JORNADA TERCERA


Salen PINZÓN de médico y don FELIPE, de pastor bizarro
PINZÓN: Famosa va la maraña de nuestra Arcadia fingida. FELIPE: Por inaudita y extraña no sé si ha de ser creída, cuando volvamos a España. Lucrecia, loca hasta aquí y ya cuerda, hace por mí los gastos que ves y extremos. PINZÓN: A costa suya podremos entretenernos así. Que, pues cuenta al duque has dado, y al famoso Pimentel de este amor enmarañado, yo fío que salgas de él victorioso y desposado. FELIPE: Espérolo del favor que me hace su excelencia. PINZÓN: ¿Y qué dices del doctor Alaejos? ¿Poca ciencia y mucho hablar? FELIPE: De tu humor todo próspero suceso pienso, Pinzón, conseguir; no obstante que te confieso que, según me haces reír, cuando por curar el seso que Lucrecia haya adquirido tanto aforismo acuimulas recelo ser conocido. PINZÓN: Guantes, latines y mulas autorizar han podido toda doctora ignorancia, y al médico más ruín dan opinión y ganancia, aforismos que en latín se llaman pueblos en Francia. Por lo menos, hasta agora, el más bachiller me precia por un Galeno. FELIPE: Mejora fingidamente Lucrecia, y quien la ocasión ignora se la atribuye al doctor. PINZÓN: En Salamanca estudié dos años, pero mi humor, que siempre travieso fue, tuvo a Marte por mejor, siendo en Italia soldado que a Esculapio, dios con flema. En efecto, yo he mandado que sigan todos el tema en que nuestra loca ha dado mientras sana poco a poco; y con este fundamento a sus amantes provoco; que, en fín, si un loco hace ciento, ¿cuántos hará un doctor loco? FELIPE: No ha quedado pretendiente, amante competidor que por tu industria no intente ya vaquero, ya pastor, disfrazarse. PINZÓN: Es excelente mi ingenio. FELIPE: La primavera a fiestas ocasionada, la juventud novelera, esta quinta celebrada, estas selvas y ribera, Todo se junta al deseo de ver mi Condesa sana. PINZÓN: Y yo que soy el Teseo de aquesta Creta, aldeana, por uno y otro rodeo conde te pienso sacar. Finge ser Anfriso agora que acabaste de llegar celoso de tu pastora, y déjame enmarañar de suerte, aquestas quimeras; mientras de todos te burlas, Anfriso, de estas riberas que lo que tienen por burlas lloren los demás de veras. Y paso, que están ya aquí los fingidos ganaderos. FELIPE: Bravas telas y tabí. PINZÓN: Gastan como caballeros fuera de que no leí en La Arcadia, de zagal que no trajese el zurrón de perlas, de oro y cristal el cayado, y no es razón que aquí se vista sayal quien imita sus amores. FELIPE: Impropiamente pintó su traje, Lope. PINZÓN: No ignores que en La Arcadia disfrazó metafóricos pastores Lope, y que si apacentaban los ganados que regían, vistiendo telas mostraban así, el valor que encubrían más que el que representaban.
Salen por una puerta bizarramente vestidos de pas- tores, CONRADO, CARLOS, ROGERIO y HORTENSIO; por otra con ÁNGELA, LUCRECIA y ALEJANDRA, de pastoras, con cantarillas coronadas de albaca y claveles; todos salen cantando
ELLAS: Trébole--¡ay Jesús!--como huele el Arcadia. Trébole--¡ay Jesús!--qué olor. ELLOS: Trébole--¡ay Jesús!-- dónde está Belisarda. Trébole--¡ay Jesús!--qué amor. ELLAS: El Arcadia todo es flores. ELLOS: Belisarda es toda amores. ELLAS: Aquí cantan ruiseñores. ELLOS: Aquí penan los pastores. ELLAS: Aquí corre el Erimanto. ELLOS: Aquí amores, risa y llanto. ELLAS: Aquí hay gloria. ELLOS: Aquí hay dolor. ELLAS: Trébole--¡ay Jesús!--como huele el Arcadia. Trébole--¡ay Jesús!--qué olor. ELLOS: Trébole--¡ay Jesús!-- dónde está Belisarda. Trébole--¡ay Jesús!-- qué amor. FELIPE: Si venís, bella pastora, después de ausencia tan larga con el agua que os encarga la que por vos mi alma llora, viértala el contento agora que os merece ver presente; que a fe, si advertís la fuente de donde amorosa brota, que os abrase cada gota pues aunque agua es agua ardiente. Coronad la cantarilla de claveles y albahaca, que si el aurora la saca, yendo el sol a recebilla, vos, milagro y maravilla de la fuente, el prado y flor, caniculares de amor causáis a quien celos tiene, pues sol que con agua viene abrasa con más rigor. LUCRECIA: Ya que en nuestro valle os veo, gallardo Anfriso, a la risa que el prado y la fuente avisa imitará mi deseo, mientras al monte Liseo nuevas flores viéndoos distes, y del Menalco estuvistes ausente, no os cause espanto que crezcan el Erimanto nuestros ojos sin vos tristes. Pagó la esperanza en flores el agua que las cultiva; que imita a la siempreviva en los constantes amores; ya que os ven nuestros pastores y vuestra vista destierra el llanto de nuestra sierra, trofeos a esta agua den, si en la paz parecen bien los despojos de la guerra.
Hablan aparte CARLOS y CONRADO
CARLOS: Muy de veras y a lo amante Conrado, habla este pastor. CONRADO: Traza es toda del doctor y este Anfriso es su pasante. ¿Que sospecha hay que te espante si así entretiene desvelos de Lucrecia? CARLOS: Mis recelos me dicen, aunque te burlas que los celos; ni aun de burlas, Conrado, que al fin son celos. CONRADO: Déjate de esto y llevemos adelante esta maraña.
Alto
Ya que os ve nuestra montaña Anfriso, volver podremos a los festivos extremos que, sin vos, se han suspendido. CARLOS: Seáis, pastor, bien venido. ROGERIO: Albricias al monte ha dado porque os ve nuestro ganado en vuestra ausencia perdido. ÁNGELA: Si los pastores os dan parabienes, las pastoras, que os esperaban por horas, gallardo Anfriso, ¿qué harán? HORTENSIO: Las canas también están alegres, en ver que os goza nuestra Arcadia y se alboroza la más larga senectud; porque entre la juventud el más viejo se remoza. FELIPE: ¡Oh mayoral, Clorinardo, Leonisa, Anarda, Enareto, Menalca, amigo discreto, Olimpo, rico y gallardo, si siempre que vengo aguardo gratulaciones solenes; como éstas, por tales bienes justo es sufra ausencias tales; porque interesen mis males tan festivos parabienes. PINZÓN: Bueno está de cumplimientos; mientras la siesta se pasa del calor que el campo abrasa reprimid atrevimientos. FELIPE: Esta sombra nos da asientos.
Siéntanse
Divirtámonos un rato, contra el sol, de Amor retrato, pues si uno quema otro es fuego. LUCRECIA: ¿De qué suerte? PINZÓN: Armad un juego de que me saquéis barato. HORTENSIO: El mejor será que agora le dé una prenda en favor de juego, sino de Amor, a cada uno una pastora, y él en fe de que la adora la celebre de repente en verso. CARLOS: ¡Traza excelente! ALEJANDRA: ¡Vaya! ÁNGELA: No quede por mí, que en La Arcadia se hizo así aunque a intento diferente. LUCRECIA: Este mondadientes doy a Anfriso. ALEJANDRA: Yo quiero dar a Menalca este cuchar de enebro. CONRADO: Premiado estoy. ÁNGELA: Yo en fe de que presa soy le doy en estos zarcillos a Enareto, estos dos grillos. LUCRECIA: Yo a Olimpo esta cinta negra. CARLOS: Puesto que triste, me alegra. ÁNGELA: ¿Sabéis versos? PINZÓN: Sé escandillos. ÁNGELA: Esta calabaza de oro os doy, pues, señor doctor. PINZÓN: Si no hay vino no hay amor, sois fisgona y no lo ignoro. Alaejos, Coca y Toro, me den versos de improviso. CARLOS: Tan poco Apolo me quiso que no sé si he de saber coplas de provecho hacer. FELIPE: ¿Quién comienza? LUCRECIA: Vos, Anfriso.
Al mondadientes
FELIPE: Prenda me han dado que a perder provoca el seso. ¡Venturoso quien la alcanza! pues si enloquece una desconfïanza tal vez vuelve el contento un alma loca. Favor que entre claveles labios toca de Belisarda no tema mudanza pues para que sustente mi esperanza diré que se lo quita de la boca. Haga flecha de vos el amor ciego; báculo sed en que mi dicha estribe; cetro en mis celos, id a reducillos. Leña de Amor con que aticéis su fuego y apoyo en su edificio; que Amor vive, como es rapaz, en casas de palillos.
Al cuchar
CONRADO: Vivid ya satisfechos, recelos, de un rigor que al niño, dios de amor, le quitan hoy los pechos. En fe de los provechos que Anarda le ha de dar le quiere alimentar; que es rica, y no parece, pues la cuchar ofrece, que negará el manjar.
A los grillos
ROGERIO: ¿Cómo os dirán sus pasiones, Leonisa hermosa, mis quejas, si adornan vuestras orejas grillos que al fin son prisiones? Desdenes y sinrazones halla mi amor por despojos, mas, cuando por darle enojos aprisionéis los sentidos huyendo de los oídos, él se entrará por los ojos.
A la cinta negra
CARLOS: Sobre negro no hay color, antes muestra la que pinta negro, mi primer favor, que no ha de haber, negra cinta, otro amor sobre mi amor. Sin temor vive ya mi confïanza, pues hoy los recelos pierde de mudanza, y dejando el color verde, funda en negro su esperanza.
A la calabaza
PINZÓN: No te honran mucho estas trazas Leonisa, a mi parecer, pues mitra debió traer quien me ha dado calabazas. Aunque castellanos viejos, dirán que es buena señal, pues nunca se llevan mal calabazas y Alaejos. Favoreciendo me enfadas, porque en darme, prenda mía, la calabaza vacía, me das de calabazadas. Múdala, o en paz y en salvo mi amor se desembaraza, que favor de calabaza sólo se ha de dar a un calvo.
Levántanse. Tocan trompetas, chirimías y toda la música; cáese abajo todo el lienzo del teatro y quede un jardín lleno de flores y hiedra. A la mano derecha esté un purgatorio y en él penando algunas almas, y a la izquierda un infierno y en él colgado uno y otro en una tramoya, y una sierpe y un león a sus lados; arriba, en medio de esto, en otra parte, una gloria y en ella Apolo sentado en un trono con una corona de laurel en la mano
LUCRECIA: ¿Qué es esto? PINZÓN: El pastor Criselio, que aunque pastor nigromante, consoló en su cueva a Anfriso cuando lloraba pesares, en figura de romero, según cuenta en sus anales La Arcadia, tercero libro folio ciento y cuatro, os hace ostentación de su ciencia. Todo hombre debe acordarse cuando en los montes de Italia perdimos a don Beltrane, digo, al peregrino Anfriso, que llegando a consolarle, le enseñó el pastor Criselio; héroes de Apolo y de Marte, como son Rómulo y Remo, César, Licurgo, Alejandre, Aquiles, Vamba, Aníbal, las cuatro matronas graves, Semíramis, Artemisa, Cenobia y la que dió al áspid el pecho, el alma al infierno, y a Marco Antonio su sangre, imágenes y epitafios al Rey de Aragón don Jaime, al Cid, a Bernardo el Carpio y al gran Gonzalo Fernández. Éste, pues, a instancia mía hoy os quiere hacer alarde de sus mágicos secretos, porque apariencias no falten. LUCRECIA: ¡Gran sabio! CARLOS: ¡Espantosa vista! HORTENSIO: Es Criselio hombre notable. ALEJANDRA: ¿Y qué significa aquesto, si es que puede interpretarse? PINZÓN: Éste es Parnaso de Apolo, y todos los circunstantes son poetas. FELIPE: ¿Y quién son los que están a estas dos partes? PINZÓN: El Parnaso se compone de tres senos o lugares: gloria, infierno y purgatorio. ÁNGELA: ¡Qué llamas tan espantables! PINZÓN: Los de la mano derecha, porque mejor se declare, en letras góticas dicen, Parnaso crítico. LUCRECIA: Trance es de temer. Mas ¿por qué penan? PINZÓN: Pecados veniales son las palabras ociosas, que con fuego han de purgarse; vocablos impertinentes, que fuera de sus lugares están, como carne huída; son los que en nuestro lenguaje proponen los adjetivos, latinizan el romance y echan el verbo a la postre, como oración de pedante. Dicen que está en el infierno su primer dogmatizante, que introducir nuevas sectas no es digno de perdonarse. Penan en el purgatorio sus discípulos secuaces, por no pecar de malicia, que los más son ignorantes. ROGERIO: ¿Y quién son? PINZÓN: Este es Candor, aquél se llama brillante, Émulo aquél y Coturno el otro; aquél el Celaje, Cristal animado el otro; Hipérbole, Pululante, Palestra, Giro, Zerúleo, Crepúsculos y Fragantes murieron con contricción, y quisieron enmendarse, mas no tuvieron lugar. Rueguen a Dios que los saque de penas de Purgatorio, que a fe que hay entre ello fraile que habla prosa vascongada y versos trilingües hace. FELIPE: Y ¿quién son los del infierno? PINZÓN: Leed esas letras grandes. FELIPE: Parnaso cómico dicen. LUCRECIA: Y éstos ¿no pueden salvarse? PINZÓN: No han de ir al cielo de Apolo. LUCRECIA: ¿Por qué culpa? PINZÓN: Detestables. ¿No es hacer moneda falsa crimen lese majestatis? LUCRECIA: Claro está. PINZÓN: Pues éstos venden a todo representante comedias falsas; con liga de infinitos badulaques han adulterado a Apolo con tramoyas, maderajes y bofetones, que es dios y osan abofetearle, y están corridas las musas que las hacen ganapanes, cargadas de tantas vigas, peñas, fuentes, torres, naves, que las tienen deslomadas, y así las mandan que pasen penas y cargas eternas a sus culpas semejantes, y las atormenten sierpes arpías, gritos, salvajes, que son los que en sus comedias introducen ignorantes, dando al ingenio de palos. LUCRECIA: Quien tal hace, que tal pague. CONRADO: ¿Quién es aquél que se quema? PINZÓN: Un poeta vergonzante que pide trazas de noche de limosna. CONRADO: ¿No las hace? PINZÓN: No es hombre de traza el pobre, que hay poetas oficiales que cosen lo que les corta el maestro. ÁNGELA: No le alaben de ingenio a ése. ALEJANDRA: ¿Y aquél? PINZÓN: Es un poeta de encaje, que en una comedia mete, como si fuera ensamblaje, cuatro pasos de las viejas redondillas y romances con todas sus zarandajas. LUCRECIA: Vena estéril. FELIPE: No le llamen al tal sino remendón, y cuando escriba le manden sentar sobre una banqueta, pues echar tacones sabe. PINZÓN: Llevan sus muchachos éstos que pregonan por las calles, en vez de "¿hay zapato viejo?" "¿hay comedia vieja?" CARLOS: Pasen por poetas de obra gruesa, y llénenles los costales papelistas de la legua en ese oficio tratantes. ALEJANDRA: ¿Quién es aquél que en la silla tan autorizado y grave tiene en la mano el laurel borla del Petrarca y Dante? PINZÓN: Ésa es la gloria de Aolo, y, aquél el dios que las llaves tiene del entendimiento, y premiar al docto sabe; la corona es para quien, escribiendo dulce y fácil, sin hacerle carpintero, hundirle ni entramoyarle, entretiene al auditorio dos horas, sin que le gaste más de un billete, dos cintas, un vaso de agua o un guante, ése se coronará. ALEJANDRA: ¿Y los demás? PINZÓN: Que se abrasen; pues dándonos pan de palo, los ingenios matan de hambre. Los que quisieran saber los misterios importantes que el sabio Criselio enseña a los pastores amantes, a su cueva los convida. LUCRECIA: Entremos todos a hablarle. CARLOS: Satírico es el doctor. ÁNGELA: Y sus burlas agradables.
Encúbrese todo con música; vanse y quedan solos PINZÓN y ALEJANDRA
ALEJANDRA: Esperad, señor doctor, en enredos gradüado, que ya yo sé que os han dado borla de embelecador. ¿Vos pensáis que yo no sé vuestras socarronerías? Médico en bellaquerías que ayer mochillero fue y hoy a Galeno interpreta, yo diré quién sois a todos; de vuestra traición los modos veremos si halláis receta de palos preservativa. PINZÓN: (¡Oxte, puto! Esto va malo. Aparte contra enfermedad de palo no hay Hipócrates que escriba.) ¿Así se pierde el respeto de mi autoridad, señora, a mi presencia doctora? ALEJANDRA: Burlador, ya sé el secreto que a vos y a vuestro señor en nuestra quinta disfraza, y que con aquesa traza Lucrecia encubre el amor que tiene al fingido Anfriso. Desde Valencia a Milán vino, donde es capitán; de todo me ha dado aviso un español del presidio que en nuestra ciudad está. ¡Mal vuestro amo logrará metamorfosis de Ovidio! Ya hortelano, ya pasante, ya pastor de esta ribera, que su amorosa quimera no ha de pasar adelante; ni consienten mis desvelos, médico embelecador, que pues no paga mi amor aumente con él mis celos. Yo diré que es don Felipe, que ni está loca Lucrecia, ni con maraña tan necia es bien que se me anticipe; caballeros hay aquí señores y potentados que vengarán mis cuidados, a pesar del frenesí que la condesa ha fingido; pagándoos la cura a vos a palos. PINZÓN: ¡Cuerpo de Dios con quien dotor me ha metido! ¿No ves que echas a perder toda la Arcadia con eso? También tú has perdido el seso; que te cure has menester. ALEJANDRA: Pícaro disimulado, ¿Vos á Anfriso me quitáis? PINZÓN: ¿Díjelo yo? ALEJANDRA: ¿Vos curáis, médico desatinado, la condesa a costa mía, para que yo el seso pierda loca Alejandra, ella cuerda? ¿Hay tan gran bellaquería?
Da voces
Carlos, Hortensio. ¡Oh, qué bueno iba el enredo, Jesú! PINZÓN: ¡Paso, lleve Belcebú a Avicena y a Galeno, con cuantos médicos viejos inventó la medicina, purgas, jarabes y orina y al licenciado Alaejos que es la mayor maldición! Si la voluntad supiera que a mi amo tienes, yo hiciera que pagara tu afición, pues no está por la condesa don Felipe, tan picado, que no haya considerado lo que contigo interesa.
Sale LUCRECIA
LUCRECIA: Voces oigo en el jardín. Alejandra y el doctor las dan. ALEJANDRA: ¿Que me tiene amor? LUCRECIA: Saber intento a qué fin ha sido la riña y voces, desde esta murta escondida. PINZÓN: Quiérete como a su vida; mal a mi señor conoces. Él me lo ha dicho mil veces. Verdad es que enamorado de Lucrecia, y disfrazado con la fuerza que encareces por Lucrecia ha estado loco, y en esta Arcadia maldita el pastor Anfriso imita. Mas viéndote, poco a poco, su amor primero se enfría, y ya en el tuyo se abrasa. LUCRECIA: ¡Ay, cielos! ¿Aquesto pasa? ¿Qué escucháis, desdicha mía? PINZÓN: Como hay tantos imposibles que a mi dueño han de estorbar cuando se intente casar, su ejecución... LUCRECIA: ¡Qué terribles desengaños! PINZÓN: Tanto conde, tanto duque italiano contra un pobre valenciano, a sus deseos responde que en Alejandra se muden. ALEJANDRA: ¿Pues cómo nunca me ha dado señales de su cuidado? PINZÓN: ¿Qué amantes hay que no duden declararse? Si él supiera las finezas de tu amor. ALEJANDRA: Ya las sabe. LUCRECIA: ¡Oh, vil doctor! ¿Nos curáis de esa manera? Yo haré que os salga la cura costosa, por vuestro mal. PINZÓN: Espera a su general; y para esta coyuntura guarda el decirte su amor; porque, discreto desea que tal caballero sea testigo de su valor. ALEJANDRA: Si él aborrece a Lucrecia y eso, doctor, es verdad ya sabéis mi calidad. PINZÓN: Es la condesa una necia. ¿Tenéisle por hombre, vos, que se había de casar con una loca? ALEJANDRA: El amar todo es locura. PINZÓN: ¡Por Dios, que os adora! ALEJANDRA: ¿Pues de qué sirve el fingir que es Anfriso? PINZÓN: Pretende con este aviso, entretanto que aquí esté, veros para declararse cuando su general venga, y que la condesa tenga sosiego para curarse; que si va a decir verdad ¿a qué mármol no lastima ver sin seso a vuestra prima? LUCRECIA: ¡Buena capa de piedad! ALEJANDRA: Pues bien; ¿cómo daréis vos traza de que me asegure él mismo, y que me lo jure? PINZÓN: Yo haré que os habléis los dos esta tarde, y me dé albricias de las nuevas que le llevo; fuera que un enredo nuevo era de asegurar malicias de esta gente. ALEJANDRA: ¿De qué modo? PINZÓN: ¿En La Arcadia no fingió Anfriso que a Anarda amó? ALEJANDRA: Ya he leído el libro todo; y celos de Belisarda, le hicieron disimular que a Anarda empezaba a amar. PINZÓN: ¿Pues vos no sois aquí Anarda? ALEJANDRA: Sí. PINZÓN: Diréle yo a Lucrecia que porque mejor se imite La Arcadia, si lo permite, muestre que a Anfriso desprecia, y que a Olimpo favorece; porque Carlos ha tenido noticia de que el fingido pastor que la desvanece, es un español que viene con esta industria a usurparle su dama, y que asegurarle porque no lo crea, conviene. Harále favorecerla, y Anfriso, de esta mudanza quejoso, para venganza de su agravio y ofenderla, dirá que es ya vuestro amante, y que se quiere casar con vos. ALEJANDRA: ¿Y en qué ha de parar? PINZÓN: Diréle que es importante a todos, para que el seso cobre Lucrecia, que vea que el Anfriso que desea tiene esposa. ALEJANDRA: Bueno es eso. PINZÓN: Porque viéndole casado, y que imposible ha de ser llamarse ya su mujer, ya que en este tema ha dado, cobre así perfecta cura, pues según dice Galeno, veneno, contra veneno, contra locura, locura. Todos acreditarán mi parecer y opinión, y aprobando mi razón vuestras bodas fingirán, y creyendo que es Lucrecia de burlas el casamiento, deshecho el encantamiento se quedará para necia. LUCRECIA: ¡Bien el médico me trata! ALEJANDRA: Concluídlo vos así y satisfacéos de mí, que os pagaré. PINZÓN: ¿En oro o plata? ALEJANDRA: En uno y otro. Más... quedo; que sale Lucrecia. PINZÓN: ¿Quién? ALEJANDRA: La condesa. PINZÓN: ¡Por Dios, bien si ha escuchado nuestro enredo! ALEJANDRA: No sé, mas por sí o por no decid que estoy indispuesta. PINZÓN: El pulso, esotro; aunque es ésta
Tómale el pulso a las dos manos
calentura, bien sé yo de lo que os ha procedido. LUCRECIA: ¿Qué hacéis los dos aquí? PINZÓN: Está mala Alejandra, y será de que esta tarde ha comido almendrucos indigestos; tiene el pulso destemplado como barro; ha merendado fiambre, y son manifiestos principios de apoplegía. Vide Averroes juxta textum, crudum super indigestum, febrem pestilentem cría. Pero váyase a acostar, y para preservación háganla una fricación de piernas, y luego echar mil y quinientas ventosas. ALEJANDRA: ¿Cuántas? PINZÓN: Apela, si cuentas hoy con las mil y quinientas, que todas son provechosas. Mas no la echen sino seis, la una de ellas fajada, que esto a Laguna le agrada, De encurbitis. LUCRECIA: No echéis a perder tanto aforismo que sois prodigio, doctor. Ve a acostarte tú. ALEJANDRA: Mejor me siento. LUCRECIA: (En extraño abismo Aparte me anegáis recelos vanos.) ALEJANDRA: Pero iréme, con todo eso, a reposar.
Vase ALEJANDRA
LUCRECIA: (¡Pierdo el seso! Aparte ¡Ay hombres, todos livianos!) Decid, doctor. ¿Por ventura es de vuestra facultad, después que a la enfermedad pulsos toca y pone en cura ser en amores tercero? PINZÓN: (¡Por Dios, que nos atisbó!) Aparte LUCRECIA Que Galeno, no sé yo que fuera casamentero. PINZÓN: Señora, por todo pasa el que dar salud procura. LUCRECIA: El médico sólo cura y el cura sólo es quien casa. Mas si la jurisdicción ajena usurpastes ya, por vos el vulgo dirá desde hoy, y tendrá razón, "Cura que en la vecindad cura con desenvoltura, ¿Para qué le llaman cura si es la misma enfermedad?" PINZÓN: ¿Pues que tenemos para eso? ¿Qué varetas me tiráis? LUCRECIA: Basta; que a Anfriso casáis y a mí me curáis el seso. PINZÓN: ¡Qué bien que estáis en el caso! Si a Alejandra no engañara de este modo, declarara nuestro enredo. LUCRECIA: ¡Paso, paso! PINZÓN: Paso, o envido, ella sabe el nombre de mi señor, su patria, hacienda y valor, si es villano, si hombre grave; si es de veras vuestro mal o de amor traza sutil. LUCRECIA: ¿Vos, un médico civil contra mí tan criminal? ¡Villano! PINZÓN: (Esto va muy malo. Aparte ¿Mas que soy tan venturoso, que sin sentirme buboso me manda tomar el palo?)
Sale don FELIPE
FELIPE: (¿Qué disparates son éstos Aparte de Alejandra y de Pinzón?) ¿Qué bodas o enredos son, decid, estorbos molestos, los que acaba de decirme? Mas aquí Lucrecia está; mi pastora. LUCRECIA: Cesó ya La Arcadia, ya no fingirme ni loca, ni Belisarda. Alejandra es vuestra esposa, discreta, rica y hermosa para casarse os aguarda. Pinzón fué el casamentero; gocéis el dichoso estado que, de tal mano, tal dado, tal boda de tal tercero; que yo, pues La Arcadia cesa, que tan en mi daño fué, con Carlos me casaré, no pastora, mas condesa.
Vase LUCRECIA
FELIPE: ¿Mi bien? ¿Condesa? ¿Señora? ¿A Lucrecia, a Belisarda? Traidor, ¿qué desdicha es ésta? ¿Qué le dijiste a Alejandra? ¿Qué embelecos has fingido? ¿Qué bodas son las que trazas para matarme con ellas? ¿Por qué me ofende y se agravia? PINZÓN: Eso sí, echarme la culpa cuando es justo darme gracias, porque a Alejandra impedí el echar por la ventana el bodegón. FELIPE: ¿Estás loco? PINZÓN: Borracho al menos estaba cuando me metí en dibujos que agora tan mal me pagas. Si Alejandra te conoce; si sabe tu nombre y patria; lo que adoras a Lucrecia; los engaños de esta Arcadia; si para decir quién eres voces, como loca, daba, llamando los caballeros que aquí mi ingenio disfraza, ¿cómo te parece a ti que había de asegurarla y excusar todo un diluvio de palos a mis espaldas, si no es urdiendo quimeras y diciendo que te abrasas por ella? Si se escondió para acecharnos tu dama ¿es adivino un dotor? FELIPE: Tú dijiste que yo amaba a Alejandra. PINZÓN: ¿Qué querías? FELIPE: ¿Y lo escuchó Belisarda? PINZÓN: El amor todo es orejas. FELIPE: Pues si con Carlos se casa, ¿qué he de hacer, traidor, yo agora? PINZÓN: Mondar nísperos. FELIPE: Tú causas mi muerte, tú me destruyes. PINZÓN: Siendo dolor, ¿tú pensabas que habia yo de ser menos que los que curando matan? FELIPE: ¡Traidor! Yo no te decía que tus bufoniles gracias a perder me habían de echar? PINZÓN: Alto. ¿Yo he de ser la vaca de la boda? FELIPE: ¡Vive Dios villano! Pues que me matas que has de morir tú primero.
Saca un cuchillo de monte
PINZÓN: Miren aquí en lo que para un injerto de dotor y mochilero. ¡Oh, mal haya quien por tí, ha revuelto libros, jarabes, purgas y calas! FELIPE: Una pierna he de cortarte, escoge. PINZÓN: Es cojo quien anda con solamente una pierna, pero córtalas entrambas que no estoy para escoger. FELIPE: ¡Traidor! Lucrecia casada, ¿qué he de hacer por tí? PINZÓN: ¿Ya es barro a falta de ella Alejandra? FELIPE: ¡Oh bufón, borracho, loco!
Tírale de las orejas
PINZÓN: ¡Aquí de Dios! ¡Que me sacan de las sienes las orejas! ¿Hasta cuándo has de tirarlas?
Salen CARLOS, ROGERIO y CONRADO
CARLOS: ¿Quién alborota la quinta? CONRADO: Voces dan desentonadas. Pero ¿no es éste el doctor? PINZÓN: Vuelve a ponerme la capa y disimula, que yo desenojaré a tu dama. ¡Maldiga Dios quien te sirve!
Compónese
ROGERIO: ¿Qué es esto? PINZÓN: Riñas de casa; es éste, nuestro pasante, una mula con albarda. Sácame de mis casillas. ¡Jesús, Jesús! CARLOS: ¿Pues qué pasa? PINZÓN: Examinábale agora de la suerte que curaba un romadizo y responde que de la vena del arca le saquen seis escudillas; miren que médico sangra con romadizo; un jumento sois, un buey. Decid, ¿no manda Galeno inflebotomía minutiones sine causa, maxime en los romadizos medici prudentes caveant? Los romadizos se curan vigilia jejunio, y sanan con humo de quina quina y con ungüento de ranas. ¿Dónde hallaste vos ser bueno contra la pasión de rabia el emplastro de orejones? Aun en la modorra--¡vaya!-- Bueno es tirar las orejas pero no con fuerza tanta que del casco se las saquen. FELIPE: (Este loco disparata. Aparte ¿Y ha de dar con todo en tierra? A buscar mi Belisarda voy, que si disculpas oye yo vendré a desenojarla.)
Vase don FELIPE
PINZÓN: Corrido va de vergüenza el pasantón. ROGERIO: Poca causa os dió de descomponeros. PINZÓN: Si la paciencia me acaban las necedades que dice, ¿señores, qué quieren que haga? Háme roto las orejas con una y otra alcaldada. Mas él me lo pagará o no seré yo, esto basta.
Vase PINZÓN. Salen LUCRECIA, HORTENSIO, ÁNGELA y ALEJANDRA
LUCRECIA: Esto, padre, se ha de hacer. Yo estoy ya desengañada de que Anfriso no me quiere por casarse con Anarda. Mi esposo ha de ser Olimpo, pues si voy contra el Arcadia que afirman que se casó con Salicio Belisarda, mi amor, que puede, dispensa, y para cobrar venganza de mis agravios, importa. HORTENSIO: Digo, hija, que se haga tu gusto. CARLOS: Aunque sea fingido, dente, Amor, mis esperanzas las gracias de aquesta boda, pues es señal de que me ama mi condesa. Dala seso que es lo que agora la falta, y representa de veras lo que de hoy burlas ensayas. LUCRECIA: Pues, padre, cúmplase luego. CONRADO: ¿Qué es esto? HORTENSIO: Locas mudanzas de Lucrecia, que seguimos, como veis, por sosegarla. Dice que ha de desposarse hoy, con Olimpo; llevadla el humor, fingid sus bodas y dadle el parabién. ROGERIO: Vaya; aunque a Carlos tengo envidia. HORTENSIO: Todo es de burlas. ROGERIO: Las llamas aunque de burlas las toquen de veras queman y abrasan. ALEJANDRA: Muchos años hoy gocéis discreta y bella serrana, para gloria de estos montes. LUCRECIA: Y vos, venturosa Anarda, logréis el amor de Anfriso. CARLOS: Hágase un torneo de agua esta tarde, que ya tengo en nuestro Erimanto barcas. ÁNGELA: Así en la Arcadia se hizo en las bodas malogradas que nuestra pastora imita. LUCRECIA: Soy de esotra semejanza. HORTENSIO: Dense las manos los dos.
Baja don FELTPE en una nube y quédase abajo, y al mismo tiempo arrebata otra a CARLOS y vuela arriba
FELIPE: ¡Oh traidora Belisarda! PINZÓN: Esto mismo dijo Anfriso cuando la cinta le daba a Olimpo, loco de celos; mas hoy por mi industria baja, porque no falten tramoyas a desenlazar marañas y satisfacer sospechas con que nos confunde Anarda. Por arte de encantamiento vuelvo; Olimpo, no caigas, que saldrá mal la apariencia. ÁNGELA: Donosa burla. CONRADO: Extremada. FELIPE: Cesen ya, celosa mía, invenciones excusadas. Lucrecia sois y mi esposa; Yo, don Felipe de España. ¡Ya es tiempo de hablar verdades! LUCRECIA: ¿Pues no adoras a Alejandra? FELIPE: ¿Cómo puedo, si mi amor te dió las llaves del alma? LUCRECIA: Tu esposa soy; ya estoy cuerda. CONRADO: ¿Cómo es esto? PINZÓN: Esto se llama entre médicos, papilla y morlaco, a quien la mama. ROGERIO: ¿Luego cásanse de veras? PINZÓN: Y tan de veras se casan como La Arcadia es de burlas. ROGERIO: Si lo consienten mis ansias. CONRADO: No, mientras que yo viviere.
Sale CARLOS
CARLOS: Pastores, en nuestra casa tenemos el mejor huésped que honró en nuestro siglo a Italia, don Jerónimo, famoso, Pimentel, sol en las armas y blasón de Benavente. Me da aviso en esta carta que hoy llegará a ser padrino, no de Anfriso y Belisarda, de Lucrecía y don Felipe Centellas, su camarada y amigo. Mis celos cesan y a todos os desengañan que la condesa ha fingido su locura, y nuestra Arcadia por este español, dichoso. ALEJANDRA: ¿Hay tal burla? CARLOS: Aunque pesada, Yo saldré contento de ella si Alejandra mi amor paga. ALEJANDRA: Mi dicha, conde, confieso. CONRADO: Doña Ángela, si en vos halla remedio este daño, dadme la mano. ÁNGELA: Y con ella el alma. PINZÓN: ¿Y qué han de darle al dotor Alaejos, cuyas trampas le han pagado en orejones? LUCRECIA: Yo satisfaré tus gracias. FELIPE: Salgamos a recibir a don Jerónimo, y hagan fiestas a mis desposorios, los que mi ventura alaban, entretanto que agradece Tirso a la Vega de España, la materia que en su libro dio a nuestra fingida Arcadia.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002