ACTO SEGUNDO


Salen don GASTÓN, doña PETRONILA, LAURENCIA y LABRADORES
PETRONILA: Bueno y apacible está el prado, sentaos aquí. GASTÓN: Si vuestro sol luz le da en tapetes de tabí estrados os prevendrá. En vuestras hebras derrama su tibia tez la retama, vuestras mejillas hermosas dan nuevo ser a las rosas que Venus adora y ama. Las maravillas se ven en vuestros ardientes ojos, la frente es jazmín también, en la nariz los despojos de la azucena están bien. Si los dientes son azahar que en grana pudo enlazar Amor, que nació en verjeles, muros hizo de claveles en que se puedan guardar. Y así el prado con su flor imita vuestra belleza, siendo planteles de olor él de la Naturaleza, vos, señora, del Amor. PETRONILA: Favores de vuestra mano, ¿a quién no enriquecerán? Si por venir con vos gano las ternezas de galán y los regalos de hermano. Basta, señor don Gastón, que por no dar ocasión a que el alma se divierta, tenéis tomada la puerta a toda imaginación. Como hermano me guardáis, como galán me servís, como esposo regaláis, y a serlo todo venís, pues que con todo os alzáis. GASTÓN: No tanto, mi Petronila, que no sepa que en el alma sus flechas Amor afila, y que el pensamiento en calma esperanzas recopila. Yo sé que tenéis capaz la voluntad para extremos del atrevido rapaz, tanto, que en ella cabemos otro y yo viviendo en paz. Porque en casa semejante, si él es aposentador, posada dará bastante para un hermano el Amor y también para un amante. PETRONILA: Si ése en el alma ha de entrar, de vos vendrá acompañado, pues cuando os quiera hospedar costumbre es que un convidado a otro pueda convidar. GASTÓN: Como forastero pasa un rayo, y de paso abrasa, y es tal don Guillén, por Dios, que, por quedarse con vos, temo que me eche de casa. Aunque si os caso con él, diré, Petronila mía, puesto que es trance crüel, que por vuestra mejoría dejaré mi casa en él. PETRONILA: Eso no, que será poca voluntad la que mostráis si a dejarme se provoca, y para que no salgáis cerrará el alma la boca. GASTÓN: Don Guillén de Montalbán es mozo, noble, galán, comendador generoso, en las paces amoroso y en las guerras capitán. Escogíle para vos, y pienso que agradecéis la elección que hice en los dos; mas para que en él penséis quedaos, bella hermana, adiós. Que apacible compañía os dejo, y yo, como suelo, por ser inclinación mía, de aves que mate al vuelo volver cargado querría.
Vase don GASTÓN
PETRONILA: Pues Laurencia ¿en qué se entiende? LAURENCIA: Nunca falta, mi señora, a la gente labradora en qué, y más la que pretende casarse y se le despinta. PETRONILA: ¿Echastes hogaño gansos? LAURENCIA: Veinte hay que gordos y mansos la nieve en ellos se pinta. CORBATO: Dos de esos serán del cura. LAURENCIA: ¿Diezma en todo? CORBATO: Como lleva en toda cosecha nueva el diezmo de la verdura, de los pollos, los lechones, la fruta, el pan y cebada. ¿No fuera cosa extremada que diezmara en las quistiones, los males y calenturas? ¡Mala landre que le tome, como las maduras come comiera también las duras! PETRONILA: ¡Mal estáis con él! CORBATO: Quisiera que de diez días que he estado en la cama desahuciado, uno al cura le cupiera; diez melecinas me echaron una le vien de derecho. NISO: Ley fuera ésa de provecho para el otro que azotaron, pues de quinientos tocinos cincuenta el cura llevara. ARDENIO: Yo sé que a alguien le pesara, a usarse esos desatinos; que nadie quisiera ser casado en tales porfías, porque de diez en diez días le había de dar su mujer. CORBATO: ¡Plugiera a Dios que él tuviera tres veces en cada mes esa carga! Que después, yo sé que el diezmo perdiera de lo demás que le damos, por no sofrir tanta pena. ARDENIO: ¿Hay plomo, hay costal de arena como aqueste que llevamos a cuestas con las mujeres? LAURENCIA: ¿Y nosotras que sufrimos? ¡Que hechas esclavas vivimos aguándonos los placeres vosotros; de hijos cargadas; ya callando, ya meciendo, mil dolores padeciendo, nueve meses de preñadas, siempre con temor y susto de que el parto nos asombre, dejándonos cualquier hombre la pena, y llevando el gusto! NISO: No golosmeara Eva de la manzana el sabor y pariera sin dolor; mas si tal trabajo lleva, Laurencia, la que se casa, ¿por qué os morís vos por ello? LAURENCIA: ¿Yo? NISO: Vos, pues que por sabello no hay diabro que os tenga en casa. MONTANO: En fin, ¿no quiso Maroto desposarse? NISO: No es la boda para él. Sólo se acomoda al ganado, monte y soto. Mas ¿qué es esto? ARDENIO: Don Guillén viene acá, que como sabe que estáis aquí, y es tan grave, al que como él quiere bien la ausencia, el estar sin vos tendrá por tormento extraño. LAURENCIA: Todo es mentira y engaño el hombre. Líbreme Dios de creer más sus desvelos; amarme fingió el traidor, y mudándose su amor sembró gusto y cogí celos.
Salen don GUILLÉN, GALLARDO y CRIADOS
GUILLÉN: ¡Oh, serranos! A gozar de vuestra conversación me ha traído la ocasión. NISO: Viniéndonos vos a honrar será apacible esta tarde, por más que el sol la molesta. GUILLÉN: ¡Qué mucho abrase la fiesta el prado, si haciendo alarde el sol que flores perfila con el oro que en él pasa, otro sol de amor abrasa, bella doña Petronila, en vuestra hermosa presencia! PETRONILA: Si como lo decís bien amáis, señor don Guillén, dichosa es por excelencia la que serviros merece. Sentaos, si gustáis, aquí. GUILLÉN: Jamás la ocasión perdí cuando el Amor me la ofrece. Con vuestro hermano, señora, he concertado de ser vuestro esposo, y por tener mientras se llega esa hora, en quien el amor que os debo se ejercite, que no es justo que ocioso se embote el gusto, esta serrana me llevo, ensayaré en su hermosura la que en vos pienso gozar.
Cogen don GUILLÉN y GALLARDO a LAURENCIA y llévansela
PETRONILA: ¿Qué es eso? TODOS: ¡Aquí del lugar! GUILLÉN: El que morir no procura sosiéguese, o--¡vive Dios-- que le cuelgue de ese roble! NISO: ¿Pues es ésa hazaña noble? GUILLÉN: Llevadla vosotros dos a Montalbán. LAURENCIA: ¡Ay de mí! GUILLÉN: Gallardo, aprisa con ella. GALLARDO: No os quejéis, Laurencia bella, que os lleve Gallardo ansí, que también tiro yo gajes de don Guillén y su amor, pues lo que sobra al señor viene a parar en los pajes. Seréis de su gusto presa y hartaréisle en breve rato, gozándoos yo como plato que levante de la mesa.
Vanse con ella
PETRONILA: Don Guillén de Montalbán, respetad, si sois prudente, el ver que estoy yo presente. GUILLÉN: El que no fue buen galán no puede ser buen marido. Quien cañas ha de jugar primero se ha de ensayar. Sólo a ensayarme he venido en Laurencia. Si os molesta la osadía que en mí veis, consolaos con que seréis de aqueste ensayo la fiesta.
Vase don GUILLÉN
NISO: ¿Hay tan gran bellaquería? ¿Que esto suframos, serranos? ¿Para qué mos dieron manos los cielos? CORBATO: No sufriría tal afrenta aunque muriese. Juntemos todo el lugar. PETRONILA: A mi hermano id a avisar. ¡Que a mis ojos se atreviese a tal insulto! ¡Ay Amor, qué mal me habéis empleado! MAROTO: ¡Todo Estercuel salga armado y muera aqueste traidor! Niso será el capitán, pues es alcalde. NISO: Eso intento. Vos alférez, vos sargento; abrasaré a Montalbán si aquesto adelante pasa. TODOS: Vamos. PETRONILA: Y mis desconsuelos me abrasarán en sus celos mientras Montalbán se abrasa.
Vanse los villanos. Sale don GASTÓN
GASTÓN: ¿Qué alboroto, hermana mía, es éste? ¿Quién os da enojos y las perlas de esos ojos agravia, luz de mi día? ¿Dónde mis vasallos van confusos y alborotados? PETRONILA: Van a vengarse afrentados del señor de Montalbán. Confieso que le he querido; porque como una afición se funda en la inclinación y no en consejos, han sido en vano los que me han dado; porque aun las travesuras, por no llamarlas locuras, que en don Guillén han causado común aborrecimiento, pudieran curar. Mi amor es loco, y al fin furor que ciega el entendimiento; pero ya el no aborrecerle fuera, más que amor, locura. GASTÓN: Pues ¿qué hizo? PETRONILA: ¡Gran ventura fuera, hermano, no quererle! Sin respetar mi presencia ni el amor que le he tenido, descortés como atrevido llevó robada a Laurencia con ayuda de crïados, que en la escuela de sus vicios aprenden estos oficios. Los pastores agraviados han convocado el lugar para intentar su venganza, y yo ya sin esperanza todo lo libro en llorar. GASTÓN: ¿Es posible que este loco a mis vasallos se atreva? Si a Laurencia, hermana, lleva, yo haré que la goce poco. ¡Vive Dios! Que ha de saber quién es a quien ha ofendido. ¿Él en mi tierra atrevido? PETRONILA: ¿Qué es lo que intentas hacer? GASTÓN: Pegar fuego a Montalbán, hacerle entender así que es don Gastón Bardají a quien ofende. Hoy verán los que sustenta Aragón, ya que mi paciencia instiga, de la suerte que castiga a don Guillén don Gastón. PETRONILA: Hermano, su poco seso perdona. GASTÓN: ¿No te ha ofendido? PETRONILA: Aunque es loco y atrevido, que le adoro te confieso. Busca otros medios más sabios. GASTÓN: Pagará lo que merece. PETRONILA: El amor con celos crece y se aumenta con agravios.
Vanse. Salen don GUILLÉN, GALLARDO y LAURENCIA
GUILLÉN: Échala de aquí Gallardo. ¡Jesús, y qué mala cosa! Juzgábala antes hermosa; ya morir, viéndola, aguardo. LAURENCIA: ¡Traidor! ¿Después de alcanzada de ti soy aborrecida? Huésped vil que la comida no pagas ni la posada. ¿Será de noble esa empresa? GUILLÉN: Echarla de aquí procura.
Vase
GALLARDO: Siempre echan en la basura los relieves de la mesa. Si sacuden los manteles mándanme que los sacuda. Adiós, que el amor se muda en odio. LAURENCIA: ¡Rabias crüeles me incitan a la venganza! GALLARDO: De todo manjar barato un señor, si es tosco el plato, un bocado sólo alcanza. Yo tengo acción desde agora, Laurencia, a tu hermoso talle, y así no hay que rehusalle. Gallardo, mi bien, te adora. Deja la pena y recelo, que el caballo que corrió en silla, lo llevo yo al pilón y voy en pelo. LAURENCIA: ¡Grosero desenfrenado! No incites más mi furor, que puesto que a su señor es semejante el crïado, no conoces bien mis bríos. GALLARDO: Estaos, Laurencia, quedita. Los zapatos que se quita mi señor son siempre míos; y así por mía os acoto; pues después que os ha calzado venís a ser del crïado, porque sois zapato roto. Sosegaos, Laurencia hermana, que soy discreto y galán, y vos, si antes cordobán, ya zapato de badana. Dadme esa mano nevada. LAURENCIA: ¡Oh infame!
Dale
GALLARDO: ¡Ay, que me mató! Mano es la que os pido yo, Laurencia; no manotada. LAURENCIA: Presto verá lo que puede la afrenta en una mujer. Rayo del mundo he de ser; no piense el traidor que quede sin castigo su desprecio. ¡Vive Dios! Si mi lugar no me procura vengar, don Guillén, infame y necio, que, pues estoy deshonrada, mudando el traje y el nombre, que ha de verme Aragón hombre, vuelta la rueca en espada, hacer de mi injuria alarde. Aunque la rueca mejor fuera para ti, traidor, que es insignia de cobarde. Mas, pues la suerte nos trueca, será, traidor, desde aquí la espada el adorno en mí, y en ti, villano, la rueca.
Vase LAURENCIA
GALLARDO: ¡Malos años y cuál va! No quiero más tu afición, que da coz y mojicón que el diablo la esperará. Amansarán sus querellas si las sabe remediar, y más que yo sé lugar donde se curan doncellas.
Vase. Salen todos los VILLANOS, menos NISO
MONTANO: No ha querido don Gastón dejarnos salir contra él, como es señor de Estercuel obedecerle es razón. Dice que este agravio se hizo a él solo, y que así le toca castigar la furia loca de quien tan mal satisfizo al honor que con su hermana pensaba en Aragón darle, y así va a desafiarle; que si no a son de campana habíamos convocado todo el lugar. CORBATO: ¿Qué, no hay quien se libre de don Guillén? ARDENIO: No imagino que ha quedado doncella en esta comarca que no le pague primicias. CORBATO: ¿Es cura? ARDENIO: De las malicias. Todas las mochachas marca. MONTANO: Aunque fuera el moro entre ellas y Córdoba Montalbán, pues el pecho que le dan es cual el de cien doncellas. CORBATO: Éste es turco aragonés. ¡Qué bien hizo en no casarse Maroto! ARDENIO: Fuera cargarse la cabeza ya hecha pies. MONTANO: Él es sabio, aunque parece ignorante. ARDENIO: Es buen cristiano. CORBATO: Dios le tuvo de su mano, y el cuerdo se está en sus trece. MONTANO: Y Niso, ¿qué hace? CORBATO: Llora de su Laurencia la afrenta. ARDENIO: Si ella quisiera, a mi cuenta que estoviera honrada agora. CORBATO: Como allá dicen que andaba con don Guillén de escondidas en cuentos. MONTANO: Están perdidas por él las mozas. ARDENIO: Habraba con él los disantos todos, ya en el soto, ya en el río. MONTANO: Y aun por esa se hacen, tío, de esos polvos estos lodos. Tómese lo que se tiene, y tenga agora paciencia; mas ¿no es ésta Laurencia? ARDENIO: La misma. CORBATO: ¡Verá y cuál viene!
Sale LAURENCIA
LAURENCIA: ¿Qué hacéis aquí, afeminados, hombres sólo en la apariencia, en conversación infame, que no sentís vuestra afrenta? Gallinas, y aun no gallinas, pues ya saben volver éstas los picos contra el milano que sus polluelos le lleva. ¿Qué pastor hay tan cobarde que, con gritos, hondas, piedras, no libre del lobo vil la ya acometida oveja? Una hormiga, si la quitan el grano que avara encierra, muerde atrevida al contrario. Un mosquito se sustenta de la sangre de un león, y hasta la más torpe abeja acomete vengativa a quien roba sus colmenas. Pues, gallinas, el milano se atreve a las pollas tiernas de vuestro lugar y casas, ¿y no vengáis vuestra ofensa? El lobo bárbaro os roba, villanos, una cordera delante de vuestros ojos, ¿y le dejáis ir con ella? Volved, hormigas cobardes, por la agostada cosecha del honor que os han quitado de un traidor las insolencias. Aún menos sois que mosquitos, pues ninguno hay que se atreva á sacar sangre afrentosa a quien derrama la vuestra. Mas, pues, vuestra cobardía llevar los panales deja, del colmenar de la fama zánganos sois, que no abejas. No os llaméis hombres, cobardes; ceñid al lado las ruecas, pues no sabéis ceñir armas más que para la apariencia. Si como sabéis guardar las espadas que las vean desnudas contra tiranos guardarais las hijas vuestras, no las violara la injuria; mas si las espadas vuestras son vírgenes, mal podréis defender tantas doncellas. ¡Que a vuestros ojos un hombre haga torpe y loca presa en una frágil mujer, en una vecina vuestra! ¡Que os lleve con ella la honra, y que no tengáis vergüenza de vivir y no vengaros! ¡Que estéis de aquesa manera conversando unos con otros como si en paces o fiestas, contárades las hazañas que emprendistes en la guerra! Diez leguas de Zaragoza vivís, y la gente de ella son espejo de las armas, blasones de la nobleza. ¿Cómo se os pega tan poco, decid, gente aragonesa? ¿Por qué afrentáis vuestra pata afeminados en ella? Si no sois para vengaros, llamad las mujeres vuestras; pedidlas que os desagravien, quejaos llorosos ante ellas, y mientras se arman valientes y la aguja en lanza truecan, el acero por las galas, las espadas por las ruecas, quedaos en casa vosotros, hilad, barred, viles hembras; jabonad y haced colada, que aunque la hagáis, yo estoy cierta que no sacaréis las manchas que en vuestra honra el agravio echa, si no es con sangre enemiga que es la más eficaz greda. ¿Calláis? ¿Teméis? ¿No venís? Mas ¿para qué? No os den pena injurias de vuestras hijas, comprad trompas y muñecas; jugad, niños, que es razón que mientras vive Laurencia ella tomará venganza. ¡Vive Dios! Que en vuestra afrenta ha de mudar, gente vil, el traje y naturaleza, por que os enseñe a ser hombres, siéndolo vuestra Laurencia. Bandos hay en Aragón; volviéndome bandolera, no he de dejar hombre a vida. ¡Guárdese de mí mi tierra! Que en vosotros los primeros he de vengar mis ofensas, y vestidos de mujeres sacaros a la vergüenza. El que hombre fuere, mis agravios sienta. ¡Al arma! ¡Don Guillén, serranos, muera!
Vase
CORBATO: Salpimentado nos ha. ARDENIO: ¡Malos años para ella, y qué sabida que es! MONTANO: No tién pelillo en la lengua; mas sóbrala la razón, CORBATO: Si aquí su padre estuviera también llevara su parte. Pero ¡qué infamia es la vuestra! Vamos, aunque mos lo estorbe don Gastón, y el fuego encienda a Montalbán y a su dueño, que si no es de esta manera corre peligro Estercuel. TODOS: ¡Al arma! ¡Don Guillén muera! ARDENIO: Muera; porque antes de un año no ha de haber en esta tierra una virgen por un ojo. MONTANO: Si el fuego de Amor le quema un clavo saca otro clavo, con un fuego otro se venga. CORBATO: La campana de concejo tocad, por que todos vengan a vengar nuestras injurias. ARDENIO: ¡Al arma, serranos! TODOS: ¡Guerra!
Vanse. Salen don GUILLÉN y don GASTÓN
GASTÓN: La cruz que traéis al pecho, señal de vuestra nobleza, para adornar la cabeza de los césares se ha hecho. Las veces que sin provecho la veo en hombres que no son de crédito y opinión, aunque lástima me da, sospecho que es cruz que está pintada en algún rincón. En el más alto lugar y sublime chapitel se pone la cruz, y en él la suele el cuerdo estimar. La nobleza suele dar alto sitio cuando intenta darle el pecho, mas si afrenta la posesión, no se estime, porque en la cruz más sublime un pájaro vil se asienta. Digo esto, y no sin razón, porque aunque con ella os veo adornar el pecho, creo que es cruz que está en el rincón; que puesto que ese blasón, que ilustre y noble os ha hecho, en vos es cruz sin provecho, pues, según dais los indicios, mil aves de torpes vicios se asientan en vuestro pecho. Yo, a lo menos, como suelo adorar la cruz que ensalzo, con reverencia la alzo la vez que la hallo en el suelo. Como es insignia que el cielo reverencia, del lugar donde no es decencia estar la quito, y así al presente, por no ser lugar decente, la cruz os vengo a quitar. Que, pues tan torpe afrentáis mis vasallos, más castigo os darán, siendo testigo la cruz que al pecho lleváis. Cuando las honras quitáis a las doncellas, que en vano os dan nombre de tirano, sacáis vuestra infamia a luz, pues delante de una cruz el que peca es mal cristiano. En vos está mal empleada, y así vengo satisfecho, que la cruz de vuestro pecho quitará la de mi espada. Mi tierra llora afrentada por vos, y no será yerro que la cólera que encierro, la cruz os deje, si da hoy la muerte, y servirá de cruz para vuestro entierro. GUILLÉN: Cuando vi que con cruz tanta veníades, don Gastón, os juzgaba procesión que sale en semana santa. Mas no me admira ni espanta lo que os oigo, que el valor que a mi sangre da favor me enseña en nuestras querellas que santiguándoos con ellas mostráis tenerme temor. Quistión será peregrina la que empezáis, dándoos luz por la señal de la cruz como niño de doctrina. Dad en eso, que es divina traza, y en vos señalada. Predicad, no se os dé nada, tendrá por nuevo favor en vos un predicador, Aragón, de la cruzada. Que yo, más travieso y roto, de mi valor haré alarde, porque el hombre que es cobarde siempre da por lo devoto. Si vuestra tierra alboroto mi gusto es, y está bien hecho, y si no estáis satisfecho, entrad con furia doblada por la cruz de aquesta espada a quitarme la del pecho.
Echan mano. Sale GALLARDO
GALLARDO: Don Guillén, a Montalbán. ha puesto fuego Estercuel; acude al remedio de él, mira los gritos que dan. GUILLÉN: Hazañas vuestras serán éstas, y vendréisnos luego a predicar con sosiego cruz, valor, fe y opinión, cuando pegáis a traición a vuestros vecinos fuego. Pero agradeced ahora que ayuda mi gente pida, dándoos término de vida, a mi pesar, por un hora. GASTÓN: La injuria, que es labradora, se ha vengado de esta suerte. Id, que en ceniza convierte la hacienda que os atropella, que cuando volváis sin ella entonces yo os daré muerte.
Éntranse por puertas diferentes. Sale LAURENCIA, de hombre, ROBERTO, y los BANDOLEROS
LAURENCIA: En otro tiempo sintiera haber dado en vuestras manos; pero ya agravios villanos me mudaron de manera, que estoy contenta en extremo, Roberto, de andar con vos, por que venguemos los dos agravios que ya no temo. Bandolero sois, Roberto, que de esta suerte se alcanza en Aragón la venganza. Don Guillén mi honor ha muerto; vengadme del y cobrad, si es deuda una obligación, de mí la satisfación en oro de voluntad. Vuestra soy desde este día, sin honra ni fama estoy mientras venganza no doy, Roberto, a la afrenta mía. Nadie me llame Laurencia, que soy hombre en restaurar mi honra, si fui en amar mujer de poca experiencia. En este traje pretendo serviros, acompañaros, suspenderos, asombraros, y si en mi amor os enciendo yo os pagaré de manera que, no quedándoos deudora, si me amasteis labradora me queráis más bandolera. ROBERTO: Cuando no haya yo ganado con los bandos que profeso sino el escucharos eso y el traeros a mi lado, dando deleite a mis ojos, entretenimiento a amor, al pecho esfuerzo y valor y a la voluntad despojos, tengo por ser bandolero más dicha que por ser rey. Compañeros, haced ley de mi gusto. Desde hoy quiero que mi Laurencia nos mande. Ella es nuestro capitán. BANDOLERO 1: Si por caudillo nos dan un sol, en dicha tan grande, ¿quién habrá que nos resista? Y qué presas no esperamos si a cuantos vengan les damos con este sol una vista? BANDOLERO 2: Yo la estimo y reverencio. ROBERTO: ¡Laurencia viva! Decid. TODOS: ¡Viva Laurencia! LAURENCIA: Advertid que he de llamarme Laurencio, y que de Roberto soy amorosa compañera pero con los demás fiera leona y tigre desde hoy. No ha de quedar hombre a vida de cuantos a nuestras manos vinieren, ya sean villanos, ya de sangre conocida; que quiero, por estos modos, ya que mi amor banderizo, que el mal que un hombre me hizo lo vengan a pagar todos. ROBERTO: Tu gusto es, mi bien, el nuestro. LAURENCIA: No imagine don Guillén que su villano desdén, si en torpezas está diestro, se ha de quedar sin castigo. ¡Vive Dios! Que ha de saber que una ofendida mujer es el mayor enemigo. BANDOLERO 1: Gente parece que viene. LAURENCIA: ¡Ojalá fuera el primero mi ofensor!
Salen don GUlLLÉN y GALLARDO
GUILLÉN: El fuego fiero mi tierra asolada tiene. ¡Vive Dios que aquesta afrenta la tengo de castigar, si España vuelve a llorar de su pérdida sangrienta segunda vez el destrozo! De enojo y cólera ardo; yo haré en Aragón, Gallardo, que se le convierta el gozo de don Gastón en tristeza. Yo le allanaré a Estercuel por el suelo. GALLARDO: Hazaña crüel, indigna de su nobleza, ha sido; mas--¡vive Dios!-- que, según los dos andamos, no es mucho que nos perdamos en esta ocasión los dos. Los llantos de las doncellas, que yo te he solicitado y tú sin razón logrado han llegado a las estrellas. Dios por ellas nos castiga. ROBERTO: Ténganse y las armas den. LAURENCIA: (¡Cielos, éste es don Guillén! Aparte Pues mi deshonra os obliga, hoy verá Aragón en mí que un agravio basta a hacer tigre hircana a una mujer.) GUILLÉN: ¿Que es esto? GALLARDO: Purgar aquí lo que pecamos los dos; los que ves son bandoleros. GUILLÉN: ¿Hay más males, cielos fieros? Mas tengo ofendido a Dios, no me espanto. LAURENCIA: Don Guillén, ¿conocéisme? GUILLÉN: Si creyera los ojos, que eres dijera Laurencia. LAURENCIA: Y dijeras bien. GUILLÉN: Pues ¿cómo? ¿Tú en este traje? LAURENCIA: De tu amor vil le aprendí, y por parecerme a ti en el oficio y lenguaje, cual ves me vuelvo en razón; que, como ser ladrón quieres del honor de las mujeres, de ti aprendo a ser ladrón. Cual bandolero asaltaste mi honor, que era peregrino, y saliéndole al camino una joya le quitaste que todo mi ser valía; y cual suele el bandolero, en sacándole el dinero, la bolsa arrojar vacía, ingrato me despreciaste; que la mujer sin honor es un vaso sin licor, y como tal me arrojaste. Yo, pues, que por ti ofendida a ser salteadora aprendo, quitarte agora pretendo la vil y bárbara vida. Y sirviendo de cadalso un roble, cual tú crüel, te mandaré colgar de él como hacen al peso falso. GUILLÉN: Laurencia, humilde confieso mi crueldad e ingratitud; mas tu prudencia y virtud perdonen mi poco seso, que no querrás dar la muerte a quien tanto un tiempo amaste. LAURENCIA: ¡Qué mal mi amor aplicaste! Con él pienso convencerte. La miel de un panal sabroso, si se corrompe, en acíbar convierte su dulce almíbar. Del vino más generoso sale el vinagre mejor, y a este modo, don Guillén, se engendra el mayor desdén del más firme y puro amor. El corazón--¡vive Dios!-- te he de sacar y comer. GALLARDO: ¿Y de mí qué vendrá a ser? ¡Cielos! LAURENCIA: Venid acá vos, que sois corredor de oreja, de vicios casamentero, de juegos torpes tercero, el que la ropa que deja vuestro señor os vestís, alzáis del deleite platos, calzáis sus rotos zapatos y de su sombra os cubrís. Venid acá. GALLARDO: De rodillas puestas las manos, Laurencia, Gallardo os pide clemencia. No armaré desde hoy pandillas. LAURENCIA: Sois un gran bellaco. GALLARDO: En esto no hay señora que negar, es virtud el confesar, yo pecador lo confieso. LAURENCIA: Tenéis muy bellacos hechos. GALLARDO: ¿Qué mucho si en mí repara teniendo tan mala cara? LAURENCIA: ¡Y qué mala! GALLARDO: Los deshechos del mundo, porque se asombre de lo que alego en mi abono, mi padre iba a hacer un mono y por yerro hizo en mí un hombre. Mire este rostro de cerca si con gana de reír viene, que cuando está mejor tiene color de gamuza puerca. La nariz, segunda Roma que porque no me la hurtasen los que a envidiarla llegasen, me la remachó Mahoma. Los ojos de cuya lumbre son las dos niñas morenas, de sangre y lagañas llenas por venirles su costumbre. Y porque vea mi trabajo, en tres ojos con que vengo, sepa que almorranas tengo, así arriba como abajo. ¿Quién de un hombre tal pensara, aunque más le persiguieran, que almorranas le nacieran en los ojos de la cara? Pues la boca, y dentadura en ella, una moza echó el servicio, que creyó ser carretón de basura. Los hociquitos dirán, según son gordos y bellos, yo muy rubio, y belfos ellos, que soy inglés o alemán. Las manos cándidas, pues que lisas, blandas y bellas, por anillos traigo en ellas los juanetes de los pies. Pues el talle de bacique, segundo Brunelo en todo, que no hay dicho, mote, apodo que al propio no se me aplique. Pues si por el cuerpo saca el alma que en él está, ¿qué tal el huésped será de posada tan bellaca? Por eso en el alma aguardo lo que mi cuerpo promete; traidora ella, él alcahuete, y un bellacón, Gallardo, Pues yo me culpo y me riño, perdóneme, que si erré como mozo y niño fué. ROBERTO: ¡Válgate el diablo por niño! BANDOLERO 1: ¿Tú niño? De Satanás. LAURENCIA: Roberto, hoy tienes de ver nuevas crueldades hacer, sin que asombre al mundo más Falaris, Sila o Nerón, porque aventajarlos quiero. ROBERTO: Si amorosa eres cordero, injuriada eres león. Pues tengo dicha en quererte, yo haré como no enojarte; pues viviré en agradarte y moriré en ofenderte. LAURENCIA: Tráeme atados estos dos, imaginaré tormentos tan nuevos como sangrientos. GUILLÉN: ¡Paciencia, cielos! GALLARDO: ¡Par Dios, que es muy linda tu paciencia! GUILLÉN: Pagaré locuras mías. GALLARDO: Yo engaños, bellaquerías, mala vida y peor conciencia.
Vanse. Sale MAROTO
MAROTO: Soledades discretas, si es discreción comunicar con pocos pasiones que secretas dicen a voces, bárbaros y locos, con vosotras me entiendo que habláis callando y regaláis riendo. Cautivarme quería quien envidioso está de mi ventura, con triste compañía, pues suele ser prisión una hermosura que con dulces cadenas, tal vez da por un gusto dos mil penas. Más precio yo, mi prado, ser rey de vuestras flores y belleza, tejiendo coronado guirnaldas que regalen mi cabeza, entre el arado y bueyes que la diadema avara de los reyes. Más precio los vasallos de mansas ovejuelas y corderos, que en coches y caballos la adulación de hechizos lisonjeros donde el engaño mira que a la verdad oprime la mentira. Más precio el pan moreno con la cebolla y rústico tasajo, que el banquete más lleno; pues con la dulce salsa del trabajo sustento mi alegría sin miedo de la torpe apoplegía. Más precio, cuando ordeño las cabras en el tarro que en él eche, para brindar al sueño, el pecho que sus pechos paga en leche, licor blando y sabroso, que el vino más caliente y generoso. Oh, soledad hermosa con vosotras estoy solo casado, no quiero tener esposa, que la quietud de vuestro alegre prado alivia mis desvelos y conserva el honor sin tener celos.
Salen LAURENCIA y los BANDOLEROS
LAURENCIA: Atados en estos robles servirán de puntería hoy a la venganza mía y a vuestras pistolas dobles. Tirarán los pedreñales, en señal de mi dureza, al blanco de su torpeza, pues fueron los dos iguales. Al pedernal duro y ciego que descalabró mi honor, pues como su torpe amor a puros golpes da fuego. ROBERTO: Mi Laurencia, haz sacrificio de quien le hizo de tu fama, su sangre torpe derrama; que ya su muerte codicio, en fe que de don Guillén estoy celoso y cobarde, porque al fin se olvida tarde lo que se ha querido bien. LAURENCIA: Bien dices, cuando la injuria no llega a quitar la honra; pero el amor que deshonra sus llamas convierte en furia. Mas ¿quién es éste? Aguardad. ROBERTO: Un pastor grosero y roto. LAURENCIA: ¿Éste, cielos, no es Maroto? Pues ya soy toda crueldad; que él por mujer no me quiso cuando guardarme pudiera y mi honor en pie viviera; pagará su poco aviso. Prendelde. MAROTO: ¿Qué es esto? ¡Ay cielo! LAURENCIA: Laurencia, villano, soy. MAROTO: Sea en buena hora, y yo le doy el parabién sin recelo, de ver que se ha vuelto hombre; que a fe que Dios la ha sacado de mujer que es de pecado, y pues en el traje y nombre se ha convertido en varón, déle barba Dios también, que no será hombre de bien si se convierte en capón. LAURENCIA: A lo menos no lo fuera si yo os dejara con vida. MAROTO: Pues ¿qué le he hecho yo? LAURENCIA: Ofendida me tenéis. .......... [ -era] ...................... [ -ar] MAROTO: ......... No hay mandamiento de casaráste. LAURENCIA: Tormento, atado, aquí os han de dar. MAROTO: ¿Porque casar no me quise? LAURENCIA: Colgádmelo de ese olivo. MAROTO: ¡Mas arre allá, que estoy vivo! LAURENCIA: En su mismo daño avise. Ea, colgadle. MAROTO: ¡Mas no nada! ¿No ve que falta escalera? Mas, pues me ahorca soltera, ¿qué hiciera estando casada? LAURENCIA: Vivir honrada con vos, sin llorar mi honor enojos. MAROTO: Si me sacara los ojos tuviéramos paz los dos; que los maridos al uso, y más si son cortesanos, no tienen ojos ni manos, que el oro vendas les puso. Y de mi cura he sabido que Dios sanó, porque pudo, uno ciego, sordo y mudo, que pienso que era marido. LAURENCIA: Acabad, colgadle. MAROTO: Atajo es del cielo, no me espanta. Más vale de la garganta ser de un olivo colgajo, que serlo en esta ocasión de la cabeza. ROBERTO: ¡Simpleza notable! MAROTO: De la cabeza quedó colgado Absalón, y si maridos pasaran como él, quizá los más de ellos, que traen ganchos por cabellos, colgados también quedaran.
Sale un BANDOLERO
BANDOLERO 1: Mira, Roberto, por ti; que todos estos lugares, para vengar sus pesares, se van convocando aquí. Procura hacer resistencia o embocarte en la espesura. ROBERTO: ¿Qué haremos? LAURENCIA: Probar ventura; hoy veréis quién es Laurencia. En matando a don Guillén, acometerlos podremos para que ricos quedemos, que huír no parece bien. ROBERTO: Moriré determinado de defender tu beldad. LAURENCIA: A ellos, pues, y dejad aquí este villano atado. Pero no, venga conmigo, que si vitoria alcanzamos de los que a acometer vamos, después le daré castigo.
Vanse

FIN DEL SEGUNDO ACTO

La dama del olivar, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002