JORNADA TERCERA


Sale doña ELENA, de hombre, y MARGARITA
ELENA: La lástima que me han hecho vuestras desgracias, señora, junto con mi inclinación que por ser noble es piadosa, me ha obligado a buscar modo con que el peligro socorra, que corren a un mismo tiempo vuestra vida y vuestra honra. De España vine a ser paje de don Diego de Mendoza, y aunque paje, bien nacido, como hablan por mí las obras. De vuestros amores supe aquesta noche la historia, que aunque comienza en tragedia muchas el cielo revoca. También supe la ocasión que os sacó de noche y sola de vuestra quietud y casa librando la vida a costa del qué dirán, monstruo vil en cuya bárbara boca tantas honras hemos visto despedazadas y rotas. Alegre estaréis sin duda de que en una casa propia halléis socorro, hijo y madre, en la nobleza española. ¿Quién duda que aguardaréis que salga la blanca aurora huyendo del sol, que ensarta en hilos de oro su aljófar, para que el príncipe venga y a vuestros pesares ponga alegre fin, dando treguas a vuestro llanto y congojas? Don Luis, que en casa ha visto la ocasión, vencido borra promesas y obligaciones, y a los pies del gusto postra respetos y cortesías. Si no huís dentro de una hora a la luz de esa hermosura será ciega mariposa, que, aunque queme su nobleza las alas a la memoria, traerá otra vez el agravio que a Tarquino echó de Roma. Don Diego, como es su amigo, ni os defiende ni reporta con el freno del consejo su determínación loca. Antes por darle lugar se ha ausentado de Bolonia; ved vos, si se va el que os guarda, ¿qué hará el ladrón con las joyas? El príncipe, que pudiera defenderos como a esposa, yéndole yo a dar aviso, imposible es que os socorra, porque, según en corrillos lo dice la ciudad toda, dejando el tosco disfraz, tomó para Parma postas, donde estableciendo paces perpetuas, otra vez cobra su estado, dando de esposo la mano a la hija hermosa del marqués de Monferrato y previniendo a sus bodas mil fiestas que a vuestro amor harán las fúnebres honras; pues decir que vuestro hermano, aunque esta casa os esconda, ha de ignorar dónde estáis; sabiendo que os sirve y honra don Luis, es ignorancia; y si viene, ¿quién le estorba que rompiendo vuestro pecho con él su agravio no rompa? Celos, peligro y temor contra vos al arma tocan, que es propio de las desgracias convidarse unas a otras. Mirad si os ofrece el alma remedio al mal que os asombra, y si no le halláis bastante y queréis poner por obra el que os tengo prevenido, con determinación corta le ejecutad, porque os va en la brevedad la honra. MARGARITA: Días ha, amigo Pacheco, que se ha hecho el alma sorda a mil pronósticos tristes que quieren cumplirse ahora. El terror, que es adivino, revolvió las tristes hojas de mis desdichas, y en ellas leyó mi ventura corta. Ya yo temí la mudanza, de Carlos, que era forzosa, porque una mujer gozada es trato que anda de sobra. Pero, pues salieron falsas las promesas que en lisonjas lleva el viento, y en mi ofensa goza a Claudia y me deshonra, cuando venga Marco Antonio y me dé muerte, ¿qué importa, si a falta suya han de ser verdugos mis manos propias? Carlos me ha menospreciado, y cuando no corresponda don Luis a su favor ni don Diego de Mendoza a su palabra y mi ayuda, siendo los celos ponzoña, y yo basilisco de ellos, matarélos si me tocan. Déjame que en esas calles dando voces interrompan mis agravios el silencio, para que los hombres oigan de un cruel hombre la inconstancia; deja que cual toro rompa la imagen del padre ingrato en el hijo vil. ELENA: ¡Señora...! MARGARITA: Yo iré a Parma, falso Carlos; Progne he de ser en tus bodas; tu hijo he de hacer pedazos para que sus carnes comas. ELENA: Sosiegate. MARGARITA: ¿Cómo puedo? ELENA: Escuchándóme. MARGARITA: Estoy loca. ¿Qué quieres decirme? ELENA: Carlos no está casado hastá ahora. ¿Qué sabemos si pretende mientras que su padre toma la posesión de su estado que ha tanto que por él llora, engañar así al marqués para que en quietud dichosa, a pesar de sus contrarios, te llame Parma señora, después? MARGARITA: Con esas promesas su voluntad cautelosa entretuvo mi esperanza, Pacheco, no ha muchas horas. ¿Qué me aconsejas? ELENA: Yo he dado una traza milagrosa que, para que se ejecute, tu aprobación falta sola. El ama que a mis señores sirve es una labradora de aquí cerca, cuyo padre una milla de aquí mora, y es quintero del marqués de Monferrato, el que toma a Carlos todo su estado. MARGARITA: Ése mi esperanza agosta. ELENA: Ya tú sabes que aquí cerca labró con soberbia y costa una casa de placer donde deposita Flora su apacible primavera, y donde Amaltea hermosa vierte, a pesar del invierno, eternamente su copia. Si este rústico te lleva disfrazada con las ropas de su hija, imaginando que eres una labradora, a quien por querer yo bien y que nadie te conozca en su quinta, por mi cuenta que estés oculta me importa, podrás aguardar segura, si la Fortuna mejora tus desgracias, excusando los peligros que te asombran; y yo partiéndome a Parma haré con Carlos de forma que de Claudia la presencia no destierre tus memoriás. Y cuando casarse intente, como la fama pregona, buscaremos trazas nuevas que estorbo a su intento ponga. ¿Qué dices? MAttGAR. Que no sé quién en mi favor te provoca cuando todos me persiguen. ELENA: Mi inclinación que es piadosa. Al labrador tengo hablado y a mi gusto se acomoda, de su hija prevenidas las galas pobrles y toscas. El camino es breve, el tiempo acomodado, pues, corta a la noche con tijeras de plata el alba las ropas. A la puerta está el peligro la diligencia negocia y es madre de la ventura. ¿Qué escoges? MARGARITA: Fuerza es que escoja tus consejos saludables. ELENA: ¡Alto, pues! Vamos, señora, por el niño cuya vista alivio dé a tus congojas, que el labrador nos espera, y con tan bella pastora brotará flores la quinta. MARGARITA: Si vengo a ser más dichosa, yo pagaré largamente esta industria. ELENA: (¡Amor, vitoria! Aparte Ya está el enemigo fuera, ya no se abrasará Troya ni don Luis gozará la ocásión que le provoca.) MARGARITA: ¡Ay, Carlos, al fin mudable! ELENA: ¡Ay, industrias amorosas!
Vanse. Salen MARCO Antonio, JULIO y CARLOS
JULIO: El príncipe y el marqués con Claudia estarán, señor, en la quinta de Belflor; razón será que le des con tu presencia un buen día. De Peynado el jardinero saben, que en traje grosero disfrazas la gallardía que ha envidiado Italia en ti, y por esto a Belflor vienen, donde prevenidas tienen tus bodas; no está de aquí sino una milla. ¿Qué aguardas, viendo que te está esperando Claudia, por siglos juzgando las horas que en verla tardas? CARLOS: Marco Antonio: si merece que le deis fe mi valor, nuestra amistad y el amor que desde hoy en los dos crece, para cobrar el estado que me ha usurpado el Marqués, con cuyo favor después el que a vos os ha quttado restauremos, es forzosa hoy a Belflor mi partida, y porque no me lo impida Margarita, que, celosa de Claud¡a, ha de pretender partir en mi compañía o no dejarme ir, querría, antes de verla, poner mi intento en ejecución. ..................... ..................... .................... [ -ón] ¿Qué os parece? MARCO: Aunque mudanza temo, sé vuestro valor, y que si es cuerdo el temor, es noble la confianza. Partid, príncipe, en buen hora; cobrad a Parma, que es justo, como reservéis el gusto para quien en él adora. Pero, porque no le ofenda cuando miréis la beldad de Claudia, al Amor llevad cual le pintan, con la venda a los ojos. CARLOS: A entender con aqueso me habéis dado que el amor cuando es honrado sólo a su dama ha de ver, quedando ciego en su ausencia; pero, Marco Antonio amigo, al tiempo doy por testigo, por fiadora a la experiencia, y por jueces a los dos, de mi invencible constancia. Mi partida es de importáncia; presto os veré. Adiós.
Vase don CARLOS
MARCO: Adiós. Don Luis y don Diego viven aquí; prevenirlos quiero que a mi hermana hablen primero, porque si no la aperciben de la amistad que hemos hecho el príncipe y yo, el temor de mi pasado rigor que la matará sospecho. Quiero llamar, pero aquí pienso que salen los dos.
Salen don LUIS y CALVETE
LUIS: ¿El príncipe? CALVETE: Juro a Dios que la llevó y que lo vi por éstos que han de comer garrapatas. ¿Quieres más? LUIS: ¿Pues has visto tú jamás al príncipe? CALVETE: Desde ayer le he visto y comunicado; todo el suceso me dijo de su amor. Suyo es el hijo que nos dieron. Disfrazado por Margarita ha ya un año que goza de su beldad. LUIS: Basta, todo eso es verdad. CALVETE: A mí no hay hacerme engaño. Celoso de que su amante fueres estando ella aquí, no ha media hora que la vi llevarla. Llegué arrogante, tentéla determinada, que es colérica y no espera, saqué el pie derecho fuera, conocíle y no hubo nada. Al fin con gravedad nueva me dijo, "Hola, a quien llegare si por ella os preguntare decid, `el príncipe la lleva.'" Partióse, y fuíme a dormir. ¿Quieres más? LUIS: No. CALVETE: Voyme a echar.
Vase
LUIS: Debióse de adelantar Carlos, y por prevenir el riesgo de una ocasión, se la llevó. Ya sosiego; a buscar voy a don Diego. Extraños enredos son los que aquesta noche ha habido. MARCO: ¿Qué hay, don Luis valeroso? LUIS: ¡Oh, Marco Antonio famoso! No por poco prevenido el príncipe perderá lo que es suyo de derecho. Poca confianza ha hecho de quien sirviéndole está. MARCO: ¡Cómo! LUIS: ¿No lo sabéis? MARCO: No. LUIS: A Margarita ha sacado de casa desconfiado de que, por amarla yo, había de estar segura su belleza en mi poder. MARCO: Eso, ¿cómo puede ser? LUIS: Así quien lo vió lo jura. MARCO: Pues vase ahora de aquí a Belflor determinado de cobrar su antiguo estado a costa de dar el sí a Claudia, y porque por ella mi hermana no le impidiese su camino o le siguiese a Belfior, se va sin ella, ¿y decís que la sacó de casa? LUIS: Lo cierto es esto. MARCO: En confusión me habéis puesto notable. LUIS: Si se apartó anoche de vos, es cierto que vino por ella. MARCO: Sí, luego que me despedí de vos se fue. ¿Si la ha muerto por quedar libre y poder casarse con Claudia? LUIS: No, que es noble y cristiano. MARCO: Y yo desdichado. Sin querer ver a su esposa, partir a Belflor con tanta prisa, ¡qué tarde el alma me avisa! No quiso, por encubrir su muerte, verla conmigo. ¡Ah promesas lisonjeras! ¡Nunca fue amigo de veras quien de veras fue enemigo! Testigo ha de ser Belflor, si al homicida hallo en él, del castigo más crüel que dio un agravio a un traidor. LUIS: Si aqueso es cierto, el primero seré en vengar su inocente sangre. MARCO: ¡Ah, príncipe inclemente! LUIS: Ir con vos a Belfior quiero. MARCO: ¡Ah, Margarita engañada! LUIS: La quinta pienso abrasar. MARCO: ¡Qué poco que hay que fïar de amistad reconciliada!
Vanse. Salen el MARQUÉS y el PRÍCIPE de Parma, viejos, CLAUDIA y otros
MARQUÉS: Menos la luz se estimara si no hubiera escuridad, y a faltar la enfermedad la salud no se preciara. El mar furioso declara lo que la bonanza encierra, realza al llano la sierra como la fea a la hermosa, y así nunca es tan preciosa la paz como tras la guerra. Ejemplo de esta verdad será, príncipe excelente, la que establece al presente nuestra antigua enemistad. Para más conformidad tocó cajas al rigor de nuestro antiguo furor, mas ya con paz nos abraza y de dos opuestos traza nuestro parentesco amor. PRÍCIPE: Cuando la guerra prolija después de tantos enojos no me diera más despojos que por hija a vuestra hija, es justo, marqués, que elija desde hoy mi dicha, la gloria y premio de la vitoria; porque cuando yo os venciera, ¿con qué otra cosa pudiera eternizar mi memoria? ¡Dichoso Carlos, que aguarda ser dueño de tal belleza! MARQUÉS: Más merece su nobleza. Claudia juzgará que tarda; que aunque el temor la acobarda, con el femenil recato como desposarla trato hoy deseará ver a quien su esposo ha de ser y heredar a Monferrato. PRÍCIPE: Nuestros pasados enojos nunca les dieron lugar para verse ni gozar Carlos la luz de estos ojos. Entre groseros despojos Bolonia le ha disfrazado; pero, pues ya está avisado del bien que el cielo le da, presto, señora, vendrá humilde y enamorado. ¿Habéisle cobrado amor? CLAUDIA: Nunca mi gusto aborrece lo que estima y le parece bien al marqués, mi señor. PRÍCIPE: Vos respondistes mejor que yo supe preguntar. MARQUÉS: Vamos, démosla lugar que con el deseo trate de Carlos, y la retrate, que amor bien sabe pintar.
Vanse los el PRÍCIPE y el MARQUÉS
CLAUDIA: Si son propiedades ciertas de Amor que aún está en calma, que para entrar en el alma los ojos le abran las puertas, ¿cómo en mí, no estando abiertas, me presenta sus despojos mi padre por darme enojos? Pues de los cinco sentidos la fe escoge los oídos, pero Amor sólo los ojos. Déjeme verle y hablalle, sepa mi amor lo que merca, que quien ha de estar tan cerca no es bien de lejos amalle. Sin ver su presencia y talle, ¿cómo le podré querer? En un paje suelen ver el talle, el rostro y lenguaje, pues ¿importa más un paje que quien mi esposo ha de ser?
Salen doña ELENA, da galán, y CALVETE
ELENA: ¿Margarita está contenta y segura de mi amor? CALVETE: Contado le he a mi señor todo el caso; pero intenta estorbar que a Claudia veas; con Marco Antonio vendrá aquí, que dudoso está de que en Margarita empleas todo el gusto, sin que tenga Claudia en él alguna parte con que te obligue a casarte. ELENA: Cuando Marco Antonio venga conocerá la firmeza de mi noble inclinación. CLAUDIA: ¿Qué gente es ésta? ¿Si son pajes de Carlos? Ya empieza a prevenirse el deseo. ¿Si habrá el príncipe venido? CALVETE: Grande atrevimiento ha sido traerla aquí. ELENA: Ya lo veo, aunque estando su belleza encubierta como está, de aquese modo será testigo de mi firmeza. CLAUDIA: Lo que hablan quiero escuchar. CALVETE: Di, pues, quién eres, señor, porque se alegre Belflor. CLAUDIA: Si Belflor se ha de alegrar con su venida, ¿quién duda que es este el príncipe? ¡Ay, cielos! ELENA: Calvete, algunos recelos puesto me tienen en duda. CALVETE: Si eres, Carlos, heredero de Parma, ¿qué hay que temer? ELENA: No he de darme a conocer sin ver a Claudia primero. CLAUDIA: ¿Verme quiere? Mi opinión sigue, que Amor se conquista solamente por la vista. No previne la ocasión. ¿Si está el cabello compuesto? ¿Si tengo igual el vestido? ¡Qué sin pensar me has cogido, Amor, en el lazo puesto! CALVETE: El cielo las partes haga de tu esposa. ELENA: Sí, hará. CLAUDIA: ¿Su esposa me llama ya? Recíprocamente paga mi amor, que es un angel de oro el principillo. ELENA: No entiendas que interés, belleza o prendas me han de vencer, que la adoro y es mi esposa. CLAUDIA: Que me adora dice. Perdone el temor que le he de hablar... ¡Ah, señor, con tal silencio! ELENA: ¡Oh, señora! ¿Conocéisme vos a mí? CLAUDIA: El alma que profetiza su dicha en vos solemniza a Carlos. ELENA: ¿Sois Claudia? CLAUDIA: Sí. CALVETE: Por Dios que nos ha escuchado. ELENA: Dadme aquesa mano bella, honraré mi boca en ella. CLAUDIA: Aunque sois tan deseado no sé si en parte me pesa de que a verme hayáis venido. ELENA: Pues ¿por qué he desmerecido tanto bien? CLAUDIA: No es la causa ésa. ELENA: ¿Pues cuál? CLAUDIA: Habéisme pintado allá en la imaginación un ángel en perfección y hermosura, y engañado agora, vendré a perder lo que en ausencia ganara si por tan bella quedara, porque jamás suele ser igual el original a lo que el deseo retrata. ELENA: Nunca con igualdad trata lo humano a lo celestial, y siendo Claudia infinita, tan rara beldad excede a lo que mi ingenio puede pintar. CALVET: (¡Pobre Margarita!) Aparte CLAUDIA: De vos la misma razón alegar Carlos podría, pues como visto no había vuestro talle y discreción, pintábaos el pensamiento un matahombres, enseñado más al acero templado que al dulce entretenimiento con que el amoroso dios hace en las almas su empleo; pero su retrato veo en lo niño y bello en vos. Vamos, que quiero ganar las albricias del marqués, aunque siendo el interés mío, yo las puedo dar. ELENA: Impórtame por ahora que no sepan mi venida. CLAUDIA: ¿Cómo? ¿Mi dicha no impida norabuena? ELENA: No, señora; sólo es por cierto respeto que después os contaré. CLAUDIA: Vamos, pues, que yo os tendré con el debido secreto que pedís. Pero qué, ¿tanto encubierto habéis de estar? ELENA: Lo que tardase en llegar un amigo. (¡Cielo santo, Aparte ya yo entré donde no puedo salir si no me sacáis! En buen peligro, alma, andáis por don Luis de Toledo.) CLAUDIA: (¿Hizo el cielo más hermoso Aparte príncipe? Perdida voy.) ELENA: Vamos, que habéis de ser hoy... CLAUDIA: ¿Qué? ELENA: Mi esposa. CLAUDIA: Y vos mi esposo.
Vanse CLAUDIA y doña ELENA
CALVETE: Zampáronse allá los dos. Yo no acabo de entender qué fin tiene de tener tanto embeleco.
Salen PEYNADO y MARGARITA de labradora
PEYNADO: Par Dios, que por más que os encubráis sois Margarita Gonzaga. MARGARITA: ¡Arre allá; apartaos de zaga! PEYNADO: Yo no sé si en pena andáis desque os mató vuestro hermano, mas vuestra empergeñadura es su misma catadura. Encubriros será en vano. Un responso y media misa si andáis, Margarita, en pena, os haré decir. MARGARITA: ¿No es buena la tema en que da? Fenisa me llamo. (Si me conocen Aparte en Belflor, perdida soy. CALVETE: Señora, dichoso soy. en haberte hallado; gocen mis labios tus pies. MARGARITA: ¡Verá si escampan los desvaríos! CALVETE: Calvete soy. MARGARITA: ¡Hola, tíos; ténganse les digo allá! CALVETE: ¡Oh! ¿Zangamangas conmigo? PEYNADO: Vos no debéis de saber que anda en pena esa mujer y está muerta. Quitaos digo. CALVETE: ¿Muerta? PEYNADO: Sí, par Dios, yo oí abrir su huesa en la huerta do la enterraron. MARGARITA: (Por muerta Aparte me tienen.) CALVETE: Quita de ahí, páparo. MARGARITA: ¿Mas qué he de echarlos? ¡Si no se van con mal huego! PEYNADO: ¿Veislo? CALVETE: Yo la haré que luego vuelva la hoja.
Al oído
Aquí está Carlos, y si no vas a estorbar que no hable a Claudia, par Dios, que se picotean los dos. MARGARITA: ¿Cómo? Espera. PEYNADO: Es escolar y conjúrala al oído, ¿qué mucho se esté quedita? CALVETE: Vuestro hermano, Margarita, todo el suceso ha sabido y presto vendrá a Belflor con don Luis y don Diego. Carlos está de amor ciego por Claudia. MARGARITA: ¿Ciego de amor, y por Claudia? CALVETE: Aquesto es llano si a la vista he de creer; ahora acabo de ver que se entraron mano a mano donde, aunque esté Marco Antonio confïado en él, par Dios, que deben estar los dos consumando el matrimonio. MARGARITA: ¡Alto! Echó Fortuna el resto de mi pena y su rigor; hoy abrasaré a Belflor.
Sale JULIO
JULIO: Avisen a Claudia presto. PEYNADO: ¿Qué hay de nuevo? JULIO: Que ha venido Carlos. CALVETE: ¿Veslo? PEYNADO: Ya me alegro. JULIO: Con su padre y con su suegro está. CALVETE: Habrále persuadido Claudia, después de gozada, que se les dé a conocer. JULIO: El desposorio ha de ser hoy y luego la jornada, que han de ir a dormir a Parma. A Claudia voy a llamar. Adiós.
Vase JULIO
MARGARITA: ¿Hoy se han de casar? Celos, toquemos al arma. Traedme el alma de Carlos, para que la atormentemos. PEYNADO: Pues ¿soy yo corchete de almas? MARGARITA: Tú eres el diablo cojuelo. PEYNADO: ¿Cojo me quieres dejar? ¿Quién diablos me metió en esto? MARGARITA: Métele en el calabozo que llaman del menosprecio, donde con fuego y azufre, que es azul, le quemen celos. ¿No le traes? PEYNADO: Ya voy por él, Por el guisopo y caldero voy al cura y monacillos: ¡Abernuncio, Jesús, credo!
Vase PEYNADO
MARGARITA: Pasa tú aquí, Asmodeíllo, que en tu compañia quiero, como hay visita de cárcel, que haya visita de infierno. Tú días ha que condenado estás. CALVETE: ¡Zape! Eso reniego. ¿Condenado? Ni aun de burlas. ¿Por qué? MARGARITA: Por alcabalero. CALVETE: Por alcahuete dirás. MARGARITA: Sí, que también el infierno como el mundo, sin ser santos, tiene su orden de terceros. ¡Oh, qué de oficios que están abrasándose! CALVETE: Acá dentro no consienten vagamundos. MARGARITA: ¿Quién son éstos? CALVETE: Pasteleros. MARGARITA: O [son] hojaldreros ladrones, poca carne, mucho hueso, moscas con caldo en verano, macho picado en invierno. Con sus pelos enhornarlos. CALVETE: Los de Italia serán ésos, porque los de España son buenos cristianos. MARGARITA: Muy buenos. CALVETE: Todos los que ves son sastres. MARGARITA: ¿Sastres son todos aquéstos? CALVETE: Sí, que comen con las puntas de las agujas el huevo. MARGARITA: ¡Par diez! CALVETE: Ellos son muy bellacos marineros, pues viendo siempre la aguja nunca atinaron al puerto. ¿No notas la multitud de poetas como perros, mordiéndose unos a otros, no las carnes, mas los versos? MARGARITA: Tal es la hambre que pasan. CALVETE: Por eso se andan royendo las uñas todos. MARGARITA: No es poco admitirlos el infierno; mas ¿cómo están con los sastres? CALVETE: ¿Agora no sabes eso? Porque cortan de vestir y mienten siempre con ellos. Esta es la volatería, todo es plumas. MARGARITA: Ya te entiendo, que en el infierno también hay signos como en el cielo. ¿No es Carlos éste que está con Vireno padeciendo por ingrato? Olimpa soy; ¡ah, villano; aquí te tengo!
Coge a CALVETE
Con los pies te he de pisár ese corazón blasfemo. Quien tal hace que tal pague. CALVETE: ¡Que me matas! MARGARITA: ¡Tú me has muerto!
Vanse. Salen CARLOS, el MARQUÉS y el PRÍNCIPE
MARQUÉS: Otra vez me dad los brazos. CARLOS: Y el alma, señor, con ellos. PRÍCIPE: Dichoso fin a sus canas mis prolijos años dieron. MARQUÉS: Vayan a llamar a Claudia, que es a quien de este contento le toca la mayor parte; hoy os llamará su dueño y hoy entraremos en Parma. CARLOS: ¿Cómo, gran señor, tan presto? MARQUÉS: Sí, Carlos; que es importante. CARLOS: (Si en ella una vez me veo Aparte no tendría Margarita queja de mí, ni sus celos ocasión de nuevos llantos.)
Sale CLAUDIA
CLAUDIA: ¿Carlos? (¡No puede ser eso!) Aparte MARQUÉS: Ya, Claudia; vino tu esposo; en él tienes un espejo de nobleza y discreción, de gentileza y esfuerzo; dale la mano y los brazos. CARLOS: Con los míos os ofrezco un alma, cuyas potencias están suspensas de veros. CLAUDIA: ¿Qué engaño es éste, señores? ¿Vos sois Carlos? CARLOS: No merezco ser vuestro esposo, mas soy Carlos, de Parma heredero. CLAUDIA: Eso ¿cómo puede ser, si es Carlos un ángel bello de mi guarda, a cuyos ojos se rinden mis pensamientos? MARQUÉS: Estás sin seso. ¿Qué dices? CLAUDIA: Yo bien puedo estar sin seso; mas, dentro en mi cuarto está el Carlos a quien yo quiero. PRÍCIPE: ¿Hay confusión semejante? MARQUÉS: Id por él. ¿Qué es esto, cielos? CLAUDIA: Yo le traeré y juzgaréis lo que gano con el trueco.
Vase. Salen don DIEGO, don LUIS y MARCO Antonio
LUIS: Aquí están todos; veamos el fin de aqueste suceso, pues si Carlos os ofende, que hasta ahora no lo creo, y a Margarita dio muerte, todos tres satisfaremos vuestro agravio. DIEGO: Vida y honra por vos perderá don Diego. MARCO: Sois españoles, que basta.
Sacan dos LABRADORES a MARGARITA de los brazos, de pastora
LABRADOR 1: Gracias a Dios que en sí ha vuelto. MARQUÉS: ¿Qué es esto? LABRADOR 2: Mande su esencia poner en un aposento esta mujer encerrada, que habiendo perdido el seso da en decir que es Locifer y Belflor es el infierno, los que en ella estamos diablos, y si no la detenemos ya volara aquesta quinta hecha polvos por el viento. CARLOS: ¡Margarita de mis ojos! MARGARITA: ¿De tus ojos soy y en ellos tienes a Claudia, traidor?
De rodillas
CARLOS: No lo permitan los cielos, sangre ilustre de Gonzaga. Si en los generosos pechos pueden más que los agravios la piedad que vive en ellos, tenedla de Margarita y de mí, que en yugo tierno ha un año que soy su esposo y en su casa jardinero, o dadme perdón o muerte. PRÍCIPE: ¿Qué es lo que oigo? ¡Ay, triste viejo! ¿Quién es esta Margarita? CARLOS: Del mayor contrario vuestro, aunque ya es hijo, es hermana. PRÍCIPE: Si es Marco Antonio, primero derramaré tu vii sangre.
De rodillas
MARGARITA: La garganta humilde ofrezco, como a mi padre y señor. MARCO: Y yo también este cuello si vuestra gracia no alcanzo. CARLOS: Mi Marco Antonio, aquí os tengo, ya no temeré la muerte. MARGARITA: Cielos piadosos, ¿qué es esto? ¿Tendrán fin tantos pesares? CARLOS: Dadnos perdón. MARQUÉS: Es muy presto. CARLOS: Quien da luego da dos veces. Ya el enojo es parentesco; dos veces nos perdonáis siendo infinitas ejemplo de príncipes. MARQUÉS: ¿Qué he de hacer, si ya no hay otro remedio? MARCO: Perdón, señor, os pedimos. MARGARITA: Padre sois. PRÍCIPE: Yo os lo concedo como le alcance mi hijo del marqués. MARQUÉS: Pues ya está hecho, si el dar luego es dar dos veces, yo os le doy. CARLOS: Eres espejo de Italia y del mundo todo.
Salen CLAUDIA y doña ELENA de hombre
CLAUDIA: El príncipe a quien por dueño confiesa el alma es aquéste. MARQUÉS: ¿Cómo? ¡Dadle muerte presto! ¡Ah, villano cauteloso!
Sale CALVETE
CALVETE: (A pagar de mi dinero Aparte que es príncipe y más.) MARQUÉS: Matadle. CLAUDIA: Señor, por su vida ruego,
De rodillas
si no aborrecéis la mía. ELENA: Un paje soy, que este enredo en favor de Margarita quise hacer. MARQUÉS: Matadle presto. DIEGO: Eso no, gran señor, que es una dama de Toledo tan ilustre como hermosa. CALVETE: ¡Válgate el diablo el Pacheco! LUIS: ¿Es doña Elena de Luna? DIEGO: Sí, que vuestro olvido y celos la han obligado a poner su vida y honor a riesgo. La mano la habéis de dar de esposo. CLAUDIA: ¡Extraño suceso! CARLOS: ¿Hay más cosas en un día? CALVETE: (¡Oh, príncipe embelequero!) Aparte DIEGO: Dadle esa mano. LUIS: En España se la juro dar, don Diego. DIEGO: Quien da luego da dos veces. LUIS: ¡Alto, pues! Dóysela luego. MARQUÉS: Claudia la dé a Marco Antonio, a quien hago mi heredero. CLAUDIA: Obedecerte es mi gusto. MARCO: Esos pies humildes beso. LUIS: Gocéis; Carlos valeroso, con Parma el dichoso empleo de Margarita. CARLOS: A los dos cuanto soy y valgo debo, y pues que ya tiene esposa don Luis, para don Diego, guardo una hermana, y con ella cuatro villas. DIEGO: No merezco tanta merced. CALVETE: Eche un guante para mí. CARLOS: ¿Qué quieres? CALVETE: Quiero el ama que dio a mamar, Carlos, a vuestro hijo bello, que yo haré venga a crïarle. LUIS: ¿A la parida? CALVETE: ¡Oh, qué bueno! Yo soy quien la emparidé. MARGARITA: Yo el dote, Calvete, os debo. Venga a crïarme mi hijo vuestra mujer. CALVETE: Tus. pies beso. MARQUÉS: Venid, que en Bolonia quiero celebrarlos todos juntos los ilustres casamientos. CARLOS: Si es verdad, noble senado, que conforme estos ejemplos quien da luego da dos veces, dad perdón a nuestros yerros.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 24 Jun 2002