ACTO TERCERO


 
Salen LEONELA, a lo beato, LELIÓ y BRITÓN, de peregrinos
LELIO: Un año, Leonela, he estado en el duro cautiverio de la ausencia, y de Valerio temeroso. Él ha sanado y yo por puntos peor moriré, pues Margarita mudada imposibilita mi vida, como mi amor. ¿Qué trueco de vida es éste? ¿Qué llanto? ¿Qué soledad manchará su mocedad porque la vida me cueste? LEONELA: ¿Qué quieres? Todos andamos a lo capacho. Yo y todo, como ves, ando del modo que anda un Domingo de Ramos, suspirando por instantes, vestida de devoción, siendo en toda procesión paso de disciplinantes; y, en fin, si en la vita bona que ya me hacen dar de mano, fui bellaca a canto llano ya soy santa socarrona. Todo se muda. El camino de virtud sigo, ¿qué quieres? BRITÓN: Mejor medrarás si hicieres fayancas a lo divino. LEONELA: El rosario y fray Domingo han acabado esto y más. BRITÓN: Hecha un almíbar estás del cielo; si en ti me pringo pegaráseme el ser santo. LEONELA: Pues llegue, que aquí hay cordón. que tiene por devoción diez ñuditos como un canto. LELIO: ¿Qué? ¿No se acuerda de mí tu señora? LEONELA: No hay que hablar, con rezar y más rezar al malo aparta de sí. Trae al cuello de ordinario más cuentas que un buhonero. LELIO: De esa suerte yo me muero. LEONELA: Conviértete tú en rosario, y a su cuello te traerá. LELIO: Luego ¿de nada ha servido lo que de mí has recibido? Luego ¿en vano escrito te ha en esta ausencia mi amor, que de su industria discreta te aproveches? LEONELA: No hay receta, por sabio que sea el doctor, que aproveche si el enfermo no la quiere ejecutar. No tienes que me culpar, que en verdad que no me duermo. No hay ocasión de nombrarte que, encajándole la historia, no le traiga a la memoria lo mucho que debe amarte. Y aun hubo vez que mohina, después que me reprendió, sin que ayunase, me dio colación de disciplina. Viene fray Domingo a casa, y endiósala de manera, que, si al mundo fue de cera, para Dios es ya de masa. Su padre está tan contento como antes estaba triste; sayal o estameña viste, hierbas son nuestro sustento, que carne no es ya comida de que nuestra mesa ayuda BRITÓN: Opilóse con la cruda y págalo la cocida. LEONELA: No sé; lo que experimento es, que desde un año acá solos rosarios me da por salario y por sustento. En lugar de letuario rosarios he de almorzar; a comer, a merendar y a hacer colación, rosario. Rosario al hacer labor, rosario al agua bendita, rosario cuando hay visita, rosario si hace calor. Rosario si llueve o hiela, y, en fin, me tiene tan harta que es cada hora ya una sarta de rosarios en Leonela. BRITÓN: Si Apuleyo te topara y una mano te mordiera, rosada estás de manera que al punto te desasnara. LELIO: Pues, Leonela, yo he venido con tan loco frenesí, que he de darme muerte aquí, o el fuego que se ha encendido en mi alma poco a poco Margarita ha de apagar. Hoy la tengo de gozar o morir hoy. LEONELA: ¿Estás loco? LELIO: No sé qué furia me incita y me trae como me ves. Margarita mi bien es, moriré sin Margarita. No dudes de esto. LEONELA: Habla paso no sepa que estás aquí. LELIO: ¿Qué importa? LEONELA: ¡Pobre de mí! LELIO: Yo me muero, yo me abraso. LEONELA: Calla, que si te conoce y contigo me oye hablar esta noche he de cenar confites de doce en doce, que de cuerdas de vihuela hizo de alambre y de pita. LELIO: Si no gozo a Margarita éste es mi entierro, Leonela. De peregrino he venido para hallar fácil la entrada de esta casa tan mudada sin que sea conocido. Si a mi vida no das traza de mi muerte no te espantes. LEONELA: Pues menos la amabas antes. LELIO: Después que así se disfraza y de estado y vida muda, o lo hace la privación o el infierno, en su afición me enciende. LEONELA: Aqueso es, sin duda. Mas yo ¿qué tengo de hacer? Si tu nombre le repito ya en libros y horas escrito, ya llegándole a esconder en las mangas de la ropa, debajo la cabecera, en la labor, en la estera, el nombre de Lelio topa, ¡qué golpes no me ha costado, por más que niego y reniego! Ni ¿qué importa encender fuego si lágrimas ha topado, que cada instante que reza en estas cuentas derrama, con que apagando la llama me quiebro yo la cabeza? No sé cómo correspondas con tu gusto. LELIO: Sólo un medio a mi mal dará remedio, y es que esta noche me escondas adonde mi persuasión su áspera vida mitigue y a que me quiera la obligue la fuerza de la ocasión. LEONELA: Y que me llueva a mí a cuestas. LELIO: Con decir que nada sabes cumples. LEONELA: Si tengo las llaves y no hay otras puertas que éstas, ¿qué he de responder? LELIO: Responda esta cadena por ti. LEONELA: Si me eslabonas así, cuando en el alma te esconda, no es nada. ¡Buen cabestrillo! Éntrate allí dentro, anda. ¿Qué postema no se ablanda con este ungüento amarillo? Yo te cerraré con llave dentro de aquel aposento. BRITÓN: ¿Y yo? LEONELA: Tengo cierto cuento que decirle. Ya él lo sabe. BRITÓN: Ahí te las tienes todas. LEONELA: Aun así te quiero bien. Lelio: con ella te avén, veamos cuál te acomodas, que yo con esto he cumplido. LELIO: La vida te soy a cargo. BRITÓN: Soy tu amargo. LEONELA: ¡Y muy mi amargo! Entra presto que he sentido. gente. BRITÓN: (¡Qué linda beata!) Aparte
Vanse LELIO y BRITÓN
LEONELA: Aunque se vista de seda la mona, mona se queda, que el mercader siempre trata.
Sale MARGARITA, en hábito honesto
MARGARITA: Rosario soberano, mi esperanza en vuestras cuentas tiene un firme estribo; esclava fui del infernal cautivo, un año ha que tomó de mí venganza. Mucho os debo, mi Dios; en mucho alcanza a mis pequeños gastos el recibo; no saquéis mandamiento ejecutivo, que yo os daré en domingo una fïanza. Más, Señor, si os agradan las migajas de mi corto caudal, aunque son cosas de pequeño valor y prendas bajas, ejecutadlas, y serán dichosas, que si el mal pagador os paga en pajas, aunque yo os pague mal, pagaré en rosas. ¿Leonela? LEONELA: Señora mía. MARGARITA: ¿En qué entiendes? LEONELA: En pasar de un lugar A otro lugar una y otra Avemaría. MARGARITA: ¿Has aprendido del modo que el rosario que es entero se divide? LEONELA: Aunque grosero mi ingenio, ya lo sé todo. MARGARITA: Repite, pues la lección que acerca de esto te di. LEONELA: Agora la repetí, estoy haciendo oración. Soy muy flaca de cabeza; mejor fuera merendar. MARGARITA: Leonela, ya no hay jugar. Deja las burlas y empieza si quieres que el bien te cuadre con que Dios el alma ayuda. LEONELA: Soy, señora, por ser ruda, buena para el mal de madre. Y según me haces comer rosas, debes de pensar que he menesterme purgar. Ya no puedo padecer tanto, que Lelio es testigo. MARGARITA: ¿No te he mandado que el nombre no mientes aquí de ese hombre? LEONELA: Bien sé yo por qué lo digo; que, como Lelio es discreto, todas las veces que pasa, que son hartas, por tu casa, viendo mi flaco sujeto me dijo, "no ayune tanto," porque si una vez desquicio los umbrales del jüicio enloqueceré a lo santo; y no es bien que pague mal a Lelio, que bien te quiere. MARGARITA: Leonela, cuando te oyere, sin hacer de mí caudal, nombrarme otra vez ese hombre, no has de estar más en mi casa; ya de los límites pasa tu atrevimiento. Ni el nombre he de oír del instrumento de mi torpe perdición. LEONELA: Pues ¿yo? MARGARITA: No des ocasión Leonela, a mi sufrimiento; usa bien de mi paciencia, o despídete. LEONELA: Señora, si nombrase desde ahora a Lelio, ni en tu presencia ni ausente, aunque Lelio sea tan galán y gentil hombre, pues te da de Lelio el nombre enfado y no te recrea, plegue a Dios que Lelio venga a estar en casa escondido por mi mal, y que perdido el seso tan poco tenga, que Lelio y tú estando juntos, porque yo fui la ocasión, tú me des un bofetón y Lelio estampe los puntos del zapato en mi barriga; porque Lelio, ¿qué me ha dado? Si es Lelio o no es Lelio honrado, el mismo Lelio lo diga. MARGARITA: O que me enoje apeteces, o loca debes de estar. Mándotele no nombrar y nómbrasle tantas veces. LEONELA: Escucha, y no seas crüel, ni por nombrarle te ofendas, que hago Carnestolendas para despedirme de él. MARGARITA: Dejemos, Leonela, gracias. Híncate aquí de rodillas y sabrás las maravillas que contra nuestras desgracias aqueste rosario encierra.
Híncanse las dos
LEONELA: En fin, ¿nos hemos de hincar? ¡Válgate Dios, por rezar! Hincada estoy en la tierra. MARGARITA: Los misterios del Rosario son quince. ¿Sábeslos? LEONELA: Sí; jugar al quince aprendí en casa de un boticario. MARGARITA: Los primeros, que son cinco, son gozosos. LEONELA: (No hay tal gozo Aparte como el dar la mano a un mozo blanco y rubio como un brinco.) MARGARITA: ¿Qué dices? LEONELA: Que cinco son los que son gozosos solos; pero no cinco de bolos, cinco, sí, de devoción. MARGARITA: Los otros cinco se llaman dolorosos. LEONELA: (¡Qué dolor Aparte es gastar mi edad en flor, cuando dos lacayos me aman, hincada aquí como estaca!) MARGARITA: Los otros son los gloriosos. LEONELA: ¡Oh misterios generosos! (Pues que soy tan gran bellaca Aparte levantadme de aquí presto.) MARGARITA: Los cinco primeros, pues, quiero enseñarte, y después los otros. LEONELA: Buena me han puesto. MARGARITA: La soberana embajada del paraninfo Gabriel contempla, que desde Abel tan pedida y deseada fue hasta este punto divino. ¡Qué lágrimas no vertían los que a las nubes pedían, "lloved, cielo cristalino, el rocío celestial que nuestras penas consuele, y en la concha se congele soberana y virginal." ¡Ay, qué soberano ejemplo dais, amoroso Señor, de vuestro infinito amor! ¿No contemplas?
Duérmese LEONELA
LEONELA: Ya contemplo. MARGARITA: Pues en oración mental contempla aquel Ecce ancilla, de aquella humildad tranquila, pues que tuvo fuerza tal que al mismo Dios derribó, pues el Ecce apenas dijo, cuando el que era de Dos hijo en su pureza encarnó. ¡Ay, que el corazón destemplo en amor, ternura y llanto, mi Dios, mi humanado santo! ¿No contemplas? LEONELA: Ya contemplo. MARGARITA: Contempla, pues, esto así, mientras yo a la Virgen doy gracias, aunque indigna soy, por aquel divino sí que dio al cielo. ¡Ay, rosa bella; que siendo Jesé el rosal y la causa virginal, María al fin nació de ella; aquella rosa sagrada, por nuestra dulce ecce arcilla, que eternamente destila celestial agua rosada! ¡Ay, cuentas, qué provechosas sois a quien os satisface! Rosas sois de quien Dios hace para el alma un pan de rosas. Con vosotras me recreo, que sois mi consuelo, en fin, y como por un jardín por vosotras me paseo. Como Dios es hortelano y su gracia la que os riega, nunca el duro invierno os llega, siempre gozáis del verano. Primavera sois de bienes, siempre sois florido mayo. LEONELA: (¡Válgate Dios! Por lacayo Aparte qué buenas piernas que tienes.) MARGARITA: ¿Qué es eso? LEONELA: Estoy contemplando. MARGARITA: ¿En la embajada? LEONELA: ¿Pues no? (En la que Lelio me dio.) Aparte MARGARITA: ¿Qué dices? LEONELA: Digo, que ando agora en cuando del cielo el ángel se despedía de los deudos que tenía, haciendo jornada al suelo, lo que llorarían con él. Paréceme que los veo decir, "Que volváis deseo muy rico de allá, Gabriel. Guardaos de murmuradores, calcillas y bigotillos, conventuales de corrillos y academias de censores. Que aunque sois un San Gabriel han de murmurar de vos, pues no perdonan a Dios ni a sus ministros con Él. Apartaos de los poetas, aunque hay tantos, que no sé si podréis, pues ya se ve entre agujas y banquetas Apolo, por su desastre, y el zapatero se mete a darle con el tranchete y con su tijera el sastre." MARGARITA: Leonela: los que acá bajan siempre gozan la presencia de Dios y su eterna esencia; no hay llanto allá, no trabajan. LEONELA: ¿Luego no se despidió el ángel de esotros bellos? MARGARITA: Si estaba siempre con ellos, ¿para qué? LEONELA: Engañéme yo.
Ruido de dentro de carrera
Mas ¿qué es esto? Carrerita, no la pienso yo perder. MARGARITA: ¿Dónde vas? LEONELA: A ver correr. MARGARITA: ¿Estás loca? LEONELA: Estoy contrita. Pero esto de cascabeles inquiétanme de ordinario. MARGARITA: Cuando rezas el rosario, ¿es justo que te desveles en cosas vanas? ¿Qué intentas? LEONELA: Todo es pura devoción, pues los cascabeles son redondos como las cuentas, y de los dos imagino que son, y no es dicho en vano, el pretal rosario humano, y ese otro pretal divino.
Sacan PINARDO y ALBERTO a VALERIO desmayado
PINARDO: Si es verdad que vive en vos la piedad con que Florencia vuestra fama reverencia, y amando ya a lo de Dios, sois al mundo ejemplo nuevo que vuestra vida acredita, no es posible, Margarita, que, mirando este mancebo cuál está de una caída que dió un caballo corriendo, su desgracia socorriendo no intercedáis por su vida. Pruebe en vos la devoción lo que médicos no pueden.
Vase PINARDO
ALBERTO: Vuestras oraciones queden con él, pues bastantes son a volverle en sí, y Leonela y yo iremos a buscar agua con que despertar su desmayo. LEONELA: ¿Qué cautela es ésta? ALBERTO: Por agua ven, y sabráslo de camino. LEONELA: Ir por ella determino al mar. ALBERTO: Y estarále bien a Valerio, porque tardes, que no es el suyo desmayo. LEONELA: ¿No? Pues ¿qué? ALBERTO: Amoroso ensayo. Oye, y ven, porque no aguardes.
Vanse estos dos
MARGARITA: ¿Qué enmarañada invención quiere inquietar mi sosiego? Junto a la pólvora el fuego, la hacienda junto al ladrón. Si es Valerio, y la ocasión puede tanto, ¿qué he de hacer? Agua fueron a traer los que de mí no hacen caso; traigan agua, que me abraso sin saberme defender. ¿Iréme de aquí? Mas dejo a Valerio desmayado, y si le halla en este estado, ¿qué dirá mi padre viejo? Quedarme no es buen consejo, pues no irme ni quedarme y consentir abrasarme mi afrenta vuelvo a temer, que estoy sola, soy mujer y no hay que poder fïarme. ¡Ah Leonela! Pero fue por agua y no volverá, que sobornada estará porque a mi mal tiempo dé. Aconsejadme, ¿qué haré, cielos piadosos aquí? ¿Huiré este peligro? Sí, que si Valerio cayó no es razón que caiga yo y que me lleve tras sí. Desmayado está, no quiero aguardar a que en sí vuelva, y que torpe se resuelva a lo que intentó primero. VALERIO: Espera, entrañas de acero, si te obligan a esperar lágrimas que despertar este desmayo han podido. ¿Es posible que yo he sido quien tuvo en tu amor lugar? Mas sí, que en esta desgracia, no tan por peligroso hallo la caída de un caballo como el caer de tu gracia. La hermosura que te agracia no es razón que esté empleada en la vida despreciada que con este traje adquieres, porque no te digan que eres la bella malmaridada. Yo fui tu primero dueño, ser quiero tu esposo ahora. Valerio es el que te adora, aunque en méritos pequeño. El alma otra vez empeño que a los principios te di. No es bien que borres así, entre esa estameña obscura, Margarita, una hermosura de las mas lindas que vi. MARGARITA: Valerio: volved en vos; mudad de intento y estado; por Dios sólo os he dejado, no hagáis competencia a Dios. Solos estamos los dos, si pasar la vida en flores queréis, no las hay mejores que las que en mis cuentas veis. Aquí amores hallaréis si habéis de tomar amores. Si de mi pasado yerro os vine cómplice a hacer, locura será volver al vómito como el perro. A Dios por amante encierro. Dentro del alma le oí decirme, "Mi gracia os di, y pues que entre los del mundo soy amante sin segundo, no dejéis por otro a mí." VALERIO: Pues si por ruegos no basto, por fuerza hoy crüel verás del mal pago que me das un castigo poco casto. En balde palabras gasto, y de intento o vida muda. MARGARITA: ¡Cielos! ¿No hay quien me dé ayuda?
Sale LELIO con el bordón desenvainado
LELIO: ¿Cómo te puede faltar, donde yo estoy, que a estorbar tu agravio quiere que acuda? MARGARITA: ¡Lelio en mi casa! ¿Qué es esto? VALERIO: ¿Qué ha de ser, sino señal, hipócrita desleal, de tu trato deshonesto? Tu fama en el vulgo has puesto hasta el cielo, y escondido tu vil galán atrevido. A tu viejo padre engañas que con tan torpes hazañas tu santidad ha fingido. El hábito honesto deja, que para Dios no hay engaño; pues para hacer mayor daño viene el lobo en piel de oveja. Vuelve a tu costumbre vieja, pues no tienes que perder, y volverá el vulgo a hacer burla de tu torpe vida, que la honra una vez perdida mal la cobra una mujer. Con Lelio en público trata, si en secreto a hablarte vino, que bien viene un peregrino con una falsa beata. LELIO: Mientes, y refrena o ata la lengua descomedida, o quitaréte la vida. VALERIO: Aquí no, vente tras mí porque satisfaga en ti tu atrevimiento y mi herida. Y tú, hipócrita, no dudes, pues tan convertida estás, que he de ocuparme de hoy más en pregonar tus virtudes, y aunque a su casa acudes a servir a Dios, desde hoy haré en la ciudad que estoy que sus vecinos te alaben. LELIO: Ya sabes a lo que saben mis manos. VALERIO: Ven.
Vase VALERIO
LELIO: Tras ti voy. Margarita, no es razón, ya que en tu defensa cuerda la vida pierda, que pierda antes de ella la ocasión. Si una justa obligación a mi amor basta a moverte, y el salir a defenderte te mueve, paga mi fe, o antes que me la dé Valerio verás mi muerte. Sólo tu amor ha podido disfrazarme como ves; tu amor, Margarita, es quien hoy aquí me ha escondido. Valerio se va ofendido a decir por la ciudad que con fingida amistad pagas mi amor torpemente, y pues le ha de creer la gente, haz su mentira verdad. MARGARITA: No permitas, Lelio, que haga a Dios y al rosario ofensa. LELIO: No he de forzarte; mas piensa que si así mi amor se paga, ha de acabarme esta daga, y hallándome aquí sin vida, la ciudad, de ti ofendida, te llamará descompuesta, con Valerio deshonesta y conmigo mi homicida. Paga bien voluntad tanta. MARGARITA: ¡Oh, torcida inclinación! ¡Oh, fuerza de la ocasión! Sola estoy, Lelio, levanta devoción piadosa y santa. ¿Qué lobo deja la presa por más que ayunar profesa? ¿Qué tesoro el avariento, o qué manjar el hambriento cuando le ponen la mesa? Soy mujer, bástame el nombre, frágil es mi natural. Ni acero ni pedernal será razón que me nombre. De la costilla del hombre la mujer recibió el ser, al centro quiero volver que mi inclinación dispone, Dios y el rosario perdone. LELIO: ¿Qué? ¿Mi amor vino a vencer? Déjame poner la boca en estas manos, los brazos sean de este cuello lazos donde mi alma su bien toca.
Salen LEONELA y ALBERTO con agua
ALBERTO: ¡Ay mudanza torpe y loca! A buen tiempo el agua viene si acaso sed tu ama tiene, que habrá sido el calor mucho. Mas, ¿qué veo? LEONELA: Y yo ¿qué escucho? ALBERTO: Hecho me he quedado grulla en un pie. ¿Con quién se arrulla la santa? LEONELA: Es un avechucho que en figura de romero no le conoce Galván. ALBERTO: ¿No es Lelio éste, aquel galán de Margarita? ¿Qué espero? LEONELA: ¿Y el desmayado? ALBERTO: Eso quiero preguntar. LEONELA: Gentil ensayo. ALBERTO: Mas que tienes su lacayo con el mismo fingimiento aquí. LEONELA: Como se lo cuento. ALBERTO: Pues yo también me desmayo. LEONELA: ¿Dónde Valerio estará? ALBERTO: Saberlo será mejor. LEONELA: ¡Ay, señora, mi señor! ALBERTO: ¿Cómo? LEONELA: En la sala entra ya. ALBERTO: Leonela, dime: ¿no habrá desván o zaquizamí adonde me escondas? LEONELA: Sí. ¡Eh, lo que ha de hacer el viejo! Mas haga, allá me los dejo. ALBERTO: Escóndeme. LEONELA: Ven tras mí.
Vanse los dos. Sale CLEANDRO y halla abrazados a MARGARITA y LELIO
CLEANDRO: ¿Valerio descolorido de mi casa y descompuesto contra mis canas? ¿Qué es esto? ¿Aún no ha escarmentado herido? Pero no sin causa ha sido, según lo que llego a ver. A inconstancia de mujer no es mucho sienta los lazos si toma el honor abrazos que otra vez vuelva a caer. Pidan eterna quietud al mar donde no hay sosiego, flores y hierbas al fuego, prudencia a la juventud, a la enfermedad salud, verdades al mercader, seguridad al poder y humildad a la riqueza, como no pidan firmeza, ni palabra a la mujer. ¡Qué presto te arrepentiste de la virtud que profesas! Al vicio pusiste presas, pero presto las rompiste! La estameña que se viste no es honra en ti, mas baldón, que el hábito y religión no hace santo al que le muda, si al vestirle no desnuda su perversa inclinación. También tú te has disfrazado, pero bien fue que viniera un romero a una ramera como ella disimulado. Corta estación has andado para el traje que desdora tu fama; mas porque ahora excuses jornada tanta, por no ir a la casa santa vienes a la pecadora. A tan devota estación justo es que luces encienda, yo encenderé con la hacienda la imagen de devoción. No ha de haber más ocasión en mi casa de pecar, toda la quiero abrasar, aunque la vida me cueste, que es hacienda al fin de peste y la manda el juez quemar. Sacar de aquí una hacha quiero.
Descubre a BRITÓN, de peregrino, y a ALBERTO y en medio a LEONELA
BRITÓN: ¡Par Dios, que nos ha cogido! CLEANDRO: ¿Qué es esto? BRITÓN: No es nada, un nido de chinches en agujero, un San Roque, soy romero. ALBERTO: Yo a su mastín me acomodo. LEONELA: Y yo vengo a hacer de todo mi figura en el retablo, que en casa en que vive el diablo anda a lo del diablo todo. CLEANDRO: ¿Qué hacéis de esa suerte? BRITÓN: Al son que nos hacen nuestros amos, también los mozos bailamos. CLEANDRO: ¿Vio el mundo tal perdición? Ya ni hay seso ni hay razón que darme la muerte impida. ¡Ay casa! ¡Ay honra perdida! ¡Ay hija torpe y liviana! Si fray Domingo no os sana, yo me quitaré la vida.
Vase
LELIO: No he tenido para hablalle cara ni lengua. MARGARITA: Eso puede la razón que al vicio excede, y le enfrena porque calle. No sé como he de miralle al rostro desde hoy. LELIO: Repasa la violencia que me abrasa, a pesar de mi valor, y obligaráte mi amor a dejar por mí tu casa. Tu padre es determinado y está indignado contigo, sólo la muerte es castigo del padre o marido honrado; pues si a fray Domingo ha dado de estas liviandades cuenta, ¿cómo sufrirás la afrenta con que es fuerza te dé en cara? Huye, que su mal repara quien ha pecado y se ausenta. En Nápoles viviremos, que es Babilonia del mundo. Huye el ímpetu segundo de tu padre. MARGARITA: ¡En qué de extremos los que pecamos caemos! BRITÓN: Leonela, yo me despido; títeres habemos sido en tu confuso retablo. ALBERTO: Si el viejo vuelve, algún diablo le aguarde. BRITÓN: Algún descosido. LEONELA: Éntrense acá, que les quiero decir a los dos un poco. BRITÓN: ¡Que me traiga ésta hecho un loco! ALBERTO: ¿Y yo no ando al retortero? BRITÓN: Ahora bien: compañero, alcancemos dos bocados amigos y conformados. ALBERTO: ¿Y si de palos nos dan? BRITÓN: Gradüado de galán quedarás. ALBERTO: ¡Fuego en los grados!
Vanse BRITÓN, ALBERTO y LEONELA
LELIO: ¿Qué determinas? MARGARITA: Forzoso lo que dices ha de ser; morir quiero y no me ver ante el rostro riguroso de mi padre. LELIO: Venturoso fin has dado a mi amor hoy; pues esperándote estoy, ¿qué aguardas? MARGARITA: ¡Ay amor loco! Déjame aquí sola un poco. LELIO: Date prisa. MARGARITA: Tras ti voy.
Vase LELIO
MARGARITA: Virgen divina, si mi vida exenta de mi casa me saca en que habéis sido huéspeda mía un año que he cogido rosas de aquel jardín que el bien aumenta; ya que me parto por huír mi afrenta, puesto que cuenta no me hayáis pedido, tornadla, no digáis que me despido haciendo sin la huéspeda la cuenta. Cuentas os debo de hoy, que no he rezado; pero, Señora, aún no es pasado el día, mas no queréis que os pague en este trance. Mal viene la oración con el pecado; huír es lo mejor, Virgen María, mas temo vuestro alcance no me alcance.
Va a ir y se cae
¡Jesús, mil veces! ¡Caí! El chapín se me torció, en fe de que también yo con él la virtud torcí. Mal suceso ha de tener amor que empieza en azar, si es agüero el tropezar, cielos, ¿qué será el caer? ¡Ay, si mi dicha quisiera que, cayendo de un chapín, pues es corcho, vano al fin, de mi vanidad cayera, y por excusar la afrenta que de huir conseguiré, se quedara mi honra en pie y yo cayera en la cuenta! Ahora bien, Lelio perdone, y su amoroso interés, pues adivinan los pies el lazo que amor les pone. Y a la virtud reducida, pues que libre me levanto, sirva de freno al espanto, si temo la recaída. Mas ¿con qué vergüenza puedo aguardar la reprensión de quien con tanta razón me amenaza si aquí quedo? Todo el gusto lo atropella; si aquí a mi padre esperara, jamás alzara la cara, pues me ha de dar siempre en ella con el honor que le quita mi liviandad. ¡Ay, Amor! ¿Qué haré? Quedarme es mejor. ¡Viva la honra!
De dentro
LELIO: ¡Ah, Margarita! ¿Así cumples tu promesa? MARGARITA: ¡Ay, cielos! Lelio me llama, Valerio a voces me infama, mi vicio el vulgo confiesa; Fray Domingo de Mendoza, si aguardo su reprensión, ha de ser mi confusión, mi inclinación libre y moza. Puede infinito conmigo. Mi padre ha vuelto en furor todo su pasado amor, y es bien tema su castigo. Todo lo reparo huyendo; adiós casa, adiós vejez; honra, adiós. ¡Caí otra vez! ¿Qué aguardo? Mas ¿qué pretendo? Si en la primera caída Pablo su remedio funda, cayendo yo la segunda, ¿qué espero en tal recaída? Pero en tan confuso abismo por menos difícil hallo caer Pablo del caballo que el pecador de sí mismo. Aunque no le imito yo por ser más frágil mi ser, que, en fin, Pablo, con caer, de su presunción cayó. Ea, sospecha ligera, de vuestro padre el furor huíd, pues os guía Amor y Lelio amándome espera. ¡Jesús, caí! ¿Dónde voy? Mas ¡ay, torpeza perdida, si va de tres la vencida, vencida y en tierra estoy! No me puedo levantar, ¡ah intenciones desbocadas! Dios os da de sofrenadas ¿y el freno queréis quebrar? Póngaos su castigo miedo.
Sale un mancebo muy galán, que es el ÁNGEL de la guarda, y levanta a MARGARITA
ÁNGEL: Si su justicia os espanta, mi Margarita, levanta. MARGARITA: Gallardo joven, no puedo. Tullida estoy y con duda de volver en mí jamás. ÁNGEL: Por tí sola no podrás si la gracia no te ayuda. MARGARITA: ¿Y podré con ella? ÁNGEL: Sí. MARGARITA: ¿Pues quién me la dará? ÁNGEL: Llega, que Dios su gracia no niega al que hace lo que es en sí. MARGARITA: Mejor fuera no caer; pues, aunque favor me ofreces, si he caído ya tres veces, ¿cómo me podré tener? ÁNGEL: Con la gracia de Dios santa. MARGARITA: ¿Cómo he de volver en mí si tercera vez caí? ÁNGEL: Quien no cae no se levanta. No hay natural tan robusto que pueda tenerse en pie. MARGARITA: Bello mancebo, ya sé que siete veces cae el justo; mas no de caídas tales que pierda en cada caída la esperanza con la vida, pues las suyas son veniales, mas las mías son de muerte. ÁNGEL: El gigante que luchaba, de la tierra que tocaba se levantaba más fuerte. Dame la mano, que así no volverás a caer. MARGARITA: ¿Quién eres tú, que a encender mi pecho vienes aquí, desde que tu mano toca las mías? Dichoso empleo, desde que tus ojos veo, desde que vierte tu boca, no palabras, sino almíbar, desde que tus labios bellos contemplo y en tus cabellos arma lazos de oro Tíbar, tan perdida estoy de amor, que en lugar de arrepentirme y a la enmienda reducirme que me predica el temor, sea dicha o sea desgracia, a no tenerme tú, hiciera amor que otra vez cayera, por solo caerte en gracia. ¿Quiéresme decir, señor, quién eres? ÁNGEL: Quien por quererte ha dado entrada la muerte. Soy un fénix del Amor que, muerto por los desvelos con que mis méritos tratas, hoy a tus manos ingratas me rinden preso los celos. MARGARITA: ¿Celos de mí? Juraré que no te he visto en mi vida. ÁNGEL: ¡Ay, Margarita perdida! ¿No me has visto? Pues yo sé hasta el menor pensamiento de tu amoroso cuidado, y trayéndome a tu lado en fe del amor que siento y que le pagues aguarda, tanto te ha dado en celar, que me pudieras llamar al propio tu ángel de Guarda. MARGARITA: En la celestial belleza con que a amarte me provoco, ángel eres, y aún es poco. Si celos te dan tristeza, piérdelos, mi bien, que ya Lelio es mi muerte y Valerlo mi tormento y vituperio. Sólo en mi pecho hallará entrada alegre y süave tu amor, que por dueño queda, y por que otro entrar no pueda, cierra y llévate la llave. ÁNGEL: Si tal reciprocación halla en ti mi voluntad gozar quiero tu beldad y no perder la ocasión, en tu tálamo amoroso me hallarás, sígueme luego.
Vase el ÁNGEL
MARGARITA: En otro amor, otro fuego otro cuidado sabroso, diverso del que hasta aquí abrasar el alma siento. ¡Ay süave encantamento! ¿Qué es esto que siento en mí? ¿Hay semejante hermosura? ¿Hay gracia más pegajosa? ¿Hay lengua más amorosa? ¿Hay más donosa cordura que para niño tan cuerdo, tan grave y tan cortesano? No hay que hablar, aquí me gano, si por él desde hoy me pierdo; aunque caí no me espanta pues me levantó el temor, que en los sucesos de amor quien no cae, no se levanta.
Tire una cortina y esté el ÁNGEL acos- tado en una cama
Aquí ha de ser el empleo de toda mi voluntad, aquí espera la beldad que adoro, mas ya le veo. Y no entiendo lo que es esto, pues, en tan dichoso paso, siento que por él me abraso y el fuego es santo y honesto. Tan diferente motivo me rinde la libertad que soy toda voluntad sin tener el sensitivo apetito entrada aquí. Mi bien, mi luz, mi regalo, ¡que a mereceros me igualo! ÁNGEL: Margarita, advierte en mí y las ventajas verás que llevo a los que has querido y amantes tuyos han sido. Y si persuadida estás a ser mi querida esposa, no en tálamos de la tierra, donde amor no es paz, que es guerra, sino entre el jazmín y rosa del deleite que es eterno, nos hemos de desposar. MARGARITA: Si vos me habéis de guïar, galán cuerdo, amante tierno, vamos donde vos gustéis, que ya sin vos todo es vano. ÁNGEL: Dame de esposa la mano. MARGARITA: En ella el alma tenéis. ÁNGEL: Sígueme, pues, que encamina el cielo tus dichas todas. MARGARITA: ¿Dónde vamos? ÁNGEL: A unas bodas donde es Virgen la madrina, y su tálamo un rosal cuyas rosas acrecientas cuando rezas en sus cuentas.
Sube desde la cama el ÁNGEL al cielo y lleva consigo a MARGARITA
MARGARITA: ¡Ay, esposo celestial! Si a tal suerte, a dicha tanta llega a gozaros mi vida, diga mi feliz caída quien no cae no se levanta.
Salen LISARDA, VALERIO y LELIO, desenvainadas las espadas, y ROSELIO
LISARDA: Primo mio, esposo caro, si sois una sangre mesma, ¿por qué queréis derramarla en mi daño y vuestra ofensa? Mis lágrimas pongan paz en esta civil pendencia, que espadas son de dos filos que mis ojos a hilos riegan. No haya más. VALERIO: Falso cuñado, que al nombre las obras muestra, la muerte tengo de darte a la entrada de estas puertas, por donde en agravio mío entran mi enojo y tu afrenta. LELIO: Habla menos y obra más. ROSELIO: ¡Que con vosotros no puedan mi autoridad ni mis canas! Soltad las armas inquietas.
Sale LEONELA
LEONELA: ¡Milagro, milagro extraño! Hagan tocar en iglesias, en monasterios y ermitas las campanas vocingleras; entrad, veréis maravillas. VALERIO: ¿Qué confusiones son éstas? LEONELA: Entrad, veréis el milagro de mi casa. ROSELIO: ¿Qué voceas? LELIO: ¿No sabremos lo que es esto?
Salen CLEANDRO, ALBERTO y BRITÓN
CLEANDRO: Las armas, Valerio suelta, que cuando el cielo hace paces no es bien que riña la tierra. El acero, Lelio, envaina, porque no es ocasión ésta de aceros duros y helados, sino de pechos de cera. Margarita que, vencida de la ocasión hechicera, mujer en el nombre frágil, pero gigante en las fuerzas, irse a Nápoles con Lelio quiso, y dejar a Florencia, según el Guzmán Domingo me ha dado dichosa cuenta, amparándola el rosario y el ángel Pastor que enseña, cuando van descarrïadas, el camino a sus ovejas, cuando se iba desbocada, tiró las airadas riendas. dando con sus vanidades y amor tres veces en tierra. Y cuando desesperada imitar a Caín ordena, en traje de su galán, que es el que más le contenta, se le aparece y levanta y a un jardín bello la lleva donde, transformando en rosas, está la Virgen sus cuentas, sueltos los cabellos de oro que, como las almas suelta, que en ellos tuvo cautivos y no quiere que más prenda, los saca libres al aire de una red de oro y de seda, desmayada del amor divino, en la cama se echa, que mullen las mismas rosas, sin que haya espinas en ellas, y con la esposa diciendo cuando con Dios se requiebra, "Cercadme, Señor, de flores, rosas del rosario vengan, y sirvan de manzanillas por fruto dulce sus cuentas." En el sueño con que el justo quiere su esposo que duerma, quedó a la cosa del siglo, pero para Dios despierta. VALERIO: Si esto es así, cesen, Lelio, vuestros enojos, pues cesa la causa. Dadme esos brazos. LELIO: Y con ellos paz perpetua. ROSELIO: ¡Gran mudanza! CLEANDRO: Y gran ventura. LISARDA: Ya se acabó mi tristeza, mi temor, mi llanto y celos. CLEANDRO: Vida loca y muerte cuerda. LEONELA: Señor de mi corazón, desde hoy ha de ser Leonela una santa Catalina. No más burlas, todo es veras. Mujer convertida soy, diez mil maravedís vengan, dote de gente traída.
Descubren un jardin arriba con muchas rosas, y en él, echada, a MARGARITA, sueltos los cabellos, con un Cristo, como pintan a la Magdalena, los ojos en el cielo
CLEANDRO: Para que cumplidos sean vuestros deseos, mirad el jardín que a Dios recrea, donde es rosa Margarita. ROSELIO: Lágrimas, servid de lenguas para dar gracias a Dios. LISARDA: Rosario, hazañas son vuestras; no en balde os quiero yo tanto. ROSELIO: De vuestro hábito y librea tengo de ser, Orden santa. CLEANDRO: Y yo, porque buen fin tenga mi vejez, dándoos los brazos, quiero que en la Orden mesma, en hermandad religiosa, nuestra enemistad fenezca. BRITÓN: Según eso motilones nos cabe ser. ALBERTO: Como vengan las llaves del refectorio a mi cargo y la bodega. BRITÓN: Yo escojo la portería, que en fin han de entrar en ella los regalos, que alcabala pagan al que está a su puerta. LEONELA: Yo también escojo ser desde ahora hospitalera. BRITÓN: Por comerte los bizcochos y andar catando conservas. LELIO: Ya, Lisarda de mi vida, no tengo de hacerte ofensas, sino adorarte y tenerte por espejo de Florencia. LISARDA: Para que esté todo en paz, y Valerio estado tenga, con Matilde se despose, tu hermana. LELIO: Como él lo quiera, en ello ganaré mucho. VALERIO: Si mi padre da licencia, el sí la doy con el alma. ROSELIO: Para largos años sea. CLEANDRO: No desespere el caído que, aunque más pecados tenga, quien no cae no se levanta. Margarita ejemplo sea.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002