ACTO SEGUNDO


 
Sale LELIO quitándole a LISARDA, su esposa, unas joyas, y BRITÓN
LELIO: Por vida de los dos, que no las quiero para jugar. Lisarda, no me enojes; he menester un poco de dinero, e importa que esas joyas te despojes para empeñarlas, no para venderlas. LISARDA: En lindo tiempo, por mi fe, me coges; deseo debes de tener de verlas empleadas mejor en otro cuello más digno que no yo de mi oro y perlas. Es dama al uso, que tendrá el cabello negro, que ya no se usan hebras de oro, y si es moreno el rostro será bello. LELIO: ¡Oh, qué pesada estás¡ Porque te adoro te atreves a enojarme. LISARDA: ¿Es ojizarca? Pero ojinegra es, que no lo ignoro; en los tiempos del Dante y del Petrarca los ojos zarcos eran los mejores, adorados del príncipe y monarca, y a los negros rasgados dan favores; que las bellezas son como el vestido, que mudan con la hechura los colores. LELIO: Quítate ya esas joyas, que he tenido mucha paciencia. ¡Ea! LISARDA: ¿Qué es aquesto? ¿Cuándo, Lelio, el respeto me has perdido? Dos años ha que el yugo nos ha puesto del conyugal amor la iglesia santa, tirando a su coyunda el carro honesto, voluntad me has mostrado siempre tanta, que a cuantas damas hay envidia he dado. Pues ¿qué mudanza mi ventura espanta? De un mes acá te veo tan trocado, que, si antes a las nueve te acostabas, volver sueles al alba disfrazado. Apenas, Lelio, de comer acabas cuando, antes que levanten los manteles, tomas la capa que antes olvidabas. Jugaste, y aunque pocas veces sueles gastar el tiempo en esto, ya has perdido el dinero, la plata y los doseles, y no tan malo, si en el juego ha sido esta pérdida sola y no en desvelos que sospecho te traen desvanecido; que el juego que hay peor es el de celos, pues pierden con la vida la paciencia. LELIO: ¿Quieres, Lisarda, no llorarme duelos? Ni el juego ni el amor me da licencia para quitarte joyas que no he dado, pues las trajo tu dote por herencia; salí fïador, estoy ejecutado, no quiero que entre en casa la justicia y lo sepan tu tío y mi cuñado; otras joyas habrá de más codicia que comprarte prometo. Acaba, amores. LISARDA: Ya esa fïanza vino a mi noticia, deuda es que tiene muchos acreedores, y aunque su honra es ya dita quebrada, se empeñan más por ella sus deudores. No estoy, Lelio, en tu amor tan descuidada, que aunque callo y consiento, no trasnoche celosa con razón, y desvelada. Bien piensas tú que del disfraz de anoche tan ignorante estoy que no he sabido la negra traza de la silla o coche. Autor de este entremés debe haber sido aqueste bienaventurado. BRITÓN: ¡Bueno! Yo he de tener la culpa. Si ha perdido, Britón le hizo perder; si del sereno le duele la cabeza, este bellaco de Britón es la causa; si el moreno se emborracha con vino o con tabaco, Britón le dio a beber; si falta en casa alguna cosa, BRITÓNcillo es caco. No lo puedo sufrir, de raya pasa, un año ha que te sirvo, hagamos cuenta, diez reales cada mes me das por tasa, aquí está el papelillo en que se asienta lo que recibo; débesme once reales menos tres cuartos, no tengo otra renta, páguenmelos y adiós, y sean cabales. LELIO: ¿Estás sin seso? BRITÓN: Estoy muy enojado y harto de llevar ya tus atabales. A un hombre como yo bien opinado no es razón que le llamen alcahuete. ¿Hanme visto llevar algún recado? ¿Cuándo te traje yo carta o billete? Siempre el rosario traigo en cuello o mano, dentro mi faltriquera no se mete. ......................... [ -ano] De fray Luis, y porque veas si miento, estas hojas dirán si soy cristiano.
Va a sacar un libro de la faltriquera y saca envuelta al rosario una baraja de naipes,que se le cae
LISARDA: Muy bien lo dicen, pues de ciento en ciento te salen a abonar descuadernadas como tu vida; y quién te da sustento de ésas y de otras cartas despachadas; por el infierno debes ser correo. BRITÓN: ¡A afrentarme salistes desolladas! ¡Volveos al nido, que en mi muerte creo, que de vosotras, en lugar de tablas, he de hacer ataúd, según deseo que andéis conmigo siempre! LELIO: En vano entablas dilaciones; del cuello el oro quita, que pierdo tiempo mientras tanto me hablas. Quita las perlas. LISARDA: ¿Qué furor te incita? ¿No están mejor al cuello de tu esposa que no al cuello... LELIO: ¿De quién? LISARDA: De Margarita? LELIO: No digas necedades, si celosa estás; que es tan honrada como bella Margarita, y doncella generosa. LISARDA: Será virgen y madre, si es doncella, que de Valerio dicen que ha parido. LELIO: Mientes, y toma; acordaráste de ella.
Dale un bofetón
LISARDA: ¡Ay, cielos! BRITÓN: Más me pesa, que has rompido la sarta. LELIO: Los anillos le he quitado y los zarcillos. BRITÓN: Su pirata has sido. LELIO: Coge las perlas. BRITÓN: ¿No me ves bajado, cual fraile en Gloria patri?
Sale ROSELIO
ROSELIO: ¿Qué es aquesto? Lisarda, ¿de qué lloras? LISARDA: He quebrado la sarta de las perlas en que he puesto todo m¡ gusto. BRITÓN: (No hay más linda pieza Aparte que una mujer para mentir de presto.) ROSELIO: No es esa la ocasión de tu tristeza; que no eres tú, sobrina, tan liviana que por eso des muestras de tristeza. ¿Qué es eso del carrillo? Mas la grana en que se tiñe el daño que recelas y tu honrada respuesta me hizo llana. Lelio, ¿hasla dado? LELIO: ¿Yo? ROSELIO: Deja cautelas. Britón, ¿qué es esto? BRITÓN: Es una niñería, un dolorcillo que le dio de muelas. ROSELIO: ¿Calláis los dos? A la sospecha mía doy crédito; la cara de Lisarda es un papel que a mi venganza envía, tinta es la sangre que la letra aguarda, con cinco plumas la escribió el villano valiente con mujeres que acobarda. LISARDA: Por mi fe que te engañas. ROSELIO: Jura en vano, que ya en la plana de tu rostro veo el renglón riguroso de la mano. ¡Ah Lelio, Lelio! ¿Es éste el justo empleo que hace en ti de Lisarda que te adora? LISARDA: No ha reñido conmigo. ROSELIO: Ya lo veo. LELIO: Si la he reñido, ¿qué tenemos ahora? Quitéla estos zarcillos y estas perlas que llevo, a una mujer; quiso, habladora, por resistirme consentir romperlas, y dile el bofetón que te ha ofendido; estas las joyas son, si quieres verlas. ROSELIO: ¿Por qué la tratas mal? LELIO: Soy su marido. ROSELIO: Una vez sola pone el que es honrado la mano en su mujer: si infame ha sido. No le quites el oro que no has dado. Vuélveselo, o si no... LELIO: Aparta viejo, si no quieres... ROSELIO: La sangre se me ha helado; mas no por eso que me injuries dejo. Has de darle las perlas. LELIO: ¡Buen aviso! Pagarte a coces quiero ese consejo.
Derríbale y dale de coces
LISARDA: ¿A mi tío? LELIO: Él se tiene lo que quiso. ROSELIO: Soy tierra; en fin, atréveste a la tierra. LELIO: Pues si eres tierra con razón te piso. BRITÓN: Hoy reina alguna suegra, todo es guerra.
Vanse los dos, LELIO y BRITÓN
ROSELIO: ¿A mí en el suelo y de coces? Lisarda, dame una espada. LISARDA: Sosiégate, no des voces, que no es justo sepan nada los vecinos. ROSELIO: Mal conoces mi condición, ¡vive el cielo! ¿De un cobarde mal nacido? LISARDA: Deja las leyes del duelo, que tú la culpa has tenido de que te echase en el suelo. ROSELIO: ¿Yo la culpa en defender tu injuria? ¿En mí un mozalbete las manos ha de poner? LISARDA: Eso tiene quien se mete entre marido y mujer. ¿Qué tengo yo que no sea de Lelio? ROSELIO: ¿A ti un bofetón? LISARDA: Ni me afrenta, ni me afea; afeites del honor son con que el amor se hermosea. Es mi esposo, hacerlo pudo. ROSELIO: Hablas al fin como honrada; pero el acero desnudo, ya jubilado en la espada me vengará. LISARDA: De eso dudo.
Vase. Sale VALERIO
ROSELIO: ¿Aquí estás? ¿Cómo te atreves salir en público así, si por tus costumbres leves anda Cleandro tras ti, y antiguos enojos mueves? VALERIO: Quiero hoy volverme al aldea y he menester que me des unos escudos. ROSELIO: Granjea tu hacienda así, que después no es mucho que corta sea. ¿Cuántos los escudos son? VALERIO: Quinientos. ROSELIO: Pues ¿para qué? VALERIO: Compro cierta posesión. ROSELIO: ¿Tú, posesión? Ya yo sé de tu santa inclinación la posesión en que estriba tu liviana voluntad, en torpes vicios cautiva. VALERIO: ¡Por Dios que es una heredad! ROSELIO: Si es heredad, será viva. VALERIO: ¡Oh, que de ello que me cuesta cualquier cosa que me das! Digo que es para una fiesta; para jugar. ¿Quieres más? ¡Una mujer! ROSELIO: ¡Y honesta! VALERIO: ¿Tienes otro que te herede más que a mí y para que estimes lo que es justo, que acá quede? Ya soy hombre, no escatimes lo que mi edad me concede. ROSELIO: ¿Tantos pasos y argumentos gastas, si en darte me fundo, los reales cientos a cientos? VALERIO: Más que un hermano segundo en cobrar sus alimentos. Si me los tienes de dar, ¿para qué con esa flema me los haces desear? ROSELIO: A ti y Lelio un mismo tema os hace locos de atar. Ea, en mí las manos pon, como hizo Lelio en tu prima; si te parece razón, mi cano rostro lastima, dame en él un bofetón. El oro y joyas me quita con alborotos y voces, y en tierra me precipita, darásme otra vez de coces por amor de Margarita. VALERIO: ¿Cómo es eso? ROSELIO: A su mujer las joyas Lelio ha quitado que no le supo traer, y un bofetón le ha costado el quererlas defender. Y porque yo, como tío, sus locuras reprendí, fue tanto su desvarío, que puso los pies en mí. ¡Mira que valiente brío! A Margarita pretende; para ella las joyas son con que su interés entiende. Si es ésta la posesión que tu deshonra te vende, cómprala, y cual Lelio yerra. Echa a mal mi hacienda así y de casa la destierra. Písala bien como a mí! Lelio me ha pisado en tierra.
Vase
VALERIO: ¿Lelio a mi padre ha injuriado? ¿Lelio en Margarita--¡Cielos!-- emplea hacienda y cuidado? ¿Lelio afrentas? ¿Lelio celos? Mas ¿qué mucho si es cuñado? Voyle a buscar, que mejor satisfará a mi esperanza que a la lengua mi valor. Daré de un golpe venganza a mi padre y a mi amor.
Vase. Salen LEONELA y MARGARITA
LEONELA: ¡Buena traza! MARGARITA: No más silla. LEONELA: ¿Escarmentarás desde hoy? MARGARITA: Triste desde anoche estoy; alcánzame esa almohadilla que la labor entretiene, olvidaré pesadumbres.
Dale vainicas, y toma LEONELA randas
LEONELA: Cuando a ella te acostumbres, si amor quiere, tan bien viene a la labor como al ocio; pues tal vez si le aprovecha, hace de la aguja flecha con que entabla su negocio. MARGARITA: Como es la materia blanda, aunque se suele picar, huélgase tal vez de andar entre la aguja y la holanda. ¿Has las randas acabado? LEONELA: No, porque aunque son ligeros, cánsanme cien majaderos que haciendo un manoteado enmarañan mi labor. MARGARITA: Si un majadero no más da tanto enfado, ¿qué harás con ciento juntos? LEONELA: Mejor son éstos que están atados; pues menos tormento dieran los necios como estuvieran del modo que éstos colgados. MARGARITA: Leonela, ¿no es gentilhombre Lelio? LEONELA: Tu pretendiente es rico, galán y cortés; pero como tiene nombre de casado, no me agrada. Para mí mucho ha perdido en serlo. MARGARITA: ¿Por qué? LEONELA: Un marido que es con carga tan pesada ganapán del matrimonio, sufre mucho. MARGARITA: Bueno está. LEONELA: Un marido sufrirá todo un falso testimonio. MARGARITA: ¿Por qué, que estás importuna? ¿De todo has de mal decir? LEONELA: Hombre que puede sufrir el rüido de una cuna, ¿qué diablos no sufrirá al lado de una mujer que por fuerza ha de tener las inmundicias que ya te constan? MARGARITA: Eso es sin duda. LEONELA: ¿No sufre más que un peñasco hombre que no tiene asco de un rostro con paño o muda? MARGARITA: Galán melindroso hicieras. Amor Lelio me ha mostrado, liberal me ha regalado y me agradan sus quimeras, pues Valerio es sospechoso, y mi padre de éste está seguro; tráemele acá, que, aunque el viejo es receloso, cuando venga y le halle aquí, no faltará una mentira que le engañe. LEONELA: Si él suspira y tú le escuchas así, voy por él, servirte quiero. MARGARITA: Que varíe me has mandado; sabré a qué sabe un casado pues ya sé lo que es soltero. LEONELA: A ambos puedes reducillos. MARGARITA: ¿Dos juntos? ¡Líbreme Dios! LEONELA: Lo bueno es de dos en dos, que es comer a dos carrillos.
Vase
MARGARITA: La inclinación de mi edad más gusta oír cada día sermón en la Compañía que misa en la Soledad. Sola estoy y no soy santa, perdone mi padre viejo que no hay gusto con consejo; mas, ¡Válgame Dios! ¿quién canta?
Canta de dentro
VOZ: "Margarita, Margarita, maldita fuera mejor que te llamase Florencia, pues eres su maldición." MARGARITA: ¿Quién puede ser la que canta? ¡Ay cielos, qué triste voz! Los cabellos me ha erizado, palpítame el corazón. ¡Hola! ¿Quién canta allá dentro? Pero ¡qué medrosa soy! Alguna de mis crïadas es que está haciendo labor. Cante alegre o cante triste, que el uno y el otro son, suspenden y avivan más sentimientos del amor.
Canta
VOZ: "Margarita te llamaron, pero no conforma, no, con tus obras tu apellido con tus vicios tu valor. Libre te crïó tu madre causando tu perdición, ¡Pobre de ella, cuál lo paga! ¡De llamas es su prisión!" MARGARITA: ¿Qué es esto? ¿A mí se dedican los versos de esta canción? ¿Mi libertad reprehenden? ¿Maldicen mi inclinación? Éste es mucho atrevimiento. ¿Cuándo sufrí burlas yo? Castigaré en la crïada este agravio, ¡vive Dios! ¡Hola! Florisa, Marcela, Faustina, Audronio, León. ¿No me responde ninguno? ¿Si estoy soñando? Mas no, no debe de ser de casa la cantora o el cantor que mi vida satiriza. Algún vil murmurador de los de mi vecindad me piensa poner temor. Digan; allá se lo hayan. Libres son y libre soy. De la más santa murmuran; del rey como del pastor; mas que digan que mi madre, porque libre me crïó, se abrasa, esta es desvergüenza. Sufrirlo será baldón, castigarle será justo. ¡Hola! Llamadme a Gascón, ese mozo de caballos. Mas, ¿qué es esto? Loca estoy. ¿No hay en Florencia mujeres de mi nombre y que no son de más benditas costumbres ni más honestas que yo? Cantes de ellas y de mí, que yo les daré desde hoy materia para sus versos, porque he de vivir peor.
Canta
VOZ: "No harás, porque antes de mucho el infernal cazador que caza almas, con tus ojos perderá tu posesión. Aunque has perdido la cuenta, de tu vida en un sermón, por las cuentas de un rosario, borrará tus cuentas Dios. A un hombre puesto en un palo has de tener tanto amor, que has de perder el juicio en la vulgar opinión." MARGARITA: ¿Cómo? ¿Yo a un ajusticiado? ¿A un hombre en un palo yo? ¿Yo a difuntos? ¿Yo sin seso? Desmayos me da el temor. ¿Mujer de mi calidad ha de estar sin lo mejor del alma, que es el jüicio? ¿Yo amante de quien perdió la vida en un palo vil? No es buena satisfacción de mis culpas deshonrarme. Oerdonaráme el sermón. Si sermones han de ser causa de mi conversión, no he de oírlos en mi vida. Intente otros medios Dios, que por ése no haya miedo que me coja, pues desde hoy no he de oir sermón ni misa. Vuélvome a hacer mi labor. ¡Ay! Si Leonela viniese, si entrase conversación y dejase de cantar aquesta agorera voz.
Canta
VOZ: "Margarita, ¿de qué sirve hacer piernas contra Dios, ni tirar, cual dijo a Pablo, coces contra el aguijón? Si de tu libre albedrío siguieres la inclinación y sus vicios no dejares, daránte mal galardón."
Descúbrese al son de tristes instrumentos una escalera de flores, y al cabo una silla y corona de fuego
"En el reino del espanto, entre fuego y confusión, aquesta silla te espera si no excusas tu rigor. Aunque por flores se sube, que el deleite es torpe flor, éste es el fruto que ofrecen flores que de vicios son. En vez de oro tiene fuego, brasas sus follajes son, su corona basiliscos, azufre y pez es su olor." MARGARITA: ¡Ay, cielos; qué horrenda vista! Leonela, Fabia, señor, crïados, vecinos, gente, ¿ninguno me da favor? Pues que ninguno me ayuda, matarme será mejor. ¿No hay cordel que sea verdugo de mi desesperación?
Al son de música alegre se descubre una escalera hecha de rosarios, y sobre ella una silla muy hermosa y sobre la silla una corona de oro. Canta
VOZ: "El cordel que te remedie las cuerdas divinas son de esta escala, donde sirve cada cuenta de escalón por ella, para que suba hasta el cielo el pecador, da la mano poderosa su admirable devoción. Silla y corona de rosas es quien paga el fruto en flor a María, flor de gracia, e intenta tu conversión. Teje del rosal divino del rosario y su oración las rosas de sus misterios, si alcanzar quieres perdón." MARGARITA: ¡Oh, qué belleza de silla! El alma me consoló, encubrióse su hermosura, la voz dió fin a su voz. Entre el consuelo y tristeza, la esperanza y el temor, me tienen entre dos aguas y me cubre un frío sudor. ¡Cuánto va de silla a silla, válgame el poder de Dios; y de corona a corona, de reino a reino! Venció el temor aquesta vez. ¡Viva la virtud! Desde hoy, salgan los vicios de casa. Salid fuera, torpe amor.
Vase. Salen LELIO y VALERIO acuchillándose, LEONELA dando voces
LEONELA: ¡Valerio, envaina, que me causas miedo! ¡Jesús! Lelio, ¿no ves que estoy preñada? Palpitaciones tengo, muerta quedo; no hay coco para mi como una espada. VALERIO: Amigo al uso, no verás si puedo la traza infame de tu amor vengada; que a castigar en ti me traen los cielos la injuria de mi padre y de mis celos. Lisarda es prima mía, en quien villano la vil mano pusiste, que atrevida muestra tu infamia, aunque se excuse en vano, porque quede tu afrenta conocida, no pone el noble en su mujer la mano si no es para, quitándola la vida, mostrar que, ocasionando su deshonra, no le dio menos causa que en la honra. Y porque de defender mi padre trata fe su sobrina el lícito decoro, pisaste vil su venerable plata cuando a tu esposa le quitaste el oro. ¡Bravas hazañas! ¡Tu valor quilata con viejos y mujeres. Ya no ignoro el esfuerzo que en ti tiene su espejo hiriendo a una mujer, pisando a un viejo. LELIO: Con la mano te pienso dar respuesta, ya que así te desbordas y desmandas, pues es la espada lengua. VALERIO: En ti molesta y no enseñada, pues tan mal la mandas; que, en fin, como tu mano descompuesta, rostros tiernos afrenta y canas blandas, no podrás de cobarde delicado sufrir el peso del acero honrado. LELIO: Habla cuanto quisieres, que no irrita tu cólera el valor que en mí conoces. Sólo digo que adoro a Margarita y que he de procurar que no la goces. VALERIO: ¡Oh, infame! Aguarda. LEONELA: ¡Santa Inés bendita; que se matan! ¡San Roque! LELIO: Si de coces di a tu padre, mis pies que le maltratan te pisarán la boca. LEONELA: ¡Que se matan!
Vanse riñendo. Salen riñendo CLEANDRO y ROSELIO
ROSELIO: Con la lengua desnuda de esta espada digo otra vez que, mientras tenga vida, no se verá tu hija desposada con Valerio, aunque más palabras pida. CLEANDRO: No es Valerio tan noble. ROSELIO: Ni ella honrada. Y sin honra, ¿qué importa ser nacida de Augustos y Alejandros excelentes, como es para injuriarlos así? CLEANDRO: ¡Mientes! ROSELIO: No puedes afrentarme, que no tienes honra; y sin ella un hombre nunca afrenta; mas, pues tan loco a despeñarte vienes, ten de tu vida, loco viejo, cuenta. La lengua que agraviar honras enfrenes mejor que de tu hija. CLEANDRO: Porque intenta el botado de acero es esta espada que en orden la pondrá si es desbocada.
Vanse riñendo. Salen ALBERTO y BRITÓN riñendo
BRITÓN: Medio lacayo, no lacayo entero; medio aún es mucho, cuarterón. ¿Qué digo? ¡Dos onzas de lacayo! Caballero ando en honrarte siendo mi enemigo. ¡Una onza de lacayo, y aún no quiero darte una onza, que seré prodigo. ¡Adarme del acayo a quien desmayo! ¿Adarme? ¡Escrupulillo de lacayo! ¿Tú con Leonela, fregatriz divina, célebre desde el Ganjes hasta el Tajo, que dando censo en agua a su cocina, de los rayos del sol hizo estropajo? ¿Tú con una mujer que Celestina crió a sus pechos y en sus brazos trajo, a quien el orador como el poeta llaman en prosa y verso alcahueta? ¿Tú, competir conmigo? ¡Vive el vino! Que he de hacer un castigo más sonado que mocos con tabaco. ALBERTO: No me indino así, ni he de reñir si no enojado. Veme encendiendo más, habla sin tino; podrá ser que de injurias enojado saque la espada, en castidad Lucrecia, que como a gusarapa te desprecia. BRITÓN: ¿Yo gusarapa? ¡Mientes! ALBERTO: No es nada eso. Dime más. BRITÓN: Digo que eres un gabacho. ALBERTO: Fuélo mi padre, la verdad confieso. Dime más. BRITÓN: Digo que eres un borracho. ALBERTO: Gloríome de serlo. BRITÓN: Eres confeso. ALBERTO: Confesor y no mártir no es despacho que me pueda afrentar. BRITÓN: Eres marido. ALBERTO: ¿Marido yo? Mi enojo has encendido. Mientes hasta la enjundia, y echa afuera la virginal espada.
Salen LEONELA y MARGARITA
LEONELA: Sal, señora, si no pretendes que tu padre muera, que con Roselio se mataba ahora. MARGARITA: Cuando le maten en la edad postrera no muere mal logrado, ni me azora ese temor. Peor será que viva. ALBERTO: Échese hacia acá abajo. BRITÓN: Echo hacia arriba. LEONELA: Valerio que, celoso, está informado de que Lelio te sirve, le provoca hasta haberse los dos acuchillado. MARGARITA: Pues ¿eso te da pena? Calla, loca, que una mujer que por el mundo ha dado no gana fama, o la que gana es poca, por más amantes que su garbo inquiete, si no han muerto por ella seis o siete. LEONELA: ¿Ésa es la santidad que prometías a la visión que viste y me has contado? MARGARITA: Debieron de ser vanas fantasías; soy moza, no me pongas en cuidado; malograré mi edad en breves días si miro en disparates que he soñado. LEONELA: El alma es de tu madre que te avisa. MARGARITA: Mañana daré un real para una misa. LEONELA: ¿Un real? ¡Limosna larga! MARGARITA: Basta y sobra LEONELA: Quien a lo humano gasta, a lo divino es avarienta. MARGARITA: Deja ya esa obra, que tanta santidad es desatino; si Lelio viene y los cabellos cobra a la ocasión, hacerle determino cacique de estas Indias. LEONELA: Es bizarro, y tú su Potosí si él tu Pizarro. Mas ¿qué es esto? BRITÓN: Desgracia nunca oída. Lelio ha herido a Valerio malamente, y dos horas no más le dan de vida, que está sin habla y ya ni ve ni siente; sus parientes te llaman su homicida. MARGARITA: No hago caso de dichos de la gente. Pésame, cierto; y Lelio, ¿dónde ha huído? BRITÓN: Está en Predicadores retraído. Pero no es la mayor desgracia ésta, que tu padre también... MARGARITA: ¿Cómo? BRITÓN: Ha quedado herido y preso, y no por causa honesta; que el padre de Valerlo le ha afrentado y está preso también. LEONELA: Hagamos fiesta, pues se te cumple ya lo deseado. MARGARITA. ¿Dónde le tienen preso? BRITÓN: En el palacio viejo del duque, y por su alcaide a Horacio. MARGARITA: ¿La herida es algo? BRITÓN: No, cierto rasguño de oreja a oreja. MARGARITA: ¿Cómo? BRITÓN: Miento, miento; hirióle en la muñeca, junto al puño, Roselio; mas no es nada. MARGARITA: Verle intento. BRITÓN: Aqueste vuestro amor es el dimuño. Matáis a uno y engañáis a ciento. No vais a ver a vuestro padre ahora que está con vos airado, aunque os adora. MARGARITA: No importa, que en achaque de ir a verle quiero ver a tu amo, el retraído. BRITÓN: ¿Queréisle bien? MARGARITA: Pues ¿he de aborrecerle si por mi causa para tanto ha sido? BRITÓN: Pues ahora hay lugar, si habéis de hacerle esa merced; porque al sermón ha ido toda Florencia, que su gente aplica, si fray Domingo de Guzmán predica; y mientras que en la iglesia está ocupada con el dicho sermón, a un lado de ella le hablarás sin que nadie note nada. MARGARITA: Bien dices. Todo el gusto lo atropella, Lelio me deja tierna y obligada, y a fe que enciende más de una centella. BRITÓN: (Es yesca la mujer, ¡qué maravilla!) Aparte MARGARITA: Dame un manto Florisa. ¡Hola, la silla!
Vase
BRITÓN: Ya que sola te quedas, di, cerrojo de cárcel traqueado, pandillera, ¿con mi amor es razón que seas chancera, por Albertillo manco, zurdo y cojo? LEONELA: No hay mujer que no haga trampantojo, y más con el remate de escalera. Váyase noramala, salga fuera.
Escúpele
BRITÓN: No escupas más, que me emplastaste un ojo, tintero de botica. LEONELA: ¡Ay, cerbatana! BRITÓN: ¡Ay, tercerona! LEONELA: Y ¡ay, alcabalero! BRITÓN: ¡Ay, trotacalles! LEONELA: ¡Ay, estriegalodos! BRITÓN: ¡Ay! LEONELA: ¡Ay! BRITÓN: ¡Miz! LEONELA: ¡Zape! BRITÓN: ¡Ay, flaqueza humana! ¡Ay! LEONELA: ¡Ay! BRITÓN: ¡Púpú! LEONELA: ¡Lálá! BRITÓN: ¡Ay, yo soy, soy Duero! LEONELA: ¡Ay, rascamuelas! BRITÓN: ¡Ay, los ayes todos!
Vanse. Salen CELIO, PINARDO y LUDOVICO, galanes
CELIO: Pues ¿de la iglesia os salís? PINARDO: Tengo poca devoción. LUDOVICO: ¿Para qué, pues, acudís tanto a ella? PINARDO: No el sermón me trae, si lo advertís. CELIO: Pues ¿qué? PINARDO: Lo que os trae a vos. CELIO: Yo a ver las damas que vienen acudo sólo, por Dios. LUDOVICO: Las mismas aquí me tienen. PINARDO: Confórmome con los dos. CELIO: Buena vino la mujer de Honorato. LUDOVICO: Quién, ¿Marfisa? mejor suele parecer. PINARDO: Debióse afeitar de prisa y echábasele de ver. LUDOVICO: ¿Qué os pareció de Rosalba? CELIO: Brava reverencia os hizo. PINARDO: Fuera más bella que el alba si no trajera postizo el cabello. LUDOVICO: Pues ¿qué? ¿Es calva? PINARDO: Como un San Pedro. CELIO: ¿Y Octavia? LUDOVICO: Es vieja. PINARDO: No lo es Lucrecia. CELIO: Ésa tiene mucha labia y toca en puntos de necia porque despunta de sabia. LUDOVICO: ¿Casandra es de buena cara? PINARDO: Sí; pero dicen que es puerca. CELIO: ¿La española doña Clara? LUDOVICO: No parece bien de cerca y para de treinta es cara. CELIO: ¿La del ginovés Marín? PINARDO: Hanme dicho que trae ésa una torre por chapín, y para chica es muy gruesa. CELIO: No lo es para el florentín. PINARDO: Las hermanas Garambelas me agradan mucho, por Dios. CELIO: Aféanlas las viruelas, y no osan dejar las dos verdugados y arandelas. LUDOVICO: Buena es Fabia. PINARDO: Malas manos. CELIO: ¿Y la Urbina? LUDOVICO: Es muy arisca. PINARDO: ¿Laura? CELIO: Tiene muchos granos. LUDOVICO: ¿Doriclea? PINARDO: Es medio bizca y habla a moros y cristianos. CELIO: Hoy los tres hemos venido mal contentadizos. LUDOVICO: Son lo que hemos dicho. PINARDO: Ha traído fray Domingo a su sermón todo el mundo. CELIO: ¿Habéisle oído? PINARDO: Una vez. LUDOVICO: ¿Y qué os parece? PINARDO: Que es un apóstol San Pablo que a darnos luz amanece. CELIO: No tendrá ganancia el diablo con él. LUDOVICO: No se desvanece. PINARDO: Según recoleta el mundo, si él prosigue en predicar, antes de mucho me fundo que al demonio le han de dar de azotes por vagamundo. Estas cuentas del rosario píldoras de vicios son. LUDOVICO: Concepto de boticario. CELIO: Dejemos la devoción, que estáis hoy extraordinario, y decid si habéis sabido la causa de la pendencia de Lelio. PINARDO: Pues ¿ha reñido? LUDOVICO: Sábelo toda Florencia, ¿y con eso habéis salido? PINARDO: ¿Con quién? CELIO: Con Valerio. PINARDO: ¿Siendo su cuñado? LUDOVICO: ¿Eso no basta? PINARDO: ¿Y hay sangre? LUDOVICO: Estáse muriendo Valerio. PINARDO: Lelio es de casta de valientes; pero entiendo que celos de Margarita han puesto a Valerio así. CELIO: Como a ésos el seso quita. LUDOVICO: Pues retraído está aquí Lelio. PINARDO: ¡Qué honrada y bonita que es Lisarda, su mujer!
Sale PINABEL
PINABEL: ¿De cuándo acá el diablo a misa? CELIO: Pinabel: ¿qué hay? PINABEL: ¿Qué ha de haber? que el mundo se acaba aprisa. LUDOVICO: ¿Cómo? PINABEL: Ahora acabo de ver a Margarita en sermón. PINARDO: Hace una raya en el agua. LUDOVICO: No la trae la devoción; que, si vino, a fe que fragua alguna nueva invención. CELIO: ¿Habían, ya comenzado a predicar? PINABEL: Buen rato ha. PINARDO: ¿Y os salís? PINABEL: Harto he llorado; como estábades acá, salí de voces cansado. LUDOVICO: En fin, Margarita escucha al padre predicador. ¿Mostrará devoción? PINABEL: ¡Mucha! Señales da de dolor o locura con que lucha. PINARDO: ¿Y la criadita? PINABEL: Quemada y hecha polvos la vea yo. LUDOVICO: ¡Qué relamida y taimada! CELIO: En ella el demonio halló una gentil camarada. PINARDO: ¡Qué bien sabe la bellaca toda la girobaldía del trato alcahuete! PINABEL: Saca jugo de una piedra fría. LUDOVICO: Y guarda más que una urraca.
Salen ANDRONIO y FELICIO
ANDRONIO: ¡Gran sermón! FELICIO: Cuando Dios toca de esta suerte un corazón, habla por la misma boca del que predica. ANDRONIO: El sermón vuelve a Margarita loca, o la vuelve santa. FELICIO: Todo puede ser, que el mundo llama loco al santo. ANDRONIO: ¿De ese modo ya es loca y santa esta dama? FELICIO: Lo primero la acomodo. PINARDO: ¿Qué es esto, señores? ANDRONIO: Es milagros que hace el sermón de fray Domingo, después que vino aquí. PINARDO: La ocasión nos decid, Andronio, pues. FELICIO: Margarita, poco a poco en el sermón convertida de Domingo, a quien invoco, o muda de estado y vida, o la ha dado un furor loco. A cada voz que intimaba el padre predicador, una joya se quitaba; y sin mirar el valor de su sangre y dónde estaba, medio desnuda y llorando, el sermón interrumpía voces y suspiros dando. PINABEL: ¿Ella, santa? ANDRONIO: ¿No podría? PINABEL: No estoy el poder dudando del cielo; pero primero seré yo fraile que vos la veáis santa. CELIO: No quiero dudar del poder de Dios; el fin de este caso espero. Mas ¿no es ésta? LUDOVICO: Sí, y tras ella toda la gente que sale. CELIO: Loca viene. PINABEL: Loca y bella. ANDRONIO: Como su virtud iguale a sus vicios, dichosa ella.
Salen MARGARITA, medio desnuda, y POBRES tras ella, y LEONELA
MARGARITA: Afuera galas dañosas, joyas torpes y lascivas, plumas con que la corneja prestada hermosura envidia. Casa del demonio he sido, y porque al huésped despida, en fe de mudarse a ella mi Dios la desentapiza. Tomad, pobres de mis ojos. LEONELA: ¡Ah, señora de mi vida! ¿En la calle te desnudas? ¿No adviertes en quién te mira? MARGARITA: Leonela: el mundo avariento, para quien por él camina, puerto es de Arrebatacapas, y así las ropas me quita. Vestidos hizo el pecado que a Adán y Eva ensambenitan. La verdad anda desnuda, adornada la mentira. En la calle han de ver todos que la hermosura fingida que en mí los encadenó prestada fue, que no mía. Fue hermosura de alquiler, pues claro está que la alquila quien con galas es hermosa, si sin ellas la abominan. LEONELA: Pinabel, Celio, Pinardo, pues aquí estáis, reducidla, que se le va por la posta la medula de la vida. PINABEL: Señora, volved en vos, que no es bien que Margarita tan bella y que tanto vale la lloremos hoy perdida. MARGARITA: ¡Qué bien en el uso estáis, idiotas, cuya doctrina cuando os rodeabais de sabios, la llama Pablo estulticia! La parábola ignoráis de la mujer afligida que, descuidada, perdió la preciosa margarita, y revolviendo la casa luz enciende, trastos quita, cofres busca, suelos barre, galas saca, cajas mira, hasta que, habiéndola hallado, llama a voces las vecinas; sale de sí, fiestas hace, gasta, festeja, convida. Pues si Margarita soy y, perdiéndome en mí misma, estaba fuera de mí, sin valor y sin estima, y hoy dentro de mí me busco, la luz del sol encendida de la palabra de Dios que fray Domingo predica, ¿qué mucho que para hallarme arroje galas malditas, barra el alma de sus culpas, y sin mirar quién me mira, pues a mí misma me hallé cuando en mí estaba perdida, haga fiestas por las calles y dé a los pobres albricias? Margarita soy hallada, de Dios sigo la doctrina. Amigos, hagamos fiestas, a convidar voy amigas.
Baila
Cantadme mil parabienes, bailemos, que la alegría aquestos efectos causa; todos celebren mi dicha. LEONELA: Miren cuál anda el meollo, señora, mas que nos tiran pepinazos los muchachos, y que nos van dando gritan. LUDOVICO: ¡Hay lástima semejante! MARGARITA: ¿Ésta es lástima? ¿Y la vida que yo tuve y vos tenéis os alegra y no os lastima? Muy necio sois para alcalde. LEONELA: ¿Qué hacéis, señores? Asidla y a su casa la volvamos. ¡Malhaya nuestra venida! PINARDO: No os habéis de desnudar; ni porque estéis convertida habéis de hablar disparates. MARGARITA: Quien es loca que los diga, ¿Dónde me lleváis? CELIO: A casa. Tenedla y vaya. MARGARITA: ¡Oh que linda compañia me llevaba! ¡Afuera gente lasciva! Que si se pagan los vicios por las malas compañías no quiero que me paguéis los vuestros, ya que estoy limpia. ¡Fuera, digo, gigantones del mundo! La seda encima y la paja por de dentro, amantes a la malicia, que soy amante de veras. PINARDO: Dejadla, que desatina y está furiosa.
Vanse. De dentro
VOCES: A la loca. MARGARITA: Mi Dios, si hizo el mundo estima de mi frágil hermosura, hoy al menosprecio incita. Llámenme loca por Vos, seré la loca divina. ¡Albricias me pedí, cielos, albricias! Que si soy la perdida Margarita, pues a la luz de la verdad me hallaron, venga mi Dios y le dará su hallazgo.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

Quien no cae no se levanta, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002