LOS LAGOS DE SAN VICENTE

Tirso de Molina
(Gabriel Téllez)

Esta edición electrónica de AMAR POR SEÑAS fue preparada por Vern Williamsen en 2000 para incluirse en esta colección. La edición que tomamos como base para fijar nuestro texto es la de la QUINTA PARTE DE COMEDIAS DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA (Madrid: Imprenta Real, 1636).


Personas que hablan en ella

ACTO PRIMERO


En lo alto de unos riscos PASCUAL, villano, muy a lo grosero con un bastón y una honda. Por la mitad de los riscos el Rey don FERNANDO, de caza
PASCUAL: ¡Hao! Que espantáis el cabrío. ¡Verá por dó se metió! ¡Valga el diablo al que os parió! Echá por acá, jodío. Teneos el abigarrado. FERNANDO: Enriscado me perdí; Pastor, acércate aquí. PASCUAL: Sí, acercáosle, que espetado; pues yo os juro a non de san que si avisaros no bonda y escopetina la honda tres libras de mazapán, mijor diré mazapiedra ¡Hao! Que se mos descarría el hato. FERNANDO: Escucha. PASCUAL: Aún sería el diablo; verá la medra con que mos vino; arre allá hombre del diabro, ¿estás loco? Ve bajando poco a poco, no por ahí, ancia acá. ¡Voto a san, si te deslizas... FERNANDO: Acerca, dame la mano. PASCUAL: Que has de llegar a lo llano, bueno para longanizas.
Alárgale el bastón para que se tenga a él
Agarraos a este garrote. ¿Quién diabros, por aquí os trujo? Teneos bien, que si os rempujo, no doy por vueso cogote un pito. FERNANDO: ¿Qué tierra es ésta? PASCUAL: La Bureba de Castilla. FERNANDO: ¡Notables riscos! PASCUAL: Mancilla vos tengo. FERNANDO: ¡Qué extraña cuesta! PASCUAL: Llámase Espanta roínes. FERNANDO: No sé yo que haya en España tan escabrosa montaña. PASCUAL: Mala es para con chapines.
Van bajando
Dad acá la mano.
Con guante
FERNANDO: Toma. PASCUAL: ¿Hay mano con tal brandura? O sois vagamundo o cura. Echad por aquesta loma. Con tiento, hao, que caeréis. FERNANDO: ¿Hay peñas más enriscadas? PASCUAL: Manos de lana y peinadas guedejas: hao, no me oléis a poleo. Pregue a Dios que no encarezcáis la leña. FERNANDO: No malicies. PASCUAL: Pues hay dueña que las tenga como vos? FERNANDO: ¿Nunca viste guantes? PASCUAL: ¿Qué? FERNANDO: Éstos. (¡Simple es el villano!) Aparte
Vase descalzando el guante
PASCUAL: Hao, que os desolláis la mano. ¿Estáis borracho?, a la he, que debéis ser hechicero. E pellejo se ha quitado y la mano le ha quedado sana, apartada del cuero. Las mías el azadón les ha enforrado de callos; pues que sabéis desollallos hedme alguna encantación, o endilgadme vos el cómo se quitan, que Mari Pabros se suele dar a los diabros cuando la barba la tomo. FERNANDO: ¡Sazonada rustiqueza! PASCUAL: Por aquí, que poco falta de la sierra. FERNANDO: Ella es bien alta y asombrosa su aspereza. PASCUAL: Y decid, por vuesa vida, qué, ¿se puede desollar, la mano sin desangrar quedando entera y guarrida? FERNANDO: Anda, necio; la que ves es una piel de cabrito o cordobán. PASCUAL: Sí; bonito soy yo. FERNANDO: Adóbanla después y ajustándola a la mano del aire y sol la defiende. PASCUAL: ¡Qué bueno! O sois brujo o duende. ¿Pensáis, aunque só serrano burlarme? ¿No está apegada con la carne esotra? FERNANDO: No. PASCUAL: ¿No os la vi desollar yo? FERNANDO: Estaba en ella encerrada como tu pie en esta abarca. PASCUAL: Si las atáis por traviesas dejáradeslas vos presas o metidas en el arca. Mari Pabros me pedía la mía de matrimeño, y yo, como amor la enseño, dándola aquesta vacía, burlada se quedará si por Olalla la dejo; que hay mano que da el pellejo pero no la voluntá. Y porque ya estáis abajo adiós, que al hato me vó. FERNANDO: Quiero desempeñar yo las deudas de tu trabajo. Toma este anillo. PASCUAL: ¿Este qué? FERNANDO: Anillo es de oro. PASCUAL: Verá, de prata los hay acá mijores; se le daré a Mari Pabros, señor. ¿Qué es esto que relumbrina? FERNANDO: Un diamante, piedra fina. PASCUAL: ¿Lo que llaman esprendor el ruta y el boticario? FERNANDO: ¿Quién? PASCUAL: Un par de entendimientos que, a falta de pensamientos, nos habran tras ordinario y hay en nueso puebro quien mos avisa; estos que oís echan al pan negro anís para que oros sepa bien.
Sale don TELLO, desnuda la espada y en cuerpo
TELLO: Quien no cumple obligaciones de valor y de amistad pague así su deslealtad y vengue sus sinrazones. FERNANDO: Tened, don Tello, ¿qué es esto? ¿Vos con la espada desnuda? TELLO: Señor, un agravio muda leyes que amor había puesto. Cazando os habéis perdido, pero podréis os hallar a vos mismo, si excusar sentimientos sois servido de quien valor interesa y busca satisfacción. Cazad, Fernando, el blasón de igual, que es sabrosa presa digna de las majestades en que se retrata Dios. Verdades huyen de vos; seguid, señor, las verdades. FERNANDO: Pues ¿a qué fin es todo eso? TELLO: Don Diego, favorecido de vos, muchos ha ofendido, que el privar ofusca el seso; y yo que de él confié prendas de la voluntad, quejoso de su amistad en esta sierra saqué con su sangre el sentimiento de mi agravio. No sé yo si vive. Sé que quedó herido y con escarmiento. Temo el poder coronado de un Rey que se subordina a leyes que amor inclina contra la razón de estado. Siento seguirme su gente y el riesgo no da lugar a poderos declarar la ocasión que tuve urgente. Si vos la verdad seguís, que os suplico que busquéis, en los yermos la hallaréis, y si templado la oís sabréis el agravio mío; mas si os tiene el favor ciego de doña Blanca y don Diego, aunque enemigo, os la fío. FERNANDO: Don Tello, esperad. TELLO: No puedo, gran señor, aunque os adoro, que os he ofendido; al Rey moro voy a servir de Toledo.
Vase don TELLO. Sale doña BLANCA
BLANCA: Fernando generoso, a quien debe Castilla el título de reino si el de condado olvida, y en hermandad eterna acuartelados pintas castillos y leones en unas armas mismas, escucha agravios tuyos, porque entre injurias mías a ti te satisfagas, a mí me des justicia. Mi nombre es doña Blanca, ya blanco de desdichas, a quien airados cielos con triste aspecto miran. Señora de estos montes, de estas sierras altivas, mis padres castigaron por heredarlos hija. Unica fui en Briviesca, solar y casa antigua de mis antepasados; notoria fue su estima. Mis años eran pocos y menos la noticia forzosa a una doncella ya madre de familias. Don Tello de Velasco, cuyas tierras vecinas le hicieron, si no deudo, doméstico en mi villa, multiplicaba en ella frecuencias compasivas a que le ocasionaban el verme sola y rica. Menesterosa entonces de quien con manos limpias mi hacienda administrase, que en huérfanos peligra, tomóla por su cuenta, y al paso que crecían mis réditos y censos, crecieron sus visitas. Menguó en vulgares lenguas la fama, que lastiman con sombras de verdades hipócritas mentiras. Llegaron estas nuevas despacio a mi noticia, puesto que siendo malas suelen llegar de prisa. Y como la advertencia después de la puericia en juventudes nobles lo lícito limita, en lo que no lo era, por refrenar malicias, quise, si no atajarlas, honrada, reprimirlas. Para esto, vergonzosa, llamé a don Tello un día y entre vislumbres arduas examinando cifras, le dije, "Diligencias que alientan cortesías y desinteresadas, si no empeñan, obligan, han dado al ocio infame sospechas y premisas que a mi opinión se atreven, que vuestra fama eclipsan. Ya suele juzgar verde la nieve quien la vista por verdes vidrieras socorre, cuando mira. ¿Qué mucho, si villanos ociosos nos registran con maliciosos ojos, que juzguen a malicia desvelos de nobleza, queriendo que se midan con sus intentos torpes acciones comedidas? El veros tan afecto diligenciar prolijas agencias de mi hacienda por vos restitüida, remiso en vuestra casa, solícito en la mía, cuidando mis aumentos y frecuentar venidas, no siendo nuestra sangre por vínculos propincua, la edad ocasionada en vos y en mí florida; vos hombre, mujer yo, y en ellas perseguida la fama, si nos notan no os cause maravilla, que yo os juro, don Tello, que a no ser presumida aventurara aciertos de este confuso enigma. Porque oficiosas muestras después de tantos días, con tal perseverancia aunque el silencio oprima, señales acreedoras por sí mismas me avisan, que agencias sin retornos o mueren o se entibian. Ya yo me he declarado. Quien debe, y noble libra hidalgos desempeños, no quiere trampear ditas. Los vuestros reconozco y sé que se acreditan con el cortés silencio, que cuando beneficia el bien nacido, calla; porque ajustar partidas de amantes pretensiones serán mercadurías. Mirad en este caso lo que la vuestra arbitra, y sea desmintiendo los que nos fiscalizan, o limitando el verme y de mi casa y vida, si administrador, dueño creciendo a mi amor dichas." Dije, y él, cortesano, con lengua agradecida no osó afirmar con alma, que tal vez son distintas palabras de intenciones, encareció la estima de mis ofrecimientos, y con respuesta ambigua enmarañó esperanzas, puesto qué ya yo veía que amante que no otorga es fuerza que despida. Partióse a vuestra corte, y en ella comunica secretos a don Diego, cuya amistad antigua abrió puertas al alma, si es licito el abrirla en daño de tercero quien guarda cortesías. Dijo, que si me hallase, volviendo, maravilla de ausentes con firmeza, entonces dispondría su amor y mis deseos; porque aunque se edifica de piedras una casa, se cae si no se habita. Partió Tello a la guerra, y mientras se ejercita en merecer laureles, acá le descaminan la paz, curiosidades que siempre patrocinan amores, cuando el ocio a la ocasión prohija. Habíame alabado don Tello por la cifra de hermosas y discretas; estaba yo ofendida de necias dilaciones que plazos diferían, pecando de groseras por sobra de advertidas. Vino don Diego a verme cuando esta monarquía por descansar sus hombros en él su peso alivia; su amigo fue don Tello; mas siendo, como afirman, en ellos sola un alma, gobierno de dos vidas, debió tener por cierto que le pertenecía la acción de pretenderme; y para proseguirla ocasionó frecuencias, sirvióme algunos días, correspondíle grata, sus prendas conocidas, y el interés de verle, que con tu alteza priva me hicieron estimarle con fe tan excesiva, que cohechando al sueño gozaba en él su vista. Pasáronse dos meses, volvió, ya reducida Galicia a tu obediencia, don Tello a esta provincia; hallóme ya prendada, y supo que admitía, en fe de sus tibiezas, al dueño de su envidia. Disimuló pesares hasta que, vengativa, su espada en esta caza le hiere y me lastima. A tu favor se atreve, contra mi amor conspira, y huyendo tus venganzas las imposibilita. Despacha, rey, enojos que vuelen y le sigan, alas de fuego lleva la espada de justicia. Todo el poder lo alcanza; a Dios, Fernando, imita la furia de los reyes que igualmente castigan agravios coronados, privanzas ofendidas, sin reservar lugares los rayos de su ira. FERNANDO: Más siento vuestro pesar que el que mi enojo interesa; alzad, alzad. PASCUAL: Pulla es ésa; ¿qué diablos tiene de alzar? Estése quedo: ¿no veye que es nuesa ama? BLANCA: Sois rey vos, sol de España. PASCUAL: Mas, por Dios, ¿y que era su merced el reye? Somos bestias los villanos. No en balde trae otro par de manos, que para dar todo el reye ha de ser manos; deme una pata a besar.
Salen don GARCÍA y don GUTIERRE
GARCÍA: Aunque fue grande la herida no corre riesgo su vida. FERNANDO: Todo hoy ha sido azar; ¿adónde don Diego está? GUTIERRE: En esta quinta procura la piedad y la hermosura de quien hospicio le da que el regalo y la caricia disminuyan su dolor. FERNANDO: Cura por ensalmo amor. Ya, Blanca, tengo noticia de que os conocen por dueño esta quinta y su lugar; con una acción he de dar dos saludes al empeño de voluntad con que os llama el herido su acreedora, y al mal, que siempre mejora viendo a su prenda quien ama. Yo quiero, siendo el doctor, que de una vez convalezcan: méritos suyos merezcan el mío y vuestro favor. Hoy le habéis de dar la mano, que es la más justa venganza que apetece su esperanza y vuestro amor. BLANCA: Mucho gano en que esté tan por tu cuenta, gran señor, nuestra ventura, porque la envidie segura quien sus principios violenta. Pero ¿a quién tengo de dar la mano que disponéis? FERNANDO: ¿Cómo a quién? ¿Vos no queréis a don Diego? BLANCA: ¿Yo? Obligar me supo poco don Tello; pero en efecto, señor... FERNANDO: ¿Tenéis á don Tello amor? BLANCA: En los ojos puede vello vuestra alteza. Si le pido venganza de él, ¿de qué suerte le tendré amor? Caso fuerte es que a don Diego haya herido, y que ofendiéndoos a vos se ausente y huya seguro. FERNANDO: Aunque entenderos procuro, no os doy alcance, por Dios. Si don Diego os ha obligado y vos le correspondéis, ¿qué más venganza queréis que á don Tello desterrado y a su enemigo mayor dueño vuestro? BLANCA: Ya yo sé que cuando en posesión ve quien ama al competidor, se abrasa; y sé que don Tello por extremo ha de sentirlo, mas no atormenta el oírlo tanto, señor, como el vello. Venga y muera entre desvelos quien nos ofende a los dos. FERNANDO: ¿No queréis, Blanca, mal vos a quien pretendéis dar celos? BLANCA: Con tormentos más extraños satisfaré mi rigor; que estos no son, gran señor, celos. FERNANDO: ¿Pues qué? BLANCA: Desengaños. FERNANDO: Decís bien; y según eso ninguno cual yo podrá ejecutarlos; ya está quien os ha ofendido preso. BLANCA: ¿Quién, señor? FERNANDO: Don Tello. BLANCA: ¿Dónde? FERNANDO: No está la pena distinta del delito; vuestra quinta al uno y al otro esconde. Llegó, la espada desnuda, a mi presencia don Tello; humilló a mis pies su cuello, que siempre la ofensa es muda, y yo, si no vengativo, justiciero, le mandé prender aquí mientras dé don Diego, puesto que vivo, miedo al peligro. Cortarle pienso, cuando os desposéis, la cabeza. BLANCA: No querréis, señor, ese premio darle a quien os ha reducido casi un reino amotinado. FERNANDO: Su fiscal sois y abogado; justicia me habéis pedido; pues ¿cómo alegáis ahora servicios suyos? BLANCA: No son indignos de compasión los agravios. FERNANDO: Pues, señora, o vos le habéis de llorar hoy sin vida a vuestros ojos, o para atajar enojos con vos se ha de desposar. BLANCA: Como perdón se le dé los pies mil veces os beso. FERNANDO: Sosegaos, que no está preso ni aquí. BLANCA: ¿Pues dónde? FERNANDO: No sé. BLANCA: ¿Ya engañan las majestades? FERNANDO: Siempre que engañan bellezas importa que sutilezas desembocen voluntades. De la vuestra he colegido que a título de ofenderle procurábades tenerle antes preso que perdido. BLANCA: Confieso aquesa verdad. FERNANDO: Pues para desagraviarla si intentases disfrazarla, y es bien premiar voluntad de quien arriesgó su vida por lograr en vos su amor, y es digno de este favor mi intercesión y su herida, hoy habéis de ser esposa de don Diego, y yo el padrino; destierre su desatino a quien con ira alevosa aguarda que yo me pierda en estas sierras cazando, y a quien estimo engañando ofende; así, vos sois cuerda y en vuestra discreción funda su salud quien os adora. BLANCA: ¡Gran señor!... FERNANDO: Más acreedora es la voluntad segunda, que a don Diego confesáis, que la que don Tello os debe, pues a amaros no se atreve mientras celos no le dais. BLANCA: No es bastante razón ésa para que... FERNANDO: Ved a don Diego. BLANCA: No violente mi sosiego vuestra alteza. PASCUAL: ¿Reye artesa? FERNANDO: Yo gusto de esto. BLANCA: Alma mía, contra vos no hay majestad. PASCUAL: ¿Reye artesa? FERNANDO: Entrad, entrad. PASCUAL: Entre vuesa artesería.
Vanse todos. Salen tres MOROS peleando con don TELLO, y deteniéndolo ALÍ PETRÁN, también moro
ALÍ: Dejadle, deteneos, que para tal Alcides sois pigmeos; por Alá soberano que vibra Jove rayos en su mano. ¿Hay valor semejante? ¡Bárbaros, retiraos, quitaos delante. LOS TRES: ¡Muera! ALÍ: ¿Cómo que muera? A vuestras manos, desdichado fuera. ¿Hay más bizarro ALÍento? MORO 1: Cuatro alcaides ha muerto. ALÍ: Fueran ciento, fueran mil y aún son pocos para el esfuerzo suyo. Apartad, locos, retiraos, o a su lado haréis por fuerza lo que no de grado. ¿De cuándo acá, atrevidos, me desobececéis? MORO 2: Muertos y heridos piden justa venganza. ALÍ: ¡Oh, infames! por Mahoma, si os alcanza la cimitarra mía, que habéis de llorar trágico este día. MORO 1: Eres príncipe nuestro. Obedecerte es fuerza.
Vanse los MOROS
ALÍ: Envidia muestro a tu valor; sosiega, recóbrate, descansa, que no ciega la emulación honrosa, pues también hay envidia generosa. TELLO: Mayor me la ha causado tu noble proceder; ya he respirado del riesgo que corría, descanso en brazos de tu cortesía; porque en el bien nacido lo mismo es obligado que rendido. Logra victorias, toma.
Vale a dar la espada
ALÍ: No has de vencerme en todo, por Mahoma; basta que en lo hazañoso salgas, Marte cristiano, victorioso. Envaina el noble acero y págale mejor, que más te quiero, cuando obligarte trato, conmigo armado que con él ingrato. ¿Adónde ibas? ¿Quién eres? TELLO: Yo soy un escarmiento de mujeres; juego de sus mudanzas; verdugo de mis mismas esperanzas. Por una que me quiso me destierra el amor del paraíso de su hermosura ingrata; una inconstancia ausente me maltrata; una amistad aleve paga en traiciones la lealtad que debe. Un rey a quien hechiza, ciego, sus desaciertos autoriza; y porque satisfago injurias, me destierra y llevo el pago que dan pasiones reales; mas ¿cuándo se premiaron los leales? Yo, moro generoso, huyo, en efecto, amando por celoso, por noble vengativo, por vasallo de un rey ponderativo. De quejas de privados que injurian amistades, destemplados, determiné en Toledo dar lugar al rigor, sagrado al miedo, lástima a su rey moro, contento ausente a la beldad que adoro, pesar a mis amigos, venganza a envidias, al amor castigos, al olvido licencia y el alma a los peligros de la ausencia. Partí desesperado, pues todo es uno, loco y desdeñado; asaltóme esta tarde sin oirme, tu campo e hizo alarde no el valor, la locura, de enojos que juzgara por ventura. Pues siendo el morir cierto más honroso blasón es quedar muerto a manos de escuadrones que de olvidos, agravios y traiciones. ALÍ: Mucho a tu rey le debo por el agravio que me avisas nuevo; mucho a tu falso amigo, pues mi dicha estribaba en su castigo; mucho más a tu dama, pues te conozco porque te desama, aunque será excelente si es tan hermosa, como tú vALÍente. Si el rigor coronado vienes huyendo que irritó un privado y en el rey de Toledo libras tu amparo, príncipe le heredo. Alí Petrán me llamo, Almenón es mi padre, nobles amo, y a ti, que sobre todos resucitas blasones de los godos, la inclinación de Marte con mi amparo me trajo hacia esta parte; que no es la vez primera que me recibe el Tajo en su ribera, y en sus márgenes rojos ovación, si no triunfos de despojos, con risueñas señales me sale a hacer aplausos de cristales. Ya han visto mis hazañas de la ulterior Castilla las montañas, ya han llorado su estrago los elevados cerros de Buitrago. Pero ninguna presa la fama de mis armas interesa como la que hoy consigo en merecer ganarte por amigo. Marchemos a Toledo, sino es que amante persuadirte puedo, a que con diez mil hombres tu reino asaltes, tu enemigo asombres. Tu misma patria tema, Burgos te dé en su silla su diadema, y asombrando tu fama te adore por reinar tu fácil dama. TELLO: Príncipe generoso, de puro desdichado soy dichoso, dame esos pies. ALÍ: La mano ¿no es mejor? Por Mahoma soberano que me inclinas a amarte, de suerte que me atrevo a entronizarte en la cristiana villa del reino, antes condado, de Castilla. ¿Quieres hacer hoy. prueba de mi amistad? TELLO: Mi lauro es que tan nueva contigo pueda tanto. La lealtad es blasón ilustre y santo; nobleza me acompaña, no ha de infamar segunda vez a España otro Julián segundo, oprobio del Bautismo, asombro al mundo. Reine infinitos años Fernando, y denle luz los desengaños que eclipsa un lisonjero; de cuantos me prometes sólo quiero un favor que me llama a nueva dicha. ALÍ: ¿Y es? TELLO: Robar mi dama, que será fácil cosa; porque cerca de aquí, ni recelosa de asalto semejante, ni con pesar de que olvidó a su amante, al pie de la Bureva mora una quinta, donde Flora nueva, los planteles que pisa rosas la sirven y la adulan risa. La soledad ociosa y la sierra de suyo tan fragosa, que al cielo besar piensa, de sí misma presidio es su defensa. Si de sus sierras altas franqueamos estorbos, y la asaltas en el silencio obscuro, de agravios y de celos me aseguro; mis pesares mitigo, venganza cobro, injurio a mi enemigo, y viendo que pudiera destrüirle este reino si quisiera, dejándole sin daño, obligo al rey, si no le degengaño; con que ofrecerte puedo perpetua esclavitud, vuelto a Toledo. ALÍ: No digas más; mis moros, mi voluntad, mis armas, mis tesoros son tuyos; la Fortuna patrocine tu amor; cubra la luna presunciones de plata aquesta noche a tus intentos grata. TELLO: Pon tus pies en mi cuello. ALÍ: Alza y marchemos. ¿Llamaste?... TELLO: Don Tello.
Vanse. Salen CASILDA, de mora bizarram y AXA mora
CASILDA: Mira si alguno nos vio. AXA: ¿No basta que Alá nos vea si Mahoma, que desea que seas reina, se ofendió de que lleves cada día de comer a los cristianos y que por tus mismas manos los regales? CASILDA: No sería él tan santo y tan profeta si mostrase indignación porque tengo compasión de estos míseros; respeta el que es fiel todo retrato de su príncipe y en él, ya esté en lienzo, ya en papel, pena de ofenderle ingrato. Mostrar su lealtad procura, y cuando en él ve su cara, no en el lienzo vil repara, sino sólo en su figura. De Alá semejanza son los cautivos, Axa mía; él los conserva y los cría, y en esto no hay distinción de nosotros; poco va para que yo los estime, si en ellos su copia imprime y son retratos de Alá, que la materia sea o no de valor, pues le retrata, que no al lienzo ni a la plata, la imagen respeto yo. AXA: Siendo tú princesa CASILDA: ¡Ay Axa! ¡quién te pudiera decir cosas que intento encubrir y no puedo! Juzga baja y extraña mi inclinación, que una vez que no piedad, sino la curiosidad, me llevó a ver su prisión, aprendí cosas en ella con que infinitas me obliga, a que los ame y los siga. ¿Podréme yo, prima bella, fïar de tí? AXA: Si me amaras pudieras no me agraviar con tener y recelar secretos en que reparas. ¿Tan poco te estimo yo que cuando, lo que no creo, te arrojara tu deseo a amar a un cautivo? CASILDA: No; no, prima, cierra la boca; a todos juntos los amo; pero no por esto infamo mi opinión, liviana o loca. AXA: Pues ¿qué tienes que fïarme? CASILDA: Mira, después que frecuento el calabozo violento que compasión pudo darme, y curiosa de saber los misterios en que estriba de tanta gente cautiva la profesión, llego a ver, no sé si te diga engaños de la nuestra. AXA: ¿Estás en tí? CASILDA: Será, prima, frenesí que quiere eclipsar mis años. Mas nadie ya me persuada después que en su escuela asisto, que si es falsa la de Cristo no es su ley más concertada. Hallo mil contradicciones en la de nuestro Alcorán, y que sus preceptos dan licencias y no razones. Si le pregunto a un cristiano ¿cómo puede ser que Dios con naturalezas dos, siendo divino y humano, sola una persona sea? con discursos y sentencias, ejemplos y congruencias me ocasiona a que lo crea. No hay tan difícil secreto en su ley que no permita disputas con que acredita su fe el cristiano discreto. Pregunta tú a un alfaquí, o al morabito mayor, ¿por qué causa, siendo amor unidad que enlaza en sí dos almas, es bien conceda Alá, contra su decoro, ley para casarse el moro con cuantas sustentar pueda? Si le replicas diciendo que el amor pide igualdad y dando mi voluntad al esposo que pretendo es justo me satisfaga con un alma toda unida, entera y no repartida, que amor con amor se paga, responderá, "No hay cuestiones para eso en mi ley sagrada; sólo consiste en la espada su verdad, y no en razones." Yo defiendo y no disputo. Pues si no hay más fundamento, Axa, nuestro entendimiento, ¿en qué difiere del bruto? Según aquesta quimera que discursos no consiente, el que fuere más valiente tendrá ley más verdadera. De donde, porque te asombres, saco que es, en conclusión, mejor ley la del león que despedaza a los hombres. AXA: Suplícote que no trates en eso, que me das pena. CASILDA: Su ley, Axa, será buena mas huéleme a disparates. AXA: Ésa es blasfemia. CASILDA: Oye ahora. ¿Persuadiráste a creer que Mahoma, para ver los palacios que Alá mora, suba por una escalera a los siete paraísos que nos vende; y que divisos unos de otros, cada esfera conforme afirma en la Suna y en el Alcorán, dilata por ellos tanto oro y plata que empobrece la Fortuna? ¿Tanto diamante y topacio, tanta multitud de perlas que no hay ojos para verlas; tanto jardín y palacio, tanto arroyo cristalino, que siete cielos regando están perennes brotando néctar, leche, miel y vino? ¿Aquel árbol que se nombra Tubba, tan grande y frondoso, que descansa deleitoso el cielo todo a su sombra; de tanta felicidad que cada hoja es un tesoro y siendo la mitad de oro es plata la otra mitad; donde el nombre de Alá santo y de Mahoma está escrito, sin juzgarle por delito que un hombre merezca tanto? ¿Para qué tapicerías de púrpura y seda en redes adornando sus paredes, donde sin noches los días no necesitan de abrigo? ¿Para qué alcatifas tantas, si estrellas pisan las plantas de Alá y de quien es su amigo? ¿Para qué, si la sed falta, aquellas dos fuentes bellas que con cada gota de ellas de plata, Apolo se esmalta? ¿Cómo podré yo creer, sin que el seso se desmande, que cada fuente es tan grande que llega, prima, a tener sesenta mil y más leguas? ¿Hay disparate mayor? ¿Y que ofrece en derredor, por dar al cansancio treguas, más tazas y vasos, prima, que tiene estrellas el cielo, donde bebe sin recelo quien sus deleites estima? ¿Donde la torpeza goze vírgenes, si es que lo son, las que en lasciva afición el vicio torpe conoce; donde comiendo de modo que nunca el manjar enfada, para el alma no haya nada siendo para el cuerpo todo? ¿Persuadiráse el discreto que es felicidad tener necesidad de comer siendo en los vicios defeto? ¿Que necesite escalera para subir a gozar la gloria que le han de dar el moro que en Alá espera? Anda, prima. AXA: No disputo en lo que manda Mahoma. CASILDA: Consiste en que beba y coma la gloria torpe del bruto, no del alma, cuyo ser es substancia inmaterial que estriba intelectual en amar y en entender. Ríete de aquel banquete, donde coronando al vicio, desde el día del jüicio nuestro Alcorán nos promete tanto manjar sazonado, tanto vino generoso, tanto vestido curioso, tanto joyel esmaltado, dando por postre un limón a cada moro que huela y abriéndose--¿hay tal novela?-- salga de él, con perfección extraña, una dama hermosa que con su moro se enlace y en fe que le satisface, con vida torpe y ociosa, sin dividirse los dos, estén así cincuenta años; ¿son dignos estos engaños de la pureza de Dios? AXA: Señora, tú estás perdida. CASILDA: Yo, prima, me ganaré. AXA: ¿Que mucho que Alá te dé, siendo a su ley atrevida, la enfermedad que padeces? CASILDA: Antes por favor la estimo, pues los intentos reprimo de mi padre, cuantas veces me pretende dar empleo, que es intolerable pena llorarme después ajena si a mí misma me poseo. Vete y déjame gozar a solas mis pensamientos; para el triste no hay contentos como el no comunicar discursos si no es consigo. AXA: Voime, pues tú me lo mandas. (Amor, que riscos ablandas, Aparte si sospechas tuyas sigo, la princesa se enamora de algún cristiano que preso le ha mudado, como el seso, el alma, pues ya no es mora. Yo averiguaré verdades, puesto que bastantes son para su averiguación tristezas y soledades.)
Vase AXA
CASILDA: Pura esfera de cristal, cómuniquemos las dos a solas; un solo Dios sé que hay, por luz natural. Píntamelo corporal la ley de nuestro profeta, que a deleites se sujeta, que come y bebe entre flores, que en materiales amores almas y cuerpos inquieta. Enséñame la razón que si amor se comunica aquí es porque fructifica la humana propagación; no hay allá generación de individuos, porque estriba su gloria en que eterno viva quien el alma le dirige, pues ¿por qué lo torpe elige y de lo casto nos priva? Díceme la ley cristiana que en estos cautivos miro, misterios de que me admiro y casi a su fe me allana. Una deidad soberana, pura, limpia y absoluta me enseña con qué refuta del moro los fundamentos, un cielo sin elementos que el tiempo jamás disfruta. Una inmaterial limpieza que el alma llega a tener ocupada siempre en ver de Dios la naturaleza; la beatífica pureza en que su gloria se funda; una claridad que inunda potencias, que deja en calma, sobrándole tanto al alma que hasta en los cuerpos redunda. No se come, no se bebe, que allá fuera imperfección, en fogosa suspensión sólo a ver su Dios se mueve. Lo eterno juzga por breve sin que se canse en mirar de Dios el inmenso mar donde fin no se conoce, porque por mucho que goce le queda más que gozar. Todo esto está bien fundado; todo parece seguro, porque lo casto y lo puro me causan notable agrado. Sólo inquieta mi cuidado el persuadirme a entender que un solo Dios pueda ser uno y tres, sin que ninguno de aquestos tres sea del uno distinto. ¡Extraño creer! Un Dios simple y no compuesto en tres personas me pinta su ley, cada cual distinta y cada cual un supuesto. ¿De qué suerte ha de ser esto para que su fe ine cuadre? Una persona que es padre y origen de todo el bien, con un hijo, pues ¿en quién le engendra, no habiendo madre? ¿ Un hijo de luz sagrada que siempre engendra este abismo siempre se queda el mismo sin añadírsele nada? ¿Habrá quien me persüada no ser el engendrador en tiempo y edad mayor que el hijo y cuando le hereda, que de uno y otro proceda otro que todo es amor? ¡Tres con una voluntad! ¡Tres con un entendimiento! ¡Tres de un solo pensamiento y en tres sola una deidad! ¿Quién me dará claridad para no dudar después? Cielo, que mis ansias ves, enséñame de estos dos cuál es verdadero Dios.
Salen dos CAUTIVOS con azadones
CAUTIVO 1: Digo que es uno y son tres y que he acertado el enigma. CASILDA: ¡Válgame el cielo! ¿Quién da respuesta a mis dudas? Ya haré de vos más estima ley santa. CAUTIVO 2: Ganáis en fin, y que os premien es razón por sabio. CASILDA: Cautivos son que están regando el jardín, sus palabras son apoyos de esta verdad evidente. CAUTIVO 1: ¿No salen de aquella fuente distintos los tres arroyos que dan a estos cuadros vida? CAUTIVO 2: Negarlo fuera ignorancia. CAUTIVO 1: ¿No es de una misma substancia el agua en ellos unida aunque distintos los ves? Luego siendo su pureza una, en la naturaleza serán uno siendo tres. CASILDA: En este ejemplo se fragua mi certidumbre, ay mi Dios, ¿quién podrá unirme con vos para gozaros? CAUTIVO 1: El agua fue del enigma sujeto. CAUTIVO 2: Venid, que entra Alí Petrán victorioso capitán. Verémosle. CAUTIVO 1: Yo os prometo que aunque a Castilla destruye y tantos ha cautivado, su piadoso y noble agrado valor de príncipe arguye. CAUTIVO 2: Vamos, verémosle entrar.
Vanse los CAUTIVOS. Música. Todo el monte, desde la mitad arriba se abre y queda como chapitel de una torre, levantado; descúbrese en su centro una sala adornada por arriba y por abajo de sedas, y en medio, sobre unas parrillas, desnudo, San VICENTE, mártir, abrasándose
CASILDA: Agua que tiene eficacia de alcanzarme vuestra gracia, ¿dónde la tengo de hallar? VICENTE: Aquí. CASILDA: ¡Ay, cielos! una sierra abierta por la mitad, da a mis dudas claridad y mis errores destierra. ¡Qué majestüoso centro! ¿Quién es aquél que se abrasa y tantos incendios pasa fénix de paciencia dentro? ¿Hay más deleitoso espacio? El risco que ya es dosel le sirve de chapitel y su interior de palacio. ¿Podré yo saber de vos quién sois, y tener sosiego? VICENTE: Casilda, por agua y fuego se alcanza el reino de Dios. CASILDA: Ya a su doctrina obediente la ceguedad no me ofusca. VICENTE: Vicente soy. Hija, busca los Lagos de San Vicente, porque si en ellos te bañas de la enfermedad que tienes sanarás.
Cúbrese
CASILDA: ¡Qué extraños bienes escondéis, bellas montañas! Muerta por buscaros quedo; mis dichas os hallarán.
Dentro
VOCES: ¡Viva nuestro Alí Petrán por príncipe de Toledo.
Música y cajas de dentro
CASILDA: Vivid Señor, reinad vos. ¡Ay Lagos! Si a veros llego sabré que por agua y fuego se alcanza el reino de Dios.

FIN DEL ACTO PRIMERO

Los lagos de San Vicente, Jornada II  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002