DEL ENEMIGO EL PRIMER CONSEJO

Tirso de Molina

Este texto electrónico fue preparado por Vern Williamsen en 2002. Se basa en el texto de PARTE TERCERA DE LAS COMEDIAS DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA (Tortosa: Francisco Martorell, 1634) que ha sido cotejado con la edición de don Juan Eugenio Hartzenbusch (COMEDIAS DE TIRSO DE MOLINA, BAE 5, 1858).

Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen ALFONSO y ASCANIO, envainando las espadas
ALFONSO: Vuelve a ocultar el acero mientras que pasa esa gente; que en lugar menos patente concluír, Ascanio, quiero dificultades de amor, que en tu competencia estriban. ASCANIO: De ordinario los que privan hacen deidad el favor que sus príncipes les dan; y en señal de su altivez pasan la raya tal vez de la modestia. Ya están en su lugar las espadas, y la mía, te prometo que--en fe del nuevo respeto que a privanzas bien logradas, en quien usa cuerdo de ellas, debe el vasallo de ley, porque el gusto de su rey mira retratado en ellas-- no salga, aunque la provoques sgunda vez a ofenderte. Témplate, conde, y advierte que no porque el cielo toques del favor que el César te hace es bien que desalumbrado, con laa alas de privado, si el sol Ícaros deshace, te atrevas a quien te iguala si no en dicha, en calidad. ALFONSO: No niego yo la igualdad que por noble te señala ni al verme favorecido, atribuyas intereses de venganzas, que corteses en mi privanza, han tenido hasta este punto encerrado en el alma mi rigor; que a valerme del favor con que el César me ha premiado, con él te descompusiera de Milán te desterrara, los estados te quitara, y su enojo te prendiera sin necesitar agora desafíos permitidos generalmente a ofendidos; pues tu discreción no ignora que el privar suele poner freno a quien se le atrevió, no con las armas cual yo, sino con las del poder. ASCANIO: Juntas, don Alfonso, en una esas dos cosas opuestas; agravios me maniflestas con dichas de la Fortuna que con el César alcanzas, y hacen tu esfuerzo mayor arrojos de tu valor, soberbias de tus privanzas. Y como uno y otro abarca la ciega pasión que tienes, no miras que a reñir vienes con espada más de marca. Pero supuesto que yo ya me dispuse a envainarla, sin que intente desnudarla contra ti porque te dio Autoridad quien te nombra esfera de su secreto, y que en ti al César respeto --que en efeto eres su sombra-- declárame la ocasión del enojo que te obliga a que conmigo desdiga tu hasta aquí cuerda opinión. Satisfaré tu recelo, quardando tu autoridad con lenguas de la amistad, mejor que con las del duelo. ALFONSO: Si quién eres ignorara, Ascanio, ocasión tenía de juzgar a cobardía la lealtad que en ti es tan clara; Mas no por ese respeto te procures evadir; que hemos los dos de reñir en sitio mas solo y quieto, hasta que uno quede muerto mientras el otro procura la quietud que no asegura viviendo tú o yo; esto es cierto. Y así para que no ignores quejas que en la voluntad engendran mi enemistad por gustos competidores, oye la justa razón con que me agravio, y advierte que menos que con tu muerte no admito satisfacción. La condesa del Casal, si Seraflna en el nombre, también en naturaleza a tanto combate inmóvil, Gonzaga en nombre, y mi prima en deudo, aunque desconforme en la aplicación del alma que me olvida y que te escoge, quedó sin padres tan niña que apenas dio al tiempo en flores esperanzas su hermosura, si para mí sinrazones, cuando en la ilustre tutela de mi madre, viuda entonces, ensayando ingratitudes, dio el primer fllo a rigores. Criámonos los dos juntos, puesto que en la edad conformes, tan opuestos en las almas, en gustos e inclinaciones que cuanto yo apetecía le daba en rostro; desorden bella por varia que influyen celestes constelaciones. Yo adorándola penaba los instantes que en la noche de sn ausencia padecía amorosas privaciones; y ella, en viéndose presente, llorando sembraba en flores desdenes que ya gigantes son de mi imposible montes. Jamás en juegos pueriles pudieron años menores reconciliar amistades ni recíprocas acciones, hasta que aborrecimientos contraponiéndose a amores, pronosticaron desdicbas que ya mis males conocen. Crecló mi amor con desvíos, si hasta allí niño, ya jóven, y crecieron sentimientos más fleros, cuanto más hombres. Parece que en Serafina los años y disfavores sobre apuesta se aumentaban al paso que mis temores. Ya en el abril nuestra edad, a su gusto humilde y dócil, buscaba con que obligarla; tal vez despoblando el bosque de amorosos pajarillos, en azafates de flores nidos la llevaba, o cunas de géminis ruiseñores; tal vez el corzo manchado, y tal discurriendo ei monte, la di, por prendarla Vénus al homicida de Adonis. Mil fiestas vestí de galas, mil galas cubrí de motes, mil motes cifraron quejas, y mil quejas dieron voces contra mil ingratitudes que, hallando piedad en bronces, en ella sólo sirvieron de aumentar desprecios dobles. Como es Amor mercader y, si no le corresponden, quiebra su caudal fallido y por lo más flaco rompe, rompió en mí por la salud. ¿Qué mucho? Valientes robles besan las rústicas plantas de quien les duplica golpes. Llegué a la muerte. ¡Olalá como perdí las colores, perdiera el último aliento y ahorrara penas atroces que aumentando de día en día agravios a indignaciones, para hacerse inespugnables, buscan celos coadjutores! Vio mi madre mi peligro y, adivinando de donde procedían los efetos de causes que el pecho esconde, piadosas solicitudes inventaron persuasiones, encaminaron promesas, ruegos, caricias y amores con que obligar a mi ingrata a que añadiendo eslabones al parentesco, aceptase el ser mi amada consorte. Propúsola de mi muerte los infalibles temores, el malogro de mis años, las muchas obligaciones de parienta, de pupila, de generosa, de noble, y la crueldad que ganaba con el cielo y con los hombres ocasionando mi muerte; apoyando persuasiones con lágrimas que ablandaran a los tigres mss feroces. Oyó, si no enternecida, atenta, importunaciones piadosas, no voluntarias; pidió plazo, resolvióse, al parecer, a pagar amantes ejecuciones; mas cuando el alma no admite, ¿qué importa que el cuerpo otorgue? Dióme salud en albricias este contento, y quitóle la suya a mi hermoso dueño; yo convaleciente entonces por ver mi amor admitido, y ella enferma. Con un golpe nos dieron la vida y muerte unas mismas ocasiones. Como al paso me aborrece que quiere mi amor la adore; fue la causa mi esperanza de sus desesperaciones. Llegó al cabo, visitéla; y ella, eclipsados los soles, perdición de mi quietud cuando de mis gustos norte, gualda el jazmín y el clavel, nublados los arreboles, los granates ya violetas, y el rubio oriente ya noche, viéndose a solas conmigo, animada incorporóse en la cama, y tras un "ay," me dijo aquestas razones, "Don Alfonso de Gonzaga, el ordenado desorden de las estrellas distingue las almas e inclinaciones. Si tuvieran las dos nuestras inflüencias uniformes y la voluntad pagara las dendas que os reconoce y el cielo imposibilita; el ser, que de un tronco noble en los dos nos da una sangre que generosa nos honre; la regalada tutela que en esta casa da nombre más de madre que nutriz a quien mís años deudores mi crïanza le confesan; las partes que os anteponen a todos vuestres iguales cuando no a vuestros mayores; ¿qué dichas no ocasionaran a darme amor los blasones que su yugo hacen felices que tu paz hacen conformes? No quiso el cielo, no quieren las opuestas condiciones que en los dos se contrarían que suerte tan feliz goce. Alfonso, yo os aborrezco más que la luz --no os asombre-- a las tinieblas eternas, la lealtad a las traiciones. ¿Qué importará que obligada el sí a vuestra madre otorgue de esposa vuestra si al fin es fuerza que se malogren mis años; que no pudiendo amaros, lijeros corren en el abril de su curso al mar que las vidas sorbe? Si sois verdadero amante, antepondréis mis pasiones a las vuestras--¿quién lo duda?-- y sin sufrir que despoje la muerte, que espero cierta, mi edad en flor, daréis orden de olvidarme o permitirme que en piélagos no me engolfe imposibes de vencer porque antes el primer móvil dejará de arrebatar tras sí los celestes orbes que yo quereros bien pueda. Esto baste y esto sobre para quien ama perfeto, o adquirirá fama torpe." Dijo, y con un parasismo peligroso, persuadióme a los repudios vitales, castigo del primer hombre. ¡Juzgad vos de qué manera queda quien la sentencia oye capital, y ve sin vida el alma de sus acciones! Sentí...pero esto se deje a amantes contemplaciones; que cuanto más las pondero, se quedan más inferiores. Volvió en sí desde allí a un rato y yo, con pasos veloees, con desengaños mortales, con homicidas dolores, sin hablarla y despedirme, en un caballo de monte, solo, aunque no depesares, cuando espiraba la noche salí de Milán, poblando de quejas y compasiones los aires con mis suspiros, con mis desdichas los bosques, deseando hallar la muerte que al infelice se esconde. Pasé a Alemania y en ella, mudando el traje y el nombre, serví al César Federico que allanaba los cantones del esgüízaro rebelde, tudesco y grisón, adonde con solamente una pica, fueron desesperaciones hazañas que me ganaron si no ventura, blasones. Obligado el César de ellas, generoso aficionóse a honrarme y fuéme premiando desde los más inferiores a los cargos más sublimes hasta fïarme en su corte el gobierno de su imperio, consultas y provisiones. Como mi apellido y patria negué y me llamó don Lope de Haro, linaje ilustre entre Martes españoles, no me conoció ninguno y así en Milán publicóse mi muerte por la codicia de intereses sucesores que, causándola a mi madre, estados y posesiones dividieron avarientos, perdieron disipadores. Era yo de Castellón y Castelgofredo conde que, feudatario al imperio, no pueden nuevos señores poseerle, si del César confirmados con el nombre e investidura primero por dueño no le conocen. A esta causa Serafina, que entre algnuos pretensores es la más propincua en sangre a mis estados, valióse de su acción delante el César; y mediando intercesiones, le suplica que en mi herencia la ampare y posesione. Supo ser yo su privanza y que sólo por mi orden se gobernaba el imperio y buscando protectores, sin conocerme, me ruega que por su justicia torne y no permita, yo muerto, que ambiciosos la despojen. Halléme heredado en vida, rogado ofendido, y dióme la ocasión a manos llenas venganza en satisfacciones; pero el Amor, siempre hidalgo, que crece más con rigores, como dios perdona injurias, como rey reparte dones, pudo más que mis ofensas y, burlando opositores, del modo que antes al alma la rendí mis posesiones. Ya condesa y yo por ella de favor y estados pobre, con don Alfonso crüel y amorosa con don Lope, me escribió agradecimientos en cuyas cifras esconde deseos que satisfagan mis servicios acreedores. Correspondiónos la pluma y quedéle a sus renglones deudor, si no a sus palabras porqee, aumentando favores y terciando medianeros, Federico al fin me escoge por su eaposo, y ella alegre fiestas hace y lutos rompe. Bajó el César a Milán porque en ella se corone de la segunda diadema hasta que en Roma le adorne con la tercera dorada el mayor de los pastores; Saliéndole a recebir entre grandes y barones Serafina, que engañada, al punto que me conoce alienta aborrecimientos y repudia obligaciones por no cumplirme escrituras con frívolas evasiones. Jura malograr sus años antes que esposo me nombre. El César, que conociendo quien soy junta admiraciones a premios con que la obligue y su rigor no provoque temores y ruegos mezcla; mas ¿gué temor hay que importe contra su natural rebelde dispuesto a persecuciones? Ascanio, yo sé que en vos los ojos y el alma pone después que, desengañada, mis serviclos desconoce. Si, de competencias libre, fueron causa sus rigores de voluntarios destierros cuando a segundarlos torne, ¡juzgad vos cuál volverán llevando martirios dobles tormentos hasta aquí simples y ya con celos disformes! ¿Vos premiado, yo ofendido, y que mis años malogre para mí Dafne crüel, para vos tierna Leucótoe? No, Ascanio. O muriendo yo libre vuestra dicha goce bellezas que no merezco, o muerto vos, desahoguen celos un alma que espera salir de estas confusiones. Mañana al amanecer, si acudís--que siendo noble, sí haréis--a Valdearrayán donde no haya quien estorbe o la venganza a mis celos o el triunfo a vuestros amores.
Vase don ALFONSO
ASCANIO: Yo no tengo voluntad a Serafina si bien conozco de su beldad que cuantos sus ojos ven la rinden su libertad. Lucrecia es de mis desvelos ocupación peregrina. ¿Qué importa que forma celos y se los dé Serafina a Alfonso, cuando los cielos niegan la correspondencia que, por oculta aversión la aparta de su presencia? Donde no hay inclinación, no puede haber competencia. No inclinándome a su dama, mal con él competir puedo; si ella muestra que me ama y le aborrece, ¿en qué quedo culpado yo? ¿A qué me llama al campo, o sobre qué estriba este enojo mal fundado? Mas la soberbia derriba la prudencia en el privado, y Alfonso muestra que priva. Cuando en el campo me aguarde y hagan sus celos alarde de lo que en mí no es delito, aunque con éi no compito, daré muestras de cobarde si al sitio y plazo no acudo; y, en acudiendo, el favor del César será su escudo. Mas cumpla con mi valor la fama que ofender pudo y castigue sinrazones la espada, que lengua fue contra ciegas objeciones, porque dé a las obras fe quien no oye satisfaciones.
Quédase a un lado del salón, viendo venir el emperador FEDERICO y a SERAFINA
FEDERICO: Si el ser yo su intercesor no baste para obligaros y podéis dempeñaros de mi gusto y de su amor, fuerza será, Serafina, dar al derecho lugar con que Alfonso ha de tornar a su estado. SERAFINA: Ni él se inclina, gran señor, a preteader esposa que interesable no corresponda agradable a su amor ni a mí el perder a Castellón. ¿Será justo que contra mi voluntad cautive la libertad si con ella pierdo el gusto? ¿Qué aprovechará el deciros que le amo por no ofenderos, que grato intento teneros, que el sí le doy por serviros, si en muestras de sus enojos imposibles de sufrir, veis mil veces desmentir en mí a la lengua los ojos? Quede sin hacienda yo y quede con libertad. FEDERICO: No os marece esa crueldad quien su estado en vida os dio. SERAFINA: Confiesa el entendimiento lo que rebelde resiste la voluntad, que consiste en el vario movimiento de los cielos, que disponen que al conde no quiera bien. Yo misma culpo el desdén que mis dichas descomponen; mas son de tal calidad, que llevándome tras sí, ni a él le puedo dar el "sí," ni de vuestra majestad --perdone mi desvarío-- cumplir el justo deseo. FEDERICO: Yo en las estrellas, no creo que contra el libre albedrío haya fuerza. SERAFINA: Esa verdad ya es fe, que no es opinión; mas causando inclinación sin forzar la voluntad, me parece desatino digno de cualquier error cautivarme sin amor al dueño a quien no me inclino. Alfonso su estado cobra y estime este desengaño; que en mí será mayor daño quedar cautiva que pobre; y crea, pues desoblgo con tan libre claridad así a vuestra majestad que no puedo más conmigo. FEDERICO: Quedáos con Dios; pero advierta vuestro resuelto desdén que a mis agravios también abrís, señora, la puerta; y que ya vuestro rigor no sólo al conde provoca sino que en ofensa toca que hacéis al emperador. Por el conde intercedí; mas si yo no os obligare, quien con vos se desposare me dará pesar a mí. SERAFINA: Gran señor... FEDERICO: ¿Aquí estáis vos, Ascanio? ASCANIO: Siempre me empleo en que os siga mi deseo sirviéndoos. FEDERICO: Quedáos los dos. Pienso que así os obligo. No sé yo quien se inclina a amar más a Serafina que a ser, Ascanio, mi amigo.
Vase FEDERICO
ASCANIO: (A mí viene enderezado Aparte este aviso. ¿Hay cosa igual? ¡Del conde tratado mal, del César amenazado, y yo libre de ofendellos!) Serafina--¡vive Dios!-- que he de perderme por vos. Yo adoro los ojos bellos de Lucreeia. Alfonso os ama. Federico le apadrina. Mi voluntad no se inclina a abrasarme en vuestra llama. Mi prenda, por vos celosa, rayos de enojo me envía. El conde me desafía. La presencia rigurosa del augnsto me amenaza. Vos perdeis a Castellón si mudando de opinión no dais en esto otra traza. Mirad lo que hemos de hacer porque si vuestra presencia, estando sin competencia, en mí no pudo encender llamas que me den cuidado, ya vos veis lo que podrá en quien receloso está de un monarca y un privado. SERAFINA: En el pecho generoso, Ascanio, la privación da apetito a la afición, porque en lo dificultoso se acredita lo invencible. Cuando yo no mereciera que desvelo vuestro fuera mi persuasión apacible, el opuesto poderoso os había de obligar a vencer y porfïar, o enamorado o temoso; que yo después que el augusto me pone tasa en quereros y con temores severos pretende forzar mi gusto, tanto mi altivez animo sin volver un punto atrás que al paso que os quiero más más al conde desestimo. Mirad vos con qué valor osaréis desobligarme cuando habíades de amarme por sólo el competidor. Mas pues del campo os salís, podrán decir los que os ven no que no me queréis bien, mas que de cobarde huís.
Vase SERAFINA
ASCANIO: ¡Vive Dios que es caso recio; que esto estribe ya en porfía! El conde me desafía y doy causa a mi desprecio cediéndole la ventaja. Si voy al César irrito. Si ve que con él compito, Lucrecia el favor ataja con que mi dicha enriquece. Pues ¿qué medio he de elegir? No amando, ¿he de competir? Sí, pues que se ensoberbece un privado presumido de su dama desechado. Saldré, si no enamorado, por lo menos ofendido. Y volviendo por mi fama, me hallará competidor el conde de su valor puesto que no de su dama.
Vase ASCANIO. Salen LUCRECIA y PORTILLO
LUCRECIA: En fin, ¿vos sois español y servís al conde? PORTILLO: Fui español, porqne nací sobre un pantuflo del sol, Pues cuando las colchas alza con que le arropa la noche, el sol desde el mismo coche sacando un pie, se le calza. LUCRECIA: ¿Cómo ansí? PORTILLO: Es el colodrillo de Castilla que se llama la vieja, honrando su fama espárragos de Portillo. Su nombre me cupo a mí y de ella me desterró cierto hurgón que despachó un alma al limbo. Salí a ver el mundo alemán con cargo de mochillero; fui dos años mosquetero. Hizo el césar capitán a don Alfonso Gonzaga. Aficionóseme luego, y desbalijada al juego como se tardó la paga, me ha1ló la necesidad faltillo de ropa blanca. Como la nobleza es franca, valíme de su amistad y, en fe que le satisfago, de cama-rada me dio medio nombre porque yo, señora, la cama le hago. LUCRECIA: Según eso privaréis mucho con él. PORTILLO: No me ha dado nada, y hállome privado de todo; mas no penséis que me hace poca amistad pues me fía su secreto por continuo y por discreto. LUCRECIA: ¿Tiene mucha voluntad a Serafina? PORTILLO: Eso es plaga. Ni a Angélica el paladín, sus bemoles a Jusquín, al hida;go la biznaga, a doña Catrina el moño, al galán la bigotera, a Pérez la lavandera, a erizo breva o madroño causan tan grandes cuidados; y, porque ansí le advertimos todos los que le servimos andamos serafinados. LUCRECIA: ¿Y es posible que con él no acaban los desengaños de curarle en tantos años? PORTILLO: No, señora; ella es crüel con sus ribetes de zaina y mi señor que lo ignora, tal vez, puesto que la adora, la llama faldas de Humaina. Pero ¿por qué es el exámen? LUCRECIA: No sé. PORTILLO: ¡Linda damería! ¿Quiérele bien su siría? LUCRECIA: No estimarán que los amen los que están acostumbrados a vivir de menosprecios. PORTILLO: Hay apetitos tan necios que en fe de andar opilados buscan manjares caducos. Cierto melindre sé yo que en un convite trocó perdices por almendrucos. Quien a lo agrio es inclinado, con lo dulce se halla mal; la condesa del Casal por lo acedo le ha agarrado. Avinágrese vusía; ensuegre tal vez la cara porque si en ella repara nuestro conde, ser podría que antojos de su desdén nos le deserafinasen y agrio por agrio probasen cuál de ambas le está más bien, y a mi cuenta... Pero quedo; que sale el emperador. LUCRECIA: Y con él vuestro señor. PORTILLO: Pues atísbele a lo acedo.
Salen FEDERICO y ALFONSO
FEDERICO: Ni Serafina ha de usurpar condesa a Castellón que su señor os llama, ni aunque en su amor el vuestro se interesa, vuestra esposa no ha de ser ni vuestra dama. Mi autoridad en eso se atraviesa, no ya por vos, Alfonso; por la fama que correrá por el plebeyo abuso de que a mi gusto una mujer se opuso. Quien al César desprecia medianero, cuando después os quiera, será en vano; pues no es digna que siendo vos lijero, mi respeto perdido, os dé la mano; ella y yo competimos, y ver quiero si mi favor en vos es tan liviano que atropellando agravios, determina amar contra mi gusto a Serafina. ALFONSO: Gran señor, si merecen mis servicios premio en vuestra piedad... FEDERICO: Tiene Lucrecia El alma puesta en vos, y en mí propicios favores cuando esotra os menosprecia. Estimad amorosos beneficios, y altivez desdeñad, que por ser necia, merece justamente aborrecella, si no es que con vos puedo menos que ella.
Vase FEDERICO
LUCRECIA: Con tal intercesor, no pongo duda que agradecido deis a mi esperanza correspondiente amor, si es que os desnuda de indiscretas pasiones la venganza. Sana al enferma que los aires muda; enfermo estáis de amor. Haced mudanza y hallaréis en Lucrecia un pecho lleno de amor, preservación de ese veneno.
Vase LUCRECIA
PORTILLO: Si en consejos de estado tiene voto un mozo de tu cámara, que ignala la experiencia al deseo, sé piloto que en puertos sin provecho no jace cala. Lucrecia es bella, el César maniroto; váyase Serafina en hora mala o los dos nos iremos, si dejamos esta ocasión, y al César enojamos.
Vase PORTILLO
ALFONSO: Eso no, firmeza mía; con resistencia el valor, con imposibles Amor alienta su monarquía. quien de la posesión fía premios de gusto agradable, su esperanza hace culpable; quien sin premio amor procura sin dar servcis a usura, noble es, que no interesable. ¿Qué importa que Serafina aborrezca mis intentos? Viva está en mis pensamientos; posesión gozo divina. Desdeñe a quien no se inclina; trate mi fe con rigor; que la fama haré mayor de mi inaudita alabanza si amando sin esperanza, es platónico mi amor. Iguales coronas den a la suya y mi firmeza; ella en mostrarme aspereza, yo en quererla siempre bien. Compita amor y desdén, pues en esto iguales son, u niegue su inclinación la inclinación de mi empleo; que más vale ella en deseo que Lucrecia en posesión. Dueño la hice de mi estado; gócele aunque aborrecido; que el amante bien nacido nunca quita lo que ha dado. Si el César está indignado, menos daño es no privar que de mí degenerar. Haya, como una mujer constante en aborrecer, un hombre firme en amar.
Vase ALFONSO. Salen ASCANIO y SERAFINA
ASCANIO: El emperador me envía a tomar la posesión des Casal y Castellón, y quiere que en tercería por don Alfonso y por vos se conserve en mi poder hasta examinar y ver cuál, señora, de los dos se cansa de porfïar y en su gusto corresponde, o vos eligiendo al conde, o él dejándoos de amar. Dad gusto al César, por Dios, y sacaréis de cuidado a Alfonso, al augusto airado, a Lucrecia, a mí y a vos. LUCRECIA: Conquiste el César ciudades que después el conde adquiera, y no salga de su esfera a conquistar voluntades. Busque dama con amor su privado en quien se abrase; que es afrenta que se case, despreciado, por favor. Lucrecia por la ganancia os deje, que se le sigue, para que mudable obligue a más valor mi constancia; y vos, Ascanio, mostrad que sabéis satisfaceros, generoso hasta oponeros a una pasión majestad; que os tendrán por ignorante si vuestro amor deslucís, mientras agravios sufrís sin vengar celos amante; que yo en esta competencia, de Castellón despojada, tengo hacienda excepcionada del César, pues en la herencia de mis padres sucedí, con autoridad bastante, cuando, interesable amante, mi dote améis más que a mí; que si primero os quería tibiamente, ya que os veo dificultoso, os deseo, y crece con mi porfía mi amor de suerte que trato, si no sale vencedor, morir; que en lances de amor, lo más caro es más barato. ASCANIO: Juzgando vos disculpable ese desdén que aumentáis, porque de firme os preciáis, ¿es bien que yo sea mudable? No, Serafina. Primero que os ame--ved si es factible-- será el conde--si es posible-- conmigo vuestro tercero, que yo, a hacerle agravio llegue. No os canséis en porfïar porque yo no os he de amar mientras él no me lo ruegue.
Vase ASCANIO
SERAFINA: ¿Por qué si eres niño, Amor, en los efetos criatura, te ofendes con la blandura, te aumentas con el rigor? ¿No es mejor, siendo dios, que lo parezcas, que apetezcas finezas con que te obligues, que ingratitudes castigues y lealtades agradezcas? Pero dirás que es delito huír tu jurisdicción; que lo que está en posesión, es fuga del apetito. Solicito a Ascanio cuyos empleos por rodeos vencen mis riguridades, porque las dificultades multiplican los deseos. Muéstrome al conde crüel porque me sirve; y pudiera ser, cuando me aborreciera, que me muriera por él. Siendo fie1, su firme lealtad castigo; a mi enemigo quiero fácil y amo ciega. Huyo, Amor, de quien me ruega y a quien me desprecia sigo.
Sale ALFONSO, de camino
ALFONSO: Para desocasionaros, Serafina, del aprieto en que césares rigores a vos y a mí nos han puesto; aunque de veros me prive, no hallo mejor remedio que ausentarme de Milán, si bien del alma me ausento. Mándame el emperador que segunda vez sea dueño de los estados que os di, y la libertad con ellos. A que no os ame me obliga como si en tales preceptos tuviera jurisdicción quien la tiene en el imperio. Contra vos esta indignado porque a influencias del cielo correspondéis desdeñosa, mis dichas aborreciendo. Yo no, Serafina mía, porque solamente en esto de conocer lo que soy me puedo llamar discreto. Bien sé que no tengo partes, si bien presunciones tengo de amaros, para quererme. Bien sé que merecimientos, hermosura, discreción pudieran, a conoceros la fortuna que os envidia, señora del mundo haceros. Sois serafín, más que en nombre en prendas que reverencio, y sólo otro serafín es digno de mereceros. Yo de partes desvalido, en pretensiones soberbio, desadichado en esperanzas, si dichoso en sus empleos, pudiera, pues os conozco, con faetones escarmientos reprimir intentos vanos, que han de quedar en intentos. Bien hacéis en desdeñarme y--¡ojalá como confieso cuán loco soy en amaros furra sabio en no ofenderos!-- mas como a vos os obligan estrellas y astros opuestos a aborrecerme indignada, a mí me obligan los mesmos a adoraros presumido, No los culpo, antes les debo, venturoso en esta parte, la gloria del pretenderos. Que en Lucrecia mi amor mude me manda el César mi dueño o que me exponga a rigores, de la privanza herederos. No niego méritos yo de su belleza; mas niego que a obediencias eoronadas pueda amor vivir sujeto. Prendas hace en vuestro estado --que pues os la di ya es vuestro-- sin ver que andando desnudo Amor; nunca estriba en ellos. Para excusar, puus, peligros que no por mí por vos temo, notifico a mis pesares --¡ay Dios!--segandos destierros, Descansaréis, Serafina, no viéndome, y yo contento con saber que lo estáis vos, si no amado, satisfecho en que os sirvo, entretendré amorosos pensamientos que por contemplarlos ricos, pienso conservar eternos. Fernando reina en España, Granada llama extranjeros que contra el moro sitiado ganen valor, si no premios. Negaré mi patria y nombre: y al César, que por vos dejo, forzará a daros mi estado la fama de que soy muerto si, antes que deje a Milán, a las manos y el acero de quien amáis y me aguarda en el campo, no lo quedo. No volverá Italia a verme, condesa, viven los cielos, si no es que, del alma libre, la compasión traiga el cuerpo. Ellas es vuestra, ya os la di; a Castellón os entrego; en vida me sucedéis, y en ella me desheredo. ¡Ojalá que como os doy el pobre estado que tengo, en vuestras sienes honrara los tres lauros del imperio! Pero el vuestro Ascanio goce,
Enjúgase los ojos
y perdonad, que los celos mis ojos afeminaron, y sin consulta salieron del alma lágrimas nobles; que celos y amor a un tiempo, imitación de nublados, vierten agua y llueven fuego.
Quiere irse
SERAFINA: Esperad, conde, esperad; que no acredita su esfuerzo quien en los trances mayores teme el golpe y huye el riesgo. Amar sin correspondencia de sus damas no es tan nuevo que en martirios del amor no halléis valientes ejemplos. Merecer perseverando sin esperanza de premio da a la voluntad quilates, y corona el sufrimiento. Si Federico, que en vos restituye su gobierno y por el favor que os hace se humilla tercero vuestro, os ve ausentar por mi causa, ¿quién duda que a los primeros añada enojos segundos quedando yo blanco de ellos? Yéndoos vos, peligro yo y no sólo no sucedo en vuestra herencia y estado, sino que los propros pierdo. ¡Ved qué traza de buscar a mis quietudes remedio, si en vuestra ausencia peligra la fe vuestra y mi sosiego! Ausentáos si es que intentáis vengaros, pues lo merezco; pero desnudaos del nombre de amante firme y perfeto. ALFONSO: Eso no, que es imposible; pero ¿qué traza hallaremos que a vos enojos no os cause si os quejáis a que me ausento? SERAFINA: Un modo imagino, conde, tan difícil como nuevo que si vos le ejecutáis, os dará el lugar supremo de cuantos vasallos honran a Amor, y en su golpe ciego con hazañas inauditas el non plus ultra pusieron. ALFONSO: No seré ya desdichado si, dándoos a vos contento en alqo, puedo alabarme que si no alcanzo, merezco. Proponedle, pues, señora. SERAFINA: Propondréle, si bien temo que tiene de deslucir las finezas que habéis hecho, rehusándole por extraño. ALFONSO: Por agraviarme hasta en eso dudáis de quien, por serviros, es martirio de sí mesmo. Lo que os amo acreditad. SERAFINA: Ahora bien, no escuchéis cuerdo; que para lo que os propongo, loco, Alfonso, he menesteros. Yo no os tengo voluntad ni, aunque lo procuro, puedo hacer que el alma rebelde se allane al conocimiento. El César severo insiste en que paguéis los empeños de Lucrecia y la sirváis amante por gusto ajeno; Desdeña mis pretensiones Ascanio, celoso de esto; que nadie es cortés con damas si tiene por otra celos. Yo, que le amaba remisa, cuanto más difícil veo mi ocupación amorosa, más su imposible apetezco. Si deseáis, pues, mi gusto como afirmáis y lo creo, haciendo la costa vos, fácil salida hallaremos. Fingid que a Lucrecia amáis y, obediente a los preceptos del César, haced ensayos de amor si no verdaderos, que en vos no serán posibles, cautelosos a lo menos, que a Lucrecia persüadan y al César dejen contento. Obligad después a Ascanio con dádivas y con razones, ya animándole a privanzas, ya ofreciéndole gobiernos, a que su esposa me elija; que en él temores y apremios, no siendo cual vos constante sabrán conseguir tal intento. El César entónces, grato al fiel reconocimiento con que ejecutáis su gusto, y apacible a vuestros ruegos, me admitirá a vuestro estado, con otros satisfaciendo vuestra lealtad y servicios, pues tiene tantos en feudo; y yo, allanando rendida dificultades que han hecho tan apetecible a Ascanio. Si en mi dominio le veo, le vendré a menospreciar al paso que le pretendo; que siempre enfada adquirido lo que se envidiaba ajeno. Olvidaréle, no hay duda y a vos que con otro dueño en sus favores prohijado os contemplaré extranjero. Viéndoos ya dificultoso, podrá ser--no os lo prometo-- si amante os aborrecía, que os apetezca severo. Mío fuistes siempre, conde, y las mujeres tenemos galas y amantes antiguos de ordinario en poco precio. Barato me habéis costado, don Alfonso; encarecéos. Hacéos más estimar, desviad ojos, dadme celos. Mujer soy como las otras. Haced diligente en esto la prueba, y del enemigo, Alfonso, el primer consejo.
Vase SERAFINA
ALFONSO: ¡Qué de cosas encontradas banderizan pensamientos, que antes desesperaciones esperanzas van tejiendo! ¿Que no me ausente? ¿Que sirva a Lucrecia y que ofreciendo amistad a Ascanio y cargos contra mí sea su tercero? Desafiéle celoso, ¿y mándanme ser a un tiempo su abogado y su fiscal? ¡Qué terrible mandamiento! Pero, en fin, lo prometí. Palabras de amor perfeto en quien las ofrece noble traen fuerza de juramiento. iSentenda desesperada! Mas, si bien la considero, a apelaciones convida con vislumbres de remedio. Que es mujer como las otras me avisa, y apeteciendo lo difícil las demás, lo fácil les es molesto. ¿Qué mucho que las imite! Siempre me ha visto sujeto, sin resistencia a rigores, a las leyes de su imperio. Lo continuo causa enfado, lo exquisito da deseos, y lo que Amor dificulta hacen posible los celos. Que celos la dé me manda y quien me avisa con ellos, principios muestra de amor, más piedad, rigores meno. Ya yo sé que cautelosa me facilita con esto a persuadir a su amante que la corresponda tierno; pero tambié hemos visto que al contrario más soberbio, queriendo acertar, le matan tal vez sus ardides mesmos. Démosla celos, Amor; voluntad encarecéos; ojos míos, divertíos; asistencia, acudid menos; pensamiento, obedezcamos a nuestro enemigo en esto desde hoy, y del enemigo, Amor, el primer consejo.

FIN DEL ACTO PRIMERO

Del enemigo el primer consejo, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002