ACTO TERCERO


Salen IRENE e ISACIO
IRENE: ¿A un villano, a un Lisinio la corona de Roma? Mas ¿qué mucho, si es villano, que autorice su misma semejanza? El monarca romano los dioses deja, y bárbaro pregona a Cristo, del hebreo vil venganza. No verá su esperanza, Constantino, cumplida mientras a Irene el alma diese vida. Isacio ya el amor se ha convertido en lícito rigor, en odio justo. ¡Plegue al cielo, si más le amare Irene, que cautive mi gusto un alarbe crüel, y que querida, me aborrezca y dé celos! No conviene que con triunfo solene por César le reciba Roma, ni que la ley de Cristo siga. ISACIO: Murió Constancio, y con la viuda Elena partió a Jerusalén, supersticioso, a buscar el madero, que castigo dio a un hombre sedicioso. ¡Justa y debida pena de un hombre que a su patria fue enemigo! IRENE: Búsquela, que conmigo en odio se convierte el amor, que aspirando va a su muerte. Isacio, de tu amor y fe constante obligada, pretendo, en premio justo, darte el alma rendida con la mano si das muerte al Augusto, que, ciego e ignorante, los dioses niega, el nombre honra cristiano. ISACIO: Por bien tan soberano diera muerte, no sólo a Constantino--a Júpiter y a Apolo. IRENE: Lisinio es éste que el gobierno goza de Roma, mientras halla Constantino la cruz que estima y su valor infama. ISACIO: Si halláramos camino, pues nuestra ley destroza el loco emperador que a Cristo llama, para engañar a este hombre, Roma me diera de su imperio el nombre. Finge que, si contra él fiero se conspira, serás su esposa, le darás la mano, que tu hermosura más que aquesto alcanza, y el bárbaro villano si en tu beldad se mira, rendirá su lealtad a su esperanza, y dándonos venganza, matando a Constantino, serás mi esposa. IRENE: ¡Ingenio peregrino! Apruebo tu consejo. Éste, atrevido, por sus hazañas, con valor extraño, alcanzó el trono augusto y opulento. Si con amor le engaño, verá Roma cumplido mi nuevo amor y justo pensamiento, y el matador violento pagará su delito. IRENE: Él viene. ISACIO: Mi venganza solicito
Sale LISINIO, de emperador
LISINIO: (Mucho a Constantino debo. Aparte Emperador soy por él; cumplió el presagio el laurel, propicio a mis dichas Febo. Pero esto de compañía reinando me da tristeza. Sólo pide una cabeza el nombre de monarquía; luego, no seré monarca mientras que reinemos dos. Un sol solo, siendo Dios, la esfera del cielo abarca; un planeta sólo tiene cada cielo, y es mayor que la tierra.) IRENE: ¡Gran señor! LISINIO: ¡Oh, hermosa y divina Irene! IRENE: ¿De que viene pensativo vuestra alteza? LISINIO: El gobernar consigo tiene el pesar, por ser su peso excesivo. Hame puesto mi ventura en lo que no sé si acierto, pero luego me divierto en viendo vuestra hermosura. Y ojalá que Constantino su posesión no gozara, que, nuevo Ícaro volara a vuestro cielo divino, puesto que a su imitación soberbio como él cayera, pues muriendo, al fin pudiera honrar mi imaginación. La que yo, Lisinio, tengo al presente, es olvidar a quien pretende injuriar la ley que a defender vengo; que el culto que reverencio de los dioses, han trocado en odio mi amor pasado. Venció el César a Magencio con el favor soberano de Júpiter, y en su ofensa, Constantino ensalzar piensa la ley y nombre cristiano. Y mal por dueño tendrá mi alma al que en desacato del cielo, es a Jove ingrato; pues conmigo lo será quien a despreciarlos viene; y así, aquél que los vengare y a Constantino matare, vendrá a ser dueño de Irene. Si no es encarecimiento el amor que me mostráis, y imperar sólo intentáis --que lo demás es tormento-- vengad este vituperio, siendo de esta causa juez, y ganaréis de una vez mi voluntad y el imperio. ¿Qué dices? LISINIO: Que dificulto tan árdua empresa. ISACIO: El amparo de los dioses está claro por vos, si en fe de su culto, castigáis este tirano. El reinar sin compañía es la mayor monarquía. Mi prima os dará la mano y la posesión de Oriente, si nuestra fe defendéis. LISINIO: Grande premio me ofrecéis; gran peligro es el presente; pero de dos grandes cosas se ha de escoger la mayor. El imperio y vuestro amor hazañas dificultosas merecen; mas pues escucho el bien a que me provoco, nunca mucho costó poco. Si mucho pedís, dais mucho. Juré al César Constantino no perseguir los cristianos, ni con intentos tiranos abrir ingrato camino contra él, de traición ni guerra; mas de los dioses el celo pueden más, pues en el cielo reinan, cuando él en la tierra. No puedo yo ser traidor, si su ley quiero amparar. El amor y el imperar no admiten competidor. Amor y imperio me espera, y pues nuestra ley derriba, el amor de Irene viva, y el tirano César muera IRENE: Dame esos brazos, valor de Roma, que dignamente honra en su lauro tu frente y en tus méritos mi amor. que desde hoy, Irene es tuya. ISACIO: Llámate restauración de su ley nuestra nación. Constantino se destruya. Reine Lisinio, no más, en el mundo y en Irene. LISINIO: Trazar el cómo, conviene. IRENE: En Roma por él estás. Disfrazados y encubiertos a Jerusalén partamos, y en ejecucion pongamos deseos que saldrán ciertos, pues los dioses nos amparan; que encubiertos y fingidos, antes de ser conocidos de los que a Cristo declaran por Dios, podremos matarle. Y en fe que el alma te adora, Yo he de ser ejecutora de esta hazaña. Yo he de darle la muerte; que mi rigor muestro cuando en él me vengo; que en más a los dioses tengo y su culto, que mi amor. LISINIO: Alto, pues. Haga el efeto lo que la lengua propone. Mi juramento perdone, y ampárenos el secreto. Goce yo el globo del mundo y el laurel que adora Apolo, imperando en Roma sólo, siendo Rómulo segundo, y la belleza de Irene disculpe aquesta traición. IRENE: Mis brazos, en galardón, la voluntad te previene, con mi venganza cumplida LISINIO: Presto muerto lo verás. ISACIO: (Y tú después pagarás Aparte este insulto con la vida.
Vanse todos. Salen JUDAS, viejo, LEVÍ y ZABULÓN, judíos
JUDAS: ¡No pasó nuestra nación desde Vespasiano y Tito tal persecución, Leví. LEVÍ: No tuvieron los judíos tal desdicha, tantas plagas, aunque cuente las de Egipto. ZABULÓN: Ni Nabucodonosor, monarca de los asirios, ni las de Antioco fiero, como las de Constantino. JUDAS: ¡Que se haya un emperador aficionado de Cristo de tal suerte! ¡Que defienda con tanto amor el bautismo, y que la cruz nos demande, y si no la descubrimos, a muerte vil nos condene, a tormentos y martirios! TODOS. ¡Guayas! ¡Guayas de nosotros! JUDAS: Su madre le ha persuadido que a tormentos nos la saque. Para aquesto Elena vino. LEVÍ: Pues el comisario fiero que ha nombrado por ministro y ejecutor de este caso... ZABULÓN: ¿Ni dádivas ni suspiros son bastantes a ablandalle? JUDAS: ¡Que un bárbaro, que un indigno de ser hombre nos persiga ¿Vióse más crüel castigo? LEVÍ: ¡Que un hombre tan ignorante nos tenga tan oprimidos! JUDAS: Si no le damos la cruz, si no decimos el sitio donde de nuestros pasados estar oculta supimos, este bárbaro feroz ayer, colérico, dijo, que nos había de azotar y pringarnos con tocino. TODOS: ¡Guayas! ¡Guayas de nosotros! ZABULÓN: ¡Que a este punto haya venido nuestra mísera nación! LEVÍ: Éste es. JUDAS: De verle me aflijo.
Sale MING0, vestido de comisario graciosamente, con ropa de levantar y gorrilla
MINGO: ¿Qué hay, hermanos narigones? ¡Loado sea Jesucristo! Respondan todos, "amén" de rodillas y de hocicos. ¿Callan? Respondan "amén," o habrá latigazo fino. Digan "amén," Judiotes. JUDÍOS: "Amén," humildes decimos. MINGO: ¿Cómo les va de cosecha aqueste año de tocino? ¿Ha habido mucho solomo? ¿Qué chicharrones, han frito? JUDÍOS: Prohíbelo nuestra ley. MINGO: Pues yo no se los prohibo. Coman conmigo mañana, que a salchichas los convido.
Paséase muy grave y habla a JUDAS
¿Cómo os llamáis voa? JUDAS: Señor, Judas es el nombre mío. MINGO: ¿Judas el Iscariote, de aquel saúco racimo? ¿Cómo no tenéis las barbas rubias ¡eh! Judas maldito? Enrubiáoslas, noramala, o mudáos el apellido. JUDAS: Señor, estoy cano y viejo. MINGO: ¿Estáis viejo? Pues teñíos, y andaréis al uso nuevo, aunque en los años, antiguo.
A LEVÍ
¿Qué narices son aquéstas? LEVÍ: ¿Cómo han de ser? MINGO: ¡Oh, qué lindo! No son éstas de la marca, hermanos, de los judíos. Esas son narices romas y hidalgas. ZABULÓN: ¡Señor! MINGO: ¡Pasito! Sabéis que es el comisario de vuestras narices, Mingo. Quítense ésas luego, luego. so pena de un romadizo por dos años y dos meses, y miren que ya me indigno. Pónganse otras de dos gemes. JUDAS: ¿Hay más torpe desvarío? MINGO: Con narices garrafales tienen de andar. ¡Vive Cristo! ZABULÓN: ¡Señor! MINGO: Esto se ha de hacer. No replique. ZABULÓN: No replico. MINGO: ¿Con naricicas me vienen enanas? JUDAS: ¡Ay, cielo impío! MINGO: ¿Qué hace la sinagoga? ¿Cómo va de sabatismo? ¿Su Mesías cuándo llega? ¿Viene en mula o en pollino? JUDAS: No profanes nuestra ley. MINGO: Como es lejos el camino, si viene a pie, quedaráse en algún mesón dormido. ¿No dan orden que parezca la cruz? ZABULÓN: Si no hemos sabido dónde está, ¿qué hemos de hacer? MINGO: Luego, ¿búrlanse conmigo? Pues los judicame Deus adviertan lo que les digo; que si la cruz no parece el sábado o el domingo, ha de crïar en su casa un lechón cada judío, y con regalo y amor tratarle como a sí mismo. JUDAS: ¿Lechón? Nuestra ley lo veda. MINGO: Vede o no, yo soy ministro, y han de hacer lo que les mando. No repliquen. JUDAS: No replico. MINGO: A fe de archicomisario, si no callan y me indigno, que he de mandar que en la cola besen JUDAS: ¿A quién? MING0: A un cochino. Han de acostarle en sus camas, ya esté puerco, ya esté limpio, y darle la delantera, que es lugar de los maridos. ZABULÓN: Señor, no permitas tal. JUDAS: Señor, humildes pedimos que interceda por nosotros el oro de este bolsillo. Cien escudos hay cabales. MINGO: Soy ministro; no recibo. Pero ¿no sois Judas vos?
Apárale en la manga
JUDAS: Éste es, señor, mi apellido. MINGO: ¿Cómo os atrevéis a dar cien escudos, fementido? Si fueran treinta dineros, fuera el número cumplido en que vendisteis a Dios. JUDAS: (¡Que así nos trate, Dios mío, Aparte un villano, un ignorante!) MINGO: Oigan lo que mando y digo. Pongan en todas sus puertas, para honrar sus frontispicios, cada uno una cruz. TODOS: ¡Señor!. MINGO: No repliquen. JUDAS: No replico. MINGO: ¡Por vida del comisario! voy a recoger bolsillos por todos los judaizantes. Parezca la cruz de Cristo, o si no, de los lechones serán ayos. TODOS: ¡Señor mío! MINGO: (Desde aquí quiero escuchar Aparte lo que tratan, escondido, y si murmuran de mí, yo haré que sueñen a Mingo.
Escóndese MINGO, y se va al poco rato, cuando se indique
ZABULÓN: ¿Fuese? JUDAS: Sí. ZABULÓN: ¿Que hemos de hacer si azotados y oprimidos, por no parecer la cruz nos da muerte Constantino? JUDAS: Enterráronla en un monte nuestros pasados y antiguos, diciéndonos el lugar, el cual, de padres a hijos sabemos por tradición; pero muertes ni peligros no nos tienen de obligar a descubrilla. MINGO: (¡Oh, qué lindo! Aparte ¡Vive Dios! que es de provecho mi cauteloso escondrijo. La verdad voy apurando. Sacaréla presto en impío.) ZABULÓN: Pues ¿cómo nos libraremos de la muerte y el castigo que nos está amenazando? JUDAS: Escuchad aqueste arbitrio. Labremos luego otra cruz, pues es de noche, de pino, y enterrándola, diremos que es en la que murió Cristo. ZABULÓN: ¡Linda traza! LEVÍ: ¡Bravo enredo! MINGO: (Si no estuviera escondido Aparte el lobo tras las ovejas, pegáranla, ¡vive Cristo! ¿Cruz fingida? ¡Narigones! A Elena voy a decirlo, y con el hurto en las manos los hemos de coger vivos.) JUDAS: Zabulón, trae un candil. MINGO: (¡Qué propia luz de judíos!) Aparte JUDAS: Ve, Leví, por la madera; trae la azuela y el cepillo. ZABULÓN: Vamos. MINGO: (Vayan, norabuena, Aparte que yo me escurro pasito para que Elena los coja como babos en garlito...)
Vase MINGO
JUDAS: ¿Cuándo tienes de venir, Mesías santo y divino, y librar tu pueblo triste de tanto daño y peligro? ZABULÓN: Estos son los instrumentos: luz, escoplos y martillo.
Sacan un candil encendido, y unos maderos para hacer la cruz, y herramienta
JUDAS: Alumbrad, pues, y daré a nuestro engaño principio. LEVÍ: La cruz en que nuestra gente hizo heroico sacrificio de aquel hombre galileo, que adora el mundo por Cristo, dicen que de cedro fue, y haciéndola tú de pino, dudarán de esta verdad los cristianos atrevidos. JUDAS: Eso está dudoso agora, altercado entre ellos mismos con diversas opiniones y pareceres distintos, Leví, sobre esa materia. Unos dicen que se hizo del árbol en que pecó Adán en el paraíso, porque desterrado de él, un ramo llevó consigo de aquella planta, que fue, nuestra pena y su castigo; y plantándole lloroso en este monte divino, donde Salomón después hizo el templo ilustre y rico. Creció, emulación del cielo, y por extraño prodigio nació una fuente del tronco, de quien a formarse vino la saludable piscina, que de dolores distintos, al movimiento del ángel, sanó tantos afligidos. Hizo Salomón cortarle, por ser estorbo del sitio que eligió, sabio y discreto, para el célebre edificio; y enamorado de verle, aplicarle al templo quiso para artesón de su techo, que asombró al arte corinto. Labráronle codiciosos., y ya compuesto y pulido procuraron aplicarle en el pavimento rico; pero por misterio oculto, ya siendo grande, ya chico, desmintiendo arquitectores, nunca a la fábrica vino. Por lo cual desesperados, juzgándole por indigno e inútil del templo santo, mandaron que por castigo en la piscina le echasen. Hundióse, pero nacido el Nazareno que adoran los cristianos enemigos sobre las aguas salió. ZABULÓN: ¡Misterio jamás oido! JUDAS: Y sacándole de allí, le echaron en un camino. por donde corre en cristales el Cedrón, arroyo limpio, puesto que tal vez crecientes le dan ambición de río. Sirvió en él de puente y paso, hasta que por sus delitos a muerte de cruz sentencia el pretor romano a Cristo, que por ver que era pesado, decretaron los judíos que dél se hiciese la cruz, como en fin, a hacerse vino. Murió en ella, y los cristianos supersticiosos han dicho que es digno de adoración, haciéndole sacrificios. Escondiéronle por esto nuestros padres, y escondido por tradición nos dejaron donde estaba. Constantino, que a Cristo manda adorar con generales edictos con tormentos nos compele a dársela. ZABULÓN: Yo no afirmo eso de aquesos milagros, aunque así lo hayan escrito los cristianos hechiceros. LEVÍ: Ni yo; solamente digo que con la fingida cruz que labráis, a Constantino engañamos pues dichosos de tantos males salimos.
Los dichos han estado trabajando en la cruz y salen ELENA, MINGO y gente
MINGO: Ésta es la pura verdad, y agora lo puedes ver. ELENA: ¿Qué hacéis aquí? JUDAS: La crueldad y desdicha debe ser de nuestra infelicidad. ZABULÓN: ¡Guayas de mí! ¿Qué diremos? ELENA. ¿Qué hacéis aquí? JUDAS: Gran señora, del comisario tenemos expreso mandato agora que si la cruz no ponemos sobre las puertas de casa, nos ha de mandar quemar, que por saber lo que pasa la queríamos labrar. MINGO: Buena excusa! LEVÍ: ¡Ay, suerte escasa! MINGO: ¡Chilindrinas para Elena! Judíos, todo lo sabe, y daros la muerte ordena, porque a vuestra culpa grave iguale también la pena. Por ocultar la cruz santa que buscas, labrar querían ésta, que va los espanta, y enterándola decían que por ser la instancia tanta, decir que es la verdadera ésta que ahora labraban, y con aquesta quimera librarse de ti intentaban. ................... [ -era] Escondido, desde aquí esta traición escuché. ELENA: ¿Traidores, esto es así? JUDAS: Lo que te he contado fue. MINGO: No es sino lo que yo oí. Mándalos a puros tratos de cuerda que el sitio digan de la cruz, cuyos retratos labran. LEVÍ: ¡Que nos persigan tanto los cielos ingratos! ELENA: Decid dónde está el madero dónde el eterno Abrahán sacrificó al verdadero Isaac, y el dedo de Juan nos mostró el tierno cordero, LEVÍ: Señora, a tener noticia de él, huyéramos sin duda el temor de tu justicia; el rigor en piedad muda MINGO: Que la esconden de malicia, señora. ELENA: ¡Oh, infame gente, incrédula y contumaz! ¡Vive el Rey omnipotente, que restauró nuestra paz y en la cruz murió obediente; que os he de quitar la vida a tormentos! Vayan presos. MINGO: Garrucha hay apercibida, judíos, mas no confesos, nones dicen. JUDAS: Bien perdida será, pues tú lo dispones, gran señora ELENA: Andad, ingratos. MINGO: Yo, judíos socarrones, os daré a pares los tratos mientras dijéredes nones.
Vase MINGO con los judíos. Sale CLORO
CLORO: ¿Qué es esto, madre y señora? ELENA: Diligencias, hijo mío, son de la cruz, en quien fío que tengo de hallarla agora. Tormento tengo de dar a cuantos hebreos hallare mientras la tierra ocultare de Dios el divino altar en que se pagó a sí mismo, y en cuya ara misteriosa halló la iglesia, su esposa, su fuente y nuestro bautismo. CLORO: Palma divina, regalado cedro del fruto más sabroso y más süave que la tierra gozó; nido del ave del cielo, y no de Arabia, por quien medro. ELENA: Restauración de Adán, cuyo desmedro originó la culpa al hombre grave; árbol mayor de la divina nave que Andrés requiebra, que gobierna Pedro. CLORO: Merezca hallaros yo, laurel divino. ELENA: Alivie vuestro hallazgo nuestra pena. CLORO: Enriqueced a Elena y Constantino. ELENA: Sin vos no hay bien. CLORO: Sin vos no hay suerte buena. ELENA: Llave del cielo sois. Abrid camino. CLORO: Constantino os adora. ELENA: Y busca Elena.
Sale MINGO
MINGO: Ellos dirán la verdad, gran señora, aunque les pese. CLORO: Escuchad; ¿qué traje es ese? MINGO: Digno de mi autoridad. Comisario soy, señor, de toda la judiada que la cruz tiene ocultada. CLORO: ¿Quién te la dio? MINGO: Mi valor. Si indicios he descubierto de la cruz que oculta está y tu madre sabe ya, ¿parécete desconcierto que comisario me nombre? De ellos en oro he cobrado salarios que no me has dado, que no soy piedra, soy hombre, y he de comer. CLORO: Basta, basta. ELENA: Indicios tengo, hijo mío, de hallar la cruz en quien fío. MINGO: La gente es de mala casta, pero no seré yo Mingo, o Jerusalén verá si la cruz oculta está, que con tocino los pringo. CLORO: El cielo nos dé a los dos tal ventura. ELENA: ¡Ay, árbol santo! ¿Por qué nos dilatáis tanto la dicha que estriba en vos?
Vase CLORO. MINGO trae a JUDAS, atado en una garrucha
MINGO: Aquí está la guindaleta y el delincuente. ELENA: Colgadle hasta que la verdad diga. MINGO: Traidor, diréisla en el aire, pues no queréis en la tierra. JUDAS: ¡Ay, guayas de mí! MINGO: Aunque guayes más que cien niños de teta. JUDAS: ¿Vos sois verdugo? Y alcalde. Confiesa, perro. ELENA: Decid, ¿en qué lugar, cueva o parte os dijeron que escondida está la cruz, vuestros padres? JUDAS: No sé nada. ¡Ay! No me ha dicho cosa, mi señora, nadie, que a saberlo, lo dijera. ¡Ay! ELENA: Dadle otro trato; dadle. MINGO: ¡Ah! Judas, como él colgado. ¡Ojalá que reventases de la suerte que el primero! JUDAS: ¡Ah! ¡sayón! MINGO: ¡Ah! ¡Escriba infame! ELENA: ¿Dónde está el ara divina, deificada con la sangre de mi Dios? JUDAS: ¡Ay¡ No lo sé. MINGO: Aunque más arrojes ayes te tengo de columpiar. Otra "qui volta" tiradle. JUDAS: ¡Ay! ELENA: Di la verdad. JUDAS: Sí, haré. Haz, señora, que me bajen.
Bájanlo
ELENA: ¿Dónde está la Cruz divina? JUDAS: No sé, señora. ELENA: Sí, sabes. MINGO: ¡Oh! ¡Borracho! ¿Para aquesto pediste que te bajasen? ELENA: Hebreo, di donde está, o mandaré que te maten JUDAS: Si no lo sé, ¿cómo puedo decirlo, por más que mandes? ELENA: Atormentadle otra vez. MINGO: ¡Ah, de arriba! Columpiadme a este niño. JUDAS: ¡Ay, que tormento! ELENA: ¿Dónde está la cruz, que es llave del alcázar celestial? JUDAS: ¡Ay! yo lo diré. MINGO: En el aire, porque mientras no lo diga, no hay pensar que han de bajarle. JUDAS: Enterrada está en un monte entre el Tigris y el Eufrates. MINGO: Ya lo dijo. ELENA: ¿Dónde? MINGO: Dice que entre los tigres y frailes. ELENA: Morirás en el tormento traidor, mientras no declares donde está mi amada prenda. JUDAS: ¡Ay! La maldición te alcance de Sodoma y de Gomorra. MINGO: ¡Oh! Rabino, al fin cobarde; ¿mi gorra, que culpa tiene, que la maldices? JUDAS: ¡Ayudadme, Dios de Jacob, Dios de Isaac, Mesías santo! MINGO: Aunque llames al menjüí y al ambar gris. JUDAS: Haz señora, que me abajen, que yo la verdad diré. ELENA: Bájenle pues, y matadle si donde está no confiesa. JUDAS: ¡No es posible ya que calle, que me quebrantan los huesos y me atormentan las carnes. ¡Adios, secretos ocultos! ¡Dios de Israel, perdonadme! En el monte de Sión hicieron que se enterrase, los antiguos de mi ley, y q ue encima edificasen una casa deshonesta, donde mujeres infames con ganancia torpe y vil aquel lugar profanasen. Después Adrïano César mandó poner una imagen o estatua suya, y que allí como deidad le adorasen. Mas, vamos, señora allá y donde dijere, caven, que yo sacaré la cruz, aunque mis deudos me maten. ELENA: Vamos pues. ¡Ay, árbol mío! ¡nido santo de aquel ave, que es Fénix de nuestro amor, y en ti permitió abrasarse! Si merece mi ventura que venga, mi cruz, a hallarte, yo haré que de plata y oro un templo ilustre te labren, donde te adoren y estimen, y que el Monarca mas grave por timbre de su corona tu figura santa enlace. Avisen a Constantino, acudan sus capitanes, sus príncipes vengan todos, los sacerdotes se llamen. Instrumentos venturosos traigan que la tierra aparten que esta joya santa oculta, digna de reverenciarse. Yo os haré muchas mercedes si esta joya viene a hallarse por vos. JUDAS: Yo la sacaré. MINGO: Pues la verdad confesaste, ya serás de hoy más confeso. ELENA: ¡Ay, palma hermosa y süave! JUDAS: ¡Ay, descoyuntados hüesos! MINGO: ¡Ay, qué tocino he de darte!
Vanse todos. Sale CLORO y criados. Siéntase en una silla con un retrato en la mano, y vanse los criados
CLORO: Dejadme solo este rato, ya que está ausente mi Irene, si alma una pintura tiene, hablaré con su retrato. Similitud de un ingrato pecho, que encendiendo el mío, le provoca al desvarío de un receloso desdén, ¿por qué, queriéndote bien espero, si desconfío? ¿Es posible que el amor de tu dueño fue fingido? Pero sí, que tanto olvido dimana de su rigor. Porque de Cristo el favor sigo, ¿es razón que me deje Irene, y de mí se queje? Si de veras me quisiera, mi ley Irene siguiera; pero no hay quien la aconseje. Los dioses falsos adora, que es falsa su voluntad, y en mujer la falsedad siempre salió vencedora. ¡Quien verla pudiera agora! Un sueño me inquieta en vano. Dormir quiero. Amor tirano, mi peligro conjeturo, que no dormiré seguro, con mi enemiga en la mano.
Duérmese. Salen IRENE, ISACIO y LISINIO, de villanos
LISINIO: Entrado hemos en su tienda, sin habernos conocido nadie en el disfraz fingido que nuestros pasos ofenda. IRENE: Hoy la venganza encomienda las armas a mi rigor; mi agravio es ejecutor pues viene a satisfacerme. Pero ¿no es éste que duerme el mudable emperador? ISACIO: Él es, y los dioses altos en fe que los ha ofendido, te le dan, prima, dormido. IRENE: (Amor todo es sobresaltos. Aparte Dentro el pecho, dando saltos el corazón, inquieto anda. Matarle el rigor me manda; la voluntad no obedece, pues si la ira la endurece, con su presencia se ablanda. Pero venza la razón y el desprecio de mi ley.) LISINIO: ¿Qué aguardas? IRENE: Si el gusto es ley, monarcas mis celos son. Cobrarán satisfacción con su muerte. Amor, no hay más, sujeto a mi agravio estás. Satisfacerle colijo.
CLORO habla en sueños
CLORO: ¡Ay, Irene! IRENE: (¿Irene dijo? Aparte Pues vuélvome un paso atrás. Quien durmiendo sueña en mí, no me querrá mal despierto, ni es bien que yo llore muerto a quien vivo el alma di; mas, ¡muera!) CLORO: ¡Qué! ¿Te perdí? Irene mía. ¿Qué? ¿Estás ausente? Mal pago das a quien el alma te dio. IRENE: (¿Suya el César me llamó? Aparte pues doy dos pasos atrás; que si por suya me tiene, traidor sera mi rigor si da muerte a su señor quien a darle el alma viene. Con el retrato de Irene dormido está cuando estoy para matarle. ¿Yo soy amante? ¿Hay tal desvarío? ¡Vos con el retrato mío! Dos mil pasos atrás doy. ¡Mal haya el primero, amén, que las armas inventó, si tengo de llorar yo por ellas el mayor bien! ¡Afuera, ingrato desdén! ¡Fuera, venganza atrevida! que quien ama tarde olvida, y si lo intenta, no acierta.) Despierta, César, despierta, que está en peligro tu vida. CLORO: ¡Válgame la cruz sagrada! ¿Qué voz el cielo me envía? ¡Irene del alma mía! IRENE: ¡Prenda por mi bien hallada! A matarte vine airada, pero ¿cuándo supo amor ejecutar el rigor en presencia del que adora? Contra esta mano traidora contra su esposo y señor Venga tu agravio en Irene. CLORO: Si haré con aquestos brazos, que con amorosos lazos mi ventura se previene. IRENE: Lisinio a matarte viene y Isacio, aunque el ser mi amante le disculpa. CLORO: ¿Hay semejante traición? ¿hay atrevimiento igual? LISINIO: ¡Oh, mujeres! ¡Viento en la inconstancia! CLORO: Villano, ¿tú contra mi? ¿Tú, tirano? ¿Y el propuesto juramento? LISINIO: El verte seguir a Cristo, de Irene las persuasiones, desleales ambiciones me obligan a lo que has visto. CLORO: ¿Cómo mi enojo resisto? ISACIO: A tus pies pido, señor, perdón, si basta el amor a disculpar mi delito. IRENE: Si tu cólera limito, perdona a Isacio por mí. CLORO: Yo le perdono por ti, que en todo, mi bien, te imito. Y a ti, Lisinio traidor, indigno de mi corona; que el que injurias no perdona, no se llame emperador. LISINIO: Dame esos pies. CLORO: Mi valor se venga de esta manera. Darte la muerte pudiera que piden tus tiranías, pero las ofensas mias no se vengan. Oye, espera. LISINIO: ¿Qué mandas? CLORO: Dos juramentos hiciste, que has quebrantado. Ya el uno está perdonado, y en él tus atrevimientos. Con martirios y tormentos los cristianos perseguiste; a infinitos muerte diste, asombro siendo del mundo, y el juramento segundo bárbaro y crüel rompiste. Bien puedo yo perdonar mis agravios, pero no los de Dios, que me mandó sus contrarios castigar. Vengan en ti a escarmentar desleales y crüeles, y los romanos laureles sepan en mi desatino que así venga Constantino la sangre de sus Abeles.
Dale muerte dentro
IRENE: ¡Matóle! ¡Heroico valor! Pero es justo aqueste pago de mis servicios. ¿Qué estrago hizo jamás el rigor yéndole a la mano amor? Refrenaron mis enojos su vista. ISACIO: Leves antojos te disculpan, enemiga. IRENE: Nadie que se venga diga si ve a su amante a los ojos.
Vanse todos. Salen ELENA, MINGO, y JUDAS, con azadas
ELENA: Cruz divina, en quien adoro, si yo os hallo, si yo os veo, rico queda mi deseo, infinito es su tesoro. La primera quiero ser que saque, mi cruz, la tierra que como mina os encierra. Merézcaos mi dicha ver. JUDAS: En aqueste monte está, conforme la tradición, señora, de mi nación. MINGO: De sepulcro os servirá el hoyo que hemos de abrir, si no parece, judío. JUDAS: Que hemos de hallarla, confío. ELENA: Ni el oro que ofrece Ofir, mi cruz, se iguala con vos, ni las riquezas del Asia, ni el cinamomo y la casia, que sois árbol de mi Dios, lleno de valor divino. MINGO: Comencemos a cavar. ELENA: Haced primero llamar a mi hijo Constantino; no pierda el precioso hallazgo de esta joya soberana, pues en ella el César gana tan ilustre mayorazgo. MINGO: Voyle a llamar; pero él viene, trocando el cetro en azada.
Salen IRENE Y CLORO con una azada
CLORO: Murió el tirano, y mi espada, hermosa y querida Irene, a vuestros pies, si es capaz, mi bien, del que en vos encierra, trueca mi enojo y su guerra en vuestra amorosa paz. IRENE: Con tanto gusto la admito, generoso emperador, que en fe de mi firme amor, en cuanto hacéis os imito. La cruz preciosa buscad, que yo desde aquí, con vos, a Cristo tendré por Dios rendida mi voluntad; que quien a un César obliga a que la tierra grosera cave de aquesta manera y humilde sus pasos siga, no es posible que no tiene fuerza de Dios y valor. CLORO: Echaste el sello a mi amor, discreta y hermosa Irene, y si idólatra te amé, contra nuestra ley tirana, ya agradecida y cristiana sol de mis ojos te haré. ELENA: Hijo, solamente a vos os aguarda mi deseo para buscar el trofeo y triunfo eterno de Dios. Con ese humilde instrumento mostráis mayor majestad que con él autoridad de vuestro imperio opulento. Vamos los dos a este monte, preñez del parto que espero, nacerá el sol verdadero que dé luz a este horizonte. Yo he de dar, postrada en tierra, la primera azadonada. CLORO: Si es, madre y señora amada, el depósito esta tierra del tesoro que esperamos, pidamos juntos los dos favor a su fénix Dios. ELENA: Bien dices, hijo, pidamos. CLORO: Puente divina, en piélago profundo, que Dios franquea y pasa en mi reparo; pendón del cielo, e imperial labaro del Monarca divino sin segundo. ELENA: Báculo de Jacob, en quien me fundo sustentar mi esperanza; Oriente claro, antes Ocaso, donde el pueblo avaro hizo ponerse el Sol, que alumbra el mundo. CLORO: Arco de paz, que venturoso adoro. ELENA: Cátedra donde Dios leyó de prima. CLORO: Tálamo del amor, feliz misterio. ELENA: Merezcamos hallar vuestro tesoro. CLORO: Dadnos la joya que mi suerte anima, y estableced con ella nuestro imperio.
Cavan, y suena un gran ruido, y cae una montaña, donde estarán las cruces, y canta una VOZ
VOZ: "Constantino, sólo a vos se reserva esta ventura. Ésta es la cruz que procura vuestra fe, cama de Dios." CLORO: ¡Oh, misterio soberano! ¡Oh, celestial interés! MINGO: Una buscáis, y son tres las que halláis. IRENE: César cristiano, derretida por los ojos sale a ver alegre el alma este cedro, aquesta palma que a Dios tuvo por despojos. ELENA: Sí; ¿pero cuál de ellas es la cruz en quien Dios derrama su sangre, y sirvió de cama a su muerte? CLORO: Aquí están tres. ¿Cómo haremos experiencia de la que es joya infinita? JUDAS: Si vuestro Dios resucita muertos la misma excelencia tendrá la cruz verdadera. Manda traer un difunto, y aquella que diese al punto vida al muerto, que no espera, en tocándole, esas dudas satisfará. CLORO: Buen consejo. MINGO: Sin fe le habéis dado, viejo; mas ¿qué mucho si sois Judas? CLORO: A Lisinio muerte di por idólatra y traidor. La cruz le ha de dar favor y vida. Tráiganle aquí. MINGO: Vamos por él. ELENA: ¡Palma santa que veros he merecido! CLORO: ¡Que tal ventura he tenido! IRENE: ¡Que por vos, divina planta, salí de la confusión de la ciega idolatría!
Traen a LISINIO muerto, sobre una tabla
MINGO: Ya un buitre, señor, quería hacer con él colación. CLORO: La cruz primera bajad, y al muerto pongan sobre ella. JUDAS: Si cobra la vida en ella, yo tendré por ceguedad la ley que el hebreo profesa y la sinagoga adora. Yo seré cristiano agora, si tal veo.
Toma MINGO la primera cruz
MINGO: ¡Oh, cómo pesa! No la llevara un Sansón, y más si sube una cuesta. ¿Quieren apostar que aquésta fue la cruz del mal ladrón? CLORO: Ponelda encima los dos del difunto. ELENA: Dadnos luz si sois vos, divina cruz, la que dio abrazos en Dios. MINGO: ¡Pardiós! Tan muerto se está como su agüelo. ¿Qué espera? que esta cruz ya salió huera. CLORO: Sin duda esotra será el árbol divino y santo. Quitalda. MINGO: Yo bien decía que del mal ladrón sería cruz, señor, que pesa tanto.
Trae MINGO la segunda cruz
Pues ésta no le va en zaga. Dándome va testimonio que es la cruz del matrimonio, segun pesa. CLORO: En ella se haga la experiencia apercibida. ELENA: Pues en la cruz dio a la muerte muerte Dios, por nuestra suerte dad a este muerto la vida, si sois vos, mi cruz, la cierta en quien se hizo aquesta hazaña. MINGO: A la primera acompaña. IRENE: ¿Muévese? MINGO: Sí, a esotra puerta. CLORO: Yo he de traer la tercera, que la fe a ello me inclina.
Trae CLORO la cruz de Cristo
ELENA: Esfera de Dios divina, si sois la verdadera, sacadnos de aquestas dudas. JUDAS: Si ella tal milagro hiciese, sería ocasión que viese el mundo cristiano a Judas. CLORO: Árbol que en el paraíso de vida da fruto eterno, en quien el racimo tierno su licor exprimir quiso, mostrad agora que en vos nuestra ventura hemos visto.
Pónenla sobre LISINIO, y éste resucita
LISINIO: No hay más Dios que Jesucristo. Cristo es verdadero Dios. JUDAS: Y yo cristiano desde hoy. IRENE: Yo la ley de Cristo sigo. CLORO: Yo de sus glorias testigo. ELENA: Y yo mil gracias le doy. LISINIO: Yo con penitencia larga, cruz, por vos adquiriré el bien que perdí sin fe. ELENA: Mi devoción, cruz, se encarga de haceros un templo tal, que no iguale a vuestra iglesia la antigua fábrica Efesia, ni el de Delfos le sea igual. CLORO: Llevémosla entre los dos al Calvario, donde esté, pues en él, señora, fue el triunfo y muerte de Dios. ELENA: Con vuestro hallazgo, soberana planta, granjeó nuestra dicha la riqueza de más valor, más precio y más grandeza que de Alejandro Grecia finge y canta. CLORO: Yo, señal misteriosa y sacrosanta, os pienso colocar en mi cabeza, cifrando en vos mi imperio y fortaleza, dando a mis sucesores dicha tanta. ELENA: No os tiene que dejar, preciosa oliva, palma, cedro y laurel, mi justo celo, pues deposito en vos el bien que he visto. IRENE: La cruz de Cristo viva. TODOS: ¡La Cruz viva! CLORO: Árbol del mejor fruto, Iris del cielo. TODOS: ¡Viva la cruz adonde murió Cristo! CLORO: Ya su hallazgo habéis visto. A su triunfo os convida y demos fin al árbol de la vida.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002