LA GALLEGA MARI-HERNÁNDEZ

Tirso de Molina (Gabriel Téllez)

Este texto electrónico fue preparado por Vern Williamsen en 2001. Se basa en el texto de DOCE COMEDIAS NUEVAS DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA, PRIMERA PARTE, (Sevilla: Francisco de Lyra, 1627) que ha sido cotejado con la edición de don Juan Eugenio Hartzenbusch(COMEDIAS DE TIRSO DE MOLINA, BAE 5, 1858).


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen don ÁLVARO y doña BEATRIZ
ÁLVARO: De dos peligros, Beatriz, por excusar el más grave, se ha de escoger el menor. ¿Qué importa que el rey me mate? Ya sé que a voz de pregones me busca, y por desleales condena a cuantos supieren de mí, sin manifestarme. El rey don Juan el segundo de Portugal y el Algarbe, que aunque airado contra mí, mil años el cielo guarde, dando a traidores orejas, que persiguiendo leales, quieren de bajos principios subir a cargos gigantes, ha cortado la cabeza a don Fernando Alencastre, primo suyo, y duque ilustre de Berganza y Guimaranes, por unas cartas fingidas, que su secretario infame contrahizo y entregó, en que da muestras de alzarse con la corona, escribiendo a los reyes que ignorantes de este insulto, las reliquias destierran del nombre alarbe. A Fernando e Isabel digo, que a Castilla añaden un nuevo mundo, blasón de sus hechos alejandres. Verosímiles indicios no admiten en pechos reales, cuando la pasión los ciega, argumentos disculpables. Andaba el rey receloso del duque, porque al jurarle en las cortes, cuando en Cintra llevó Dios al rey su padre, reparando en ceremonias, por no usadas, excusables, quiso según las antiguas hacerle el pleito homenaje. Valiéronse de este enojo lisonjeros, y parciales le indignaron, que en los reyes son crímenes los achaques. Siguiéronse cartas luego contrahechas, que a indiciarle bastaron con tanta fuerza, que aunque el duque era su sangre en évora le justicia, sin que lágrimas le aplaquen de la reina, hermana suya, de sus privados y grandes. Huyen parientes y amigos; porque a enojos majestades en los ímpetus primeros, no hay, inocencias que basten. Dos hermanos y tres hijos van a Castilla a ampararse de Fernando e Isabel. ¡Quiera el cielo que en él le hallen! Al conde de Montemor su hermano, y gran condestable de Portugal, aunque ausente, ha mandado el rey sacarle en estatua, y en la villa y plaza mayor de Abrantes la espada y banda le quita cuadrada, que es degradarle de condestable y marqués, y luego degollar hace el simulacro funesto, saliendo--¡rigor notable!-- sangre fingida del cuello de la inanimada imágen. Yo, que como primo suyo, soy también participante, si no en la culpa en la pena, para que también me alcance, estoy dado por traidor; y por la lealtad de un paje, que despreciando promesas no temió las crueldades con que amenazan los jueces, dos meses pude ocultarme en un sepulcro, que antiguo en vida las honras me hace. Pero ahora que estoy cierto que el rey, declarado amante de tu hermosura, ha venido a esta villa a visitarte, atropellando consejos, perdiendo al temor cobarde el respeto que la vida y la honra es bien que guarde, si desesperado no, celoso mi agravio sale de sí y del sepulcro triste, asilo hasta aquí, ya cárcel. Celos, Beatriz, poderosos han bastado a levantarme del sepulcro. Muerto estoy. Bien puedo decir verdades. Dos años ha que te sirvo, con que haya, por adorate, estorbos que no atropelle, imposibles que no pase. Con palabras y promesas esperanzas alentaste, que dudosas que las niegues, hoy vienen a ejecutarte. Ser mi esposa has prometido; pero ya que ciega y fácil la Fortuna, en fin mujer firme sólo en ser mudable, levanta tus pensamientos cuando mis dichas abate. ¡Tú, igualándote a coronas, yo indigno, ya que me iguale al mas rústico pastor; tú marquesa respetable, yo sin estados, ni hacienda! ¡Ay Beatriz! No hay que culparte que me aborrezcas y olvides. Gócete el rey. Muera, inhábil de merecer tu belleza, un conde ayer, hoy imágen y sombra de lo que ha sido; que cuando el rey aquí me halle, porque de mí quedes libre, yo gustaré que me mate. BEATRIZ: Tan desacordado vienes, que a no ocasionar tus males a llorar desdichas tuyas, riyera tus disparates. Para salir del sepulcro, donde viven las verdades entre huesos, desengaños, que no admitieron, en carne, no sales con la cordura que pudieran enseñarte escuelas del otro siglo. Donde no hay ciencias que engañen, la historia del malogrado duque vienes a contarme, como si yo la ignorara, cabiéndote tanta parte a ti en ella como a mí de lágrimas; que a enseñarte reliquias que en lienzos viven, bastaran a acreditarme. Antes de haber delinquido, en mi ofensa sentenciaste olvidos solo en potencia. ¡Ay don Álvaro de Ataíde! Necios jueces son los celos, pues sus ciegos tribunales, sin interrogar testigos, condenan lo que no saben aunque de lo que te imputan enemigos criminales inocente estés, que es cierto, pues en ti traición no cabe, sólo la mala sospecha que contra el amor constante de mi pecho has hoy tenido, hasta para condenarte; porque donde el valor vive, tal vez delitos amantes son de más ponderación que las lesas majestades. De la triste compañía donde vivo te enterraste, la desazón se te pega que muestras. No es bien me espante. Sin estado perseguido, sin amigos que te amparen, sin parientes que te ayuden, sin vasallos que te guarden, te quiero más que primero; que, porque al fino diamante le desguarnezcan del oro, no desdicen sus quilates. Déjame pelear primero, y cuando el contrario cante la victoria, entonces dime vituperios que me agravien; que si por ser mujer yo, temes de mi sexo frágil banderizados empleos, soy portuguesa, y bien sabes que no ha habido en mi nación ninguna a quien los anales que afrentas inmortalizan puedan notar de inconstante. Amabas presuntüoso; pretendías arrogante; pudo ser por las riquezas, siempre soberbias y graves. Y yo también pudo ser que por ellas te estimase, repartiendo en ti y en ellas deseos interesables. Ya podrás hablarme humilde, y yo en amor mejorarme, queriéndote por ti solo, si tú pobre, yo constante. Estado, hacienda y honor la Fortuna, diosa frágil, te quitó. Guarda la vida; que como ésta no te falte, sin estado, honor ni hacienda te estimo en más que los reales blasones que me persiguen, y no han de poder mudarme. Noroña soy, si él es rey; esposa tiene a quien ame, e ilegítimos empleos no han de ofender mi linaje. Raya es ésta de Galicia si encubiertamente sales con el favor de la noche, amparo de adversidades, cuando tú seguro estés, y des orden de avisarme, te seguiré firme yo; que empeñando mis lugares, y recogiendo mis joyas, castellanas majestades, de rigores portugueses, tiene España que nos guarden. Dame los brazos, y adiós. ÁLVARO: Tu nombre en mármoles graben.
Sale CALDEIRA
CALDEIRA: Deja agora grabaduras para escultores y jaspes. ¡Cuerpo de Dios! Y preven o escondrijos o gaznates, que el rey don Juan entra aquí. BEATRIZ: ¡Ay, mi bien! CALDEIRA: ¿No habrá desvanes, chimeneas, gallineros, o un cofre en que agazaparme? ÁLVARO: Ya, Beatriz, vuelven sospechas de nuevo a martirizarme. ¡El rey de noche, y a verte, sin tu permisión! BEATRIZ: No te halle aquí. Tras ese tapiz te pon; que si has de escucharle, y lo que respondo adviertes, yo sé que de los pesares que me das, perdón me pidas. CALDEIRA: ¡Que viene, que entra, que sale! BEATRIZ: Mi bien, ¿quieres esconderte? ÁLVARO: ¡Ay! ¡Quién pudiera feriarte la firmeza de los montes! CALDEIRA: ¡Ay! ¡Quién pudiera tornarse o chapín o bacinilla mono, papagayo o fraile!
Ocúltanse detrás de una tapiz don ÁLVARO y CALDEIRA Salen el REY, don EGAS y ACOMPAÑAMIENTO
REY: Para divertir, marquesa, penas de razón de estado, que desleales me han dado, porque de mi bien les pesa, a vuestra villa he venido, y esta noche a vuestra casa. BEATRIZ: No sabéis honrar con tasa, pródigo habéis, señor, sido ilustrando estas paredes, donde, como vos decís, penas tan bien divertís, que en vos es hacer mercedes. REY: Para que verifiquéis aquesa proposición, traigo, Beatriz, intención de que mañana os caséis. BEATRIZ: ¡Cómo, gran señor! REY: Yo he sido vuestro amante; que las leyes de amor no exceptúan reyes. Constante habéis resistido mi poder y voluntad, porque mienta la experiencia que afirma no hay resistencia contra un gusto majestad; y yo también, vuelto en mí, cuerdo he juzgado a vergüenza que una mujer reyes venza, y un rey no se venza a sí. Soy casado, y vos doncella. Heredad que está sin dueño no corre riesgo pequeño, y más heredad tan bella. Dueño os prevengo, en efeto; que un marido puede tanto, que al vasallo pone espanto, y al rey obliga a respeto. El conde don Egas es en quien los ojos he puesto, noble, leal, y sobre esto mi privanza. El interés de ser éste el gusto mío, pienso yo que bastará a que os obligue quien da muerte así a su desvarío. BEATRIZ: Quien de sus propias pasiones sabe salir vencedor, bien merece, gran señor, hipérboles por blasones; que, en fin, no reinaba bien cautiva la voluntad. Doyle a vuestra majestad mil veces el parabien del discreto desempeño con que el alma ha libertado, y yo se le hubiera dado a mi dicha por el dueño que su mano me ha ofrecido, si no sintiera bajar de más a menos y dar pena a un amor ofendido. Que puesto que fue el honor resistencia poderosa contra el alma que piadosa estimaba vuestro amor; ya en mí se habían engendrado de vuestros reales empleos, reales también los deseos, y dentro en mí un real estado; que negándoos exteriores permisiones el honor, estimaban vuestro amor pensamientos interiores. Y con afecto amoroso, cuando el amor resistía, dentro del alma os tenía por mi legítimo esposo; pues con tales fundamentos, no era mucho conservar el cuerpo libre, y gozar casados sus pensamientos. Mas pues burlados los hallo, no será conforme a ley que quien fue esposa de un rey lo venga a ser de un vasallo. Ni a vos os puede estar bien que en ofensa de los dos, hombre que es menos que vos, goce a quien quisistes bien. REY: ¿Vos me habéis querido a mí? BEATRIZ: Dentro del alma os llamaba esposo, y os adoraba. REY: Creyera yo ser así a no venir advertido de que es mi conpetidor, marquesa, un conde traidor por vos a un rey preferido. Mirad como haré caudal del amor que me tenéis interior, si posponéis a un rey por un desleal; que yo de nuevo agraviado deslealmente por los dos, si como confesáis vos, de esposo nombre me han dado pensamientos ya violentos, pues a un traidor dan lugar, bien podré en vos castigar adúlteros pensamientos, y en él la injuria que pide quien dueño vuestro se llama pues me ofende en reino y dama don Álvaro de Ataíde. BEATRIZ: Señor... REY: ésta es la verdad. A informaciones ya hechas y probadas, no hay sospechas que ofusquen su claridad. Don Álvaro huyó a Castilla con los demás desleales, cuyas ambiciones reales aspiraban a mi silla. Correspóndese con vos, y en la raya de Galicia, Beatriz, vuestro estado, indicia muchos cargos contra vos. Para que de ellos quedéis libre, y Portugal seguro, hoy desposaros procuro. Conde os doy. Si le perdéis... BEATRIZ: Que un amante celos pida, con buena o mala ocasión, por ser la mejor sazón de amor, cosa es permitida; pero un marido a su esposa, en culpa no averiguada, y menos que con la espada, siempre fue acción afrentosa. Sabiendo pues que le llama esposo mi voluntad, no hace vuestra majestad bien en ofender su fama; pues culpando mis intentos, ya el ser mi esposo ha acetado, cuando me atribuye airado adúlteros pensamientos. Y siendo así, mis cuidados que en tan mal crédito están, desde ahora llorarán pensamientos mal casados; que yo en fe de que tenía dentro el alma un dueño rey, por ser esposa de ley, con tal presunción vivía, que no a don Álvaro que es, aun cuando fuera leal, a mi altivez desigual al príncipe portugués, que es sucesor vuestro en fin, juzgara, cuando me amase, indigno de que aun besase la suela de mi chapín. Perdone este atrevimiento vuestra majestad, señor; que pierde el respeto amor cuando está con sentimiento. Yo tengo el alma empleada en un rey, de quien mujer se llama, y no puede ser con dos a un tiempo casada. Ponga en Cháves guarnición, por ser de Galicia raya, si es justo que de mí haya tan poca satisfacción; y excuse así sus combates, dándome licencia a mí; que dirá, si estoy aquí, mi agravio mil disparates.
éntrase por el tapiz detrás del cual están ocultos don ÁLVARO y CALDEIRA. Va el REY a detener a la marquesa BEATRIZ y tirando del tapiz, quedan descubiertos los dos escondidos
REY: Esperad. ¡Traidor! ¿Qué es esto? CALDEIRA: (Tramoya que salió mal.) Aparte REY: Matadme ese desleal. ÁLVARO: Bien ese nombre me ha puesto. Si es el que tienes al lado, falseador de firmas fieles, que como mata en papeles, y no viene acostumbrado al acero en quien se suma el valor no lisonjero. Cobarde por el acero, sólo es valiente por pluma. Con ella sí que hará alarde de hazañas que un rey premió; pero con la espada no; que el traidor siempre es cobarde. EGAS: Mi lealtad, que es conocida, cual tu traición confirmada, confirmará aquesta espada.
Echan mano los tres
ÁLVARO: La color tienes perdida, y ella quién eres declara; que para que te convenza, tuvo tu sangre vergüenza de desmentirte en cara. No es bien que mi acero afrente, cuando en ti mancharse duda; que el leal no le desnuda, teniendo a su rey presente. Para ti de aqueste modo basta y sobra.
Dale un golpe con la espada envainada, y vase
CALDEIRA: (¡Oh, cómo pegas!) Aparte Por esto, hermano Don Egas, se dijo, "Con vaina y todo."
Vase CALDEIRA
REY: Seguidle, matadle. ¡Ah cielos! Pero no le alcanzarán cobardes, si no es que van volando tras él mis celos.
A don EGAS y otro CABALLERO
Quede en prisión la marquesa, y en guarda suya los dos.
Vase el REY
BEATRIZ: (Álvaro, si os libráis vos, Aparte ¿qué importa morir yo presa?)
Vanse todos. Salen CARRASCO y OTERO, encima de las peñas y mirando adentro
CARRASCO: ¡Aquí de la serranía! ¡Aquí a la hoya, ahao a la hoya! OTERO: Serranos, aquí fue Troya. No quede lobo este día CARRASCO: ¡Ah cuerpo de non de Dios! Habíades de caer! OTERO: No hay son matar y comer. CARRASCO: Como burros son los dos. OTERO: Viva la gala, serranos, del valle de Limia.
VOCES dentro
VOZ: ¡Viva!
Salen MARTÍN, BENITO, CORBATO y GILOTE, saliendo por el proscenio
CARRASCO: ¡Ah del valle! BENITO: ¡Ah, de allá arriba! OTERO: ¡A los llanos! TODOS: ¡A los llanos! MARTÍN: ¡Eso sí, gritar y dalle! La voz tenéis de codicia. CARRASCO: Al paraíso de Galicia. ¡Serranos, al valle! TODOS: ¡Al valle!
Bajan de las peñas CARRASCO y OTERO
GILOTE: ¡Famosa presa, Carrasco! CARRASCO: Cual de pies, cual de cogote, cayeron lobos, Gilote, que es contento. OTERO: Del peñasco se despeñó un jabalín. BENITO: Salve y guarde. OTERO: Bien venido. BENITO: Catorce diz que han caído. CARRASCO: Llególes su San Martín. BENITO: Diez jabalis, seis venados, tres zorras y tres garduñas. GILOTE: No les valieron las uñas. BENITO: Vengáronse los ganados. OTERO: ¡Ojalá que en esta sierra hiciéramos otro tanto de los jodíos que el santo reye de España destierra! CARRASCO: Si, Fernando e Isabel rayos de jodíos son. OTERO: De la santa esquinación huye esta canalla infiel, y se nos acoge acá. GILOTE: De la inquisición diréis. OTERO: Sí, vos que leer sabéis, acertaréis. BENITO: Gil sí hará. OTERO: Un comisón ha venido en su busca ..... GILOTE: Comisario se llama. OTERO: Y un calendario de los reyes ha traído, que le nombran procesión... GILOTE: Provisión. OTERO; Para prendellos, y andamos a caza de ellos, Carrasco, que es bendición. BENITO: Disfrázanse entre nosotros, que ni los conocerá un zahoril. OTERO: Yo topé ya, aunque se metan entre otros una famosa invención con que conocerlos luego. GILOTE: ¿Y es? OTERO: A la nariz les llego un pedazo de jamón; y el que es cristiano echa el diente, y el que no, las tripas echa. CARRASCO: ¡Oh qué maldita cosecha! ¿Qué no cree en Dios esta gente!? GILOTE: No. CARRASCO: Yo en la romana igreja creo. BENITO: Con ella me avengo. OTERO: Serranos, a eso me atengo; que es, en fin, cristiana vieja. BENITO: Como tien Castilla guerra con Portugal tanto há, los fronterizos de acá habitamos en la sierra. Ni hay tiempo para prendellos. GILOTE: Todos, poquito a poquito se mos van allá bonito. OTERO: Allá se lo hayan con ellos; que acá haremos entre tanto lo que nueso amo nos manda, que es andar en su demanda. MARTÍN: Es buen cristiano. GILOTE: Es un santo. OTERO: ¿Garci-Hernández? No hay viejo desde Limia a Monterey de mas virtú ni mas ley. BENITO: ¿Y su hija? CARRASCO: ésa es espejo de Galicia. CORBATO: Déle Dios un marido del tamaño de aquel nogal o el castaño que tenéis a par de vos. CARRASCO: Hoy cumple años. GILOTE: Y hoy festeja de su padre el alegría a toda la serranía. BENITO: Viva un sigro, y nunca vieja. OTERO: Par Dios, que cuando la veo, de manera me enberrincho, que como rocín relincho. CARRASCO: ¡Mas arre allá! MARTÍN: Yo babeo siempre que la llego a habrar. CARRASCO: Todo un sol tiene en la cara. OTERO: A fe, si ella se pagara de tirar, correr, luchar, que ella huera presto mia. BENITO: Eso no, donde estoy yo. OTERO: ¿Vos conmigo? BENITO: Yo, que só gala de esta serranía. OTERO: ¡Mas nonada! BENITO: Para vos. OTERO: Benito, callá, vos digo. BENITO: ¿Pues lucharéis vos conmigo OTERO: Con vos y con otros dos. BENITO: ¿Qué ha de ir? OTERO: Vaya una cabra. BENITO: Par Dios, vayan dos y aun tres. OTERO: Idas son. BENITO: Desnudaos pues. GILOTE: Teneos. OTERO: Nadie habre palabra, porque un hombre con colera derriba un toro, Gilote. BENITO: Quitaos el sayo y capote. OTERO: Ya le quitan. CORBATO: Ropa huera,
Quítanae los sayos, y déjanselos a un lado
que todos seremos jueces. CARRASCO: Este soto es buen lugar. OTERO: Par Dios, que babéis de llevar hoy un pan como unas nueces.
Luchando BENITO y OTERO van retirándose hasta salir del teatro siguiéndolos los otros serranos. Salen don ÁLVARO y CALDEIRA
ÁLVARO: Caldeira, ésta es Galicia. No vive en estas sierras la malicia de envidias y traiciones, de lisonjas, engaños y ambiciones. Los que en mi busca vienen, aquí jurisdicción ni ayuda tienen. CALDEIRA: Asperilla es la tierra. ÁLVARO: Es de Laroco esta empinada sierra, y Limia este florido Valle, que es guarnicióon de su vestido, por fértil estimado; el de Laza, que yace a estotro lado, ameno se avecina al val de Monterey, con quien confina. Cinco leguas de Chaves dista este monte. CALDEIRA: Bien la tierra sabes. ÁLVARO: Fue el conde gran mi amigo, de Monterey, y discurrió conmigo, cazando, varias veces su aspereza, ya a costa de los peces de sus aguas, que hay muchas habitación de celebradas truchas; ya en jabalíes cerdosos ensayando venablos, y ya en osos. CALDEIRA: Si es tan tu amigo el conde, vamos a Monterey. ÁLVARO: No corresponde con la amistad pasada la presente. CALDEIRA: ¿Por qué? ÁLVARO: La guerra airada lo descompuso todo. Sirvió a su rey, y yo del mismo modo leal sirviendo al mío. Paró nuestra amistad en desafío. En la infeliz batalla de Toro, que si quiere celebralla, como es razón, Castilla puede con mil ventajas preferilla a la de Aljubarrota, quedamos enemigos. CALDEIRA: Pues acota rancho en que descansemos; que cinco leguas caminado habemos a pata, huyendo espías, y a Bercebú se dan las tripas mías. ÁLVARO: Si aquestos montañeses alcanzan a saber que portugueses somos los dos, no estamos seguros de sus manos. CALDEIBA: Pues, buyamos. ÁLVARO: ¿Dónde? Hasta ver si es cierto que la marquesa mi esperanza ha muerto y al rey don Juan adora, como dijo... CALDEIRA: Por Dios, que estás ahora con linda sorna. Acaba. ÁLVARO: ¿No dijo al rey la ingrata que le amaba, gozando sus cuidados pensamientos de amor, con él casados? CALDEIRA: No sé, por Dios; yo vengo con más hambre que amor, y te prevengo que socorras desmayos.
Reparando en la ropa de OTERO y BENITO
Dos capotes son éstos y dos sayos. ÁLVARO: Espera; que con ellos temores excusamos. CALDEIRA: Si a traellos te aplicas, con su traje no dice mal el portugués lenguaje pues se distingue poco de la lengua gallega. ÁLVARO: De Laroco las sierras, que son éstas, entre antiparas pobres, mal compuestas, habitaré entre tanto que salgo del celoso y ciego encanto en que el Amor me puso. De aquí a mi ingrata avisaré confuso, Disfrázate tú y todo. CALDEIRA: Entre aquellos castaños me acomodo; que si su dueño sale por su ropa, querrá lo que no vale. ÁLVARO: ¿Por qué se habrán dejado los vestidos aquí? CALDEIRA: Si se han picado con el calor molesto, querrán echar al agua todo el resto. ÁLVARO: Aquí el Tamaga baña apacible los pies de esta montaña. No dices mal. CALDEIRA: Addío. Esconderé en aquel lugar sombrío los trajes cortesanos, porque pasemos plaza de villanos. ÁLVARO: Caldeira, vuelvo luego. CALDEIRA: Par Dios, que de esta vez quedas gallego.
Vase CALDEIRA
ÁLVARO: Cansancios pesadumbres alientan la fuerza al sueño. Entre tanto que risueño guarnece el sol estas cumbres, quiero dar pruebas a enojos, y desmentir mis cuidados; que si atormentan soñados, no es a costa de los ojos.
échase a dormir. Salen arriba, por las peñas, DOMINGA y MARI-HERNÁNDEZ con vestido y tocado a lo gallego
MARÍA: Hoy, Dominga, que cumpro años, padre os quiere festejar. DOMINGA: Tantos llegues a contar, como hojas estos castaños; al sol te saquen tus nietos en una espuerta. MARÍA: ¡Merá! ¿Y qué he de her con tanta edá, si enfadar a los discretos? DOMINGA: Deseo que a sigros llegues. MARÍA: ¿Hay más aborrible cosa, que una vieja que hué hermosa, La cara llena de priegues, y aojando con la vista? Dominga, morir me agrada moza, y de todos llorada, mejor que vieja y mal quista. DOMINGA: Discreta eres hasta en eso. Baja con tiento; no cayas. MARÍA: Mientras que del valle trayas juncia, retama y eantueso, para enramar el portal donde la cena ha de ser, claveles quiero coger, con madreselva. DOMINGA: ¿Y qué tal la hallarás par de la huente dell olmo? MARÍA: Por ella bajo. DOMINGA: Yo, echando por este atajo, vó a ver si vuelve la gente que hue a traernos despojos de lobos, pues que los has convidado. MARÍA: ¿Y dó podrás hallarlos? DOMINGA: Hacia los tojos.
Vase DOMINGA, y salta MARI-HERNÁNDEZ de las peñas abajo. Don ÁLVARO queda dormido
MARÍA: Ya yo la cuesta he bajado. Carcajadas da de risa la huente que bulle aprisa. ¡San Gil! ¿qué hombre está aqui echado? Desde la cintura arriba es pastor, y lo que queda, está vestido de seda. A sabor duerme. ¡Y que viva un hombre, y parezca muerto no tenéis vos mucho amor, pues dormís tan a sabor, ni os penan deudas despierto. éste será algún jodío de los que andan a prender, porque no quieren comer tocino. ¡Qué desvarío! Yo quiero dar hoy venganzas a la igreja y sus enuestos; que quien mata alguno de estos diz que gana perdonanzas. Esta media lancha tomo.
Toma una piedra y súbese en una peña bajo la cual está echado Don ÁLVARO
Y desde aqueste repecho, a dos manos se la echo sobre la cabeza a plomo; y de un golpe, si no yerro, a nuestra ley doy socorro, y a nuestro jodío ahorro de dolor, cura y entierro. Allá va. Manos, teneos; que en tan buena catadura no puede haber judaizura; que los jodíos son feos. ¡Válgate Dios por dormido! ¿Qué has hecho en mi corazón? En mi vida vi garzón más apuesto y más garrido. En sueños me ha quillotrado el pecho. ¡Ay sosiego mío! Sotil ladron sois, jodío, pues ell alma me heis robado. Mas ¿para qué llamo robo lo que yo le di primero de grado? Llamarle quiero.
A voces
¡Guarda el lobo! ¡Guarda el lobo!
Despertando alborotado don ÁLVARO
ÁLVARO: Lobos ¿qué mal me han de hacer, si soy portugués? MARÍA: Tente, hombre; que me ha espantado ese nombre.
Coge una piedra
ÁLVARO: ¡Qué es de los lobos, mujer? MARÍA: Téngase allá. ÁLVARO: Una cordera he visto en vez de los lobos. MARÍA: Así engañan a los bobos. ÁLVARO. ¡Ay cielos! MARÍA: Téngase ahuera. ÁLVARO: ¡Qué peregrina hermosura! MARÍA: A fe que dormís de espacio. ÁLVARO: A ser la sierra el palacio, donde no hay quietud segura, con menos gusto durmiera. MARÍA: ¿Tiene enemigos allá? ÁLVARO: Nadie sin ellos está. MARÍA: ¿Y duerme de esa manera? ÁLVARO: En esta montaña yerma, ¿qué temor no se asegura? MARÍA: Pues acá nos dice el cura, que quien los tiene, no duerma. ÁLVARO: Sentencia de sabio es ésa. MARÍA: Yo de un golpe, a no llamarle con la muerte pude darle la losa para la huesa. ÁLVARO: ¿Pues heos ofendido yo? MARÍA: Si es jodío, claro está. ÁLVARO: Fijodalgo soy. MARÍA: ¿Verdá que no es judaicero? ÁLVARO: No. MARÍA: ¿Cree en la igreja romana ÁLVARO: Su culto obedezco santo. MARÍA: Pues si es ansí, suelto el canto
Arrójale
ÁLVARO: (¿Hay mas donosa serrana?) Aparte MARÍA: Hombre parece de bien. Ya le voy perdiendo el miedo. ¿Sabe el credo? ÁLVARO: Bien sé el credo MARÍA: Y el padre nueso? ÁLVARO. También. MARÍA: ¿Y persinarse? ÁLVARO: ¿Pues no? MARÍA: A ver, veamos. ÁLVARO: (Qué extraña Aparte sencillez!) MARÍA: ¡Mas que me engaña! ÁLVARO: Mi sangre no permitió ningun error tu herejía, porque es limpia, ilustre y clara. MARÍA: Ansí lo dice su cara; mas yo, miéntras él dormía, por matar un renegado, tomé la lancha que enseño; que para matar, el sueño ya se tien lo mas andado. ÁLVARO: ¿No bastaban vuestros ojos? MARÍA: (Barbinegro es el garzón, y fidalgo; que acá son los jodíos barbirojos. ÁLVARO: ¿Vos quisistes darme muerte? MARÍA: A ser jodio, si hiciera. ÁLVARO: Pues si gustáis que yo muera, no os arméis de aquesa suerte. En los ojos tenéis flechas, que los corazones pasan. Palabras decís que abrasan de amores y de sospechas. ¿Para qué venís cargada de piedras, si me mató el veros? MARÍA: Por sí o por no no era mala una pedrada. ÁLVARO: Vos dais muerte; ese sol ciega el alma, a quien vida dais matando. ¿Cómo os llamáis? MARÍA: Mari-Hernández, la gallega. ÁLVARO: Bien haya aquesta aspereza, que os puede ver cada día. Este arroyo y fuete fría cristal de vuestra belleza; las aves que os lisonjean, el prado que os rinde flores, el pastor que os dice amores, las almas que en vos se emplean, el luto que en vos se hechiza, la libertad presa en vos, y yo que os he visto... MARÍA: ¡Ay Dios! ¡Qué bien que lo sermoniza! (Ya no quedo de provecho. Aparte Después que vi este garzón saltos me da el corazón; cosquillas tengo en el pecho. ¡Válgame Dios! ¿Qué será lo que siento?) ÁLVARO: En esta mano
Tómasela y la besa
pierdo el seso, el gusto gano. MARÍA: El diabro le trujo acá. Pues ¿bésala? ÁLVARO: Si me quemo, ¿qué he de hacer por sosegar? MARÍA: ¿No hay son llegar y besar? Paso. Dochovos a o demo. ¿Es mi mano la del cura? ÁLVARO: Sí, pues cura es de mi mal. ¿Tiene tal vez el cristal, ni la nieve tal blancura? Cortesanos artificios, cuyas manos blancas son mártires del jabón, o del sebo sacrificios, aprended en la belleza que aquí el descuido reparte, la ventaja que hace al arte la pura naturaleza. Dime, ¿con qué se repara la pura luz que me das? MARÍA: Lleve el dimuño lo más que una poca de agua clara. Mas ¿dó vais vos por aquí, de esa manera perdído? ÁLVARO: A ver mi muerte he venido. MARÍA: ¿Buscáis a quien servir? ÁLVARO: Sí. MARÍA: ¿Sabréis her carbón? ÁLVARO: Si el fuego, serrana, ese oficio enseña, abrasado estoy. MARÍA: De leña digo. ÁLVARO: Cuando a vos me llego, leña soy. ¡Ay, manos mias! Vosotras ¿no me encendéis? MARÍA: ¡Ah hi de pucha! ¡Qué sabéis de chanzas y roncerías! ¿Queréis servir a mi padre? ÁLVARO: Y daros el alma a vos. MARÍA: No hay mandones si los dos; que ya se murió mi madre. ¿Cuánto ganáis de soldada? ÁLVARO: De soldada gano un sol que adoro, en cuyo arrebol está mi alma a soldada; mas ¿qué ganará un perdido que por vos sin seso está? MARÍA: Al que más, le dan acá seis ducados y un vestido. Si queréis, vamos a casa que yo con mi padre haré que os reciba. ÁLVARO: No podré, María, con tanta tasa vivir, si algo no añadís. MARÍA: ¿Y será? ÁLVARO: Serrana mía, una mano cada día. MARÍA: ¡Mas matarla! ÁLVAROL: ¿Qué decís? MARÍA: Que mi padre os la dará. ÁLVARO: No ha de ser, serrana bella, sino ésta.
Tomándosela
MARÍA: ¿Y qué heis de her con ella? ÁLVARO: Besarla. MARÍA: ¿Pues dónde habrá manos para cada día? ÁLVARO: Dos que remudar tenéis. MARÍA: Caro servís. ÁLVARO: ¿Qué queréis? MARÍA: Soltad. ÁLVARO: ¡Ay gallega mía! (Beatriz, si de mis desvelos Aparte fuiste causa y te has mudado, ya en estas sierras he hallado contrayerba de tus celos.) MARÍA: Ya sois de casa. ÁLVARO: Soy vuestro. MARÍA: Hablemos a padre. ÁLVARO: Vamos. MARÍA: (Alma, en que entender llevamos. Aparte ÁLVARO: (Amor, sed vos mi maestro. Aparte Enseñadme a hacer carbon.
Toma la mano a MARÍA y bésasela
MARÍA: ¿Qué hacéis? ÁLVARO: Cobro mi soldada. MARÍA: ¿Tan presto? ÁLVARO: Va adelantada MARÍA: ¿Con beso? ÁLVARO: Sí. MARÍA: ¡Ay besucón! FIN DEL ACTO PRIMERO

La gallega Mari-Hernández, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002