JORNADA SEGUNDA


 
Salen don FELIPE, de pastor, y ALEJANDRA
FELIPE: ¿También ella ha dado en eso? ALEJANDRA: El trato y conversación varían la condición, la de mi prima profeso. Cuando tiene poco seso el señor, pocos crïados le sirven considerados. en casa del jugador todos imitan su humor; la guerra engendra soldados. A cierto rey, adulaba un privado, o necio o loco; era cojo el rey un poco y el otro le remedaba, sano estando, cojo andaba. Imitaron sus antojos los demás, y dando de ojos cuantos iban á palacio llenaron en breve espacio toda la corte de cojos. Provincia hubo, cuya gente mandó a cada cual, por ley, por faltar un diente al rey que se sacase otro diente. Mueve el objeto presente. Trata en pastores Lucrecia, que caballeros desprecia, después que estos campos mora, y yo imito a la señora, ya sea cuerda, ya sea necia. Esta negra Arcadia ha sido de Lope, quien la ha encantado. FELIPE: La Arcadia de Lope ha dado al traste con su sentido. ALEJANDRA: Tirso, basta lo fingido. Yo sé, que aunque jardinero te vendrá el sayal grosero; hablando a lo pastoral, debajo el sayal, hay al. FELIPE: ¿Qué ha de haber? ALEJANDRA: Un caballero. FELIPE: Bien puedo venirlo a ser; de menos nos hizo Dios. ALEJANDRA: Solos estamos los dos; ya sabes que la mujer pierde el seso por saber. ¿Díme quien eres? FELIPE: Verá en la locura que da Regidero fué mi padre, si dice verdad mi madre, y alcalde una Navidá. Cuando nací, no hubo quien no dijese a la parida, "No hay cosa más parecida en el puebro, al sacristén." ¡No lo llevó padre bien! Mas yo que tengo ventura más que un sobrino de un cura y soy labrador. ¡Por Dios que pienso, que a ambos a dos les soy en cargo la hechura!
Sale LUCRECIA con La Arcadia en la mano
LUCRECIA: (¿Si hallaré a mi jardinero Aparte retratando entre sus flores mis esperanzas y amores?) ALEJANDRA: Tirso, vos sois caballero. Aunque el azadón grosero os dé ejercicios tan llanos, tenéis muy blancas las manos; y aunque más disimuléis los callos que no traéis son guantes de los villanos. LUCRECIA: (Tirso y Alejandra, están Aparte solos.) FELIPE: También tengo yo mis callos. ALEJANDRA: Aqueso no,
Tómale una mano
que ellas os desmentirán. FELIPE: Estése queda. LUCRECIA: (Ya van Aparte quilatando mis desvelos el oro de amor, con celos.) ALEJANDRA: ¿Esta es mano labradora O cortesana y señora? LUCRECIA: (La mano le ha dado, ¡ay cielos!) Aparte ALEJANDRA: Aquí mi sospecha vea engaños que en sayal fundas, que manos tan vagamundas más son de ciudad, que aldea. FELIPE: Como ha poco que se emplea en el campo mi labor, aún no he mudado el color, Estudiaba para cura, mas tengo la cholla dura y quedéme en labrador. Suelte, que parece mal.
Sácale una valona con puntas de cuello
ALEJANDRA: Que os desmienta amor me manda. ¿Dicen bien cambray y randa con el buriel y el sayal? LUCRECIA: (¿Hay desventura tal? Aparte Don Felipe, al fin, traidor.) ALEJANDRA: ¡Qué delicado pastor! Llámeos el que os considera dentro holanda, y sayal fuera, Tirso hipócrita de amor. Pero Lucrecia está aquí. Turbado os habéis en vella, sed cortesano para ella y labrador para mí, que, pues andaban así los pastores de Erimanto, si Anfriso sois, no me espanto que estime tanto la vida de nuestra Arcadia fingida y que a vos os quiera tanto.
Vase ALEJANDRA
FELIPE: ¡Lucrecia del alma mía! LUCRECIA: ¿De vuestra alma? Debe ser alma, Tirso, de aLquiler con huéspedes cada día. Quien de españoles se fía llora engaños como yo; quien jardineros creyó, funde en flores su esperanza, símbolos de la mudanza, rosas hoy, mañana no. FELIPE: Si decís eso, mi bien, porque aquí Alejandra estaba... LUCRECIA: A las manos os miraba, gitana, sus rayas ven. FELIPE: Si nos oyérades bien salieran recelos vanos... LUCRECIA: Son ladrones los gitanos; dístesle la mano vos, y amor que es juez porque es Dios os cogió el hurto en las manos. Ya sabéis vos que en la palma funda el Amor su caudal, pues se la dan en señal los que hacen de dos un alma; con la vuestra el pesar calma de Alejandra, dadla el sí, pues darle la mano os vi; que contra agravios villanos la venganza es toda manos y las tendrá para mí. FELIPE: Admitid satisfacciones. LUCRECIA: No las hay para la vista.
Sale CARLOS
CARLOS: Aunque encartado en la lista de faltas e imperfecciones, condesa... FELIPE: (No me faltaba Aparte sino aqueste estorbo agora.) CARLOS: En fe que el alma os adora.
A LUCRECIA
FELIPE: Yo maravillas sembraba, que por ser de Amor son de oro, dio Alejandra en porfïar que no se habían de lograr. CARLOS: Digo que en fe que os adoro, Lucrecia mía, no quiero que me desdeñáis creer. FELIPE: Dijo que no habían de ser si espuelas de caballero, que por azules son celos y por ser espuelas pican. CARLOS: Muchos que os aman publican esperanzas y desvelos, que porque os darán enfado con las faltas que escribistes, discreta los despedistes; y aunque entre ellos señalado yo sé que soy preferido. FELIPE: Dijo, sembrad, jardinero espuelas de caballero. Respondíla, yo no he sido caballero, sí pastor, ni han de sembrarse en mis eras flores que son caballeras. CARLOS: ¡Qué importuno labrador! ¿No echaréis de ver, villano, que estoy hablando yo aquí? FELIPE: Como esto la respondí, llega y cógeme la mano, y agarra las maravillas que encubierta conoció; pero, aunque las marchitó, si ella quiere recebillas bien puede, como no crea engaños y trampantojos que tal vez hacen los ojos. CARLOS: No me deis causa que sea descortés con la condesa, villano, agora por vos. LUCRECIA: Andad, Tirso, andad con Dios, que no es buena disculpa ésa. Proseguid vuestro ejercicio, lo que Alejandra os mandó sembrad, que no quiero yo contradecir vuestro oficio. ¿Trasplantar flores, no es de una a otra parte mudarlas? Pues bien, podéis trasplantarlas si el mudarse es tu interés. Andad, dadlas otra mano si no basta la primera. CARLOS: Menos tratable os quisiera, señora, con un villano. LUCRECIA: Gusto de gente sencilla; mas ya este pastor me enfada porque tiene alma doblada. Idos de aquí. FELIPE: Persuadilla quisiera a lo que es verdad. LUCRECIA: Ya os digo que nos dejéis. CARLOS: Rústico, vos pretendéis que ofenda la calidad de mi nobleza con vos. FELIPE: Que no ofenderá. CARLOS: Villano, ¿vos os vais del pie a la mano conmigo? FELIPE: Y con otros dos. LUCRECIA: ¡Bárbaro! ¿Con el marqués? FELIPE: Después que soy jardinero y espuelas de caballero traigo, ya que no en los pies, en las manos, he cobrado humos de caballería; el valor nobleza cría. Si me habéis menospreciado, juzgando, por suerte escasa, el sayal que estimo al doble, advertid que el huésped noble tal vez vive en pobre casa. CARLOS: ¿Que esto consienta a un grosero? LUCRECIA: ¡Dejadle, que si villano se ha tomado tanta mano, vengarme y vengaros quiero con daros la mano yo, en fe de lo que os estimo como amante y como primo!
Danse las manos y quítaselas don FELIPE
FELIPE: ¿Cómo amante? Aqueso no; que yo, que este jardin guardo, arranco, si me parece, la mala hierba que crece, y sus espinas escardo. Espuelas de caballero me hizo Alejandra sembrar, y si se han de malograr flores que sembré primero, satisfagan mis desvelos la venganza a que se aplican, ya que como espuelas pican y como azules dan celos, que los planteles que trazo de otra labor han de ser. CARLOS: ¿Qué haces, bárbaro? FELIPE: Romper, por ir torcido, este lazo. CARLOS: Afrenta es, no castigar un loco tan descompuesto.
Echa mano CARLOS, y riñe con don FELIPE con el azadón
LUCRECIA: Tirso, Carlos, ¿qué es aquesto? FELIPE: Esto es, mudable, escardar. CARLOS: Y esto hacer que un descortés no lo sea. FELIPE: Cortesano, ¿a Lucrecia dais la mano? Pues no os me habéis de ir a pies.
Vanse peleando
LUCRECIA: Gente, pastores, crïados, que matan mi jardinero, mirad que sin él no espero dar sosiego a mis cuidados. (¡Oh celos! Confuso abismo Aparte como el que os tiene no alcanza, que en vez de tomar venganza la experimenta en sí mismo.)
Sale don FELIPE
FELIPE: Yo, Lucrecia, soy de España, mi noble patria es Valencia, que, ni sufre competencia ni perdona a quien la engaña. La guerra es mi profesión, toda cólera y venganza; si agravios causan mudanza, juzgad los vuestros qué son; que yo, español mal sufrido y vengador valenciano, que enajenar una mano he visto, de quien he sido dueño; si a vuestra promesa es bien que crédito dé, no es justo que tenga fe en mano que otro hombre besa. Si a Alejandra se la di, fue porque quiso, curiosa, como mujer maliciosa, hacer experiencia en mí del oficio que grosero he, por vos, ejercitado, o, saber si disfrazado era Tirso jardinero. Injurias del azadón buscaba Alejandra en ella. Quien disculpas atropella y no oye satisfacción, achaques busca, sin duda, con que excusar su mudanza. Hallólos vuestra venganza. No es Amor el que se muda. Gozad a Carlos, que es justo mientras que me ausento yo, que, si en la mano cifró prendas, Amor de su gusto; y en ella la posesión le dió vuestra libertad, alegará antigüedad, y, guardársela es razón. Dama tengo yo en Valencia con que despicar enojos, menos crédula en sus ojos, y más constante en mi ausencia. En La Arcadia que leístes, aunque hay celos cortesanos, no hallastes venganza en manos, ni mudanzas aprendistes; y quien estilos no guarda de amores que imitar quiso, no es bien los logre en Anfriso, pues no ha sido Belisarda. Ella es firme y fácil vos; pero contra tales daños templos hay de desengaños donde sane Anfriso. ¡Adiós!
Vase FELIPE
LUCRECIA: Felipe, mi bien, aguarda, cesen venganzas violentas; si, como Anfriso, te ausentas, moriráse Belisarda. Yo me cortaré la mano, ocasión de tus enojos; yo me sacaré los ojos que dieron crédito vano a culpas que no hay en ti. Árboles, ¿no le estorbáis? Arroyo, ¿no le atajáis? ¡Fuése, cielos! ay de mí! Pastoriles sutilezas, si me enseñastes a amar ya me podéis enseñar soledades y tristezas. Arcadia, dedidme vos con qué paciencia y aviso llevará ausencias de Anfriso Belisarda; y si los dos distantes tuvieron seso para sufrir soledades que en remisas voluntades corduras solas confieso. Celos le volvieron loco a Anfriso, y pues no perdió ella el seso, muestra dio que amaba a su pastor poco. Mas vale en que yo le pierda y en fe de que sé querer, con Anfriso loca ser que con Belisarda cuerda. ¡Flores, que ya espinas piso! ¡Fuentes a quien llanto doy! ¡Confesad que loca estoy o restauradme a mi Anfriso!
Salen CARLOS, ROGERIO, CONRADO, HORTENSIO, ALEJANDRA y ÁNGELA
CARLOS: ¿Hay más furioso villano? ROGERIO: Muérte os da, a no defenderos. CARLOS: Si la vida he de deberos buscadle, que será en vano mientras no me vengo de él hacer de mi vida caso. LUCRECIA: ¡Zarzas, atajadle el paso! ¡arroyos, corred tras él! ALEJANDRA: Prima. HORTENSIO: Alejandra. CARLOS: Señora. LUCRECIA: Belisarda soy, pastores. Mi Anfriso ausentan traidores ¿qué hará sin él quien lo adora? CONRADO: ¿Qué novedades son éstas? ÁNGELA: Loca la condesa está. LUCRECIA: Viviréis contentos ya; haréis en Arcadia fiestas, pastores del Erimanto, que Anfriso se fue al Liseo. Cumplió a la envidia el deseo vuestro rigor y mi llanto. Industrias de Galafrón y celos de Lerïano, mi Anfriso ausentan en vano pues le guarda el corazón. HORTENSIO: ¿Qué Arcadia, qué Galafrones son éstos? ÁNGELA: Bien dijo yo desde que Lucrecia dio en leer prosas y canciones de esta Arcadia--¡Oh, maldición!-- que el seso había de perder. LUCRECIA: Ausencias, no han de poder, malicioso Galafrón, causar en mi amor olvido. Bronce soy, columna, roca. ROGERIO: ¡Vive el cielo que está loca! CARLOS: Quemad los libros que han sido ocasión de este accidente. LUCRECIA: ¿Por una mano que di, pastor, me dejas así? HORTENSIO: Tenedla. LUCRECIA: Mi Anfriso ausente, no quiero gusto, ni vida. CARLOS: ¡Oh! Maldiga el cielo, amén la Arcadia y libros también que engañan gente perdida. ALEJANDRA: Prima mía, vuelve en ti. LUCRECIA: ¿Cómo, si soy Belisarda? ¿Y tú, cautelosa Anarda, me usurpas Arifriso así? ALEJANDRA: ¿Yo Anarda, prima? ¿Qué es esto? LUCRECIA: Tú, cavilosa pastora siendo a mi amistad traidora en este estado me has puesto. ÁNGELA: Alto, ella ha dado en glosar La Arcadia de Lope toda. HORTENSIO: Sobrina. LUCRECIA: Mal se acomoda quien no tiene gusto a amar, caduco padre, a Salicio. HORTENSIO: ¿Quién es tu padre? ¿Qué aguardo? LUCRECIA: Mi padre eres, Clorinardo. HORTENSIO: Rematósele el jüicio. CARLOS: ¡Condesa, señora mía! LUCRECIA: Pues tu Olimpo me consuelas cuando sé de tus cautelas lo que intenta tu porfía. CARLOS: A todos nos pones nombres. Basta, que Olimpo me llama. LUCRECIA: El engaño al noble infama. ¿Qué importa, traidor, que asombres, mi pastor con tus quimeras, si al fin vence la verdad? Yo le tengo voluntad. CARLOS: ¡Alto! ¡Aquesto va de veras! CONRADO: ¿Hay desgracia semejante?
A CONRADO
LUCRECIA: Menalca, si a Isbel adoras, premias gustos, celos lloras, en La Arcadia, firme amante llora mis penas también. HORTENSIO: Menalca llama a Conrado. LUCRECIA: A mi Anfriso ha desterrado la envidia, no mi desdén. ¡Llanto será vuestra risa, prados, mi pastor ausente! Si tu amistad mi mal siente consuélame tú, Leonisa. ÁNGELA: También a mí me ha cabido mi título pastoril. LUCRECIA: Huye del engaño vil de aquese Olimpo atrevido que con cautelas aguarda vengarse, mas no podrá, que firme celebrará La Arcadia a su Belisardo.
Vase LUCRECIA
ÁNGELA: Miren aquí qué provecho causan libros semejantes; después de muerto Cervantes la tercera parte ha hecho de Don Quijote. ¡Oh, civiles pasatiempos de estos días! ¡Libros de caballerías y quimeras pastoriles, causan estas pesadumbres, y, asentando escuela el vicio, o destruyen el jüicio o corrompen las costumbres! ALEJANDRA: (Tirso es, sin duda, el Anfriso Aparte que alegoriza Lucrecia. Si huyendo la menosprecia, y dar muerte a Carlos quiso, contra disfraces villanos indicios son de sabello, la curiosidad del cuello y blandura de las manos.) ROGERIO: ¿Hay desdicha más extraña? HORTENSIO: ¿Que un libro causa haya sido de que el seso haya perdido? CARLOS: Bastaba ser él de España. HORTENSIO: Vamos a poner remedio, si le hay, para tanto daño. CARLOS: ¡Ay! ¡Quién con algún engaño hallara, Conrado, medio para poder persuadirla que era yo su Anfriso amado! CONRADO: En notable tema ha dado. ROGERIO: Si no viene a reducirla el tiempo y cura, tan loco tengo de vivir como ella. CARLOS: En adoralia y querella yo lo estoy, o falta poco. CONRADO: ¿No buscamos el pastor que contra vos se ha atrevido? CARLOS: Por el mayor mal olvido mi agravio, pues es menor. Esta Arcadia he de leer para saber qué pastores dan motivo a sus amores. ROGERIO: Olimpo venís a ser. CONRADO: Menalca a mí me llamó. HORTENSIO: Clorinardo a mí. ALEJANDRA: A mí Anarda. ÁNGELA: Leonisa soy, Belisarda ella y Erimanto el Po. Miren, cuan desvanecidas la tienen estas quimeras. CARLOS: Basta, que el Po y sus riberas son ya la Arcadia fingida.
Vanse todos. Salen don FELIPE, de galán, y PINZÓN, criado suyo
PINZÓN: Con seis meses de ausencia a las lenguas del vulgo das licencia. Quién dice que, cansado de Milán, y el blasón de ser soldado, a España te volviste descortés, pues que no te despediste, del duque valeroso ni de tu general, que generoso capitán de caballos te hizo, y no supiste gobernallos. Quien dice que te han muerto por algún licencioso desconcierto, que a bisoños de España, en Italia las más veces engaña pensar que son señores ya en casos de intereses, ya de amores. Mira tú lo que haría Pinzón que te aguardaba de día en día, oyendo tantas cosas, y las más, en tu agravio, poco honrosas. FELIPE: Ya Pinzón te he contado de mis amores el confuso estado. PINZÓN: Medrado caballero, de capitán, amante jardinero, no esperaba otro fruto si de Lucrecia fue marido bruto, que se interpreta bestia, sitio tal galardón por tal molestia. Ya que en tales quimeras flores plantabas ¿no nos escribieras? FELIPE: Importaba el secreto, que es la condesa dama de respeto. PINZÓN: Pero no de alabanza, pues pagó tus servicios con mudanza. FELIPE: No tratemos en eso si de celos no quieres pierda el seso. Ya que a Milán he vuelto de la prisión tirana de Amor suelto, al gran duque de Feria los pies quiero besar. PINZÓN: ¿Y en qué materia fundarás la disculpa de la prolija ausencia que te culpa? FELIPE: Diré que hice promesa de ir a Roma. PINZÓN: Muy tibia excusa es esa, pues no se lo dijiste, ni de tu general te despediste. FELIPE: No faltarán colores que me disculpara. PINZÓN: Búscalos mejores, y seas bien venido si hijo pródigo, a casa reducido.
Sale don PEDRO, de camino
PEDRO: ¿Si hallaré al duque en Milán? que no es digno este suceso de ignorarse. FELIPE: ¿Qué es eso? ¿Qué fue? PEDRO: ¡Oh, señor capitán! huelgo de hallaros aquí. FELIPE: Don Pedro, ¿qué ha sucedido? PEDRO: Una desgracia, que ha sido la más nueva para mí, de cuantas hasta hoy he visto. De Valencia del Po vengo, que en fe del cargo que tengo siempre en su presidio asisto. Ya conocéis su condesa. FELIPE: Fénix es de la hermosura. PEDRO: Escuchad, pues, su locura, si de su desgracia os pesa. FELIPE: ¿Loca la condesa está? PEDRO: El trato y la inclinación con que honra a nuestra nación este mal pago la da. Dio en aprender de manera nuestra lengua castellana; que por dama toledana su idioma enseñar pudiera. Aficionóse después a los libros con que España en cualquier nación extraña blasón de las musas es. Préciense de su elocuencia Petrarcas, Bocaccios, Dantes, y otros héroes semejantes, ya en Italia, ya en Florencia, que en ella los más discretos nos vendrán a confesar que Italia toda es hablar y España toda es conceptos. Dejóse llevar, de modo, de esta inclinación, que al fin retirándose a un jardín ocupaba el tiempo todo en los libros que escribió el Apolo de Madrid. FELIPE: ¡Ése es Lope! PEDRO: Y, advertid que entre todos escogió. La Arcadia, en cuyos pastores prados, fuentes, transformada de día y noche elevada celebraba sus amores, recreándose en su historia aunque fabulosa, bella, tanto, que no hay verso en ella que no sepa de memoria. Paró aquesta ocupación en salir hoy de improviso diciendo que adora a Anfriso y que aquellas selvas son, riberas del Erimanto de la Arcadia sus montañas, sus quintas, pobres cabañas, sus edificios encanto; las damas que están con ella Amarilis y Leonisas, Isbelias, Celias, Florisas, los caballeros que a vella van, han de ser Galafrones, Celsos, Menalcas, Gasenos, Olimpos, Danteos, Mirenos, Frondosos y Coridones. Afirma que es Belisarda, y que a su Anfriso destierra la envidia que le hace guerra, de quien, con su ausencia aguarda dar a sus penas consuelo; trueca galas cortesanas por las sayas aldeanas cofia, brïal y sayuelo; escribe en troncos diversos por las márgenes del Po lo que en La Arcadia leyó; canta llorando sus versos; y si quieren apartarla de este tema, no hay sufrirla, de modo que, han de seguirla los que intentan sosegarla. Hasta aqueste extremo llega si es fuerte una aprensión, y de esta eficacia son versos de Lope de Vega. Sus amantes y parientes de este caso lastimados juntan los más afamados médicos si en accidentes de tan extraña locura basta medicina humana, porque el loco tarde sana y el amor no tiene cura. Lucrecia está, al fin, sin seso. Sentid las nuevas que os doy y adiós, que a contarle voy al duque, aqueste suceso.
Vase don PEDRO
FELIPE: Yo soy la causa, Pinzón de que Lucrecia esté loca; mi ausencia es quien la provoca. Bastante satisfacción tengo, de que mis recelos fueron sin causa fundados. ¡Maldiga Dios los cuidados que dan aparentes celos! Yo la adoro, yo he de ser la salud de su locura hechizo de su hermosura. A Valencia he de volver; sígueme, y no me aconsejes. PINZÓN: ¿Agora sales con eso? Más perdido está tu seso que el suyo; amantes y herejes sois de una especie, si dais en defender un error. FELIPE: Todo este mal es amor. PINZÓN: Locos, pues, todos estáis. Si a Carlos has ofendido y otra vez allí te ven, ¿piensas que has de librar bien? FELIPE: Jardinero fuí fingido. ¿Médicos buscan agora? con su disfraz me aseguro. PINZÓN: La vida por tí aventuro. Presencia tengo dotora; vamos, y veras que Grecia me transforma en Esculapio. FELIPE: ¡Ay mi loca! PINZÓN: Berros y apio han de sanar a Lucrecia.
Vanse los dos. Salen ALEJANDRA, HORTENSIO, ÁNGELA, CARLOS, CONRADO Y ROGERIO
ALEJANDRA: ¡Lastimosa desgracia! CARLOS: Si le dura a Lucrecia este mal, yo que la adoro, imitación seré de su locura. ÁNGELA: Sus años verdes malogrados lloro. CONRADO: ¡Que a tanta discreción, tanta hermosura, un loco frenesí pierda el decoro! HORTENSIO: Ya ha castigado justamente el fuego los libros, confusión de su sosiego. Quiétase si, siguiendo el desatino de sus locuras, digo que es serrana, que su Anfriso la adora, y si convino hacer ausencia, volverá mañana. Mas, si quiero meterla por camino, de nuevo se enfurece. ROGERIO: ¡Qué tirana pasión de su engañada fantasía! CONRADO: ¡Ay prenda malograda! CARLOS: ¡Ay loca mía! HORTENSIO: Si la llamo condesa, me desmiente diciendo que no es más que una pastora; si la encierro, llamándome inclemente voces furiosas da, suspira y llora; padre me nombra, y dice que aunque intente privarla en la prisión de quien adora, no han de bastar violencia, ni artificio a que, a Anfriso olvidando, ame a Salicio. Porque se quiete, en fin, libre la dejo; Belisarda la llamo, y que soy digo su padre Clorinardo. CARLOS: Ese consejo, por eficaz, para su gusto, sigo. ALEJANDRA: (Fue de su amor, Felipe, claro espejo; Aparte quebrósele el ausencia; yo me obligo a sanarla si vuelve el jardinero.) HORTENSIO: Médicos, Carlos, de Bolonia espero. CONRADO: ¿Qué medicina puede haber bastante que del entendimiento cure engaños, en siglo que el más sabio es ignorante, y aquél se estima más que hace más daños? CARLOS: ¿Loca Lucrecia, cielo, y yo su amante? ¿Tan triste empleo de tan verdes años? HORTENSIO: Ella sale; escuchadla. Nadie niegue que es pastora si intenta que sosiegue.
Sale LUCRECIA de pastora bizarra
LUCRECIA: Asperos montes de Arcadia que estáis mirando soberbios en mi llanto y vuestras aguas mi desdicha y vuestro extremo; fresnos en cuyas cortezas, papel de mis pensamientos, escribió el alma verdades contra inclemencias del tiempo; robles, si firmes, villanos, imitación de los pechos, constantes en perseguirme, villanos en sus deseos; murtas verdes y floridas, que hubiérades dado ejemplo a mis esperanzas locas a no secarlas recelos; jazmines, que a mis venturas imitáis en los contentos, pues se quedaron en blanco y en flor se desvanecieron; mosquetas, que tantas veces trébol y rosa os tejieron guirnaldas para un ingrato, flores antes, ya veneno; ¡qué de noches gozó el alma castos entretenimientos que encubrió el temor al día, revelador de secretos! ¡Qué de veces el aurora vio, dando quejas al sueño, porque usurpaban tiranos su jurisdicción, desvelos! ¡Qué de fingidas promesas! ¡Qué de vanos juramentos! ¡Si temprano me engañaron tarde, o nunca, se cumplieron! ¡Aquí, soledades mías, leí papeles, que tiernos por ser letras se borraron, por ser papel se rompieron! ¡Palabras en papel dadas libran sus obras al viento; que, en la desdicha, los gustos se quedan siempre en deseos! ¡Montes, fresnos, robles, murtas, jazmines, mosquetas, trébol, noche, aurora, día, tarde, papeles, obras, deseos!... ¡Todos me habéis, por adoraros, muerto! ¡Tarde os conozco; cuando el daño es cierto! HORTENSIO: No es bien, hija Belisarda, martirizar tu sosiego con memorias lastimosas que han de aliviarse tan presto. A la Arcadia vuelve Anfriso, y desde el monte Liseo te escribe amorosas cartas, que, como tu padre, he abierto. Tú eres, Belisarda mía, de aquestas canas espejo, ¿si le eclipsas con pesares qué harán mis años postreros? Vuelve a alegrar los pastores, que en tu discreción tuvieron conversaciones honestas y lícitos pasatiempos; háblalos. LUCRECIA: ¡Oh Galafrón, Menalaca, Olimpo, Enareto, Anarda, Leonisa mía! ¡Nunca el triste da contentos! triste estoy, no puedo darlos; perdonad mis sentimientos Y asentaos, pues mis desdichas me atormentan tan de asiento.
Asiéntanse todos
CONRADO: ¿Hay lástima semejante? CARLOS: Tal estoy, que tengo celos de este Anfriso, aunque fingido. ROGERIO: Yo lloro sus desconciertos.
Sale un CRIADO
CRIADO: Un médico, que de España pasa a Roma, y en sabiendo la enfermedad de Lucrecia, prometió darla remedio, desea verla. HORTENSIO: Dile que entre;
Vase el CRIADO
que con españoles tengo en las letras tanta fe como en las armas sabemos.
Sale PINZÓN de médico de risa, y don FELIPE a pasante
PINZÓN: Beso a vuestras viserías las manos.
A PINZÓN
FELIPE: Pinzón, yo temo, si cual sueles bufonizas, que has de echarme A perder. PINZÓN: Quedo. HORTENSIO: Dios guarde al señor doctor. PINZÓN: Sí guardará, que en efecto cada cual su hacienda guarda. Huélgame mucho de verlos sentados entre las flores aunque si fuera en invierno disenteria amenazaban las humedades del suelo, porque in meribus erratis desde septiembre a febrero, y aún a marzo, según otros, in lapidibus no es bueno el asentarse, aforismo de Dioscórides expreso, conforme escribe Laguna, confirmándolo Galeno, y la experiencia lo dice porque yo curé un divieso que le nació a cierta moza por sentarse en unos berros. FELIPE: (¿Estás borracho, Pinzón?) Aparte PINZÓN: Las flores siempre tuvieron sobre la melancolía jurisdicción; dice aquesto Hipócrates. CARLOS: Buen humor tiene el médico. PINZÓN: Si al texto de Avicena damos fe, que fue el Esculapio nuestro, dice, "Capite, de partibus medicorum," que el que es bueno para hacer mejor su oficio ha de ser jovial, discreto, curioso en talle y vestido para que alegre al enfermo, y encajar de cuando en cuando dos aforismos y cuento. Por esto libran agora en guantes y terciopelos, los médicos de este siglo, las ciencias que nunca oyeron. Yo, que soy algo burlón, y las circunstancias tengo de gorgorán, mula y guantes que al doctor hacen perfecto, sabiendo hoy en la posada la alteración de cerebro que padece la condesa, aunque a ser médico vengo de su santidad, no quise pasar de aquí, si primero dando a la enferma salud, no celebraba mi ingenio. Díganme vusiñorías quién es la paciente.
Aparte a PINZÓN
FELIPE: Necio. ¿Quieres mirar lo que dices? PINZÓN: En el Nuncio de Toledo y Hospital de Zaragoza dirán la fama que tengo, y los locos que a mi cura deben la salud y el seso. LUCRECIA: Si para males de ausencia habéis hallado remedio, yo, doctor, la enferma soy. PINZÓN: Venga el pulso.
Tómasele y dícele al oído
Mensajero soy de Anfriso, que me envía, hermosa pastora, a veros, que está por vos rematado y anda el seso en bamboleos, y porque teme la envidia de sus contrarios soberbios, en figura de doctor, ya que no de albeitar, vengo a visitaros. LUCRECIA: ¿Qué dices? PINZÓN: Disimulación, silencio.
Alto
Cuerpo de Dios, con la cura está su pulso algo trémulo, desigual, intercadente, y pesado; mas yo espero darla sana antes de un mes. CARLOS: Yo os daré de oro su peso si esa promesa cumplís. PINZÓN: Ojalá fuera un jumento para que pesara más, y yo quedara contento. Llegue acá, señor pasante; tiente aqueste pulso. LUCRECIA: ¡Ay cielos!
Tómala el pulso don FELIPE
¡Qué miro!
A LUCRECIA
FELIPE: Felipe soy; que corrido, mi bien, vuelvo, porque tu mal ocasiono. PINZÓN: ¿Qué le parece? FELIPE: Que temo circunstancias peligiosas.
Señala a los que están allí
Que contra su salud siento poderosos accidentes. PINZÓN: Siempre es ignorante el miedo. Bien parece, licenciado, que estáis en los rudimentos. LUCRECIA: (¡Ay mi bien!) Aparte FELIPE: (¡Ay, loca mía!) Aparte PINZÓN: Este frenesí molesto procede del alrabilis, quiero decir, de humor negro, mezclado con la pituita, y causado, a lo que entiendo, de leer libros profanos. HORTENSIO: Acertó. PINZÓN: Y como que acierto, para principio de cura se le haga un cocimiento de nabos y escaramujos, mirabolanos y puerros; dos onzas de polipodio, cuatro manojos de espliego, un ojo de un gato zurdo, y media azumbre de suero; cuézanse las cuatro partes, y aplíquenle un clistel luego por preservar almorroides, coma perdigones nuevos, pavillas de a nueve meses y beberá vino añejo que laetificat cor hominis, cene pichones y huevos. Y porque me ha informado que estos males procedieron de leer libros pastoriles, y a los que no tienen seso contradecirles sus temas es de nuevo enfurecerlos, texto non est irritandum, y otros que de industria dejo fínjanse todos pastores las metáforas siguiendo de los libros que ha leído; hagan bailes, canten versos, y si los hay en sus libros, inventen encantamientos que, siguiéndola el humor y divertida con esto la medicina entretanto podrá lograr sus efectos. HORTENSIO: Este hombre es ángel sin duda que nos ha enviado el cielo para bien de mi sobrina. CARLOS: Su parecer sabio apruebo. PINZÓN: En pasiones de esta especie según aforismos nuestros, curándose poco a poco sequere humoren debemos.
Hablan aparte don FELIPE y LUCRECIA
FELIPE: Mi bien, para que podamos hablamos más en secreto, ¿qué te parece esta inclustria? LUCRECIA: Que la trazan mis deseos; así aseguras peligros de pretendientes molestos entre tanto que ocasiona nuestro desposorio el cielo. PINZÓN: ¿Qué renta come Lucrecia? HORTENSIO: Treinta mil escudos. PINZÓN: Bueno, a su costa se ha de hacer este pastoril enredo. ¿No les parece? CONRADO: Es la traza digna de su entendimiento, fénix de la medicina. PINZÓN: Los que sus amantes fueron finjan nombres de pastores, sírvanla y hagan extremos; que el que la agradare más, después de vuelta en su cuerdo, hallará en su voluntad mejor lugar. ROGERIO: Eso es cierto. CARLOS: Olimpo soy. CONRADO: Yo Menalca. ROGERIO: No es mal nombre el de Enareto. ÁNGELA: ¿Dónde aprendiste, doctor, modo de curar tan nuevo? ¿Sois portugués, o andaluz? PINZÓN: Yo soy de nación gallego; mi natural Rivadavia, el doctor Parra mi abuelo, gran médico de infusiones, mi padre el doctor Sarmiento; yo, que de razón debiera llamarme conforme aquesto también el doctor Racimo, porque no lo consintieron las aguas de aquel otoño que las viñas corrompieron, vine a llamarme en Castilla... ÁNGELA: ¿Cómo? PINZÓN: El doctor Alaejos. ÁNGELA: Todos son nombres vinosos. PINZÓN: Graduáronme por ellos, que dan borlas amarillas. Pero, las gracias dejemos, y mis recetas se pongan en orden. LUCRECIA: Padre, yo tengo de ver las cartas que Anfriso me escribe, gusto y deseo. HORTENSIO: Vamos, pues, mi Belisarda. CARLOS: Alto, galanes, y a ello y vuélvanse nuestros montes los de Arcadia. ALEJANDRA: (¿Qué embelecos Aparte son éstos sospechas mías?)
A don FELIPE
PINZÓN: ¿Qué te parece mi ingenio? FELIPE: Loco, pero provechoso. ALEJANDRA: No se ha de partir tan presto a Roma el señor doctor. PINZÓN: ¡Jesús! Sanará primero la condesa y dejará fama al doctor Alaejos.

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

La fingida Arcadia, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002