BELLACO SOIS, GÓMEZ

Tirso de Molina
(Gabriel Téllez)

Esta edición electrónica de BELLACO SOIS, GÓMEZ fue preparada por Vern Williamsen en 2000 para incluirse en esta colección. La edición que tomamos como base para fijar nuestro texto es la del COMEDIAS DE TIRSO DE MOLINA, II (Madrid, 1907), NBAE, tomo 9.


Personas que hablan en ella:


ACTO PRIMERO


Salen doña ANA, de hombre, como de camino, con la cruz de San Juan al pecho, y BOCEGUILLAS, gracioso
BOCEGUILLAS: Ésta es la venta maldita que intitulan de Viveros, con su alameda, que enana, ha sido a tanto suceso otra selva de aventuras. Aquí tienen su colegio los grajos de esta comarca, cuyos pollos los venteros bautizan en palominos; y a todo escolar hambriento le dan grajuna fiambre en lugar de perro muerto; aquí cuantos se ensotanan, se matriculan primero; en todo dama bullaque todo jácaro cochero; aquí, en fin, si hacemos noche, te espera, cuando cenemos, vino del Monte Calvario, pan como un veintidoseno; rocín-ternera en adobo, barbo, esto sí, jarameño, corto mantel de la Mancha, pie de taza por salero, y, en llegando el tanto monta aceitunas de reniegos. ANA: ¡Ay, francesas hosterías! BOCEGUILLAS: Dicen que el rico avatiento fue de Francia. ANA: Anda, borracho, Pilatos, sí. BOCEQUILLAS: Soy un necio.
Dentro voces y riña
ESTUDIANTE 1: ¡Aquí de todo el Alcarria! COCHERO 1: ¡Aquí del cochero gremio! ¿Ramos? ¿Garrancho? ¿Palomo? ¿Juan el Zurdo? ¿Gil el Tuerto? ANA: ¿Por quí serán estos gritos?
Salen con terciados tres ESTUDIANTES con giferos, tres COCHEROS y MONTILLA con daga, riñendo
BOCEGUILLAS: Pendencia es, sin duda, en cueros, vel jarros, pan cotidiano de sopistas y cocheros. Calla y verás maravillas. ANA: Pues aquí nos retiremos, que gusto de carambolas semejantes. BOCEGUILLAS: Toma puesto. ESTUDIANTE 1: ¡Fuera dije! COCHERO 1: ¡Vive Cristo! ¡Téngase todo gifero, todo gorrista terciado, todo bribón de convento! ¡El codillo ha sido burro a pagar de mi dinero! ESTUDIANTE 1: Pues repóngalo. MONTILLA: ¿Qué llama reponer, aunque sobre eso? ESTUDIANTE 1: No hay sobre eso o sobre esotro; yo soy juez y lo sentencio. MONTILLA: Aunque lo sentencien cuantos aran y cavan.
Sale don GREGORIO
GREGORIO: ¿Qué es esto, Montilla? Pues tú alborotas la venta. MONTILLA: Quieren con fieros, porcionistas y arremulas, meternos aquí los dedos por los ojos. COCHERO 2: A él le digo tenga un poco de respeto, que aquí toda es gente honrada. MONTILLA: ¿Quién lo niega? GREGORIO: ¿Por qué es ello? ESTUDIANTE 1: No es más que por treinta cuartos. GREGOIO: ¿De qué los debe? ESTUDIANTE 2: Del juego. GREGORIO: ¿A qué jugabas? MONTILLA: Al hombre, y oiga vuested si los debo. Yo era, postre; salió un cinco de bastos; robéle en premio de que me entró el as garrote, el rey, la sota y, con ellos, el tres, que hacen cinco triunfos; baldéme de copas luego, porque ya lo estaba de oros; los otros dos compañeros casi todos carta blanca pasaban; pero, soberbio el que era mano, se hizo hombre cuando se vio, escuche el cuento, con la trinca coronada, malilla, espada y tras éstos, otros dos con el caballo el el as de oros. Dijo, "Empiezo," sacó el rey doblón, ahorquéle; el cinco, de espadas juego; atraviesa el socio un triunfo con que el hombre sin remedio se halló de otro rey baldado; lo mismo fue el rey tercero, de copas, que imitó a Judas, ahorcado de pie de perro; vuélvole por las espadas, que se llevó sin remedio el tal hombre, atravesando entonces los cuatro leños; triunfa con la espada; sirvo con el cinco; hago lo mesmo con la sota, a la malilla; y quedóse el pobre guero con sólo un triunfo a caballo, mas con el rey se le pesco; vióse el dicho con tres bazas, con un par los compañeros, yo con tres, y faltaba una tan solamente. Aquí es ello. Enseñéles en la mano, para rematar el pleito, por última carta el basto. Dicen, pues porque me meto, habiéndole visto todos en la baraja y no le echo. en la mesa, que fue burro; que el codillo por él pierdo y que reponga la polla. ¿Sentenciara tal Gayferos? ESTUDIANTE 2: Sentenciáralo una mula. MONTILLA: ¿Por qué? ESTUDIANTE 1: Porque dio recelos de que jugó con diez cartas y, la décima, encubriendo debajo del basto, quiso darnos papilla, con miedo de que, echando los dos naipes en la tabla, y manifiesto el burro, no le pagase. GREGORIO: Ahora, amigos, chico pleito; sirva por mí este doblón de montante.
Dásele
ESTUDIANTE 1: ¡Caballero! ¡De veinticinco quilates! ¡Por Cristo!
A MONTILLA
COCHERO 2: Eche acá esos huesos, que es muy honrado el Montila, y, esta pendencia mojemos. MONTILLA: Yo, por mí. ESTUDIANTE 1: Pues, yo, por mí.
Danse las manos
COCHERO 2: Chata, saca vino y queso. ESTUDIANTE 2: ¡Victor el dona pecúnias! ¡Víctor el accipe argentum! COCHERO 1: ¡Víctor también en romance! ¡Vive el coime! ESTUDIANTE 1: ¿No bebemos?.
Éntranse ESTUDIANTES y COCHEROS
BOCEQUILLAS: En estacadas viciosas no hay otras leyes del duelo más de que, herido sin culpa, ponga la sangre un pellejo. ANA: Boceguillas, mal aliño en la dicha venta vemos para pedir gollerías. Luna hace. BOCEGUILLAS: ¿Y es barro el fresco? ANA: Pues, alto de aquí. ¡A ensillar! GREGORIO: ¿Vais a Madrid, caballero? ANA: Voy; muy a vuestro servicio. GREGORIO: Si desde aquí a allá merezco aliviaros lo penoso de la soledad, lo mesmo quisiera excusar con vos. ANA: Interesado lo acepto. GREGORIO: ¿De dónde venís? ANA: De Italia y Nápoles, por lo menos. ¿Y vos? GREGORIO: De Calatayud agora; aunque ha poco tiempo que milité en Lombardía. ANA: ¡Oh! Pues, siendo ansí, tendremos, para tres leguas que faltan, gustoso entretenimiento. Ea, no hay sino picar. GREGORIO: Sufríos un poco y cenemos. ANA: En venta y con tanta bulla hallaréis mal aparejo. GREGORIO: Yo traigo lo que nos baste para tomar un refresco. ¡Montilla! Dentro ese bosque, que más parece bosquejo, cenaremos sin ruido. Busca el sitio más a cuento y más libre de embarazos, y en él la cena prevennos. MONTILLA: A registrar las bizaras voy como un lebrel. GREGORIO: Traemos con cuatro frascos de vidrio, agua, vino y nieve en ellos, un corcho de Zaragoza que, empegado por de dentro y de baqueta el ropaje, juzgo que no echaréis menos cantimploras cortesanas. ANA: Son prevenciones de cuerdo. GREGORIO: Acompáñale un jamón de Molina, y os prometo que a Rute y las Algarrobillas se las apuesta. ANA: Os lo creo. GREGORIO: Cocióse éste en vino blanco, clavos, canela, romero; y está tierno como un agua. ANA: Me aplico mucho a lo tierno. GREGORIO: Vitela o ternera en pan, del mismo modo un conejo y una caja para postre. ANA: Lo dulce es lindo. Laus Deo. GREGORIO: Anda, pues, y date prisa. ANA: Ayúdale tú. BOCEGUILLAS: Para eso hallárame todo rumbo haldas en cinta. ANA: Acabemos.
Vanse BOCEQUILLAS y MONTILLA
GREGORIO: ¿Es vuestro nombre? ANA: Don Gómez Dávalos. GREGORIO: La que en el pecho noblemente os califica abona blasones vuestros. ANA: Nací en Nápoles. Mis padres de Ruy López descendieron, el que en Castilla a validos dejó lástimas y ejemplos. Pero ¿cómo os llamáis vos? GREGORIO: Don Gregorio de Toledo y Leiva. ANA: ¿Cómo dijistes? GREGORIO: Toledo y Leiva soy. ANA: (¡Cielos! Aparte ¿Qué es lo que oigo?)
A él
Originario sois de España; pero deudos en Nápoles, generosos, conozco yo que, herederos de aquel don Antonio, pasmo de Francia, por quien vio preso el alcázar de Madrid al Valois de más esfuerzo, se juzgan ya italianos. GREGORIO: Uno, don Gómez, soy de ésos; más que noble, venturoso, si serviros a vos puedo. ANA: Bésoos las manos; querría, en fe de lo que ya os debo, que algún buen hado me trujo a este sitio a conoceros, saber de vos cierta cosa. GREGORIO: Llave tenéis de mi pecho, basta ser Ávalos vos. ANA: La mano otra vez os beso. GREGORIO: Es para mí ese apellido fatal. ANA: Y viene con eso lo que yo he de preguntaros. GREGORIO: Decid, pues, que estoy suspenso. ANA: Para más claras noticas, don Gregorio, lo primero que supongo es que en Milán servicios de vuestro acero os granjearon las plazas más honradas, y, ascendiendo por ellos, fuistes dos años maese de campo de un tercio de española infantería. ¿No es ansí? GREGORIO: Estáis en lo cierto. ANA: Lo segundo que supongo es que, mediando ambos deudos, pretendistes desposaros en Nápoles ese tiempo sin haberla jamás visto, con una dama, que os puedo afirmar que en lo virtuoso fue el prodigio de aquel reino. Doña Ana Dávalos tuvo por nombre, que ya recelo que desaires no ajustados a vuestros nobles empeños la tienen sin nombre y vida. GREGORIO: Sentiríalo en extremo, que es doña Ana el sol de Italia; pero mejor lo hará el cielo. ANA: Ahora, pues, que confesastes todos estos presupuestos, decidme, ¿con qué motivo, habiéndola, en nombre vuestro, dado la mano de esposo, ausente vos, un tercero, rehusastes ejecuciones en cosa de tanto peso, desacreditando fácil la fe vuestra y su respeto? Pues si os admitió doña Ana, no por amor, que, sin veros, mal pudiera enamorarse, sino obediente a consejos de canas, por quien se rige, todos cuantos se los dieron a instancia vuestra, agraviados, no juzgan vuestro desprecio menos que con causa mucha. Y el escándalo, que ciego echa siempre a la peor parte con cualquiera fundamento, en desdoro de doña Ana, osa eclipsar el espejo más claro que vio la corte napolitana. GREGORIO: Diréos, ya que como consanguíneo tan de parte suya os veo, tres suficientes motivos con que quedéis satisfecho, y yo, con vos, disculpado. Escuchad. ANA: ¿Tres por lo menos suficientes, Don Gregorio? Decid, decid. GREGORIO: El primero, y que es más considerable, fue el saber los galanteos, después que por otra mano me vi en sus coyundas preso, del marqués Pompeyo Ursino, siendo relator él mesmo, que vino a ver nuestro campo, de favores que excedieron permisiones cortesanas, y aunque muchas veces celos en quien ama perdidoso, suelen alargar el freno a la pasión destemplada, y está indiciado Pompeyo, como mozo, en esta parte más que debiera, no es cuerdo quien ignora que en los puntos del honor siempre valieron, si hay indicios opinables, más los dichos que los hechos. ANA: ¿Pompeyo favorecido jamás de doña Ana? GREGORIO: Aquesto me afirmó no una vez sola. Servíos, para que demos fin a cuentos tan pesados, no interrumpir los progresos que me mandáis que os resuma. ANA: Proseguidlos, que, si puedo, me templaré lo que duren. GREGORIO: Yo, pues, no a su amor sujeto, como ni esa dama al mío, pues, como advertís, sin vernos fuera difícil amarnos, y las sospechas tras esto, de lo referido tuve noticia de que, saliendo de la esfera esa señora que piden las de su sexo, no bastidores, no agujas, no estrados nobles y quietos, no galas, común hechizo en beldades de años tiernos, su inclinación adulaban, sino en el bridón travieso, con la escopeta y el dardo, persiguiendo al lobo, al ciervo, al jabalí, al gamo, al oso, discurrir bosques y cerros, volar la garza, la grulla, matar la perdiz al vuelo; hojear en la quietud de las tinieblas cuadernos filósofos, comentarlas, soltarles los argumentos y, hecha academia su casa, las noches de los inviernos, en disputas semejantes hurtar las horas al sueño. Yo, que imaginaba entonces ser marido de un sujeto proporcionado a los nudos del fecundo sacramento, rehusé esposa que usurpase las aciones a su dueño, y con mujer para tanto juzgué el tálamo molesto. Salióme a esta coyuntura, en la corte de estos reinos, el lance más venturoso que pude pedir al cielo, porque doña Petronila Leiva y Osorio, que a empeños de amistad con un tío suyo añade el del parentesco, le hereda en un mayorazgo cuantioso; y agora el viejo castellano de Milán la enriquece en su gobierno; éste, que es íntimo mío, ha sazonado deseos, de que me acerque a su sangre con vínculo más estrecho, persuadiendo a su sobrina lazos que alegren mi cuello al tálamo, ya aceptado, y, en fin, el último pliego la posesión me asegura con un retrato tan bello que, cuando a costa del oro mienta el pincel lisonjero, no la opinión, no la fama, que es, don Gómez, la que creo, y me la pinta el milagro de Madrid. Voy, en efeto, a llamarme esposo suyo; pues siendo vos tan discreto tendréis estos tres motivos por suficientes. Cenemos. ANA: Tiene más dificultades la cena, que ya no acepto, de lo que habéis vos juzgado, y en ella el plato primero ha de ser reconveniros en los desalumbramientos, indignos de vuestra sangre, con que avergonzaros pienso. Intimaréoslos ahora, estéis a no estéis atento, y Dios sabe, en acabando, quién cenará o no. Yo vengo desde Malta en vuestra busca, donde, aunque mozo, año y medio cumplí con obligaciones del hábito que profeso. Doña Ana fue hermana mía. GREGORIO: ¡Doña Ana! Eso no, que tengo certidumbre que ella sola nació en su casa. ANA: Esto es cierto, y falsa esa certidumbre; el mucho amor que la debo, porque heredase a mis padres, me obligó a la cruz que al pecho el yugo excluye amoroso. Baste lo dicho en cuanto a esto, y en lo demás escuchadme, veréis cuán sin fundamento estriban vuestros engaños en los motivos propuestos. Pompeyo Ursino, que supo la fama que en menosprecio de mi hermana publicastes, y del debido respecto que se debe a tal Ursino, afirma con juramento, no sólo que no os ha hablado en su vida acerca de esto, más que nunca el competiros le pasó por pensamiento; porque, sin tener noticia de mi hermana, otros empleos a su amor proporcionados le llevaron los afectos. Sobre el caso os desafía en una carta que dejo en la maleta, y no sé si habrá de dárosla tiempo; veis aquí el primer motivo, contra vos tan manifiesto, que en lugar de acreditaros os añade vituperios. Como también el segundo, porque en Italia no es nuevo. Las mujeres de alta sangre desmentir ocios molestos en la caza y en los libros, porque de pocas sabemos, de las prendas de mi hermana, que no alcancen, cuando menos, a entender letras latinas y ejercer por pasatiempo ya el cañón, que imita al rayo; ya el venablo y ya el acero. No privó Dios a las tales los ejercicios honestos de las letras y las armas si discurrir por ejemplos sólo, entre las maldiciones que en el delito primero echó a la primera madre, fue el sujetarla al imperio del varón, consorte suyo; y sé yo que este precepto nadie con vos le guardara cual mi hermana, a ser su dueño. Luego viene a reducirse en el motivo tercero todo cuanto caviloso en los dos habéis propuesto. Y este también, vedlo vos, más parece fiscal vuestro que agente en vuestras disculpas; porque si, como os concedo, el no haber visto a mi hermana fue causa que los incendios de su amor no os abrasasen, ausente en Milán, ¿qué fuego amoroso os dio sus alas para que, volando a tiento a ver vuestra Petronila, os hechizase tan presto? Diréis que el verla en retrato. Diré yo lo que vos mesmo; que son flojos incentivos los pinceles y los lienzos. El mayorazgo en la corte, el interés avariento, por más que aleguéis excusas, hizo vuestro amor logrero. Ya mi hermana, don Gregorio, murió. Ya pide en el cielo satisfacción de su agravio; y yo, que en su nombre quedo sucesor de sus injurias, por ella y por mí pretendo acreditar sus desdoros, probándoos no lo haber hecho según las obligaciones que a toda mujer debieron conservándoles la fama los nobles y caballeros. Desnudad la espada agora, que en la justicia que alego,
Sácala doña ANA
fío que iréis a cenar al otro mundo. ¡Ea! GREGORIO: Templo, rapaz, en fe de mis años, vuestros mozos desaciertos por los pocos, aún no abriles, que precipitáis soberbio. Andad con Dios a la corte y en ella me poned pleito. Iráos mejor con letrados que aquí con armas y fieros. ANA: ¡Don Gregorio! ¡Don Gregorio! Si acostumbrado a desprecios con bellezas de mi sangre presumís hacer lo mesmo con los Ávalos, varones, engañáisos. ¡Vive el cielo, sino sacais la cuchilla, que os mate! GREGORIO: Escarmentaréos
Sácala
con ella, como a un muchacho.
Riñen. Sale BOCEGUILLAS. Éntranse los dos acuchillando y luego sale doña ANA envainando
BOCEGUILLAS: ¡Fuera dije! ¿Qué es aquesto? GREGORIO: ¡Jesús! ¡Muerto soy! BOCEGUILLAS: Ahorróse de Avicenas y Galenos. ¡Para tanto, y tan lampiño! ANA: Su soberbia es quien le ha muerto. Métele en esa espesura, no den con él al encuentro, y enfrena a prisa. BOCEGUILLAS: ¡Bien dicho! Que la bulla de allá dentro, entre la taza y los naipes, guarda a esta hazaña el silencio. Acógete tú entretanto. ANA: Junto a la puente te espero.
Vase doña ANA
BOCEGUILLAS: Desmentiremos caminos echando hacia Paracuellos.
Vase. Salen doña PETRONILA y don FRANCISCO
PETRONILA: Diéraos los brazos yo agora, en albricias de la vida que juzgaba en vos perdida, a ser de ellos tan señora como otras veces. FRANCISCO: Pues ¿quién los brazos os enajena? PETRONILA: Quien, porque puede, me ordena que a nuevo dueño se den. Toda la corte ha creído que en Tarragona os mataron. FRANCISCO: Si envidiosos desearon que lo hiciese vuestro olvido, gracias, mi señora, a Dios, vivo vuelvo, a que podáis, con las nuevas que me dais, matarme de celos vos. Si del modo que os oí más de una vez, me hospedara vuestro pecho, conservara las finezas que os creí, y el alma, que no se inclina, si bien quiere, a falsedades, pronosticara verdades por la parte de divina que tiene. Echárame menos y, adelantándoos enojos, no os consintiera los ojos tan alegres y serenos. Vos, sí, me matáis de veras, no asaltos, tiros ni balas. PETRONILA: De las nuevas, cuando malas, siempre se creen las primeras; las que tuvimos de vos fueron de que os habían muerto; quiseos bien, sabéis que es cierto; pero no estando los dos desposados, si exteriores demonsiraciones hiciera, motivo a malicias diera de atentos censuradores. Venís vivo. ¡Dios os guarde! Falsas nuevas desmentís; pero, aunque vivo venís, para amarme venís tarde. Hame casado en Milán mi tío; acepté el contrato; sustituyóme un retrato; es noble, es rico, es galán. Júzgole ya tan cercano, que, si en la corte no está, brevemente llegará a ejecutarme en la mano. Ved, pues, si es lance forzoso cumplir esta obligación, vos muerto en la estimación, y él de próximo mi esposo. FRANCISCO: Gustosa habéis enviudado en la voluntad primera, pues el medio año siquiera el luto no habéis guardado. Muchos años os gozad, ya que en vos mi amor expira, que quien me mató en mentira hará que salga verdad. Porque, volviéndome loco los desengaños que escucho, no harán en matarme mucho si en fingirlo hicieron poco.
Hace que se va
PETRONILA: Oíd, don Francisco, oíd. Esperad, que la templanza logra tal vez su esperanza. Dejad que llegue a Madrid el tal vuestro opositor, y ambos a dos litigad, que siempre es la voluntad tibia sin competidor. Alegue él en su derecho la acción que le da mi tío; que libre está mi albedrío confesándoos que, en mi pecho, antes que a él os dio lugar; quíseos bien, y al forastero ni le aborrezco ni quiero, porque sin ver no hay amar. Luego hasta aquí preferido, estáis en la antelación de mi primera afición, y retiraros vencido, cuando con ventajas tantas podéis litigar, sería desairosa cobardía. FRANCISCO: ¡Ay, Petronila, que encantas y enamoras con rigores! ¿Quién de ti pudo creer que en mi ofensa había de hacer pleito tu amor de acreedores?
Sale MELCHORA
MELCHORA: Esta carta con su porte me dio un mozo para ti.
Dásela
¡Jesús! ¿Don Francisco aquí? ¿Vivo, sano y en la corte? ¡Válgame Dios, y qué susto me ha dado vuesa mesté. FRANCISCO: Vivo no, que mal podré vivir si mata un disgusto. Sano tampoco, Melchora, pues en la cama caí del desengaño; mas sí en la corte, que cada hora muda amantes como galas. MELCHORA: Llorado le hemos las dos más de un mes. Líbrenos Dios de nuevas que son tan malas. PETRONILA: (¡Si fuese de don Gregorio Aparte la tal carta!) MELCHORA: En buena fe que esta noche le soñé que estaba en el Purgatorio. FRANCISCO: No hay muerte como una ausencia pues que las vidas aparta. PETRONILA: Lo que contiene esta carta veré con vuestra licencia.
Ábrela
FRANCISCO: Será del dueño felice que ya tan cerca esperáis. ¡Adiós! PETRONILA: No quiero que os vais; escuchadla, que así dice:
Lee
"Don Gregorio, mi señor, que iba a serviros y a veros, en la venta de Viveros, según nos dice el doctor, dará fin triste a su amor; porque de una leve herida está al Laus Deo de la vida y ya el aliento le falta. Diósela un capón de Malta que sobra para homicida.
Asústase
Tómanle la sangre aquí y el dinero. Llevaráse a Rejas y cuidaráse de su cuerpo y alma allí. Corre la cuenta por mí de dárosla. Un pasajero es de aquésta el mensajero, por cuya prisa concluyo, Montilla, lacayo suyo, y de hoy más vuestro escudero." ¡Válgame Dios, qué desgrácia! FRANCISCO: No la tengo por tal yo. MELCHORA: Ni el que la carta escribió, que, a fe que estaba de gracia. PETRONILA: ¿Qué haremos, Melchora, en esto? MELCHORA: Sea mentira o sea verdad, el caso es de calidad, que en virtud de él te amonesto vayas a Rejas al punto. PETRONILA: ¿Y si éste algún cómo fuese? MELCHORA: Dado que así sucediese, o le hallásemos difunto, lucirá más la fineza de quien dueño le aguardaba. PETRONILA: ¡Que este susto me esperaba! MELCHORA: Cuando por ellos empieza amor y se muestra arisco dicen que después se deja ensillar. PETRONILA: ¿Qué me aconseja en tal caso don Francisco? FRANCISCO: Mi amor, que no vais allá; y que sí, mi cortesía. PETRONILA: La vuestra, desde este día, en mi estimación tendrá el abono que merece. ¡Qué cuerdo y qué generoso! FRANCISCO: Será el ir con vos forzoso, por lo que un camino ofrece. PETRONILA: Tan obligada lo acepto como habéis de hallar después.
Sale doña ANA, de hombre, alborotada
ANA: ¡Señores! Si es interés de nobles, que en un aprieto fortuito y peligroso se socorra a un desgraciado, a un hombre la muerte he dado contra mi honor alevoso; viene tras mí la justicia y en sus manos casi estoy; amparadme, pues os doy de mis desgracias noticia. PETRONILA: Entraos en ese aposento.
Éntrase
¿Otra desdicha, Melchora? MELCHORA: Vienen a pares cada hora. PETRONILA: Ciérrale en él al momento. FRANCISCO: Alabo vuestra piedad. PETRONILA: ¡Qué mozo es el delincuente! FRANCISCO: Siempre el agravio es valiente y suple cualquiera edad.
Salen un ALGUACIL y tres ESBIRROS
ALGUACIL: Aquí entró. No hay escaparse. PETRONILA: ¿En mi casa la justicia? Señores, ¿qué es esto? ALGUACIL: Casos que forzosamente obligan a no mirar en respectos. Vuesas mercedes me digan dónde un mozo se escondió, de un caballero homicida, que en la venta de Viveros será milagro que viva. PETRONILA: ¡Ay, cielosl ¿Quién es el muerto? ALGUACIL: Si su desgracia os lastima, el herido es don Gregorio de Leyva Toledo y Silva. PETRONILA: ¡Desdichada de mi! Que ése que decís a ser venía mi esposo desde Milán. ALGUACIL: Vengad, pues, vuestra desdicha manifestándome al reo.
A don FRANCISCO y a MELCHORA quedo
PETRONILA: ¡Pluguiera á Dios! Nadie diga que sabe de él. ALGUACIL: ¿Dónde está? PETRONILA: No ha entrado aquí; que la vida diera yo por la venganza de tal insulto. ALGUACIL: La vista no es posible que se engañe. Por aquestas puertas mismas entró, huyendo de nosotros. MELCHORA: Debió de subirse arriba o esconderse tras la puerta. PETRONILA: Los cuartos altos habita un conde. Búsquenle en ellos; que yo prometo en albricias de su prisión un diamante. ALGUACIL: Será, pues, cosa precisa registrar toda esta casa, ya que, por ser compasiva, sois crüel con vuestro esposo. PETRONILA: Perdónoos esa malicia; mas mirad que a la en que estáis se le guardan cortesías ALGUACIL: No es agora tiempo de ellas. Suban al cuarto de arriba y examinen sus rincones.
Vanse los dos ESBIRROS
Entre conmigo Valdivia. Abras esta puerta. MELCHORA: (¡Ay cielos! Aparte El pobrecito peligra.
Abren la puerta por donde entró doñ Ana, y éntranse el ALGUACIL, MELCHORA y el ESBIRRO
FRANCISCO: No hará tal viviendo yo; que quien los estorbos quita a mi amor, e impide celos, mi amistad y espada obliga. PETRONILA: Don Francisco, ¿estáis en vos? ¡Tenéos! FRANCISCO: Doña Petronila, o he de morir o librarle.
Salen MBLCHORA y doña ANA de mujer con un serenero en la cabeza
MELCHORA: Siempre el mal se multiplica. ANA: ¡Hasta mi cama dos hombres! ¿Esto ha de sufrirse, prima? ¿Y en casa vuestra? ¿Qué es esto? MELCHORA: (¡Disfraces por tropelía!) Aparte
Anda el ALGUACIL entrando y saliendo como que busca al reo
ANA: ¿Tenéis tan poca confianza de lo que mi honor estima su crédito, que las noches que al reposo me retiran me echáis la llave vos propia, y hasta las once del día no consentís que me vea el sol, con no ser su ninfa; y cuando a dormir la siesta me encierro, medio vestida, dais en mi aposento entrada a dos hombres? FRANCISCO: La justicia tiene licencia, señora, para tales demasías. No os asustéis, que no es nada.
A doña PETRONILA
Suplícote que prosigas con esta ficción sabrosa; pues es la persona digna que la inventó, por su ingenio de todo amparo y estima. ANA: ¡Justicia en casa, señores! ¡Válgame Dios, qué desdicha! Pues ¿qué ha sucedido en ella?
Está presente el ALGUACIL
PETRONILA: ¡Qué cansada melindrizas! Ya te han dicho que no es nada. Éntrate allá.
Salen los dos ESBIRROS
ESBIRRO 1: No hay quien diga cosa en casa de provecho. No he perdonado oficina, pieza, jardín, cofre, pozo, hasta la caballeriza, hasta debajo las camas; pues--¡por Dios!--que no alucinan mis ojos, y que te vieron entrar por aquí. ESBIRRO 2: Allá arriba todos se hacen ignorantes; si bien una berberisca, esclava en el apariencia, no sé que pasos afirma que sintió en los corredores, como de quien huye a prisa, pero piensa que jugaban algunos de la familia. ESBIRRO 1: Saltaría a esotra casa. ESBIRRO 2: Es sin duda. PETRONILA: No te diga tercera vez que allá te entres. Acabemos ya. ANA: ¡Qué esquiva! Ya recelarás que el conde, a título de visita, me ha de robar con los ojos; pues sosiéguese tu envidia y acaba ya de casarte con él, sin que me persigas. Pues todo se cae en casa y en esotro cuarto habita. Ven tú a tocarme, Melchora.
Vase doña ANA
MELCHORA: (Sazonado hermafrodita, Aparte ¿quién te reveló mi nombre?)
Vase MELCHORA
ALGUACIL: Hecho habemos exquisitas diligencias, aunque en vano. Perdonad, señora mía; que en ministerios como éste no cumple quien no averigua.
Vanse el ALGUACIL y los ESBIRROS
PETRONILA: ¿Oístes vos en novela, por sazonada aplaudida, suceso a éste semejante? FRANCISCO: La necesidad afila los aceros al ingenio, y el riesgo le sutiliza desenvoltura agradable. PETRONILA: Cuando debiera, ofendida, aborrecerle, me alegro viendo que por mí se ibra. FRANCISCO: Yo, a lo menos, seré ingrato si, con la hacienda y la vida, desde hoy más no le agradezco medras de su bizarría. Llamémosle; mas él sale.
Sale doña ANA, de mujer, y MELCHORA
ANA: Si plumas no os eternizan, si no os celebran, señora, por la fénix de Castilla, no hay conocimiento en ella, ni en mí, desde aqueste día, sangre que noble me llame, fe que, como esclava, os sirva si, ingrato a tantas mercedes, toda el alma no os dedica, la voluntad, la memoria, el aliento que respira, los pensamientos que engendra y las potencias que anima. PETRONILA: No os quiero empeñado tanto, que a mí propia me debía el socorro que aquí hallastes y me le pago a mí misma, si bien tiene circunstancias. ANA: Melchora me dio noticia de ellas, y sé que de Italia caminaba el que venía a intitularos su prenda; mas, si no desacreditan la verdad enemistades, creed que no os merecía y que, en Nápoles casado, debéis estar a la herida que le dieron mis ofensas de algún modo agradecida. Sabréis el por qué a su tiempo. FRANCISCO: ¿Qué mejor que éste? Decidla mucho de eso, ilustre joven. Proseguid siguiera en cifra, desempeñaréis deseos que no ha mucho se ofrecían por vos a cualquiera lance. ANA: Tendré el serviros a dicha. PETRONILA: Quédese eso por agora; que estimo en más vuestra vida que esa relación; no obstante lo que me importa el oírla. Mirad que aquí corréis riesgo. ANA: Siendo vos la imagen mía del socorro, no osará ofenderla la justicia. PETRONILA: ¡Qué bien el traje os asienta! Si yo ignorara el enigma, ¡qué de celos fulminara de vos! ANA: Basta, que fulminan rayos, señora, esos ojos que agradezco, mientras miran a este caballero afables. FRANCISCO: Si los vuestros patrocinan ansí mi desvalimiento, mi esperanza resucita. PETRONILA: ¿Quién os dijo a vos que un conde sobre estas piezas habita, y el nombre de esa crïada? ANA: ¿Quién, mi señora? Vos misma al alguacil, deslumbrando violencias de su pesquisa, y mandando que Melchora, hasta en aquesto advertida, con llave me asegurase. PETRONILA: Decís bien; pero me admira que os vistiesedes tan presto, y que cuando lo examina todo el interés, pues siempre dicen que es lince en la vista, no reparase en la ropa que os quitastes. ANA: Mal podía, si me la puse debajo; cerróme el temor y prisa en esa cuadra, hallé en ella ropa, jubón y basquiña; esta curiosa toalla las almohadas cubría, que haciéndola serenero, los ministerios duplica; sirvió la capa de enaguas; acomodé luego encima lo femenil, y al sombrero un clavo tras las cortinas de la cama; espada y daga también escrúpulos quitan, durmiendo entre los colchones; revuelvo sábanas limpias entre la colcha y frazadas de manera que atestiguan que me levantaba entonces; entra la turba ministra, asústome a lo doncello salgo, si descolorida o no del tal sobresalto los que lo vieron lo digan, y quedo libre y sin costas por vos, señora divina, y por este caballero. Ya la noche nos avisa que restituya disfraces; sácame, Melchora amiga,
Va por ello
sombrero, daga y espada, que apenas dará la risa
Desnuda el traje de mujer
del alba mañana al campo los gajes que le matizan,
Desnudándose
cuando volveré gozoso a haceros una visita.
Queda en cuerpo, la capa como faldellín que se pone en su lugar; y tiene la cruz de San Juan en ella
PETRONILA: Cumplidlo ansí, que hasta entonces tengo de juzgar prolija la noche. FRANCISCO: ¡Qué airoso mozo! PETRONILA: ¡Qué agradable bizarría! MELCHORA: Todo lo escondido traigo.
MELCHORA con lo que pidió, y póneselo doña ANA
ANA: Venga. Favorable prima, adiós. Caballero, adiós. PETRONILA: ¿Volveréis? ANA: Por una vida entre los dos empeñada.
Vase doña ANA
FRANCISCO: ¿Y qué ha de haber de partida a Rejas? PETRONILA: Dormir sobre ello, que agora estoy indecisa.

FIN DEL PRIMER ACTO

Bellaco sois, Gómez, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002