LOS BALCONES DE MADRID

Tirso de Molina
(Gabriel Téllez)

Texto basado en dos manuscritos tempranos de LOS BALCONES DE MADRID que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Madrid (los números 15.438 y 15.512) y otro colocado en la Biblioteca Palatina de Parma (Italia). El texto de estos manuscritos preparados por el año 1635(?) es anterior al texto de la refundición publicada por primera vez en 1837 y es completamente distinta. Esta edición fue preparada por Vern G. Williamsen en el año 1976 y luego fue revisado y pasado a su presente forma en 1994.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Salen LEONOR con manto y doña ANA sin él
ANA: ¿Eso viste? ¡Que eso pasa! LEONOR: Ésta es la pura verdad en fe de la voluntad que, después de mi casa eres vecina te debo. Reconocimientos labras ya en obras y ya en palabras, tantos en mí que me atrevo a revelarte secretos que mi señora me fía. ANA: Querrá el Amor algún día que con mayores efetos me desempeñe. Leonor, sé entretanto mi acreedora. En efeto, ¿tu señora tiene a mi don Juan amor? En efeto, ¿sus engaños me pretenden usurpar la acción que puede alegar quien ha que le ama dos años? LEONOR: En esa parte podré disculpar a mi señora justamente. Pues, si ignora tus desvelos y no fue como amiga consultada de tus cuidados por ti, ¿en qué te ofende? ANA: Salí, Leonor, cierta y desdichada en mis sospechas. Mudó don Juan voluntad y afetos y, mudándolos, sujetos de su esperanza dejó quejas que buscan venganza contra quien no ha delinquido. ¿Podrá ser que de su olvido tome mi agravio venganza? Pared en medio tenemos las casas donde habitamos. Por primas nos visitamos; como amigas nos queremos; mas, pues celosa examino ofensas que Amor me avisa, desde hoy más recele Elisa las obras de un mal vecino. Fizcalizarán mis penas acciones que la dan alas murmurando de las malas, maliciando de las buenas. Tomaré satisfacción del agravio que me adviertes; pero en efecto, ¿en las suertes que echa la superstición esta noche, salió Elisa con don Juan? LEONOR: Y tú también con don Pedro. ANA: En su desdén. De sus mudanzas me avisa, que es don Pedro pretendiente de tu señora, anterior en frecuencias y en favor, ya olvidado por ausente. LEONOR: Si has de prevenirte en esto, con mi advertencia prosigo: envió Elisa conmigo un papel en que echó el resto de finezas... ANA: No seguras. ...y dentro dél encajó la suerte que les tocó. No te diré las locuras que con el epigrama hizo, con la suerte y el papel; diversas veces en él puso, y no se satisfizo, los labios. Dióme esta joya. Prometió sacarme un manto. Si su olvido sientes tanto, Sinón soy, Elisa es Troya, procura tú ser Ulises. Engaños a Elisa venzan, y mientras estos comienzan, adiós, hasta que me avises.
Vase LEONOR
ANA: No tienen otro caudal los agravios y los celos sino ardides. Prevendrélos contra un hombre desleal. Guerra es amor competido; engaños usa también. Celos industrias me den pues que no me dan olvido. Busquen mis solicitudes castigos para traiciones, enredos para ficciones, trazas para ingratitudes, para su engaño desvelos; para mis venganzas modo. Pero ya lo he hallado todo pues soy mujer y con celos.
Vase doña ANA. Salen como de noche el CONDE y don JUAN
CONDE: ¡Templada noche! JUAN: Muere en ella el año, y cuando expira, quiere obligarnos su blanda despedida; que el huésped bienhechor tarde se olvida. CONDE: No sé yo que pudiera competirla la mansa primavera. ¡Qué clara! ¡Qué agradable! JUAN: A mis venturas favorece afable. ¡Ay, Conde y señor mío! Si Amor rapaz es todo desvarío, y como niño estima juguetes con que más su fuego anima, un favor, un juguete, fortunas esta noche me promete que estorben mi tristeza si del modo que acaba el año, empieza. CONDE: Agravio me habéis hecho, don Juan, cuando os presumo satisfecho de la amistad que os fío, con el nombre de "Conde y señor mío." Dejad títulos graves que los de la amistad son más süaves; pues siendo vos mi amigo, éste es, sólo, el blasón a que os obligo. Aunque tan recatado hallo de mi amistad vuestro cuidado, y en él tan poco os debo que llamaros amigo no me atrevo. JUAN: Creed que si fïárosle rehuso, no es por dudar de vos; mas porque el uso, que yo frecuento poco, no ha de juzgarme amante sino loco. Y, porque viváis cierto de que por esto el alma os he encubierto, aunque desacredite con vos mi seso y vuestra risa incite, oíd filosofías de un peregrino amor que ha muchos días que siéndole obediente en mí es naturaleza, no accidente; pero con presupuesto que no ha de seros, Conde, manifiesto el nombre de la dama que me ha juramentado, y de mi llama tanto el secreto estima, que hasta en los ojos su silencio intima. CONDE: Con peligrosa usura os empeña, don Juan, esa hermosura. Decid, que yo os prometo que por mí no peligre ese secreto. JUAN: Yo, amigo Conde, adoro la perla más que al nácar, más que al oro; al diamante que engasta la forma, más que a su materia. ¡Basta! Quiero decir con esto que adoro a un alma con amor honesto, tan libre de apetito, que aun el pensarlo juzgo por delito. CONDE: Las gracias de un valiente entendimiento enamoran tal vez el pensamiento; y si él solo os recrea, la dama debe ser, don Juan, tan fea que el apetito os tasa y amando al dueño perdonáis la casa. ¿De qué os sirven los ojos si estímulo no son de sus despojos? ¿Tenéisla por hermosa? JUAN: Llamen reina de flores a la rosa, a Apolo las estrellas, que ésta es la rosa y sol de todas ellas. Blasone golfos de oro la ninfa de Agenor que sobre el toro nombró a Europa por ellos. Diga la antigüedad que en los cabellos de Elena y de Lucrecia Arabias peinó Italia, Ofires Grecia. Frecuente agora el uso sutilizando el ébano difuso aunque el francés lo tache, cubra España sus sienes de azabache; que mi amorosa prenda ni el oro es bien que su cabeza ofenda, ni el ébano, que en hilos de nuestra patria abona los estilos. Pues haciendo amistades estas dos encontradas cualidades, ni el sol podrá dar quejas de que su luz no mira en sus madejas, ni de ellas forma injurias el azabache natural de Asturias, pues de estos dos extremos, el medio hermoso dilatado vemos. Tan cándida la frente espaciosa, venusta, transparente, que en su alabastro puro, por lo exterior al centro conjetura, habitación hermosa del alma que organiza y, ingeniosa, asombra entendimientos, oficina de tales pensamientos. Dos arcos la rematan, y entrambos semi-esferas se dilatan sobre los ojos bellos que, en fe de los que matan, triunfante siempre, el niño dios en ellos quiso con muestras reales coronarlos también de arcos triunfales. Yo sé que si los vieras, para vivir mil veces mil murieras, porque con dulces ceños al paso que son graves son risueños. Desde ellos se origina un trozo de alabastro que termina las dos mejillas bellas, sutil la proporción, en medio de ellas. Y allí el jazmín nevado y clavellina, casados sus colores, auroras son del sol. ¡Si fueran flores los labios encendidos! Dos arcos pueden ser de dos Cupidos, y aunque purpúreo el fuego, la risa abrasa en ellos al sosiego. Alcaides son de nieve, en nácares menudos que Amor bebe y en listas condensada, perlas los juzga el alma que abrasada se asombra suspensiva de que la nieve junto al fuego viva. Yo he visto en su garganta tanto marfil con alma, plata tanta, que en su comparación es etiopisa la que en Moncayo eterna no se pisa. Y está en sus manos bellas, cuyos dedos eclipsan las estrellas, que en oro las coronan, tanto puro candor, blancas blasonan, que apenas de mi amor podrán las penas juzgar si manos son o si azucenas. Su talle tan honesto tan airoso, bizarro, y tan dispuesto, que solamente el uso no la necesidad corchos le puso. Ves, Conde, este retrato de la hermosura, celestial ornato, pues con ser como pinto, mi amor del ordinario es tan distinto, que puesto que los ojos se deleitan tal vez en sus despojos sin detenerse en ellos, viriles sólo son viendo por ellos al huésped que en tal casa mi voluntad honestamente abrasa. ¿No has visto en los antojos que con ser de cristal nunca los ojos en ellos se detienen, sino que por su medio a alcanzar vienen el objeto que intentan aunque hermosos la vista no violentan? Carlos, ¿nunca sediento te sirvió el vidrio puro de instrumento en que el agua sabrosa te brindaba la sed apetitosa? ¿Hiciste entonces caso del encarnado búcaro del vaso, puesto que cristalino mereció estimación por peregrino? Deleitóle sin duda más de paso porque solo tu fuego pretendía en el agua tu sosiego. Pues yo del mismo modo tomo en el agua en que se cifra el todo de mi amada belleza y no paro por el fruto en la corteza. CONDE: Bien dicen que es locura amor; que en cada cual mostrar procura el modo en que se extrema. Mas, don Juan, cada loco con su tema. Yo estoy también perdido por cierta dama de quien habéís sido tan acertado Apeles que juzgo que cohechó vuestros pinceles, porque es, don Juan, la propia de quien me tiene loco vuestra copia; puesto que estoy sujeto no al abstracto cual vos, sino al concreto. JUAN: ¿Qué? ¿Vos sois, Conde, amante de hermosura a la mía semejante? CONDE: Sirvo con tierno trato una belleza de quien es retrato la discreción que hicisteis, de suerte que sospecho que quisisteis darme con ella celos si no es que Amor duplica paralelos. JUAN: ¿Y sois correspondido? CONDE: Recíproco favor han conseguido mis dichas hasta agora, puesto que honestamente me enamora. JUAN: ¿Vive cerca? CONDE: Hasta en eso se logran coyunturas que intereso. Bien cerca de aquí habita. JUAN: Conde, si como a mí no os necesita la fe del no nombrarla, fïadme su noticia. CONDE: Fuera darla ocasión de perderla. JUAN: Y si yo os aseguro de tenerla de tal suerte escondida dentro del alma que jamás os pida justa satisfacción de esos agravios, privilegiada siempre de mis labios, ¿por qué queréis causarme sospechas que se atrevan a matarme? CONDE: Porque vuestro secreto engendra en mi temor el mismo efeto. Pintáisme vuestra dama y mientras me ocultáis cómo se llama, creyendo yo que es ella la misma que pretendo, una centella de celos es, bastante para abrasar al Troya de un amante. JUAN: ¡Qué tanto se parece a la que os he pintado! CONDE: No merece que otra alma ni otra vida en distintos sujetos las divida. La frente, los cabellos, las cejas, la nariz, los ojos bellos, las mejillas, la boca, el cuello hermoso de cristal de roca, las manos, cuerpo y brío, y el claro entendimiento, hechizo mío, todos son propiedades del bien que adoro, envidia de beldades. JUAN: Pues, Conde, si es la propia que yo idolatro y que os mostró mi copia, ¡desesperad cuidados, y advertid que acostumbran los sagrados de pura cortesía desvanecer tal vez la fantasía de verdes presunciones interpretando equívocas acciones! Yo sé que solo vivo en su amoroso pecho. Yo recibo favores sólo honestos, al yugo casto del Amor dispuestos. Y porque no os dé enfado el presumirme necio confïado, advertid que no ha un hora que echando suertes, fue mi protectora Fortuna de manera que me cupo mi dama, y que me espera por esto tan gustosa que el parabién se ha dado de mi esposa. Oíd el epigrama con que la suerte a su favor me llama:
Saca un papel don JUAN y léele
"Tendrásle de celos loco; mas vencerá tu firmeza, que en premio de tal belleza nunca mucho costó poco." ¡Este me ensoberbece! ¡Esto me escribe! CONDE: ¡Qué de engaños, don Juan, os apercibe la propia confïanza! El mar y la mujer, todo es mudanza. Ese favor, testigo del gozo con que os veo, esa fineza sorteada por vos fue sutileza de un ingenio doblado que conmigo como con vos procura, siendo arte, persuadirnos que es ventura. Antes que yo os hallara, vino su confidente en busca mía, y antes que pronunciara las nuevas que entre engaños me traía, disfrazando intereses en caricias, me condenan en costas sus albricias. Oíd la letra agora común de dos, de quien os enamora:
El CONDE refiere de memoria la misma letra que leyó don JUAN
"Tendrásle de celos loco, mas vencerá tu firmeza, que en premio de tal belleza nunca mucho costó poco." JUAN: Pues, ésa, ¿no es la misma que yo os dije que acaba de envïarme? CONDE: Ésta os dirige y ésta me remitió, porque hay ya versos que sirven a propósitos diversos. Decid, don Juan, agora que ese sol, esa luna, que esa Aurora no alumbra indiferente con una misma luz diversa gente. JUAN: A tanta costa mía venció vuestra probanza mi porfía. ¡Que si mi muerte instantes se dilata ni el basilisco mata, ni el rayo es homicida, ni el áspid salteador de nuestra vida! ¡Remisa es la saeta que del arco caribe el aire inquieta, ni la enramada bola de bombarda flamenca o española mortal hileras tiende; ni la traición ofende, ni da el pesar desvelos, ni agravios turban, ni enloquecen celos! CONDE: ¡Templaos, don Juan, templaos! ¿A dónde vais furioso? Sosegaos, que ni de vuestra dama pudo eclipsar la encarecida fama, ni sé que su noticia materia pueda dar a mi malicia. Sólo la rectitud de vuestra llama, tan desnuda de afectos sensitivos que sin los incentivos de vuestro amor, platónicos despojos os cautivan el alma y no los ojos, segura de deseos bastó a obligarme agora por rodeos, mentiras y quimeras a sacar de estas burlas esas veras. Ni la letra que os dije en su desdoro os alborote o cause maravilla, porque sólo el oílla bastó para decírosla de coro. Gozad vuestros favores; que libre estáis por mí de opositores. JUAN: Conde, las amistades no disfrazan engaños con verdades. De vuestra fe con causa voy dudando porque celos que abrasan, ni aun burlando...
Vase don JUAN
CONDE: Envidia tengo a este hombre. Curioso, deseo ver esta hermosura, esta exageración, esta pintura, esta mujer sin nombre que con tantos primores usurpa a la retórica colores, pincel la lengua y labios de quien, ocasionando sus agravios no ve cuan peligrosa es la alabanza de la prenda hermosa cuando otro está delante que puede ser su amante, y que la llama del Amor, curiosa, ceba más su veneno, que con el propio, con el bien ajeno. Registraré advertido sus pasos, sus acciones, su sentido, hasta saber si son ponderaciones o verdades en ella perfecciones de tanta consecuencia. Y si verdades son, tenga paciencia quien el tesoro enseña al avariento, brindar osa al sediento, y a juventud ociosa, toda llama, las perfecciones pinta de su dama.
Vase el CONDE. Salen don ALONSO, viejo, y don PEDRO de camino
ALONSO: Los brazos tengo de daros segunda vez; los primeros con los plácemes de veros y esto es para gratularos, yerno no, heredero sí, hijo y de mi Elisa esposo. PEDRO: Soy tan poco venturoso que dudo aun viéndome así por vos en ellos premiado que se ha de lograr mi suerte. ALONSO: No se blasone amor fuerte si tiembla desconfïado, ¿qué causa tan improvisa os pudo llevar de aquí? PEDRO: Es obedecer ansí preceptos, señor, de Elisa. En el parque una mañana del abril, que en ella vio más jazmines que pisó el alba con pies de grana, la signifiqué el deseo que tenía de agradarla, servirla e idolotrarla. Y respondió, "No lo creo mientras que no hagáis por mí una fineza amorosa al paso dificultosa que estimable." Prometí lo que acostumbra quien ama y díjome, "Yo quisiera que en estos tiempos hubiera quien ausente de su dama, no siendo correspondido, tan firme y constante fuese que al que afirma desmintiese que la ausencia causa olvido de quien presente encarece su amor, su desvelo y fe. No hace mucho, pues, quien ve el objeto le apetece. Obligadme en esto vos. Ausentaos y averigüemos el tiempo que no nos vemos cual es firme de los dos. Y si acaso en la jornada que os olvidasteis escucho, no se os dé, don Pedro, mucho que no se me dará nada." Fuése y dejóme, juzgad de qué modo, despreciado, con celos y desterrado; pero de su voluntad tan solícito albacea que aquel día me partí a Talavera, y allí en fe de lo que desea, puesto que con más firmeza mi amor que cuando la veía, obediente mi porfía como ingrata su belleza. Permaneciera el amor que en su desdén solicito, a no haberme vos escrito tres veces que su rigor se enternece a vuestra instancia y que a mi fe agradecida a vuestro gusto rendida y leal a mi constancia darme la mano os promete. Esto de aquí me ausentó y esto me restituyó. Siete meses, siglos siete acreditan la fe mía más firme en los desengaños que Jacob en sus siete años él presente, y yo sin Lía. ALONSO: ¿Qué tanto ha que estáis aquí? PEDRO: Ayer llegué. ALONSO: ¿Y desde ayer no fuera justo saber vuestra venida? PEDRO: Advertí que siendo de noche y tarde os fuera huésped pesado. Allá os remití un crïado y no es mucho que os aguarde. ALONSO: ¡Cortedad impertinente! Venid, don Pedro, venid. Seréis esposo en Madrid de quien querelloso ausente, y entretanto agasajado de doña Ana, mi sobrina que de mi casa vecina ni poco ha solicitado vuestro alegre casamiento. PEDRO: Debo yo mucho a doña Ana. ALONSO: Veréis a Elisa mañana. [A prevenirla me ausento].
Vanse don PEDRO y Don ALONSO. Salen doña ELISA, con un papel, y CORAL
ELISA: ¿Qué tantos extremos hizo don Juan con la suerte y letra? Coral, ¿qué tanto se holgó? CORAL: Háse holgado de manera que es un holgazón de gustos, y si en Burgos estuviera, fundaran sus holgaduras diez conventos de Las Huelgas. De los versos que te escribe sacarás como madeja el hilo por el ovillo, el mesón por la tableta. Léele y verás que te paga en décimas o espinelas diezmo su amor como a cura, alcabala sin que venda, diez por uno sin ser trigo, sisa sin tener taberna, y como alguacil de corte la décima de su hacienda, que son versos guarnecidos de aljófar, diamantes, perlas, nácares, púrpuras, lamas, soles, auroras, estrellas, rosas, jazmines, piropos, cóncavos, zonas, esferas, rasgos, amagos, conturnos, giros, remedos, cometas, con todos los cachivaches que cuando el reloj se suelta, los cómicos de este siglo de golpe desenfardelan. ELISA: ¿Pues tú también satirizas? CORAL: ¿A quién no dará molestia tanto girón y retazo como hilvana una comedia? ¿Viste mudar una casa cuando sobre una carreta la cargan de baratijas unas con otras revueltas? ¿El escritorio y las ollas, las sartenes y rodelas, el arcabuz y las naguas, los platos y la maleta, al alfombra y el orinal, la bota y la limpiadera, la tinaja y los retratos, las espadas y las ruecas? ¿Viste tocar las campanas cuando una casa se quema, y los frailes y alguaciles por las ventanas y rejas arrojar a trochemoche cofres, estrados, carpetas, libros, basquiñas, pinturas, guitarras y sombrereras? ¿Viste almonedas vulgares? ¡Qué de vistas te dijera a no darte el quid pro quo! Digo ejemplos por sentencias. Pues, siempre que oigas candores, epiciclos, inflüencias, crepúsculo, potulantes, antípodas y diademas, imagina que son trastos, y carretón el poeta cargado de triquismiquis. ¡Que se muda! ¡Que se quema! ELISA: Leo que estás formidable. CORAL: Tú también formidoblencias alguno de gongoriza, pues te villamedianeas.
Lee ELISA el papel
ELISA: "Ya no puede ser severo este mes ni su aspereza pues retratándote empieza en mayo agora el enero. Felicidades espero lograda con poseerte, pues si estriban en quererte gozos que mis dichas forman, sola esta vez se conforman en mí el amor y la suerte. Si por suerte me cupiste, ¿qué más suerte y más fervor? Eternamente deudor de la Fortuna me hiciste. Mostrar, Elisa, quisiste que cuando más desvaría, burlando el tiempo porfía en mi favor experiencias, y que aun en las contingencias no puedes ser sino mía." CORAL: ¿Qué te parece eso? ¡Sí que es decimar con llaneza y no andar pordiosando vocablos de Zeca en Meca!
Sale don ALONSO
ALONSO: Tan propicio a nuestras dichas, Elisa, el año comienza. Mas vos, ¿qué buscáis aquí? CORAL: (¡Concentainas y Palencias!) Aparte ALONSO: ¿No habláis? ¿Qué queréis? ¿Quien sois? CORAL: (San Tiento asista en mi lengua.) Aparte Soy, señor, cierta persona... (Persona, sí, mas no cierta Aparte porque nunca estoy en casa... ni persona, porque de éstas hay mucha falta en el mundo.) Distilo quintas esencias, limpio dientes, curo callos, hago moños, saco muelas. Llamóme desde el balcón una titular doncella que diz que lo son de anillo en la corte las caseras. Fiéla, habrá cuatro días, diez reales de menudencias y vuelvo por la cobranza. Señora, tiene la cuenta; vuestra merced la repase y quite en Dios y conciencia lo que fuere exorbitancia que luego daré la vuelta.
Vase CORAL
ALONSO: Ya tenemos en Madrid a tu don Pedro y tan cerca que como a Píramo y Tisbe una pared nos le niega. Pero en tu silencio admiro, Elisa, y en la tibieza de tus ojos que sin gusto has recibido estas nuevas. La grana de tus mejillas, dirás que son nobles muestras que excusando cortedades te han enmudecido honestas; pero como esas colores, equivocando apariencias, de un mismo modo disfrazan al pesar y a la vergüenza, sólo pueden constrüirlas el discurso y la prudencia que en mí, esta vez estudiosa, fiscaliza tu modestia. Todas las que te he tratado de don Pedro, su nobleza, su amor, su caudal, su estima, su discreción y su hacienda, o mudas conversación o te finges indispuesta o con los ojos me dices lo que no osas con la lengua. Pues, Elisa, ya mis años necesitan de quien tenga cuidado de ti y mi casa, que me alivie y te merezca. Harto tengo que lidiar con ellos y sus molestias sin añadir sobrecargas desiguales a mis fuerzas. Don Pedro es un mozo ilustre, agradable en su presencia; conózcole desde niño. Seis mil ducados de renta tiene en juros y heredades, ni travesuras le inquietan, ni juegos le desperdician, ni amigos le desordenan. Yo le tengo voluntad, y es tanta la que te muestra que no han bastado a mudarle tus rigores ni su ausencia. Yo sé cuan bien te ha de estar. Ya te consta cuan mal lleva mi condición rebeldías. Excusemos resistencia que la vecindad murmure, porque quieras o no quieras te tiene de ver mañana, y esotro han de quedar hechas sin falta las escrituras, o salir la noche mesma en un coche de Madrid para un convento de Lerma.
Vase don ALONSO
ELISA: Todo mal no prevenido es precursor del desmayo. Mata repentino el rayo, y si no, quita el sentido. Instantáneo rayo ha sido, don Juan, mi padre crüel. Mas privilégiame de él mi firmeza inexpugnable; que aunque a todos formidable, no hiere el rayo al laurel. Cuando de mi amor discuerde y me amenazan congojas, no porque tiemblan las hojas el laurel su verdor pierde. Siempre firme, siempre verde sus rigores me verán y, si en perseguirme dan, la muerte es común remedio; que mi amor no admite medio entre la muerte y don Juan.
Entra doña ANA
ANA: Permisiones de parienta y llanezas de vecina cuando el amor me encamina y vengo a verte contenta excusan autoridades de crïadas, manto, coche y visitarte de noche. Prima, nuestras amistades, por causa tuya algo tibias, se vuelven ya a restaurar. Plácemes te vengo a dar si es que con ellos te alivias del esposo que por ti mi casa admite gustosa; porque de ser tú su esposa me toca también a mí. Perdona la mayor parte pues nuestra dicha nos casa. Entró don Juan en mi casa, no sé si para buscarte, e informóse, aunque turbado, de tu don Pedro y de mí que de Talavera aquí viene casi desposado; porque tu padre le avisa de que ya menos crüel quiere Amor lograr en él dificultades de Elisa. Confirmaron sus recelos las cartas que le leyó y tu padre le escribió, mas no bastaron los celos a destemplar su cordura si bien nos dieron aviso de lo mucho que te quiso. Antes, con la compostura que debe a su discreción, gratulando al venturoso, dijo, "Digno es tal esposo de tan discreta elección." Quedaron los dos amigos y yo lo quedé también. Hémonos querido bien. ¿De qué sirvieran castigos que no me estaban a cuento y yo después padeciera si por uno que le diera había de llorar ciento? No me ha cabido en el pecho este gozo hasta que tengas parte de él y te prevengas a lo que ya, prima, es hecho. El alma a don Pedro aplica que, pues me caso y te casas, la vecindad de las casas mis bodas te comunica. Y adiós, que vengo de prisa y es razón, mientras no sale mi huésped, que le regale por quien es y por su Elisa.
Vase doña ANA
ELISA: ¡Qué cobardes son, Fortuna, las desdichas que ocasionas! A cientos las eslabonas; nunca vienen de una en una. No fueras tan importuna si crüel en sus aumentos sin celos dieras tormentos; pero, ¿qué bronces podrán con ellos y sin don Juan valerse de sufrimientos? ¿Yo ironías de doña Ana? ¿Yo de don Juan menosprecios? ¡Fuera, pundonores necios! ¡Fuera, obediencia tirana! ¿Mañana, cielos, mañana prenda del que aborrecí? ¿Yo sin don Juan y él sin mí? ¿Dueño de quien me persigue? ¡Primero que al "sí" se obligue un áspid llegue en el "sí"!
Sale CORAL deteniendo a don JUAN
JUAN: ¿Tú me impides? ¡Vive el cielo! CORAL: Viva, pero no has de entrar. JUAN: ¿Quieres que te dé la muerte? CORAL: Llamaránte irregular. JUAN: Apártate. No ocasiones... CORAL: Tú las ocasiones das. ¡De noche y en casa ajena, colérico criminal! El viejo es tan avariento de su honor y autoridad que al punto que aquí nos vea dará el grito garrafal que todo el barrio convoque. Don Pedro que los oirá, pues no es sordo ni está lejos, competidor puntüal, ha de retar a Zamora. Al duelo responderás y, angulando con él tretas, acabóse el amistad. Elisa, su semi-esposa, si te tuvo voluntad, remitirá sus empeños al valle de Josafat. Doña Ana quede la tuya, se soñaba dueño ya. Si estelionatos cometes, ¿qué ha de hacer sino rabiar? Pues Leonor, la relamida lanzadera del telar de esta pretensión picote, pues tejedora neutral entre ti y tu concurrente ha sabido enmarañar lanas de color diversa, negra aquí si blanca allá. Siendo arrendajo de Elisa, ¿quién duda que ha de bailar al son que su ama la hiciera? Y entrando la vecindad, ¿contra tantas pechelingües qué importa ser Fierabrás? Ni, ¿qué fieltro es poderoso contra tanta tempestad? ¡Vuelta, vuelta los franceses! ¡Oh, si en tus trece te estás! Pues no comí las maduras, vuélvame yo en haz y en paz de la santa cobardía! JUAN: En la templanza verás con qué disparates te oigo, el sosiego con que están en mis agravios mis pasiones. Sólo quiero gratular resoluciones de Elisa por lo bien que le estará, a doña Ana a quien obligo la airosa facilidad con que redimo deseos. ¡Que empleo mi amor tan mal! Tráigote en mi compañía por si llega a preguntar circunstancias de esta acción, pues ansí me excusarás de satisfacciones nuevas. No estoy loco. Ténme en más. Ven y escucha. CORAL: ¿Das en eso? Pues paciencia y barajar.
Llega muy cortés don JUAN a ELISA que estará muy suspensa
JUAN: Bésoos, señora, la mano. ELISA: ¡Jesús, señor! ¿Aquí estáis? Suspensiones cuidadosas, hijas de una novedad, me excusan no haberos visto. JUAN: Como es dueño principal de los sentidos el alma, y en ella aposesionáis al dichoso que os merece, ¿quién duda que os llevará para darle la obediencia la vista que me negáis? Tal vez si entra señor nuevo en su casa, la lealtad del ministro se descuida de la puerta donde está por irle a ver y a servir. Lo mismo, señora, usáis con los ojos, pues se olvidan, aunque abiertos, de mirar. Yo, también, interesado en vuestra felicidad por vecino y por pariente... Si este título extrañáis advertid que hemos de serlo en grado de afinidad. Vengo todo parabienes de esperanzas que veáis brevemente posesiones y éstas duren siempre en paz siglos que juzguéis instantes. ELISA: En ellos, señor don Juan, eternicéis con mi prima tan cuerda conformidad; que yo, mil veces dichosa, con el deudo que me dais el parabién os retorno. CORAL: (¡Con salsa de para mal!) Aparte JUAN: Vengo a veros demás de esto porque os quisiera excusar lástimas impertinentes que es fuerza que me tengáis si no os desocupo de ellas; porque si en vuestra beldad tuvo acción no presumida mi fe que os sirvió leal, habiendo, Elisa, tampoco, que pudiera blasonar suertes felices, la suerte que desmintió la verdad. ¿Quién duda que permanezcan cenizas para señal de incendios que recién muertos palpitando agora están? Pues no, Elisa, no por esto las sazones impidáis que os ofrece la Fortuna que no lo son con azar. Mi libertad despedida, ya de veras libertad, para volverse a su centro me anduvo anoche a buscar. Encontróla vuestra prima y, como la antigüedad de crïados que son fieles reliquias suelen dejar de afición en sus señores, fue fácil en su piedad que olvidando sentimientos se volviese a acomodar. No ha mejorado de dueño; pero tan contenta está que si os faltaran los gustos, os lo pudiera feriar. ELISA: Tenéis vos tan movediza el alma que vida os da que en dos días se envejece violentada en un lugar. Quien dueños a meses muda, por más que sirva, no hará palacios con azulejos. CORAL: (Acoto con el refrán.) Aparte ELISA: No os tengo lástima a vos, pues siendo la liviandad tan propia cosecha vuestra seguís vuestro natural. A doña Ana, sí, y no poca, que podrá con vos juntar al pésame de perderos los plácemes que la dan segunda vez de adquiriros; porque en vos tan cerca está en materia de firmezas el salir como el entrar. Allá se lo haya su amor, que el mío os puedo afirmar que os echa tan poco menos que no necesitarán de pregoneros mis penas para que os vuelvan acá. Tiene ya dueño mi dicha y, como mi voluntad mañana ha de recibirle donde eterno ha de habitar, está despejada y limpia; que fuera temeridad que hallara en su casa el dueño celos en qué tropezar. Estorbadlos vos en ésta porque si la frecuentáis, ni ha de estaros a vos bien ni a doña Ana sino mal. JUAN: ¿Quisiéredes vos agora, contra la serenidad y quietud de mis afectos que vos infiernos juzgáis, que ofendida mi paciencia soltara todo el raudal de amenazas y locuras que acostumbran fulminar los agravios y los celos? ¡Qué mal haréis si aguardáis desesperados arrojos, frenética tempestad de injurias y desafíos y esto de ingrata, desleal, crüel, inconstante, aleve, cera al fuego, pluma al mar, con todos los atributos de que tan llenos están los teatros cuando pintan a una dama y a un galán! Pues, creedme, a fe de libre, que a poder vos registrar lo que pasa acá en mi pecho donde ni estaréis ni estáis, os partiéredes corrida porque no se juzga ya si a amantes no desespera por valiente una beldad. ELISA: Por vida vuestra que os creo; aunque en ver que os abonáis tan sin qué ni para qué me ha dado qué sospechar. ¿Qué sería, si así fuese? Que ya yo vi rotular libros en el pergamino que siendo de humanidad pasan plaza de devotos. Y en las Indias hay volcán de nieve la superficie y en el centro de alquitrán. JUAN: Pues hagamos una cosa vos y yo, porque creáis cuan preservado me tienen escarmientos de ese mal. Yo quedaré por perjuro y hombre de poco caudal sin palabra ni nobleza como vos propio hagáis si pusiere en vos los ojos, si llegare a preguntar por vos en toda mi vida. ¿Qué tal de gustos os va si os quiere mucho don Pedro, si fue su amor al quitar y otras cosas a este tono que ya por curiosidad, ya porque recuerdos duran, quien bien quiere suele usar? ¿Qué respondéis? ELISA: Que seré en eso tan liberal que del mismo pensamiento os juro desde hoy borrar. Y para que echéis de ver que lo que determináis es lo que yo apetecía, añado una cosa más que os desengañe del todo. JUAN: ¿Y es la cosa? ELISA: Que os sirváis de que doña Ana me elija su madrina. JUAN: Será igual, Elisa, mi desempeño, si me permitís honrar siendo yo vuestro padrino. ELISA: ¡Jesús! Con esto estarán cabales todas mis dichas. CORAL: (No tan bendito y cabal; Aparte que a fe que les viene apelo aquello de "más mal hay en el aldehuela, madre, que se suena." Ello dirá.) JUAN: En fin, ¿estamos conformes los dos en esto? ELISA: ¡Y qué tal! JUAN: Quien se acordare primero del otro... ELISA: ...merecerá descréditos de perjuro. JUAN: Mucho haréis si lo juráis. ELISA: ¿Yo? ¡Por vida de don Pedro! Mas, ¿qué os pretendéis vengar jurando la de mi prima? ¿Que todo vuestro caudal se cifra en aquese juro? JUAN: Eso os debe de abrasar; mas la vida de don Pedro no es cosa en que mucho os va. ELISA: ¿No? ¿Habiendo de ser mi esposo? JUAN: Hasta agora libre estáis. Yo sé que escondéis adentro otro que os importa más. Jurad por él o os creeré. ELISA: ¿Y es? JUAN: Por vida de don Juan. ELISA: ¡Jesús! ¡Qué gran desatino! No me acordaba de él ya. ¿Vos no veis si por él juro, que habiéndole de nombrar pierdo con vos el apuesta? Dios le perdone. JUAN: Jurad por vida de todo aquello que más queréis y adoráis. ELISA: Don Pedro viene a ser ése. JUAN: Si es don Pedro, ¿qué se os da? ELISA: ¿Para qué he de repetirlo? JUAN: ¡Qué engañosa que rehusáis! Jurad por vida de Carlos. ELISA: ¿Qué Carlos? ¿El de Roldán, o el español Carlos Quinto? JUAN: Negad, Elisa, negad un Conde que en vuestras suertes sirvió de encuentro y azar para encumbrarse en mis dichas hallándose tan capaz en vos el alma que a un tiempo tres en ella aposentáis: a don Pedro, a mí, y al Conde. Y entre ellos mi libertad, más que todos infelice porque os supo querer más. ELISA: ¿Qué Carlos? ¿Qué Conde es éste? ¿Qué azares? ¿Qué encuentro? ¿Estáis, don Juan, en vuestro jüicio? Desatino refrenad o ¡vive el cielo...! JUAN: Sentís aprietos de la verdad. Que en fe, sirena, de serlo se tienen de rubricar con mi sangre. ELISA: ¿En la daguita la mano? ¡Oh, qué singular paso para una comedia de las de veinte años ha! ¡Don Juan, sosegaos! ¿Qué es esto? JUAN: Si le has forzado, será él Lucrecio y tú Tarquina porque tengan ejemplar las matronas y matronos que hay Porcios si Porcias hay.
Sale LEONOR
LEONOR: Tu padre, prima y don Pedro entran a verte. ELISA: Don Juan, dueño ingrato de mis ojos, mi prenda, mi bien, mi mal, yo te quiero, yo te estimo, yo te adoro. Cesan ya burlas que abrasan de veras. Paren enojos en paz. Éntrate en ese aposento y en él oculto, serás testigo de las finezas de un amor por ti inmortal. JUAN: ¿Si te casas? ¿Si me olvidas? ELISA: Por la luz universal del sol, padre de las otras, por la vida que me das viéndote amante y con celos, y por ti, mi bien, que es más; de adorarte eternamente sin que se atreva a borrar el carácter de mi fe toda la severidad e inclemencia de los cielos. JUAN: En efecto, ¿no serás de don Pedro? ELISA: De la suerte que el traidor dé la lealtad, que el infierno dé la gloria, que la guerra dé la paz. LEONOR: ¡Que entran, señores, que llegan! ELISA: ¡Ay, mi bien! Si la beldad de doña Ana me compite, ¿qué he de hacer? JUAN: ¿Cómo podrá contra el sol la noche negra perfecciones alegar? CORAL: (¿No oponerse una lechuza Aparte contra un águila que es más?) ELISA: ¿Entras? JUAN: Entro con la fe de tu palabra.
Vase don JUAN
CORAL: ¿No habrá, Leonor, para mí un candil? Que a escuras he de maullar como gato entre dos puertas. LEONOR: No hay gota en él. CORAL: Pues serás virgen loca si no hay gota. LEONOR: ¿Y tú? CORAL: ¿Yo? Gotacoral.

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

Los balcones de Madrid,  Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002