ACTO SEGUNDO


Sale ENRICO, emperador, y SOLDADOS con escalas y espadas desnudas
ENRICO: ¡Ea, nobles alemanes, hecha está la batería! Muestren hoy mis capitanes que en galas y bizarría son fuertes, como galanes. No os asombre el muro alto, de valor y esfuerzo falto, pues cuando no hubiera escalas, la fama os diera sus alas. TODOS: ¡Ea! ¡Al asalto! ¡Al asalto! ENRICO: ¡Arriba, amigos, arriba, que ya la gente tirana de esfuerzo y valor se priva! ¡Viva la fama alemana! UNO: ¡Viva Enrique cuarto! TODOS: ¡Viva!
Sale MARCIÓN, armado a lo gracioso
MARCIÓN: ¡Viva lo que Dios quisiere, y viva Marción también, que es un borracho el que muere! ENRICO: ¡Ea, soldados! MARCIÓN: ¿No ven que quedo se está? Si quiere que el soldado fuerte sea, justo es que a su dueño vea que la bandera enarbola. Todo amo manda con "hola," todo emperador con "ea." ¡Cuerpo de Cristo! consejos deje, y hazañas celebre quien honra soldados viejos, que si el capitán es liebre, los soldados son conejos.
A MARCIÓN
ENRICO: ¿Qué vos, soldado, aquí? ¿cómo no subís? MARCIÓN: Subí, y siendo, señor, soldado, ya pienso que soy quebrado, y busco un braguero. Fui al asalto y confusión, y huyendo de su apretura, no quise hacer la razón, que brindan con confitura de bellaca digestión. Manteles puestos consuelan mesas, que el manjar revelan sobre bufetes seguros, pero no lienzos de muros, que golpes se desmantelan. "Brindis," dijo un artillero; "Caraus," respondí, "patrón," y el maldito tabernero, diciendo, "haced la razón," desató en lugar de cuero un esmeril, que reparo pecho por tierra al amparo de un foso en el campo nuevo; y respondile, "No bebo en ayunas de lo caro." "Pues vaya este perdigón," replicó, y al punto arruga un mosquete el bellacón. Yo dije, "Está sin pechuga, y hoy hago yo colación." Dile lugar por la yerba, y él replicó, "Pues reserva su vida; mientras que ayuna, allá va aquesta aceituna y esta naranja en conserva." Arrojóme de repente dos pellotas enramadas, y respondíle, "Pariente, aquesas nueces moscadas vendedlas con aguardiénte." "Que me place," dijo luego, y como el caballo griego, un infierno junto arroja; mas diciendo, "El diablo coja letuario envuelto en fuego." Retiréme a las barreras, que no es poca valentía, porque si entre tus banderas hoy juega la artillería, yo soy hombre muy de veras. ENRICO: Vos sois un cobarde. MARCIÓN: Y tal, que no hallaréis igual; pero todo hombre de bien come lo que le está bien, y no lo que le hace mal.
Sale al muro BRUNO, y enarbola una bandera con las armas del imperio
ENRICO: ¡Bravo valor! ¿Quién ha sido aquel soldado valiente, el primero que ha subido al muro, para que afrente al enemigo vencido? Las águilas que enarbola, blasón de la augusta bola, por su alférez le tendrán. MARCIÓN: ¡Vitor Bruno, capitán! Y a quien le pesare, cola. ENRICO: ¿Bruno se llama? MARCIÓN: Y mi dueño que la pluma por la lanza trocó, y en tiempo pequeño, si en escuelas fama alcanza, aquí es un Marte aguileño. No fue Hércules con Caco tan valiente, ni de Baco tan grande valor publico. UNOS: ¡Victoria! ¡Victoria! OTROS: Enrico. TODOS: ¡Viva Enrico! OTROS: ¡Al saco, al saco!
Salen MILARDO y SOLDADOS
MILARDO: Si tu augusta majestad pretende gozar despojos, de esta rendida ciudad, yo he visto dos soles rojos de más divina beldad. No es digno su resplandor sino de un emperador; mas si no los goza Enrico, premia hazañas, te suplico, de Milardo con mi amor. Cuando el oro a todos sobre, merezca yo que posea belleza que mi fe cobre, que no es bien que presa sea de un soldado humilde y pobre. Por sólo aqueste interés, pídeme hazañas después a medida de tu gusto.
Salen BRUNO y VISORA
BRUNO: Un soldado, invicto augusto, sus labios honra a tus pies. ENRICO: No están, Bruno, bien premiados ansí, ni su fama abonas, que yo los vi levantados hacer de muros coronas, por tu esfuerzo conquistados. Brazos tengo con que honrarte, si a falta de los de Marte, los de un emperador son bastantes. BRUNO: Por tal blasón, otra vez quiero besarte tus sacros pies; pero ¿quien te dijo mi nombre? ENRICO: Den, a pesar de olvidos viles, los pinceles y buriles fama y nombre a cuantos ven las hazañas que este día te ilustran, y no te asombres que sepa tu nombre; fía de mí, que inmortales nombres te ha de dar tu valentía.
Reparando en VISORA
¡Qué belleza celestial! BRUNO: De tu valor imperial es sólo merecedora. ENRICO: ¿Cómo te llamas? VISORA: Visora. ENRICO: Dí, serafin celestial. Cuando sólo conquistaras, Bruno, esta sin par belleza, hazañas aventajaras de cuantas la fortaleza celebra en bronces y en aras. Di quién eres pues que das mientras que triunfando estás la fama que noble adquieres, porque cuanto menos fueres, yo pienso ensalzarte más. BRUNO: Colonia, augusta ciudad, César y monarca invicto, tan ilustre entre modernos, tan celebrada de antiguos, es mi patria, y tengo en ella un padre prudente y rico, de sangre calificada entre ilustres y patricios. Nací solo, vinculando el amor, que repartido suele ser en otros padres menos, siendo más los hijos. Estudié felicemente, dando muestra en mis principios de fertilizar con letras la fama que adquieren libros. Graduéme de maestro; llevé entre ingenios divinos, cátedras que autorizaron mis años entretenidos. Gustara mi viejo padre que echara por el camino de la iglesia, por tener algunos deudos obispos; pero, Amor, más poderoso, rayo dios, gigante niño, para cuya resistencia suelen ser diamantes vidros, sujetó mis verdes años al más hermoso prodigio que encareció la belleza entre sus dulces hechizos. Evandra, ilustre, si pobre, destruición de mi albedrio, prisión de mi libertad y cárcel de mis sentidos enamorándome honesta, multiplicó desvaríos, tiranizó libertades, y dió materia a suspiros. Quíseme casar con ella; pero mi padre, ofendido de ver malograr mis letras, ya con consejos prolijos, ya con ruegos paternales, ya con enojos fingidos y maldiciones de veras, impedir mi intento quiso. Entre amenazas y miedos en su presencia me dijo, "Plegue a Dios te sea traidor, Bruno ingrato, el más amigo, la prenda por quien me dejas te quite a tus ojos mismo; ella te desprecie, odiosa, pagando amor con olvido." ¡Ay, Diosl ¡qué bien se cumplió! No pasaron, señor, siglos, años y horas, que los cielos, con desdeñoso castigo, en fe de estas maldiciones, el conde Próspero, indigno de la amistad profanada, que le llamaba Zopira, enamorado de Evandra y ella del estado rico, que interesó con quererle, dando a sus quejas oídos, juntáronse en yugo ciego, dejando desvanecidos deseos, entre esperanzas de seis años de servicios. Casáronse al fin los dos, y viéndome aborrecido de mi padre, de mis deudos, y lo que es más, de mí mismo, salí a buscar muerte honrosa, creyendo hallar el olvido, de celos desesperados, entre armados enemigos. Supe que aquesta ciudad, rebelde al valor invicto de tu majestad cesárea, temor del planeta quinto, te negaba la obediencia, y sus infieles vecinos, armándose contra ti, despreciaban tus edictos; que con tu campo imperial la ponías cerco y sitio, honrando con tu presencia tus alemanes presidios. Alistéme por soldado, batióle el muro prolijo, postrando montes de piedra, abortos del fuego en tiros. Hízose la batería, y publicaron los bríos de tu venganza el asalto, de los rebeldes castigo. Celos y amor con desprecio pudieron tanto conmigo, que desesperado y loco, alentado de los gritos con que animabas cobardes, no hazañas, mas desatinos, me subieron el primero sobre los muros altivos de la rebelde ciudad, y sobre el mayor castillo las águilas imperiales puse, si amante, atrevido. Bajé al saco, codicioso, y mientras despojos ricos robaba el atrevimiento, llorando viejos y niños, en el más noble palacio que ilustra con edificios la ya rendida ciudad, entro, y de rodillas miro a los pies de un vil soldado el asombro peregrino de esta belleza hechicera, si hermosuras son hechizos. Determinaba forzarla sin refrenar sus suspiros torpezas que en pechos viles se rinden al apetito. Impedíselo, piadoso, pedísela, comedido, a rescate, y respondióme soberbio y desvanecido. Pero yo, que de ordinario al noble acero remito lo que la lengua no alcanza, de amor y vida le privo. La noble presa consuelo, su honor precioso redimo; pagado en perlas que llora y ensartan preciosos hilos. Supe que era única prenda del más ilustre vecino de esta ciudad, que a tus armas muerto, pagó sus delitos; y juzgando su belleza por intercesor, benigno, contra tu enojo severo, a tus pies, augusto invicto, la presento, confïado que premiando este servicio, y consolando estos ojos, perdonarás los rendidos. ENRICO: Con muchas obligaciones, Bruno, noble, has adquirido el favor que hacerte pienso, de tus nobles partes digno. Hidalga sangre te ilustra, letras te han engrandecido, hazañas te dan valor, despojos me has ofrecido merecedores de premios, no sé si diga divinos, pues me confieso, aunque César, de tu cautiva, cautivo. Siendo, pues, Bruno famoso, cuerdo, sabio, bien nacido, valeroso y liberal, justo es ser agradecido, y honrar mi paz y mi guerra desde este punto contigo. Acreditando privanzas, que en ti ilustrar determino, gobierna mi augusto estado, y entre las armas y libros, da consejos y haz hazañas, reparte cargos y oficios. Esa divina hermosura en tu lealtad deposito; sé alcaide de ese tesoro y ángel de ese paraíso. Celos de la emperatriz temo que han de ser castigo del amor con que me abrasa. No la vea, que imagino que la vida han de quitarla mis forzosos desatinos, puesto que a quererlo el cielo, le agradeciera propicio. Si en las sienes de Visora pudiera el laurel invicto de mi corona ufanarse, o la que al sol dora signos. Mi esposa, Bruno, es aquésta que a recibirme ha venido desde mi corte imperial. Mientras que favores finjo con que a los suyos engañe, sirve a quien el alma humillo; guárdamela cuidadoso, y haz que tenga amor a Enrico.
Vase el emperador ENRICO
BRUNO: ¡Oh, maldiciones dichosas! ¡Oh, amorosos laberintos, en los fines provechosos, si fieros en los principios! ¡Oh, desdenes bien premiados! ¡Desengaños no entendidos! ¡Amistades mal pagadas! Ya os adoro, ya os estimo. Por vosotras honra adquiero, a privanzas me sublimo, cargos intereso honrosos, mi sangre noble autorizo. Si a logro pérdidas dan tal ganancia, desde hoy digo con César, que me perdiera si no me hubiera perdido. VISORA: Añade a esas dichas todas, si a mi amor, Bruno, te obligo, la voluntad que te tengo, y en vano honesta resisto. Bruno, tu cautiva soy, de atrévimientos lascivos de un soldado me libraste, de mi honor defensa has sido; agora, pues, que deudora la fama que has ofendido, premios te ofrece del alma que en medio del pecho cifro, ¿será razón que violentes tan generosos principios, y consientas que profane lo que defendiste, Enrico? No lo permitan los cielos, ni el valor que he conocido en tu invencible nobleza, a quien mi esperanza rindo. Padres ilustres me han dado, si no dicha, nobles bríos para defender mi fama, que ya por tuya la estimo; del soldado me libraste, líbrame también de Enrico, que no mudan la deshonra, Bruno, sujetos distintos. Mi dueño eres, sé mi esposo; tesoros tengo infinitos de la fuerza de la guerra seguramente escondidos. En la calidad te igualo, y en el amor excesivo te llevo tantas ventajas como es el tuyo testigo. Con honra, Bruno, me hallaste; con ella también te pido me dejes, o no te nombres de honor y nobleza digno. BRUNO: Visora, los desengaños sonaron locos hechizos en mí de promesas vanas, que ya sepulta el olvido. No más crédito engañoso, no llantos de cocodrilos, pues escapé, gloria al cielo, seguro de sus peligros. El emperador te adora; es mi señor, yo le sirvo; tú eres suya de derecho, por despojo le has cabido. No afrentan deshonras reales; pues tu fortuna lo quiso, ama al César, y perdona. MARCIÓN: (A eso voy y aqueso digo.) Aparte VISORA: ¡Oh, avariento mercader! ¡Que el interés ha podido tu valor poner en venta, y la fama que te fío! Pues mira bien lo que haces, que si pierdo el honor mío por tu causa, he de trocar en rigores vengativos el amor que te he mostrado. BRUNO: Anda, y deja desatinos.
Vase VISORA
MARCIÓN: ¿Y yo podréme volver a mi lacayil oficio y servirte? BRUNO: Si, Marción; que puesto que ingrato has sido, quiero perdonar tus faltas. MARCIÓN: Ya son chazas, señor mío; pelota rasgada soy, pero si medro un vestido, vuelto a tu casa dirás. vuelve a casa pan perdido.
Vanse los dos. Salen la EMPERATRIZ, MILARDO y acompañamiento
EMPERATRIZ: ¿Que es tan bella, Milardo, la cautiva? MILARDO: Ojos deslumbra y ánimos derriba, vencida vencedora, a mí me hechiza, al César enamora. Si no ataja con tiempo sus desvelos, en el infierno de la envidia y celos llorará vuestra alteza competencias de amor en su belleza. EMPERATRIZ: No tendrá Enrico, a quien el alma he dado, el gusto de su amor tan estragado, que puesto que en ausencia cualquier belleza me haga competencia, ya que le he visto alegre, me prometo las ventajas de amor, siendo su objeto. Pero ¿quién fue el soldado que, atrevido, tal presa ha presentado al César, dando causa a mis enojos, materia a celos y a su amor despojos? MILARDO: Bruno, extranjero y ppbre, porque soberbia la bajeza cobre, más loco que valiente y animoso, subió el primero al muro temeroso, enarbolando al viento, águilas del imperio, en cuyo asiento fijando el estandarte, dio materia a su ventura y fin a su miseria, pues obligado Enrico a su esfuerzo o locura, certifico a vuestra majestad que le ha entregado en guerra y paz vuestro imperial estado. É:ste, rendido el muro, a la ciudad bajó, donde seguro de la muerte, que a míseros perdona, mientras el campo el saco real pregona, despreciando riquezas, despojos busca sólo de bellezas; y salióle dichosa su fortuna aun hasta en esto, pues hallando una ostentación hermosa de la naturaleza prodigiosa, a Enrico la presenta, con que su fama y su favor aumenta, pues rendido el Augusto a sus amores, de cargos carga a Bruno y de favores. Los despachos le entrega de este imperio; que en fin, es pasión ciega la voluntad enamorada y loca, y no es el alma a resistencias roca. En fin, Bruno, señora, es el depositario de Visora, y porque guarda al César la cautiva, el imperio gobierna, y con él priva. EMPERATRIZ: Subió el villano presto; presto caerá del encumbrado puesto. Medios ruines no son escalones que iustentan privanzas y ambiciones y más si los derriban celos y agraviós que en furor estriban. Mujer soy agraviada y poderosa; para su muerte basta estar celosa. Mas ¿qué es esto?
Salen LEIDA, dama, con guitarra, y dos SOLDADOS que la conducen prisionera
SOLDADO 1: A tu alteza prisionera presento esta belleza, que huyendo de la furia que a esta ciudad castiga por su injuria, estos montes vagaba y sus penas cantando disfrazaba, pues con su melodía orbes paraba y vientos suspendía. EMPERATRIZ: ¿Eres música? LEIDA: Templo males con la paciencia, y al ejemplo de los trabajos míos, suspendo con acentos desvaríos; y como es propio efeto de la música obrar en el sujeto según sus calidades, aumentando a tristezas soledades, y al contento alegría, penas, cantando, a penas añadía; que el triste, gran señora, mejor entonces canta cuando llora. EMPERATRIZ: Si la música aumenta la pasión del sujeto en quien se asienta, canta envidia y desvelos, porque celos aumentes a mis celos; crecerá la esperanza que tengo, en mis agravios, de venganza.
Canta
LEIDA: "El que buscare ponzoñas de tal virtud y poder que maten a sangre fría, busque celos en mujer. El que venganza desea contra el olvido y desdén, gue dan la muerte viviendo, busque celos en mujer. Quien basiliscos buscare, áspides quisiere ver, y onzas, hurtados sus hijos, busque celos en mujer." EMPERATRIZ: Basta, no prosigas más; todo aqueso vengo a ser, ponzoña, venganza, tigre, basilisco y áspid fue contra Bruno mi sospecha. De mi venganza crüel verá efectos, pues que loco buscó celos en mujer.
Vase la EMPERATRIZ
SOLDADO 1: ¿Qué esto? La Emperatriz arrojando rayos fue por los ojos; si sus perlas, llamarlos rayos es bien. MILARDO: Celos la abrasan el alma, y de su infierno crüel siento penas inmortales en que me abraso también. Envidia de la privanza en que encumbrado se ve este Bruno venturoso, en mí muestra su poder. Pero canta, Leida hermosa, que si la música es suspensión de penas tristes, las que siento suspendré.
Canta
LEIDA: "El que en los príncipes fía, y a la cumbre del poder por el favor va subiendo, mire cómo asienta el pie. Por escaleras de vidro sube el privado más fiel, y es fácil cuando descienda o deslizar o romper."
Sale BRUNO, lleno de memoriales que le van dando, y MARCIÓN, con él suspéndense oyendo cantar
"Aun en el cielo no tuvo seguridad Lucifer, pues no hubo más de un instante desde el privar al caer. Efímera es la privanza, mudable el más firme rey. Hoy derriban disfavores al que ensalzaron ayer."
Vanse todos cantando, y quedan BRUNO y MARCIÓN
BRUNO: ¡Que mal pronóstico anuncia la música que he escuchado. Del augusto soy privado. ¿Si mi caida pronuncia el acento temeroso que agora acabo de oír? Hoy que comencé a subir, ¿el caer será forzoso? Fui desdichado en amores; por la guerra los dejé, a Enrico el cuarto obligué; mas mujeres y señores son fábricas sobre el viento porqqe el amor y, privanza ponen silla en la mudanza, y es peligroso su asiento. MARCIÓN: ¡Qué lleno de peticiones te ha ocupado la ambición! Ayer dabas petición al poder, hoy las dispones. A tal subir y privar presto ser monarca esperas. BRUNO: Acertáras si dijeras, a tal subir, tal bajar. MARCIÓN: ¿Pues qué tienes que temer? ¿Qué recelo hay que te espante? BRUNO: ¿Que no hubo más que un instante desde el subir al caer? ¡Oh, riesgo de la ambición! ¡Oh, peligros de un vasalio! MARCIÓN: No hay hombre cuerdo a caballo, pero tente tú al arzón, pues con la carrera arrancas, y luego no tengas miedo, aunque también yo caer puedo, porque en fin voy a las ancas.
Sale ENRICO
ENRICO: Bruno, como es niño Amor, no sabe tener sosiego; atormenta, como es fuego; da priesa, como es furor. Al hermoso resplandor de Visora cera he sido; Ícaro soy, que he caído del cielo de mi grandeza; las plumas de la firmeza a su sol se han derretido. ¿Parécete que pretenda, mis tormentos dilatando, sus favores obligando, y que entretanto me encienda, o que enamorado ofenda leyes de la cortesía, y gozándola este día, aunque obligaciones tuerza, muestre al mundo que no hay fuerza, en poder ni en monarquía? BRUNO: Gran señor, el dar consejos es de la privanza oficio, y el estar en tu servicio puede suplir años viejos. Los príncipes son espejos del mundo, y tú en el sagrado solio imperial asentado, es razón que alumbres más. ¿Y qué luz después darás si eres espejo quebrado? Visora al fin es mujer, que, aunque cautiverios llora, y su muerto padre agora, después te vendrá a querer. La justicia en el poder su conservación confía; ampara la monarquía la nobleza y opinión, porque el poder sin razón más parece tiranía. Aunque eres emperador, no has de usar, en cuanto amante, del poder siempre arrogante; que ruegos vencen a Amor. Sirve, no en cuanto señor, sino como enamorado; ruega y regala humillado, si al desdén quieres vencer, que no es árbol la mujer que ofrece el fruto forzado. ENRICO: Si no fueras más valiente que eres sabio consejero, no debieras al acero mi privanza. MARCIÓN: Bruno, tente. ENRICO: Persüádesme elocuente que no pretenda a Visora por fuerza cuando la adora el alma que la entregué; pero ya, villano, sé que en mi ofensa te enamora. Suelta la llave que ha sido guarda suya, y la ocasión de tu privanza. MARCIÓN: (Al arcón, Aparte ¡cuerpo de Dios!) BRUNO: Si ofendido estás porque persuadido de mi lealtad te aconsejo, perdóname, que ya dejo desde aquí de aconsejar, porque te puedo quebrar siendo, gran senor, mi espejo. Como la verdad es dura, quiebra tal vez el cristal. Yo, gran señor, hablé mal; la lisonjeada ventura es blanda, y así asegura vidrios siempre delicados. Lisonjeros sean criados y pastores lisonjeros, por humildes, verdaderos, y por serlo, despreciados. Yo estoy tan lejos, señor, de ofenderte, siendo amante, cuanto desde aquí adelante con recelo y con temor de caer de tu favor. Goza a Visora y procura tu esperanza hacer segura, que cuando a tus plantas ven el mundo, no será bien resistirte una hermosura. MARCIÓN: (Eso sí--¡cuerpo de Dios!-- Aparte vístete del mismo paño; viva y venza aquí el engaño, y medraremos los dos.) BRUNO: (Padre, si os creyera a vos, Aparte mis estudios prosiguiera, y en riesgos no me metiera del favor y la privanza. Vuestra maldición me alcanza, cuanto justa, verdadera.) ENRICO: Hoy, Bruno, a privar empiezas. Si te quieres conservar, sombra has de ser y imitar en palacio las grandezas. Vuelve a consolar tristezas, que si tu discreción sabe agradarme, el cargo grave gozarás que te di agora. Sácame, Bruno, a Visora; tráela aquí; toma la llave. Pero, detente, que viene la emperatriz. BRUNO: (¡Ay, de mi! Aparte ¿Que el palacio trata así a quien con honras mantiene? ¿Que tan flaco asiento tiene en él el sublime puesto? ¡Subir y bajar tan presto!)
Sale la EMPERATRIZ
EMPERATRIZ: ¡Gran señor! ENRICO: Esposa mía. EMPERATRIZ: ¿Qué nueva melancolía os entristece? ¿Qué es esto?
ENRICO habla aparte a BRUNO
ENRICO: Si tú obediente cumplieras lo que te mandó mi amor, y necio aconsejador, mis deseos no impidieras, ni mis tormentos crecieras, ni a mi esposa alborotaras, haciendo sospechas claras que ha visto en mi turbación... EMPERATRIZ; ¿No merece mi afición que me hables? ¿No te declaras? ENRICO: Entronizar un villano, necio y desagradecido, causa de mi enojo ha sido. Díle indiscreto la mano, subió por el viento vano, y al mismo paso ha de ser fuerza que vuelva a caer: pregúntale lo demás.
Vase ENRICO
EMPERATRIZ: ¿De aquesa suerte te vas? Celos tengo, y soy mujer. Satisfacerlos conviene. Ven acá. ¿Por qué ocasión, con tan grande indignación, contra ti enojos previene? BRUNO: La culpa esta llave tiene, en que me premia y castiga quien al silencio me obliga, que ha de eslabonar mis daños por no creer desengaños. Ella la verdad te diga.
Da la llave a la EMPERATRIZ y vase BRUNO. MARCIÓN se finge mudo
EMPERATRIZ: ¿Hay tal descomedimiento? Sin responderme se fue. Yo, villano, humillaré vuestro desvanecimiento. Presto seréis escarmiento de lo que el favor se muda. Satisfaced vos mi duda, llave, pues que la sabéis; pero cuerda me diréis que sois secretaria muda. É:ste debe ser crïado del arrogante extranjero; saber de él la causa quiero por qué Enrico va indignado. MARCIÓN: (¿No es bueno, que me he quedado Aparte en el potro, donde dudo decir, aunque no desnudo, la maraña de esta danza? Todo este mundo es mudanza. ¡Por Dios que he de hacerme mudo!) EMPERATRIZ: ¡Hola! MARCIÓN: (Ya empieza a olearme. Aparte Desahuciado debo estar. EMPERATRIZ: ¿Quién sois? MARCIÓN: (Oír y callar, Aparte si es que pretendo escaparme.) EMPERATRIZ: No temáis; llegad a hablarme ¿Servís a Bruno? MARCIÓN: (Diré Aparte por senas que no lo sé, ni lo que me dice entiendo. EMPERATRIZ: ¿No me respondéis? MARCIÓN: (Pretendo Aparte de mi lealtad dar hoy fe.) EMPERATRIZ: ¿Qué tiene el emperador? ¿Por qué se partió severo? ¿Qué llave es esta? MARCIÓN: (El primero Aparte que sirve y no es hablador, he sido.) EMPERATRIZ: Acaso es traidor con el César vuestro dueño; ¿No me respondes si sueño? ¿Sois mudo? Dice que sí. Mas mudo en tal traje aquí, ¿es o no? MARCIÓN: (Cielo risueño, Aparte lleva mi engaño adelante, y sácame de este aprieto. EMPERATRIZ: É:ste me encubre el secreto con engaño semejante; mas no pasará adelante su cautelosa afición. ¡Hola! MARCIÓN: (Tres con ésta son Aparte las oleadas. ¿Qué mar te pudiera hacer tragar tantas olas, dí, Marción?)
Sale MILARDO con algunos SOLDADOS
MILARDO: ¿Llama vuestra Majestad? EMPERATRIZ: Sí, Milardo. Aqueste mudo, de cuyas cautelas dudo, de un pino al punto colgad. MARCIÓN: (¡Cuerpo de Dios! Lengua, hablad Aparte y molamos de represa.) Gran señora, a mí me pesa de no haberte respondido. Imágen conmigo has sido de milagros. Digo... SOLDADO 1: Apríesa. MARCIÓN: ...que yo me llamo Marción, sirvo de lacayo a Bruno. Fuéle el amor importuno, y por aquesta razón dejó estudios, aunque sabio; dejó amores, aunque ciego; dejó padres, galas, juego, celos, desdenes y agravio. Vino a la guerra, seguíle; subió el muro, y ayudéle; venció la ciudad, loéle; honróle Enrico, y servíle. Presentéle cierta dama, enamoróse de vella, hízole custodio de ella, fue mariposa en su llama. Quisola agora forzar, fuéle a la mano mi dueño; esto del privar es sueño; comenzóse a desgraciar. Quitóle el César la llave, temió Bruno el tropezón mudó cuerdo de opinión, que quien miente, privar sabe. Díjole que hacía muy bien, que pues era emperador, aprétase con su amor. Ayudéle yo también; réstituyóle a su gracia; iba a sacar a la moza, pero todo lo destroza si se emperra una desgracia. Salió entonces vuestra alteza, fue perro del hortelano, vio su amor, Enrico, en vano, dióle su estorbo tristeza, trocó el favor en desdén; fuése, acabóse la historia. Aquí gracia y después gloria por siempre jamás, amén. SOLDADO 1: Mudo que habla de ese modo, ¡fuego en él! Callar y huír. MARCIÓN: Reventaba por parir y eché las parias y todo. EMPERATRIZ: Yo he quedado satisfecha, celosa y desengañada, si con la verdad airada libre de amor en sospecha. No gozará su esperanza el mudable emperador, ni el villano intercescor de sus gustos, su privanza. Toma, Milardo, esta llave, goza la ocasión, discreto; saca esa mujer, efeto de mi agravio y pena grave. Llévala de aquí, no viva donde pueda darme enojos, ni hechizar con torpes ojos al César, loca y lasciva. Su jurisdicción te entrego; goza su amor entretanto que yo entre penas y llanto de menosprecios me anego.
Vase el EMPERATRIZ
MILARDO: ¡Oh, llave de mi esperanza, remedio de mi temor, premio justo de mi amor, y de mi envidia venganza! Perdone el emperador, que si su vasallo fui. Amor, que es dios, puede en mí más; así obedezco a Amor. Sacaré la prenda hermosa que mi lealtad atropella; desterraréme con ella, que si la patria amorosa menosprecio por Visora, patria, riqueza y ventura llevaré con su hermosura, y serviré a mi señora.
Vase MILARDO
SOLDADO 1: ¡Lindamente desbucháis! MARCIÓN: El temor causarlo pudo. Hacéos vos media hora mudo, veréis después lo que habláis. SOLDADO 1: ¿Hácenlo así los discretos? MARCIÓN: Para hinchazón tan odiosa es medicina famosa una gaita de secretos.
Vanse todos. Sale VISORA
VISORA: ¿Qué es esto, soberbia mía? ¿Quién os humilló tan presto a las leyes del Amor y injurias del menosprecio? ¿Vos de Bruno desdeñada, cuando pagaban deseos de espíritus generosos el ver mis ojos risueños? ¿Yo, ayer de amor simulacro, que a idólatras pensamientos pagaba en desdenes locos, siendo adorada por ellos, de un pobre soldado agora menospreciada y a riesgo de que mi fama profane Enrico, amante soberbio? Eso no, imaginaciones; prevenga mi amor primero brasas con Porcia y con Dido espadas que aliente el fuego.
Sale MILARDO
MILARDO: A daros, Visora hermosa, la libertad que no tengo me envía la emperatriz abrasada en vuestros celos. Hale declarado Bruno el amor que Enrico, ciego, os tiene, y que determina forzaros torpe y violento. Dióle la llave que veis, y juntamente consejo que os quite la hermosa vida, digna de siglos eternos. Hanme hecho su ejecutor, pero yo, que en solo véros, vivo adorándoos, Visora, si es vida vivir muriendo; si admitís servicios nobles y un alma que humilde ofrezco, leal a vuestro servicio; si agradecéis mis deseos, huír con vos determino con voluntario destierro, y mejorar amoroso la corte por el destierro. Casarémonos los dos, y con el traje grosero disfrazaremos las almas, de nobles, villanos vueltos. No respondáis desdeñosa a los nobles pensamientos, que en vez de daros la muerte os eligen por mi dueño. VISORA: ¿Bruno aconseja a la Augusta que me dé muerte? MILARDO: Esto es cierto. VISORA: ¡Oh, bárbaro, mal nacido! ¿Ya añades a tus desprecios nuevos agravios y enojos? Satisfaréme, y con ellos verás lo que es un amor vuelto en aborrecimiento. Como a ese ingrato enemigo mates, Milardo, primero, en satisfacción dichosa el alma y vida te entrego. MILARDO: Pues hoy daré muerte a Bruno.
Sale BRUNO
BRUNO: ¿A Bruno matan; qué es esto? VISORA: ¡Traidor, ingrato, villano, alma vil en noble cuerpo! Venganzas son contra injurias; castigos contra consejos. Si mi muerte deseabas, permitieras al acero del soldado violador cumplir su bárbaro intento. ¿Porque te quise me matas? ¿Porque mi opinión defiendo? ¿Porque desprecio al augusto? ¿Porque insultos aborrezco? BRUNO: ¿Qué dices, Visora bella? MILARDO: Las traiciones con que has hecho agravio a aquesta hermosura, que agora vengar pretendo. BRUNO: ¡Oh, bárbaro! ¿Tú te atreves a injuriarme? MILARDO: En este acero hallarán satisfacciones sus agravios y mis celos.
Meten mano y sale ENRICO por una parte y la EMPERATRIZ y MARCIÓ por otra
ENRICO: ¡Traidores! ¿En mi palacio desnudáis armas? Prendeldos. EMPERATRIZ: ¿Qué voces, señor, son ésas? ENRICO: Dos locos y descompuestos a la inmunidad sagrada de mi casa... MILARDO: Yo confieso cuan mal, gran señor, he andado; mas si castigar excesos contra tu fama, merecen perdón de mayores yerros, Bruno, a quien has confïado los despachos del imperio, encumbrado en tu privanza, y con tu favor, soberbio, dentro tu mismo palacio con torpes atrevimientos quiso gozar a Visora; y hubiera llegado a efecto, si con la espada en la mano, de justa cólera ciego, no impidiera desatinos traidores y deshonestos. Si no basta esta disculpa, divide de aquesté cuello la cabeza que te ofende. BRUNO: ¡Qué escucho, piadosos cielos! ¿Yo intenté tan gran delito? VISORA: Gran señor, mi honor le debo a Milardo, defensor de la joya de más precio. Verdad es cuanto te ha dicho. EMPERATRIZ: ¿Éste es, señor, el sujeto tan digno de vuestra gracia, célebre con tanto extremo? Quien deja vasallos fieles por encargar el gobierno a un humilde advenedizo, la culpa se eche a sí mesmo. Justas quejas habéis dado a mis inocentes celos, que satisfacéis confuso con vergüenza y con silencio. Si en vos, que sois la cabeza, tiene el mundo tal ejemplo, ¿qué espera la cristiandad? ¿qué harán en ella los miembros? Volved, gran señor, en vos, y a apetitos deshonestos, resistencias generosas pongan victoriosos frenos. Visora le dé a Milardo la mano, en fe que agradezco la defensa de su honor, como salga de aquí luego; y quien a vuestra privanza subió con tan malos medios, derribad, pues que es indigno del favor que le habéis hecho.
Vase la EMPERATRIZ
ENRICO: Desnudad este villano de las insignias, que han hecho, cuanto más nobles en él, más indignos sus empleos. Bástele esto por castigo, que si matarle no quiero, es por pagar, aunque ingrato, su mal empleado esfuerzo. Yo os perdono a vos Milardo, éste honrado atrevimiento, y a Visora por esposa liberalmente os concedo. Llevadla a vuestros estados, y sírvame de escarmiento para no fïar de hazañas, lo que agora experimento. Salid de mi corte, vos, que quien, su padre ofendiendo, fue contra sus canas malo, no será para mí bueno.
Vase ENRICO
VISORA: Así castiga desdenes, descortés, ingrato, el cielo. Escarmentad en vos mismo, si escarmienta nunca el necio.
Vase VISORA
MILARDO: En tres días de privanza, Bruno, serviréis de ejemplo al mundo. Presto subísteis; no es mucho que caigáis presto. Revolved otra vez libros, y estudiad, Bruno, de nuevo derechos que os hagan sabio, que en privanzas no hay derechos.
Vase MILARDO
MARCIÓN: ¿Qué privanza tercianaria es esta, señor? Tornemos, pues a tres va la vencida, desde el principio este juego. Privado eres de alquitar; quien te vió dando gobiernos en aqueste triunvirato, y agora quedarte en pelo, dirá que eres rey de gallos, que en los tres días de antruejo triunfaste, y ya te desnuda el miércoles ceniciento. Triangulada es tu ventura, para bonete eres bueno, de tres esquinas. Señor, voyme a buscar amo nuevo. Adiós, señor tres en raya, que pues contigo no medro, quien se muda, Dios le ayuda. Él me ayude, pues te dejo.
Vase MARCIÓN
BRUNO: ¡Oh, sagrados desengaños! Pues no me curáis el seso, curad mi ciega inquietud, alumbrad mi entendimiento. ¡En tres días de privanza tanta confusión! ¿Qué es esto? Fié en hombres. ¿Qué me espanto? Si crió Dios al primero, y de un soplo le infundió el alma, animando el cuerpo, por fuerza se ha de mudar si fue su principio el viento. ¡Qué confïado dormía Jonás, a la sombra puesto de una hiedra, que secó un gusanillo pequeño! Hiedra es la privanza humana; royóla la envidia, y luego faltóle al favor la sombra, quedé a la inclemencia puesto. Dichoso soy; sin razón, piadosa deidad, me quejo; embosquéme en laberintos de lazos y penas llenos. Si anduve tres días perdido, dichoso llamarme puedo, pues la salida he hallado de su confusión tan presto. No más engaños de amor, no más favores soberbios, no más príncipes mudables, no más cargos y gobiernos. Peregrino he de vivir, y pregonar escarmientos por el mundo a los mortales; conmigo el ejemplo llevo. Quien desengaños buscare, mercader soy que los vendo, pues el mayor desengaño puede en mí servir de ejemplo.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

El mayor desengaño, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002