QUIEN CALLA, OTORGA

La segunda parte de El castigo del penséque

Tirso de Molina (Gabriel Téllez)

Este texto electrónico fue preparado por Vern Williamsen en 2000. Se basa en el texto de DOCE COMEDIAS NUEVAS DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA, PRIMERA PARTE, (Sevilla: Francisco de Lyra, 1627) que ha sido cotejado con la edición de don Juan Eugenio Hartzenbusch (COMEDIAS DE TIRSO DE MOLINA, BAE 5, 1858).


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen AURORA, NARCISA, y BRIANDA
AURORA: ¡Qué necio y qué porfïado! NARCISA: Por fuerza ha de ser lo uno si es lo otro. AURORA: ¿Hay tal enfado? ¡Hola! No entre aquí ninguno, Esté ese jardín cerrado. Salid vos también afuera; guardad la puerta. BRIANDA: ¡Portera, siendo dueña! ¿Hacerme quiso ángel de este paraíso? En mi mocead sí fuera; pero ¡cuando dan despojos al tiempo, que no resisto, mis años, y mis enojos...! Hasta agora, ¿quién ha visto ángel con tocas y antojos?
Vase BRIANDA
AURORA: ¿Qué es lo que Carlos pretende con tanta embajada, hermana? NARCISA: Escribiendo se suspende de Amor la llama tirana, que en él tu memoria enciende. Mientras no te ve te escribe, y en respuestas que recibe, apoya ausencias crueles; que la esperanza, en papeles tal vez, como joya vive; y fïado en el concierto y palabra que le dio mi padre, tiene por cierto ser tu esposo. AURORA: Ya murió mi padre y con él se ha muerto cualquier derecho y acción que alegue en la pretensión de mi amor; pues si le di esperanzas con el sí, fue más por obligación [a su paternal prudencia] que por gusto y voluntad. NARCISA: Contra ti das la sentencia. AURORA: Por qué si mi libertad queda libre, con la herencia de este marquesado absuelta? NARCISA: Nunca la palabra suelta Quien estima su valor. AURORA: Dísela como menor; Libre soy, y estoy resuelta a no cumplirla; esto es cierto. Déjame, hermana, gozar de mí misma, pues se ha muerto mi padre; que no he de hallar en medio del golfo el puerto. No cautives mi cuidado de ese modo; que no es justo que intente el conde, pesado, oprimir leyes del gusto, por sola razón de estado. La voluntad ha de hacer esta elección; que a no ser ella la casamentera, la cruz que hace Amor lijera, de plomo, haráme caer. NARCISA: ¿Tan mal el conde te está, mancebo, galán, discreto, y que en Borgoña podrá, si llega su amor a efeto, que si eres cuerda, si hará, con este estado y el suyo, casi un reino hacer? AURORA: Concluyo que en mí imposibles conquista. Amor entra por la vista, no por el abono tuyo. No le he visto, y así trato no ser conmigo crüel, si mi libertad maltrato. NARCISA: Ya sustituye por él este gallardo retrato. AURORA: Pinturas encarecidas, y verdades, imagino que vienen a ser, oídas, como nuevas de camino, mentirosas ó añadidas. Pintar y escribir es ciencia de adular con elocuencia; porque en materia de amores, los poetas y pintores tienen de mentir licencia. ¡Bueno es que al pintor pagase retrato el conde, que fuese bastante a que me obligase, y que al pincel permitiese que sus faltas retratase! Yo a lo menos no lo creo, no pienso dar fe al traslado, si el original no veo; que es retrato este pagado, y no puede venir feo. NARCISA: Ya yo sé que el interés hace, cuando Apeles es, por ser su pincel de oro, de un Polifemo un Medoro; mas cuando crédito des a la fama, que acrecienta del conde alabanzas sumas, yo sé que estarás contenta. AURORA: Es la fama toda plumas, ¿Y no quieres tú que mienta? ¿De plumas no es el pincel? Luego mentiras me ofrece. NARCISA: Milagros me cuentan de él. AURORA: Si a ti tan bien te parece, cásate, hermana, con él. NARCISA: Si fuera marquesa yo... AURORA: ¿Luego solo en eso estriba tu voluntad? NARCISA: ¿Por qué no? Lo mas a lo menos priva. AURORA: Heredera te dejó de sus tesoros mi padre; y del dote de mi madre, joyas, riquezas bienes, tanta hacienda tener vienes, que como el conde te cuadre, te igualas casi a mi estado. NARCISA: No es bien, siendo yo menor, casarme antes, ni le ha dado al conde pena mi amor sola tú le das cuidado. AURORA: Pues aunque así de él te avisa, no me encarezcas sus quejas, ni me cases tan aprisa; que ese oficio es de muy viejas, y tú eres niña, Narcisa. Ayer dejamos el luto con que el paternal tributo pagamos al fin del año; gocemos, pasado el daño, de la libertad el fruto. Esto de casarse, hermana, ha de tener ocasión, no como fruta temprana, que cogida sin sazón, sale insipida o vana. NARCISA: Muy alegórica estás. No tratemos de esto más. El conde sufra y perdone, hasta que amor te sazone; que agora ni aun hojas das. AURORA: Mudemos plática, hermana, y no te acuerdes más de él. Di, ¿qué te escribe Dïana, condesa de Oberisel? NARCISA: Es la hermosura alemana. A un don Rodrigo Girón, español y caballero, me encomienda. AURORA: Su opinión le ha dado el lugar primero entre los de su nación. Lo mismo me pide a mí, porque ha de venir aquí, y de verle me holgaré; que ya sus amores sé. NARCISA: Cosas notables oí de ese español, si es que son verdaderas. AURORA: La condesa le tuvo tanta afición como la fama confiesa; y a aprovechar la ocasión, dicen que de Oberisel fuera conde, y de Dïana esposo. NARCISA: Para ser él español, nación que gana por atrevida el laurel de Marte, como el de Amor, milagro es que tal valor haya, por corto, dejado perder tal mujer y estado. AURORA: ¿Gozóle el conde? ¡Mejor!
Óyense voces dentro
VOZ 1: ¡Matadle! VOZ 2: Al agua se echó. VOZ 3: Disparadle las pistolas. VOZ 4: Venturas son españolas. La cerca, leve saltó. VOZ 5: El jardín de la marquesa le ha dado seguro puerto. VOZ 6: ¡Que no le hubiéramos muerto! ¡Ah, mal cumplida promesa!
Sale don RODRIGO, la espada en la mano
AURORA: Qué es esto? Hombre, ¿dónde vas? Retírate, hermana mía. NARCISA: ¿Hay tan notable osadía? ¿Sabes acaso que estás en el jardín, reservado solo a la marquesa Aurora? RODRIGO: Lo que la ignorancia ignora, mi ventura ha declarado. Damas suyas debéis ser, ya que las señoras no; y no poco feliz yo, si la mereciese ver. AURORA: ¿Cómo venís de esa suerte? RODRIGO: Envidiosos lisonjeros Por quitarme el bien de veros, han querido darme muerte. Pero este jardín que en ser vuestro da clara señal de que es noble y es leal, me vino a favorecer contra la pasión violenta que envidiosa me persigue, de quien para que os obligue, será razón daros cuenta. Nací en España noble, no dichoso, si en mis desgracias mi fortuna fundo, de madre ilustre y padre generoso Rodrigo en nombre, en sucesión segundo, Mi hermano, mayorazgo caudaloso, Me forzó a que buscase por el mundo correspondiente estado a mis intentos huyendo sus escasos alimentos. Troqué por Flandes mi famosa tierra donde hermanos segundos no heredados su vejación redimen en la guerra si mayorazgos no, siendo soldados. Entré en Oberisel, en cuya sierra, metrópoli Momblán de sus estados, el tribunal de su gobierno elige, corona muros y flamencos rige. Varios sucesos, que prolijos dejo, me dieron a Dïana por señora, condesa suya, de quien es bosquejo el sol que montes raya y valles dora. Con luto viudo, de cristal espejo, que el ébano guarnece, del aurora emulación hermosa parecía, noche a su amor, a sus amantes día. Pusiérame silencio su respeto, si ella misma al partir no me mandara que os contase esta historia, y el secreto la fama, en fin mujer, no profanara. Su secretario me hizo, y en efeto, quédese aquí, señora; que repara su autoridad mi lengua, si os da aviso. AURORA: Ya hemos sabido lo que Dïana os quiso. Proseguid vuestra historia, don Rodrigo pues ella os lo mandó, decí adelante, si no es que en el suceso a que os obligo sois relator tan corto como amante. RODRIGO: Serviráme el contarla de castigo, pero en fin, venturoso aunque ignorante, Dïana entre confusos pensamientos, me dio favor, si no merecimientos. Peleaban en ella justamente vergüenza y afición. Obligaciones de su estado y viudez la hacían prudente. El deseo animaba persuasiones, ya desdeñoso honor, ya amor clemente, divisas en contrarias opiniones. Tal vez neutral y tal determinada nave era de huracanes asaltada. De aquestos dos principios tan distantes, nació un mixto, a sus causas parecido, que en mí influyó contrarios semejantes, juzgándome ya humilde, ya atrevido. Méritos niños admire gigantes, y gigante valor lloré abatido, nube a su sol que sus colores viste, si amante, alegre, si severa, triste. De aquesta suerte amándome en confuso y yo en confuso acciones imitando, esfinge, enigmas a mi amor propuso, intérpretes deseos despeñando. ¡Qué de veces el alma a ver se puso, por ser vista, en los ojos; y mirando desde ellos mi inquietud y sus enojos! ¡Edipos de la lengua eran mis ojos! Jeroglífico en fin mí amor, vivía, atrevido cobarde; pues si hablaba a Dïana y su amor agradecía, rayos de enojo airada fulminaba; si otra beldad mi pena entretenía, celosa atrevimientos castigaba, deletreando enigmas mi sentido, más desdeñado, cuando más querido. Vino a Momblán entonces Casimiro, palatino del Rin, a ser su esposo. Si fue llamado o no, no sé; aunque admiro natural en mujer tan caviloso. Resuelto pues la libertad retiro; triste, si alegre; libre, si celoso; parabienes la doy, y cuando pienso que libre estoy, me deja mas suspenso. Equívocas razones me responde, con que me desespera en la esperanza. Preguntole si tiene amor al conde; dice que sí y que no. ¿Qué ingenio alcanza la paradoja que este caos esconde? ¿O quién vio tal firmeza en tal mudanza? En fin me llama, y amorosa, esquiva, al conde manda que un papel escriba. Lo que me nota asiento, y sin nombrarle, su bien le llama, su esperanza y vida, y porque en ella intenta asequrarle, a su jardín de noche le convida. Remátala con esto, y al cerrarle, me encarga...--¡Ay ocasión, por no entendida, malograda!--encargóme que le diese a quien más que a sí mismo la quisiese. Fuése con esto. ¡Ved cuál quedaría en tanta confusián mi entendimiento! "Si a quien la quiere más que a sí," decía, "viene el papel, mi ardiente pensamiento le adora más que el indio al rey del día." Mas,--¡ay soberbio y loco atrevimiento!-- si Casimiro la ama, en tal estrago, él recibe el papel, yo el porte pago. Mil veces le abro, desenvuelvo y miro, cerrándole otras tantas. Ya interpreto en mi favor mi enigma; ya suspiro, de mil contrarios mísero sujeto. Celoso en esto llega Casimiro, y díceme, "Español, si sois discreto, bien sabéis que en aquesta noble empresa más que a mí mismo quiero a la condesa." "Si mas que a vos la amáis, conde," repito, "cebad en su hermosura el feliz fuego de Amor; que en mí el de celos solicito." El papel--¡qué ignorancia!--al conde entrego diciendo, "A vos os llama el sobre escrito." Leyóle, extremos hizo, ofreció abrazos dando a larga esperanza cortos plazos. Entróse en el jardín, y a sus umbrales lloraba yo ocasión tan mal perdida, cuando los dos salieron en iguales lazos, que unieron dos en una vida. Viome Dïana, y aumentó corales, no sé si vergonzosa u ofendida, diciéndome, "¡El papel al conde distes; mostrado habéis cuán poco me quisistes." "Pensé que el conde..." dije; y con desprecio me ataja, replicando, "Don Rodrigo, ¿hombre sois de penséque? Ya no os precio como hasta aquí. Perdido habéis conmigo si os disculpáis con el `penséque' necio. Sírvaos vuestro `penséque' de castigo y mi amor en el conde gustos trueque que esto merece amante de `penséque.'" A Casimiro elige por consorte. Intentéme casar con una dama que un tiempo fue de mi esperanza norte, pero celosa, efetos de quien ama, tal casamiento impide, y de su corte salir me manda, y para vos, madama, este pliego os escribe en favor mío, testigo de mi loco desvarío.
Dáselo
La dama, que mi esposa creyó en vano ser en vez de Dïana, mi partida culpa llorosa, llámame tirano, deshonras finge, quéjase ofendida. Su persuasión en fin forzó a su hermano que me asalte con otros, y la vida me quiten, que a esos pies humilde puesta su historia y mi desdicha os manifiesta. AURORA: La primer vez, don Rodrigo, que ha perdido la ocasión con merecido castigo hombre de vuestra nación, es ésta. La opinión sigo que por acá España tiene. En mi casa os estaréis, donde una plaza os previene la encomienda que traéis de mi prima. ¡Ojalá enfrene la ausencia vuestro pesar! Llegad, don Rodrigo; a hablar a mi hermana, intercesora vuestra. RODRIGO: Dadme, gran señora, esos pies. NARCISA: A restaurar penas de vuestro suceso id; que ya dicho lo había la fama. RODRIGO: Los pies os beso. NARCISA: Ya Dïana, prima mía, con quien nuevo amor profeso, escrito nos ha a las dos, intercediendo por vos. Por quien sois y por Dïana, os hará merced mi hermana. RODRIGO: Mil años os guarde Dios.
Vanse. Salen el conde CARLOS y TEODORO, de camino
CARLOS: Tanto resistir, Teodoro, Aurora, ¿qué puede ser? ¡Un año de padecer, habiendo dos que la adoro! No es posible que no tenga cautiva la libertad en ajena voluntad. Esto me obliga a que venga a hacer yo mismo experiencia de mis venturas o engaños. TEODORO: No sé qué en propios o extraños, con tener tanta licencia la vulgar murmuración, haya hasta agora notado de amante a Aurora, ni dado indicios a tu opinión. Antes contra su aspereza murmuran cuantos la ven que en ella corra el desdén parejas con su belleza. CARLOS: Pues ¿por qué ingrata y severa, mi esperanza desanima? TEODORO: Porque en mucho más se estima, señor, lo que más se espera. Y siendo así, no es acierto el que has hecho, en no querer darte agora a conocer. CARLOS: Yo he de servir encubierto a la marquesa, Teodoro, y averiguar de esta suerte si ajeno amor la divierte. TEODORO: Yendo contra tu decoro, y sirviendo a quien espera admitirte por señor, desdices de tu valor. CARLOS: Mis sospechas considera, y verás cuán cuerdo fui en venir a averiguarlas. TEODORO: Pues ¿no basta a asegurarlas, señor, la palabra, di, de Aurora y su padre? CARLOS: Es viento la palabra en la mujer. TEODORO: ¿De qué modo no ha de ser para ti, si el testamento del muerto marqués dispone que te desposes con ella? CARLOS: ¡Qué bien! Como eso atropella, Teodoro, un `Dios le perdone.' Si no me ama, no intento pleitear con su desdén ni a mí me puede estar bien casarme por testamento; que el casarme no es herencia. TEODORO: Es concierto entre los dos. CARLOS: Yo he de saber, vive Dios, por qué es tanta resistencia. Cánsate ya de cansarme. Cartas traigo en mi favor de mí mismo. TEODORO: ¡Extraño humor! CARLOS: Agora audiencia ha de darme, que ya las cartas leyó, y su crïado he de ser. TEODORO: ¿Pues no te ha de conocer? CARLOS: Jamás Aurora me vio. TEODORO: Tu retrato la enviaste. CARLOS: Si la doy, cual pienso, enojos, no habrá puesto en él los ojos. TEODORO: ¿Y si te ama, y te engañaste? CARLOS: Entonces podré seguro descubrirme y desmentir sospechas, que han de salir con la verdad que procuro. TEODORO: Alto; pues que das en eso, sirve a quien has de mandar. ¡Qué difícil es de hallar sabio rico, amor con seso!
Salen don RODRIGO y ASCANIO, hablando con don RODRIGO cerca de la puerta y distantes ambos del CONDE y TEODORO
ASCANIO: Días ha que he deseado, señor don Rodrígo, veros, serviros y conoceros; que la fama que os ha dado la que habéis vos conseguido y por Italia os alaba, a estimaros me inclinaba; y pues ya se me ha cumplido este deseo, desde hoy os rindo una voluntad, sujeta a vuestra amistad. RODRIGO: Yo solo el dichoso soy, señor secretario; en eso tanto más interesado cuanto me habéis obligado con la merced que confieso, y la experiencia hará llana. ASCANIO: En una casa vivimos, y a una señora servimos, cuya hermosísima hermana, ya que llego a descubriros secretos... Mas por agora se quede, que sale Aurora. Mucho tiene que deciros el alma.
Salen NARCISA y AURORA, con una carta
AURORA: ¿Sois vos por quien el conde Carlos me escribe? CARLOS: Soy, señora, el que apercibe un alma... y no dije bien... (Que más hablo como amante Aparte que como el que a servir viene.) AURORA: Turbado estáis. CARLOS: ¿No conviene que quien tiene al sol delante, a lo menos al aurora, no ciegue cuando la vea? Soy quien acertar desea a serviros, gran señora.
NARCISA habla aparte con AURORA
NARCISA: Advierte, hermana, que tienes a conde Carlos delante, al retrato semejante. AURORA Con mi sospecha conviene. Disimula agora.
A los otros
El conde me escribe en vuestro favor; y como ha de ser señor de este estado, corresponde con lo mucho que le quiero pues me envía adelantado en vos tan noble crïado. CARLOS: Mostrar que lo soy espero, agradándoos, gran señora. AURORA: Dispone mi amor con vos; que sois un alma los dos, según me avisa; y agora, aunque el casarme dilato, Ludovico, he de mostrar con vos lo que sé estimar sus cosas. CARLOS: (No vio el retrato Aparte me desconoce.) AURORA: Yo he puesto casa que a mi gusto cuadre. Los crïados de mi padre eran viejos, y molesto su modo de gobernar. Con cargos que les he dado en lugares este estado, podrán todos descansar, y yo renovar oficios. Pues ya por mi cuenta tomo vuestro aumento, mayordomo de mi casa os hago. CARLOS: Indicio dais de la correspondencia con qne paga vuestro amor el del conde mi señor. AURORA: Pues que vuestra suficiencia abona, muy bien se emplea la plaza en vos que os he dado, porque su mayor privado, mayor en mi casa sea. CARLOS: Bésooslos pies AURORA: Don Rodrigo, por lo mucho que os estima Dïana, y por ser mi prima, cuyo gusto alabo y sigo, os mi maestresala. RODRIGO: Como a serviros acierte, será dichosa la suerte que en ese oficio señala, gran señora, mi ventura. AURORA: El oficio de trinchar consiste en saber buscar, español, la coyuntura. Curioso es, aunque ordinario. Veré si en provecho vuestro, sois maestresala más diestro, que entendido secretario.
Vase AURORA
NARCISA: Esto es tocar en la historia de vuestro amor, don Rodrigo, RODRIGO: No pensé que, en mi castigo, fuera a todos tan notoria. NARCISA: ¿`Penséque' otra vez decís? Dejad `penséques' avaros, Que os han salido muy caros, si a restaurarlos venís.
Vase NARCISA
RODRIGO: (Basta; que a todos ofrezco Aparte materia en que satiricen mi cortedad; mas no dicen aun lo menos que merezco. Mi `penséque' se ha extendido por todo el mundo.
CARLOS habla aparte con TEODORO
CARLOS: Teodoro, más sospecho lo que ignoro. ¡Que no me haya conocido Aurora! No pongas duda de que de mí no se acuerda. TEODORO: Tu industria, no sé si cuerda, prosigue; que con su ayuda podrás salir de este abismo. CARLOS: Yo procuraré saber la verdad, pues vengo a ser mayordomo de mí mismo.
Vanse CARLOS y TEODORO
ASCANIO: ¡Don Rodrigo, ya el palacio esfera de los dos es. Yo os vendré a buscar después; que os tengo que hablar despacio.
Vase ASCANIO. Sale CHINCHILLA
CHINCHILLA: ¡Señor de mi corazón! La priesa que traigo es tanta, de verte, que no hago poco en no entrar en esta sala con mula, freno y cojín. ¿Es posible que te hallas sin Chinchilla en el Piamonte? Pon juntas esas dos patas en mis labios. RODRIGO: ¡Mi Chinchilla! CHINCHILLA: Patea aquestas quijadas, o déjamelas besar. RODRIGO: Presto volviste de España. CHINCHILLA: Si estaba sin ti, ¿qué mucho? Al viento merced y gracias, que a la nave en vez de velas, le prestó lijeras alas. ¿A qué veniste a Saluzo, cuando entendí que te hallara en Momblán, y de Clavela dueño, con estado y casa? RODRIGO: Gustos son de la condesa. CHINCHILLA: Tiene por nombre Dïana, y hasta en las obras la imita, si es que lloras sus mudanzas. Luego que a Momblán llegué y supe que en él no estabas, sin aguardar de Clavela quejas, ni de amigos cartas fié al camino deseos, la paciencia a las jornadas, la bolsa a las hosterías, y a diez postas las lunadas, que vienen cual digan dueñas, por no decir batanadas, y mecidas, sin ser niño, las tripas y las entrañas. RODRIGO: ¿Viste en Madrid a mi hermano? CHINCHILLA: Tan cercado de mohatras, cargado de pretensiones y enmarañado de trampas, que no le dieron lugar para hablarme dos palabras. RODRIGO: ¿No te preguntó por mí? CHINCHILLA: Casi no. RODRIGO: ¿Cuál fue le causa? CHINCHILLA: Reliquias que habrán quedado de la pendencia pasada, y el imaginar que iba por tus alimentos. RODRIGO: Basta. Excusa tiene, si debe. CHINCHILLA: Fuera de que en toda España tu crédito está perdido. La culpa tiene tu fama; que el castigo del `penséque' y ocasión perdida, pasa de boca en boca en la corte. El `parapoco' te llama. RODRIGO: ¿Que mis amores se saben allá? CHINCHILLA: Saben que a Dïana perdiste y a Oberisel, por ser corto y para nada. Hizo un diablo de un poeta de tu historia o tu desgracia, una comedia en Toledo, `El castigo,' intitulada, `Del penséque', que ha corrido por los teatros de España, ciudades, villas y aldeas. Y aunque ha sido celebrada, todos te echan maldiciones, porque siendo español hayas afrentado a tu nación, y con ella la prosapia de los Girones; que dicen que ninguno de esa casa supo perder coyuntura en amores ni en hazañas, si no eres tú. RODRIGO: Y dicen bien. CHINCHILLA: Yo la vi en Guadalajara representar a Balvín; y en saliendo con sus calzas, hecho lacayo Chinchilla, subióseme la mostaza a las narices, y estuve por darle una cuchillada. En fin, no hay pensar volver, mientras vivas, a tu patria, si tu `penséque' no enmiendas, porque en ella no te llaman ya don Rodrigo Girón. RODRIGO: ¿Pues...? CHINCHILLA: Caballeros y damas, don Rodrigo del Penséque. RODRIGO: ¡Bueno mi crédito anda! ¿Qué hay en la corte de nuevo? CHINCHILLA: Muchas cosas, que es contarlas un proceder infinito; mas diréte las que bastan. Hay en la calle Mayor joyerías en qué se halla mucha carne de doncella, y aunque esta vale barata, se vende en cintas. RODRIGO: Ésa es color, por grave, estimada. CHINCHILLA: Doncellas que andan en cinta y se venden, tripularlas. Calles que de puro enfermas, por los licores que exhalan sus perfumeras nocturnas, se han abierto, a fuer de damas, fuentes que aumentan sus lodos; porque afrentándose el agua de vivir en arrabales, ya se ha vuelto cortesana una plaza generosa. RODRIGO: Dime mucho de esa plaza. CHINCHILLA: Que está, sin ser despensero, a puras sisas medrada. No hay en la corte mujer que peque ya de liviana, porque todas traen firmezas a cuello, si no en el alma. Anda lo azul tan valido, que hubo viejo que esta pascua sacó, por vivir al uso, azul cabellera y barba. La multitud de los coches, en Egipto fuera plaga, si autoridad en Madrid. No se tiene por honrada mujer que no se cochea; y tan adelante pasa, que una pastelera dicen haber comprado una caja, tirada de dos rocines que traen la harina que gasta, en que sábados y viernes se pasea autorizada; pero en viniendo el domingo, hasta el fin de la semana, trueca el coche por el horno, y el abano por la pala. Los mozos que pastelizan, son cocheros por su tanda; con que nuestra pastelera va, aunque gorda, sancochada. No hay mal que por bien no venga dígolo, porque afrentadas las damas de andar a pie, salen menos de sus casas. Una premática nueva ha salido de importancia, en materia de reforma. RODRIGO: Eso será, si se guarda. CHINCHILLA: Mandan que todos los hombres que de cincuenta no pasan, cuando en coches anduvieren, no puedan llevar espadas. RODRIGO: ¿Por qué? CHINCHILLA: Danlos por enfermos, y quieren por esta causa, que se entienda andar en coches lo mismo que andar con bandas. Han replicado los mozos que como ha tanto que andan en coches, no tienen uso de caballos--¡Qué ignorancia!-- por lo cual se les concede que por cuatro meses vayan en sillones o en jamugas, excusando que no caigan. Ítem, que todo dolor cure a destajo, y por tasa concierte la enfermedad, sin que pueda cobrar blanca miéntras no se levantare el enfermo de la cama sano y bueno; y si muriere, que pague el tal dotor, mandan, la botica y sepultura. RODRIGO: ¡Con qué cuidado curaran, a ejecutarse esta ley! ¡Con qué tiento recetaran! CHINCHILLA: Ítem, que los sastres corten ropas, vestidos y galas en presencia de su dueño, y que delante de él traigan los aforros, hilo y seda, vivos, pasamanos, franjas, y todo junto lo pesen, porque después de acabada de coser la dicha ropa, por peso vuelvan a darla a su dueño, y con el doblo restituyan lo que falta. RODRIGO: No fuera mandato injusto. CHINCHILLA: Al menos, si no se guarda, habíase de guardar. Esto es lo que en Madrid pasa, y otras cosas que no cuento. Yo te las diré mañana.
Sale ASCANIO
ASCANIO: ¿Qué hacéis, don Rodrigo, aquí cuando están todas las amas de la marquesa en el parque, por balcones y ventanas tirando a los gentilhombres de Aurora pellas que abrasan de amores, con ser de nieve? Dejad memorias pasadas; andad acá por mi vida, y entre nieves sepultadlas. Veréis a Narcisa hermosa, que de una fuente de plata saca pellas que son negras, puestas en sus manos blancas. RODRIGO: Como son carnestolendas, y aquí se usa celebrarlas con aplauso y regocijo, por limones y naranjas, de que el Piamonte es estéril tiran pelotas nevadas, esmeriles de hermosuras, que las libertades matan. ASCANIO: Huevos hay de azar también. CHINCHILLA: ¿Qué mas azar ni desgracia, que tirar pellas de nieve, que han de resolverse en agua? Si hubiera pellas de vino, yo las sorbiera de chaza; pero ¡de nieve y con huevos sin yemas! ¡Algún sin alma! ASCANIO: ¿Queréis venir, don Rodrigo? RODRIGO: Vamos; que entre nieve tanta templaré incendios de amor, ya que la ausencia no basta. ASCANIO: Aquí hallaréis contrayerba, si fue veneno Dïana, que cure vuestra memoria.
Vanse ASCANIO y don RODRIGO
CHINCHILLA: Todo es frío en esta casa; lo primero, en cuanto es nieve su dueño. Aurora se llama, que aun por el verano hiela. Si son gallinas sus damas, huevos ponen; mas son hueros, pues que vienen llenos de agua. ¡Oh botas de San Martín! ¡Oh espuelas de Rivadavia! ¿Quién para pasar el puerto de tanta nieve, os calzara? Que a falta de tal almilla, tiritando llevo el alma.
Vase. Salen AURORA y NARCISA
NARCISA: En fin, ¿te parece bien el conde Carlos? AURORA: Agora que la voluntad no ignora lo que los ojos ven, mejor a Carlos recibo. NARCISA: Era tu desdén ingrato. AURORA: Fue amante muerto el retrato; más eficaz es el vivo. La fineza del venir disfrazado, a verme, hermana, a quererle bien me allana. NARCISA: Luego ¿podréle decir que se descubra? AURORA: Es muy presto, pues en nuestra casa está. Mejor, Narcisa, será, ya que en él mi gusto he puesto, fingiendo no conocerle, examinar su afición, inquirir su condición, y entre tauto eutretenerle. NARCISA: En fin, ¿por razón de estado quieres amar? AURORA: Si ha de ser mi esposo, y yo su mujer, ¿no es mejor que examinado a elegir el alma venga el dueño que ha de adorar, que no por necia llorar, cuando remedio no tenga? Prueba un caballo primero quien le compra, qué tal sale, con costar, el que mas vale, sólo un poco de dinero; y un marido de por vida, a precio de mil cuidados, ¿quieres tú que a ojos cerrados se entre en casa? NARCISA: Apercebida mujer eres. AURORA: Y es razón que cuando venga a casarme, no tenga de quien quejarme, si no es ya de mi elección. Catorce años en Jacob hizo Raquel experiencia para casarse. NARCISA: Paciencia fue mayor que la de Job. AURORA: Y cuerdo su sufrimiento Porque hay tanto que saber de un hombre, que es menester tan largo conocimiento. Yo sé que en aqueste estado pocas mal casadas vieran, si los maridos tuvieran un año de noviciado. Pero ¿qué te ha parecido del español? NARCISA: Elección tan digna de la afición que Dïana le ha tenido, que no mereció el suceso con que su amor castigó. AURORA: Bien la condesa eligió. Su buen gusto te confieso; pero no iguala al de Carlos. NARCISA: Cualquiera comparación es odiosa, y tu afición no acertará a compararlos. Si va a decir la verdad, el haber sabido, hermana, que le quiso bien Dïana la nobleza y calidad, que de su linaje cuentan, las hazañas que le abonan, los ojos que no perdonan ocasiones que atormentan; la española bizarría que en él por mi daño vi, no sé lo que han hecho en mí, que no soy la que solía. AURORA: Di que estás enamorada, y acaba. NARCISA: Más cuerda soy. Enamorada no estoy, pero... AURORA: ¿Qué? NARCISA: Estoyle inclinada. AURORA: ¿Tan presto? NARCISA: Amor reina, Aurora, y llegando hoy de camino, antes la fama previno, que fue su aposentadora. AURORA: ¡Buena excusa! NARCISA: La que has dado para no casarte luego con el conde, por mí alego. Él, hermana, es tu crïado, y también lo es don Rodrigo. Si el casamiento dilatas porque examinarle tratas, yo tambien tus pasos sigo. También le examinaré con prudencia y con secreto. Si es tan cuerdo y tan discreto y cuando tu gusto esté para el conde sazonado, el mío lo vendrá a estar, y nos podemos casar cada cual con su crïado.
Vase NARCISA
AURORA: Narcisa ama a don Rodrigo. ¡Oh riguroso poder de la envidia en la mujer! ¡Qué de ello puedes conmigo! Cuando yo le aborreciera, para adorarle bastara que mi hermana le alabara, y conmigo compitiera. Al conde empecé a querer, a pesar de mi rigor, siendo efímera su amor, pues que se muere al nacer; y este español que ha venido a despertar mi cuidado, ausente tan alabado, y ya presente, querido, da materia a mis desvelos, y los del conde deshace; que amor de la envidia nace, cuando es hijo de los celos. Mas pues despierta a quien duerme y descuidada me avisa de aquesta suerte Narcisa, a su amor he de oponerme poniendo en su curso freno, que sus principios reprima; porque, en fin, en más se estima lo que está en poder ajeno.
Sale BRIANDA
BRIANDA: Si se quiere entretener agora, vuestra excelencia, una apacible pendencia en el parque podrá ver desde aquestas celosías, que entre nuestras damas pasa y gentilhombres de casa. Ellas tiran alcancías de nieve, y ellos por dar aromas a los balcones, tiran dorados limones, pomas y huevos de azar. AURORA: ¿Y está el maestresala entre ellos? BRIANDA: Sí, señora. AURORA: (No quisiera Aparte que entre tantas damas viera de alguna los ojos bellos. ¡Que pueda la envidia en mí tanto! ¿Qué es aquesto, cielos? ¿Antes que amor, tengo celos? Mi muerte en este hombre vi.) ¿No podré verlos, Brïanda, bien desde mi camarín? BRIANDA: Su balcón sale al jardín donde están todos. AURORA: Pues anda, llévame una fuente allá de pellas. BRIANDA: Yo voy por ellas. AURORA: Sin que sepan que las pellas son para mí. BRIANDA: No sabrá ninguno para quien son.
Vase BRIANDA
AURORA: De allí los veré encubierta. Impórtame que divierta este hombre; que la ocasión, en los ojos poderosa, puede en alguna beldad ocupar su voluntad, y tenerme a mí celosa. Hombre a quien quiso Dïana, digno es de estimación. Si es español y Girón, no le merece mi hermana. Ya sea amor, ya frenesí, ya condición de mujer, a ninguna ha de querer, me ha de querer a mí.
Vase AURORA. Salen RODRIGO y CHINCHILLA
RODRIGO: Chinchilla, ¡qué bellas damas tiene la marquesa! CHINCHILLA: Bellas; mas hielan con tantas pellas el alma. RODRIGO: De Amor las llamas se aumentan con esta nieve. CHINCHILLA: Si fuera el Amor agora de gusto de cantimplora, a fuer de señor que bebe nieve en verano e invierno, el brindis de tu afición pudiera hacer la razón; que ya te imagino tierno. Mas yo que lo bebo puro, aborrezco amor nevado; que ha de estar por fuerza aguado, y así excusarle procuro. RODRIGO: ¿No es Narcisa hermosa dama? CHINCHILLA: Bien te holgara de pasar puesto que ha andado en nevar, su puerto de Guadarrama. ¿Hubo pellita? RODRIGO: Y en ella fuego que el alma traspasa; que también la nieve abrasa. De alquitrán fue aquella pella, no de nieve. CHINCHILLA: ¿Ya tenemos bobuna? Pues ¿la condesa? RODRIGO: Siendo imposible su empresa, y la ausencia toda extremos, Narcisa ha de ser triaca del veneno de su amor. CHINCHILLA: Bien dices, porque un dolor con su contrario se aplaca. Si te abrasó su hermosura, Narcisa como discreta, mientras pellas te receta, tu fuego con nieve cura. RODRIGO: No hay otra Narcisa en el mundo. CHINCHILLA: ¿Mas que habemos de tener, señor, por esta mujer, otro `penséque' segundo?
Tiran del palacio una pella que da en el sombrero de don RODRIGO
¡Ay! RODRIGO: ¿Qué ha sido? CHINCHILLA: Pella fue. RODRIGO: Derríbame a mí el sombrero, ¡Y quéjaste, majadero! CHINCHILLA: De verla venir me helé. Abrió esa celosía una mano de cristal, y a fe que no acierta mal. RODRIGO: Un papel dentro venía. ¿Hay invención semejante? Ya tienen alma las pellas. CHINCHILLA: Preñadas, como doncellas al uso, están. No te espante. Mas, por Dios, es maravilla que esté, hasta la nieve helada, en este tiempo preñada. RODRIGO: ¿Leeré? CHINCHILLA: Pues. RODRIGO: Oye, Chinchilla.
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"Cierta dama de palacio, lisonjeada por hermosa, y que quiere fiar de vuestro buen gusto la certeza de si lo es ó no, tiene el suyo puesto en y vos; y por inconvenientes que al presente instan, importa por ahora no darse a conocer, hasta que el tiempo haga alarde de su vista, como ahora de su voluntad. No dispongáis de la vuestra, que como forastera andará buscando posada, hasta que sepáis si es a vuestro propósito la que tantos pretenden, y vos solo merecéis. El cielo os guarde." ¿Hay mas extraña aventura? CHINCHILLA: Las tuyas siempre lo son. RODRIGO: ¿Ya empieza otra confusión? CHINCHILLA: Ésta, por Dios, que es escura. RODRIGO: ¿Si es Narcisa? CHINCHILLA: Puede ser. RODRIGO: ¡Ay! ¡Qué dicha, si fuera ella! CHINCHILLA: Alcahueta hizo una pella; mas ¿qué no hará una mujer? RODRIGO: Apénas de un laberinto salgo, ¡y en otro me veo! CHINCHILLA: Si no eres mejor Teseo que en el otro, aunque distinto, en aqueste, vive Dios, que ha de haber segunda parte del `penséque.' Industria y arte nos han de hacer a los dos dichosos. Sirve y pretende, y date por entendido; que mujer ilustre ha sido ésta nuestra dama duende, si crédito hemos de dar al modo con que te escribe. RODRIGO: Si es Narcisa, ya apercibe el alma centro y lugar, en que como dueño asista. A la condesa he olvidado. CHINCHILLA: Libranzas Amor te ha dado; mas no son a letra vista, pues a tu dama no ves. RODRIGO: Habré por fe de querella. CHINCHILLA: ¡Válgate el diablo por pella! Amante eres piamontés. Aunque no se manifieste, finge amarla, si regala.
Sale AURORA, y quita a don RODRIGO el papel de las manos
AURORA: ¿Qué hacéis aquí, maestresala? RODRIGO: Estoy... AURORA: ¿Qué papel es éste? RODRIGO: No sé, por Dios. En el suelo le hallé, y alzándole acaso... CHINCHILLA: (¡En la trampa al primer paso! Aparte Despedidura recelo.) AURORA: La letra conozco bien.
RODRIGO y CHINCHILLA hablan aparte
RODRIGO: ¿Leele? CHINCHILLA: ¡Y cómo! ¡Y muy despacio!
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AURORA: "Cierta dama de palacio, lisonjeada..." ¡Oh, qué bien! ¿De muchos? CHINCHILLA: Si no te escapas, que hay fraterna, es cierta cosa.
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AURORA: "Lisonjeada por hermosa..." CHINCHILLA: ¡Al primer tapón zurrapas! RODRIGO: ¿Hay igual desgracia?
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AURORA: "Quiere fiar de vuestro buen gusto..." CHINCHILLA: Amor que empieza por susto, bueno va. Si no se muere, nos envía a los dos a Alón. RODRIGO: ¿Quieres callar, necio? CHINCHILLA: Ya lee paso, ya recio.
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AURORA: "Tiene el suyo puesto en vos..." ¡Qué dama tan de repente! CHINCHILLA: Para copla no era mala. ¡Por Dios, señor maestresala, que se te arruga la frente! Algún sin alma que aguarde lo que esperamos los dos.
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AURORA: "Tantos pretenden, y vos merecéis. El cielo os guarde." Esta casa, don Rodrigo, está poco acostumbrada a libertades, crïada toda su gente conmigo. No es Saluzo Oberisel. Escarmentad; que por Dios, que otra vez haga de vos lo que de aqueste papel.
Rásgale
CHINCHILLA: (¡Zape!) Aparte AURORA: Andad. (Bueno va ansí, Aparte que si en ser curioso da, por lo menos no sabrá que soy yo quien le escribí.)

FIN DEL ACTO PRIMERO

Quien calla ortorga, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002