JORNADA TERCERA


Salen ALEJANDRO Y PERETO
ALEJANDRO: La mano Césaro ha dado de esposo a Octavia Colona. Ya se ilustra su persona, asegurando el cuidado de su padre, que hasta agora le ha tenido en una torre. Pues una vejez socorre, y una pobre labradora pierde poco en ser gozada de un príncipe, no os aflija, buen viejo, el ver vuestra hija de esa esperanza burlada; que el nieto que el cielo os dió, como hijo natural de Césaro, del sayal, que en vuestra casa heredó, pasará a la ilustre seda, y os honraréis, en efeto, con un caballero nieto que a pique de heredar queda el estado de Fabriano, porque Julio, que heredaba al príncipe, agora acaba de morir; siendo su hermano, Césaro, tan venturoso, que en el estado sucede. PERETO: Cuando por príncipe quede Césaro y de Octavia esposo, no quedará muy honrado, y su nobleza celebra con las palabras que quiebra quien su valor ha quebrado. Gózense, vivan los dos en el fruto de su hazaña, que si una mujer engaña, no podrá engañar a Dios, que es juez y testigo santo de que es sola su mujer mi Sabina. ALEJANDRO: Podrá ser si porfiáis, padre, tanto, que irritando la paciencia del príncipe mi señor, efectos de su rigor os hagan tener paciencia. Él es quien aquí me envía a que de su parte os ruegue, sin que el interés os ciegue de vuestra vana porfía, que déis a Sabina estado con algún serrano igual a su sangre y natural; que ansí quedaréis honrado, y Césaro, vuelto en sí, viendo a Sabina casada, podrá la palabra dada cumplirá Octavia. Si ansí lo hacéis, para remediaros mil ducados os ofrece el príncipe. Si os parece hoy podéis determinaros. PERETO: Decí al príncipe, señor, que si supiera el contento que mi grosero sustento y estado de labrador me causó siempre, y lo poco en que estimo los blasones, noblezas y pretensiones que llama honra el mundo loco, yo quedara disculpado y tuviera su grandeza más envidia a mi pobreza que yo a su soberbio estado. Que no el tener cofres llenos la riqueza en pie mantiene; que no es rico el que más tiene sino el que ha menester menos. Si Sabina me creyera, ni el príncipe se quejara, ni nuestro estado sacara de su humilde y pobre esfera. Era mujer, y heredó de la primera mujer el ser fácil de creer; pero pues que la engañó, decid, que de qué provecho darla a otro esposo será, ni quien deshacer podrá lo que Dios y el cielo ha hecho. Yo no le pienso ofender, supuesto que sé por cierto, por su palabra y concierto, que es Sabina su mujer, pues vivirá consolada, por más que el vulgo la arguya, con llamarse esposa suya; aunque no perdiera nada vuestro príncipe, por cierto, en juntar su sangre noble con nuestra humilde, que al doble es más sabroso el injerto que junta la noble rama al tronco áspero y grosero, y Amor, como es jardinero, más estos injertos ama. Pero no importa, decí que goce a Octavia mil años, pues agravian sus engaños la casa Colona así; y los ducados que ofrece no los hemos menester, que no se usa aquí vender las honras, ni me parece que juzgará el vulgo necio bien de nuestro honor, si intenta ponerle al príncipe en venta y Sabina admite el precio; que en la corte es cosa usada, por más que el vulgo lo note, el remediar con un dote una mujer deshonrada. Y si esto el mundo publica, no es bien que esta fama cobre; pues vale más la honra pobre que la deshonra más rica. ALEJANDRO: Pesárame de que os venga de aquesa resolución algún mal. PERETO: En mi razón mi inocencia amparo tenga. No es la justicia cobarde que me ha de amparar. ALEJANDRO: Recelo algún mal, buen viejo. El cielo os desengañe. PERETO: Él os guarde.
Vase ALEJANDRO
PERETO: Acuérdome una vez haber oído una fábula en que ejemplos toco, notables de un ciprés, que en tiempo poco hasta el cielo creció desvanecido. Burlábase de un junco que, vencido, su segura humildad juzgaba en poco; mas con un viento recio el ciprés loco, quedando el junco en pie, se vió abatido. Su humilde estado y pobres ejercicios estime mi Sabina, aunque haya hecho burla el ciprés de su honra y hermosura; que cuando en los soberbios edificios abrasa el rayo el más dorado techo, la más humilde choza está segura.
Sale SABINA
SABINA: Arroyuelos que, entre arenas, plata en guijas descubrís, pareciendo que os reís porque lloro yo mis penas; márgenes verdes y amenas que al sol servís de cortina, cuando en su agua cristalina imita a Narciso hermoso, decidle a mi preso esposo lo que llora su Sabina. Montes de crecidos talles que los cielos asaltáis y al ambicioso imitáis, como al humilde los valles; verdes e intrincadas calles, por cuya sombra camina el que ausente peregrina, cual yo, sin gusto y reposo, decidle a mi pobre esposo lo que llora su Sabina. PERETO: ¡Qué descuidada venís cantando endechas al prado! Llorad vuestro honor burlado, hija, si agravios sentís. SABINA: Padre mío, ¿qué decís? PERETO: Que Césaro, en vuestra afrenta, ajenos brazos intenta, y a olvidaros se ha dispuesto; porque quien se cree de presto presto también se arrepienta. Césaro a Octavia pretende por esposa, que es su igual, y el oro con el sayal siempre se agravia y se ofende. Comprar vuestro honor pretende, para haceros más afrenta, y cubrir con oro intenta el hierro de vuestro amor. Mirad si es joya el honor digna de ponerse en venta. SABINA: ¡Ay, de mí! PFRETO. Llorad las penas de vuestras desgracias sumas, pues vuestras groseras plumas dejásteis por las ajenas. Las del sayal eran buenas. Quien su natural violenta bien es que su agravio sienta; morir llorando os conviene, porque en poco su honor tiene a quien no mata una afrenta. SABINA: ¡Cielos! ¡Césaro casado! No es posible, engaños son; que es profeta el corazón, y no le siento alterado. Alto, amoroso cuidado, buscad el modo mejor como asegure mi honor con mi esperanza afligida, que corre riesgo la vida en el potro del temor.
Vanse los dos. Sale el príncipe FABRIANO, MARCO Antonio y ALEJANDRO
FABRIANO: ¿Eso responde el villano? ALEJANDRO: En eso se determina. Esposa llama a Sabina de Césaro, y que es en vano, dice, el que intenta vencer con interés su firmeza, que estima en más su pobreza que tu valor y poder; fuera de que ofenderá a Dios si se determina casar con otro a Sabina si con tu hijo lo está. esto responde. MARCO: ¡Que ansí un rústico vil responda a un príncipe, y corresponda al valor que vive en ti! Ya no siento tanto el ver que sea estorbo una villana para que Octavia, mi hermana, de Césaro sea mujer, mezclándose de esta suerte la sangre ursina y colona, como el ver que a tu persona hable un pastor de esta suerte. ¡Vive Dios! Que he de quitar los estorbos de una vez, y que su loca vejez las canas ha de bañar en la sangre de su hija. FABRIANO: Indigno es de tal persona que Marco Antonio Colona venganza tan vil elija, que los más viles crïados de mi casa abrasarán a Montalto y quitarán los estorbos y cuidados que nos da esa vil mujer, con su muerte. MARCO: Con mis manos he de hacer que estos villanos no se atrevan a poner el pensamiento tan alto que con mi hermana compita. Hoy verá Italia que imita a Troya, Castel Montalto.
Vase MARCO Antonio
FABRIANO: ¡Que sea yo tan desgraciado que venga a ser mi heredero de tres hijos el postrero, tan bajamente inclinado que darme nietos pretenda de sangre grosera y tosca! Antes que Italia conozca tal afrenta, ni él me ofenda, un garrote le haré dar en el castillo, en que preso le tiene su amor travieso; porque no me han de heredar villanos, aunque se quede mi casa sin sucesión. ALEJANDRO: Contra esa resolución nieto tienes que te herede. FABRIANO: Que le amo, te prometo. ALEJANDRO: Es tu sangre. FABRIANO: Sí lo fuera, si mezclada no estuviera con la tosca de Pereto.
Vanse los dos. Salen ASCANIO Colona, DECIO y SIXTO, de fraile
ASCANIO: Dícenme que habéis venido, padre, a Roma a pretender un capelo, y que habéis sido ocasión de suspender el papa, el que le he pedido. También Octavia, mi hermana, se queja que una villana esposa se osa llamar de Césaro, y estorbar lo que en esto Italia gana. Y si fuera otra persona que con Ascanio Colona compitiera, y no un pastor sin prendas y sin valor como vos, de quien pregona la fama tanta ambición, la competencia llevara mejor; mas vos, ¿es razón que aspiréis a la tïara, desde el grosero azadón, y que el intento villano de vuestra hermana la mano pida a Césaro, y me ofenda, tan soberbia que pretenda ser princesa de Fabriano? ¿Vos, cuyo padre en Montalto, con vida tosca y grosera, de todo vive tan falto, y ella, que una lavandera es de Fermo? ¿Vos tan alto, que el grado de cardenal pretendáis desde el sayal, y ella llamarse princesa? SIXTO. ¡Señor...! ASCANIO: ¡Ambición es ésa de un rústico natural! ¿Vos conmigo competencia, sabiendo que os hizo el cielo un villano? SIXTO: Mi paciencia os obligue... ASCANIO: ¿Vos capelo? SIXTO: Yo no tengo suficiencia, méritos, sangre y valor para que en Roma pretenda esa dignidad, señor; ni tampoco es bien me ofenda vuestro enojo. De un pastor nací, pero no es ultraje; que el más soberbio linaje, que a mayor nobleza aspira, si el principio suyo mira hará que el orgullo abaje. El río de más corriente, que hace ilustre su ribera, amansara su creciente si el principio considera que le da una humilde fuente. La fuente considerad de vuestro linaje honroso, y estimaréis mi humildad; pues sois río caudaloso, porque os veis en la mitad de vuestro curso opulento; que si yo conforme intento no os igualo y menos soy con ser río, es porque estoy cerca de mi nacimiento. Yo no vengo a pretender, Ascanio, el ser cardenal, aunque lo pudiera ser; soy vicario general de mi orden, y por ver la envidia, enojo y pasión que tiene mi religión y los poderosos de ella, por verme cabeza en ella, su injusta persecución me fuerza a que el papa pida que del oficio me absuelva, y con otro estado y vida, o a mis principios me vuelva, o del orden me despida. Estos favores prevengo y a esto sólo a Roma vengo. Ved qué modo de intentar cargo, si vengo a dejar, Ascanio, el cargo que tengo. Si Césaro tuvo amor a mi hermana, y ella ha sido tan dichosa, que al valor de su nobleza ha subido, con ser hija de un pastor, ¿por qué culpáis su ventura, pues que la naturaleza con mil ejemplos procura igualar a la nobleza muchas veces la hermosura? Veis como no estoy culpado y con la poca razón, Ascanio, que estáis airado. ASCANIO: Estoy en esta ocasión en el palacio sagrado, villano, que si no... SIXTO: Paso, mirad que su santidad sale. ASCANIO: De enojo me abraso. SIXTO: (¡Ay, pobreza y humildad, Aparte lo que por vosotras paso!)
Sale EL PAPA, Pío Quinto y dos FRAILES franciscanos, siéntase EL PAPA
FRAILE 1: De parte de la orden, padre santo, a vuestra beatitud pido y suplico a fray Félix absuelva del oficio, si no quiere que todos nos perdamos. EL PAPA: ¿Pues qué tiene fray Félix? FRAILE 1: Es de modo la gran severidad con que castiga las más mínimas faltas de nuestra orden, que es imposible se conserve y medre mientras el lego reine. La clemencia tiene en pie las repúblicas y reinos; y el castigo y rigor demasïado destruye las provincias y ciudades. Fuera de que los frailes principales que la orden claustral de San Francisco honran con sangre ilustre y generosa, sienten, y con razón, que los gobierne un pastor de las grutas de Montalto. EL PAPA: ¿Luego en la religión y su pobreza también miran en sangre y en nobleza? SIXTO: Santísimo pastor, si un desdichado merece, porque el cielo y la Fortuna le hizo hijo de unas peñas toscas, que todos le persigan, yo me precio de hijo de Pereto, un pastor pobre que en Montalto dejó el arado rústico por herencia a sus hijos; y esto sólo quiero ser, y no más, pues soy indigno del hábito que traigo y del oficio que vuestra santidad con él me ha dado. A vuestra beatitud pido y suplico me absuelva de él y volveré contento a mi sencillo y pobre nacimiento. EL PAPA: Más luce, hijo, la virtud de un hombre cuanto de más humilde y pobre sangre se ensalza más. Yo y todo en mis principios nací de un pobre labrador, y aun anduve de puerta en puerta mendigando el tiempo que estuve en mis estudios ocupado. Parientes tengo yo cual vos, fray Félix, pobres y en traje de sayal grosero; que si se precia de su sangre el necio, más noble es la virtud de que me precio. Si el orden vuestro juzga por agravio que le rijáis, por eso yo os absuelvo del oficio que en ella habéis tenido. Y pues que Fermo os vio vendiendo leña y registeis ovejas en Montalto, en castigo, fray Félix, de sus quejas, pastor de Fermo os hago y sus ovejas. Obispo sois de Fermo. SIXTO: Padre santo, ¿cuando me abaten me ensalzáis vos tanto? EL PAPA: Así doy gusto a todo el orden vuestro, y os premio a vos. A Ascanio quiero darle el capelo que tanto ha que pretende. El de Santa Sabina le prometo. ASCANIO: Tus santísimos pies beso y respeto. EL PAPA: Luego quiero, fray Félix, consagraros públicamente, porque toda Roma mire el premio que tienen en la iglesia la virtud y las letras. Un capelo os doy también. SIXTO: Tu nombre ensalce el cielo. (Ánimo, inclinación dichosa y alta; Aparte subí, que un escalón no más os falta.) EL PAPA: Cardenal os creéré en el mismo día que os consagre. SIXTO: Creció la dicha mía; y pues con tal largueza me ha ilustrado el cielo y vuestra santidad, quisiera enviar por mi padre y mis hermanas, y el mismo día que me vea Roma hecho de vil pastor, pastor de ovejas de la iglesia católica, ese día quiero que entre mi padre venerable triunfando en Roma, no como sus Césares, sino vestido de sayal grosero en que nació, porque la envidia sepa que cuando, a su pesar, estoy más alto, de la humildad me precio de Montalto. EL PAPA: Yo haré que con vos salga toda Roma. ASCANIO: Yo también acompañaros quiero. SIXTO: ¿Veis, Ascanio, del modo que los cielos saben hacer de humildes labradores dignidades, prelados y pastores? Porque nací en Montalto me abatisteis; pues desde aquí, mudando el propio nombre de Félix, para dar gloria a mi patria y a sus groseras peñas, determino llamarme el cardenal Montalto. EL PAPA: Alto; seréis desde hoy el cardenal Montalto. ASCANIO: Perdonad mi pasado atrevimiento; que en muestras de que estoy arrepentido daré de este suceso aviso al príncipe, que se tendrá mil veces por dichoso de que Césaro case con Sabina, pues se honrará el estado de Fabriano, siendo de Roma cardenal su hermano. FRAILE 1: Y yo también de las persecuciones que por mi causa os hizo el orden nuestro, monseñor ilustrísimo, suplico me perdonéis. SIXTO: Alzad, padre, del suelo, que si fray Félix tuvo de vos queja, ya yo soy cardenal, y no fray Félix, y no es razón cuando me veis tan alto que a Félix vengue el cardenal Montalto. ASCANIO: ¡Qué prudente respuesta! EL PAPA: Venid, hijo, que en vos miro presagios venturosos. DECIO: ¿Qué le parece, padre? FRAILE 1: Encantamento. ASCANIO: De perseguirle vos nació su dicha. FRAILE 2: Mil veces perseguido venturoso, que tan seguro del peligro escapa. DECIO: (Persígale otra vez, y harále papa.) Aparte
Vanse todos. Salen los MÚSICOS de pastores, y SABINA de pastor con caña, hurón y cuerdas
SABINA: Mintió la sospecha loca; mi amor salió victorioso; aquí está mi preso esposo, a quien en vano provoca su padre, por más que agravia su fírme constancia y fe, para que en mi ausencia de la mano de esposo a Octavia. No pudo su engaño hacer mella en mi constante amor, aunque celos y temor son fáciles de creer, y a pesar de sus consejos he venido de esta traza a librar mi esposo. PASTOR 1: ¿A caza anda tu amor de vencejos? Misterio tien la invención. PASTOR 2: Lugares hay infinitos donde cazan motolitos las mujeres con hurón; quiero decir con los viejos o escuderos atrevidos, registradores de nidos, donde viven los vencejos; pues son hurones, en suma, que cazan para sus dueños a los vencejos pequeños hasta dejarlos sin pluma. SABINA: Pastores dejemos eso y comenzad a cantar para que os salga a escuchar desde la reja mi preso. PASTOR 1: ¡Oh, qué canción de repente hice al propósito aver! SABINA: Luego, ¿sabes componer? PASTOR 2: Sátiras al maldiciente.
Cantan
MÚSICA: "Que llamaba la tórtola, madre, al cautivo pájaro suyo, con el pico, las alas, las plumas, Y con arrullos, y con arrullos." UNO: "Pajarico preso, que entre yerros duros, temores y ausencias te tienen confuso, mal podrá el rigor de tu padre injusto desatar las almas si es de amor el ñudo; sal, pájaro amado, a gozar seguro, a pesar de estorbos, mi amoroso fruto." TODOS: "Así llama la tórtola madre al cautivo pájaro suyo con el pico, las alas, las plumas, y con arrullos, y con arrullos."
Asómase CÉSARO a una reja como preso
CÉSARO: Pintadas aves que al pulir la aurora con peines de oro sus compuestas hebras, al son de arroyos, arpas de estas quiebras, lisonjeáis cada mañana a Flora. Aura süave que con voz sonora, murmurando las aves te requiebras, y las obsequias fúnebres celebras de Pocris muerta, que tras celos llora. Los pastores imitan la armonía con que resucitando la memoria de mi Sabina vivo entretenido. Cantad, amigos, la firmeza mía; que es la música imagen de la gloria, y mientras dura mi tormento olvido. SABINA: Ya está mi esposo a las rejas. Cantad, pastores, cantadle otra carición, y llenadle de música las orejas. MÚSICA, "Preso estaba el pájaro solo en las redes del cazador, pero más le prenden y matan memorias de su lindo amor." UNO: "Si de tu firmeza las cadenas son, testigos seguros son, que amor presentó, canten tu alabanza nuestra alegre voz; bien haya quien hizo cadenas de amor, y tú, pájaro mío, canta en tu prisión, pues que preso y triste carita el ruiseñor." TODOS: "Preso estaba el pájaro solo en las redes del cazador, pero más le prenden y matan memorias de su lindo amor." SABINA: ¡Ah de las rejas el preso! ¿Sabéis acaso quién soy, yo, que pretendo cantando, aliviar vuestro dolor? ¿Mas qué no me conocéis? CÉSARO: Polido y bello pastor, lo que los ojos afirman negando está el corazón. Regocijos hace el alma de los ecos de esa voz, que en el disfraz de Esaú conocer quiero a Jacob. ¿Quién sois, hermoso zagal? SABINA: ¡Qué presto que ejecutó sus efectos el olvido, descuidado preso, en vos! Cantad para que despierte, que si ausencia le adurmió, dándole voces mis quejas le hará despertar mi amor.
Cantan
MÚSICA: "Preso estaba el pájaro solo en las redes del cazador, pero más le prenden y matan memorias de su lindo amor." CÉSARO: ¡Ay, esposa de mis ojos! La tiniebla y confusión de mis pesares y penas me impidió la luz del sol. De no haberos conocido, corrido, mi bien, estoy; yo castigaré mis ojos, Sabina hermosa, este error, ¿cómo habéis, mi bien, estado? SABINA: Como el verano sin flor, como el otoño sin fruto, y estado como sin vos, que es decirlo de una vez. Vueso padre pretendió, con engaños y mentiras sembrar celos en mi amor, pero segura del vueso, en forma de cazador, vengo a daros libertad. Tomad las cuerdas que os doy, y, a pesar de estorbos viles, asegurad el temor de mis sospechas y ausencia.
Dale con la caña los cordeles
CÉSARO: Celebren tu firme amor cuantas mujeres la fama con pinceles retrató de la eternidad en lienzos del tiempo consumidor. ¡Ay, esposa de mi vida! SABINA: ¡Ay, mi bien! PASTOR 2: ¡Bueno, por Dios, que se están chicoleando como jilgueros los dos! FABRIANO: Preso y con guardas dobladas Dentro ha de quedar mientras voy a Roma. CÉSARO: Mi padre es éste. SABINA: Pues entraos. CÉSARO: Adiós.
Vase CÉSARO
SABINA: Adiós. PASTOR 2: No hay son, fingir que cazamos vencejos. SABINA: Daca el hurón; pon las cuerdas y la caña. PASTOR 2: No está mala la invención.
Pónense a cazar. Salen el príncipe FABRIANO y ALEJANDRO
FABRIANO: De vos, Alejandro, fío su guarda en aquesta ausencia. ALEJANDRO: Ya sabe vuestra excelencia mi lealtad. FABRIANO: El papa Pío a Roma me envía a llamar, y este camino excusara si en mi lugar no os dejara. Las guardas podéis doblar, sin dejar llegar persona que con él hable, que ansí le forzaré que dé el si de esposo a Octavia Colona, o morir en la prisión; que la villana atrevida ya debe de estar sin vida, si puso en ejecución Marco Antonio su noble ira. ALEJANDRO: En esta ocasión es cuerda. PASTOR 1: Dale cuerda. PASTOR 2: Dale cuerda. SABINA: Ya chilla el vencejo. PASTOR 1: Tira. FABRIANO: Alejandro, ¿qué serranos son éstos? ALEJANDRO: Pastores son que cazan con un hurón pájaros. FABRIANO: Si son villanos, y sabes lo que me ofenden, ¿por qué aquí los consentís? Échalos luego.
A los PASTORES
ALEJANDRO: ¡Hola! ¿Oís? SABINA: Verá lo que se defienden. FABRIANO: ¡Ah, villanos! ¿estáis sordos? SABINA: ¡Arre allá! ¿Qué diablos dais voces, que mos espantáis los vencejos y los tordos? ALEJANDRO: Rústicos ¿no veis que está el príncipe Fabriano aquí? SABINA: ¡Válgame el alano de San Roque! PASTOR 2: Verá. SABINA: Pues bien, ¿hemos de comer el príncipe, cuando aquí mos halle? FABRIANO: ¿Qué hacéis ansí? SABINA: Oiga, y podrálo saber. Tienen aquí los vencejos nidos en los muros fijos, sin osar sacar los hijos, porque los guardan los viejos. Yo, deseando cazar uno que en esta ocasión guardando está el vencejón del padre, que pernear le vea yo--¡pregue al Señor!-- porque ansí su enojo pierda, vine con hurón y cuerda, y cuando más a sabor se asomaba a la muralla salió su padre al encuentro, metióse el vencejo dentro y dejónos de la galla.
Llora
ALEJANDRO: ¡Buen llanto! FABRIANO: ¿Que el padre viejo el vencejo os ha quitado? SABINA: Sí, señor; desvencejado le vea yo. De esto me quejo. FABRIANO: Gracias tiene. Aunque a esta gente aborrezco, este pastor me ha dado gusto. ALEJANDRO: Es, señor, donoso como inocente. SABINA: Vení acá. Y os quiero her una pescuda, buen viejo. Si quiere bien un vencejo, y recibe por mujer a una venceja que ha sido quien le enamora y quillotra, ¿es bien casarle con otra, porque nació en mejor nido, porque en alcázares vive, y estotra entre peñas pobres, de los castaños y robres grosero manjar recibe; porque tién plumas mejores y porque son más valientes los vencejos sus parientes y cuentan que sus mayores trujeron de rey más lejos su principio no es buen pago? Juzgaldo vos, que yo os hago alcalde de los vencejos. FABRIANO: Gusto me da el pastorcillo, SABINA: Ea, la vara arrimad, o este pleito sentenciad, que me importa concluillo. FABRIANO: Digo, donoso pastor, que como el vencejo quiera a la venceja primera es bien pagarle su amor, por más que el padre lo impida, y sentencio que la amada le goce y que desterrada la venceja aborrecida, aunque alegue más consejos, luego al momento se vaya, porque yo no sé que haya nobleza entre los vencejos. SABINA: Esta vez os he cogido; contra vos es el proceso. ¿Por qué ha de estar por vos preso, viejo honrado y afligido, vueso vencejo, decí, si él a una venceja adora, que en la sierra le enamora, y no puede dar el sí a la venceja que tiene su nido allá entre los godos? Pues que son vencejos todos, Y estos dos se quieren bien, casadlos, que las altivas noblezas son espantajos, y todos, altos y bajos, nacimos de Adán y Adivas. FABRIANO: Idos con la maldición. SABINA: Vos el preito sentenciastes; si vos mismo os condenastes un asno sois con perdón. FABRIANO: Echa, Alejandro, de aquí estos bárbaros, o haré una bajeza. SABINA: ¡A la hé, vos sois buen juez, pues ansí heis justicia! ALEJANDRO: Este lugar desocupad. PASTOR 1: Con paciencia. SABINA: Acójome a la sentencia. Ella os ha de condenar. FABRIANO: Echalde de aquí, o matalde. SABINA: ¿Por la primera venceja sentencias, y tenéis queja. Muy bobo sois para alcalde. Dios vuelva por la verdad. Pues lo mandáis, casaránse. ALEJANDRO: Idos, villanos. SABINA: Iránse, que no son bestias. Cantad.
Vanse cantando
FABRIANO: Mucha prudencia he tenido, pues muerte no les he dado. ALEJANDRO: Aunque el villanejo ha estado malicioso, hubiera sido indigno de vueselencia manchar en él el acero. FABRIANO: Partirme esta noche quiero a Roma. Vuestra presencia no falte nunca de aquí, ni deje llegar villano una legua de Fabriano, porque sospecho que ansí le vienen a dar aviso de Montalto. ALEJANDRO: Podrá ser. FABRIANO: Mal hice no los prender; que afligirme el cielo quiso con darme un hijo travieso. ALFJANDRO: La mocedad nunca es sabia. FABRIANO: Ha de ser su esposa Octavia, o tiene de morir preso.
Vanse todos. Sale CAMILA con un lío de ropa blanca y un mazo, y MARCO Antonio
MARCO: Por Dios, lavandera hermosa, que desde el punto que os vi cojer vuestra ropa ansí está el alma recelosa y de vuestro amor perdida; porque obligáis de manera que os abate, la bandera. Lavandera de mi vida, escuchadme una razón. CAMILA: Andad con Dios, caballero. MARCO: Lavadme el alma primero. CAMILA: ¿Que os la lave escamizón? MARCO: Sí, vestíosla por camisa, y veréis que no hay holanda que esté más tratable y blanda. CAMILA: ¿Alma de holanda? ¡Oh, qué risa! MARCO: Dado os tengo el corazón. CAMILA: ¿A jabonar? MARCO: Sí, eso os ruego. CAMILA: ¿Qué tiene? MARCO: Como Amor es fuego, le ha puesto como el carbón. CAMILA: ¿Como el carbón? Pues a un lado, que estoy limpia, y si me topa, ensuciaráme la ropa vueso corazón tiznado. MARCO: ¡Qué gracia! CAMILA: No llegue al brazo, y sepa que en mi lugar nadie sabe jabonar, si no es con jabón de mazo. Por eso no haga cosquillas si no quiere en conclusión llevar, señor, un jabón que le quiebre las costillas. MARCO: Para aliviar los enojos del alma, darla podéis los ojos, que es bien los deis, pues tenéis tan bellos ojos, y la podréis jabonar. Vuestra es, tomadla. CAMILA: La astucia; no quiero yo alma tan sucia, que se ha menester lavar. MARCO: Yo estoy ya tan rematado, mi graciosa lavandera, que ser el jabón quisiera según los celos me ha dado de que ande cada instante en vuestras manos, que en suma son más blandas que su espuma. CAMILA: Sí haréis, que acá todo amante es jabón que a los despojos de tiranas hermosuras derrama en jabonaduras el corazón por los ojos aunque vos sois palaciego, y no habrá tomaros tino, que todos pregonáis vino y vendéis vinagre luego. ¡En la boba que creyere en vuestras bachillerías; sabéis muchas romerías y olvidáis a quien os quiere! MARCO: Cuando es perfecto el amor y bien nacido el amante, ni burla ni es inconstante. CAMILA: El noble engaña mejor. Yo conozco una serrana a quien burló un escolar con parlar y más parlar. MARCO: ¿Quién es? CAMILA: Sabina, mi hermana. MARCO: ¿Sois vos hija de Pereto.
Hace reverencia
CAMILA: Para lo que le cumpliere. MARCO: Errará quien no tuviere a Césaro por discreto en despreciar por Sabina a mi hermana, que, por Dios, si es tan bella como vos, que es cuerdo quien desatina por tan dichoso sayal. CAMILA: Soy yo un coco comparada con mi hermana. MARCO: ¡Qué extremada belleza! ¡Qué al natural! Yo vine determinado de castigar a Pereto y a Sabina, que en efeto me tuve por agraviado de que Césaro dejase mi hermana Octavia por ella; pero el Amor, que atropella soberbias, quiso que hallase en vos el justo castigo, pues a vuestro amor sujeto, a las hijas de Pereto y aquestas sierras bendigo. Bien hayan, amén, los robles, los peñascos y asperezas que crían tales bellezas, pues por fuerza han de ser nobles almas que viven y habitan en cuerpos que son tan bellos, y bien hayan los que en ellos su libertad depositan. ¡Ay, serrana; muerto estoy! CAMILA: Pues ¿vos por acá pensáis que hilamos? ¡Bien quillotráis! Algún diabro os trajo hoy por aquí. MARCO: ¿Quiéresme bien? CAMILA: ¿Qué sé yo? MARCO: Pues, ¿quién lo sabe? CAMILA: El cura. Apártese, acabe. (¡Qué buena cara que tién!) Aparte MARCO: Dame esa mano. CAMILA: (Recelo Aparte que en el alma se me entró.) MARCOS: Dame aquesos brazos. CAMILA: ¿Yo? MARCO: ¿Pues qué? CAMILA: ¿Tan presto, es buñuelo?
Salen CÉSARO de galán, y los pastores músicos y SABINA, de pastor
CÉSARO: Apenas de allí os partisteis cuando mi padre se fue; luego escalas tracé de las cuerdas que me disteis que atadas a las almenas a las guardas engañaron y a pesar suyo, quedaron colgadas de ellas mis penas. Seguíos, y como amor vuela ligero, alcancéos. SABINA: ¡Ay, esposo! Mis deseos cumplió el cielo. Ya el rigor que en mí vuestro padre emplea. mi miedo y temor divierte, que no temeré la muerte como a vuestros ojos sea. CÉSARO: Contra su enojo crüel pienso llevarte a Milán; que allí mis deseos podrán tener fin viviendo en él, hasta que el paterno amor venciéndole te reciba por hija y mi esposa. PASTOR: ¡Viva tal firmeza y tal amor! SABINA: ¡Camila! CAMILA: ¡Sabina mía! MARCO: ¡Césaro aqui! CÉSARO: ¡Marco Antonio en tal lugar! MARCO: Testimonio de amor y su monarquía. Abrasar vine a Montalto y a dar muerte a la serrana que os enamora, y su hermana dió en mi libertad asalto, pues cuando su hacienda y casa quise abrasar, con sus ojos el alma, cuyos despojos la adoran, rinde y abrasa. Será, Césaro, mi esposa; que vuestra justa elección me llama a su inclinación. CAMILA: Yo me tendré por dichosa. SABINA: Y yo con tan buen cuñado mil gracias al cielo doy. CÉSARO: ¡Qué de dichas juntas hoy Amor y el cielo me han dado! CAMILA: Es miércoles, y bastaba serlo para mi ventura. SABINA: ¡A buen tiempo y coyuntura te casas! CAMILA: Pues, ¿qué pensaba? ¿Todo ha de ser para ella? ¿No somos acá personas? MARCO: Los Ursinos y Colonas por vos, mi Camila bella, y por vos, Sabina hermosa, establecerán desde hoy eternas paces. CAMILA: ¡Que estoy maridada! ¡Linda cosa! PASTOR 2: Aun sin aguardar al cura los cuatro se han desposado. PASTOR 1: No hay cura ni licenciado mejor que la coyuntura. CAMILA: Demos a mi padre aviso de su dicha y mis amores. PERETO: Pedidme albricias, pastores. Dentro ¡Viva Montalto! Pues quiso poner mi nombre tan alto de un principio tan humilde, al cielo albricias pedilde.
Salen PERETO, CRENUDO, CHAMOSO, y FABIO
CÉSARO: ¿Qué es esto? TODOS: ¡Viva Montalto! PERETO: No sé cómo el contento de estas nuevas no me ha muerto, que ya mis flacas canas no son para tan grande sobresalto. Hijas, fray Félix, cardenal de Roma; cardenal de Roma es vuestro hermano. CÉSARO: ¡Válgame Dios! SABINA: ¡Ay cielos qué ventura! CHAMOSO: ¿Ya es cardenal? Pues presto será cura. CÉSARO: Dadme, dichoso padre, aquesos brazos. MARCO: Y a mí me conceded por hijo vuestro. SABINA: Éste es mi esposo, padre mío, que preso ha estado por mi amor. Todo fue engaño, engaño todo fue lo que os dijeron de Octavia; por burlarnos lo hicieron e huir de la prisión. PERETO: Estoy sin seso SABINA: Libre está ya y en mis amores preso. PERETO: Dadme, señor, los pies. CÉSARO: No, padre mío, los brazos sí, con nudo estrecho y tierno. CAMILA: ¡Hola, padre! Catad acá otro yerno; abrazadle también, que no ha nacido en las malvas. CÉSARO: También es hijo vuestro Marco Antonio, la nobleza que es de Italia y aun del mundo. Enamoróse de la belleza de Camila, y quiere que por esposa se la deis. PERETO: O sueño, o estoy loco. ¿Hay más bien, cielos piadosos? CAMILA: Supimos escoger buenos esposos, para no tener dote. La nobleza virtud quiere por dote con belleza. PERETO: Vamos a Roma luego, y eche el sello mi buena suerte con hallar mi hijo honrado de la púrpura romana; que, pues tan nobles sucesores dejo, la muerte pido con el santo viejo.
Sale FABRICIO
FABRICIO: Yo vengo, dichosísinio Pereto, a llevaros a Roma con Sabina y Camila. Aquí traigo tres carrozas. CHAMOSO: ¿Qué son carrozas, ao? FABRICIO: Unas doncellas que se llaman carrozas en Italia. CHAMOSO: Casarme quiero, pues, con una de ellas; mostradme esas carrozas o doncellas. FABRICIO: Césaro, vuestro padre Ursino gusta que seáis de Sabina amado esposo; que luego que en llegando a Roma supo que era de Monseñor Montalto hermana, a dicha tiene ser pariente suyo, porque sospechan que ha de ser monarca de Roma y gobernar su sacra barca. SABINA: Agora fenecieron mis recelos. CÉSARO: ¡Que tan dichoso soy, benignos cielos! FABRICIO: Vamos, que monseñor está aguardando con toda la romana y sacra curia, que quiere el papa que a su honrado padre reciba en triunfo. PERETO: Vamos, nobles hijos, que mi vejez de nuevo se remoza. TODOS: ¡Coches, coches! CHAMOSO: ¿Dó está doña Carroza?
Vanse todos. Salen JULIANO y RICARDO
JULIANO: Esto es lo que en Roma pasa. Todo el popular aplauso la ventura de fray Félix celebra y estima en tanto, que habiendo la santidad de Pío Quinto consagrado al cardenal por obispo de Fermo, hoy miércoles cuatro de Agosto, a los senadores y caballeros romanos mandó que a recibir salgan a su padre, cuyos años han merecido llegar a ver de pobre serrano cardenal de Roma un hijo de las peñas de Montalto. RICARDO: Su prudencia lo merece; porque no es soberbio sabio, ni pobre presuntüoso. JULIANO: Decís la verdad, Ricardo. RICARDO: Oíd, que según las voces del vulgo y pueblo voltario entran ya. JULIANO: ¡Notable día! RICARDO: ¡Oh, venturosos serranos!
Por una puerta salga el príncipe FABRIANO Colona, el EMBAJADOR Dr España, ASCANIO, de cardenal, SIXTO, de cardenal también. Y por otra, al mismo tiempo, salgan MARCO Antonio, CÉSARO, FABIO, SABINA, CAMILA y CHAMOSO. Y arriba se descubre un corredor donde está EL PAPA Pío QuiNTo. Y en un caballo que lleve del diestro un lacayo, entre PERETO, de pastor; toque la MÚSICA; y en llegando, SIXTO le tiene el estribo a su padre para que se apee
SIXTO: Yo, padre, os tendré el estribo. PERETO. Hijo, aguarda que ya abajo. ¿Un cardenal ha de hacer tal cosa? SIXTO: Si por honraros me honra el cielo de este modo, no es mucho, mi padre caro, que teniéndoos el estribo estribe en él mi descanso.
De rodillas
Aquesa mano me dad. PERETO: Levanta y toma los brazos, que no es justo que a mis pies esté un cardenal postrado. SIXTO: Si como soy cardenal gozara del trono sacro de san Pedro, ya os he dicho que os besara arrodillado esta venerable diestra. Sepan los que me llamaron villano, lo que me precio de este sayal tosco y basto. Montalto ha sido mi patria, que aunque pobre, el nombre es alto, un monte serán mis armas y mi apellido Montalto. Montalto han de llamarse mis parientes, comenzando mi linaje en mí, que espero que mi dicha ha de encumbrarlo. Llegad, padre, y desde aquí adoraréis el pie sacro de su beatitud. PERETO: ¿Qué aguardan mis regocijados años?
De rodillas
Santísimo padre Pío, cuya piedad ha mostrado lo que la humildad estimas, los humildes ensalzando, tus pies beatisimos beso. EL PAPA: Venerable viejo, alzáos, que os debe Italia infinito por el hijo que habéis dado a la militante iglesia, de cuya prudencia aguardo célebres y heroicos hechos. Su aumento tomo a mi cargo, y para que ponga casa le doy siete mil ducados de renta. FABRIANO: Y yo le señalo otros cinco mil de renta. EMBAJADOR: Y yo y todo también en nombre del rey católico y sabio, el gran monarca Filipo el segundo, le señalo otros cinco mil de renta. SIXTO: Cielos, no merezco tanto. SABINA: Hermano, ¿no nos habláis? SIXTO: Con el alma y con los brazos, por hermana y compañera de mi estudio y mis trabajos. Césaro es ya vuestro esposo, que el príncipe de Fabriano lo quiere ansi. FABRIANO: Con tal dicha, infinito es lo que gano. CÉSARO: Pues Marco Antonio Colona la mano a Camila ha dado, también con vuestra licencia. SIXTO: Hónrome con tal cuñado. Tráiganme, Sabina mía, a vuestro hijo Alejandro a Roma, porque se críe en ella, y tenga Montalto por apellido. FABRIANO: Sea ansí; y críese en vuestro palacio, ilustrísimo señor, vuestra virtud imitando. CHAMOSO: ¿No os acordáis de Chamoso que vos dió un día su cuartago con que venistes a Roma más presto que por encanto? Pues yo bien me acuerdo de él. O pagalde, o dadnos algo, o, pues ya sois cardenal, hacedine chichón. SIXTO: El pago que os doy por tan buen socorro, son de renta cien ducados para vos y vuestros hijos. CHAMOSO: Saldrá el vientre de mal año. Yo sé que habéis de ser papa, que cuando érades mochacho de teta, todos los días decíades, "teta, papa." EL PAPA: Vamos, que quiero que Roma vea lo que han alcanzado las letras de un pastor pobre. SIXTO: Los que a sus padres honraron, premia el cielo de esta suerte. CÉSARO: Si los sucesos extraños quiere saber el curioso de Sixto Quinto, en cuatro años que gozó de la tïara y sumo pontificado, a la segunda comedia le convido, que son tantos, que no pueden reducirse a tan corto y breve espacio.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 22 Jun 2002