DESDE TOLEDO A MADRID

Tirso de Molina (Gabriel Téllez)

Texto basado en la edición econtrada en Teatro escogido de fray Gabriel Téllez (Madrid: Yenes, 1840), volume VII. Fue preparado en su forma electrónica por David Hildner en 1997. Luego fue pasado al HTML para ser presentada en esta colección por Vern Williamsen.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Don BALTASAR, en traje bizarro de camino, baja por la escalera envainando la espada
                                
BALTASAR:            Milagro fue no matarme,
                 cuando el tejado salté.
                 La casa ignoro en que entré.
                 ¿Si en ella podré librarme
                     de la justicia?  Escalera
                 es ésta, luz hay aquí.--
                 Si le maté, defendí
                 mi vida.--  La vez primera
                     que llego, Toledo, a verte,
                 ¿de este modo me recibes?
                 ¿A extranjeros apercibes
                 agrados y a mí la muerte?
                     Rüido en la calle siento;
                 diligencias por mí hará
                 la justicia; abierto está 
                 y con luz este aposento;
                     entraré a favorecerme
                 en él de quien le habitare.
 
Viénese a la alcoba
Su piedad mi vida ampare; que bien puedo prometerme de la autoridad y traza de esta noble habitación que sus señores lo son: el riesgo que me amenaza asegura la nobleza que en tales casas se cría.
Cierra de golpe la puerta de la alcoba
Sin advertir lo que hacía, cerré la puerta. La pieza está tan bien adornada, que califica a su dueño.-- ¡Señores! ¿No hay nadie? --Al sueño el que habita esta posada pagará el común tributo. Una cama de tabí está descompuesta aquí: socorro pido sin fruto. Poco ha que sola quedó, porque entre su ropa advierto que, a semejanza del muerto que el alma desamparó, conserva el calor vital en muestras de lo que fue. ¡Válgame el cielo! ¿Qué haré? ¿Vióse confusión igual? Hallándome aquí encerrado, doy sospecha a una bajeza, indigna de la nobleza que mi sangre ha profesado. ¿No es mejor salir y dar cuenta al dueño de esta casa del infortunio que pasa por mí, y humilde obligar su generoso favor? ¿Quién lo duda?
Procura abrir la puerta y no puede
¡Ay Dios! la puerta que halló mi temor abierta la cerró el mismo temor. ¿Qué es esto, enemiga estrella? De golpe es, y sin la llave, sólo amor y el hurto sabe averiguarse con ella. Si arranco la cerradura con la daga, soy perdido, pues los golpes y el rüido, que al dueño avisar procura, ha de aumentar la sospecha de quien puertas descerraja: por todas partes me ataja la fortuna, satisfecha de ordinario en perseguirme. ¡Válgame Dios! ¡Qué de cosas se eslabonan prodigiosas, de que no puedo evadirme! ¿Hay sucesos más atroces? Si el huésped viene y me ve aquí, ¿cómo prevendré ¡cielos! las primeras voces que han de alborotar la casa y calle, que me persigue, antes que cortés le obligue a escucharme lo que pasa? Una ventana hay aquí; echarme de ella es mejor.
Asómase
Su altura me causa horror. ¡Cielos! ¿Dónde me metí? Mujer parece que mora esta cuadra; estrado es éste, porque más riesgos me apreste mi estrella perseguidora; pues claro está que al instante que me vea, hará mayor mi presencia su temor, y que no ha de ser bastante mi humildad a asegurarla. Sí, mujer es principal; que tanto adorno y caudal basta, ausente, a autorizarla. Sillas bajas, contadores, bufetillos de marfil y ébano, ajuar femenil, arquillas, aguas de olores en pomos (si ya no son Jordanes, cuyas virtudes efímeras juventudes venden a la ostentación) publican quién es el dueño. Sobre este bufete están ropa y basquiña, que dan muestra de no ser pequeño el valor de quien las viste. Apenas el oro en ellas permite lugar de vellas: a venir yo menos triste, en la beldad contemplara de quien son curiosa esfera. Encima la cabecera (¡qué poco el temor repara!), hay medias y zapatillas, en cuyo ámbar y rosetas pudieran gastar poetas dos resmas de redondillas. ¡Qué pequeña el alma es que se organiza en su estrecho! Traiga este melindre al pecho quien le calza, y no en los pies. Las ligas, aunque dobladas, muestran la curiosidad de su limpia ociosidad, guarnecidas y encarnadas. Almohadilla y bastidor está sobre aquel estrado; no es tan ocioso el cuidado de quien hace esta labor. De cera es esta bujía, y de plata el candelero; al paso que considero la autoridad, policía y adorno que viendo estoy, crece en mí con el respeto el recelo: a extraño aprieto forzosos motivos doy. ¿No será bueno matar la vela, por si entra a escuras, y sin verme, mis venturas me pueden fuera sacar? Sí; que detrás de la puerta, en acabando de abrir, seguro podré salir. Pero no; que la luz muerta, los indicios acreciento de mi sospechosa entrada. Si de gente acompañada vuelve, y en este aposento me ven, ¿quién podrá obligarlos a que mis desgracias crean? ¡Qué de males me rodean! ¡Qué mal que puedo escusarlos!
Paséase
Mucho tarda: ¿qué he de hacer? Rendiré a sus pies mi espada; pero estando ensangrentada, más la obligaré a temer que a lastimarse de mí. Persuadiréla cortés, arrojándome a sus pies; podrá ser la obligue ansí. Y cuando no, y voces diere, padre o tío acudirá, que piadoso escuchará lo que humilde le dijere; lastimaráse de un caso tan digno de su favor, hará alarde su valor, dando a mis desdichas paso, desmentirá mi presencia sospechas ocasionadas; de mocedades pasadas su vejez tendrá experiencia; diréle cúyo hijo soy... Si en Córdoba acaso estuvo, o noticia alguna tuvo de mis padres, libre estoy. Algo aliente mi sosiego con esto. ¡Qué de ello tarda! ¡Lo que padece el que aguarda! Cada vez que a tocar llego la cerradura, imagino que tengo de hallarla abierta. ¡Que cerrase yo la puerta! Nunca es cuerdo el desatino. Cansado de pasearme estoy; quiérome asentar.
Se sienta en una silla a la cabecera de la cama
Anoche con caminar, agora con desvelarme, en el sosiego primero convido al sueño y reposo; mas no duerme el cuidadoso que espera lo que yo espero. ¡Válgame Dios! ¿si murió el ignorante atrevido que, ciego e inadvertido, por otro me acometió? "Confesión", dijo. ¡Oh enfadoso sueño, que a quien le tributa, si como pobre ejecuta cobra como poderoso! Por lo menos dormitar se me puede permitir; que al rüido del abrir fácil será despertar.
Duérmese, y pocos momentos después abren la puerta. Salen CASILDA y doña MAYOR
MAYOR: Jurara, Casilda, yo que me dejé abierto aquí. CASILDA: Si cerró el viento tras ti, tu descuido reprendió. MAYOR: Esta vez pensé quedar sin padre. CASILDA: Cuando muriera, nunca otro mal nos viniera. MAYOR: ¿Estás loca? CASILDA: Es un pesar el de herencias, según siento, que, aunque cubierto de luto, llora risas por el fruto que espera, como el sarmiento. No son mortales los daños que la hacienda consoló. MAYOR: Más quiero a mi padre yo; Dios me le guarde mil años. ¡Rigurosos accidentes! CASILDA: Jurara que se moría. MAYOR: Ya duerme. CASILDA: Tal batería hubo de paños calientes. MAYOR: ¡Qué enfermedad tan pesada! CASILDA: En los viejos es común; que en ellos, sin ser atún, no come el mal sino hijada. MAYOR: Vete, Casilda, a acostar, pues hay luz en mi aposento. ¿Qué hora es? CASILDA: Campanas siento, que deben de despertar al alba. MAYOR: ¿Tan tarde? CASILDA: Agora madruga la primavera, de las flores camarera, y abotónalas, señora. MAYOR: ¿Poetizas? CASILDA: ¿Qué he de hacer? Andar al uso es razón; de críticos y vellón no nos podemos valer; probóme también la tierra.-- ¿Cuándo piensas levantarte? MAYOR: A las diez. CASILDA: Vendré a llamarte y a vestirte. MAYOR: Vete y cierra.
Vase CASILDA con la luz que trajo, y cierra
MAYOR: Durmiera yo con sosiego, de desvelos jubilada, a estar desembarazada el alma, que al gusto entrego de mi padre, más que al mío. A casarme a Madrid voy, y enamorada no estoy; voluntad ¿no es desvarío? Diréis que sí, y con razón; que tiene (o será ignorancia) amor la primera instancia y esotro la apelación.
Quítase el rebozo
Dormir sobre ello es forzoso. Ni le quiero mal ni bien; no resistiendo el desdén, bien me suena esto de esposo. Componer mi cama quiero.-- ¡Ay cielos! ¿quién está aquí? Muerta soy. ¡Triste de mí!
Cae desmayada con el candelero en la mano; apágase la luz y al ruido de la caída despierta don Baltasar, [y habla como entre sueños dos versos]
BALTASAR: No hay prisión donde hay acero: ofendíle acometido.-- Aun no debo estar despierto. O se ha gastado o se ha muerto la luz. ¡Qué de ello he dormido! ¡Ay cielos! ¿Quién está aquí? Un bulto siento a mis pies. ¡Jesús mil veces! ¿Quién es? ¿Si el hombre a quien muerte di viene por disposición del cielo a enfrenar mi vida? Sin culpa fui su homicida; él se buscó la ocasión: esfuerzo, animad el pecho, y averiguad desventuras. ¡Cerrado, solo y a oscuras en tan no esperado estrecho!-- ¡Válgame Dios! si el sentido del tacto vengo a creer, esta que toco es mujer; los cabellos y el vestido aumentan mi confusión. ¡Oh siempre engañoso sueño! ¿Si es el esperado dueño de esta noble habitación? Sin duda debió de entrar, y el asombro repentino de verme aquí cuando vino, la debió de desmayar. No pulsa el vital calor, su frente parece hielo. ¿Si es muerta? ¿Hay más males, cielo; todo esta noche rigor? Abierta se dejaría la puerta, si descuidada la espanté desde la entrada.
Alza la vela del suelo
¿Qué es esto? ¿Otra luz traía? Huyendo quiero escusar la muerte que espero cierta; a tiento busco la puerta; pero mal la podré hallar si, impidiendo mi salida la fortuna, la cerró; ¡mi verdugo he sido yo! Con una mujer sin vida, y aquí encerrado, quien venga ¿qué satisfacción oirá, o qué escusa obligará a que compasión me tenga?
Pónele a tiento la mano sobre el corazón; ásela de los brazos, y procura volverla en sí
Podrá ser que viva esté. Saltos le da el corazón, que del mío alientos son. ¿Cómo en sí la volveré? Señora, señora mía, alentaos, volved en vos, no temáis. MAYOR: ¡Madre de Dios! BALTASAR: Ya torna. MAYOR: ¡Virgen María! BALTASAR: Viviendo, restitüís otra vida, que aunque ignora quién sois...
Doña MAYOR se levanta asustada, teniéndola don BALTASAR de los brazos
MAYOR: ¿Qué es esto? ¡A tal hora y en tal parte, don Lüís? ¿El tiempo cohecháis al sueño, y para que más me ofenda, hurtáis vuestra misma hacienda, que hoy creyó llamaros dueño? ¿Tanto hay desde aquí a dos días que acortáis al vicio plazos? Soltad, descortés, los brazos que aborrecen groserías; no intentéis, amante falso, hazañas que desdoráis, mientras liviano trocáis el tálamo en cadahalso; que es bárbaro proceder el que mancha vuestra fama, aun para una común dama, cuanto y más vuestra mujer. Pues si la ocasión buscastes en que mi padre estuviese enfermo, y la noche os diese el tiempo que malograstes, vuestro grosero interés ha despertado mi olvido; que no será buen marido quien fue amante descortés. Mal voluntad granjeáis que de vos haciendo caso... BALTASAR: Paso, mi señora, paso; que no soy el que juzgáis. No deis voces, sosegaos, lastimaos de mí, por Dios. MAYOR: ¿Cómo? ¿No sois don Luis vos? BALTASAR: No, señora; reportaos. MAYOR: ¡Ay cielos! BALTASAR: Un caballero, de su estrella aborrecido, y esta noche perseguido de desgracias, forastero (y tanto que ayer llegué a esta ciudad) acosado de la justicia, al sagrado de esta casa, donde entré, peligros atropellando, pide en su naufragio puerto. Dejé a un ignorante muerto; sentí venirme alcanzando quien sólo pone temor con el nombre y la presencia; no sabe hacer resistencia con la justicia el valor; escusé con retirarme ímpetus de la crueldad; la noche y comodidad de estas calles a ampararme se ofrecieron. Entré en una estrecha (las más lo son), metióme mi confusión, guïada de mi fortuna, por una casa pequeña; a su tejado subí; salté al de ésta desde allí; el temor todo lo enseña. Él me guió a que bajase por la escalera presente; vi luego esta cuadra enfrente; entré, y sin que consultase al discurso, la cerré, haciendo imposible ansí mi salida; requerí puerta y ventana; esperé, y de discursos cansado, de temores combatido, de puro velar dormido, y durmiendo desvelado, di la ocasión lastimosa que a declararos me atrevo; aunque si con ella os muevo a compasión, ya es dichosa. MAYOR: No sé si compadecerme de vos o si me engañais; que los que de noche entráis donde sin recelos duerme el recato, ya traviesos, ya indignos usurpadores de las haciendas y honores, soléis disculpar escesos con desgracias que fingís, y lástimas que inventáis; puesto que ocasión me dais, conforme vos la decís, de que a la parte mejor atribuya este accidente; que a no estar vos inocente de culpas, contra el valor que esas palabras arguyen siempre los atrevimientos se acompañan de instrumentos que las llaves sostituyen. Lámpara hay en la escalera; esperadme aquí, y traeré una luz. BALTASAR: Dichosa fue mi desdicha; ya quisiera ver dueño de discreción tan digna de celebrar. La vela debéis buscar. MAYOR: Matóla mi turbación. BALTASAR: Y yo en el suelo la hallé, examinando asustado peligros de mi cuidado. MAYOR: Dádmela y la encenderé. BALTASAR: Veisla aquí; tomad. MAYOR: ¿Qué es de ella? BALTASAR: Ésta es. MAYOR: Esperadme aquí.
Abre la puerta y vase
BALTASAR: Manteca de azahar sentí al tocarla; si es tan bella como blanda, suerte mía, será, afrentando el metal, candelero de cristal el trono de la bujía.
Vuelve doña MAYOR con luz
¡Qué divina perfección!-- Poco a poco resplandece la mañana que enriquece flores que su afeite son; pero tanta agregación junta, al mismo sol cegara; luz los ojos, luz la cara, luz en las manos también. Pródiga de luces, ten, que más te quisiera avara. Si tantos rayos produces, ¿qué hará, cuando a veros llega, la voluntad que se anega entre piélagos de luces? Si a los ojos las reduces, ellos sobran; da lugar a que te puedan mirar los que deslumbrar procuras; que mejor me estaba a oscuras, si por verte he de cegar. MAYOR: ¡Bien al huésped aplaudís que agora necesitáis! ¡Bien la opinión restauráis que cortés restitüís! Aunque lisonjas fingís, obligada las aceto, no poco ufana, os prometo, que os haya en algo servido, por el talle, bien nacido, por las palabras, discreto. ¿De dónde sois? BALTASAR: Cordobés. MAYOR: ¿Dónde asistís? BALTASAR: En Madrid. MAYOR: Y ¿a qué venís acá? BALTASAR: Oíd. MAYOR: Dejaldo para después; que amanece ya. BALTASAR: Interés será tener ocasión de volveros a ver. MAYOR: Son mis males más presurosos. BALTASAR: ¿Cómo? MAYOR: Rigores forzosos violentan mi inclinación. Cásanme, y llévanme fuera de Toledo. BALTASAR: ¿Cuándo? (¡Ay cielos!) MAYOR: Esta tarde. BALTASAR: (Entrad por celos, amor, para que yo muera.) MAYOR: Madrid mañana me espera para cautivarme. BALTASAR: Ya Madrid madrastra será. Y ¿espéraos el venturoso, mi enemigo y vuestro esposo, allí? MAYOR: No. BALTASAR: Luego ¿aquí está? MAYOR: Por mí vino. ¿Pasáis vos adelante? BALTASAR: Pasaré... de amor a celos, en fe de que me matáis los dos. ¿Qué es esto, tirano dios? MAYOR: ¡Qué adelante pasáis! BALTASAR: Más de lo que pensé jamás; que amor que celoso adora pasa adelante, señora, en vez de volver atrás. Mas cuando no a acompañaros, mal dejará de seguiros quien adelanta suspiros que vuelan a aposentaros. MAYOR: Ni quiero crédito daros, ni admitir empeños puedo; que puesto caso que quedo entretenida en oírlos, no podré restitüirlos en saliendo de Toledo. Yo he de casarme en llegando; ¿de qué sirve edificar torres que se han de quedar en los cimientos? Buscando con los pensamientos ando cómo sacaros de aquí, sin que corra en vos y en mí riesgo el crédito y honor, y entre todos el menor es peligroso. BALTASAR: ¡Ay de mí! Que os pierdo al tiempo que os gano. MAYOR: Mas fuerza es daros remedio. La cuadra, pared en medio, es de don Pedro mi hermano; sólo fía de mi mano la llave, cuando se ausenta; estálo agora: si intenta vuestra cordura no dar en casa que sospechar (que temo que alguno os sienta), que os encerréis me parece en ella, mientras que pasa la noche, y se abren en casa las puertas, pues ya amanece. Este medio se me ofrece; [.......................-ar] pues tiene luego de entrar tanto deudo a despedirse que, abriéndoos, sin advertirse, tendréis de salir lugar. ¿Qué os parece? BALTASAR: Que os partís, que os casáis, que muerto quedo; ¡que nunca yo de Toledo fuera huésped! MAYOR: Bien fingís. Seguidme. BALTASAR: ¿Qué don Lüís es éste que me atormenta? MAYOR: Juventud, nobleza y renta califican su valor; mas donde falta el amor, de lo demás no hagáis cuenta. BALTASAR: ¿Sin amor, y os cautiváis? MAYOR: Quiérelo mi padre así. ¿Qué he de hacer? Ya consentí. Pero vos ¿cómo os llamáis? BALTASAR: ¿Para qué lo preguntáis? Don Baltasar fui primero; ya que os amo y desespero, esfera de celos soy; llamadme "celos" desde hoy, que es el nombre que más quiero. MAYOR: ¿Dónde posáis? BALTASAR: Posé ayer con don Felipe Chacón, y hoy posaba mi ambición en vos misma; ¿qué he de hacer, si ya en ajeno poder lloro mi esperanza vana? MAYOR: Seguidme. BALTASAR: ¿Que, en fin, mañana os casáis? MAYOR: Don Baltasar, creed que me he [de] casar, por vos, muy de mala gana.
Vanse. Salen don DIEGO y CARREÑO, de camino
DIEGO: ¿Que en Madrid no me habéis visto? CARREÑO: Ni en Madrid ni en otro cabo. DIEGO: Ciego estáis. CARREÑO: ¿No es caso bravo? No os conozco, ¡vive Cristo! DIEGO: Vuestro nombre ¿no es Carreño? CARREÑO: Ese apellido me dio el padre que me engendró. DIEGO: Pues yendo con vuestro dueño de día y noche a mi casa, tan domésticos en ella los dos, que forma querella de lo que en su ofensa pasa; habiendo don Baltasar sido casi su señor, pues que le tuvo su amor en puntos de desposar, ¿sois vos tan desconocido como él? CARREÑO: Bizarro mancebo, confieso lo que la debo a esa dama; mas no he sido tan dichoso que alcanzase a conoceros allí; ved lo que queréis de mí, y por ignorancia pase la inadvertencia; que basta la noticia que me dais de esa casa donde estáis tan ducho. Vengo de casta olvidadiza; no puedo desdecir de mi linaje. Si en Madrid fuisteis su paje, y pretendéis en Toledo acomodaros, anoche llegamos estropeados de asentaderas: cuidados y celos, en vez de coche, en dos mulas nos trajeron (por mejor decir, batanes), que a entrambos, de cordobanes, tafiletes nos volvieron. No sé lo que aquí estaremos; pero en mi pobre ración tendréis el mejor quiñón, y la cama partiremos con los demás requisitos de una lacaya amistad, en que gocéis por mitad chinches, pulgas y mosquitos. DIEGO: La oferta, Carreño, estimo, no obstante que me agraviáis en que no me conozcáis. Yo soy de doña Ana primo. CARREÑO: ¿Primo suyo vos, señor? Feliz quien tal prima tiene, y desde la corte viene a ser su procurador. En esto de primos sé poco, y aunque no mirase en vos cuando allí os hallase, desde agora os serviré, por la "primo"-genitura que alegáis, como acreedor del regalo y el favor que debo a su fermosura. ¡Qué de veces liberal añadió al real y cuartillo otro, que aunque era sencillo, era suyo y era un real! Aun no he roto las valonas que me dio de tres en tres; mi señora doña Ana es digna de arrastrar coronas. ¡Mal haya el malo y los celos que bodas descompadraron, a mi dueño desterraron, y en mí renovaron duelos! Porque si ella mi ama fuera, sarna sólo me faltaba. Mas ya que todo se acaba, ¿a dónde de esta manera camina vuestra mercé? DIEGO: Agravios que en honra tocan hasta las piedras provocan. Su esposa mi prima fue en la opinión de quien vía la frecuencia con que entraba, y su casa visitaba de noche como de día. Papeles no averiguados del tiempo en que se escribieron, bastantes indicios fueron para despertar cuidados; mas no para despreciar tal mujer, tal opinión. CARREÑO: Tiene extraña condición, si empieza, don Baltasar. No dará a torcer su brazo, si le queman; es temoso, y todo amante celoso ve por tela de cedazo. No hay hacerle averiguar lo que hay en esto, y que deje este camino; es hereje cuando da en cabecear. Pero si dio vuestra prima en guardar papeles tanto, que lo sienta no me espanto. ¿Quién guarda lo que no estima? DIEGO: Antes de puro olvidados, los juzgaba ya perdidos. CARREÑO: Ya sabéis que despedidos los papeles y crïados, son enemigos de casa, que unos a otros, por vengar su enojo, suelen cantar a cuantos ven lo que pasa. Mas si se quieren los dos, y la verdad le decís, ya que en su busca venís, asegurándole vos, volverá el pájaro al nido. DIEGO: No es eso lo que pretendo. Doña Ana teme, y yo entiendo, que se da por ofendido don Baltasar porque aquí tiene dama que divierte su primero amor de suerte que la olvida; y siendo así, no le está bien a mi prima dar satisfacción en duda a quien ingrato se muda, y sus prendas desestima. Si esto puedo averiguar, ausencias y desengaños suelen, restaurando daños, aborrecer y olvidar; pero si recelos son los que de Madrid le sacan (que, aunque atormentan, se aplacan, dándoles satisfacción), entonces descubriré quién soy, y a lo que he venido. Doña Ana esto me ha pedido; es mi sangre, y no podré permitir que pierda el seso, amante cuanto celosa. CARREÑO: Sois cuerdo como ella hermosa; mas lo que yo alcanzo en eso es que si don Baltasar estuviera arrepentido tanto de haber ofendido a Dios, como de dejar a doña Ana, ya pudiera envidiarle un capuchino. Mil veces de este camino entendí que se volviera, porque tirando del freno a la tal cabalgadura, y vuelta la fachadura a Madrid, entre sereno y nublado (entre lloroso y airado, quiero decir), suspiros vi despedir de un Durandarte amoroso; y suspirando yo y todo, por la falta que me hacía el cojín que no traía, hubo suspiros de modo en toda aquella jornada, que también nos imitaron las mulas, pues rebuznaron ausencias de la cebada; y afirman, sin ser perjuros, los grafieles del mesón que en mulas, rebuznos son suspiros cabalgaduros. Decíale yo: "Señor, pon tus celos en olvido; vuelve a casa, pan perdido; celos, espuelas de amor, aunque pican al amante, andan, según un poeta, como rocín de Gaeta, más hacia atrás que adelante. ¿Qué hemos de hacer sin Madrid? Fuerza es que tu error confieses. ¡Vuelta, vuelta, los franceses con corazón a la lid!" y él picaba, respondiendo, "no ha de verme la tirana de sus ojos; ya doña Ana se ha acabado; yo me entiendo; la ausencia mis celos sane"; hasta que en una vereda, con la grande polvoreda, perdimos a don Beltrane. Digo que a Madrid perdimos de vista. Ved, según esto, si su amor es manifiesto; y pues que no despedimos las mulas, cuán poco habrá que negociar, si le veis, para que allá nos tornéis. DIEGO: Y él agora ¿dónde está? CARREÑO: Apeámonos los dos en casa de un caballero su amigo, que aquí frontero vive; mas no sé, por Dios, dónde fue anoche a jugar, que aunque le hemos esperado con lo cocido y asado, ni se ha venido a acostar, ni sé que sea cortesía hacer que un huésped aguarde, tan noble, desde ayer tarde hasta agora que es de día. DIEGO: ¿Y no queréis vos con eso que tenga sospechas yo de que a mi prima dejó porque aquí le quita el seso algún toledano hechizo? CARREÑO: Yo por lo menos no sé que haya hasta aquí quien le dé, por rondarla, romadizo. El jugar alivia duelos, y habráse mi amo picado; que Galeno ha recetado las pintas contra los celos. Mas veisle allí donde viene con don Felipe Chacón. DIEGO: En esta averiguación, Carreño, asentar conviene si he de darme a conocer, y a mi prima restaurarle, o si tengo de dejarle. Fácil os será saber si tiene dama, o el juego esta noche le entretuvo, y en sabiendo dónde estuvo, volver a avisarme luego. CARREÑO: Puntüal procurador hacéis; yo os imitaré; pero ¿dónde os hallaré? DIEGO: Hacia la iglesia mayor.
Vanse. Salen don BALTASAR y don FELIPE
FELIPE: Sucesos me habéis contado imposibles de creer. BALTASAR: Las siete debían de ser, cuando en la sala encerrado que es de su hermano aposento, oigo abrir una crïada que, risueña y despejada, me dijo: "Estaréis contento, caballero, de haber sido inquieto desvelador de quien, no sé si de amor, esta mañana ha dormido por vos tan poco, que está dando esmalte a dos ojeras. Contádome ha sus quimeras, porque si a casarse va hoy a Madrid, ¿qué otra cosa sus vanos desvelos son? Salid, y de esta ocasión infeliz, aunque amorosa, os olvidad, pues perdéis a un tiempo lo que ganáis." "Vida matando me dais", respondí. "¿Cómo queréis que ingrato olvide favores de quien mi dicha es deudora? Socorrió vuestra señora mi peligro en los temores que ya sabréis; ¿podré yo, si de ellos me he de acordar mientras viviere, olvidar a su hermoso dueño? No." "Id, caballero, con Dios", replicó, "y salid conmigo. Mas ¿qué me daréis si os digo que está llorando por vos?" Respondíla: "Esta cadena, aunque incrédulo lo dude." "La gente de casa acude", dijo, "andad en hora buena y, haciéndoos encontradizo en Cabañas o en Olías, aliviad melancolías de quien os juzga su hechizo, por ser la cosa primera que os encarga mi señora." "Ventura es de quien la adora", dije. Bajé la escalera, y por divertir la gente de casa que en el zaguán estaba, dijo: "Don Juan, escríbame brevemente." Volví en vuestra busca luego, donde noticia os he dado de la noche que he pasado, de mis desdichas, del fuego que nuevamente me abrasa, del imposible que adoro, de un sol de quien me enamoro, que hoy me ha muerto y hoy se casa. FELIPE: Notable aventura ha sido. Doña Mayor de Toledo será la dama, si puedo sacar de lo que os he oído la verdad por conjeturas. Don Lüis de Salazar con ella se ha de casar, porque hechas las escrituras desde Madrid, supe yo que en Toledo le esperaban. Sus partes y hacienda alaban; pero su ventura no, supuesto que ha de ser dueño de quien no le quiere bien. Pero séos decir también que no es el favor pequeño que su prima doña Elena me hace, y vive en su casa. BALTASAR: ¡Ay, don Felipe! ¿Esto pasa? Irremediable es mi pena.
Sale CARREÑO
CARREÑO: ¡Esperalde por ahí con la cena y con la cama! BALTASAR: ¡Carreño! CARREÑO: Una casi dama preguntando está por ti. BALTASAR: ¿Qué dices? ¡Ay, huésped mío! ¿Si me busca la crïada de mi medio mal casada? FELIPE: Podrá ser. CARREÑO: De desafío trae el manto a la visera, que sólo enseña medio ojo. No eres negociante flojo. ¿Tan presto hay estafetera? ¿Ayer venido, hoy buscado? No se lo arriendo a tu sueño. BALTASAR: Di que entre, y calla, Carreño. CARREÑO: Entre, y callo: oye el recado.
Sale CASILDA
CASILDA: La persona que sabéis, que os buscase me mandó, y éste para vos me dio.
Dale un papel
De respuesta serviréis vos mesmo, si agradecido, no olvidáis obligaciones primeras; y ahorrad renglones, y cumplid lo prometido.
Quiérese ir y detiénela don BALTASAR
BALTASAR: ¿Ansí os vais? ¿Qué prisa es ésta? CASILDA: Dala el desposado. BALTASAR: Oíd. CASILDA: Desde Toledo a Madrid podréis ser vos la respuesta.
Vase
CARREÑO: Rey de armas es la mujer; retos sus palabras son; mas dama con cedulón ¡vive Dios! que es de alquiler. BALTASAR: ¿Hay dicha más infelice, hallazgo más perdidoso? FELIPE: El caso está bien dudoso; mas sepamos lo que os dice.
Lee
BALTASAR: Esta mañana han hallado muerto a un crïado de casa; ved si es cuerdo quien se casa en día tan desdichado. Una litera ha buscado la necia solicitud de quien me mata en salud; porque, si como imagino, muriere en este camino, no quede por ataúd. De esto ¿qué se os dará a vos? Antes debéis alegraros, pues para desempeñaros yo pagaré por los dos; siendo ansí, quedaos con Dios; pero si me engaño y muero, hallaos presente; que quiero mandaros el alma en muestra que, como de hacienda vuestra, sois vos solo el heredero. ¿Qué os parece? ¿Hay tal papel, tal amar, tal persuadir? CARREÑO: Él se debió de escribir, en vez de tinta, con miel. FELIPE: Sentido y discreto está. pero ¿qué pensáis hacer? BALTASAR: Hazañas de un bien querer; transformaciones verá en mí Toledo, no escritas de Ovidio. FELIPE: ¿De qué manera? BALTASAR: Impediréis la quimera de mi amor, por inauditas, si os las cuento; todo junto lo sabréis en estando hecho. CARREÑO: (¡Pobre doña Ana! Sospecho que están tocando a difunto por vuestro amor; a su primo le voy a dar esta nueva.) BALTASAR: Vamos. FELIPE: ¿Adónde? BALTASAR: A hacer prueba de lo que a mi dama estimo. Hacia el hospital de afuera, amigo, tengo que hacer. FELIPE: ¿Allí? Pues ¿qué? BALTASAR: Conocer al dueño de la litera alquilada. FELIPE: Alto, venid. BALTASAR: Veréis, pues celos me abrasan, las maravillas que pasan desde Toledo a Madrid.

FIN DEL ACTO PRIMERO

Desde Toledo a Madrid, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002