ACTO SEGUNDO


Por una puerta cuatro CABALLEROS, el CONDE de Penamacor, don BASCO, doña MARÍA y Juan de ULLOA; por otra cuatro LABRADORES con el pendón de Castilla; los primeros con el de Portugal
ULLOA: ¡Oíd, oíd! ¡Castilla por Alfonso y doña Juana! CABALLEROS: ¡Vivan muchos años rigiendo propios, conquistando extraños!
Esto se ha de hacer sobre un tablado, alzando tres veces los pendones, con clarines y trompetas
LABRADOR 1: ¡Oíd, oíd! ¡Castilla por Fernando e Isabel! LABRADORES: ¡Felices años vivan, imperios gocen, su laurel reciban! ULLOA: Labradores, hombres buenos, oficiales, que la plebe de esta ciudad populosa moráis leales y fieles, ¿qué desbocado furor os ciega, para que aleves constituyáis pueblo aparte y amotinéis tanta gente? Las ciudades de Castilla cuando alzan por sus reyes pendones, a los principios al regimiento dan siempre el derecho de esta acción, y la nobleza es quien tiene por oficio el aclamar al príncipe que sucede. Alférez mayor de Toro soy, a quien sólo se debe esta ceremonia ilustre. ¿Quién, pues, se opone a su alférez? Los nobles en forma y cuerpo de ciudad festivos vienen a justificar acciones de doña Juana, que reine con su esposo, Alfonso el quinto, siglos felices y alegres. Desatinos refrenad, que bárbaramente os pierden. Hasta agora ¿quién ha visto los plebeyos oponerse a los nobles en alardes generosos y solemnes? ¿Cómo sabrá el labrador entre el azada y los bueyes puntos que el jurisperito con dificultad entiende? Comprometed vuestras dudas en cabeza que os gobierne. Regimiento tenéis sabio, vuestro sosiego pretende. Hombres buenos, reducíos; y lo que no os pertenece dejad a quien tiene el cargo. Alfonso es santo y prudente, doña Juana hija de Enrique. Divinas y humanas leyes en Castilla los amparan. LABRADOR 1: No queremos portugueses.
Sale doña MARÍA Sarmiento
MARÍA: ¡Barbaros, que sin discurso, con desordenadas leyes, siendo vulgo desbocado, no hay persuasión que os enfrene! ¿Qué rústica ceguedad con descaminos os mueve a despeñaderos locos que os pronostican la muerte? ¿Entendéis lo que aplaudís? ¿Conocéis lo que os conviene? ¿Qué derechos estudiasteis? ¿Qué escuela os dio pareceres? Los surcos del tosco arado, ¿son cláusulas suficientes que mano rústica escriba y la aguijada margene? ¿Sabéis quién es don Alfonso; la justa acción con que viene, el valor de sus vasallos, los héroes de quien desciende? ¿Conocéis a doña Juana? ¿Oísteis jamás que hereden a Castilla, habiendo hijos, hermanas que los ofenden? Pues escuchad sosegados, si la razón os convence, que para acción tan notoria basta aclamarla mujeres. La casa de Portugal, del tronco es un ramo verde de los reyes de Castilla, y su primero ascendiente, don Alfonso magno el sexto, que al conde Enrique, el valiente, ilustre en virtud y en armas, sol de los Sirios franceses, dio a su hija doña Elvira, y en dote el Condado fértil de Portugal, hasta entonces estrecho, pobre y estéril; mas ya dilatado reino, tanto, que invencible extiende su diadema a la Etiopía, que sus quinas obedece. Con la sangre de Castilla, sin ésta, otras doce veces sus príncipes se casaron. Siendo esto ansí ¿habrá quien niegue ser Alfonso castellano en la sangre, descendiente por todo un lustro de siglos de nuestros invictos reyes? Por sola esta acción pudiera, a pesar de los rebeldes, pretender la sucesión que la malicia divierte. Vuestra princesa es su esposa; por hija suya la tiene Enrique el cuarto, jurada por los mismos que la venden. Si a las portuguesas quinas, con que el cielo favorece aquel reino, pues bajaron de sus esferas celestes, los castillos y leones se juntan ¿qué imperio puede contrastarnos? ¿Qué nación ha de haber que no nos tiemble? Abrid los apasionados ojos, pues la verdad vence nubes de apariencias falsas que eclipsar su luz se atreven. Vivan y reinen los dos, que por diez años prometen haceros francos y libres, sin que los de Toro pechen, Zamora, humilde y leal, los recibe, y con solemne demostración los aclama por sus naturales reyes. Vuestra vecina es Zamora. ¿Razón será que os afrente la fe de vuestros vecinos y que la ventaja os lleven en la lealtad que blasonan? La nobleza toda viene a persuadiros verdades; permitid que os aconseje. Las letras los adjudican el reino, y los más prudentes de Castilla se conforman con sus sabios pareceres. Las armas en su defensa, si razones no convencen, a costa de nuestras vidas mostrar su valor prometen. Nuestros vecinos sois todos; derramar el amor teme sangre de su cara patria. Unos muros y paredes nos hospedan; unos frutos nos sustentan y una gente república nos conforma, sólo en esto diferentes. Vuestra rüina amenazan vecinos de Toro, cesen guerras civiles. ¡Alfonso y su esposa reinen! CABALLEROS: ¡Reinen! LABRADOR 1: Si los dos nos hacen libres, deudos, amigos, parientes, y ha de quedar franca Toro, necio es quien tal dicha pierde. LABRADOR 2: Juren, que nos harán francos. CONDE: Yo os lo juro. TODOS: ¡Pues reinen!
Sale ANTONA
ANTONA: ¿Quién ha de reinar, cobarde, sino Fernando e Isabel? Soltad el pendón, que en él hará mi lealtad alarde.
Quítasele
Infame interés aguarde quien de sus promesas fía; que si vuestra villanía, avarienta se rindió al oro, no al menos yo, que soy Antona García. A ellos digo, los de allá, que porque son caballeros se precian de argumenteros. por lo que Alfonso les da. Sepan que no es tiempo ya de arguciones, porque es clara la razón que nos ampara. Defiéndanlos sus doctores; que acá somos labradores y yo no he sido escolara. Soldemente sé decillos que no hay ley que el reino dé a doña Juana; el por qué pescúdenlo a los corrillos. No oso yo contradecillos; voz del puebro es voz de Dios. Si sois de otro bando vos, Marihidalga, bachillera, contradecidlo acá huera y avendrémonos las dos. A no dudar de ofender honras, que acata el respeto, de doña Juana el defeto yo vos lo hiciera entender. Soy mujer y ella es mujer; yo honro mi naturaleza; mas, ¿cuál, diga la nobreza, es mijor que al reino acuda, una hija de Enrique en duda o una hermana con certeza? ¿Quién puede saber mijor esto, que el duque leal de Alburquerque? ¿O qué señal busca el dudoso mayor? Su vida, hacienda y valor a nuesa Isabel ofrece y a la vuesa no obedece. Privado del rey difunto cuenta con aqueste punto, que es más de lo que parece. Por más que estodie, responda quien huere letrado aquí, si puede, que para mí esta razón basta y bonda. La verdad nubes esconda de engaños. ¿El duque deja a doña Juana y se aleja de ella por doña Isabel? Pues aténgome con él, como castellana vieja. MARÍA: Pues, ¿tú te atreves, grosera, a contradecir letrados tan doctos? ANTONA: Tan sobornados, diréis mijor, caballera. Bajad, salid acá huera, veamos qué esfuerzo cría la nobreza y hidalguía, y quede esta duda llana. CONDE: ¿Quién reina, Isabel o Juana? LABRADOR 1: Digalo Antona García. ANTONA: Digo que quien huere fiel a doña Isabel reciba por señora. LABRADOR 1: ¡Isabel viva! ULLOA: Temed vuestro fin crüel. ANTONA: A Fernando y a Isabel se les debe la corona. Esto la lealtad pregona. ULLOA: ¡A ellos, pues, caballeros! ANTONA: ¡Ánimo, mis compañeros! ¡Que aquí tenéis vuesa Antona! LABRADOR 1: Mal podremos, desarmados, pelear. ANTONA: ¿No hay palas, bieldos, trancas, arados? Traeldos, que aquí bondan los arados. ULLOA: Daldos por desbaratados sin orden y sin milicia. ANTONA: Donde reina la codicia vence siempre la razón, con el asta del pendón defienda Dios mi josticia.
Quita el asta y pelean unos con otros
.................. ..................... ..................... .....................: ..................... ..................[ -ores ] ¡A ellos, mis labradores, que ya se van retirando! ¡Nuesa Isabel y Fernando vivan con sus valedores!
Retíranse y vuélvese a salir ANTONA con tres soldados, y sale el CONDE de Penamacor
CONDE: ¡Soldados, haceos afuera, no maltratéis el valor que ha visto, España mayor! Guerreadora hermosa, espera; detén la mano severa, pues aunque airada, ofendida ................... [ -ida] muerte intentas dar en vano, si a cuantos mata tu mano dan luego tus ojos vida. Si vida mirando quitas, ¿para qué las armas tratas, o por qué los hombres matas, si luego los resucitas? Mata una vez, no permitas dar vida para tornar segunda vez a matar a quien vencerte porfía, que no es para cada día morir y resucitar. ANTONA: ¡A buen tiempo, a fe de Dios, me resquiebra y enamora! ¡Pelead, seboso, agora; que mala Pascua os dé Dios! CONDE: Oye. ANTONA: Si os alcanzo a vos, apostemos que vos quito el mál. CONDE: Eso solicito. ANTONA: Atendedme, pues, un rato, veréis si esta vez os mato, después cómo os resocito.
Arriba doña MARÍA con una piedra grande que arroja sobre ANTONA y cae en el suelo desmayada
MARÍA: Mientras viva la villana poco Toro se asegura. Adiéstreme la ventura de Alfonso y de doña Juana. ANTONA: ¡Ay, cielo¡ A traición me han muerto. MARÍA: Hidalgos de Toro, aquí con la victoria salí. Murió Antona. CONDE: Si eso es cierto no viva yo, pues sin ella ya, no tengo que esperar. MARÍA: Acabadla de matar, y perderán con perdella el ánimo los villanos. TODOS: ¡Muera Antona, Alfonso viva! MARÍA: En eso mi suerte estriba.
Quieren acabarla los SOLDADOS
CONDE: Tened las violentas manos; dadme a mi muerte primero.
Defiéndela el CONDE
MARÍA: Conde de Penamacor, ¿Qué es esto? CONDE: Tener amor; ser portugués caballero. Al rendido es villanía injuriarle, yo la adoro. Hidalgos nobles de Toro, ¿qué es de vuestra cortesía? Ya huyen los labradores, ¿qué queréis de una mujer casi muerta? LABRADOR 1: No ha de haber en nuestra ciudad traidores. Si a vuestro rey sois leal mirad a quien dais favor. CONDE: Yo sirvo al rey, mi señor, y quien reina en Portugal no se da por agraviado de una mujer, cuya fama para su alabanza llama plumas que han eternizado otras que menos han hecho. MARÍA: Acabadla de matar. CONDE: Si hacéis eso han de pasar vuestras armas por mi pecho. MARÍA: Pues vaya presa. CONDE: Eso sí; mas su alcaide seré yo, porque de los que ofendió pueda estar segura ansí. LABRADOR 2: Si la tenéis voluntad libraréisla. MARÍA: Haced primero como noble y caballero pleito homenaje. LABRADOR 1: Jurad. CONDE: Por la cruz de aquesta espada juro, pena de caer en mal caso, de tener su persona tan guardada como el mayor enemigo, mientras Toro se sosiega; y como el traidor que entrega castillo o fuerza me obligo a pasar por cualquier ley de menosprecio y afrenta, si de ella no diere cuenta, que ansí cumplo con mi rey, con mi hidalga inclinación y el fuego con que me abrasa. MARÍA: Su cárcel es vuestra casa. CONDE: Su esfera mi corazón. MARÍA: Ponga el regimiento en ella, gente de guarda. CONDE: ¡Ay de mi! Ponga el cielo guarda en mí que no me deje ofendella. ¡Pobre de vos, alma mía, si muere el daño que adoro! MARÍA: Nunca Alfonso entrará en Toro viviendo Antona García.
Vanse, llevando el CONDE en brazos ANTONA desmayada. Salen la REINA católica, el ALMIRANTE, don ANTONIO de Fonseca, el MARQUÉS de Santillana y SOLDADOS
REINA: Alfonso está en Zamora con doña Juana, y este trato ignora. Alcaide es de su puente Pedro de Mazariegos, tan valiente como fiel; persuadido por don Francisco de Valdés, que ha sido de mi casa crïado, entregarnos la puente ha concertado. Si el rey mi señor, lleva gente de noche, que a fïar se atreva de su palabra. Es noble; no temo que nos haga trato doble. ALMIRANTE: Si al portugués prendemos con su esposa en Zamora, no tenemos a quien tema Castilla. REINA: Antes espero que podré en la silla suceder portuguesa, si mi derecho anima nuestra empresa; puesto que airado el cielo se la negó a don Juan, mi bisabuelo. ANTONIO: Todo el tiempo lo trueca. REINA: Tío Almirante, Antonio de Fonseca, esto se nos ofrece; marqués de Santillana ¿qué os parece? MARQUÉS: Que importa la presencia del rey, nuestro señor, cuya asistencia hará seguro y cierto lo que hay que recelar de este concierto. REINA: Ya el Rey está avisado; y puesto que el alcázar ha sitiado de Burgos, no habrá duda que con secreto y brevedad acuda a lo que tanto importa. ANTONIO: Si toma postas, la jornada es corta. REINA: Esta noche en efeto le aguardo. ALMIRANTE: En tales casos el secreto y ejecucion, senora, a la Fortuna sacan vencedora. REINA: Esta pequeña aldea alojamiento nuestro agora sea; que de Toro vecina a Zamora, mejor nos encamina, pues, si cual pienso, viene esta noche Fernando, cierta tiene su dicha la victoria; y si se tarda, gozaré la gloria yo sola de esta hazaña. ALMIRANTE: ¡Valor de la Semíramis de España!
Sale BARTOLO
BARTOLO: ¡Ay, el mi amo malogrado, la mi Antona mal herida, la mi borrica prendida, yo el solo y desmamparado! Jumenta de ell alma mía, sin vos ¿qué ha de hacer Bartolo, pobre, sin amos y solo? La flor de la burrería ¿qué es de vos? REINA: Ved lo que tiene ese pobre labrador, sin borrica, sin señor y sin Antona. No viene un daño solo. ANTONIO: ¿A quién lloras? BARTOLO: A la metá de la mi alma; con la jáquima y la enjalma se la llevan. En dos horas perdida la Antona nuesa, el amo y la burra mía. Si es castellana, ¿podía ser mi burra portuguesa, señor? ANTONIO: Pues, Bartolomé, sosiega; ¿no me conoces? BARTOLO: Si la viera tirar coces; quedéme desde hoy a pié. ¿No es el señor Antón, de Fuenseca? ¡Ay! si sopiera mi mala ventura y viera a nuesa Antona en prisión, a Juan de Monroy morido y a mi burra caitivada, Tagarabuena quemada, el ganado destroido, y todo en menos de una hora, no me conortara ansí. ANTONIO: Sosiégate, que está aquí la reina, nuestra señora. REINA: ¿Qué hombre es ése? ANTONIO: Es un pastor que sirve a Antona García REINA: ¿A mi amiga? BARTOLO: La servía; mas desde hoy más--¡ay, dolor!-- no la serviré; esta guerra todo lo vino a asolar. REINA: ¿Murió? BARTOLO: Ya debe de estar hendo bodoques de tierra. Levantaron los de Toro, los que son hidalgos digo, pendón por ell enemigo. Diga, el portugués ¿es moro, o cristiano? ANTONIO: Cristiano es. REINA: ¿Hay mayor simplicidad? BARTOLO: ¿Cristiano? Creo que es verdad. Saliéronlos al través los labradores, y Antona con las armas de Aragón y Castilla en un pendón; y al tiempo que uno pregona, "¡Viva Alfonso y doña Juana!" la nuesa Antona García que "¡Viva Isabel!" decía; y con su gente aldeana, arrancando del pendón ell asta, y dando tras ellos, hizo a todos retraellos al puro del coscorrón. Sin estorbarla la ropa, diez mata y tantos heridos, que para quedar guaridos no tien Portugal estopa. Y cuando ya los tenía casi a pique de vencer un dimuño de moger, llamada doña María Sarmiento, de una ventana medio tabique arrojó con que en la cholla la dió. ¡Hazaña, pardiez, villana! Y dando en tierra con ella, a no guardarla un señor Conde de Espinamelchor, dolrado hubieran por ella. Juró de guardarla presa. Dieron tras los labradores; como no eran guerreadores y en prisión la Antona nuesa, fuera los echaron hoy de la ciudad desterrados, muertos, o descalabrados, y entre ellos Juan de Monroy, nueso amo, que ya estará donde ni comen ni beben; con esto a robar se atreven lo que quedado mos ha. Hueron a Tagarabuena los sebosos y robaron cuanta hacienda dentro hallaron. Mas lo que me da más pena es mi burra la berrueca, la mitad del alma mía. ¡Ay, Dios! Bien la conocía el buen Antón de Fuenseca. Llévala el bando crüel sin culpa, esto es cosa llana, que ni ella vio a doña Juana ni a Fernando ni a Isabel; ni en su vida se metió en que una u otra quedase vencedora o que reinase; soldemente, pienso yo, por no ser de nengún bando que diría en tal baraja, "Dios me ayude con mi paja y reine Alfonso o Fernando." ¿Qué ha de her Bartolo ahora viudo sin tal compañía? REINA: ¿Presa está Antona García? BARTOLO: Herida y presa, señora. REINA: Pesárame que se muera tan valerosa mujer. BARTOLO: Pues mi burra, ¿qué ha de her, que castellana vieja era, si renegar y tornarse de enojo portuguesera? .................... ..................... REINA: No sé qué diera, Almirante, por ver esta labradora libre. ALMIRANTE: Paga, gran señora, sentimiento semejante su fe y amor justamente. BARTOLO: ¡Ay, mi burra! ANTONIO: Yo os daré una yegua. BARTOLO: No hallaré desde Leviante a Puniente .................[ -ente] quien de esta pena me escurra, que era muy linda mi burra, no quitando lo presente. Yo sé, si la conociera, que al punto la enamorara; si ell hocico, si la cara, si el diente de a geme viera, si el pescuezo, si la cola, mal año para abanico de dama oloroso y rico; con una colada sola mataba diez moscas juntas. ¿Pues qué, cuándo rebuznaba? Cuatro barrios atronaba aguzando dambas puntas. Llegóse el tiempo importuno, perdíla para más daños en el abril de sus años, que aún no llegaba al veintiuno, que veinte este marzo hiciera. MARQUÉS: ¡Donoso pastor, por Dios! ANTONIO: Ya os daré con que otras dos compréis. BARTOLO: Pues de esa manera consuélome, que otramente, --¡pardiez!--que pudiera ser que hiciera... ANTONIO: ¿Qué habéis de hacer? BARTOLO: Ahorcarme sofatamente por ell alma de mi parda. ANTONIO: ¿Qué decís? BARTOLO: ¡Qué me sé yo! ANTONIO: ¿Vos sois cristiano? BARTOLO: O si no... ANTONIO: Decidlo. BARTOLO: Vender la albarda.
Sale don ÁLVARO de Mendoza
ÁLVARO: El rey está, gran señora, media legua de aquí. REINA: Ya, marqués, el cielo nos da por conquistada a Zamora. ¿Quién viene con él? ÁLVARO: Secreto salió de Burgos ayer. No ha cesado de correr postas. Fingióse a este efeto enfermo, y nos ha mandado que nadie en su tienda entrase, sino que se divulgase que, porque estaba sangrado, a ninguno daba audiencia, y al tiempo que anocheció, disimulado salió, teniendo la diligencia de Fernando Álvarez puestos en las Huelgas dos caballos, y con solos tres vasallos, a morir por él dispuestos, que es el uno don Rodrigo de Ulloa, puesto que hermano de Juan de Ulloa, que en vano en Toro es nuestro enemigo, yo el otro, y su secretario Fernán Álvarez, se dio tal prisa, que al fin llegó, donde si nuestro contrario no ha sabido este suceso o el alcaide no se muda, Zamora es nuestra sin duda, y Alfonso quedará preso. Por lo que en serviros goza mi fe, delante he venido. REINA: Digno de vuestro apellido sois, Álvaro de Mendoza. Marche el campo a recebir a Fernando, mi señor, que su presencia y valor esta noche ha de rendir la portuguesa porfía. ANTONIO: Es suya propia esta empresa. REINA: Mucho siento dejar presa a nuestra Antona García. ANTONIO: Es gran mujer; no me espanto. REINA: Yo premiaré sus hazañas. BARTOLO: ¡Ay, burra de mis entrañas! ¡Quién, vos dijera otro tanto!
Vanse. El CONDE de Penamacor y ANTONA, presa
CONDE: El cirujano os espera. ANTONA: Bóndame una telaraña; yo soy de buena calaña, no hayáis miedo que me muera. Basta que hayáis porfïado en que me sangre. CONDE: La herida pone a riesgo vuestra vida. ANTONA: La Sarmiento me la ha dado; poco mal hace un sarmiento. Si la cojo, ¡pobre de ella! CONDE: Creed, mi valiente bella, que con tanto extremo siento vuestro mal, que no me atrevo a daros cierto pesar que mi amor ha de alegrar. ANTONA: Ya sé que la vida os debo y que si no lo estorbaran tres cosas, pudiera ser que deudas de un buen querer mis deseos os pagaran. CONDE: ¿Y son? ANTONA: El tener marido la primera y prencipal; el ser vos de Portugal la segunda, que he aborrido gente de vuesa nación; la otra el ser yo villana y vos conde, que no gana cosa con vos mi afición. Porque pretender de mí lo que el bien querer procura, si no es por mano del cura es, ya lo veis. frenesí; e imaginar que los dos hemos de hacer compañía; yo, villana, y señoría en Portugal, conde, vos; vuestro oro junto a mi paja; la seda junto al sayal, fuerza es que parezca mal, porque ni pega, ni cuaja; y así será lo mijor no cansaros sin provecho. CONDE: Como esas mezclas ha hecho el artificioso Amor. De las tres dificultades la mayor está ya suelta, que la Fortuna, resuelta en ejecutar crueldades, a vuestro esposo dio muerte. ANTONA: ¿Qué decís? CONDE: Juan de Monroy murió. La pena que os doy, aunque en favor de mi suerte, me llega hasta el corazón. ANTONA: Si murió, venturoso él; pues como vasallo fiel dio a su rey satisfacción. De que era, en fin, dueño mío no le imagino llorar; lágrimas trueque el pesar en venganzas, que yo fío que mi mudo sentimiento por su muerte, ha de encender a Toro, aunque soy mujer. Yo haré, abrasando el sarmiento que estas desdichas apoya, que quien lo ofendió lo pague; yo, sin que el mundo lo apague, convertiré a Toro en Troya. Andad, conde, idos con Dios. Si hasta agora quise mal la gente de Portugal, agora a toda y a vos aborrezco de tal modo que si no os vais, aunque herida... CONDE: Advertid que en vuestra vida se cifra mi alivio todo; no añadáis con el enojo peligros a ese accidente. Creed de mi amor ardiente, que pues por dueño os escojo, mejore, si vos queréis, la suerte que el vuestro llora. ANTONA: Idos, conde, en la mala hora. CONDE: Pues sola ¿qué pretendéis? ANTONA: Que os vais antes de apurarme la paciencia que me queda. CONDE: Dadme permisión que pueda curaros. ANTONA: Ya no hay curarme, mientras que sobre la herida que me dieron a traición no me ponga el corazón de la Sarmiento homicida; mas, presto hacerlo presumo. CONDE: Vuestro daño reparad. ANTONA: Conde portugués, mirad que se me sube el humo a las narices. ¿Queréis verme sana? CONDE: Eso deseo. ANTONA: Pues entretanto que os veo presente, no lo esperéis. Idos, acabemos ya. CONDE: Condición tenéis extraña. La pasión, Antona, os daña más que la herida. Si os da alivio el que yo me ausente, no pretendo yo añadiros pesares a los suspiros que os causa tanto accidente. Cama tenéis, reposad mientras os hago traer de cenar. (¿Hay tal mujer?) Aparte
Vase el CONDE
ANTONA: Sola estoy. Antona, dad a vuestro Juan de Monroy venganza, pues ya se ha muerto. Durmiendo a la gente advierto; guardada con llave estoy; valerme pienso del vino que sepulta a los soldados con mi herida descuidados; quemar la puerta imagino que me impide la salida. El bálago de la cama podrá dar prisa a la llama, y su madera encendida me abrirá franca la puerta. No teme mi enojo al huego que el de mi venganza ciego hará que esotro divierta. Envolveréme en las mantas y entre llamas y centellas arrojándome por ellas saldré, que no serán tantas que estorben lo que presumo. Ea, injurias vengadoras, vamos, que entre labradoras suele ser aceite el humo. El candil voy a pegar a la paja, y la madera podrá con venganza fiera estas puertas derribar. Buscaré a la luz del huego la Sarmiento que me incita, que en esotro cuarto habita; y si a descobrirla llego podrá la cólera mía vengarse de la pedrada. Sabrá, aunque descalabrada, quien es Antona García.
Vase. Salen doña MARÍA Sarmiento y el CONDE de Penamacor
MARÍA: Conde, vos habéis de ser causa de perderse Toro, si contra vuestro decoro amparáis esta mujer. Muerta ella, los labradores, que en sus locuras se fían aunque rebeldes porfían, siguiendo avisos mejores, con temor de sus castigos defenderán nuestro bando por Isabel y Fernando domésticos enemigos han de morir, mientras viva la que su parcialidad defiende. CONDE: Menos crueldad ha de tener quien estriba en la nobleza, señora, que vuestro valor ampara. MARÍA: Eclipsa su sangre clara quien como vos se enamora de una rústica villana, y ponéis en opinion vuestra fe y reputación siendo tal la lusitana. CONDE: Mi rey sabe lo que tiene en mí; y por ser vos mujer no me tengo de ofender de ese agravio, ni conviene a la opinión portuguesa que muestre temor liviano, más que al campo castellano, a una labradora presa, Herida está y a la muerte; ¿qué más honroso blasón deseará vuestra nación desluciendo nuestra suerte, que decir que una mujer nuestro crédito atropella, y que por librarse de ella, presa y en nuestro poder, su sangre un conde derrama? ¿Qué opinión con esto crece si nuestro nombre envilece y nuestra nación infama? MARÍA: Pues resolveos vos en eso, conde de Penamacor, y veréis si era mejor prevenir cuerdo el exceso, que temo mientras Antona nos diere desasosiego
Grita y alboroto dentro
UNOS: ¡Traigan agua! OTROS: ¡Fuego, fuego! MARÍA: ¿Qué es esto? CONDE: Fuego pregona la confusión de esta casa. UNOS: ¡Favor, que todo se quema! MARÍA: ¿Quién hay que morir no tema? TODOS: ¡Agua, que todo se abrasa! UNO: Las puertas nos han cogido. OTROS: ¡Ayuda, cielos, favor! CONDE: (Fuego es más vivo el amor, Aparte pues el alma me ha encendido.)
Sale ANTONA con un palo de cama
ANTONA: Yo soy quien, no alevemente, como quien piedras arroja, del huego, presa, me valgo, elemento que acrisola como el oro las lealtades. Prueben tocas contra tocas la fe que a sus reyes deben las como vos generosas; no desde las altas rejas con piedras, armas traidoras, que pues vos forzó a tirarlas, mi envidia vos tiene loca. A mis manos pagaredes la viudez, que lastimosa sin mi amada compañía a vengarse me provoca. Antona soy, la Sarmiento, que quiere poner Antona, mientras sarmientos abrasa, en fe de tanta victoria, luminarias a Isabel y a Fernando. Aquí las obras y no las palabras soberbias remedio al peligro pongan. MARÍA: Mujer, ¿qué intentas? ANTONA: Matarvos. MARÍA: ¡Ayuda, soldados, postas; crïados, gentes, ayuda! ANTONA: La del cielo buscad sola.
Defiéndela el CONDE
CONDE: Parad, Antona; templad, Semíramis belicosa, el ímpetu vengativo, que es fuerza que yo socorra mi bando. Pagadme, cuerda, la vida que me es deudora, pues defendí yo la vuestra.
A doña MARÍA
Huíd en tanto, señora, que yo me opongo a su furia. ANTONA: Aunque el infierno se oponga. MARÍA: Mirad si fue profecía mi recelo.
Vase doña MARÍA. Tocan dentro rebato
CONDE: Idos, Antona; que contra vos la ciudad toca alarma y se convoca. ANTONA: Por vueso favor se escapa la Sarmiento; mas no importa, que para vos y para ella mis fuerzas y brazos bondan. Más días hay que longanizas. CONDE: (¿Hay mujer mas prodigiosa?) Aparte ANTONA: Labradores, nuesos reyes vivan, pues vive su Antona.

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

Antona García, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002