. BLANCA: A las tuyas obligadas, ¿qué temores solicitas? LINDA: Verdad es; mas puede ser, ya que la mano le di, que las mire el conde en mí como de propia mujer. BLANCA: Tiene esta regla excepción en quien son como tu eres, que, aunque son propias mujeres, deidades humanas son. Al conde le tengo yo lástima, que irá perdido, sin consuelo, sin sentido, pues el bien que mereció por dicha, se le dilata con tanto rigor la ausencia, valiéndose la paciencia de una esperanza que mata cuando comenzó el deseo de la misma posesión; que una infanta de León no es tan ordinario empleo, que la privación de aquello que ha de volver agozar no le mate hasta llegar a gozarlo y poseello; y después de poseído y gozado, nunca el bien, que es tan soberano en quien está pasando, es creído; que pasa cuando se alcanza con la misma posesión el término a la razón, el límite a la esperanza. LINDA: ¡Qué bien que sabes hablar, sin tener, Blanca, experiencia en tan peligrosa ausencia! BLANCA: Todo se viene a alcanzar con el humano discurso. LINDA: Escuchar cantar quisiera, porque quien amando espera nunca tiene otro discurso. ¿Has traído el instrumento contigo? BLANCA: Señora, sí; el instrumento está aquí; toma, señora, un asiento, y templa con más prudencia tu grave melancolía. LINDA: Cántame, por vida mía, algunas cosas de ausencia.
Canta
BLANCA: "Madre, aquella niña de los ojos lindos, matadores de hombres sin ser basiliscos. De su dueño ausente, sus ojos son ríos, su música endechas, sus bailes suspiros. Suspensa parece que la han dado hechizos, sospechas de celos, temores y olvidos." LINDA: Blanca, no prosigas más, que parece que cantando, con los temores, hablando de mis recelos estás y, si como son recelos que se dan tanto a temer, llegasen acaso a ser, Blanca, averiguados celos. Pienso que el seso perdiera; poco es al seso, la vida. Tanto esa causa homicida de tantos gustos hiciera en mi pecho enamorado; y así, desde hoy, no te asombres, ni me lo cantes, ni nombres, basta que me den cuidado. BLANCA: Siempre te he de obedecer. LINDA: ¿Quien viene? BLANCA: Su alteza.
Sale el rey ORDOÑO
ORDOÑO: Hermana, ¿tan á solas? La cuartana de la ausencia debe ser. ¿Cómo se halla vuestra alteza de su gran melancolía? LINDA: Con Blanca me entretenía cantando. ORDOÑO: Tan gran tristeza, sólo puede suspender la voz de Blanca. LINDA: Confieso que debo infinito en eso a Blanca. BLANCA: Si encarecer lo que servirte deseo con eso intentas ahora, toda la merced, señora, que me estás haciendo creo. ORDOÑO: Siempre la música ha sido, en el amoroso asedio, diversión, si no remedio, porque es calma del sentido, que ésta es la razón de haber fingido que suspendió al infierno cuando entró Orfeo por su mujer. Para encarecer así la fuerza de la armonía un filosofo decía que era deidad de por sí. Que en nuestro mundo inferior tienen partes soberanas y son deidades humanas amor, música y olor. LINDA: Si añadiera la poesía vuestra alteza, de otros cuatro elementos al teatro humano adornar podía; que a la tierra, al agua, al viento y al fuego, los cuatro son de tan igual proporción como cualquier elemento. Primeramente la tierra imita a la poesía en la variedad que cría, en la hermosura que encierra. La música al agua imita que va con músico estruendo dulce consonancia haciendo cuando al mar se precipita. Al aire toca el olor, y la cuarta y la postrera del cielo, cercana esfera que es del fuego, es el amor, en cuya ardiente pasión, para vengar los desvelos de los humanos, los celos fieras salamandras son; que agua, fuego, tierra y viento tanto inficionando aquejan con su aliento que no dejan privilegiado elemento. ORDOÑO: Mal encubre la experiencia que es esta su enfermedad. LINDA: Diciendo estoy la verdad en el potro de la ausencia, que aunque a voces la confieso, después que sin él me vi, ya me trae fuera de mí como es dolencia del seso; aunque a veces me confía el mismo amor y valor del conde. ORDOÑO: Siempre el temor ser de amor sombra porfia; pero para que no salga con la suya, es menester la imaginación vencer, y que del tiempo se valga divirtiendo el pensamiento el discursivo rigor.
Sale ORTUÑO
ORTUÑO: Aquí está el embajador de Castilla, con intento de hablarte, porque ha venido a la audiencia que le has dado para este día. ORDOÑO: Cansado este embajador ha sido, tantos desengaños viendo y tanta esquivez mostrando, en irle así dilatando lugar de escucharle. ORTUÑO: Entiendo que con la resolución hoy volverse determina a Castilla. LINDA: ¡Peregrina castellana obstlnación! ORDOÑO: Aquí quiero darle audiencia, porque con más brevedad, viendo de tu voluntad y la mía la experiencia, se canse y se desengañe y dé la vuelta a Castilla. Entre, y llegadle una silla.
Vase ORTUÑO
LINDA: Hoy para que te acompañe en esta audiencia me obliga sólo tu gusto, que estoy obligada al que te doy; porque de ver que prosiga este embajador grosero con tan cansada embajada, me tiene, Ordoño, cansada. ORDOÑO: Que hoy quedes con gusto espero.
Sale el conde GARCI Fernández
GARCI: A vuestras altezas beso los pies. ORDOÑO: Guárdeos Dios; tomad asiento y después hablad. GARCI: Porque sé lo que intereso en el servicio del conde de Castilla, mi señor, solícito embajador parezco. ORDOÑO: Cuando responde de su embajada al intento el mismo suceso, está respondido el conde ya. GARCI: Sólo de este casamiento que forme quejas ahora me manda el conde; pues viendo la ventaja que está haciendo a un vasallo, la señora infanta niegas a un conde de Castilla. ORDOÑO: Embajador, al mérito del valor igual merced corresponde. Y como yo me he preciado de justiciero en León, con esta satisfacción los servicios he pagado de un vasallo tan valiente, demás de que su apellido dos veces ha merecido ser heroico descendiente de nuestra casa real. Esto al conde responded, y que tengo por merced el deseo. LINDA: En caso igual, también puede ser porfía. GARCI: Con ese nombre se infaman las finezas de los que aman con poca dicha. LINDA: La mía, tan grande ha venido a ser, que con las demás estoy grosera. GARCI: Corriendo voy por los celos, hasta ver mil veces mi desengaño; y cada vez que le veo nace de nuevo el deseo y pasa adelante el daño.
Dentro
SOL: Dejadme entrar, no me impida de todo el mundo el rigor, que me va en ello el honor, que es mucho más que la vida. ORDOÑO: ¿Qué es eso?
Sale ORTUÑO
ORTUÑO: Una peregrina, y peregrina mujer que contra todo el poder de nosotros determina entrarse furiosa a hablar. ORDOÑO: Pues llega tan rigurosa, con razón viene quejosa, sin duda. Dejadla entrar. ORTUÑO: Tanto valor ha mostrado, que ella se ha entrado primero. ORDOÑO: Escuchar sus quejas quiero, pues hoy estoy obligado, como rey, por justa ley, a no esconder las orejas a la justicia y las quejas, o he de dejar de ser rey.
Sale doña SOL con el cabello suelto
SOL: Escúchame atentamente, rey Ordoño de León, a quien llama el justiciero el hemisferio español, si es que te precias de serlo, o para mí faltan hoy todas las cosas que pueden ser, Ordoño, en mi favor, y alcanzará la Fortuna el imposible mayor si a quien eres faltas tú, porque sobre al mundo yo. Yo soy, aunque no quisiera después que sin honra estoy, de don Manríque de Lara, su heredera doña Sol. Imagino que esto basta para decirte quién soy; que don Manriqúe en Castilla es el último blasón. De visitar desde Burgos a pie, en el traje que voy, pidiendo limosna, hice voto al gallego patrón desde una borrasca, adonde golfo lanzado corrió al mar, de una enfermedad la vida leño veloz. En cuya fe, como en tabla, parece que me sacó al puerto de la salud esta piadosa intención. ¡Pluguiera a Dios que primero muriera! ¡Pluguiera a Dios, Ordoño, que hubiera estado el cielo sordo a mi voz! Que a veces sirve la vida, a quien más la deseó, de dar armas a su ofensa y a la desdicha ocasión. Daba la vuelta a Castilla dando al cielo que me dió lugar para visitar del apóstol español el sepulcro, inmensas gracias, con la autoridad y honor de criados, que importaba a mi persona, aunque voy a pie, y limosna pidiendo, con esclavina y bordón, cuando, entre el Miño y el Sil encontré al ponerse el sol del conde don Lisuardo un cortesano escuadrón, que para tratar tus bodas iba por embajador a Ingalaterra. Llegamos otra compañera y yo, doncella mía, a pedirle limosna, que ambas a dos íbamos del mismo modo vestidas, con el valor, devoción y honestidad que pedía el ser quien soy, mi estado, mi pensamiento y la peregrinación. Pero poco importa todo, si este monstruo, este escorpión a quien llaman hermosura --veneno fuera mejor-- este basilisco humano, esta esfinge que nació para vender a su dueño de un parto con la traición, esta breve tiranía, esta lisonjera flor de la maravilla, aquesta breve mortal ambición para romper del respeto los privilegios que dió la cortesana hidalguía, no hubiese dado ocasión. ¡Mal haya amigo tan falso! ¡mal haya bien tan traidor, tan villana tiranía, tan costosa adulación! El conde, al fin LINDA: (¡Ay de mí! Aparte Del aire pendiente estoy.) SOL: Al fin, el conde, resuelto con las alas del furor, libre como el apetito, y ciegos ambos a dos, si mudos para el agravio, sordos para la razón, sin discursos, sin memoria de que hay justicia, trazó la más fiera alevosía que usó humano corazón; que gustos desordenados de poderoso ofensor, atropellando a su dueño, corren a la posesión. Al fin, el conde, aquí tiemblo, aquí me falta la voz, aquí el aliento me falta LINDA: (Y estoy sin sentido yo.) Aparte SOL: Haciendo pasar delante sus criados, eligió cinco, que con él vinieron a tan infame facción, y con desnudas espadas al camino nos salió, con bandas, como los cinco cubierto el rostro traidor. Salteadores bien nacidos imaginamos que son, y con corteses palabras llego a reportallos yo; cuando, descubriendo el conde el aleve rostro, dió muestras de su infame intento con ciega resolución. Yo, con el valor de Lara, remito altiva al bordón la defensa de mi ofensa. Pero ¿qué importa el valor cuando la desdicha es más, cuando el poder es mayor, el apetito es campal y está ciega la razón? Una punta de su espada en la frente me alcanzó, cuando más mezclada andaba la batalla de mi honor. Sentí en los ojos la sangre, y en el flaco corazón, como, al fin, de mujer hizo, más que la herida, el temor. Ciega de la sangre, en tierra el honor conmigo dio, que siempre fue mal agüero sangriento eclipse en el sol. A este tiempo, entre los brazos a recibirme llegó, con piadosa tiranía, con tirana presunción, donde, haciendo a los demás que se aparten, comenzó a regalarme lascivo, a enlazarse adulador. Si con la boca me limpia la sangre, con el dolor fingido, lágrimas vierte, que de cocodrilo son. Yo, sin aliento, sin alma, ni oigo, ni siento, ni estoy para resistirle, y loco, ciego y tirano intentó mi desventura, mi infamia, mi deshonra. LINDA: (¡Muerta soy!) Aparte SOL: Y como en el apetito que no es legítimo amor suele el arrepentimiento seguir a la posesión; con la misma tiranía en el campo me dejó llena de sangre y de afrenta, tan desdichada, que doy quejas al cielo de verme con la vida en la ocasión que pudiera ser la herida penetrante, porque yo con la vida juntamente matara mi deshonor. Pero, quedando con ella, vengo a pedirte, señor, justicia de aqueste agravio, castigo de esta traición. ¡Justicia, Ordoño; justicia, por quien eres, por quien soy, que no es bien que falte en ti por privanza ni pasión! Y cuando falte, a los pies me iré del emperador, que tiene sobre los reyes cesárea jurisdicción. Y si él remiso estuviere, me iré al papa, y cuando él no me quisiese hacer justicia, por eso en el cielo hay Dios. Demás de que tengo deudos en Castilla y en León, que sabrán tomar las armas en defensa de mi honor. Que el conde Garci-Fernández, conde en Castilla lo es hoy tan mío, que somos hijos de dos hermanos los dos, y vendrá de mejor gana a volver por mi opinión con las armas que a pedirte el caballo y el azor. Y cuando por desdichada en ninguno halle favor, para vengarme yo misma y tomar satisfacción, piedras pediré a la tierra, al mar pediré furor, alas al aire, y al fuego rayos que arrojando estoy; a las víboras veneno, a los áspides rigor, ojos a los basiliscos, al infierno obstinación. Y entretanto morderé la tierra que esto sufrió, como una perra con rabia, como una bestia feroz, sin osar alzar al cielo sino es la imaginación; que doña Sol afrentada no es justo que mire al sol.
Arrójaseá los pies del rey ORDOÑO, y levántase el conde GARCI Fernández
ORDOÑO: ¡Raro suceso! GARCI: Hasta aquí, Ordoño, he representado otra persona, llevado del celoso frenesí de un amoroso cuidado. De ser dejo embajador celoso, amante y galán; que cesan las del amor cuando de por medio están obligaciones de honor. Garci-Fernández, el conde de Castilla soy, a quien toca este agravio, por donde se ha de restaurar también; si al conde el abismo esconde, que está mi sangre agraviada, en doña Sol y conmigo por mayor deuda obligada. Y así desde luego digo, puesta la mano en la espada, que don Lisuardo, el conde, es cobarde y es traidor, y a quien es no corresponde; y que esto hará mi valor verdad presto aquí y adonde me diere el tiempo ocasión. Y conforme al valor mío, pondré con esta intención carteles de desafío en Castilla y en León, en Francia, en Ingalaterra, en Italia, en Alemania; sacándole, si se encierra, como prodigio de Hircania de las venas de la tierra. De doña Sol la opinión, teniendo deudos tan buenos, verá con satisfacción, porque por Lara no es menos que una infanta de León. ORDOÑO: Conde de Castilla, a mí me toca, como a su rey, la satisfacción, y así por la justicia y la ley, seré lo que siempre fui. Pues me llama el justiciero León, con mi obligación cumplir como debo espero, cuando fuera de León el conde sólo heredero. Y entretanto a Sol tendré de la infanta en compañía, y su honor satisfaré, como el de la hermana mía quede juntamente en pie, que, como es público, ha dado la mano al conde de esposa, que no es pequeño cuidado, en que el alma temerosa y confusa ha vacilado. Mas todo lo facilita la justicia y la prudencia, porque el rey que a Dios imita, con humana providencia lo que importa solicita. Este caso pide más atención que otro ordinario, que pienso que igual jamás se ha visto, y es necesario ir, conde, con el compás de la prudencia midiendo la justicia y la ocasión, a quien acudir pretendo con tanta satisfacción como siempre en mí están viendo. Vos a Castilla os volved, conde, hasta tanto que sea ocasión, y agora haced que esto más secreto sea, que es hacer a Sol merced, hasta que el conde haya dado de Ingalaterra a León la vuelta, y perded cuidado, que yo tomo su opinión por mi cuenta. GARCI: Confiado en esa palabra quiero a Burgos la vuelta dar, adonde tu gusto espero obedecer y esperar al conde. ORDOÑO: Él es caballero tan valiente, que la cara, cuando sin rey estuviera y vasallo no se hallara, a ninguno no escondiera de los Manriques de Lara; pero las armas aquí, conde, no han de sentenciar lo que me compete a mí. GARCI: La justicia, que en lugar de Dios resplandece en ti.
Vanse el rey ORDOÑO y conde GARCI Fernández
BLANCA: ¡Qué lastimoso suceso en tan divina belleza y en tal beldad! LINDA: Dios te guarde, mujer, cualquiera que seas; retiradla.
Vanse BLANCA y doñ SOL. Sale RELOJ con fieltro y botas
RELOJ: De tus bellas plantas los chapines beso y en los copos de la densa nieve de las blancas manos, pongo este pliego que espera porte como de una infanta que pretende ser condesa. LINDA: ¿Quién eres? RELOJ: ¿No me conoces? ¿Tan presto se olvidan prendas de lo que se quiere bien? ¿Posible es que no se acuerda de Reloj, lacayo suyo, en tres semanas de ausencia? ¿El que te habló a la partida y al que con tanta terneza del conde, encargaste entonces la brevedad a la vuelta? El mismo soy; aquí vengo en figura de estafeta con botas hasta las ingles más altas que una cuaresma por marzo, y Dios sabe cómo traigo las asentaderas, que dejo al conde embarcado en la Coruña, y con estas cartas me despachó, y quiere que al desembarcarse vuelva a recibilre, señora, de tu salud con las nuevas. Reloj soy; yo soy Reloj. LINDA: Relox: en mal hora vengas. RELOJ: Por cierto buenas albricias para quién viene por ellas de posta en posta, sin tripas más de cuarenta y seis leguas. ¡Mal haya el hombre que fía después que una vez se ausenta, en infantas ni en rocines! LINDA: ¡Hola! Colgad de una almena a este villano. RELOJ: ¿Qué dices? ¿Hablas de burlas ó veras? LINDA: Presto lo verás, infame cómplice de mis ofensas, que en las cartas de ese ingrato me traes víboras por letras. RELOJ: ¡Yo he llegado a muy buen tiempo para todas mis quimeras! ¡A linda ocasión, por Dios! Cuando pensé que me hicieran conde en aquesta ocasión por albricias de estas nuevas hallo tantas novedades. LINDA: ¡Hola!
Sale el rey ORDOÑO y ORTUÑO
ORDOÑO: ¿Qué voces son éstas? ¿qué tiene la infanta? LINDA: Celos, que es la pasión más inquieta que priva del albedrío. RELOJ: Yo pienso que está su alteza de aquella cabeza loca. LINDA: Antes, villano, estoy cuerda, pues que sé sentir. ORDOÑO: ¿Quién eres? RELOJ: Un lacayo sin librea del conde don Lisuardo, mi señor, que es la primera vez que se ha visto en su vida con botas y con espuelas, que dejándole embarcado en la Coruña, desea dar a su alteza este pliego y volver con la respuesta al desembarcarse el conde; que hallé estas puertas abiertas y me metió el alborozo hasta las pies de su alteza, y cuando pensé salir con un juro para en cuenta de un título de vizconde, me manda colgar. LINDA: En esa relación de tu camino, ¿cómo olvidas la romera de Santiago? RELOJ: Pues yo, ¿qué culpa tuve, o qué pena merezco, si a mí y a Lauro, a Ramiro y a Fruela nos mandó volver con él; que nosotros en la empresa servimos de tenedor y él trinchó el ave? ORDOÑO: Confiesa sin tormento la verdad, y la información comienza bien por esta confesión. Escribe, Ortún, de tu letra los nombres de estos criados del conde, y a éste le metan donde ninguno entretanto ni verle ni hablarle pueda; y esté todo con silencio esto en Palacio. RELOJ: (¡Que venga Aparte a sólo esto un desdichado por la posta tantas leguas sobre navajas, en silla, sobre tarascas gallegas! ORDOÑO: Llevadle. LINDA: Guárdete el cielo por el socorro que intentas dar, Ordoño, a mis agravios. ORDOÑO: El pecho, Linda, sosiega, que ha de ser tu esposo el conde aunque se ponga la tierra de por medio, y de tus celos las ciegas ansias desecha, porque con el escarmiento de la suma de la pena culpas de la mocedad fácilmente se descuentan. (Esta lisonja a la vida Aparte y al sexo de Linda es fuerza hacer con arte.) LINDA: No mires, Ordoño, pues que deseas ser católico Trajano, ser Numa español; las prendas del conde, mi amor, mis celos, mi vida, mi honor, la mesma sangre que tienes, que es mía, si a la justicia que enseñan las leyes de tus pasados has de faltar; pues sin ella falta el poder al poder, el decoro a la vergüenza, el miedo a la majestad, el amor a la obediencia. Desnuda, Ordoño, el estoque de la justicia, no pierdas el nombre hasta aquí ganado. Muera el Conde, aunque yo muera. Ni la pasión te acobarde, ni la sangre te detenga; que eso es política, en fin, y en los reyes que gobiernan más importa la justicia y para la paz la guerra. Esto, Ordoño, contra sí una loca te aconseja, que de llorar, solamente morir le queda de cuerda; aunque es grande la desdicha que la muerte le consuela.
Vase
ORDOÑO: ¡Notable suceso ha sido! Síguela, Blanca. BLANCA: ¡Qué fiera pásión! ORDOÑO: Camina, lacayo. RELOJ: ¡Oh, mal haya la romera, que siendo ella la gozada padece Reloj la fuerza!

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

La romera de Santiago, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002