JORNADA TERCERA


 
Sale NINFA sola
NINFA: Humanos desengaños, hacedme solamente compañía, y vosotros, engaños del mundo, allá os quedad desde este día; basta lo que dormidos a la verdad tuvistes mis sentidos. Como culebra quiero para otra nueva vida renovarme, donde clemencia espero, si acierto de una vez a desnudarme del hábito que ha hecho lavil costumbre de mi ingrato pecho.
Vase quitando las armas, el ristre y bonete, y valos colgando de las ramas, de algún clavo a propósito
Quedad por estos pobos, bárbaros instrumentos de la muerte, de insultos y de robos, que con el dueño de la misma suerte merecistes castigo a no tener el cielo por amigo; a cuya hermosa cara los vergonzosos ojos alzo apenas, viendo que, aunque me ampara, tantas ofensas de crueldades llenas contra él he cometido, a quien piedad de tantas culpas pido. Valad, plumas, al viento, galas del loco abril de mis antojos, y las del pensamiento sirvan para traer agua a mis ojos; y queden los cabellos para esconderse mi vergüenza en ellos. Monte, en lo más espeso de tus obscuras lóbregas moradas, a un huésped nuevo, a un preso recibe entre las ramas intrincadas del laberinto tuyo, que en ti, a Dios me presento y restituyo. Arrugadas cortezas sean mis colgaduras de damascos; sírvanme tus malezas platos de hierba en mesas de peñascos, y denme, entre esos troncos, canta de campo tus silvestres troncos. Perdóname,entretanto. que tu soledad santa reverencio, si violare con llanto y debidos suspiros tu silencio.
Dentro
CARLOS: ¡Ninfa, Ninfa! NINFA: Ya es tarde. Del mundo, Carlos, huyo; Dios te guarde.
Vase. Salen CARLOS y ROBERTO
CARLOS: !Ninfa, Ninfa! ROBERTO: ¿Dónde vas, siguiendo, Carlos, el viento? ¿No miras que es por demás aunque así a tu pensamiento alas sin provecho das? ¿De qué sirve ninfear por la tierra y por la mar, si te la ha escondido el cielo o se la ha tragado el suelo y no te la quiere dar? Toda una noche y un día hemos andado tras ella llamándola. CARLOS: ¡Ninfa mía! ¿dónde estás? ROBERTO: Culpa tu estrella, pues yendo en tu compañía supiste tener tan poco cuidado que... CARLOS: Yo estoy loco; Roberto. No me des más pesares. ROBERTO: ¿No me dirás el fin? Si no te provoco a enojo también, ¿adónde vamos hechos caballeros andantes? Carlos, responde. CARLOS: Tras los hermosos luceros de Ninfa. ROBERTO: Si los esconde el cielo para alumbrar con ellos la tierra y dar al sol rayos y arrebol, Carlos, pidelos al sol, que no los podrá negar; que entre sus rayos dorados por su resplandor divino estarán aposentados. CARLOS: ¡Ay, Roberto, que imagino que están sin luz y eclipsados! ROBERTO: ¿Qué quieres decir en eso? Que no te entiendo, confieso. CARLOS: Que Ninfa es muerta. ROBERTO: Señor: siempre recela el amor. el más dañoso suceso; que el amor todo es recelos en las sospechas y celos, en la ausencia, en el desdén, hasta que seguro el bien corre al engaño los velos. CARLOS: Roberto: espera. ROBERTO: ¿Qué dices? CARLOS: ¿Son antojos del deseo de mis venturas felices lo que en estas ramas veo? ROBERTO: Serán hojas y raíces. CARLOS: No es sino Ninfa, Roberto, o el deseo me ha engañado. ROBERTO: Eso será lo más cierto. CARLOS: ¿No es aquel ristre bordado y aquel bonete cubierto de plumas prendas dichosas de su beldad celestial? ROBERTO: Hoy en tu centro reposas. CARLOS: ¡Ninfa, Ninfa! ROBERTO: Al viento igual exceder sus plantas osas; que debe de huír de ti, pues no responde a las voces que le has dado desde aquí. CARLOS: Mal un amante conoces. Mi bien, aguarda. ¡Ay de mí! Como sombra me has burlado cuando te toqué engañado. ROBERTO: Como delincuente ha sido que de tus manos ha huido y la capa te ha dejado, porque hacerte toro a ti fuera la comparación más pesada. CARLOS: Estoy sin mí; ciertas mis sospechas son. ROBERTO: ¿Cómo? CARLOS: A Ninfa han muerto aquí, o la está despezando alguna fiera. Yo voy pasos por su sangre dando. ROBERTO: A Píramo y Tisbe estoy en Ninfa y en ti mirando. CARLOS: Su misma muerte has de ver. Árboles que habéis de ser de mi desdicha testigos, a un triste mudos amigos si amigos puede tener; peñas duras, troncos huecos, cuevas lóbregas, sombrías, monte oscuro, prados secos a quien da lenguas tardías el aire de vuestros ecos; escasas y turbias fuentes, arroyos que sois serpientes de esta cumbre despeñados, primero hielos atados, ya desatadas corrientes; ansí todos os veáis con lo que más deseáis por la generosa mano del sol rubio y del verano, que de Ninfa me digáis adónde está Ninfa, ¿adónde? ¿Dióle muerte alguna fiera? ¿Nadie a mis voces responde? ROBERTO: Aguarda, señor, espera, y a quien eres corresponde. CARLOS: Déjame morir, Roberto. Sepulten mi cuerpo frío las grutas de este desierto; de Ninfa soy, no soy mío, sin ella mi fin es cierto. Prendas queridas y halladas por mi mal, de vuestro dueño dadme nuevas regaladas, porque me parecen sueño todas las glorias pasadas. ¿Dónde está Ninfa? ROBERTO: Señor ¿cómo te han de responder? CARLOS: Alma les dará mi amor; pero Ninfa no es mujer, aunque nació en Valdeflor, para que pueda morir. Viva está, yo he de seguir mis suspiros y alcanzarla; y en las estrellas buscarla cuando de mí quiera huír. ROBERTO: ¡Quién tal de tu amor creyera! CARLOS: Mi bien, aguárdame, espera, que si al cielo te has subido alas al Amor le pido. ROBERTO: ¡Linda está la ventolera! Amadís y Galaor andamos hechos de amor sin que la dicha nos sobre, hasta que en la Peña Pobre estés penando, señor. CARLOS: Roberto, Amor lo concierta. A Ninfa en tierra o en mar he de buscar viva o muerta. ROBERTO: Comiénzala a vocear. CARLOS: ¡Ninfa, Ninfa! ROBERTO: A esotra puerta.
Sale un LABRADOR
LABRADOR: Si buscáis una mujer de hermosura celestial, diosa o ninfa, al parecer, por este blanco arenal al aire intenta vencer. No sé qué lleva; parece cierva herida, según va, y ansiosa el agua apetece de este río, donde ya el névado pecho ofrece. Ya dejó la blanca arena y entre la nevada espuma parece ahora sirena con quien no es bien que presuma ser hermosa la que suena en el mar napolitano despeñada y enriquece el campo de cristal cano. CARLOS: Roberto, a Ninfa parece. ROBERTO: Darle voces será en vano, que no nos podrá escuchar. CARLOS: Lleguémonos a la orilla donde las podamos dar. ROBERTO: La noche podrá encubrilla, que ya comienza a bajar. Ya no se ve. CARLOS: ¿Qué ocasión puede moverla, Roberto? ROBERTO: No sé. CARLOS: ¡Extraña confusión! ROBERTO: El quererla es lo más cierto; que ésta es propia condición, Carlos, de toda mujer a quien más amor obliga. CARLOS: Roberto, ¿no puede ser que, enamorada, me siga, y que llegase a entender que fue por darme ocasión para dejarla, y que así huyo de la obligación? Sígueme. ROBERTO: Ya voy tras ti. CARLOS: ¡Ninfa, Ninfa!
Vanse CARLOS y ROBERTO
LABRADOR. Locos son. Ni al hombre ni a la mujer entiendo qué podrá sér. Ahora se han arrojado al río y pasan a nado entrambos, al parecer; pero no es muy seguro el paso. Voyme, que la noche empieza, con mis cabras paso a paso.
Dicen dentro CARLOS y ROBERTO
CARLOS: ¿Vienes? ROBERTO: San Juan de Cabeza. CARLOS: ¡Ninfa, Ninfa! LABRADOR. ¡Extraño caso!
Vase el LABRADOR, y sale NINFA, de pobre
NINFA: No hay cosa, Señor, que pueda estorbarme que con tanta diligencia os busque y siga, que vos propio me dais alas, y como de amor me habéis herido, Señor, el alma, herida y llena de fuego vengo, como cierva al agua. Ninfa soy ya de los ríos, y la cabeza bañada de la espuma saco a tierra cortando las líneas plata. Aquí ha de estar mi remedio, conforme la soberana voz del cielo me dio aviso que por su Ninfa me aguarda. La noche obscura se cierra y las estrellas más claras de negras nubes reboza y tempestad amenaza. Ya con agua y con granizo los lóbregos senos rasgan, y al soplo del viento gimen sacudidas estas ramas, y contra mí, al parecer, agora con justa causa se conjuran noche y nubes, vientos, peñascos y plantas. Pero allí, entre aquellas peñas, diviso una luz. Sin falta la cueva debe de ser de Anselmo, cuyas hazañas heroicas pregona el cielo. Ésta es la dichosa entrada y ésta es la puerta. ¿Qué bien a esta pobreza se iguala? ¿Qué corte a esta soledad? A este palacio, ¿qué alcázar? A esta humildad, ¿qué grandeza? ¿Qué ventura a dicha tanta? Quiero llamar, aunque rompa de su tranquila bonanza las treguas. ¡Anselmo, Anselmo! ¡Anselmo, Anselmo!
Dentro
ANSELMO: ¿Quién llama? NINFA: Una mujer que el rigor de las nubes besa y baña con lágrimas tus umbrales. Ábreme, Anselmo, levanta. ANSELMO: Perdona, mujer; que yo no puedo abrir. Pasa, pasa delante y déjame solo en mi quietud, que no faltan adonde ampararte cuevas. NINFA: Tu persona es necesaria, Anselmo, para mí agora, que he venido en tu demanda. Mira que me envía el cielo.
Sale ANSELMO, ermitaño, muy viejo y vestido de palmas, con linterna
ANSELMO: ¿Quién eres? NINFA: Soy una esclava del demonio, una mujer la mayor y la más mala pecadora que ha tenido la tierra entre todas cuantas ha sustentado y sustenta. Soy, al fin, Ninfa. ANSELMO: Levanta, ya te conozco. ¿Qué quieres? NINFA: Anselmo, echada a tus plantas vengo a confesar mis culpas y a que me limpies el alma, que por la mano piadosa de Dios, Anselmo, guïada, a nado pasé este río, adonde supe que estabas. Dame, Anselmo, la más fiera, la más dura, la más rara penitencia que mujer haya hecho en carne humana; que he ofendido mucho al cielo. ANSELMO: Esa contrición bastaba para infinidad de culpas. Levanta, Ninfa, levanta, y pluguiera a Dios que yo en cuarenta años que pasan que ha que vivo en esta cueva vestido de secas palmas, siendo hierbas mi sustento y dos peñascos por cama, hubiera medrado, Ninfa, en la conciencia, en el alma, tanto como tú en un día no más. NINFA: ¡Qué humildad tan santa! ANSELMO: Entra en esta cueva, adonde jamás entró humana planta después que yo vivo en ella sino tú agora, y aguarda del cielo largas mercedes, que la mano soberana de Dios quiere hacerte ninfa del cielo. NINFA: En las penas largas del infierno mis delitos, Anselmo, apenas se pagan.
Vanse. Salen CARLOS y ROBERTO mojados, que han pasado a nado
CARLOS: Ya piso tierra, Roberto. ROBERTO: ¡Lindamente, Carlos, nadas! CARLOS: Gracias a Dios que la arena toco; a pesar de las aguas.
Sale ROBERTO como nadandoen seco
ROBERTO: Aún estoy yo todavía en el golfo. CARLOS: Pára, pára, que va estás nadando en seco. ROBERTO: ¡Hablara para mañana! Nunca más burlas con ríos; que tienen bellacas armas. Nade un delfín que lo entiende, hijo y vecino del agua, que de aquí adelante soy, si el demonio no me engaña, de parte de los mosquitos que en pipas de vino nadan. ¡Buenos estamos, por Dios! Pasados de este otra banda por el agua como huevos. ¡Oh, cinco veces mal haya quien sirve a loco señor, quien tras vanos cascos anda, hecho fantasma en la tierra y hecho labanco en el agua! Pues la noche nos ayuda, agua, Dios, hasta mañana, agua abajo, y agua arriba, ella es famosa empanada. Tiempo pato, tiempo sopa, tiempo hongo, tiempo rana, tiempo muela de barbero, tiempo arroz, tiempo linaza. ¿En qué ha de parar aquesto? ¿Soy garbanzo, soy patata soy abadejo, soy berro? ¿Qué me quieres? CARLOS: Ninfa, aguarda. ¿Adónde estás, dónde huyes? Roberto. ROBERTO: ¿Qué es lo que mandas? CARLOS: ¿Divisas a Ninfa? ROBERTO: ¡Bueno! ¡La pregunta está extremada! Pues no sé si estás ahí sino sólo cuando hablas, ¿y dices si la diviso? ¡Famosamente despachas mis servicios! CARLOS: Pues, Roberto, vamos los dos a buscarla. ROBERTO: Estoy aguado, no puedo y a un rocín, sin tener alma, cuando lo está, no le corren, o de corrido descansa, aunque si ya los criados plaza de rocines pasan, ya he cerrado en tu servicio. Viejo estoy, échame albarda, ponme a una noria, que suelen al caballo de más fama cuando ya no es de provecho, en las más prósperas casas, dar este pago los dueños y las dueñas o las amas, y más si sabe estas cosas la duquesa de Calabria. CARLOS: No hay Calabria ni hay Duquesa; sola Ninfa es la que manda dentro del alma, Roberto. ROBERTO: ¡Nunca yo a verla llegara, nunca yo la conociera! CARLOS: La más lóbrega y extraña noche es que he visto.
Suena dentro ruido de cadenas arrastrando
ROBERTO: ¿No escuchas, si no es que el miedo lo causa, Carlos, un son de cadenas? CARLOS: Los sentidos acobarda. ROBERTO: ¿Nosotros, señor, habremos venido a parte que vayan nuestros nombres solamente a Cosencia? CARLOS: ¡Cosa rara! ROBERTO: En este desierto debe de andar penando alguna alma de las que ha sacado Ninfa con la pistola o la espada sino es acaso la suya que a la violencia del agua rindió la tirana vida que ha sido CARLOS: Roberto, calla, que la belleza de Ninfa es inmortal, y no basta la muerte a vencerla.
Suena ruido
ROBERTO: ¿Escuchas? Ya se acerca la fantasma. CARLOS: No temo nada, Roberto. ROBERTO: Ya sé, y mucho más batalla con estómagos de viento, que pasan las estocadas por el aire y queda un hombre en brazos de una tarasca que le hace harina los huesos, sin mirar, ni tocar nada.
Suena ruido
De veras va esto. Se acerca. CARLOS: No temas, que la mañana, desmentidora de sombras de la noche oscura helada, abre las puertas al sol y reciben las montañas en fuentes de peña viva racimos de oro y de nácar, y no hay temor que amedrente cuando a la tierra acompañan los rayos del sol. ROBERTO: Agora entre aquellas peñas pardas parece que un monstruo viene andando hacia acá y arrastra, una cadena por tierra. ¡Pesada, espantosa carga: notablemente me asombra! CARLOS: No es monstruo, cosa es humana que con el largo cabello lleva cubierta la cara y el cuerpo de pardas pieles. ¡Prodigiosa vista! ROBERTO: Espanta. CARLOS: Una calavera lleva en la mano izquierda y rasga con la derecha y con una piedra el pecho. ROBERTO: Ella es extraña penitencia.
Sale NINFA como se ha dicho por una puerta y éntrase por otra
CARLOS: Ya se vuelve huyendo, que al viento iguala como nos ha visto. ROBERTO: Pienso que es mujer. CARLOS: Y no te engañas. El alma me da, Roberto, que es Ninfa, y me lleva el alma. ROBERTO: ¿Ninfa vestida de pieles con cadena y con la amarga de la muerte imagen fea, rompiendo la no tocada nieve de su pecho? Es sueño, es burla. CARLOS: Mujer, aguarda, si eres Ninfa o sombra suya a mi voluntad ingrata. Carlos. soy.
Dentro
NINFA: No te conozco, hombre. No me sigas. CARLOS: Pára, refrena el ligero curso. NINFA: Busca a Dios. ROBERTO: Ése te valga, y de esta sombra te libre que te sigue y no te alcanza; y ansí me da un amo cuerdo, que no es pequeña ventaja.
Vanse. Sale NINFA sola como antes, de penitencia
NINFA: Si esta persecución, Señor, importa para regalo mío, vengan muchas, que siendo Vos mi amparo no las temo, aunque me sigan con mayor extremo. Anselmo, a cuyos pies mis culpas dije y me dio la divina Eucaristía, dándome esta cadena en penitencia, que fue cilicio suyo y esta dura peña con que mi pecho y mis entrañas con la memoria de la muerte fiera de acero duro las convierte en cera, y aquestas pieles de animales fieros, segunda vez pasar me manda el río y que apartada de él en la otra banda en la gruta más áspera procure adelante llevar mi pensamiento, porque vemos ejemplos cada día del mal que causa nuestra compañía. Barca parece que hay dentro del río y el barquero ha saltado en tierra agora, que con la lluvia de la noche oscura soberbio raudal lleva, y la creciente es imposible que pasarla intente, menos que en puente o barca, y quizá el cielo por esta parte me encamina.
Sale un BARQUERO
BARQUERO: ¿Quieres pasar, mujer, el río? NINFA: Sí, quisiera, que me importa pisar la otra ribera. BARQUERO: Entra en la barca, pues. NINFA: No tengo cosa que darte. BARQUERO: Eso no importa, si eres pobre. Vamos, camina aprisa. NINFA: El bien te sobre.
Vanse. Salen ROBERTO y CARLOS
CARLOS: Sombra debió de ser, Roberto, aquélla, que el viento la llevó. ROBERTO: Los que han perdido todo es antojos cuanto ven. Concluye imaginando que perdiste a Ninfa y que si bien te quiere ha de buscarte, y que si no, que es imposible cosa, aunque corras la tierra en busca suya, ni aunque surques el mar a vela y remo, que la mujer olvida con extremo. Advierte que eres duque de Calabria, que tienes por mujer tan gran señora, que lo menos que tiene es ser legítima hija de un rey de Nápoles, y mira no te castigue el cielo. CARLOS: Como cuerdo, Roberto, me aconsejas; yo estoy loco. Dar vuelta procuremos a Cosencia ROBERTO: Hace como quien es vuestra excelencia.
Da voces dentro NINFA
NINFA: ¡Que me ahogo! ¡Socorro! CARLOS: Voces suenan. ROBERTO: Serán de ganaderos. NINFA: ¡Que me ahogo! CARLOS: Voces son de mujer; guía, Roberto, a la puente. ROBERTO: ¡Notable desconcierto!
Vanse. Sale el BARQUERO arrastrando a NINFA de los cabellos por el tablado
NINFA: ¡Que me ahogo, piedad! BARQUERO: No saldrás, Ninfa, con lo que intentas esta vez, ni el cielo ha de poder librarte, ni ese viejo Anselmo, mi enemigo. ¡Muere, ingrata, que el mismo a quien serviste ése te mata! No has de lograr la penitencia. ¡Muere! Pues has sido mi esclava en mi servicio, que no te has de alabar de la vitoria del haberme dejado a tan buen tiempo.
Sale el ÁNGEL custodio
ÁNGEL: Ya no es tu esclava, cese tu castigo. Ninfa es del cielo. Apártate enemigo. BARQUERO: ¿Hasta aquí me persigues? ¿Qué me quieres? ÁNGEL: Quitarte a Ninfa. BARQUERO: Vesla ahí. ÁNGEL: Barquero infernal, vete agora. BARQUERO: Yo me parto; mas yo me vengaré. ÁNGEL: Vete, enemigo. Sígueme, Ninfa. NINFA: Ya, mi bien, te sigo.
Vanse. Sale la DUQUESA y todos los que puedan con ella de casa
UNO: Aquí vueselencia puede, si quisiere, descansar. DUQUESA: Ya no hay, Ortensio, lugar para mi descanso. Excede la pena al mayor descanso, el pesar al mayor gusto, que puede mucho un disgusto.
Sale un PASTOR
PASTOR: Tienes de pagarme el ganso. DUQUESA: ¿Qué tiene ese labrador? PASTOR: Señora, pues me ha escuchado, un criado mal criado tuyo entró por Valdeflor cuando pasó por allí agora su señoría, con toda la fantasía que en toda mi vida vi; y al pasar della laguna una pedrada tiró a un ganso, y me le mató sin helle cosa ninguna, y no me quiere pagar lo que vale. DUQUESA: ¿Quién ha sido? PASTOR. A fe, si hubiera querido la señora del lugar que estuviéramos mejor de lo que estamos tratados, pues tien vasallos honrados. DUQUESA: No os aflijáis, labrador. Hacedle dar lo que vale, y vuélvanle luego el ganso. PASTOR: Dios le dé mucho descanso, porque la presencia iguale siempre a tan grande valor como muesa aquese pecho. DUQUESA: Venid acá: ¿qué se ha hecho Ninfa? PASTOR: Dejó a Valdeflor, y por su bellaquería o poco recato, en fin, la gozó un hombre roín estando allá en su alquería, y burlada la dejó; y ella, loca y agraviada, por quedar de éste vengada bandolera se tornó; hasta qué enviando el rey un tercio de infantería, su furia huyó en compañía de un caballero sin ley que dicen que era casado, y aun hay quien ha dicho aquí que era el duque... DUQUESA: Acaba, di. PASTOR: De Calabria, y que le ha dado la palabra de matar a su mujer, que diz que es una santa, y que los pies no le merece él besar. ¿De qué lloráis? DUQUESA: Hame dado compasión esa mujer. PASTOR: Otra tal encontré ayer viniendo tras mi ganado de esa montaña al pasar. Sentíla que caminaba, que atrás el viento dejaba sin volver, hasta llegar al río, donde se echó, y un hombre que la seguía con otro en su compañía dándole voces, cortó también el agua tras ella. DUQUESA: ¿Cómo la llamaba?' PASTOR: El nombre no le escuché bien. DUQUESA: ¿Y el hombre? PASTOR. Era de presencia bella y que moviera a respeto a cualquiera su persona. DUQUESA: (A fuego y sangre pregona Aparte en público y en secreto la Fortuna contra mi guerra de celos crüel. El duque es éste, y si es él ya el bien y la paz perdí; porque, aunque son ilusiones los celos imaginados, cuando son averiguados son ciencia sin opiniones. Quiero averiguarlos más.) ¿Conoces a Ninfa? PASTOR: No; porque después que murió su padre, nunca jamás los de Valdefior la vimos, hasta que, siendo mayor por el campo a Valdeflor trocó, aunque todos sentimos el faltar de su lugar en extremo. DUQUESA: ¿Esa mujer que encontraste, puede ser de ese modo? PASTOR: Que pensar con aqueso me habéis dado; porque huyendo del furor del rey, con tanto valor puede ser se haya escapado y yo no la conociese; pero el galán, ¿quién sería, que tan loco la seguía? DUQUESA: Puede ser que el duque fuese. PASTOR: La presencia era, pardiez, de duque o de gran señor. DUQUESA: Llevad este labrador; que he de salir esta vez, Ortensio, de mi sospecha. PASTOR: ¿Dónde me quieren llevar? DUQUESA: Guía hacia el mismo lugar que dices. UNO: No te aprovecha querer dar excusas ya. DUQUESA: Llevadle. PASTOR: ¡Señora! DUQUESA: ¡El coche, hola! PASTOR: ¿Vine de allá anoche y he de volver hoy allá? UNO: ¿Qué importa, pues interesa paga, que mil leguas ande? ¿No basta que te lo mande mi señora la duquesa? PASTOR: ¡Nunca yo pidiera el ganso! DUQUESA: (¡Qué me cuestas de desvelos, Aparte Carlos! Mas ¿cuándo los celos dieron al alma descanso?)
Vanse todos. Sale NINFA sola
NINFA: Tente, aguarda, esposo amado. ¿Cómo te vas y me dejas, y de mis brazos te alejas? ¿Qué nuevo amor te ha llevado? ¿Tampoco estás satisfecho, dejándome en triste calma del que me enamora el alma y del que me abrasa el pecho? Dormida me habéis dejado y os vais, Señor, ¿cómo es esto? Volved a casa tan presto. ¿Me habéis, mi bien, olvidado? ¡Ay, que me abraso, por vos! Volved, gloria de mi vida, que estoy de amores perdida. Tomad el alma, mi Dios. Volved, no me deis enojos, porque, entretanto que voy tras vos, mi bien, Ninfa soy de las fuentes de mis ojos. Árboles, fuentes y peñas, al alma no le escondáis, que porque de él me digáis, yo os daré todas las señas. Es a la parda avellana semejante su cabello; al blanco marfil, su cuello; sus mejillas, a la grana; su frente es nevada falda, que de mil claveles rojos termina, un valle; sus ojos son dos soles de esmeralda; corona las niñas bellas de celajes carmesíes; sus labios llueven rubíes; sus dientes nievan estrellas. ¿Hay quién de él me diga, hay quién me le enseñe? Peñas duras, arboledas, fuentes puras, decid, ¿dónde está mi bien?
Se asoma CRISTO en la fuente
CRISTO: ¡Ninfa! NINFA: eñor, ¿dónde estais? CRISTO: Aquí en esta fuente estoy. NINFA: Allá a ser Narciso voy, si vos, Señor, me miráis. CRISTO: Llega, llega. NINFA: ¡Esposo mío, mi bien, mi Señor, mi Dios! CRISTO: Presto, Ninfa, de los dos, ya que en tu valor confío, el desposorio verás; que a las vistas vengo así. Presto partirás de aquí y al sol belleza darás, y para no ser ingrato amante, lo que esté ausente, Ninfa mía, en esta fuente te dejaré mi retrato, aunque es imposible estar ausente de nada yo. NINFA: ¡Mi bien, Señor!
Desaparece el CRISTO. Asómase CARLOS en lo alto, encima de la misma fuente
CARLOS: No igualó al viento vela en el mar, como tras Ninfa me lleva el pensamiento forzado de mi enemigo cuidado en demanda de su cueva; que mudando el pensamiento del amor que me tenía, en estos montes porfía ser prodigioso portento. Y así tras sus pasos voy, celoso y determinado, que de ver que me ha olvidado corrido en extremo estoy; y aun rabio de verla ansí de otro dueño enamorada. Toda ésta es peña tajada, no puedo pasar de aquí. NINFA: Mi bien, no os vais tan aprisa, dadme un abrazo, Señor, que quedo muerta de amor. CARLOS: Aquélla que se divisa sóbre aquella fuente agora es Ninfa, si no me engaño. NINFA: ¿Por la imagen de mi daño truecas la que el alma adora? Fuente, ¿qué es esto? ¡Ay de mí! Pues donde el cielo me honró, del perro que me mordió el retrato miró en ti.
Alza los ojos arriba y quiere huír
Allí está el original: huír quiero. CARLOS: ¡Extraña cosa! Mi bien, aguarda, reposa. NINFA: Causa de todo mi mal, déjame. CARLOS: Aguarda, o si no me despeñaré de aquí. NINFA: Si se despeña de allí vengo a ser la causa yo de perderse un alma, y son los peligros que recelo extraños. Si aguardo...¡ay cielo!... ¿qué haré en tanta confusión? CARLOS: ¿Cómo es posible que olvidas tanto amor y voluntad? NINFA: Sigo, Carlos, la verdad del cielo; el bien no me impidas. Déjame, que ya no soy, Carlos, la que conociste; ya soy una sombra triste, ya con otro dueño estoy. Dios ha tenido de mí lástima, y me ha remediado, y matrimonio he tratado con Él. Carlos, vuelve en ti; que ya soy de Dios esposa, y tuya no puedo ser; vuélvete con tu mujer, que es honesta y virtuosa. Ya yo no estoy de provecho para el mundo, que me tira otro pensamiento; mira hecho pedazos el pecho, sangriento el cuerpo y llagado, porque con, esta cadena que arrastro por tierra en pena, y prisión de mi pecado, justamente le castigo toda la noche y el día, que ha sido del alma mía mi más mortal enemigo. Todas las cosas se acaban, Carlos, y la edad ligera lleva nuestra primavera a la muerte y no se alaban los homenajes apenas que pudieron resistir a los tiempos sin rendir a la tierra sus almenas. Carlos, tu vida gobierna en lo mejor de tus años, pues ves tantos desengaños, que hay muerte y hay pena eterna.
Vase
CARLOS: Venturosa penitente, ya que esa causa te aleja de mí, que te bese deja las plantas. Ninfa, detente.
Vase también. Salen la DUQUESA, ROBERTO y toda la compañía con ellos
ROBERTO: Señora, en esta ocasión que debes tanto a Roberto, siguiendo sin seso al duque como a tu cuidado pienso injustas o justas cosas quien no obedece sirviendo a su dueño, y más en éstas que no han tenido remedio. Para el suyo te ha traído, sin duda, señora, el cielo, porque en estos montes anda sombra y engaños siguiendo. DUQUESA: Aunque el duque me aborrece, Roberto, le adoro y quiero más que a mí misma, y ansí ansiosa a buscarle vengo. La fama, que siempre ha sido de todas nuevas correo, me avisó de la jornada del duque y de su suceso. Sin poderme resistir partí de Cosencia luego, encaminada a este bosque de mi amor y de mis celos, que con sola mi persona reducir acá los pienso sin darle a entender que han sido causa mis rabiosos celos. Pártete con la mitad de mis criados, Roberto, hasta que el duque encontréis, diciéndole cómo quedo cazando en el bosque a causa de haber venido a este puerto en devota romería a ver la ermita de Anselmo, un varón santo que dicen que vive en este desierto, y me entretengo cazando en tanto que a verle vuelvo, encubriendo lo posible que ha sido otra causa. ROBERTO: Hoy veo en ti un romano valor. DUQUESA: Que he sabido que a lo mesmo se ha detenido, y que estoy loca de gusto y contento. ROBERTO: Vamos. DUQUESA: Quizás pondré ansí a mis desdichas remedio. ROBERTO: Huélgome, porque salgamos de ser amantes del yermo.
Vase
UNO: Puesto que de tus sospechas hayas visto los efetos, diviértete, si es posible, que te matarán los celos. OTRO: ¿Quieres que echemos un gamo porque le mates? UNO: Yo creo que uno corta aquellas ramas agora. DUQUESA: Matarle quiero; haré verdad el achaque y con él lisonja al dueño que adoro y huye de mí. UNO: Tírale y pásale el pecho con el venablo. DUQUESA: Camilo, rayo será de mis celos. OTRO: Cayó en tierra.
Tira el venablo la DUQUESA, y dice NINFA dentro
NINFA: ¡Muerta soy! DUQUESA: Voz humana fue.
Sale NINFA con el venablo atravesado
NINFA: Ya el cielo venganza de tantas vidas ha tomado en mí, que en tiempo ninguno puede faltar la verdad de su evÁNGELio. Quien a hierro mata es justo que muera también a hierro. DUQUESA: Llegad y mirar quién es. NINFA: ¿Eres tú la que me has muerto? DUQUESA: ¿Quién eres? NINFA: Una mujer que ha ofendido mucho al cielo y que pago mis pecados de esta suerte. DUQUESA: ¡Él es portento prodigioso! NINFA: Ya, señora, que en las manos vuestras muero, decid quién sois. DUQUESA: La duquesa de Calabria, que entendiendo que eras algún animal, entre estas ramas he hecho cosa que me pesa tanto. NINFA: Justamente me habéis muerto, porque os he ofendido, mucho. DUQUESA: ¿Quién eres? NINFA: Un monstruo fiero de Calabria, un basilisco, una víbora, un incendio. DUQUESA: ¿Quién eres, mujer, al fin? NINFA: Ninfa soy. DUQUESA: ¡Válgame el cielo! ¿Tú eres Ninfa? NINFA: Yo soy Ninfa, que pago lo que te debo; perdóname en este trance las ofensas que te he hecho, porque morir a tus manos son soberanos secretos. DUQUESA: Admirada estoy. ¿Qué hacías de tal suerte? NINFA: Estaba haciendo penitencia de mis culpas.
Sale CARLOS
CARLOS: ¡La duquesa aquí! ¿Qué es esto? ¿Quién te ha muerto, Ninfa? NINFA: Carlos, no te alteres, que es del cielo en mi predestinación inexcrutable rodeo. Pensando que era animal tu esposa misma me ha muerto, que, para descanso mío, es de mi muerte instrumento. CARLOS: Déjame besar mil veces esas heridas. NINFA: Al cuerpo no me toques. Tente, Carlos. CARLOS: Haré locuras y extremos. NINFA: Carlos, lo que importa más es buscar a Dios, que aquesto es regalo para mí.
Aparece el CRISTO bajando en una peana, y va subiendo NINFA en otra
CRISTO: ¡Ninfa esposa! NINFA: ¡Amado dueño! CRISTO: Nuestras bodas se han llegado. Vestido de boda espero. Venid, hermosa paloma, que ya ha pasado el invierno, y en el inmortal abril las flores aparecieron. Llegad a mis brazos, Ninfa, y Ninfa sólo del cielo. NINFA: Mi bien, mi gloria, mi esposo, por vuestro costado quiero entrarme en Vos. CRISTO: Ya estáis, Ninfa y querida esposa, dentro. NINFA: Apretadme más los brazos, mi bien, mi amor, mi remedio, que en ellos... CRISTO: Valor, esposa. NINFA: Mi espíritu os encomiendo.
Ciérrase la cortina como se abrió
CARLOS: ¡Oh, prodigio soberano! Altos son vuestros secretos, DUQUESA: Señor, notables favores a una mujer habéis hecho. CARLOS: Esto el cielo ha permitido, Dïana, para bien nuestro. Perdonad, que yo daré de mi vida tal ejemplo que admire mi penitencia. Llevemos el santo cuerpo para que dé admiración la santidad y el suceso. DUQUESA: Con la majestad debida y ostentación la llevemos para patrona. CARLOS: Y aquí da fin la Ninfa del Cielo, cuya prodigiosa vida, por caso admirable y nuevo, Ludovico Blosio escribe en sus morales ejemplos.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002