HABLADME EN ENTRANDO

Tirso de Molina
(Gabriel Téllez)

Esta edición electrónica de HABLADME EN ENTRANDO fue preparada por Vern Williamsen en 2000 para incluirse en esta colección. La edición que tomamos como base para fijar nuestro texto es la del COMEDIAS DE TIRSO DE MOLINA, II (Madrid, 1907), NBAE, tomo 9.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen don PEDRO de Bustos y don ALONSO, su amigo, de noche, con MÚSICOS, por una parte, con un CRIADO con una escala, y por otra don DIEGO Hurtado de Mendoza, de camino, con botas y espuelas, y JUANCHO, vizcaíno, cargado con el cojín y la maleta en la cabeza, ridículamente vestido. Arrímanse a una parte, y mientras cantan vayan paseando el tablado don PEDRO y don ALONSO
MÚSICOS: "Si no velaran mis ojos no celebraran las dichas de los que durmiendo matan, de los que matando hechizan. Si no durmieran los tuyos, glorificaran su vista los palpitantes despojos de las más seguras vidas. ¡Ay, ay, qué desdicha! A quien mira su alma, deja sin vida." ALONSO: ¡Extraño recogimientol PEDRO: ¡Doña Ana, doña Ana! DIEGO: Avisa, Juancho, al mozo que las mulas aleje donde, escondidas, aguarden, y vente luego. JUANCHO: ¿No las asas y las pringas; aún no llegas, ya las tienes currucamientos? DIEGO: Ves aprisa. JUANCHO: ¿Tienes gana de comer? ¿Cómo no las necesitas? Juancho, matas holandeses y ya que piensas venías juras a Dios a matar holandeses del barriga. ¿Cantadoreas detienen? ¡Al diablo les das venida!
Vase JUANCHO
DIEGO: Ya que nos trujo la suerte cuanto piadosa propicia en tan dichosa ocasión, encubramos esta esquina hasta ver de estos galanes el intento. ALONSO: ¿Qué? ¿Porfía la doncelleja? PEDRO: Es de suerte, que regalos y caricias, dádivas que son de amor la mayor artillería, pasando necesidades, no han bastado a persuadirla a que le niegue al honor lo que su sangre le dicta. Vengo resuelto... DIEGO: (Esto es malo.) Aparte PEDRO: ...a escalar... DIEGO: (Función indigna Aparte de un pecho hidalgo.) PEDRO: ...su casa, si piadosa no acredita con terneza los favores que me debe, pues me anima mi amor, mi agravio, la noche, no tener quién me lo impida por estar su hermano ausente en esta ocasión. ALONSO: Pues mida tu gusto su voluntad, que a tu lado estoy.
Sale JUANCHO
JUANCHO: Retiras mulas al mozo, la guardas en un callejón metidas, gruñes mozo, mulas dije no comen paja vizcaína, no sabe de burlas Juancho darle en coz en la barriga; confesión pides, bien puedes ser su confesor. DIEGO: No impidas con tus voces la ocasión que, piadoso, en mis desdichas me ofrece el cielo. ALONSO: ¿Mejor no fuera, si pretendía tal rompimiento tu amor, que, sin despertar vecinas, curiosos linces de noche, parleros duendes de día, te valieses del silencio? Porque la música avisa a los descuidados ojos y a la vecindad incita a curiosidad. PEDRO: No, primo; porque primero querría ver si puedo con ternezas, con músicas, con caricias, ablandar este imposible dulce hechizo de ml vida. Si me ofreciese esperanzas, más piadosa, más rendida, que entreteniendo deseos paguen finezas debidas, iré engañando temores, y si en prudente porfía se resiste, atropellando respetos del oprimirla a que por fuerza mitigue mis pasiones. ALONSO: Pues prosiga tu gusto su intento. PEDRO: Canten, y a aqueste balcón te arrima para obligarla a que salga si se resistiera. DIEGO: Mira, Juancho, que no te divisen. JUANCHO: Juras a Dios que barriga tienes junto a puerta falsa y resuello que le quitas. MÚSICOS: "Abre, pues, divina aurora, esa oriental celosía, saldrá para el cielo el sol y para mi noche el día." PEDRO: ¡Ah doña Ana! ¡Ah dulce dueño! Abre, pues mi amor te anima. MÚSICOS: "Rayos fulminan tus ojos que, a un tiempo matan y miran. ¡Ay, ay, qué desdicha! Que quien mira sin alma deja sin vida."
Sale doña ANA Hurtado de Mendoza a la ventana
ANA: Caballeros, si lo sois, pudiera la cortesía moveros a no infamar los blasones que autorizan estas antiguas paredes que, aunque ausentes, vivifican los Hurtados de Mendoza, solar de esta casa antigua. ¿Qué pretendéis desluciendo el honor que me acredita, a quien el sol presta rayos y a quien el cielo da envidias? ¿Qué fineza en mí habéis visto, qué señales, qué premisas de mal nacidos deseos, de esperanzas mal perdidas? Caballeros que pretenden con apariencias fingidas, si pensáis que antiguos bandos y enemistades antiguas han de amedrentar mi honor para que su fuerza os rinda, no debéis de haber mirado que alientan la sangre mía de los Hurtados Mendozas las no manchadas reliquias; idos luego de la calle, o por las luces divinas, que en escuadras mal formadas mis pretensiones animan, que en defensa de mi honor, que en mi pecho se acredita, rayos fulmine mi diestra, aborten mis ojos iras. JUANCHO: Dicho lo dicho señora, firme como vizcaína; Juancho tienes, tente en buenas Curtusca perra judía.
Va a salir y don DIEGO le detiene
DIEGO: Juancho, detente. ¡Bien haya quien a los suyos imita! JUANCHO: ¡Juras a Dios...! PEDRO: Ana hermosa; cánsate de ser esquiva con quien hoy se obliga a honrarte dándote para que vivas hacienda, no te resuelvas, y advierte que si porfías no estimando ofrecimientos ni acreditando caricias, que, forzado del amor que mis deseos animan, alborotando memorias que muertos hoy resucitan, me arrojaré... ANA: ¿Cómo es eso? PEDRO: ...a que por fuerza... ANA: No digas razones que, imaginadas, ofenden antes que dichas. ¿Tú has de atreverte a vïolar el solio donde autoriza mi castidad su pureza, mi virtud su esencia misma? ¿No te cansan altiveces? ¿No te ofenden demasías, que ocasionando a mi padre, le forzaron a que viva ausente, si ya no es muerto, dejando al tuyo sin vida por desmentirle? PEDRO: Doña Ana, esas memorias me animan; abre, o llegaré una escala, pues hacerlo facilita no tener reja el balcón. ANA: ¡Que esto los cielos permitan! ¡Villano! ¿Con tal vileza piensas lavar el antigua mancha de tu casa? DIEGO: ¡Ah pesia! JUANCHO: ¿Qué pesia, que te imaginas? ¿que le aguardas, que no sales, y ¡zis, zas? PEDRO: Apercebida la traigo, llegadla aquí.
Llegan la escalera al balcón
ALONSO: Abre, acaba. ANA: ¡Fementida canalla! Si no del suelo, del cielo aguardo justicia. PEDRO: ¡Oh, pesia tanta paciencia!
Sube don PEDRO
ANA: ¡Justicia, cielos! JUANCHO: ¡Maldita, ánima seas! ¿qué esperas?
Sale JUANCHO y apártale don DIEGO
DIEGO: Quita, aparta. Bien podía. Baje acá, hidalgo, aunque miento; que quien con mujeres libra las venganzas de su espada tiene mucho de gallina.
Baja don PEDRO de la escalera
Considere que esta casa es, según tengo noticia, de un Hurtado de Mendoza A quien la fama acredita con valerosas hazañas; de quien, si acaso se olvida, dará entera relación el luto de la capilla adonde su padre yace; mudo ejemplo que le avisa que no se atreva soberbio a derramar valentías con quien por mujer no tiene fuerzas para resistirlas. ¡Por cierto, brava facción; empresa honrosa y altiva; venganza bien satisfecha, y a poca costa adquirida! ¿Con una dama rigores? Mas no es mucho--¡por mi vida!-- que valientes de alfeñique tomen venganzas de almibar. Esta sí--¡cuerpo de Dios!-- era acción bien parecida, con propia sangre ganada y a estocadas adquirida, no con mujeres. Acaben, dejen la calle. ANA: ¿Hay tal dicha? ........................... PEDRO: Hombre o diablo, ¿quién te obliga a que incites mi rigor? ANA: Hombre o ángel, ¿quién te envía a que mi casa defiendas? DIEGO: Sólo la razón me incita. ANA: Señor, ¡zis, zas! PEDRO: Si eres loco, presto tendrá tu osadía el castigo con la muerte. ALONSO: ¡Matadle! ¡Muera!
Embisten todos con él
DIEGO: Oprimida la cólera por los ojos, ardientes rayos conspira. Diego Hurtado de Mendoza soy, canalla. ANA: ¡Hermano! DIEGO: Grita, que a castigar mis ofensas el mismo cielo me envía. PEDRO: ¡Muera, matadle! JUANCHO: ¡Zis, zas! ¡Muera esta perra judía!
Métenlos a cuchilladas don DIEGO y JUANCHO
ANA: ¡Dios te libre!
Dentro
PEDRO: ¡Muerto soy! ALONSO: Huyamos. CRIADO 1: A la justicia llamen.
Salen don DIEGO y JUANCHO
JUANCHO: ¡Juras a Dios, liebres, si aguardas hago cecinas! DIEGO: Muerto queda. JUANCHO: Ya le mueres, patadas des en el Chinas; confites pides. DIEGO: ¡Hermana! ANA: Diego, ¿estás herido? DIEGO: Aprisa, échate por esa escala. ANA: Ya me arrojo. JUANCHO: Escucha, mira; si tienes algo que comas, arroja. ANA: No. DIEGO: ¿Que eso pidas? JUANCHO: ¿Ni vino? ANA: Tampoco. JUANCHO: ¡El diablo juras Dios, que caminas! DIEGO: Juancho, las mulas volando saca de León aprisa al camino de Rioseco. JUANCHO: ¿En ayunas? DIEGO: Qué, ¿aún porfías? JUANCHO: Lleva el diablo las muelas que tienes si no ejercitas.
Vase JUANCHO. Hablan dentro
UNO: Saquen luces a esas rejas. OTRO: A don Pedro--¡gran desdicha!0-- han muerto. OTRO: Por aquí van. DIEGO: La confusa vocería nos cerca; ponte en mis brazos, que en la diligencia estriba nuestro remedio. ANA: ¡Ay de mí! Hermano, salva tu vida, que yo no importo. DIEGO: Acabemos.
Cógela en brazos
¡Adiós, pues, ciudad antigua; adiós, casa solariega, que mis pasados tenían por defensa, por sagrada, que mi fortuna me obliga que deje vuestras paredes!
Dentro
UNO: Por acá. DIEGO: Mas si porfía Diego Hurtado de Mendoza, que sus blasones no olvida, clavará un clavo en su rueda por que pare en sus desdichas.
Vanse. Salen don LUIS Hurtado de Mendozay RODRIGO, criado, y otros de camino; don LUIS con hábito de Calatrava
LUIS: Rodrigo, dile al cochero que por allí era mejor, que éste es mal paso. RODRIGO: Señor, sabe... LUIS: Rodrigo, no quiero. Déjame ver este campo que ha veinte años que dejé. RODRIGO: La noche lo impide. LUIS: A fe que adonde la planta estampo he venido más de dos veces a cazar, y allí diviso, sí, ya la vi, la casa...¡Válgame Dios, cuánto me alegro de vella! ...de placer de don Rodrigo. Fue mi verdadero amigo; todo el tiempo lo atropella, pues murió en la juventud de su edad, buen caballero, de cuya desdicha infiero que también en la quietud llega presto el ramalazo de la muerte. Este arroyuelo me ha servido de consuelo. Ya a León corto pedazo nos queda. No hay una legua si ya no me acuerdo mal. RODRIGO: Sabe, pues, que es arenal este que pisamos. LUIS: Tregua pone al cansancio el gozar de estos árboles y fuentes, cuyas honradas corrientes aun no saben murmurar. Cuando pasé por aquí, mis hijos, aun por crïar, sin madre a quien apelar de mi ausencia, iba sin mí. La yegua que me llevaba dos mil veces maldecía, y al paso que ella corría mi corazón arrancaba. ¡Cuántas veces por los dos hijuelos quise volver! Y lo hiciera a no tener temor y respeto a Dios. Envidia a tener llegara del muerto, y al mismo punto su rostro helado y difunto recelé que me llamaba. Veinte años ha que partí de esta ciudad, y otros tantos ha que entre tristeza y llantos a mis desdichas nací. No he sabido de mi casa en este tiempo, y de mí no han sabido.
Dentro
UNO: Por aquí. OTRO: Seguidlos. DIEGO: ¡Ah, suerte escasa que me persigues! LUIS: ¿Qué es esto? RODRIGO: Como ya va amaneciendo un hombre admiro corriendo, señor, hacia aqueste puesto. LUIS: Voces distintas escucho.
Dentro
OTRO: Ataja; por aquí van.
Salen don DIEGO con doña ANA
DIEGO: ¿Dónde, desdichas, irán mis pasos? Pero no es mucho, si de vosotras nací, que me persigáis. ¿Qué es esto? En más peligro estoy puesto; ya la esperanza perdí. ANA: Diego, procura librarte. DIEGO: Sin ti, ¿cómo he de poder dejándote a perecer? ANA: El corazón se me parte. LUIS: ¿Quién va allá? DIEGO: Un cuerpo sin alma a quien persigue la muerte, y como el alma le falta, aunque le mate, no muere. Mas ¿quién lo pregunta? LUIS: Un alma que a buscar su cuerpo vuelve, que ha días que le perdió y no vive hasta tenerle. DIEGO: La risa de la mañana, que sólo en esto parece que me es el cielo propicio, ilustre señor, me advierte vuestro venerable aspecto; que aquesas sondas de nieve son el iris que bonanza a mis naufragios promete. Esa cruz que os cruza el pecho me anima, porque no puede pecho con tan nobles armas no ser piadoso y prudente. Soy noble, aquésta es mi hermana; mujer sabia, ilustre y fuerte, afrenta de las pasadas, envidia de las presentes; de vos me atrevo a fïarla, seguro que un noble siempre de honor favorece y honra a quien del quiere valerse. Si vais a León, os pido que procuréis que no lleguen a vengarse mis contrarios con su infamia o con su muerte, metedla en un monasterio; si vais a otra parte, denme vuestros labios la noticia, para que, si el cielo quiere librarme, vaya a serviros. LUIS: Caballero, tiempo es éste en que no importan palabras; el rey me ha hecho mercedes, en premio de mis servicios, de que en Oviedo gobierne su distrito, y voy ahora a tomar posesión; quede por mi cuenta la opinión de esta señora, que en este punto la he constituido por mi hija, y aunque pese al mundo, la he de amparar aunque mil vidas perdiese. Con esto partid seguro; mirad que llega la gente. DIEGO: Guárdeos el cielo. LUIS: Acabad, avisadme a Oviedo. DIEGO: Queden mis esperanzas con vos, que si el tiempo les concede a mis desdichas alivio, que me prodiguen y ofenden, Diego Hurtado de Mendoza pagará tantas mercedes.
Vase don DIEGO
LUIS: ¿Cómo, cómo? Aguarda... RODRIGO: Al viento en la ligereza excede. LUIS: ¡Válgate Dios por rapaz lo que has crecido! ANA: Que llegue a vuestros pies no os asombre quien ya por su padre os tiene. LUIS: Tomad, señora, mis brazos, que, como padre, os ofrecen defenderos y serviros. ¿Cómo os llamáis? ANA: Si mi suerte me hubiera dado ventura, de noble sangre deciende, Ana Hurtado de Mendoza. LUIS: Ea, las lágrimas no pueden dejar de salir. Rodrigo, ve al punto que el coche espere y mete aquesta señora en él, y por que no lleguen a conocerla, un volante cubra su rostro, y advierte al cochero, si llegasen a reconocer, que siempre digo que es doña Ana mi hija y que al camino atraviese de Oviedo, que no he de entrar ya en León. ANA: El cielo aumente . tu vida. RODRIGO: Vamos, señora. ¡Confuso voy!
Vanse doña ANA y RODRIGO
LUIS: ¿Qué me quieres Fortuna? ¿Cómo dispones mis desdichas de esta suerte? ¿Cuando pensé que venía entre los brazos alegres de mis hijos, los apartas de mis ojos y previenes otras mayores desdichas? Cánsate ya de ofenderme. Bien me pareció el rapaz, alentado es y valiente, es hijo de buena madre. ¿Qué le obligará que deje su casa? ¡Qué confusión! Dios te libre y Dios te lleve a mis ojos. La rapaza es como un oro y parece varonil. ¡Dios me la guarde!
Dentro
UNO: Ataja, que ya está cerca. OTROS: Por aquí, por aquí.
Sale JUANCHO con dos frenos y la espada desnuda
JUANCHO: Lleves el diablo quien tanto corres. LUIS: ¿Quién va allá? JUANCHO: Un hombre que tienes mucha gana de comer y menos de que le cuelgues. LUIS: ¿De quién huyes? JUANCHO: De gallinas plumas escribanos tienes, garras tienes alguaciles, alones tienes corchetes, y cuerpo tienes soplones, mulas quitas lo que sientes el freno arranco y les dejo sin timón que les gobierne. ¿Tiénele pan su merced? LUIS: Sin duda crïado es éste de Diego. Decid, soldado, si acaso decir se puede: ¿servís a don Diego Hurtado de Mendoza? JUANCHO: Mi amo es ése, aunque pese al mundo. LUIS: ¡Ah noble nación! Pues no es tiempo aquéste de dejarle; aquesta bolsa tomad, amigo, y diréisle que su padre se la envía. JUANCHO: Su padre ha mucho que mueres. ¿Qué diablos dices? LUIS: Andad, que yo sé bien que él me entiende; atravesad ese monte, que esos riscos que pretenden ser columnas en que estriban del hemisferio los ejes le esconden. JUANCHO: Pues ¿hacia dónde cámina? LUIS: A mí me parece que a Oviedo. JUANCHO. ¡Juras a Dios que si no vienes la muerte que le tienes de seguir, aunque el diablo se le lleve! Mas sin bebes y sin comes; buen consejo me parece poner el freno del mula, así entretendrás los dientes,
Pónese un freno delante y otro detrás
Juancho, y el hambre también. Ya el uno puesto lo tienes y esotro póngole aquí, que, pues no comes ni bebes ya pues de nada le sirves hasta que el tiempo le llegues, bien es, Juancho sin ventura, que ambos agujeros cierres.
Vase con los dos frenos
LUIS: Ya el coche va atravesando. Diego, Dios te libre y lleve a mis brazos y a mis ojos; Ana, venturosa suerte te dé el cielo por que entrambos seáis en dolor tan fuerte el báculo de mi vida y el descanso de mi muerte.
Vase. Sale TORIBIA con capa aguadera, a lo asturiano, y con aguijada, y LUCÍA, su criada, de la misma suerte; haya ruido de carretas y cantará LUCÍA al son del ruido de la carreta
LUCÍA: "Que ya as doncelas de León libertadiñas son. O rey Mauregato, menguado y traidor, al cordobés moro en feudo las dio. Dios nos guarde el rey que las libertó que ya as doncelas de León libertadiñas son." TORIBIA: Locía. LUCÍA: ¿Qué mandas? TORIBIA. Ten esos güeyes aguidados y pazcan en esos prados sin las coyundas también. Échales heno. LUCÍA: El mohino en la laguna bebió; pero luego que acabó la echó por otro camino, aunque poco más sobida de color. TORIBIA: Mis güeyes son, Locía, en toda ocasión, de condición muy comprida, si un arroyo se desata y beben por su decoro, al punto pagan en oro lo que bibieron en prata. Cuando los hace cosquillas el prado alegre y sotil, si le comen peregil le vuelven albondiguillas. Cuando de esta sierra el rizo de la nieve el hielo afila y a estas faldas se destila con perpetuo romadizo. si de cualquiera manera abrigo los damos luego, tortas nos dan para el huego de bizcocho de galera. Corteses por maravilla son siempre, si en mi conciencia, que hacen una reverencia, que quiebran una costilla. Todas las virtudes se hallan en ellos, pues, divertidos, son güenos para maridos que sufren, comen y callan. LUCÍA: Esto de ser saterica, ¿cuál diablo te lo ha enseñado? TORIBIA: Cualquier villano es lletrado si a las malicias se aprica. Desunce los güeyes. LUCÍA: Voy. Verá lo que hace el bragado zagüey.
Vase LUCÍA
TORIBIA: En aqueste prado me asiento, cansada estoy. ¡Válgame Dios que es de ver amanecer la mañana con su capote de grana cuando juega al esconder el sol, que aún no conocido con halagos lisongeros, mos viene haciendo pucheros tembrando y recién nacido! ¡Válganme en esta ocasión todos los siete durmientes!
Échase al pie del monte a dormir, y dice LUCÍA dentro
LUCÍA: ¿Qué toyes? ¡Ruego en los dientes zagüey con la maldición!
Canta LUCÍA
"Las tres periñas do ramo--¡oy!-- son para vos meo amo."
Mientras va cantando asoma por lo alto de un monte don DIEGO, lleno de polvo y mirando abajo
DIEGO: Ya apenas puedo mover, valor, los cansados pasos; no sé por dónde descienda, que sois tan fragosos y altos, que incontrastables os miro y os admiro temerarios. Con las nubes competís y ansí podéis alabaros de que en tan alto habéis puesto un hombre tan desdichado. Si esta senda permitiera, por dicha, bajar al llano, fuera alivio de mis penas.
Va bajando
Parece que ha abierto paso el cielo a mis desventuras; algún arroyo ha dejado esta mal formada senda; gente parece que abajo asiste; unos bueyes miro paciendo, y allí cantando está un pastor. Llamar quiero, quizá llevará un bocado de pan. ¡Ah, pastor amigo! ¡Hola! ¡Ah, pastor!
Recuerda
TORIBIA: ¿Quién diabros mos corrompe el sueño? DIEGO: ¡Cielo! ¡Parece que estoy soñando! TORIBIA: ¿A quién gritas o qué quieres? DIEGO: Zagala, que esos peñascos parece que por deidad para mi bien te guardaron, sabe, pues, que vengo huyendo de mí mismo; porque traigo, por sombra de mis acciones, la desdicha de mis hados. Nací en León, donde anoche, apenas recién llegado de Cádiz, donde a mi rey, resuelto y determinado quise ofrecerle mi vida por víctima de mis años, arriesgada en su defensa, en el furioso rebato que el inglés le presentó, bien a costa de su daño, al fin llegando fue fuerza que, intentando hacerme agravio, a un caballero le diera muerte; siguiéronme cuantos parientes tiene y también la justicia, háme guardado el cielo para que ahora viniese a dar en tus manos. TORIBIA: Afligido caballero, a buen puerto habéis llegado; bajad, no tengáis temor, que por los cielos sagrados, que a quien intente ofenderos, que a quien presuma enojaron, como si fueran gorriones los mate con ese palo. Estas montañas habita mi padre, un nobre serrano; es dueño de cuanto miran vuesos ojos, que esos pagos todos le rienden tributos y le sustentan ganados. Tiene dos hijos, que somos yo y Sancho Díaz mi hermano. Vengo ahora de León de vender en esos carros la manteca y el carbón uno prieto y otro blanco, ca cá non damos concetos como allá los cortesanos. Sentaos, que seguro estáis y comeréis entre tanto, que allá en casa se os aliña algún locido regalo pan y queso, que aquesto es el más sabroso en el campo. Sentaos y descansaréis.
Siéntase y saca de las alforjas pan y queso
DIEGO: Sólo con veros descanso. TORIBIA: Pues si descansáis con verme, id comiendo y descansando, que yo me pondré aquí enfrente. DIEGO: En vos, sin duda, juntaron la piedad y la hermosura mucha gracia en pocos años.
Come. Sale JUANCHO por lo alto de otro monte con los frenos puestos
JUANCHO: ¡Juras a Dios que esta tierra es buena para milanos! Campo lleno de verrugas, ¿cuándo llegarás al llano? Tú, Juancho, ya que no comes, cantando siéntate un rato.
Siéntase y canta mirando abajo
"¿Quién quieres pan que lo arrojo, tres días ha que no como?" DIEGO: ¡Vive Dios que aquella voz la conozco! ¡Juancho, ah, Juancho! JUANCHO: ¿Quién llamas Juancho? ¿Qué es esto? ................... [ -a-o] DIEGO: Juancho, baja, que aquí tengo, que comas. JUANCHO: Estáis soñando, pues no tienes por adónde mejor bajarás rodando.
Échase a rodar
¡El diablo llevas el frenos! Las narices me he quebrado. DIEGO: ¿Cómo los traes ansí? JUANCHO: No es tiempo para contarlo; hartaré pan y después dirélo. ¿Quién te le ha dado? DIEGO: Esta serrana piadosa que hoy ha de ser nuestro amparo. JUANCHO: ¡Oh, serrana panadera! Deja besaré el zancajo. TORIBIA: Levantaos, Juancho, comed; que después podréis besarlo.
Sale LUCÍA
LUCÍA: Ya es hora, si te parece, que nos vamos. ¡San Hilario! ¿on hombres estás, Toribia? TORIBIA: Calla, que es un hombre honrado, caballero de León, que, huyendo por ciertos casos, llegó triste y afligido nor entre esos riscos altos a pedirme pan; y a fe que lo hubiera perdonado, porque no sé qué cosquillas siento en el alma. LUCÍA: Es gallardo. ¿Y estotro quién es? TORIBIA: Estotro diz que es Juancho, su criado. LUCÍA: Pues, Toribia, a Juancho alojo, porque si hubiera arrebato adonde muriese Ero, es bien que muera Leandro. ........................ En el alma encaramado le tengo ya. JUANCHO: ¿Qué me dices? Hasme un puchero. LUCÍA: Y aun cuatro. JUANCHO: Si le tienes algo dentro comeremos un bocado. LUCÍA: ¡Alto, a subir! JUANCHO: Vamos, pues. (¡Matada me llevas, Juancho! Aparte ¿Al diablo le das amor?)
Vanse LUCÍA y JUANCHO
DIEGO: No eres para panciflcos. TORIBIA: Ya unce Locía, ven y no me engañes. DIEGO: Si engaño te hago, muera, Toribia, a tus bellísimas manos. TORIBIA: ¡Qué de embustes, qué de enredos hechiceros cortesanos, algún diabro os trujo aquí! DIEGO: ¿Queréis darme una mano, que estoy cansado? TORIBIA: Y aun dos.
Ásense de las manos, y va TORIBIA tirando de él
(¡Ay Dios, qué blancos pedazos Aparte de ñeve; no sé qué siento parece que estoy temblando, y a un tiempo mismo parece me acucian con gozo y llanto, aquí, en los ojos, cosquillas; aquí, en el pecho, milanos.)
Vanse asidos

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

Habladme en entrando, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 22 Jun 2002