AMAR POR SEÑAS

Tirso de Molina
(Gabriel Téllez)

Esta edición electrónica de AMAR POR SEÑAS fue preparada por David Hildner en 1999 para incluirse en esta colección. Luego fue codificada en HTML por Vern Williamsen en 2000. La edición que tomamos como base para fijar nuestro texto es la del Teatro escogido de fray Gabriel Téllez (Madrid: Yenes, 1840, vol. 8.)


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen don GABRIEL y MONTOYA, de camino
MONTOYA: Echéle las maneotas, colgué el freno del arzón, maleta y caparazón, de la color de tus botas, yacen --parece epitafio-- entre juncia, espliego y grama, porque te ministren cama; mas yo debo ser un zafio, un... GABRIEL: Empieza ya. MONTOYA: ... un pollino, una mula de alquiler, pues no merezco saber la causa de este camino. ¿Qué mosca te dio? No ha una hora que con la cara serena triunfando te vi en Lorena; ¿de qué es la murria de agora? Danzaste a satisfacción de todo el salón ducal antenoche, sin igual Adonis de tal salón. Cinco premios de la justa esta tarde te has mamado, de monsiures envidiado porque tu cólera adusta dio con tres patas arriba, que del campo sastres fueron, pues que la arena midieron. ¿Qué belleza, por esquiva, soberbia, qué generosa presunción, qué tiranía de voluntades te vía, que con cara cosquillosa no te echase bendiciones, si siempre que las mirabas desde la tela agarrabas sus almas por los balcones? ¿Hubo favor de importancia que el de Orliens no te haya hecho, de tu valor satisfecho, hermano del rey de Francia, y tan tratable contigo que, desde que nos sacó de España, te sublimó a la igualdad de un amigo? ¿Dónde vas, si no has sacado monja o doncella, no has muerto, no herido, no has encubierto ladrones, no te han hallado moneda falsa, no joya contrahecha, no papel de conjuración infiel, no resistencia? GABRIEL: Montoya, ya sabes mi condición: servir y callar. MONTOYA: Apelo sola esta vez. GABRIEL: ¿Cuándo suelo tener yo satisfacción de ti ni de otro criado? ¿Comunico yo secretos contigo? MONTOYA: Muchos discretos a sus ministros han dado cuenta de cosas más graves, cuyo consejo remedia imposibles. ¿Qué comedia hay, si las de España sabes, en que el gracioso no tenga privanza, contra las leyes, con duques, condes y reyes, ya venga bien, ya no venga? ¿Qué secreto no le fían? ¿Qué infanta no le da entrada? ¿A qué princesa no agrada? GABRIEL: Los poetas desvarían con esas civilidades, pues, dando a la pluma prisa, por ocasionar la risa, no excusan impropiedades. MONTOYA: Ni hay criado que merezca con su amo menos que yo. GABRIEL: Basta; no me enojes. MONTOYA: No. GABRIEL: Llámame cuando amanezca, porque al punto caminemos. MONTOYA: (¡Qué maldita condición!) Aparte Allí un gallo motilón canta maitines; podremos, si es media noche, dormir dos o tres horas no más; quizá en ellas soñarás que te importa no partir. Paséome, por guardarte el sueño, junto al frisón; maleta y caparazón desean acomodarte al pie de aquel chopo viejo. Duerme, y ¡ojalá, el mi dueño, mude caprichos tu sueño, y estimes más mi consejo!
Vase
GABRIEL: Liviana imaginación, huyendo voy de imposibles; resistencias invencibles, apadríneos la razón. Volved por vos, opinión; que pretende una beldad, desluciendo mi lealtad, enloquecerme y rendiros; más valen cuerdos retiros que loca temeridad. Vi a Beatriz cuando ignoraba que pudiera darme enojos, sin que advirtiesen mis ojos que tan cerca el alma estaba. Imaginé que feriaba deleites, a cuyo alarde, ni pechero ni cobarde, retirara mi valor; pero --¡ay cielos!-- que el amor entra presto y sale tarde. ¡Beatriz, hija y sucesora del gran duque de Lorena! ¡Carlos de Orliens, cuya pena le trae a casarse agora, si pena quien se enamora! ¿Y yo que le sirvo y sigo, amo a Beatriz, y desdigo de quien soy? ¡Civil cuidado! ¿Obligaréle crïado? ¿Corresponderéle amigo? Alto, amor desvanecido, el más eficaz remedio será poner tierra en medio, pues la razón no lo ha sido. La ausencia engendra el olvido; de Marte es amor despojos; la guerra divierte enojos que amor pudo ocasionar. Si me perdí por mirar, yo castigaré los ojos. Enfrena, Montoya, enfrena; que no necesito al día, cuando la luna es mi guía; lastimada de mi pena, porque salga de Lorena, mi resolución apoya. De los incendios de Troya huyendo, saco violentos penates, mis pensamientos.
Sale RICARDO con una maleta debajo del brazo, y se pone delante de don GABRIEL
GABRIEL: ¿Es Montoya? RICARDO: No es Montoya. GABRIEL: ¿Quieres algo? RICARDO: Lo que llevo. GABRIEL: ¿Qué llevas? RICARDO: Todos los bienes que en esta maleta tienes. Robételos, y me atrevo a decírtelo. GABRIEL: ¿Estás loco? RICARDO: No, pero estoy obligado a quien esto me ha mandado, y sé que no te ama poco. GABRIEL: ¿Qué dices, hombre? RICARDO: Esto digo. GABRIEL: ¿Que me robes te mandó quien bien me quiere? RICARDO: Y soy yo de sus desvelos testigo. GABRIEL: ¿Y gusta que me des cuenta del hurto que has hecho? RICARDO: Sí. GABRIEL: ¿Quién es? RICARDO: Cerca está de aquí. GABRIEL: Dime su nombre. RICARDO: No intenta que le sepas por ahora. GABRIEL: ¿No? Pues ¿cuándo? RICARDO: Más despacio. GABRIEL: ¿Dónde está? RICARDO: ¿Ves el palacio del bosque? Pues en él mora. GABRIEL: Sepa yo cómo se llama. RICARDO: Que lo ignores determina. ¿Conoces a la sobrina de Felipo? GABRIEL: ¡Hermosa dama! RICARDO: Pues no es ésa la curiosa inventora de esta empresa. ¿Sabes quién es la duquesa, en Lorena, de Joyosa? GABRIEL: Ésa es madama Clemencia, de dos hijas la menor del duque. RICARDO: Pues no es su amor quien quiere impedir tu ausencia. GABRIEL: Pues ¿quién? Que me vuelves loco. RICARDO: Ya conoces a Beatriz. GABRIEL: ¿Qué dices? ¡Suerte feliz! RICARDO: Pues no es aquésa tampoco. GABRIEL: ¡Oh bárbaro burlador! ¡Viven los cielos...! RICARDO: Despacio. En ese hermoso palacio te tiene una dama amor, que desea conocerte, y ver si en España amaste, por qué ocasión te ausentaste, y agora intentas volverte. Dióme para esto la traza que has visto y ejecuté; la maleta te robé; que, a no hacerlo, me amenaza no menos que en la cabeza; y harálo; que es poderosa; sabrá por ella curiosa tu estado, patria y nobleza; pues claro está que ha de hallar papeles que de esta duda la saquen. De intentos muda, sin resolverte a ausentar; que, puesto que este secreto importa lo que no sabes, por haber estorbos graves y serlo tanto el sujeto, estimarás tu fortuna cuando conozcas quién es, porque es una de las tres, y de las tres no es ninguna.
Vase
GABRIEL: Fuése, y burlóse de mí; pues para que no le siga, con disparates me obliga. O sueño o es frenesí. Ladrón ingenioso, aguarda. ¿Que ansí un hombre se me atreva? Seguiréle; que me lleva las joyas de mi Gerarda.
Vase
MONTOYA: ¡Que me durmiese yo en pie! ¿Hiciera más un lirón? Pero ¿qué es de mi frisón? Maniatado le dejé. ¡Oigan esto! ¡Vive Dios, que se me acoge con él un hombre! --Cuatrero cruel, espera, aguarda. --Otros dos van corriendo uno tras otro. ¡Ay, también falta el cojín! Trampantojos de Merlín nos llevan maleta y potro. La luna me está diciendo que es mi amo aquel que corre; si él la maleta socorre, y yo el caballo defiendo, ¡oh enlunada claraboya! sacrificaréte un gallo. Franchote, deja el caballo; que es pupilo de Montoya.
Quiere entrarse, pero salen dos criados que le cogen por las espaldas
CRIADO 1: Tenga, que hay mucho que hacer. MONTOYA: ¡Ay, por detrás y conmigo, ¿qué hacen? CRIADO 2: Punta en boca, digo. MONTOYA: Señores, no es menester apuntar bocas; la mano meta en esa faltriquera el uno; que yo quisiera ser un príncipe; no gano más que una triste ración, y con ella veinte reales de salario, aun no cabales, pues es mi dueño un pelón. Doce de éstos hallarán con otra mosca menuda; quien la maleta nos muda, si rompe su cordobán, desembolsará doblones, que en Francia llaman del sol; yo soy un pobre español. CRIADO 2: Acortemos de razones; que no nos trae su dinero. Atadle esas manos bien.
Se las atan atrás
MONTOYA: ¿Mi dinero no? Pues ¿quién...? CRIADO 2: Allá lo sabrá. MONTOYA: Si muero, díganme por qué delito. CRIADO 2: Con el lienzo le vendad los ojos. MONTOYA: No hice maldad por obra ni por escrito. Si mi dueño derribó tres monsiures, ¿en qué peca un lacayo, pica seca, que en su vida se metió en justas ni en pecadoras? Por sólo no tornear, dejé en un torno de hablar tres monjísimas señoras. CRIADO 1: Ande y calle. MONTOYA: ¿A dónde bueno o para qué tantas prisas? CRIADO 1: Diránselo allá. MONTOYA: ¿De misas? Luego ¿a réquiem me condeno? CRIADO 2: En chistando, claro está. MONTOYA: No muy claro, pues a escuras me llevan. De estas venturas la fortuna me dará infinitas. (Hilo a hilo Aparte me voy.) CRIADO 2: Chitón. MONTOYA: No hablo nada. (Labrando voy cera hilada; Aparte pero fáltala el pabilo.)
Vanse. Salen RICARDO con la maleta, huyendo, y don GABRIEL, que le sigue con la espada desnuda
GABRIEL: Hombre ¿estás encantado? Cuando corro tras ti, por bosque y prado, sus alas te da el viento; si te pierdo de vista, a paso lento me aguardas; y al instante que pienso que te alcanzo, la inconstante cometa no te iguala. Siguiéndote me traes de sala en sala, después que en esta quinta entraste, que de Circe hechizos pinta, sola y deshabitada, de luces y tapices adornada. A nadie en ella veo. O loco estoy o lo que sueño creo. RICARDO: El orden he cumplido que me dio quien aquí te ha reducido. Consulta con tu suerte, español, el ganarte o el perderte; porque si eres discreto, toda tu dicha estriba en tu secreto; y no te asombres tanto; que ésta es industria toda, no es encanto; porque lo que primero te dije es, español, tan verdadero, que de las tres madamas la que examina en ti amorosas llamas y prueba tu fortuna es una de las tres y no es ninguna.
Apaga la luz, vase y cierra la puerta
GABRIEL: ¡Espera! Fuese y mató la luz, cerrando la puerta. Cuando tanto enigma advierta, ¿podré interpretarle yo? De tres damas que nombró, afirma que la una es quien bien me quiere y, después, que no es de las tres ninguna: ¿cómo si es de las tres una, no es ninguna de las tres? No será Beatriz hermosa, que ha de casarse mañana con el de Orliens; no su hermana, que ha de ser de Enrique esposa; no Armesinda generosa, que es muy niña su belleza para tanta sutileza. Pensamientos, poco a poco; que me vais volviendo loco, y ya mi frenesí empieza.
Salen MONTOYA, CRIADO 1 y CRIADO 2, a quienes se oye hablar arriba en lo alto de la chimenea
MONTOYA: ¿A dónde bueno conmigo, señores, que, encaramados, me han hecho pisar tejados a cierraojos. CRIADO 2: Ya le digo que ande y calle, si desea vivir. MONTOYA: Pues ¿de esto se enojan? ¿Por dónde diablos me arrojan? CRIADO 2: Sabrálo cuando lo vea. MONTOYA: ¿Si es verdad esto que toco? Sin ser chorizo o jamón, me han colgado a un cañón chimeneo. CRIADO 2: Poco a poco; que si cae se ha de matar. MONTOYA: ¿Quién vio a escuras volatín? ¡Puf! Llenóseme de hollín la boca. ¿En qué ha de parar mi ciego descendimiento? CRIADO 2: Hombre, calla. MONTOYA: ¡Confesión! A humo huelo de carbón. ¿Mas si hubiese quemamiento? Lástima de mí tened. GABRIEL: Una voz se va acercando querellosa. MONTOYA: Bamboleando, doy de pared en pared.
Asoma MONTOYA debajo de la campana de la chimenea, colgado de un cordel, vendados los ojos y atadas las manos
Si abajo hay leña encendida, ¿qué ha de ser de mi trascara? Mi chamuscación es clara. Yo ¿gomorricé en mi vida? Pues ¿por qué me carbonizan? ¡Ay, que pienso que me abraso! Si yo buscara el ocaso del gregüesco... GABRIEL: Atemorizan estas voces por venir a escuras. ¡Cielos! ¿qué es esto? Ea, vil temor, dispuesto estoy, matando, a morir.
Saca la espada
CRIADO 2: Soltadle; que ya estará en el suelo.
Suéltanle y cae
MONTOYA: ¡Ay, desloméme, tullíme, desvencijéme del golpe. GABRIEL: Hombre, tente allá, si no quieres que te mate. MONTOYA: ¿Qué más tenido me quieres, si estoy atado? GABRIEL: ¿Quién eres? MONTOYA: ¡Ese es gentil disparate! Vesme, y no te puedo ver, ¿y eso preguntas? Yo he sido lacayo, y ya soy Cupido vendado. ¿Quién puede ser un hombre cuando no vea? GABRIEL: ¿Quién eres, en conclusión? MONTOYA: Soy tuétano del cañón de toda esa chimenea. Duélete de un pobre mozo. GABRIEL: No te veo. MONTOYA: ¿No, por Dios? Luego ¿estaremos los dos en el limbo o en el pozo? GABRIEL: ¿Es Montoya? MONTOYA: ¿Es don Gabriel? GABRIEL: ¿Cómo o quién te trajo aquí? MONTOYA: ¿Sélo yo? Llégate a mí, desátame ese cordel que me tiene estropeado, mientras mis dichas te cuento. GABRIEL: Pues desataréte a tiento.
Desátale
MONTOYA: Luego ¿también te han vendado los ojetes, como a mí? GABRIEL: No, pero estamos a escuras. MONTOYA: ¡Provechosas aventuras nos suceden! Hacia aquí. ¿Topaste con la lazada? GABRIEL: Álzate.
MONTOYA se levanta
MONTOYA: ¡Gracias a Dios! ¿Adónde estamos los dos? GABRIEL: Es una casa encantada. MONTOYA: ¡Encantada! ¿Desvarías? ¿Qué dices? GABRIEL: ¿Qué he de decir, si no hay por donde salir? MONTOYA: Libro de caballerías alquilaba mi ración, donde topaba Amadises, Esplandianes, Belianises, que de región en región, por barbechos y restrojos descuartizando gigantes, deshacían, siendo andantes, los tuertos, y aun los visojos; donde sabios de ventaja encantaban de una vez princesas de diez en diez, por "quítame allá esta paja"; mas siempre estos hechiceros --que los más eran traidores--, encantando a sus señores, dejaban los escuderos. ¿Quieres apostar, señor, que los monsiures caídos nos embaulan, ofendidos de su afrenta y tu valor? GABRIEL: Tenlo por cierto. MONTOYA: Emboscados y sin cenar nos cogieron; pero, en fin, nunca murieron de hambre los encantados --cosa que es bien que se note--, mas mis alientos se holgaran que esta vez nos encantaran cuatro platos de gigote. GABRIEL: ¡Qué diferentes cuidados son los tuyos de los míos! MONTOYA: Diremos mil desvaríos; que estamos encantusados. Mas mejor fuera buscar la puerta de este castillo, si no han echado el rastrillo.
Llaman dentro, dando golpes en el torno
GABRIEL: Oye; ¿no sientes llamar? MONTOYA: Parece que allí golpean.-- Diga quien es el que llama. GABRIEL: ¿No responden? MONTOYA: Será dama de las que vernos desean encantados; y es sin duda, porque, aunque hubiese otros tantos, no bastaran mil encantos a que una mujer sea muda.
Llaman otra vez
GABRIEL: Segunda vez han tocado. MONTOYA: Y es el toque en la madera de la puerta. No quisiera que hubiese algún lazo armado o trampa por donde voy; que todo encanto es tramoya.
Vase llegando a tiento al torno
GABRIEL: Anda, no temas, Montoya. MONTOYA: Como no sé donde estoy... GABRIEL: En una sala adornada de doseles y pinturas. MONTOYA: Pues la puedes ver a escuras, no está para ti encantada. Llego a tiento hacia la parte que pulsa el tal llamador. ¿Quién llama? ¿Quién es?
Llega al torno, que se vuelve, y le coge la cabeza
¡Señor! ¡Jesús! GABRIEL: ¿Quién puede asombrarte? MONTOYA: Una cosa que se anda alrededor y me muerde. ¿Ay, si fuese el dragón verde que fue palafrén de Urganda? Llega presto, si deseas que no me desmaye.
Llégase don GABRIEL y tienta el torno
GABRIEL: ¡Loco, éste es torno! MONTOYA: No le toco. Llega tú, pues que torneas.
Vuelve el torno con dos luces en candeleros de plata, recado para escribir y un billete
GABRIEL: Con dos luces se volvió. MONTOYA: El "lumen Christi" cantemos; di "Deo gratias", pues nos vemos. GABRIEL: ¡Qué es esto, cielos! MONTOYA: ¿Quién vio monasterios encantados? Mas soy necio; no hallaré devoto que no lo esté como bojes torneados. GABRIEL: Todo esto tiene misterio. MONTOYA: Seremos por lo ordinario, yo el confesor, tú el vicario, y éste nuestro monasterio. GABRIEL: Un billete para mí viene y una escribanía.
Toma el papel y lee don GABRIEL el sobrescrito
MONTOYA: Pues donde hay monjas, ¿podía faltar billeticos?; di. Respóndela con ternura; que yo seré la andadera. ¡Ojalá con él viniera la santa bizcochadura! Dichosos fuimos los dos. ¡Qué necios discursos hice! GABRIEL: Así el sobrescrito dice, "Leed sólo para vos". MONTOYA: Y ¿para mí? GABRIEL: Aparta allá. MONTOYA: En fin, topó tu recato con horma de tu zapato. GABRIEL: Retira; acabemos ya.
Lee
"Por los papeles que os he usurpado, sé, don Gabriel Manrique, parte de vuestros amores. Quien temerosa de perderos os ha impedido el viaje, mal os le consentirá celosa. El cuarto de esta quinta que os detiene está deshabitado, y imposible en él vuestra salida mientras no juréis, con la seguridad que los bien nacidos empeñan palabras, y las firméis de vuestro nombre, no partiros de nuestra corte sin licencia mía, no revelar a persona estos secretos, y conjeturar por señas cuál de las tres primeras damas es la que en palacio os apetece amante. Resolveos, o en el silencio de esa prisión vengarme en vuestra muerte, o disponeros a las dichas que os prometo, que por el riesgo que publicadas corren, importa por ahora el secreto que os fía quien desea hallaros tan advertido como os ha visto valeroso. El cielo os guarde." (¿Pudo la imaginación Aparte en novelas marañosas, sutiles por ingeniosas, deleitar la admiración con más estraño suceso?)
Lee para sí otra vez
MONTOYA: Sepa yo esa cosicosa. ¿Es verso? ¿Es papel en prosa, o anda en el aire tu seso? ¡Vive Cristo, que me apuran los peligros que recelo!
Llégase a leer, y saca contra él don GABRIEL la daga
GABRIEL: ¡Loco, necio, vive el cielo...! MONTOYA: ¡Ay! ¿Los encantados juran? GABRIEL: ¡...si otra vez aquí te llegas...! MONTOYA: ¿Para qué aprendí yo a leer? Si nada tengo de ver, más valiera estarme a ciegas. GABRIEL: Retírate enhoramala. MONTOYA: ¿Para ti solo que leas dice el papel? Nunca creas monja, mientras no regala, por más ternezas que escriba. GABRIEL: ("Y conjeturar por señas...") Aparte MONTOYA: Las monjas son halagüeñas; mas si ésta no es donativa, tripularla con desdén, o acudir con cena y camas. GABRIEL: ("...cuál es de las tres madamas Aparte la que en casa os quiere bien...") MONTOYA: Las dos dan; por Dios, que es tarde. ¿Ni cenado ni dormido? ¡Bueno va! GABRIEL: ("...tan advertido...") Aparte MONTOYA: ¿Es paulina? GABRIEL: ("...el cielo os guarde." Aparte ¿Si será Beatriz la dama de tanto artificio autora? Mas no, que a Carlos adora. ¿Si es Clemencia? Mas no, que ama a Enrique. ¿Si es Armesinda? ¡Despenadme, cielo santo!) MONTOYA: ¡Miren si escampa el encanto! ¡Por Dios, que la flema es linda! GABRIEL: (Pero séase quien fuere, Aparte ¿dejaréme yo morir rebelde, por no admitir leyes de quien bien me quiere? No me manda este papel que ame yo, sino que firme ser secreto y no partirme; pues ¿qué riesgo corro en él, cuando por señas colija quién es quien me hace dichoso? Obedecerla es forzoso. MONTOYA: ¡Mala noche y parir hija! En fin, ¿no habemos de hablarnos en toda esta encantación? GABRIEL: (Respondo a satisfacción.) Aparte
Pone el recado de escribir y una luz sobre un bufete, y responde
MONTOYA: Pues, paciencia y pasearnos. ¿Escribes? Eres discreto. Embillétala, y verás los regalos que tendrás; un villancico o soneto conquista diez mazapanes. Dila que con la andadera la enviarás flores y cera para uno de los san Juanes; que qué puntos calzar suele; que si hay ataifor o caja, que nos dé flor de borraja, o, en fin, que nos bizcotele, o que nos saque de aquí. GABRIEL: ("Haré de mi dicha alarde Aparte discreto y fiel. Dios me os guarde. Don Gabriel.." Bueno está ansí. Cierro, y no le sobrescribo porque su nombre no sé. Vuelvo al torno.)
Pone el papel en el torno, y vuélvele con otra luz
MONTOYA: ¿No podré, oh señor el más esquivo del orbe para quien vive contigo, ver un adarme del dicho papel? ¿Matarme quieres? ¿Qué es lo que te escribe la soror encantatriz? GABRIEL: (La esperanza y el temor, Aparte con la lealtad y el amor, desean, bella Beatriz, que seáis vos de este empleo el dueño, y no los seáis. ¿Qué he de hacer, cuando causáis deseo contra deseo, sino enloquecer confuso?
Llaman por dentro al torno
MONTOYA: No está el tiempo para gracias. Otra vez llaman. Deo gratias.
Vuélvese el torno con luz y con un tabaque grande y curioso lleno de comida; cúbrenle unos manteles, y sobre ellos viene otro papel
Sin respondernos, nos puso un tabaque provisor. ¡Cuerpo de Dios! Don Gabriel, ¡qué bien que huele! GABRIEL: Y sobre él otro billete.
Levanta MONTOYA los manteles
MONTOYA: ¡Oh soror, la más callada obradora de cuantas amor registra! ¡Hágate el cielo ministra, abadesa, correctora, guardïana, archibispesa, pontifista, preste Juana! GABRIEL: "Leed para vos." MONTOYA: ¡Oh humana divina! Ponga la mesa. Ésta es sopa, éste es capón, éstos pichones, estotros gazapos, niños o potros; ternera ésta; ¡y qué sazón para quien está en ayunas! Como yo muy bien ternera. El pomo con la contera; ensalada y aceitunas, con la fruta de sartén. De tales encantamentos vengan a dieces y a cientos, per omnia saecula, amén. GABRIEL: "Cumplid lo jurado; que en amaneciendo, hallaréis desembarazada la salida; y advertid que os va la cabeza en el secreto. Camas hay en que reposéis lo que os han de permitir --a lo que juzgo-- mis artificios; cuanto más os desvelaren, más tendré que agradeceros; aunque a participar vos mis cuidados, no dormiréis mucho ni poco. El cielo os guarde." (¡Alto, discursos, dejad Aparte de atormentar mi sentido; obligado, agradecido he de ser; cualquier beldad de las tres puede dar pena amorosa al mismo sol, cuanto y más a un español pobre y estraño en Lorena.) Toma esa luz. MONTOYA: ¿Para qué? GABRIEL: Trae todo eso. MONTOYA: ¿A dónde vamos? Si aquí encantados estamos, y hay quien regalos nos dé, ¿no es mejor cenarlo aquí que probar más aventuras? ¿Qué sabes tú si hay figuras de Rufalda y Malgesí, que nos lo quiten delante? Que suele salir jayán que se engulle un ganapán con carga y todo. GABRIEL: Ignorante, calla y ven; que prevenida nos tiene quien nos regala cama y mesa en esa sala. MONTOYA: Despachemos la comida aquí, y entremos después. GABRIEL: Acabemos. MONTOYA: Si te encanta cualquier princesa o infanta, llámate Partinuplés.
Vanse. Salen BEATRIZ y RICARDO
BEATRIZ: Hicístelo de suerte que infinito tendré que agradecerte. Los que te acompañaron, en fin, ¿nada del caso sospecharon? RICARDO: Al crïado prendieron, y donde los mandé le condujeron, creyendo, a instancia mía, que hacerle alguna burla pretendía. No saben otra cosa. BEATRIZ: La traza, si se logra, fue ingeniosa. RICARDO: Los dos son mis crïados, valientes, pero poco aficionados a hacer por conjeturas discursos. BEATRIZ: Mis recelos aseguras; alguna vez, Ricardo, satisfacerte este servicio aguardo. Pártete a Italia agora, donde el duque mi padre te mejora; que el cargo que te ha dado en Valencia del Po, cuyo condado le toca por herencia, seguro le tendrás con el agencia que queda a cargo mío. RICARDO: De ti, señora, mis aumentos fío. BEATRIZ: Guarda tú este secreto; que otros más importantes te prometo. Mas mira que es mi gusto que hoy te ausentes. RICARDO: Harélo por ser justo, puesto que, aunque en Lorena me quedara, el leal no desenfrena la lengua, ni el respeto osara yo perder a tu secreto. BEATRIZ: Nunca yo le fïara de ti, si tal desaire imaginara; mas que te partas digo en todo caso hoy; lleva contigo los que te acompañaron. RICARDO: Harélo ansí, no obstante que ignoraron el fin de este suceso. BEATRIZ: Escríbeme en llegando. RICARDO: Tus pies beso.
Vase
BEATRIZ: Temeridades de amor, ¿qué intentáis con arrojaros sin ojos a despeñaros a los riesgos de mi honor? Aficionóme el valor de España, que en sus blasones cifró todas las acciones de un hombre cuyo sujeto perdió gallardo el respeto a todas mis presunciones. Su memoria me desvela; enamoróme su gala; Adonis le vi en la sala, airoso Marte en la tela; que se me ausente recela mi libertad, que no es mía, porque, enviando una espía a informarse de quién es, supo Ricardo después que esta noche se partía. Valíme del industrioso modo de encerrarle aquí, hallándose amor en mí, como en otras, ingenioso. Crece, porque está celoso, el fuego que me acobarda; de los papeles que guarda, y curiosa le usurpé, que adora en España sé desdenes de una Gerarda. No sé yo que cuerdo fuese Carlos en traer consigo a quien para su castigo tantas ventajas le hiciese. Justo fuera que temiese tan grande competidor, pues si a vistas sale amor, y éste es ya mercaduría, rústica el alma sería que escogiese lo peor.
Salen CLEMENCIA y ARMESINDA
CLEMENCIA: Tus tristezas, Beatriz mía, las fiestas nos desazonan; tus bodas las ocasionan, y tu ausencia las enfría; apenas expiró el día cuando te ausentó tu pena de los ojos de Lorena; será esta quinta, Beatriz, más que la corte feliz si en ella te hallas más buena. ARMESINDA: Prima mía, tu belleza trata al de Orliens con rigor, si al principio de su amor pagas gozos con tristeza; Francia te intitula "alteza" porque has de ser su consorte, y, en fe de que eres el norte por quien todos nos guïamos, tristes la corte dejamos, porque tú dejas la corte. ¿Qué tienes? BEATRIZ: ¡Ay bella prima! ¡Ay Clemencia! No es tan grave el mal, si el por qué se sabe, cuando con causa lastima; mis penas son un eni[g]ma difícil de declarar; acrecentando el pesar que ocasionan las estrellas; mi congoja influyen ellas, mi consuelo es el llorar. Pasar la imaginación de libre al temerse ajena dará motivo a mi pena, materia a mi suspensión. Tengo a Carlos afición, y considero cuán justo medra mi gusto en su gusto; mas, pues he de ser su esposa, tratemos en otra cosa que divierta mi disgusto. A mí me entretiene el dar, como a otros el recebir; ansí quiero desmentir desvelos de mi pesar; si me queréis alegrar, honre, hermana, tu belleza los diamantes de esta pieza, y los de ésta, hermosa prima, tu pecho; tendrán la estima que les quita mi tristeza. De las joyas que me dio Carlos, éstas he escogido para las dos.
Da a CLEMENCIA una banda con una lazada de diamantes, y a ARMESINDA una cruz de los mismos
CLEMENCIA: Ofendido las has, porque juzgo yo que pueden formar querellas, apartándolas de ti. BEATRIZ: Mejores dueños las di. ARMESINDA: No las he visto más bellas. BEATRIZ: Trújolas Carlos de España. CLEMENCIA: Nación en todo dichosa, hasta en las piedras airosa. BEATRIZ: Tal clima las acompaña. Ponéoslas luego; estarán ahora en su misma esfera.
Pónenselas
CLEMENCIA: Cuando su valor no fuera tanto, si gusto te dan enajenadas, por ti toda estimación merecen. BEATRIZ: Bizarramente os parecen. ARMESINDA: Los duques vienen aquí.
Salen FELIPO, CARLOS y ENRIQUE
CARLOS: Desde que ganó el aplauso común, habiendo salido de la justa victorioso y de parabienes rico, no le he vuelto a ver, y estoy recelándole peligros, porque el valor estranjero con gracias medra enemigos. FELIPO: Perded, duque, esos cuidados; que en Francia siempre han tenido hidalgas estimaciones estranjeros bien nacidos. Yo le he enviado a buscar, y no ha tanto que le vimos honrar a España en Lorena, a costa de sus vecinos, que su falta os desazone. ENRIQUE: Ya mis pesares retiro, con la presencia olvidados de las bellezas que he visto.
Hácense cortesía caballeros y damas
FELIPO: Hijas, sobrina, quejosa nuestra corte, el regocijo podrá trocar en tristezas, [..............................-í-o.] ¿Por qué tan presto a Floralba? BEATRIZ: Juzgo, señor, por prolijo el tiempo que aquí no empleo; crïéme en estos retiros, y no sé hallarme sin ellos. CLEMENCIA: Como a madama seguimos, y sin ella estamos solas, fuerza el imitarla ha sido. FELIPO: Los generosos en Francia, por excusar el bullicio de la confusión plebeya, moran quintas y castillos; no es mucho que apetezcáis la amenidad de este sitio; que por lo poco distante de Lorena, habréis querido gozar de uno y otro a tiempos.
Salen don GABRIEL y MONTOYA
MONTOYA: (Con todos los duques dimos; Aparte gracias a nuestra alcaidesa, que nos alzó el entredicho.) GABRIEL: (Aquí está Beatriz hermosa, Aparte con ella a Clemencia miro, su prima las acompaña; ya estoy en el laberinto de mi confusión amante; discursos, demos principio a conjeturas dudosas; ojos, saquemos en limpio por señas mis desengaños. ENRIQUE: ¡Don Gabriel! GABRIEL: Príncipe mío... ENRIQUE: ¿Retirado y victorioso? ¿Hiciérades más vencido? ¿Desde ayer tarde sin vernos? GABRIEL: Militares ejercicios, honrando, gran señor, cansan; dio treguas a su fastidio y mi sosiego la noche. ENRIQUE: Con recelos la he dormido de alguna desgracia vuestra. Hablad al duque Felipo. GABRIEL: Dadme, gran señor, la mano. FELIPO: De las vuestras necesito para derribar con ellas soberbias de presumidos. Mucho le debéis al cielo, pues tanto con vos propicio como con otros avaro, en todo perfecto os hizo. GABRIEL: Honra, señor, vueselencia estranjeros; y yo estimo más el favor que me hace, y el estar en su servicio, que las prendas que encarece --y no tengo. ENRIQUE: Vos sois digno de la privanza con Carlos, venturoso en elegiros. GABRIEL: Bésoos la mano mil veces. ENRIQUE: Hemos de ser muy amigos. GABRIEL: Muy vuestro esclavo, señor, es sólo el nombre que admito.
Hablan aparte CARLOS y don GABRIEL
CARLOS: ¿Qué juzgas de mis empleos, don Gabriel? ¿Qué del prodigio de la belleza que adoro? ¿No es milagro? GABRIEL: Es un hechizo de voluntades, un cielo, un sol, un fénix, un... CARLOS: Dilo. GABRIEL: ...un --¡ay amor que me abraso!-- querubín de este paraíso. CARLOS: Mientras deidad no llamares a Clemencia, poco has dicho. GABRIEL: ¿A quién, señor? CARLOS: A Clemencia. GABRIEL: ¿Y no a Beatriz? CARLOS: Desatino; vínose a la lengua el alma. Si tiene en ella dominio, ¿cómo la desmentiré, desmintiéndome a mí mismo? Digna es Beatriz del imperio; mas no debe hallarse digno mi amor de sujeto tanto; por eso a Clemencia elijo. GABRIEL: (¡Pedidme albricias, deseos!) Aparte CARLOS: Por más que llamas resisto, ni puedo, Gabriel, ni quiero dar licencia a mi albedrío. Clemencia ha de ser mi esposa, yo su esclavo, tú mi amigo, como no me disüadas que la adore. GABRIEL: Yo te sirvo. CARLOS: Dilataré por ahora mis bodas; de un rey soy hijo, del que está reinando hermano; de su poder participo; perdone Beatriz.
Vase
GABRIEL: (Deseos, Aparte a mi amor os habilito; lealtad, ya os quitan estorbos; alma, amad, que no os lo impido. Los ojos de cuando en cuando ocupan en mí benignos Clemencia y su prima bella; sola Beatriz no ha querido favorecerme con ellos. Si señas sirven de indicios a certidumbres dudosas, y en Beatriz no las animo, no es Beatriz quien bien me quiere. ¡Ay, pensamientos ambiguos! Sin competencia de Carlos, con mis temores compito.) ENRIQUE: Un torneo hemos trazado esta noche; mi padrino habéis de ser, porque espero que le mantendré lucido como vos en él entréis; otorgadlo si os obligo. GABRIEL: Favorecéisme hasta en eso; que era el vencerme preciso, a oponerme a vuestras armas. FELIPO: Venid, duque, a preveniros. ¿Qué colores son las vuestras? ENRIQUE: Blanco, leonado y pajizo.
Vanse FELIPO y ENRIQUE
MONTOYA: (¿Hemos de estarnos aquí Aparte hasta el día del juicio, o rematar con los nuestros, guïados de tus caprichos?)
Cruza ARMESINDA la sala para retirarse
GABRIEL: (Ésta es Armesinda bella; Aparte risueña, en sus ojos pinto esperanzas que no acepto, porque a Beatriz las dedico. Pero --¡ay cielos!-- la lazada de diamantes y zafiros, que entre sus joyas me dio mi Gerarda al despedirnos, honra Armesinda en su banda. Amor, ¿qué más señas pido? ¿Si fue ella la usurpadora del robo que anoche me hizo el ladrón, todo misterios? En años --¡cielos!-- tan niños, ¿pueden caber sutilezas tan estrañas?) ARMESINDA: (Mucho envidio Aparte la dama, español bizarro, dueño de vuestros sentidos; que quien a vos os merece será en belleza un prodigio.)
Vase
GABRIEL: (Esto está ya declarado. Aparte ¡Gracias a Dios que averiguo, a pesar de obscuridades, geroglíficos de Egipto! ¡Ay Beatriz, que he de perder mi esperanza, agradecido a favores no buscados, mas, por cortés, admitidos!
Pasa CLEMENCIA
Clemencia es ésta, ¡y aquélla la cruz que de mi martirio fue instrumento, y de Gerarda, no diamantes, sino vidrios. ¿Qué es esto, sueños despiertos? ¿Ojos, podré desmentiros? ¿Alma, podré recusaros? ¿Amor, podré reprimiros?)
A don GABRIEL
CLEMENCIA: Yo conozco, don Gabriel, cierta dama que me ha dicho que tiene el gusto español después que en Francia os ha visto.
Vase
MONTOYA: (Bergamota es esta pera; Aparte madura está, ¡vive Cristo! vaya con cáscara y todo; que no has menester cuchillo.) GABRIEL: (Yo estoy loco, yo lo sueño; Aparte de mí propio me distingo; no os doy crédito, ilusiones; no os escucho, no os admito.
Pasa por delante de él BEATRIZ sin mirarle, leyendo un papel
Beatriz grave y desdeñosa aun no me ha juzgado digno objeto para sus ojos. ¡Qué imperiosos y qué esquivos! Pero alentaos, esperanzas; recobraos, amor perdido, pues trae la firmeza al pecho que idolatran mis suspiros. De señora ha mejorado; pasó al hermoso dominio de un sol que rayos coronan, de un cielo que hospeda signos. De Gerarda fue; ofendióla --como es mudable-- su olvido; firmeza es, busco firmezas; si en ellas me hiciese rico, guarnezca constelación del globo celeste el cinto tachonado de oro eterno, que al sol adorne el camino. Leyendo un memorial pasa.)
Vase BEATRIZ
MONTOYA: Ésta es de casta de pinos; rollo espetado y derecho parece de pergamino. GABRIEL: (Las demás me favorecen Aparte hablándome, ¡y aun no quiso siquiera Beatriz mirarme! Amor, si sois discursivo, filosofead ingenioso. ¡Vive Dios, que hay escondido en esto más de un misterio! Problemas, ya soy Edipo. ¿De palabras favorables las dos y humanas conmigo, y Beatriz, toda severa, con tal silencio? Este aviso es examen de mi ingenio; certidumbres sois, indicios; las señas fueron no hacerlas; cifras con cifras descifro. Para deslumbrarme más, las joyas ha repartido en todas; y con no verme, quiere que viva advertido de lo que el secreto importa. Esto es lo cierto, esto sigo; amar por señas sin señas sabrán los bien entendidos, sirviéndoles yo de ejemplo.) Vamos, Montoya. MONTOYA: Bendito el amo primero sea que "Vamos, Montoya" dijo.

FIN DEL ACTO PRIMERO

Amar por señas, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002