PALABRAS Y PLUMAS

Tirso de Molina (Gabriel Téllez)

Este texto electrónico fue preparado por Vern Williamsen en 2000. Se basa en el texto de DOCE COMEDIAS NUEVAS DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA, PRIMERA PARTE, (Sevilla: Francisco de Lyra, 1627) que ha sido cotejado con la edición de don Juan Eugenio Hartzenbusch (COMEDIAS DE TIRSO DE MOLINA, BAE 5, 1858).


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen PRÓSPERO, bizarro, con muchas plumas, y MATILDE
MATILDE: ¡Ah, príncipe de Taranto! ¡Próspero, señor, mi bien! Espera, el paso deten. o anegaráte mi llanto PRÓSPERO: Siendo el desengaño tanto, ya mi sufrimiento pasa, por mas que tu amor me abrasa, las leyes de mis desvelos; mas ¿cuándo huyeron los celos que no volviesen a casa? ¡Ingrata! ¿Qué es lo que quieres? ¿Para qué a voces me llamas? Cuando a don Íñigo amas, ¡finges que por mi te mueres! Terribles sois las mujeres, pues a la sombra imitáis, y como ella, cuando amáis, leves, del que os sigue huís. Al que os desprecia seguís, al que os adora engañáis. Si el alma a un español das, ¿por qué en mí tu amor ensayas? MATILDE: Injúriame, y, no te vayas. Poco has dicho, dime más. Mientras que presente estás, tengo vida; y solo el rato que ausente mi amor retrato, no hay para mi mal paciencia. Compre a injurias tu presencia mi amor, que lance es barato. ¿De qué estás, mi bien, quejoso? ¿Quién ha podido ofenderte? Que puesto que vivo en verte amante cuanto celoso, como pende mi reposo del tuyo, aunque así aseguras la fe que en celos apuras, si hace el gasto tu pesar. No pretendo yo comprar a tu costa mis venturas. PRÓSPERO: Cautelosa persüades favores con que me enciendes. ¿Por qué mentiras me vendes con máscaras de verdades? Afeitadas crueldades tiranizaron mis años; no desmientas desengaños que han de hacer en tus mudanzas por dilatar esperanzas mas incurables mis daños. Ya con el pleito saliste. Lo que no han hecho soldados, bastaron a hacer letrados. Con ellos al fin venciste. Si mi amor entretuviste hasta gozar su gobierno, princesa eres de Salerno. Estado tienes bastante con que enriquecer tu amante, más dichoso, no más tierno. Ya yo sé que en esta empresa, si fingiste amarme tanto, fue por verte de Taranto, siendo mi esposa, princesa; pues Salerno te confiesa por tal, y perdió Rugero por libros lo que el acero ganó e impides que cobre, goza a don Íñigo pobre, español y lisonjero. Entronícese en tu estado; que la que es rica y se casa con pobre, lleva a su casa en un marido un crïado. Su hacienda ha desperdiciado en la firme pretensión de tu amor; y ansí, es razón que premies su intento casto; pues amor con tanto gasto te obliga a restitución. MATILDE: Puesto que me haya el derecho que tengo a Salerno dado la posesion de su estado, que Rugero había deshecho, ¿a qué propósito ha hecho argumentos tu malicia contra la clara noticia que sabes de mi valor, echando a mi noble amor sambénitos de codicia? Tan lejos de apetecer tu estado estoy por quererte, que quisiera empobrecerte para darte nuevo ser. Si estuviera en mi poder, la vida y ser te quitara, que luego en ti mejorara; para que de esta manera, cuanto más te engrandeciera, más a amarme te obligara. De don Iñigo confieso, puesto que en vano trabaja, lo que en amar se aventaja, pues es del amor exceso; mas si coligieras de eso la derecha conclusión, sacaras la obligación que a mi fe constante tienes, pues a él le pago en desdenes, y a ti con el corazón. Si yo fuera agradecida, y mi voluntad juzgara sin pasión, su amor premiara dándole mi estado y vida; pero está tan oprimida por ti, que en vez de quererle, aun no oso favorecerle con solamente mirarle. Mira cómo podré amarle, si tengo pena de verle. PRÓSPERO: ¿Luego osarásme negar que agora cuando mantiene la sortija que entretiene a tus puertas el lugar, No se ha venido a cifrar en ser él favorecido de ti, y en que hayas salido con el estado que esperas? Si tú no lo permitieras, nunca él se hubiera atrevido Al punto que en tu favor salió la alegre sentencia, en mi agravio y competencia hizo alarde de su amor. Joyas de sumo valor dio en albricias; que no hiciera más, si mi estado tuviera. ¿Y quién negarme podrá que ninguno albricias da de lo que adquirir no espera? MATILDE: ¿Qué diste tú a quien la nueva de mi dicha te llevó? PRÓSPERO: Abrazos el gusto dio, que en ti su ventura aprueba, promesas, que quien las lleva, presto vendrá a ejecutar. De plumas hice adornar mis pajes, porque en sus galas cifrase el Amor las alas con que al cielo ha de volar. Encarecí con razones y agradecí con palabras tu suerte. MATILDE: ¡Pródigo labras en mi amor obligaciones! Mas las que agora propone, pudieran, cuando las sumas, por mas que amarme presumas, borrar la fama que cobras; pues debo al español obras, y a ti palabras y plumas. Mas como tras ti te llevas la inclinación que te adora, una pluma tuya agora estimo en más que las pruebas gastos e invenciones nuevas de ese español, cuyo fuego aborrezco, aunque no niego que con victoria saliera, si en su pretensión tuviera un juez que no fuera ciego. ¿Con que favores le he dado esperanzas, y a ti enojos, pues ni aun con risueños ojos sus servicios he mirado? ¿En qué saraos he danzado con él? ¿De qué formas quejas? ¿Qué coche, desde las rejas, músicas dando a mi calle, no puse, por no escuchalle, candados a mis orejas? Si me tiene voluntad, ¿podré quitársela yo, pues aun Dios no sujetó su albedrio y voluntad? Si con liberalidad gasta y destruye su casa, justa, ronda, rompe, abrasa, ¿ha de sacar mi rigor premáticas que en su amor y en sus gastos pongan tasa? Si aqora corre por mí sortija en mi misma calle, y por gozarla y gozalle, a Nápoles trae tras sí, ¿pude hacer yo mas por ti, porque satisfecho estés y no te enojes después, que despejando el balcón, quedar en reputación de ingrata y de descortés? Anda, amores, que estás loco. Tener celos y encubrirlos es amor; pero pedirlos es estimarte a ti en poco. Si con esto te provoco, y ya tu enojo se ablanda, entra en la sortija, anda. Muestra que sales por mí. Dame esa pluma turquí, y ponte esta verde banda; que mis celos trocar quiero en esperanza segura. PRÓSPERO: Hechizos de tu hermosura cera me hacen, si fui acero. MATILDE: ¿Vas seguro? PRÓSPERO: Estarlo espero. MATILDE: ¿Correrás? PRÓSPERO: Por agradarte; mas para que pueda darte el premio, ¿con qué favor piensas animar mi amor? MATILDE: Con reírme y con mirarte
Vanse. Salen el REY y RUGERO
REY: Rugero, el pésame os doy de la pérdida presente, y tanto más triste estoy, cuanto os miro mas prudente y más cortesano. Hoy mi consejo os ha quitado a Salerno, defendido por vos como gran soldado; que más con vos ha podido que un ejército, un senado. El favor que permitió la justicia en él os hice. En fin Matilde os llevó, con la sentencia felice, el estado que os quitó. Pero pues a mi pesar os son contrarias las leyes, y no es costumbre llegar a dar pésames los reyes, pudiendo mercedes dar, conde os hago de Celano. RUGERO: Diré, de aquesa manera, señor, con César romano, "Si no perdiera, perdiera la merced que hoy por vos gano; pero en fin, sois heredero en el reino y el valor del magno Alfonso el primero de Nápoles, resplandor de la pluna y el acero. Siglo de oro fue por él. Los pies mil veces os beso. REY: Sois vasallo noble y fiel, y el sentimiento os confieso que esta sentencia crüel me causa, pues sin Salerno, bajáis de príncipe a conde. RUGERO: Por veros, señor, cuán tierno vuestra alteza corresponde a mi lealtad, su gobierno menosprecio; pues si es cierto el amor que habeis mostrado y en vuestra privanza advierto, no iguala su principado al que en vos he descubierto. Lo que aquí sentirse puede, oor ser de mas importancia, es ver que Matilde herede a Salerno, y que de Francia la facción tan fuerte quede; que del conde de Anjou es deuda, y amiga en extremo, y pretendiendo el francés quitaros el reino, temo no salga con su interés; que si Matilde le ayuda y en Salerno le da entrada, pongo a Nápoles en duda. REY: Ya sé cuán apasionada Matilde, si no se muda, es del conde mi enemigo y el daño que puede hacerme. RUGERO: De eso soy yo buen testigo, y sé que el conde no duerme, pues trae de Francia consigo un ejército volante a ponernos en aprieto. Si con él pasa adelante, y el de Taranto, en efeto, siendo de Matilde amante, no aseguró su lealtad con vuestra alteza... REY: Los dos juraron fidelidad, estando delante vos, a mi corona. RUGERO: Es verdad; pero ¿cuándo el interés en juramentos repara? Yo sé, que por el francés la princesa se declara de Salerno, y que después a Nápoles perderás siendo Matilde traidora como lo es; pero podrás poner remedio, si agora conmisión, señor, me das para visitar su casa. Cartas ofrezco traerte del conde, que a Italia pasa a instancia suya. REY: Tu suerte si basta hoy te ha sido escasa, te ofrece prosperidad notable, si aqueso pruebas. RUGERO: Esto es, gran señor, verdad. REY: Mi comisión, conde, llevas. Usa de mi autoridad. Su casa toda visita; saca a luz esa traición; que si a Salerno te quita, presto con su posesión tu fe y lealtad te acredita. Ven, y daréte en secreto la provisión que has pedido. Sé en su ejecucion discreto. RUGERO: (El estado que he perdido Aparte hoy restaurar me prometo. Con una carta fingida a Salerno poseeré sin que otro pleito lo impida.) REY: Siempre esta Matilde fue arrogante y presumida.
Vanse. Salen don ÍÑIG0 y GALARDO
ÍÑIGO: Pésame hacer disparates, de mis locuras indicios ya que no de mis servicios. Quítame esos acicates; arroja esas galas viles en el fuego, su elemento. Esparce plumas al viento, mudables como sutiles. Dame una capa y sombrero con que cubra mi dolor. GALLARDO: Pues fuiste mantenedor, manten el seso primero. ¡Cuerpo de Dios! Que sin él, vanas sortijas mantienes. ¿Qué diablos es lo que tienes, que me traes, sin ser lebrel, desde Nápoles aquí al galope, despeado? Seis sortijas has llevado; diez premios ganar te vi. Toda la corte te pinta, en la gala y la destreza, por fénix de la belleza. ¿A qué vuelves a tu quinta, desesperado y sin seso corriendo por el camino? ÍÑIGO: ¡Ay Gallardo! Un desatino que ha de acabarme confieso. Plegue a Dios, si amase más a Matilde, si la viere, si más servicios la hiciere, si la nombrare jamás, que me de el acero humilde de un cobarde muerte infame. Desde hoy ninguno me llame pretendiente de Matilde. Nadie a Matilde me nombre que ni Matilde es mi dama ni a Matilde, mi amor llama, ni ya de Matilde el nombre obliga mi pecho humilde. Sin Matilde viviré. Matilde mi muerte fue. Líbreme Dios de Matilde. GALLARDO: Eso es, "No juréis, Angulo, juro a Dios no juro." Dale con Matilde, mientras sale del alma en que la intitulo. ¡Bien cumples de esa manera lo que acabas de jurar! ÍÑIGO: De este modo quise echar todas las Matildes fuera que estaban dentro del pecho. GALLARDO: ¿Quedan mas? ÍÑIGO: Son infinitas. GALLARDO: Pues si una a una las quitas, trabajarás sin provecho. Purgarte será mejor; que si tantas en ti están, mejor por junto saldrán a vueltas de esotro humor. ¿Agora sales con eso, y en su servicio has gastado cuanta hacienda has heredado? ÍÑIGO: No quiero gastar el seso. GALLARDO: ¿El seso? ¡Tarde pïache! Ojos que le vieron ir, no le verán mas venir, si no es que por él despache algún Astolfo, propicio ea cielo, en su libertad, al valle de Josafad, donde ha de ser el jüicio; Que allí debe estar el tuyo porque si seso tuvieras, ni imposibles pretendieras --Perdona si te concluyo-- ni hubieras hecho, señor, los gastos que sin provecho, empobreciendo, te han hecho hijo pródigo de amor. ÍÑIGO: Por Matilde todo es poco. ¡Ojalá que más pudiera, porque más por ella hiciera! GALLARDO: En fin, ¿la amas? ÍÑIGO: Estoy loco. GALLARDO: ¿Y el juramento? ÍÑIGO: Si arraiga Amor, nadie echarle intente; que quien ama, jura y miente. GALLARDO: Jura mala en piedra caiga. Tu hermana a verte ha salido. ÍÑIGO: Sácame sombrero y capa. GALLARDO: Dispense Amor, sin ser papa, los votos que no has cumplido.
Vase GALLARDO. Sale SIRENA
SIRENA: ¡Hermano! ¡Mantenedor, y antes de acabar el día en casa y sin compañía, que en fe de vuestro valor, venga con vos! ÍÑIGO: ¡Ay Sirena! Como mantengo rigores, Me acompañan disfavores, que apadrinan hoy mi pena. No se acabó la sortija; que Matilde desazona cuantos placeres pregona mi voluntad, ya prolija en servirla. SIRENA: ¿Por qué azares? ÍÑIGO: Oye de amor desvaríos; que siempre contentos míos se rematan en pesares. Murió Leonelo de San Severino, príncipe de Salerno, gran soldado, dejando sola una hija y un sobrino, los dos competidores de su estado. Rugero, que fue el uno, al punto vino, de armas, deudos y gente acompañado y echando a mi Matilde de Salerno, tomó con mano armada su gobierno. Decía para esto que heredaba aquel estado antiguo, solamente varón, y no mujer; y que alegaba la inmemorial costumbre de su gente. Matilde en contra, por razon probaba que el mayorazgo solo a aquel pariente que fuese mas cercano, daba nombre, de su señor, o fuese mujer u hombre. Dividióse de Nápoles la tierra en bandos, cada uno dando ayuda a su parte, parando el pleito en guerra que la aficion los naturales muda. Pero Rugero en la ciudad se encierra con las armas poniendo el pleito en duda defendiendo su célebre milicia mejor su profesion que su justicia. Mas metiéndose el papa de por medio al consejo de Nápoles de estado redujo el pleito, dando un sabio medio con que quedó Rugero apaciguado: porque fundando el fin de se remedio, en verse de Fernando el rey privado, con su favor creyó torcer los jueces, porque el poder sentencia muchas veces. Solo aquí la verdad fue poderosa; pues saliendo Matilde con su intento, quedó con el estado vitoriosa, frustrado de Rugero el pensamiento. Luego pues que la nueva venturosa se supo, pidió Amor a mi contento albricias, que quedaron a mi cargo; que no es amante noble el que no es largo. Mil joyas di, vestidos y dineros; y como si yo fuera el que heredaba, amigos convidaba y caballeros: El parabien a mi esperanza daba. En fin, mostrando que eran verdaderos los deseos que Amor en mí animaba delante de la puerta de mi dama a una sortija mi valor los llama. Mantuve en ella mi esperanza muerta y con galas, que tuvo prevenidas la confianza de esta dicha cierta, las fiestas publiqué no agradecidas. Los premios y el cartel fijé a su puerta anoche con cien hachas encendidas, y alborotado Nápoles con esto, con el sol madrugó al festivo puesto. Salí al son de trompetas y clarines, de deudos y padrinos rodeado, y hallé en balcones del amor jardines que son damas sus flores, si él su prado. En telas de doseles, de cojines --donde lo menos que hubo fue brocado-- mostró la ostentación napolitana el poder de su gente cortesana. Saqué de verde y nácar el vestido, de manos de oro todo recamado, qQue de las obras símbolos han sido, y al silencio en los labios un candado, con esposas y grillos a un Cupido, que del mismo silencio coronado, daba este verso, pienso que discreto, "Obrar callando y padecer secreto." SIRENA: Pintaste tu amoroso sentimiento, y los servicios que a tu dama hiciste, discretamente. ¡Lindo pensamiento! ÍÑIGO: El marqués Alejandro luego asiste tambien de verde, aunque con otro intento; porque aforrado el verde en luto triste, dio la letra... SIRENA: ¿Y decía...? ÍÑIGO: ...de esta suerte, "Creciera mi esperanza, a no haber muerte." SIRENA: ¿Obsequias en la fiesta hizo a su dama? ÍÑIGO: Murió su amor, muriéndose Rosela. El conde de Astavilla cuya fama, a pesar de la envidia al cielo vuela, la ropa azul de mil fuegos recama, y entre los cuatro vientos una vela sacó encendida. SIRENA: ¡Traza peregrina! ¿Y fue, hermano, la letra? ÍÑIGO: Esta latina, Etenam non potuerit mihi. De vientos vanos sus contrarios trata y a su valor la vela hizo, encendida, a quien ni envidia ni sospecha mata. SIRENA: Fue su nobleza un tiempo perseguida. ÍÑIGO: Sacó don Hugo de Aragón, de plata fina aljuba pajiza guarnecida, y un loco a quien el tiempo en vano cura. SIRENA: ¿La letra? ÍÑIGO: "Por amor, esto es cordura." SIRENA: De la de Amalfi dicen que es amante. ÍÑIGO: Grimaldo, a quien su dama desestima y él la sirve pacífico y constante, salió de pardo. SIRENA: Su trabajo anima. ÍÑIGO: La empresa lo declara. SIRENA: ¿Y fue? ÍÑIGO: Un diamante, y una mano junto a él con una lima De acero. SIRENA: Ya en el alma de ella toco. ¿Cómo dijo la letra? ÍÑIGO: "Poco a poco." SIRENA: Todo lo vence amor que persevera. ÍÑIGO: De labrador, don Jaime de Moncada salió con un gabán de primavera. SIRENA: Halló su dama en Aragón casada. ÍÑIGO: Eso en la empresa declarar espera. SIRENA: ¿Y fue? ÍÑIGO: Sembrar una heredad arada. SIRENA: ¿Y la letra? ÍÑIGO: Decía, "Amor villano Siembra esperanzas, y otro coge el grano." Hércules de Este, Adonis en las galas y en la milicia César, en un cielo pintó una dama, y él, haciendo escalas de picas y banderas, desde el suelo a conquistarla sube, aunque sin alas; que mas levanta el ánimo que el vuelo. SIRENA: ¿La letra? ÍÑIGO: De su amor ponderativa... SIRENA: ¿Decia...? ÍÑIGO: "Aunque estuvieses más arriba..." No cuento las demás, por no cansarte. Corrí con todos, y llevé seis veces la sortija, y diez precios, que en tal parte, a ser los ojos de Matilde jueces, me condenaran. No sabré contarte, porque de verme triste te entristeces, el pesar, mi Sirena, que mostraba si la sortija o precio me llevaba. Por no sufrirlo, en fin, de la ventana se quitó, porque en tal desdén presumas el fruto inútil de mi suerte vana, cero de Amor, si mis servicios sumas hasta que al fin de una hora volvió ufana por ver entrar cubierto de oro y plumas al de Taranto, dándole sus ojos colmos de gustos, como a mí de enojos. Vestido de los pies a la cabeza de mas plumas que el mayo tiene flores él y el caballo cifran su firmeza solo en la liviandad de sus colores. Pobló de lenguas de oro la riqueza de su alada divisa; que habladores en palabras y plumas su amor gastan. SIRENA: ¿La letra? ÍÑIGO: "Si le alaban, aun no bastan." SIRENA: Diverso fue del tuyo su conceto. Él en palabras todo su amor precia, y tú en obrar callando; que es discreto aunque Matilde tu valor desprecia. Obrar callando y padecer secreto, su habladora divisa juzgo necia, pues de plumas y lenguas hizo alarde porque el parlero Amor siempre es cobarde. ÍÑIGO: Corrió conmigo la primera lanza, y derribóle en medio la carrera, sospecho que su loca confianza, tropezando el caballo. SIRENA: Bien pudiera volar con tanta pluma. ÍÑIGO: La venganza de mi amor, que le vio de tal manera, más cortés que soberbia a darle ayuda me manda, hermana, que lijero acuda. Del caballo me apeo, y que me pesa de su desgracia muestro; arriba subo con él, donde el favor de la princesa más amoroso que discreto estuvo. Lloró de amor y enojo, y de esta empresa la causa atribuyendo al que mantuvo. "Sólo, español, por vos, loco y prolijo me sucede este mal," la ingrata dijo. Cesar la fiesta manda, y yo de celos, agravios y desdenes provocado, no sé si dije injurias a los cielos; pero sé que bajé desesperado. Mandé quitar los precios y arrojélos, por ver mi amor cortés tan mal pagado subo a caballo, y loco y ofendido, me parto, y de ninguno me despido. Este fin han tenido, mi Sirena, mis servicios, mi amor, mi confianza. Sólo es Matilde, para darme, pena y desdenes, mujer, y no mudanza. SIRENA: Hecho estás a sufrir. Tu enojo enfrena que la firmeza lo que intenta alcanza. La letra que sacaste en ti haga efeto. "Obrar callando y padecer secreto."
Sale GALLARDO, que saca la capa y el sombrero de su amo
GALLARDO: Ponte capa y sombrero, si jardines quieres ver por el mar sobre carrozas del agua, que tiradas de delfines llevan al sol que en esperanzas gozas. Al son de chirimías y clarines Malilde y otras seis bizarras mozas, emulación de Venus la mas fea, dando a sus ondas luz, barloventea. En un esquife, de cristal la popa, con seis remeros jóvenes por banda, de casacas vestidos, leve ropa, pues son de raso, y el calzon de holanda al toro imitan robador de Europa; y con ellos la mar piadosa y blanda, sufre los remos, plumas de sus alas, dorados de los puños a las palas. SIRENA: A Puzol, quinta suya, aquí cercana, irá. Desde el terrado puedes vella. ÍÑIGO: ¿Yo a mujer tan ingrata, tan tirana? Plegue a Dios, si pusiere mas en ella los ojos, si la viere más, hermana; si aunque el mar, que soberbias atropella volcando el barco, su rigor vengara, me moviera a piedad y la ayudara, que de sus mismos peces sea sustento. Ya, Sirena, aborrezco su hermosura. Próspero salga a verla; que contento es Próspero en el nombre y la ventura. GALLARDO: ¿Qué tanto has de guardar el juramento? ÍÑIGO: Un siglo. GALLARDO: ¿Que tahur, qué amante jura de no jugar o amar, sin volver luego éste a su pretensión, aquél al juego? SIRENA: Yo subo a verla; que aunque mas porfíes haciendo a tus deseos resistencia, has de seguirme. GALLARDO: Nunca en votos fíes; que conmuta el Amor en penitencia. Ven, y verás damascos y tabíes que, haciendo al sol en toldos competencia, persüaden al mar que es hoy en suma Matilde Venus, hija de su espuma.
Vanse SIRENA y GALLARDO. Sale PRÓSPERO
PRÓSPERO: Don Íñigo, ya ha llegado a estremo mi sufrimiento, que pasar de él no consiento a mis celos y cuidado. Haciendo agravio a mi amor, nota de mí vendré a dar. El querer bien y el reinar no sufren competidor. Quiero bien, y rey me llama Matilde de sus deseos. Un año ha que en sus empleos añado leña a la llama que en premio de mis desvelos Matilde hermosa me ofrece y aunque el fuego de amor crece cuando le atizan los celos, fuera menosprecio mío que, compitiendo los dos, tuviera celos de vos; que más de Matilde fío. Cuanto a esta parte, no estoy celoso, aunque sí ofendido, de que os hayáis atrevido a amar, sabiendo quien soy, aun la sombra de Matilde que mirar no merecéis. ¡Vos competencia me hacéis, pobre, extranjero y humilde! ¡Vos en público a sus puertas carteles de amor fijáis, y esperanzas publicáis más locas cuando más ciertas. ¡Vos sortijas mantenéis, convidando aventureros, cuando aun para mauteneros a vos mismo no tenéis! ÍÑIGO: Próspero, tratad mejor a quien os sufre discreto; pues demás de que respeto vuestra nobleza y valor, Reverencio a la princesa en vos, pues sé que os ama. Príncipe Taranto os llama; la sangre real que interesa vuestra casa, es conocida y de mí siempre estimada. España fue patria amada puesto que no agradecida, de mi padre y su ascendencia, de quien nobleza heredé. Rui Lopez de Ávalos fue condestable, en la prudencia y la lealtad más notable que tuvo ni tendrá el mundo, aunque don Juan el segundo, si le hizo conde, no estable. De la envidia buyó a Aragón porque a no ser perseguida no es la virtud conocida. Vino a Italia, en conclusión con don Alfonso el primero de Nápoles, de Fernando padre, que el reino ganando con su prudencia a acero, hizo al tiempo coronista inmortal de su memoria. No alcanzó Alfonso vitoria en esta noble conquista, que no se la atribuyese al esfuerzo y al valor de mi padre vencedor. Dióle estado de que viviese a su gusto y elección; que no quiso escarlnentado otra vez entronizado, provocar a la ambición. Éste heredé, y como mozo supe conservar tan mal, que le gasté liberal, porque de serlo me gozo; y supuesto que es mudable el estado y la riqueza, siendo el valor y nobleza accidente inseparable, pues en ella me señalo, estimad la calidad en más que la cantidad, porque en cuanto esta os igualo; que yo con vos no compito, ni el vuestro mi amor contrasta. Con una voluntad casta a Matilde solicito, sin que ose mi atrevimiento más que alimentar cuidados, dichosos por empleados en tan alto pensamiento. ¿Qué ocasión en esto os doy para agraviaros? PRÓSPERO: Bastante es que os tengan por amante todos de quien yo lo soy; que es estimarme a mí en poco. Si de ser loco os preciáis, y con eso os disculpáis, haré vestiros de loco, y quedará disculpado vuestro pensamiento altivo. ÍÑIGO: Príncipe, no deis motivo a algún caso desdichado; que si apuráis mi paciencia y no refrenáis los labios, romperán vuestros agravios las riendas de mi prudencia. Haced de quien sois alarde, y mirad que siempre ha sido el valiente comedido y descortés el cobarde. PRÓSPERO: Sois un.... ÍÑIGO: Paso, que sé ser hombre, que a pesar de sumas de ducados, corto plumas, y las habréis menester para volar, si me enojo. Advertid que está mi espada en vuestro agravio afilada, y si una vez la despojo de la vaina que profesa, y en vengarme se resuelve, es león que nunca vuelve a su manida sin presa. PRÓSPERO: Ea, arrogante español, haced mas, y no habléis tanto.
Echan mano
ÍÑIGO: Ya, príncipe de Taranto, que su acero ha visto el sol, no la culpéis, si desnuda a vuestro pecho se pasa; que a quien sacan de su casa, en la que encuentra se muda. Sabe el cielo que me pesa de ofender ml dama así.
Salen SIRENA y GALLARDO
SIRENA: Si hay valor hermano en ti, favorece a la princesa; que hecho el esquife pedazos en una roca espantosa, ya con el mar amorosa, da a sus olas mil abrazos, porque en ellas no la anegue. ÍÑIGO: Príncipe, ésta es ocasión de amor y de obligación. más presto en su ayuda llegue el que más de veras ama. Volad, pues os sobran plumas; que si amor es fuego, espuma del mar no apagan su llama.
Vase don ÍÑIGO
SIRENA: Pues, señor, ¿qué flema es ésa? ¿Es razán que ansí os quedéis, cuando en tal peligro veis anegarse a la princesa? Mi hermano, aunque aborrecido va a socorrerla; seguilde, y pagad ansi a Matilde el amor que os ha tenido, para que en vos se colija que llega al último extremo. PRÓSPERO: Mi salud, Sirena, temo, que cayendo en la sortija, me puede hacer mucho daño entrar en el mar tan presto. En obligación me ha puesto el favor noble y extraño que de don Íñigo escucho, y a premiársele me allano; mas es de Sirena hermano, y ansí del mar sabe mucho. Yo en peligro semejante, ¿qué ayuda le puedo dar si nunca supe nadar? SIRENA: ¿Ésa es disculpa de amante? PRÓSPERO: Adórola, vive Dios; mas no importa el ser amada; que amor vuela, mas no nada.
Vase PRÓSPERO
GALLARDO: Mas no nada para vos. ¡Miren aquí en quien ha puesto Matilde su voluntad! SIRENA: Esta vez, de la beldad de Matilde es manifiesto dueño mi hermano. GALLARDO: No hay duda, si la saca viva a tierra... o en el alma un tigre encierra. SIRENA: El tiempo las cosas muda. ¡Mucho pueden beneficios en el más terrible pecho. La fineza que hoy ha hecho, junta a los demás servicios, le han de dar debida paga. GALLARDO: Animales hay tan fieros, señora, aun de los caseros, que aunque el dueño los halaga, no puede de toda la vida amansarlos. SIRENA: ¿Cuáles son? GALLARDO: Domestica tú un ratón, crïado con la comida de tu despensa, y verás que al cabo de un mes y un año, mas esquivo está y extraño. SIRENA: ¡Qué asqueroso ejemplo das! Labrador, he yo leído, que una vihora crió, y al fin la domesticó, dándola en su cama nido, y habiendo sus hijos muerto a uno del pastor amigo, los despedazó en castigo, y despues se fue al desierto GALLARDO: Sería víbora ermitaña; pero mi ejemplo perdona, que la princesa es ratona, si no premia aquesta hazaña. Mas vuelve la vista al mar, verás cuál nada por él aquese humano batel en que va Amor a pescar merluzas, vuelto cangrejo. SIRENA: Mi hermano es gran nadador. GALLARDO: Pensará que pesca Amor besugo, y será abadejo. SIRENA: ¿Sácala? GALLARDO: Sí, vive Dios. SIRENA: ¡Notable dicha! GALLARDO: Es demonio, pues la cruz del matrimonio a cuestas saca. Los dos son para en uno. ¡Extremada saldrá del mar para esposa! Que a fe que ha de ser graciosa desde hoy, mujer tan salada. Ya pisa la enjuta arena; ya trayéndola en los brazos, quisiera, cual pulpo, en lazos convertirse.
Salen don ÍÑIGO, con MATILDE desmayada en los brazos
ÍÑIGO: Mi Sirena, no hay ya quien mi dicha alcance. Diestro pescador he sido, perlas del sur he cogido. No tiene precio este lance. Ven, llevémosla a tu cama. SIRENA: ¿Viene desmayada! ÍÑIGO: Sí, mas presto volverá en sí. SIRENA: Vamos. ÍÑIGO: Tus doncellas llama.
Llevan a MATILDE don ÍÑIGO y SIRENA
GALLARDO: Cumplirá el amo su antojo si está preñado por ella; pues, porque pueda comella, Amor se la echó en remojo. Cual huevo fue su hermosura, como el por agua pasada; pero virgen tan aguada, dudo yo que venga pura.
Salen don IÑIGO y SIRENA
ÍÑIGO: No quiero yo estar delante, que la daré mas pesar que los peligros del mar. Tú, hermana, serás bastante, y tus crïadas también, para aliviar su congoja. Y así entre tanto que arroja el agua, ropa preven de la mas limpia y curiosa que tienes. Sirena mía, impertinencia sería, siendo tú tan generosa, prevenirte que sacases de tus galas la mejor; que el mayo en aguas de olor entre holandas derramases; que en regalos y conservas te esmerases de tal modo, que seas mi hermana en todo, ya que de esto me reservas. SIRENA: ¿Pues dónde vas tú a tal hora, que ya el sol su curso pasa? ÍÑIGO: Estando Matilde en casa, no ha de haber otra señora mas que ella. Su honestidad pide que así la asegure, y que liberal procure conquistar su voluntad. Yo sé que el mayor servicio que puedo hacerla, Sirena, es irme y no darla pena con mi vista. SIRENA: Noble indicio da tu valor en el mundo tu discreción considero, generoso en lo primero, y cortés en lo segundo. Vete, con Dios, que yo quedo en tu lugar. Vístete ropa enjuta. ÍÑIGO: Ansí lo haré. SIRENA: Yo te desharé, si puedo, esta nieve que te abrasa. ÍÑIGO: Anda, y no te apartes della. GALLARDO: (¡Oh cuerpo de Dios con ella, Aparte y con quien la trujo a casa!)
Vanse todos. Salen RUGERO y TEODORO
RUGERO: ¡Que me quitó tal ventura este español! ¡Que a ayudar la fuese cuando la mar darme a Salerno procura! ¡Que la sacase en sus brazos! TEODORO: ¿Hay temeridad mas loca? RUGERO: ¡Que en mi favor una roca hiciese el vaso pedazos! ¡Oh! Maldiga Dios a España, y a quien bien quiere a su gente! TEODORO: Es don Íñigo valiente. RUGERO: ¡Bravo amor, y brava hazaña! TEODORO: Desmayada la sacó, y en su quinta la regala, porque a su desdén iguala la nobleza que heredó; pero ¿qué importa su ayuda, si siendo del rey privado, comisión, conde, te ha dado, con que has de quedar sin duda en la quieta posesión del estado que perdiste? Si ya la carta escribiste, y según tu provisión, su casa has de visitar, ¿su favor de qué aprovecha? RUGERO: Su firma tengo contrahecha, y el papel le pienso echar entre los demás que tiene en su escritorio guardados. TEODOBO: Heredarás sus estados, si a las manos del rey viene. RUGERO: Si, Teodoro; mas traiciones duran poco, y mucho dañan. Si los tiempos desengañan mis soberbias pretensiones, ¿qué he de hacer? TEODORO: Déjate de eso. RUGERO: ¿Mas seguro no me fuera que el mar sepulcro la diera, y que por este suceso, sin marañas, heredara lo que este español me quita? TEODORO: Tu ventura solicita, que el favor del rey te ampara. De Salerno te apodera; que si su dueño te ves, defendiéndole después, cuando sepa esta quimera el rey, importará poco. RUGERO: Aquí Matilde no está? La noche ocasión me da con que de este español loco me vengue, y a la princesa la vida pueda quitar. Esta quinta he de abrasar, con que aseguro mi empresa mejor que en cartas fingidas. TEODORO: ¿Cómo lo piensas hacer? RUGERO: Esta noche he de poner fuego a costa de sus vidas, sin que se sepa el autor, a esta casa; pues durmiendo su gente, salir pretendo con mi esperanza mejor. El viento del mar me ayuda para abrasarla con él. TEODORO: ¡Determinación crüel, mas provechosa sin duda! A propósito es la hora. RUGERO: Vamos, que si dicha tengo, hoy del español me vengo, y muere mi opositora.
Vanse. MATILDE, en ropa de acostarse, y PRÓSPERO, como de noche
MATILDE: Príncipe, ¿qué atrevimiento es éste? ¿Como asaltáis de noche casas ajenas? PRÓSPERO: Propias las puedes llamar, ingrata, pues mis desdichas, para que padezca más, siempre a don Íñigo ofrecen empresas, con que obligar a que amándole, me olvides. ¿Quién duda que ya tendrás a su atrevido socorro rendida la voluntad? Tres años ha que te sirve, y que gasta liberal la hacienda en tu pretensión que ha desperdiciado ya. Dio albricias en tu sentencia. Mantuvo diestro y galán a tus puertas hoy sortija. La de esposa le darás en premio de ella a mi costa. Arrojóse por tí al mar, fiel delfín de tus peligros, Leandro de tu beldad. La vida te dio cortés, y querráte ejecutar en ella, sacando prendas su amor de tu libertad. Aposéntaste en su casa, quedarte en ella querrás, si huéspeda, ya señora, si libre, cautiva ya. Mucho pueden beneficios; confiésolo a mi pesar. La Ocasión hace al dichoso, la Fortuna se la da. Yo sin ella, y ya sin ti, vengo solo a celebrar a tus ojos mis obsequias. Goces mil años y más, aunque yo muera celoso, su generosa lealtad, su apacible compañía, su florida y verde edad; que yo en manos de la ausencia, si es Amor enfermedad, ausentándome de aquí, me parto a Roma s curar. MATILDE: Sí tú te haces juez y reo, y la sentencia te das, mis quejas darán en ella testimonio de verdad. Príncipe, obras son amores; que las palabras se van como son hijas del viento tras él, sin volver jamás. Entre las olas me viste. con su salado cristal luchando a brazo partido. Entró en él a poner paz el valeroso español; y tú, cuerdo en el obrar si loco en el prometer, ni te atreviste a mojar las plumas, como tú, vanas; Pero no anduviste mal, que Amor vuela, mas no nada, y ansí no supo nadar. Nadó don Íñigo en fin; su dicha supo pescar; y a quien nada y me da vida, nada es venirle a adorar. Siempre fueron los peligros del amor y la amistad piedratoque que descubre el oro que sube mas. Si él es oro, y tú eres hierro, yerro, Próspero, será, despreciando su valor, de tu hierro hacer caudal. PRÓSPERO: ¿Luego eso dices de veras, cuando probándote están mis celos que hablan de burlas? MATILDE: Caíste; hiciérate mal entrar en el mar, que ansí te pudieras resfriar; y por no quererme frío, te guardaste. ¿No es verdad? PRÓSPERO: ¡Basta! ¡Que de mí te burlas! Pues de veras me verás, mudable, desde hoy mudado; que ausí te pienso imitar. Laura, hermana de Rugero, celosa de tu beldad, llora, puesto que la suya es con la del sol igual. Desposándome manana, mi amor se despicará; que contra un veneno es otro la cura mas eficaz. No pienso verte en mi vida. MATILDE: Oye, escucha, vuelve acá. (¡Oh inclinaciou poderosa! Aparte ¡Oh celos! ¡Oh Amor rapaz! ¿Qué no podréis todos tres, si el primero hace el imán que no pare hasta que al norte mire, que virtud le da?) Yo quiero desenojarte. Cesen quejas, haya paz; que tras celos y nublados Amor y el sol lucen más. Perdonen obligaciones, socorros, vida, lealtad; que por más que eso atropella Amor, cuando es natural. Princesa soy, joyas tengo oídame el mejor lugar don Íñigo, y no me pida prendas que en el alma están. ¿Haste ya desenojado? PRÓSPERO: Como el Amor es rapaz, con poco se desenoja; pero corrido estará mientras alarde no hiciere de la firme voluntad; que con obras, como has dicho, saca a plaza su caudal. Plegue a Dios, Matilde mía, que te quite un desleal el estado con la hacienda; que te mande desterrar el rey; que en aquesta quinta se encienda un fuego voraz, para que entonces conozcas mi amor firme y liberal. No ha querido el cielo... MATILDE: Basta No digas, príncipe, más; ni por hacerme a mi bien, quieras que me venga mal. Mas valen palabras tuyas que obras de otro. En casa está durmiendo toda su gente mas presto despertará. Vete, que abre ya el aurora sus vidrieras de cristal. En Puzol, recreación mía, esta tarde me verás... Pero oye, escucha. ¿Qué es esto?
Dentro
GALLARDO: ¡Socorro! ¡Agua, que se abrasa, Cielos, nuestra quinta y casa! VOCES: ¡Fuego, fuego! GALLARDO: Acudid presto, que están las puertas cogidas, y se ha de abrasar la gente. MATILDE: ¿Hay caso mas inclemente? PRÓSPERO: Riesgo corren nuestras vidas. Mirad, princesa, por vos, que el fuego nos ha asaltado, y las puertas ha atajado. GALLARDO: ¡Que nos quemamos, mi Dios! MATILDE: Príncipe, ¿qué hemos de hacer? PRÓSPERO: Por esta ventana quiero saltar. MATILDE: ¿Tú eres caballero? Si te obliga una mujer, a quien tanto dices que amas, descuélgame antes por ella. PRÓSPERO: Todo el temor lo atropella, y ya se acercan las llamas. ¡Cómo haré lo que me mandas, si no hay con que te librar? MATILDE: La capa puedes rasgar con las ligas, con las bandas que atemos y con sus tiras nos librarémos los dos. PRÓSPERO: ¡Gentil espacio, por Dios, para el peligro que miras! Salta, princesa, tras mí, si te atreves. MATILDE: Pues, traidor, ¿ésa es la ayuda y favor que me prometiste aquí? ¿El fuego que deseabas que en la quinta se encendiese, porque tu amor conociese? ¿Lo mucho que blasonabas? ¿El jurar, el prometer de no dejarlne jamás? PRÓSPERO: Aquí, princesa, verás, lo que hay del decir a hacer. En muerte no hay juramento con que obligarme presumas, porque palabras y plumas dicen que las lleva el viento.
Vase PRÓSPERO
MATILDE: Pues no pienses, enemigo, que ansí tienes de librarte que el huír he de estorbarte, porque te abrases conmigo.
Vase MATILDE. Salen don ÍÑIGO, GALLARDO, y SIRENA, alborotados
ÍÑIGO: ¿Y dónde está mi princesa? SIRENA: ¡Ay hermano de mi vida! Ya de la llama homicida será malograda presa. En los brazos; del sosiego durmiendo, su muerte fragua, porque lo que no hizo el agua ose ejecutar el fuego. En ese cuarto se abrasa, siendo el remedio imposible, porque la llama terrible, juez violento de tu casa, de fuego ha puesto las guardas a las puertas. ÍÑIGO: Pues quedar hecho ceniza, y mostrar de amor hazañas gallardas. SIRENA: ¿Estás loco? GALLARDO: Señor mío, detente, que tu afición no es caso de inquisición, ni tú hereje o judío. Basta quedar de la agalla, sin casa, ropa, ni hacienda. ÍÑIGO: Nadie impedirme pretenda, que he de abrasarme o libralla. Haga aquí mi esfuerzo alarde.
MATILDE y PRÓSPERO, a una ventana
MATILDE: Conmigo te has de abrasar, sin que te deje librar, descomedido, cobarde. PRÓSPERO: ¡Vive Dios, si no me dejas, que con la daga te pase el pecho! MATILDE: Como te abrase el fuego, y vengue mis quejas, mátame. PRÓSPERO: Suelta, atrevida, y cuando ves que me abraso, de palabras no hagas caso, que más me importa la vida.
Éntranse los dos
ÍÑIGO: ¡Oh bárbaro! ¡Vive Dios, que ha de ver por experiencia Matilde la diferencia que el amor hace en los dos. La princesa de Salerno saldrá libre a tu pesar, aunque lo intente estorbar el fuego del mismo infierno.
Vase don ÍÑIGO
GALLARDO: ¡Por el tropel de las llamas se arrojó! SIRENA: ¡Bravo valor! Salamandra del amor, él te libre, pues bien amas. GALLARDO: Envuelta en su misma capa la trae.
Sale don ÍÑIGO, que saca a MATILDE envuelta en la capa
ÍÑIGO: Vamos a la fuente que aplaque el rigor ardiente de que mi valor te escapa. SIRENA: ¿Sales herido? ÍÑIGO: ¿Qué importa, si con la que adoro salgo? MATILDE: Español de pecho hidalgo, los piés te pido. ÍÑIGO: Reporta... MATILDE: Dos veces debo a tus brazos la libertad con la vida. Ella será agradecida a tus generosos lazos. Salerno te ha de llamar su príncipe. GALLARDO: ¡Buen bocado! ÍÑIGO: Pues del fuego te he librado, y te he sacado del mar, ya gozan mis pensamientos con tu vida el galardón. MATILDE: De lo que te debo son testigos los elementos. (Deseos agradecidos, Aparte mudad de amor y consejo.) GALLARDO: Llamas, adiós, que allá os dejo el arca de mis vestidos.

FIN DEL ACTO PRIMERO

Palabras y plumas, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002 Actualización más reciente: 24 Jun 2002