ACTO TERCERO


Salen doña ANA de galán, con la cruz, y BOCEGUILLAS
ANA: Quedamos, en fin, amigos interveniendo terceros. BOCEGUILLAS: Nunca manchan los aceros pendencias en que hay testigos; mas ¿tienes seguridad de amistad reconciliada? ANA: La suya es la interesada; pues ya, sin dificultad de mi venganza y mis celos, ni la muerte he de pedirle de mi hermana, ni impedirle la que causa sus desvelos. Hase informado que estoy con doña Greida casado. BOCEGUILLAS: ¡De sí mismo enamorado! Ayer don Gómez, Greida hoy; que lo crea no es gran cosa; pero ¿esto en qué ha de parar? ANA: En que no se ha de casar con la Petronila hermosa. BOCEGUILLAS: ¿Y la amistad? ANA: ¡Qué sé yo! No me apures tantas veces. BOCEGUILLAS: Aqueso es volver las nueces al cántaro. ¿Por qué no? ANA: Porque en el alma he sentido no lograrle mi cuñado; don Gregorio, en lo aliñado, lo bizarro, lo entendido, no admite comparación. ¡Oh, si doña Ana viviera y esposa suya se viera, qué proporcionada unión! BOCEGUILLA: No te entenderá un Pasquín; despachábale tu herida o a la posta, o a la brida, al infierno; sano, en fin, disfrázaste en alma en pena porque le mate tu espanto, ¿y agora le quieres tanto? ANA: Cuanto más se me enajena, más sus diversiones siento. BOCEGUILLAS: Constrúyate el Anticristo. ANA: Mira, celos son un mixto de amor y aborrecimiento. BOCEGUILLAS: ¿Amor tú? ¿Por qué, siendo hombre? ¿Celos? ¿Por qué, no mujer? ANA: Yo llegué tanto a querer la difunta, no te asombre, que aún está viva mi hermana en mí y muerto en ella estoy. Ten por sin duda que soy más que don Gómez doña Ana; pues si amor nos encadena, ¿ya de qué te admirarás? BOCEGUILLAS: Agora te juzgo más que la otra vez alma en pena.
Sale don GREGORIO
GREGORIO: Si tiene algo de fineza, don Gómez, el visitaros y por la mano ganaros en esto, para firmeza de nuestra nueva amistad, sírvaos de satisfacción que tengo en el corazón, en el alma y voluntad cuanto os afirman los labios. ANA: No fuérades vos, señor, tan noble, si ese favor, (ya se olvidaron agravios) Aparte las ventajas no me hiciera que de vos mi pecho fía; y podrá ser que algún día, (¡ojalá el presente fuera!) Aparte conozcáis lo que deseo serviros. BOCEGUILLAS: (Ello dirá.) Aparte GREGORIO: Si a la experiencia se da crédito, ya en vos lo veo. ANA: Pues no lo digáis en vano, porque me oso blasonar que no os habéis de casar si no fuere por mi mano. GREGORIO: Eso es doblarme venturas. ANA: Cualquier difícil amante necesita de un trinchante, que amor todo es coyunturas, y si una vez las erráis nunca acertaréis con ellas. GREGORIO: No imagino yo perdellas si vos me las sazonáis, porque, ¿con qué no saldréis si con la invención salistes a que ayer me persuadistes? Notable sois; no creeréis cuán, por sin duda, os juzgué espíritu de doña Ana. ANA: ¿Cómo es eso? GREGORIO: En sombra humana su alma misma imaginé que a darme quejas venía. ANA: No os entiendo. GREGORIO: ¿Cómo no? ANA: Don Gregorio, nunca yo tuviera tanta osadía que el papel de un alma hiciese que está gozando de Dios; pero ¿visteis algo vos que mi hermana os pareciese? Porque, si he de hablar verdad refiriéndoos lo que pasa, las más noches en mi casa, apenas la obscuridad mata las roces al sueño, cuando una voz lastimosa nos despierta querellosa, al principio con pequeño estrépito; mas después, con cadenas, con gemidos, nos atruena los oídos, sin que hasta hoy sepa lo que es. Mudé posadas creyendo que era duende lo que os digo; pero mudóse conmigo con sus cadenas y estruendo. GREGORIO: ¿Qué decís? ANA: ¿Qué? Boceguillas, cuenta tú lo que ha pasado, pues, como yo, lo has lastado. BOCEGUILLAS: Contaréle maravillas a vuesasted que le obliguen a santiguarse. Antenoche sentí en el desván un coche a quien seis jayanes siguen arrastrando seis capuces con hachas de cera pez, dando aullidos cada vez que se apagaban las luces; tras todos, de un blanco velo cubierto un cuerpo miré, tan alto, que imaginé que desollinaba el cielo; gemía de cuando en cuando cual si de parto estuviera; bajaron por la escalera seis cadenas arrastrando, y entraron en mi aposento sin perdonar escondrijo; entonces un jayán dijo, "Éste, que roncando siento, y se llama Boceguillas, sirve a su amo de trainel; a la pelota con él juguemos." Yo, de rodillas, dije, "Si del Purgatorio sois, ¿qué mal os hice yo?" Y el alma me respondió, "Anda y dile a don Gregorio que pena por él doña Ana, porque si luego le avisas que diga por mí mil misas, me iré a los cielos mañana." Tarde es; mas ya se lo digo. GREGORIO: ¿Eso puédese creer? ANA: ¡Oh! Si llegáis a saber lo que ha pasado conmigo, mi crédito haré dudoso. GREGORIO: Al punto mando decir las misas por no impedir su descanso. ANA: Sois piadoso. GREGORIO: ¡Por Dios! que anoche creí, don Gómez, que érades vos, cuando reñimos los dos; porque como luego os vi en el traje que ahora estáis y mis sucesos sabéis, con la fama que tenéis de las burlas que inventáis, dije, "¿Este mozo me incita para otro riesgo segundo con cosas del otro mundo?" ANA: Nunca el cielo tal permita; los sufragios que os exhorta se hagan por ella mañana; porque, difunta mi hermana y en el cielo, ¿qué la importa que sea vuestra esposa o no doña Petronila? BOCEGUILLAS: Poco. GREGORIO: Tendréisme con eso loco. ANA: Otro estorbo temo yo que es harto más importante entre vos y vuestra dama. GREGORIO: ¿Cuál es? ANA: Don Gómez se llama, primo, galán, estudiante y, sobre todo, bien visto de la que es con vos crüel. GREGORIO: Algo me han contado de él. ANA: Matémosle. BOCEGUILLAS: (¡Vive Cristo! Aparte que no es posible que sea sino engendrado a jirones de embelecos y invenciones este tiple taracea.) GREGORIO: Pues él ¿en qué os ha ofendido? ANA: En el nombre lo primero, puesto que Portocarrero, en que se haya entremetido, mandón de la que os abrasa tanto, que podéis temer que este primo se ha de hacer primogénito de casa en que su traje molesta a todos; pues al instante que un zafio ve a un estudiante, dice, "daca la ballesta," en que compita con vos y aumente vuestros desvelos. GREGORIO: ¿Mas si tuviésedes celos de él? ANA: ¿Yo celos? Bien, por Dios; como de mí. GREGORIO: ¿Negaréisme que no amáis a la que adoro? ANA: ¿Yo? Como al rejón el toro. Don Gregorio, amigo, ¿veisme? Pues a fe de caballero que os amo más mucho a vos que a esa dama y a otras dos. La amistad es lo primero; desde que nos conformamos sois dueño de mis acciones; fuera, si, de obligaciones que, si nos comunicamos, sabréis. GREGORIO: Ya me han referido de no sé qué Greida. ANA: ¿Quién? GREGORIO: Que os quiere y le queréis bien. ANA: ¡Por Dios! ¿Qué, lo habéis sabido? Pues yo os juro que es de suerte lo que está conmigo unida que nos alienta una vida y nos espera una muerte. BOCEGUILLAS: (En esto no hay solecismo, Aparte pero hay infinito enredo.) GREGORIO: Confïado habláis. ANA: Y puedo del modo que de mí mismo. Volvamos al estudiante que ha de morir. ¡Vive Dios! Por mí, cuando no por vos. GREGORIO: ¿De qué suerte? ANA: Es él rondante y espadachín cuantas noches llama el silencio al reposo, y en extremo tan celoso, que en la calle cuantos coches pasan ha de registrar, cuanto aventurero andante, que, aunque al tal primo estudiante, vuestra dama dé lugar y entrada cuando es de día, de noche no, que su puerta para ninguno está abierta; puesto, aunque es malicia mía, que asistente en una reja las más le sale a escuchar, y con él suele parlar hasta que al indio el sol deja; hánmelo mentido ansí y es bien que lo averigüemos; la siguiente, pues, iremos, y si le hallamos allí, acabaremos con él; si no, os habéis de fingir don Gómez, y hacer salir la dama, creyendo es él; que con la seña engañada al instante acudirá, y allí vuestro amor sabrá si está del primo prendada, para que con causa justa de tramoyas os venguéis. GREGORIO: Las cosas que proponéis son extrañas; mas, pues gusta vuestra amistad, no hay en mí dificultad. ANA: A las dos os espero. GREGORIO: Amigo, adiós. ANA: ¿Queda esto ansí? GREGORIO: Quede ansí.
Vase don GREGORIO
BOCEGUILLAS: ¿Estás harto de tejer marañas? ¿Sóbrate estambre para otras? ¿Tú de ti mismo, dama, maltés, estudiante? ¿Tú, contigo compitiendo, a ti mismo has de buscarte? ¿A ti mismo perseguirte porque a ti mismo te mates? ¿Qué habemos de sacar de esto? ANA: Boceguillas, pues no sabes mis fines, no los censures. BOCEGUILLAS: Ya estoy en que me mandaste oír y ver y callar; oigo y veo, que esto es fácil, pero querer que en el golfo de tanto embeleco calle, es poner al campo puertas.
Sale MELCHORA con manto
MELCHORA: Señor don Gómez, Dios guarde a vuesa merced. ANA: ¡Melchóra! ¿Adónde bueno? MELCHORA: A buscarle. "Mensajera sois, amiga," etcétera. El corretaje que traigo, no pide partes; mándame a que le cante, mi señora, o que le rece, lo antiguo de aquel romance, "Mira, Zaide, que te aviso que no pases por mi calle, ni mires a mis ventanas ni..." Ya sabrá lo restante. Vuesa merced, represente el papel del dicho Zaide; porque está, si no lo cumple, a peligro que le maten, o que sepa la justicia sus mujeriles disfraces siendo hombre, y tan para hombre que diz que le llaman padre o taita Cristobalitos y Greidas que le desmanchen. Mi sá doña Petronila acaba ahora de sacarse la muela que le ha dolido, si no mucho, lo bastante, siendo el gatillo sus celos; y, si bien escupe sangre, hay Franciscos y Gregorios con que sus penas enjuague. Está en duda con cuál de ellos brevemente se entalame, y hay consulta de parientes en nuestra casa esta tarde; teme que se la alborote, y en mujer tan importante ya verá lo que se arriesga con el más mínimo achaque. Dije, y voyme..Adiós, seor mío. ANA: No has de irte sin que te pague, Melchora, tan buenas nuevas; será el premio este diamante.
Dásele
¡Gracias a Dios que saldremos de empeños en que a engolfarme me llevaban, agua arriba, obligaciones tan grandes! ¡Qué discreta es tu señora! Con cualquiera que se case de los dos, tan mis amigos, hallará dichas iguales que den envidia a esta corte, y yo excusaré desaires, si a Cristóbal legitimo, que está temiendo su madre. Dila esto, y adiós. MELCHORA: ¡Tan seco! ¡Jesús! ¡Don Gómez! ¡Tan grave! ¿Vuesasted la quiso bien? ANA: Pues ¿qué he de hacer? MELCHORA: ¿Qué? Colgarse de una viga; dar suspiros que un neblí no los alcance; retar, celoso, a Zamora. ANA: Eso, amiga, solía usarse en farsas matusalenas; no hallan celos ya a quién maten; está muy cristiano amor y tiembla de condenarse si loco se desespera. Vete, y dila de mi parte que la doy mil parabienes. MELCHORA: Pues, mire, por más que trague hacia adentro sentimientos y disimule pesares, yo sé que tiene el pechito con más agujas que un sastre. Vaya allá vuesa merced, pero no le diga a nadie que yo le di tal consejo, porque, así Dios me depare marido que me merezca, que me ha mandado que llame, mi señora, deudos suyos que en casa han de convocarse para lo que le refiero. ANA: Pues ¿qué quieres, si a intimarme que no vaya allá te envía? MELCHORA: ¡Jesús! ¿Pues eso cree? Calle. ¿Luego ignora que en los celos son mizes todos los zapes? Vaya luego allá, y adiós.
Vase MELCHORA
ANA: ¿Qué dices de esto? BOCEGUILLAS: Que acabes con todos: o dentro o fuera. ANA: Don Francisco ha de casarse con ella, o yo no ser hombre. BOCEGUILLAS: Pues ¿agora no acabaste de decir a don Gregorio que te busque y que te mate porque su dama se quede sin estorbos que la embarguen? Pues ¿cómo impedirle puedes que este otro agora se case, si para entrar en su casa tienes peligros tan grandes? Pues sus deudos, también dijo Melchora que han de matarte si entrar con ella te ven, conque por ninguna parte hay puerta para tu enredo, aunque más máquinas halles. ANA: Dije, y tengo de cumplirlo. ¿Dudas tú que a mí me falten medios con que entrarla a ver y mis cautelas la engañen? Allá he de entrar luego al punto. BOCEGUILLAS: Luego, ¿los dos han de darle la mano a la Petronila? ¿Con los maridos a pares? ANA: Seránlo a pares, o a nones. BOCEGUILLAS: Y, hecho el dicho maridaje imposible, ¿con quién piensas casar tú? ANA: Contigo. BOCEGUILLAS: ¡Zape! ANA: Boceguillas, lo del alma en pena me es importante que se apoye. BOCEGUILLAS: ¿De qué suerte? ANA: Escúchalo. ¿Tú no sabes dónde el don Gregorio vive? BOCEGUILLAS: ¡Lindamente, barrio y calle! ANA: ¿Tiene en casa otros vecinos? BOCEGUILLAS: Pienso que ayer vi mudarse los que en el cuarto de arriba moraban. ANA: Si se quedase vacío, fuera esta suerte de mi sutileza examen. Anda, vamos a saberlo. BOCEGUILLAS: Pues ¿qué tenemos? ANA: Donaires que me saquen venturoso. BOCEGUILLAS: ¡Oh, casa de los orates!
Vanse. Salen doña PETRONILA, don FRANCISCO y don GREGORIO
PETRONILA: Digo, pues, señores míos, que, sin consultar consejos de mis deudos, aunque viejos, primos, parientes y tíos, no tiene mi elección bríos para ponerme en estado; para esto los he llamado, las muchas partes propuesto de los dos; y según esto, libré en ellos mi cuidado. Los bien nacidos pleitean como tales a lo igual, litigan al tribunal; pero siempre que se vean es justo que amigos sean; que yo, en habiendo quistión que cause murmuración, desde luego les intimo que más que el casarme estimo mi fama y reputación. GREGORIO: Sois tan cuerda, mi señora, que yo convencido quedo y las ventajas le cedo a mi opuesto desde agora; vuestra suerte se mejora en empleos de su amor, y yo, que de su valor, aunque parte, soy testigo, le quiero más para amigo que para competidor. FRANCISCO: Discreción y bizarría airosamente juntáis; mas no es bien que me venzáis, amigo, en la cortesía: yo os renuncio la acción mía, que amor que obliga beldades no funda felicidades la vez que elige mujeres en ajenos pareceres, sino en propias voluntades. Esta señora os la tiene, sus ojos la muestra os dan, dejáis por ella a Milán, y quien de tan lejos viene no es justo que se enajene de prenda que suya fue. Yo, que muerto la causé llantos que quiero debella, volviendo a morir por ella la plaza os despejaré. PETRONILA: ¿Finezas entre los dos a mi costa, caballeros? ¿De qué podéis ofenderos vos, don Gregorio? ¿Ni vos? Soy noble; no quiera Dios que me resuelva arrojada a cosa...
Dentro
ANA: ¡Y á la cuajada! PETRONILA: ...que al mundo dé qué decir, pues yo no os he de elegir a deudos subordinada. ¿Por qué el uso no desprecio? ¿Por qué a los dos no os admito? ¡Por qué mi estado remito a quien haga de él aprecio? Reparad que es caso recio el de esa resolución, cuando en vuestra discreción, en fe de tan estimada, me fío.
Sale doña ANA de cuajadera; toca de rebozo hasta la nariz, sombrero, mangas y fundillas blancas; enaguas de cotonía; devantal, con pliegues, blanco; una olla de cobre en una cesta, cubierta con unos manteles que lleva en una mano, y en la otra un cucharón de hierro
ANA: ¡Y a la cuajada! ¡Válgale la maldición! ¿Han visto cuál se me atreve? No hay escolar más molesto en todo Madrid. PETRONILA: ¿Qué es esto? ANA: ¿Esto? Éntrome acá, que llueve. PETRONILA: ¿Qué queréis? ANA: No se apitone. Un demonio de estudiante, que siempre lo hallo delante, de suerte se descompone por dondequiera que paso con pellizcos, con locuras, malicias, desenvolturas, que, aunque de ellas no hago caso, me ha obligado a que huya de él y me éntre sin ton ni son en su casa de rondón. PETRONILA: ¿Estudiante es? ANA: Es la piel del diablo, que le engendró. no me deja a sol ni a sombra. PETRONILA: ¿Sabéis vos cómo se nombra? ANA: Un su mozo le llamó, porque otro lo pescudaba, don Gomia Porchocarrero. PETRONILA: Don Gómez Portocarrero diréis. ANA: Sí; despacio estaba. la moza para estodiar si es don Gómez, Gazmio o rollo. PETRONILA: Mi primo es. ANA: Pues si es su pollo, calcilla le puede echar. ¿Quiere vuesasted cuajada para aquestos caballeros? PETRONILA: ¡Buena meriénda! ANA: Sin sueros, limpia, fresca y sazonada; más dulce es que una conserva; al azúcar la aventajo; pruébela, que no es de cuajo; a fe mía que es de hierba.
Saca una cucharada
Aunque esas manos, que pellas son de nieve en el color, venden cuajada mejor; comerse puede tras ellas las suyas un capitán.
Tómaselas
PETRONILA: ¡Aduladora! ANA: A ver. Llegue. A fe que no es su jalbegue de almendras ni solimán. ¿Con qué se las lava? ¡Rara blancura? Amor, tú dirás que lleve el diablo lo más con un poco de agua clara. PETRONILA: Entre grosero y pulido. sabéis aliñar primores. ¿Visteis vosotros mejores ojos? ANA: No son lo que han sido. FRANCISCO: Airosa es la cuajadera. GREGORIO: Corred la cortina o toca que nos priva de la boca. ANA: Por otro tanto me diera su sotana el estudiante; no la hallara con sazón; atrevióse el neguijón a uno de éstos de delante. Libre el cielo los que en vos guarnece de carmesi.
A doña PETRONILA aparte
Écheme a los dos de aquí, que tengo que hablarla.
A todos
Adiós, que pierdo tiempo y es tarde. ¡Y a la cuajada...! PETRONILA: Esperad. Licencia los dos me dad. GREGORIO: Dios, bella señora, os guarde para que mucho os logréis con la prenda que os mereée. PETRONILA: Si a mis deudos os parece que es bien que sobre esto habléis, miradlo; y cada cual crea que, sin hacer distinción de entrambos, mi inclinación acertar sólo desea. GREGORIO: No sé en eso lo que os diga,
Vase
FRANCISCO: Tampoco dichoso soy, que por excluso me doy.
Vase
PETRONILA: ¿Yo qué he de hacer, pues, amiga? ¿Qué hay de nuevo? ANA: Que acabemos con celos y impertinencias.
Quita la toca, desnuda lo de mujer trae la espada debajo del vestido, a la espaldas, atada con el tahalí, queda en cuerpo, como hombre; saca de la cesta la capa y la guarnición de la espada, que es de tornillo
PETRONILA: ¡Jesús! ¿Hay tal osadía? ANA: No ha sido ésta la primera en que tus desconfianzas la vida y gustos me arriesgan; tu condición es terrible. Melchora, sal acá afuera; desnúdame de estas burlas para que hablemos de veras.
Sale MELCHORA
PETRONILA: Pues ¿qué dirán los que entraren cuando aquí en cuerpo te vean? ANA: Veránme en cuerpo y en alma andar por tu causa en pena.
Desnudándola Melchora tienta la espada a las espaldas
MELCHORA: ¿Qué es esto duro? ANA: La espada. MELCHORA: ¿La espada? ¿Quién tal creyera, ingenioso embelequista? ANA: Melchora, amor que no inventa no vale dos caracoles.
Pone a la espada la guarnición, ciñésela; pónese el sombrero que trujo, y queda galán con la cruz al pecho
MELCHORA: Cada día hay cosas nuevas. ¿Y la guarnición, la capa, con lo demás? ANA: Esa cesta me sirvió de guardarropa. PETRONILA: ¡Buena cuajada! ANA: Y tan buena, que ha de cuajar mis venturas.
A MELCHORA
Allá esos vestidos entra, llevarálos mi crïado. PETRONILA: ¿A quién? ANA: A una esclava negra de mi huésped. MELCHORA: Cotonías son la gala de Guinea.
Mete MELCHORA todo lo demás de este embeleco y vase
ANA: Agora, pues, mi enojada, que no hay disfraces que temas, ¿sobre qué es la pesadumbre? ¿en qué estriban, tus ofensas? PETRONILA: Que tal oses preguntarme, ¿llamárelo desvergüenza? ANA: Pues ¿qué he hecho yo contra ti? PETRONILA: ¿No es nada, la doña Greida para esposa apalabrada cuando arrimes la encomienda, y el señor Cristobalico que legitimes? ANA: ¿Quisieras, mi bien, tú, que antes de verte, entre hechicero y profeta, adivinara en Italia mi ventura y tu belleza, y a pesar de lindas brides conservara su entereza el caballero del sol, reservado a la princesa Claridiana o Clariluna? Antes es bien que agradezcas certidumbres que te saquen de malicias que me afrentan. PETRONILA: ¿Qué malicias? ANA: Las escritas en la carta de la venta que me llaman mutilado: ni bien hombre, ni bien hembra. PETRONILA: ¡Qué a la cara me han salido, don Gómez, aunque lo sienta; lo que es más que imaginable! En casarme estoy resuelta con don Gregorio mañana. ANA: ¿Con quién? PETRONILA: Ha de ser por fuerza. No te canses. ANA: Muchas horas hay que entre esta noche median y mañana para hacer que se acabe la tarea en Viveros comenzada. Veráste antes que amanezca viuda; prevén luto y tocas, y adiós para siempre.
Hace que se va
PETRONILA: Espera. ¿No sois ya los dos amigos? ANA: ¡Gentil amistad! PETRONILA: No sea con él, pues lo sientes tanto; don Francisco te agradezca la mano que de mi parte puedes ofrecerle. ANA: En ésa pongo yo el alma y los labios:
Bésasela
tal valor para tal prenda.
Muy enojada
PETRONILA: Pues, ¡ingrato, fementido, engañamundos, no creas que del uno ni del otro, si hoy con la vida te dejan, logre su amor esperanzas! ¿Han visto que sin dar muestra de un pesar, aunque fingido, la mano el traidor me besa? ¡Vete, falso a tu italiana! Palabras la desempeña; su bastardo legitima; pero, con tal que no vuelvas a esta calle ni a esta casa, que, si su umbral atraviesas, a un tiempo han de celebrarse mis bodas y tus obsequias. ANA: Eso sí, mi Petronila. ¡Cuerpo de tal! Pique, escueza. Sepamos cuál de los dos trae más fina la pimienta. ¡Qué villanos siempre han sido los celos! Si no se vengan de aquellos que más adoran, juzgan su amor por afrenta. ¡Ea, pelillos a la mar!
Muy tierna
Celos me diste que queman, celos te he dado que abrasan, servido nos han de leña; pues la brasa se ha encendido a que el amor se calienta y humo los celos se llaman, echemos el humo fuera. Yo te adoro--¡el cielo vive! Si no bastan para prueba de esta verdad los disfraces, ya dama, ya cuajadera, ya doña Ana, ya don Gómez, ya estudiante, ya alma en pena, ¿qué ha de bastar?
Sale MELCHORA
MELCHORA: Yo, señora, que he sabido, en mi conciencia, que ni duerme el pobrecito por ti, ni come, ni cena. Si el bien se nos entra en casa, ¿qué diablos es lo que esperas? Mira qué talle de alcorza; mira qué cara de perlas. Acaba, dale esa mano.
Finge doña ANA que llora
PETRONILA: ¿Qué es eso? ¿Lloráis? ANA: Me aprietan congojas no se si el alma. No con vos crédito pierda mi valor, que no es cobarde; quien guarda para la guerra las manos, y para un susto de amor los ojos y lengua. PETRONILA: ¿Pues la Greida? ANA: Casaráse con otro dándola hacienda suficiente; pues me excusa esta cruz, que no dispensa tálamos embarazosos. PETRONILA: ¿Y el Cristóbal? ANA: Su nobleza le sirva de patrimonio. MELCHORA: Si es natural, no es afrenta. ANA: Echará, si se lograre, por las armas o la iglesia. PETRONILA: Si esa cruz, pues, os impide lazos lícitos con ella, ¿cómo podréis ser mi esposo? ANA: Para la otra es cruz profesa; pero para vos, novicia. PETRONILA: Ahora bien. Templad tristezas y infórmeme yo, entretanto, de cosas que es justo sepa para asegurar temores. ANA: ¿Qué plazo asignáis? PETRONILA: Abrevian los deseos, cuando abrasan, dilaciones que atormentan. ANA: Comerme quiero esta mano a besos.
Tómala la mano
MELCHORA: No se la beba, que es de nieve y le hará mal. ANA: Pues ¿cómo abrasa si nieva?
Muérdesela
[PETRONILA: ¡Ay! Bellaco sois, don Gómez. MELCHORA: ¡Quedito! Señor, no muerda. PETRONILA: Hechizo mío ansí sean todos los hombres. ANA: Envidia corazón, labios y lengua.]
Vanse todos. Salen don GREGORIO y MONTILLA
GREGORIO: ¿Qué hora es? MONTILLA: Todo el cahiz conté menos una hanega. GREGORIO: Si un desengaño sosiega, quien los admite es feliz. Pensé esta noche rondar a mi ingrata; ya no quiero. MONTILLA: Róndela el Portocarrero y--¡alto señor!--a acostar. GREGORIO: Viva el dichoso estudiante, pues sus intentos logró. ¿Por qué he de matarle yo si el paso me echó adelante? Venme a desnudar, Montilla. MONTILLA: ¡Gracias a Dios que una vez le hallo cuerdo! El almirez nos despierte, campanilla de todo poltrón galán. GREGORIO: No, Madrid, en ti más llamas. MONTILLA: ¡Fuego de Cristo en sus damas! GREGORIO: Luego me vuelvo a Milán.
Vanse. Sale doña ANA, de hombre, y BOGEGUILLAS
BOCEGUILLAS: Tu ingenio se me ha pegado. ANA: ¿Cómo? BOCEGUILLAS: Díjele al casero que quería un caballero, a Madrid recién llegado, ver el cuarto que alquilaba, porque, en saliendo contento, sería tu alojamiento; y él, aunque lo deseaba, por no sé qué ocupación, respondió que hasta otro día mostrárnoslo no podía. Dile entonces un doblón redondo, divina salsa que a todos los gustos sabe, fióme al punto la llave y entré por la puerta falsa sin que nadie me sintiese, metí cadenas y grillos que ha de pasmar al oíllos el tal--¡oh, si ya durmiese!-- y dite aviso al momento. ANA: Comiéncese, pues, la esgrima. BOCEGUILLAS: Estas piezas caen encima de su cama y aposento; a acostarse iban agora, que yo los vi diligente desde aquí. ANA: Un convaleciente mejor duerme que enamora. ¡Gentil modo de matar al estudiante! BOCEGUILLAS: Una herida teme otra, y no hay mejor vida que vivir. ANA: Vuelve a mirar si se han traspuesto los dos. BOCEGUILLAS: ¿Por dónde? ANA: Esa cuadra acecha.
Acéchalos
BOCEGUILLAS: Roncando, los soplos echa de a legua y media. ¡Por Dios, que es treinta Alcaldes Ronquillos. ANA: Alto, pues, no lo dilates. BOCEGUILLAS: ¿Qué falta? ANA: Que la luz mates y anden los ayes y grillos. BOCEGUILLAS: De mí mismo tengo miedo. ANA: Vaya. BOCEGUILLAS: Aquí empieza la historia.
Éntranse, y allá dentro arrastran cadenas, con ayes y todo estrépito
ANA: ¡Ay, que me impide la gloria un ingrato! BOCEGUILLAS: ¡Ay, que no puedo salir, por él, de las penas inmensas del Purgatorio! ANA: ¡Ay, remiso don Gregorio! BOCEGUILLAS: ¡Ay, Montilla!
En calzoncillos y camisa MONTILLA, con vestidos, sábanas y mantas a cuestas
MONTILLA: Mil cadenas siento que vienen tras mí; y mil demonios con ellas dando aullidos y querellas. BOCEGUILLAS: ¡Ay, que me abraso! ANA: ¡Ay de mi! MONTILLA: Conjúrote por el Credo menos el Poncio Pilotos. ANA: ¡Ay, hombres de viles tratos! MONTILLA: Algalia sudo de miedo. ¿Qué me quieres, aullador? BOCEGUILLAS: Misas. MONTILLA: ¿Soy yo San Gregorio? ¿He arrendado el purgatorio? ¿Fui yo acaso colector?
Sale don GREGORIO, en jubón y calzoncillos, con la espada desnuda
GREGORIO: ¿Qué calabozos se pasan desde el infierno a este puesto? ¿Montilla? MONTILLA: ¡Señor! GREGORIO: ¿Qué es esto? MONTILLA: ¡El Juicio! ANA: ¡Ay! ¡Que me abrasan llamas sin luz invisibles! ¿Por qué en mis penas no avisas? GREGORIO: Visiones, ¿qué queréis? LOS DOS: Misas GREGORIO: Yo os prometo las posibles.
A voces lastimadas. Mucho estruendo
ANA: Mientras que en el purgatorio esté, porque tú lo quieres, tener sosiego no esperes ni casarte, don Gregorio. GREGORIO: ¡Sombras, que os juzgo infernales! No os he de tener temor. Quita. MONTILLA: ¿Dónde vas, señor?
Hace cuchilladas al aire
GREGORIO: ¿Qué sé yo? MONTILLA: No son mortales los que aúllan, sino sombras de azufre y hierro cargadas; ¿de qué sirven cuchilladas? GREGORIO: Quédate tú, que te asombras; subiré al cuarto de arriba, que en mí el espanto no cabe. MONTILLA: Si está la puerta con llave sin persona que le viva por más que intentes, ¿qué harás? El diablo aquí te hospedó. GREGORIO: Pues, ¿qué he de hacer? MONTILLA: Lo que yo: afufallas. GREGORIO: ¿Dónde vas? MONTILLA: Voyme a la, caballeriza, refugio a todo lacayo donde jamás cayó rayo ni fantasma atemoriza, ni los riesgos ordinarios de vientos y terremotos; los rayos son muy devotos, que buscan los campanarios, palacios y galerías. Acójome a estercolar el sueño.
Vase
GREGORIO: Si han de durar; hasta que alumbren los días, todas las noches espantos semejantes, sin dormir, mejor me estará salir y excusar estruendos tantos, no de temor; todo el techo se viene abajo.
Se hace mucho ruido. Arriba los dos, doña ANA y BOCEGUILLAS, que se vean
BOCEGUILLAS: Sí hará. ANA: Boceguillas, bueno está; lucidamente lo has hecho. ¡Alto, A la tal falsa puerta con todo el fantasmo ajuar! BOCEGUILLAS: Bien puedo representar diez almas. ANA: No quede abierta la casa. Ven.
Vanse
GREGORIO: Saber quiero, pues por hoy no he de dormir, si a su dama va a asistir el primo Portocarrero y está a la reja admitido de quien conmigo es crüel. Podrá ser que vengue en él lo que en casa no he podido.
Vase. Sale don FRANCISCO como de noche
FRANCISCO: Esta vez, sospechas mías, he de ver si salís falsas, o el duplicado don Gómez con vil cautela me trata. He recelado que tiene como los nombres las caras, como el ingenio las obras, y que me usurpa a mi dama. En mis celos se deleita; en sus ojos se retrata, pues siempre en ellos he visto que sus niñas le agasajan. Si esto es así, lo que el día a las malicias recata, desquitarán por las noches cohechos de sus ventanas. Hagamos, pues, la experiencia.
Rebozado don FRANCISCO y a la ventana MELCHORA
MELCHORA: A nuestras puertas se para un hombre. ¿Si es el que espero? La noche está tan cerrada que diviso y no averiguo. ¿Pero si no es el que aguarda el que las piedras nos cuenta? ¡Eh, caballero! ¿Quién pasa?
Aparte y luego a ella
FRANCISCO: (Ya tenemos un indicio.) Aparte Don Gómez soy. MELCHORA: ¡Acabara de hablar yo para otro jueves! Bien venido. FRANCISCO: (La crïada Aparte es ésta; mas ¿si se quieren los dos?) MELCHORA: Echóse en la cama por esperarle vestida habrá dos horas el ama. Dormilón es el don Gómez. FRANCISCO: No ha causado mi tardanza el sueño. Los pliegos fueron que he recibido de Italia. MELCHORA: ¡Qué de ello me debe, amigo! FRANCISCO: Vos escogeréis la paga a contento. MELCHORA: Se la tengo más que una cordera mansa; no la diga pesadumbres. FRANCISCO: ¿Yo, mi Melchora? MELCHORA: A llamarla voy; retírese allá afuera, que no sé a quién siento.
Vase
FRANCISCO: (¡Ah, ingrata! Aparte ¿Para esto no hay llamar deudos que con vos consultas hagan?)
Sale MONTILLA
MONTILLA: ¡Válgaos el diablo por pulgas! Peores sois que las almas.
Pónese enfrente de la ventana
No he podido pegar ojo. Mi dueño dejó la casa a sus huéspedes en pena, y como en las de amor anda, que puesto que las ignoro, las unas y otras abrasan, tendrá aquí su purgatorio. Oigan allí lo que pasa. Él es. ¿No lo dije yo? Rebózome la fachada, y sus querellas escucho.
Rebózase
FRANCISCO: Cogióme el puesto el que traza con embelecos su muerte. Escuchemos en qué paran estos oscuros conciertos.
Sale don GREGORIO, rebozado
MONTILLA: Otro salió a la parada. GREGORIO: ¿Dos hombres junto a su puerta? El cuerpo lo hacen de guardia ¡Vive Dios! Que he de saber quién son, o morir. ¿Quién pasa?
A don FRANCISCO
FRANCISCO: (Su mismo nombre me vengue.) Aparte ¿Quién lo pregunta? GREGORIO: Quien anda buscando a cierta persona.
Rebozados todos
FRANCISCO: Don Gómez soy. GREGORIO: ¿Y se llama Ávalos, Portocarrero o cómo? FRANCISCO: Yo tengo entrambas noblezas y entrambos nombres. MONTILLA: (Aquí comienza la danza.) Aparte
Sale doña ANA, de hombre, y BOCEGUILLAS
BOCEGUILLAS: Tres a tres los rondanditos. ANA: Hacia esa esquina te aparta, y déjame a mí con ellos. BOCEGUILLAS: ¡Qué lindo vocablo el hacia!
Arrímase BOCEGUILLAS junto a MONTILLA sin verle
ANA: En forma estáis de pendencia; mas no lo sufre la casa a cuyas puertas se forja, que miro yo por su fama.
Se pone entre los dos, rebozada
Servíos de mi cortesía y, con ella, de esta espada, sabiendo yo, si ser puede, cómo os llamáis los dos. GREGORIO: Basta que vos lo pidáis ansí. Yo soy don Gómez. ANA: ¿Quién? MONTILLA: (¡Vaya! Aparte Ya tenemos dos don Gómez.) FRANCISCO: El que eso finge os engaña, porque yo el don Gómez soy. BOCEGUILLAS: (Jueguen, pues, al tres en raya.) Aparte ANA: Adviertan vuesas mercedes que a la corte, desde Italia, y desde la cuna hasta ella ese nombre me acompaña. ¿Tres don Gómez? ¿Qué apellido los guarnece? BOCEGUILLAS: (¡Linda chanza!) Aparte FRANCISCO: Yo soy Ávalos y luego Portocarrero. ANA: ¡Oh, qué gracia! ¿Y vuesa merced? GREGORIO: También esos títulos se enlazan en mí con el de don Gómez. ANA: No debe de ser sin causa el triunvirato Gomezio. BOCEGUILLAS: ¿Quién va allá? MONTILLA: ¡Zape! BOCEGUILLAS: ¿Quién anda cedulón aquí de esquinas?
Tópanse sin verse
MONTILLA: Don Gómez. BOCEGUILLAS: Tentad si es paja. Todo Madrid se gozmenia. MONTILLA: Y él ¿quién es? BOCEGUILLAS: Don Gómez. MONTILLA: Maula; ¿mas si llamase esta corte doñas Gozmas a sus dayfas? ANA: Concluyamos, caballeros; no uséis mal de mi templanza: decid vuestros nombres proprios. MONTILLA: (Apostemos que son almas Aparte que tras don Gregorio vienen.)
A doña ANA
GREGORIO: A vuestro lado las armas os ofrezco con la vida.
Júntanse
ANA: ¡Oh, amigo! ¿Vos sois? GREGORIO: Me sacan de mi casa y de mi seso visiones de vuestra hermana. ANA: ¿Veislo? ¿No os lo dije yo? Pues, ¿qué ha sido? GREGORIO: Es cosa larga. Para después lo dejemos. FRANCISCO: Señores, antes que el alba madrugue, que ya se acerca, por precisas circunstancias me importa que el un don Gómez de los dos del mundo salga. ANA: ¿Cuál es de ellos? FRANCISCO: El que finge amistades que por falsas dobleces, que por civiles le apresuran la mortaja. GREGORIO: Será, caballero, fuerza reñir con los dos. FRANCISCO: Ventajas tiene mi razón y enojo para más que vengan.
Sacan los tres las espadas
PETRONILA: Abran estas puertas.
Dentro
MELCHORA: Sí, señora, que a su don Gómez nos matan. PETRONILA: Melchora, saca esas luces.
Salen doña PETRONILA y MELCHORA, con luces
MONTILLA: Vengan hachas. BOCEGUILLAS: Vengan hachas. Serviremos de comedia, si es que esto en bodas acaba. PETRONILA: ¡Don Gómez! ¡Amado primo! ¿Con quién lo habéis? ¿Vos la espada desnuda? ANA: Templad los sustos. PETRONILA: ¿Templar? ¿Pues qué es esto? ANA: Nada. PETRONILA: ¿Quién está con vos? ANA: Mi esposo. GREGORIO: ¿Mi quién? ANA: Si valen palabras, vos sois el esposo mío. GREGORIO: ¡Jesús! ¿Qué decís? ANA: El alma que por vos ha andado en pena soy de la ausente doña Ana. GREGORIO: ¿Alma vos? ¡Válgame el cielo! ANA: ¿Qué tenéis? MONTILLA: Miren si escampa. ANA: Alma soy, que un cuerpo anima; cuerpo soy, que en ella os ama; vida tengo, por vos muerta mi opinión y vuestra fama. Para que ésta resucite y estotra se satisfaga, peregrinaron deseos que atravesaron distancias, inventaron sutilezas y olvidaron a su patria. Si amor tan firme merece que se corresponda...
Llora
GREGORIO: Basta. No lloréis, bella señora; que el cielo de vuestra cara, no alma en pena, cual fingisteis, alma en gloria os me retrata. ¡Si antes yo os hubiera visto! PETRONILA: ¿Hay tal cosa? MELCHORA: ¡Lo que pasa en el mundo! BOCEGUILLAS: Lacayo hembro he sido. Denme matraca. PETRONILA: No le creáis, caballeros. Advertid que aún nos engaña. Ya sabéis sus artificios. ANA: Por vos, señora, me holgara. Doña Ana de Ávalos soy. PETRONILA: ¿Y la Greida que os aguarda con un hijo y mil promesas? BOCEGUILLAS: ¿Qué Greidas, o calabazas? PETRONILA: Vila yo por estos ojos. ANA: Vistesme a mí transformada en Greida, en Portocarrero, en don Gómez y en doña Ana. GREGORIO: Cuando no traigáis más dote que las sutilezas raras de ese ingenio, que eternicen plumas, buriles y estatuas, merecen que yo os adore. Dadme esa mano.
Danse las manos
MONTILLA: ¡Oh, bien haya la madre que te ha parido! De éstas vengan mís fantasmas. ANA: Bella doña Petronila, enriqueced esperanzas de don Francisco que, pobre de ellas, mi amistad maltrata. PETRONILA: Lo que mandáis obedezco.
A doña ANA
FRANCISCO: Mi silencio os dé las gracias.
A doña PETRONILA
Y a vos, señora, mi afecto el corazón. MELCHORA: ¿Quién se casa conmigo? ANA: Melchora, escoge, que, para que feries galas, docientos de oro te libro. MELCHORA: Vengan; aunque sean en plata. MONTILLA: Aquí estoy yo. BOCEGUILLAS: Y yo también. MELCHORA: ¿Ojearon la ganancia? Codiciositos me son. Pues yo he dado en ser beata. ANA: ¡Qué gran bellaco que ha sido el Don Gómez! Si os agrada la comedia--¡oh, gran concurso!-- decid, supliendo mis faltas, que han de ser ansí los hombres cuando engertos en las damas.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002