ACTO TERCERO


Salen CELIA y doña LEONOR
LEONOR: Celia, yo me he de matar si tú salir no me dejas de esta casa, o de este encanto. CELIA: Repórtate, Leonor bella, y mira por tu opinión. LEONOR: ¿Qué opinión quieres que tenga, Celia, quien de oír acaba unas tan infaustas nuevas, como que quiere mi padre, porque con engaño piensa que don Pedro me sacó, que yo ¡ay Dios! su esposa sea? Y esto cae sobre haber antes díchome tú mesma que Carlos --¡ah falso amante!-- a doña Ana galantea, y que con ella pretende casarse, que es quien pudiera, como mi esposo, librarme del rigor de esta violencia. Conque estando en este estado no les quedan a mis penas ni asilo que las socorra, ni amparo que las defienda. CELIA: (Verdad es que se lo dije, Aparte y a don Carlos con la mesma tramoya tengo confuso, porque mi ama me ordena que yo despeche a Leonor para que a su hermano quiera y ella se quede con Carlos; y yo viéndola resuelta, por la manda del vestido ando haciendo estas quimeras). Pues, señora, si conoces que ingrato Carlos te deja, y mi señor te idolatra, y que tu padre desea hacerte su esposa, y que está el caso de manera que, si dejas de casarte, pierdes honra y conveniencia, ¿no es mejor pensarlo bien y resolverte discreta a lograr aquesta boda, que es lástima que se pierda? Y hallarás, si lo ejecutas, más de tres mil congrüencias, pues sueldas con esto solo de tu crédito la quiebra, obedeces a tu padre, das gusto a tu parentela, premias a quien te idolatra, y de don Carlos te vengas. LEONOR: ¿Qué dices, Celia? Primero que yo de don Pedro sea, verás de su eterno alcázar fugitivas las estrellas; primero romperá el mar la no violada obediencia que a sus desbocadas olas impone freno de arena; primero aquese fogoso corazón de las esferas perturbará el orden con que el cuerpo del orbe alienta; primero, trocado el orden que guarda Naturaleza, congelará el fuego copos, brotará el hielo centellas; primero que yo de Carlos, aunque ingrato me desprecia, deje de ser, de mi vida seré verdugo yo mesma; primero que yo de amarle deje... CELIA: Los primeros deja y vamos a lo segundo; que pues estás tan resuelta, no te quiero aconsejar sino saber lo que intentas. LEONOR: Intento, amiga, que tú, pues te he fïado mis penas, me des lugar para irme de aquí, porque cuando vuelva mi padre, aquí no me halle y me haga casar por fuerza; que yo me iré desde aquí a buscar en una celda un rincón que me sepulte, donde llorar mis tragedias y donde sentir mis males lo que de vida me resta, que quizás allí escondida no sabrá de mí, mi estrella. CELIA: Sí, pero sabrá de mí la mía, y por darte puerta, vendrá a estrellarse conmigo mi señor cuando lo sepa, y seré yo la estrellada, por no ser tú la estrellera. LEONOR: Amiga, haz esto por mí, y seré tu esclava eterna, por ser la primera cosa que te pido. CELIA: Aunque lo sea; que a la primera que haga pagaré con las setenas. LEONOR: ¡Pues, vive el cielo, enemiga, que si salir no me dejas he de matarme y matarte! CELIA: (¡Chispas, y qué rayos echa! Aparte ¿Mas qué fuera, Jesús mío, que aquí conmigo embistiera? ¿Qué haré? Pues si no la dejo ir, y a ser señora llega de casa, ¿quién duda que le tengo de pagar ésta?, y si la dejo salir, con mi amor habrá la mesma dificultad. Ahora bien, mejor es entretenerla, y avisar a mi señor de lo que su dama intenta; que sabiéndolo, es preciso que salta él a detenerla, y yo quedo bien con ambos, pues con esta estratagema ella no queda ofendida y él obligado me queda). Señora, si has dado en eso, y en hacerlo tan resuelta estás, ve a ponerte el manto, que yo guardaré la puerta. LEONOR: La vida, Celia, me has dado. CELIA: Soy de corazón muy tierna, y no puedo ver llorar sin hacerme una manteca. LEONOR: A ponerme el manto voy. CELIA: Anda, pues, y ven apriesa, que te espero.
Vase doña LEONOR
No haré tal, sino cerraré la puerta, e iré a avisar a Marsilio que se le va Melisendra.
Vase CELIA y sale don JUAN
JUAN: Con la llave del jardín, que dejó en mi poder Celia para ir a lograr mis dichas, quiero averiguar mis penas. ¡Qué mal dije averiguar, pues a la que es evidencia no se puede llamar duda! Pluguiera a Dios estuvieran mis celos y mis agravios en estado de sospechas. Mas ¿cómo me atrevo, cuando es contra mi honor mi ofensa, sin ser cierta mi venganza a hacer mi deshonra cierta? Si sólo basta a ofenderme la presunción, ¿cómo piensa mi honor, que puede en mi agravio la duda ser evidencia, cuando la evidencia misma del agravio en la nobleza, siendo certidumbre falsa se hace duda verdadera? Que como al honor le agravia solamente la sospecha, hará cierta su deshonra quien la verdad juzga incierta. Pues si es así, ¿cómo yo imagino que hay quien pueda ofenderme, si aun en duda no consiento que me ofendan? Aquí oculto esperaré a que mi contrario venga; que ¿quién, del estado en que está su correspondencia duda que vendrá de noche quien de día sale y entra? Yo quiero entrar a esperarlo. ¡Honor, mi venganza alienta!
Vase don JUAN. Salen don CARLOS y CASTAÑO con un envoltorio
CARLOS: Por más que he andado la casa no he podido dar con ella y vengo desesperado. CASTAÑO: Pues, señor, ¿de ver no echas que están las puertas cerradas que a esotro cuarto atraviesan, por el temor de doña Ana de que su hermano te vea, o porque a Leonor no atisbes; y para haceros por fuerza casar, doña Ana y su hermano nos han cerrado entre puertas? CARLOS: Castaño, yo estoy resuelto a que don Rodrigo sepa que soy quien sacó a su hija y quien ser su esposo espera; que pues por pensar que fue don Pedro, dársela intenta, también me la dará a mí cuando la verdad entienda de que fui quien la robó. CASTAÑO: Famosamente lo piensas; pero ¿cómo has de salir si doña Ana es centinela que no se duerme en las pajas? CARLOS: Fácil, Castaño, me fuera el salir contra su gusto, que no estoy yo de manera que tengan lugar de ser tan comedidas mis penas. Sólo lo que me embaraza y a mi valor desalienta, es el irme de su casa dejando a Leonor en ella, donde a cualquier novedad puede importar mi presencia; y así, he pensado que tú salgas --pues aunque te vean, hará ninguno el reparo en ti que en mí hacer pudieran--, y este papel que ya escrito traigo, con que le doy cuenta a don Rodrigo de todo, le lleves. CASTAÑO: ¡Ay, Santa Tecla! ¿Pues cómo quieres que vaya, y ves aquí que me pesca en la calle la justicia por cómplice en la tormenta de la herida de don Diego, y aunque tú el agresor seas, porque te ayudé al rüido pago in solidum la ofensa? CARLOS: Éste es mi gusto, Castaño. CASTAÑO: Sí, mas no es mi conveniencia. CARLOS: ¡Vive el cielo, que has de ir! CASTAÑO: Señor, ¿y es muy buena cuenta, por cumplir el juramento de que él viva, que yo muera? CARLOS: ¿Agora burlas, Castaño? CASTAÑO: Antes, agora son veras. CARLOS: ¿Qué es esto, infame, tú tratas de apurarme la paciencia? ¡Vive Dios, que has de ir o aquí te he de matar! CASTAÑO: Señor, suelta; que eso es muy ejecutivo, y en esotro hay contingencia; dame el papel, que yo iré. CARLOS: Tómalo y mira que vuelvas aprisa, por el cuidado en que estoy. CASTAÑO: Dame licencia, señor, de contarte un cuento que viene aquí como piedra en el ojo de un vicario --que deben de ser canteras--: Salió un hombre a torear, y a otro un caballo pidió, el cual, aunque lo sintió, no se lo pudo negar. Salió, y el dueño al mirallo, no pudiéndolo sufrir, le envió un recado a decir que le cuidase el caballo, porque valía un tesoro, y el otro muy sosegado respondió: "Aquese recado no viene a mí, sino al toro." Tú eres así agora que me remites a un paseo donde, aunque yo lo deseo, no sé yo si volveré. Y lo que me causa risa, aun estando tan penoso, es que, siendo tan dudoso, me mandes que venga aprisa. Y así, yo agora te digo como el otro toreador, que ese recado, señor, lo envías a don Rodrigo.
Sale CELIA
CELIA: Señor don Carlos, mi ama os suplica vais a verla al jardín luego al instante, que tiene cierta materia que tratar con vos, que importa. CARLOS: Decid que ya a obedecerla voy.
Habla don CARLOS a CASTAÑO
Haz tú lo que he mandado.
Vanse don CARLOS y CELIA
CASTAÑO: Yo bien no hacerlo quisiera, si me valiera contigo el hacer yo la deshecha. ¡Válgame Dios! ¿Con qué traza yo a don Rodrigo le diera aqueste papel, sin que él ni alguno me conociera? ¡Quién fuera aquí Garatuza, de quien en las Indias cuentan que hacía muchos prodigios! Que yo, como nací en ellas, le he sido siempre devoto como a santo de mi tierra. ¡Oh tú, cualquiera que has sido, oh tú, cualquiera que seas, bien esgrimas abanico, o bien arrastres contera, inspírame alguna traza que de Calderón parezca, con que salir de este empeño! Pero tate, en mi conciencia, que ya he topado el enredo; Leonor me dio unas polleras y unas joyas que trajese, cuando quiso ser Elena de este Paris boquirrubio, y las tengo aquí bien cerca, que me han servido de cama; pues si yo me visto de ellas, ¿habrá en Toledo tapada que a mi garbo se parezca? Pues ahora bien, yo las saco; vayan estos trapos fuera.
Quítase capa, espada y sombrero
Lo primero, aprisionar me conviene la melena, porque quitará mil vidas si le doy tantica suelta. Con este paño pretendo abrigarme la mollera; si como quiero lo pongo, será gloria ver mi pena. Agora entran las basquiñas. ¡Jesús, y qué rica tela! No hay duda que me esté bien, porque como soy morena me está del cielo lo azul. ¿Y esto qué es? Joyas son éstas; no me las quiero poner, que agora voy de revuelta. Un serenero he topado en aquesta faltriquera; también me lo he de plantar. ¿Cabráme esta pechuguera? El solimán me hace falta; pluguiese a Dios y le hubiera, que una manica de gato sin duda me la pusiera; pero no, que es un ingrato, y luego en cara me diera. La color no me hace al caso, que en este empeño, de fuerza me han de salir mil colores, por ser dama de vergüenza. ¿Qué les parece, señoras, este encaje de ballena? Ni puesta con sacristanes pudiera estar más bien puesta. Es cierto que estoy hermosa. ¡Dios me guarde, que estoy bella! Cualquier cosa me está bien porque el molde es rara pieza. Quiero acabar de aliñarme, que aún no estoy dama perfecta. Los guantes; aquesto sí, porque las manos no vean, que han de ser la de Jacob con que a Esaú me parezca. El manto lo vale todo, échomelo en la cabeza. ¡Válgame Dios!, cuánto encubre esta telilla de seda, que ni hay foso que así guarde, ni muro que así defienda, ni ladrón que tanto encubra, ni paje que tanto mienta, ni gitano que así engañe, ni logrero que así venda. Un trasunto el abanillo es de mi garbo y belleza pero si me da tanto aire, ¿qué mucho a mí se parezca? Dama habrá en el auditorio que diga a su compañera: "Mariquita, aqueste bobo al Tapado representa." Pues atención, mis señoras, que es paso de la comedia; no piensen que son embustes fraguados acá en mi idea, que yo no quiero engañarlas, ni menos a vueselencia. Ya estoy armado, y ¿quién duda que en el punto que me vean me sigan cuatro mil lindos de aquestos que galantean a salga lo que saliere, y que a bulto se amartelan, no de la belleza que es, sino de la que ellos piensan? Vaya, pues, de damería. Menudo el paso, derecha la estatura, airoso el brío; inclinada la cabeza, un sí es no es, al un lado; la mano en el manto envuelta; con el un ojo recluso y con el otro de fuera; y vamos ya, que encerrada se malogra mi belleza. Temor llevo de que alguno me enamore.
Va a salir y encuentra a don PEDRO
PEDRO: Leonor bella, ¿vos con manto y a estas horas? (¡Oh qué bien me dijo Celia Aparte de que irse a un convento quiere!) ¿Adónde vais con tal priesa? CASTAÑO: (¡Vive Dios!, que por Leonor Aparte me tiene; yo la he hecho buena si él me quiere descubrir). PEDRO: ¿De qué estás, Leonor, suspensa? ¿Adónde vas, Leonor mía? CASTAÑO: (¡Oiga lo que Leonorea! Aparte Mas pues por Leonor me marca, yo quiero fingir ser ella, que quizá atiplando el habla no me entenderá la letra). PEDRO: ¿Por qué no me habláis, señora? ¿Aun no os merece respuesta mi amor? ¿Por qué de mi casa os queréis ir? ¿Es ofensa el adoraros tan fino, el amaros tan de veras que, sabiendo que a otro amáis, está mi atención tan cierta de vuestras obligaciones, vuestro honor y vuestras prendas, que a casarme determino sin que ningún riesgo tema? Que en vuestra capacidad bien sé que tendrá más fuerza, para mirar por vos misma, la obligación, que la estrella. ¿Es posible que no os mueve mi afecto ni mi nobleza, mi hacienda ni mi persona, a verme menos severa? ¿Tan indigno soy, señora? Y, doy caso que lo sea, ¿no me darán algún garbo la gala de mis finezas? ¿No es mejor para marido, si lo consideráis cuerda, quien no galán os adora que quien galán os desprecia? CASTAÑO: (¡Gran cosa es el ser rogadas! Aparte Ya no me admiro que sean tan soberbias las mujeres, porque no hay que ensoberbezca cosa, como el ser rogadas. Ahora bien, de vuelta y media he de poner a este tonto). Don Pedro, negar quisiera la causa porque me voy, pero ya decirla es fuerza; yo me voy porque me mata de hambre aquí vuestra miseria; porque vos sois un cuitado, vuestra hermana es una suegra, las crïadas unas tías, los crïados unas bestias; y yo de aquesto enfadada, en cas de una pastelera a merendar garapiñas voy. PEDRO: (¿Qué palabras son éstas, Aparte y qué estilo tan ajeno del ingenio y la belleza de doña Leonor?) Señora, mucho extraña mi fineza oíros dar de mi familia unas tan indignas quejas, que si queréis deslucirme, bien podéis de otra manera, y no con tales palabras que mal a vos misma os dejan. CASTAÑO: Digo que me matan de hambre; ¿es aquesto lengua griega? PEDRO: No es griega, señora, pero no entiendo en vos esa lengua. CASTAÑO: Pues si no entendéis así, entended de esta manera.
Quiere irse
PEDRO: Tened, que no habéis de iros, ni es bien que yo lo consienta, porque a vuestro padre he dicho que estáis aquí; y así es fuerza en cualquiera tiempo darle de vuestra persona cuenta. Que cuando vos no queráis casaros, haciendo entrega de vos quedaré bien puesto, viendo que la resistencia de casarse, de mi parte no está, sin de la vuestra. CASTAÑO: Don Pedro, vos sois un necio, y ésta es ya mucha licencia de querer vos impedir a una mujer de mis prendas que salga a matar su hambre. PEDRO: ( ¿ Posible es, ciels, que aquéstas Aparte son palabras de Leonor? ¡Vive Dios, que pienso que ella se finge necia por ver si con esto me despecha y me dejo de casar! ¡Cielos, que así me aborrezca; y que conociendo aquesto esté mi pasión tan ciega que no pueda reducirse!) Bella Leonor, ¿qué aprovecha el fingiros necia, cuando sé yo que sois tan discreta? Pues antes, de enamorarme sirve más la diligencia, viendo el primor y cordura de saber fingiros necia. CASTAÑO: (¡Notable aprieto, por Dios! Aparte Yo pienso que aquí me fuerza. Mejor es mudar de estilo para ver si así me deja). Don Pedro, yo soy mujer que sé bien dónde me aprieta el zapato, y pues ya he visto que dura vuestra fineza a pesar de mis desaires, yo quiero dar una vuelta y mudarme al otro lado, siendo aquesta noche mesma vuestra esposa. PEDRO: ¿Qué decís, señora? CASTAÑO: Que seré vuestra como dos y dos son cuatro. PEDRO: No lo digáis tan apriesa, no me mate la alegría, ya que no pudo la pena. CASTAÑO: Pues no, señor, no os muráis, por amor de Dios, siquiera hasta dejarme un muchacho para que herede la hacienda. PEDRO: ¿Pues eso miráis, señora? ¿No sabéis que es toda vuestra? CASTAÑO: ¡Válgame Dios, yo me entiendo; bueno será tener prendas! PEDRO: Ésa será dicha mía; mas, señor, ¿habláis de veras o me entretenéis la vida? CASTAÑO: ¿Pues soy yo farandulera? Palabra os doy de casarme, si ya no es que por vos queda. PEDRO: ¿Por mí? ¿Eso decís, señora? CASTAÑO: ¿Qué apostamos que si llega el caso, queda por vos? PEDRO: No así agraviéis la fineza. CASTAÑO: Pues dadme palabra aquí, de que, si os hacéis afuera, no me habéis de hacer a mí algún daño. PEDRO: ¿Que os lo ofrezca qué importa, supuesto que es imposible que pueda desistirse mi cariño? Mas permitid que merezca de que queréis ser mi esposa, vuestra hermosa mano en prendas. CASTAÑO: (Llegó el caso de Jacob). Aparte Catadla aquí toda entera. PEDRO; ¿Pues con guante me la dais? CASTAÑO: Sí, porque la tengo enferma. PEDRO: ¿Pues qué tenéis en las manos? CASTAÑO: Hiciéronme mal en ellas en una visita un día, y ni han bastado recetas de hieles, ni jaboncillos para que a su albura vuelvan.
Habla dentro don JUAN
JUAN: ¡Muere a mis manos, traidor! PEDRO: Oye, ¿qué voz es aquélla?
Habla dentro don CARLOS
CARLOS: ¡Tú morirás a las mías, pues buscan tu muerte en ellas! PEDRO: ¡Vive Dios, que es en mi casa! CASTAÑO: Ya suena la voz más cerca.
Salen riñendo don CARLOS y don JUAN, y doña ANA deteniéndolos
ANA: ¡Caballeros, detenéos! ¡(Mas, mi hermano! ¡Yo estoy muerta!) CASTAÑO: ¿Mas si por mí se acuchillan los que mi beldad festejan? PEDRO: ¿En mi casa y a estas horas con tan grande desvergüenza acuchillarse dos hombres? Mas yo vengaré esta ofensa dándoles muerte, y más cuando es don Carlos quien pelea ANA: (¿Quién pensara, ¡ay infelice!, Aparte que aqu¡ mi hermano estuviera?) CARLOS: (Don Pedro está aquí, y por él Aparte a mí nada se me diera, pero se arriesga doña Ana que es sólo por quién me pesa). CASTAÑO: (¡Aquí ha sido la de Orán! Aparte Mas yo apagaré la vela; quizá con eso tendré lugar de tomar la puerta, que es sólo lo que me importa).
Apaga CASTAÑO la vela y riñen todos
PEDRO: Aunque hayáis muerto la vela por libraros de mis iras, poco importa, que aunque sea a oscuras, sabré mataros. CARLOS: (Famosa ocasión es ésta Aparte de que yo libre a do¤a Ana, pues por ampararme atenta está arriesgada su vida).
Sale doña LEONOR con manto
LEONOR: (¡Ay Dios! Aquí dejé a Celia, y ahora sólo escucho espadas y voy pisando tinieblas. ¿Qué será? ¡Válgame Dios! Pero lo que fuere sea, pues a mí sólo me importa ver si topo con la puerta.)
Topa a don CARLOS
CARLOS: (Ésta es sin duda doña Ana). Aparte Se¤ora, venid apriesa y os sacaré de este riesgo. LEONOR: (¿Qué es esto? Un hombre me lleva. Aparte Mas como de aquí me saque, con cualquiera voy contenta, que si él me tiene por otra, cuando en la calle me vea podrá dejarme ir a mí, y volver a socorrerla). ANA: (No tengo cuidado yo Aparte de que sepa la pendencia mi hermano, y más cuando ha visto que es don Carlos quien pelea, y diré que es por Leonor. Solamente me atormenta el que se arriesgue don Carlos. ¡Oh, quién toparlo pudiera para volverlo a esconder!) PEDRO: ¡Quien mi honor agravia, muera! CASTAÑO: ¡Que haya yo perdido el tino y no tope con la puerta! Mas aquí juzgo que está. ¡Jesús! ¿Qué es esto? Alacena en que me he hecho los hocicos y quebrado diez docenas de vidrios y de redomas, que envidiando mi belleza me han pegado redomazo. ANA: Ruido he sentido en la puerta; sin duda alguna se va don Juan, porque no lo vean, y lo conozca mi hermano; y ya dos sólo pelean. ¿Cuál de ellos será don Carlos?
Llega doña ANA a don JUAN
CARLOS: La puerta, sin duda, es ésta. Vamos, señora, de aquí.
Vase don CARLOS con doña LEONOR
PEDRO: ¡Morirás a mi violencia! ANA: (Mi hermano es aquél, y aquéste Aparte sin duda es Carlos). ­Apriesa, señor, yo os ocultaré! JUAN: Ésta es doña Ana, e intenta ocultarme de su hermano; preciso es obedecerla.
Vase doña ANA con don JUAN
PEDRO: ¿Dónde os ocultáis, traidores, que mi espada no os encuentra? ¡Hola, traed una luz!
Sale CELIA con luz
CELIA: Señor, ¿qué voces son éstas? PEDRO: ¿Qué ha de ser? (Pero, ¿qué miro? Aparte Hallando abierta la puerta, se fueron; mas si Leonor --que sin duda entró por ella aquí don Carlos-- está en casa, ¿qué me da pena? Mas, bien será averiguar cómo entró). Tú, Leonor, entra a recogerte, que voy a que aquí tu padre venga, porque quiero que esta noche queden nuestras bodas hechas. CASTAÑO: Tener hechas las narices es lo que agora quisiera.
Vase CASTAÑO y cierra don PEDRO la puerta
PEDRO: Encerrar quiero a Leonor, por si acaso fue cautela haberme favorecido. Yo la encierro por de fuera, porque si acaso lo finge se haga la burla ella mesma. Yo me voy a averiguar quién fuese el que por mis puertas le dio entrada a mi enemigo, y por qué era la pendencia con Carlos y el embozado; y pues antes que los viera los vio mi hermana y salió con ellos, saber es fuerza cuando a reñir empezaron, dónde o cómo estaba ella.
Vase don PEDRO
[Frente a la casa de don Pedro]
Salen don RODRIGO y HERNANDO
RODRIGO: Esto, Hernando, he sabido: que don Diego está herido, y que lo hirió quien a Leonor llevaba cuando en la calle estaba, porque él la conoció y quitarla quiso, con que le fue preciso reñir; y la pendencia ya trabada, el que a Leonor llevaba, una estocada le dio, de que quedó casi difunto, y luego al mismo punto cargado hasta su casa le llevaron, donde luego que entraron en sí volvió don Diego; pero advirtiendo luego en los que le llevaron apiadados, conoció de don Pedro ser crïados; porque sin duda, Hernando, fue el llevalle por excusar el ruido de la calle. Mira qué bien viene esto que ha pasado con lo que esta mañana me ha afirmado de que Leonor fue sólo a ver su hermana, y que yo me detenga hasta mañana para ver si Leonor casarse quiere; de donde bien se infiere que de no hacerlo trata, y que con estas largas lo dilata; mas yo vengo resuelto --que a esto a su casa he vuelto-- a apretarle de suerte que ha de casarse, o le he de dar la muerte. HERNANDO: Harás muy bien, señor, que la dolencia de honor se ha de curar con diligencia, porque el que lo dilata neciamente viene a quedarse enfermo eternamente.
Sale don CARLOS con doña LEONOR, tapada
CARLOS: No tenéis ya que temer, doña Ana hermosa, el peligro. LEONOR: (¡Cielos! ¿Que me traiga Carlos Aparte pensando --­ah fiero enemigo!-- que soy doña Ana? ¿Qué más claros busco los indicios de que la quiere?) CARLOS: (¡En qué empeño Aparte me he puesto, cielos divinos, que por librar a doña Ana dejo a Leonor al peligro! ¿Adónde podré llevarla para que pueda mi brío volver luego por Leonor? Pero hacia aquí un hombre miro). ¿Quién va? RODRIGO: ¿Es don Carlos? CARLOS: Yo soy. (¡Válgame Dios! Don Rodrigo Aparte es. ¿A quién podré mejor encomendar el asilo y el amparo de doña Ana? Que con su edad y su juicio la compondrá con su hermano con decencia, y yo me quito de aqueste embarazo y vuelvo a ver si puedo atrevido sacar mi dama). Señor, don Rodrigo, en un conflicto estoy, y vos podéis solo sacarme de él. RODRIGO: ¿En qué os sirvo, don Carlos? CARLOS: Aquesta dama que traigo, señor, conmigo es la hermana de don Pedro, y en un lance fue preciso el salirse de su casa, por correr su honor peligro. Yo, ya veis que no es decente tenerla, y así os suplico la tengáis en vuestra casa, mientras yo a otro empeño asisto. RODRIGO: Don Carlos, yo la tendré; claro está que no es bien visto tenerla vos, y a su hermano hablaré si sois servido. CARLOS: Haréisme mucho favor, y así yo me voy.
Vase don CARLOS
LEONOR: (¿Qué miro? Aparte ­A mi padre me ha entregado!) RODRIGO: Hernando, yo he discurrido --pues voy a ver a don Pedro, y Carlos hizo lo mismo que él sacándole a su hermana, que ya por otros indicios sabía yo que la amaba-- valerme de este motivo tratando de que la case, porque ya como de hijo debo mirar por su honor; y él quizá más reducido, viendo a peligro su honor, querrá remediar el mío. HERNANDO: Bien has dicho, y me parece buen modo de constreñirlo el no entregarle a su hermana hasta que él haya cumplido con lo que te prometió. RODRIGO: Pues yo entro. Venid conmigo, señora, y nada temáis de riesgo, que yo me obligo a sacaros bien de todo. LEONOR: A casa de mi enemigo, me vuelve a meter mi padre; y ya es preciso seguirlo, pues descubrirme no puedo. RODRIGO: Pero allí a don Pedro miro. Vos, señora, con Hernando os quedad en este sitio, mientras hablo a vuestro hermano. LEONOR: (¡Cielos, vuestro influjo impío Aparte mudad, o dadme la muerte, pues me será más benigno un fin breve, aunque es atroz, que un prolongado martirio!) RODRIGO: Pues yo me quiero llegar.
Sale don PEDRO
PEDRO: (¡Que saber no haya podido Aparte mi enojo, quién en mi casa le dio entrada a mi enemigo, ni haya encontrado a mi hermana! Mas buscarla determino hacia el jardín, que quizá, temerosa del rüido, se vino hacia aquesta cuadra. Yo voy; pero don Rodrigo está aquí. A buen tiempo viene, pues que ya Leonor me ha dicho que gusta de ser mi esposa). Se is, señor, bien venido, que a no haber venido vos, en aqueste instante mismo había yo de buscaros. RODRIGO: La diligencia os estimo; sentémonos, que tenemos mucho que hablar. PEDRO: (Ya colijo Aparte que a lo que podrá venir resultará en gusto mío). RODRIGO: Bien habréis conjeturado que lo que puede, don Pedro, a vuestra casa traerme es el honor, pues le tengo fïado a vuestra palabra; que, aunque sois tan caballero, mientras no os casáis está a peligro siempre expuesto; y bien veis que no es alhaja que puede en un noble pecho permitir la contingencia; porque es un cristal tan terso, que, si no le quiebra el golpe, le empaña sólo el aliento. Esto habréis pensado vos, y haréis bien en pensar esto, pues también esto me trae. Mas no es esto a lo que vengo principalmente; porque quiero con vos tan atento proceder, que conozcáis que teniendo de por medio el cuidado de mi hija y de mi honor el empeño, con tanta cortesanía procedo con vos, que puedo hacer mi honor accesorio por poner primero el vuestro. Ved si puedo hacer por vos más; aunque también concedo que ésta es conveniencia mía; que habiendo de ser mi yerno, el quereros ver honrado resultará en mi provecho. Ved vos cuán celoso soy de mi honor, y con qué extremo sabré celar mi opinión cuando así la vuestra celo. Supuesto esto, ya sabéis vos que don Carlos de Olmedo, demás del lustre heredado de su noble nacimiento... PEDRO: (A don Carlos me ha nombrado. Aparte ¿Dónde irá a parar aquesto, y el no hablar en que me case? Sin duda, sabe el suceso de que la sacó don Carlos. ¡Hoy la vida y honra pierdo!) RODRIGO: El color habéis perdido, y no me admiro; que oyendo cosas tocantes a honor, no fuerais noble, ni cuerdo, ni honrado si no mostrarais ese noble sentimiento. Mas pues de lances de amor tenéis en vos el ejemplo, y que vuestra propia culpa honesta el delito ajeno, no tenéis de qué admiraros de lo mismo que habéis hecho.
Sale doña ANA al paño
ANA: Don Rodrigo con mi hermano está. Desde aquí pretendo escuchar a lo que vino; que como a don Carlos tengo oculto, y lo vio mi hermano, todo lo dudo y lo temo. RODRIGO: Digo, pues, que aunque ya vos enterado estaréis de esto, don Carlos a vuestra hermana hizo lícitos festejos; correspondióle doña Ana... No fue mucho, pues lo mesmo sucedió a Leonor con vos. PEDRO: (¿Qué es esto? ¡Válgame el cielo! Aparte ¿Don Carlos quiere a mi hermana?) ANA: ¿Cómo llegar a saberlo ha podido don Rodrigo? RODRIGO: Digo, por no deteneros con lo mismo que sabéis, que viéndose en el aprieto de haberlo ya visto vos y de estar con él riñendo, la sacó de vuestra casa. PEDRO: ¿Qué es lo que decís? RODRIGO: Lo mesmo que vos sabéis y lo propio que hicisteis vos. ¿Pues es bueno que me hicierais vos a mí la misma ofensa, y que cuerdo venga a tratarlo, y que vos, sin ver que permite el cielo que veamos por nosotros la ofensa que a otros hacemos, os mostréis tan alterado? Tomad, hijo, mi consejo; que en las dolencias de honor no todas veces son buenos, si bastan sólo süaves, los medicamentos recios, que antes suelen hacer daño; pues cuando está malo un miembro, el experto cirujano no luego le aplica el hierro y corta lo dolorido, sino que aplica primero los remedios lenitivos; que acudir a los cauterios, es cuando se reconoce que ya no hay otro remedio. Hagamos lo mismo acá. Don Carlos me ha hablado en ello; doña Ana se fue con él y yo en mi poder la tengo; ellos lo han de hacer sin vos... ¿Pues no es mejor, si han de hacerlo, que sea con vuestro gusto, haciendo cuerdo y atento, voluntario lo preciso? Que es industria del ingenio vestir la necesidad de los visos de afecto. Aquéste es mi parecer; agora consultad cuerdo a vuestro honor, y veréis si os está bien el hacerlo. Y en cuanto a lo que a mí toca, sabed que vengo resuelto a que os caséis esta noche; pues no hay por qué deteneros, cuando vengo de saber que a mi sobrino don Diego dejasteis herido anoche, porque llegó a conoceros y a Leonor quiso quitaros. Ved vos cuán mal viene aquesto con que vos no la sacasteis; y en suma, éste es largo cuento. Pues sólo con que os caséis, queda todo satisfecho. ANA: Temblando estoy qué responde mi hermano; mas yo no encuentro qué razón pueda mover a fingir estos enredos a don Rodrigo. PEDRO: Señor; digo, cuanto a lo primero, que el decir que no saqué a Leonor, fue fingimiento que me debió decoroso mi honor y vuestro respeto; y pues sólo con casarme decís que quedo bien puesto, a la beldad de Leonor oculta aquel aposento y agora en vuestra presencia le daré de esposo y dueño la mano; pero sabed que me habéis de dar primero a doña Ana, para que siguiendo vuestro consejo, la despose con don Carlos al instante. (Pues con esto, Aparte seguro de este enemigo de todas maneras quedo). RODRIGO: ¡Oh qué bien que se conoce vuestra nobleza y talento! Voy a que entre vuestra hermana y os doy las gracias por ello.
Sale doña ANA
ANA: No hay para qué, don Rodrigo, pues para dar las que os debo estoy yo muy prevenida. Y a ti, hermano, aunque merezco tu indignación, te suplico que examines por tu pecho las violencias del amor, y perdonarás con esto mis yerros, si es que lo son, siendo tan dorados hierros. PEDRO: Alza del suelo, doña Ana; que hacerse tu casamiento con más decencia pudiera, y no poniendo unos medios tan indecentes. RODRIGO: Dejad aquesto, que ya no es tiempo de reprensión; envïad un crïado de los vuestros que a buscar vaya a don Carlos. ANA: No hay que envïarlo, supuesto que, como a mi esposo, oculto dentro en mi cuarto le tengo. PEDRO: Pues sácale, luego al punto. ANA: ¡Con qué gusto te obedezco; que al fin mi amante porfía ha logrado sus deseos!
Vase doña ANA
PEDRO: ¡Celia!
Sale CELIA
CELIA: ¿Qué me mandas? PEDRO: Toma la llave de ese aposento y avisa a Leonor que salga. ¡Oh Amor, que al fin de mi anhelo has dejado que se logren mis amorosos intentos!
Recibe CELIA la llave y vase
LEONOR: (Pues me tienen por doña Ana, Aparte entrarme quiero all  dentro y librarme de mi padre, que es el más próximo riesgo; que después, para librarme de la instancia de don Pedro, no faltarán otros modos. Mas subir a un hombre veo la escalera. ¿Quién será?)
Sale don CARLOS
CARLOS: (A todo trance resuelto Aparte vengo a sacar a Leonor de este indigno cautiverio; que supuesto que doña Ana está ya libre de riesgo, no hay por qué esconder la cara mi valor; y ¡vive el cielo, que la tengo de llevar, o he de salir de aquí muerto!)
Pasa don CARLOS por junto a doña LEONOR
LEONOR: (Carlos es, ¡válgame Dios!, Aparte y de cólera tan ciego va, que no reparó en mí. Pues ¿a qué vendrá, supuesto que me lleva a mí, pensando que era yo doña Ana? ¡Ah cielos, que me hayáis puesto en estado que estos ultrajes consiento! Mas ¿si acaso conoció que dejaba en el empeño a su dama, y a librarla viene agora? Yo me acerco para escuchar lo que dice.) CARLOS: Don Pedro, cuando yo entro en casa de mi enemigo, mal puedo usar de lo atento. Vos me tenéis... Mas ¿qué miro? ¿Don Rodrigo, aquí? RODRIGO: Teneos, don Carlos, y sosegaos, porque ya todo el empeño está ajustado; ya viene en vuestro gusto don Pedro, y pues a él se lo debéis, dadle el agradecimiento; que yo el parabién os doy de veros felice dueño de la beldad que adoráis, que gocéis siglos eternos. CARLOS: (¿Qué es esto? Sin duda ya Aparte sabe todo el suceso, porque Castaño el papel debió de dar ya, y sabiendo don Rodrigo que fui yo quien la sacó, quiere cuerdo portarse y darme a Leonor; y sin duda ya don Pedro viendo tanto desengaño se desiste del empeño). Señor, palabras me faltan para poder responderos; mas válgame lo dichoso para disculpar lo necio, que en tan no esperada dicha como la que yo merezco, si no me volviera loco estuviera poco cuerdo. RODRIGO: Mirad si os lo dije yo; quiérela con grande extremo. LEONOR: (¿Qué es esto, cielos, que escucho? Aparte ¿Qué parabienes son éstos ni qué dichas de don Carlos?) PEDRO: Aunque debierais atento haberos de mí valido, supuesto que gusta de ella don Rodrigo, cuyas canas como de padre venero, yo me tengo por dichoso en que tan gran caballero se sirva de honrar mi casa. LEONOR: (Ya no tengo sufrimiento). Aparte ¡No ha de casarse el traidor!
Llega doña LEONOR con manto
RODRIGO: Señora, a muy lindo tiempo venís; mas ¿por qué os habéis otra vez el manto puesto? Aquí está ya vuestro esposo. Don Carlos, los cumplimientos basten ya, dadle la mano a doña Ana. CARLOS: ¿A quién? ¿Qué es esto? RODRIGO: a doña Ana, vuestra esposa. ¿De qué os turbáis? CARLOS: ¡Vive el cielo, que éste es engaño y traición! ¿Yo a doña Ana? LEONOR: (¡Albricias, cielos, Aparte que ya desprecia a do¤a Ana!) PEDRO: Don Rodrigo, ¿qué es aquesto? ¿Vos, de parte de don Carlos, no vinisteis al concierto de mi hermana? RODRIGO: Claro está; y fue porque Carlos mesmo me entregó a mí a vuestra hermana que la llevaba, diciendo que la sacaba porque corría su vida riesgo. ¿Señora, no fue esto así? LEONOR: Sí, señor, y yo confieso que soy esposa de Carlos, como vos vengáis en ello. CARLOS: Muy mal, señora doña Ana, habéis hecho en exponeros a tan público desaire como por fuerza he de haceros; pero, pues vos me obligáis a que os hable poco atento, quien me busca exasperado me quiere sufrir grosero; si mejor a vos que a alguno os consta que yo no puedo dejar de ser de Leonor. RODRIGO: ¿De Leonor? ¿Qué? ¿Cómo es eso? ¿Qué Leonor? CARLOS: De vuestra hija. RODRIGO: ¿De mi hija? ¡Bien por cierto, cuando es de don Pedro esposa! CARLOS: ¡Antes que logre el intento, le quitaré yo la vida! PEDRO: ¡Ya es mucho mi sufrimiento, pues en mi presencia os sufro que atrevido y desatento a mi hermana desairéis y pretendáis a quien quiero!
Empuñan las espadas; y salen doña ANA y don JUAN de la mano, y por la otra puerta CELIA y CASTAÑO de dama
ANA: A tus pies, mi esposo y yo, hermano... (¿Pero qué veo? Aparte A don Juan es a quien traigo, que en el rostro el ferreruelo no le había conocido). PEDRO: Doña Ana, ¿pues cómo es esto? CELIA: Señor, aquí está Leonor. PEDRO: ¡Oh hermoso, divino dueño! CASTAÑO: (Allá veréis la belleza; Aparte mas yo no puedo de miedo moverme. Pero mi amo está aquí; ya nada temo, pues él me defenderá. RODRIGO: Yo dudo lo que estoy viendo. Don Carlos, ¿pues no es doña Ana esta dama que vos mesmo me entregasteis y con quien os casáis? CARLOS; Es manifiesto engaño, que yo a Leonor solamente es a quien quiero. ANA: (Acabe este desengaño Aparte con mi pertinaz intento; y pues el ser de don Juan es ya preciso, yo esfuerzo cuanto puedo, que lo estimo que en efecto es ya mi dueño). Don Rodrigo, ¿qué decís? ¿Qué Carlos? Que no lo entiendo; y sólo sé que don Juan, desde Madrid, en mi pecho tuvo el dominio absoluto de todos mis pensamientos. JUAN: Don Pedro, yo a vuestros pies estoy. PEDRO; Yo soy el que debo alegrarme, pues con vos junto la amistad al deudo; y así, porque nuestras bodas se hagan en un mismo tiempo, dadle la mano a doña Ana, que yo a Leonor se la ofrezco.
Llégase a CASTAÑO
CARLOS: ¡Antes os daré mil muertes! CASTAÑO: (Miren aquí si soy bello, Aparte pues por mí quieren matarse). PEDRO: Dadme, soberano objeto de mi rendido albedrío, la mano. CASTAÑO: Sí, que os la tengo para dárosla más blanda un año en guantes de perro. CARLOS; ¡Eso no conseguirás!
Descúbrese doña LEONOR
LEONOR: Tente, Carlos, que yo quedo de más, y seré tu esposa; que aunque me hiciste desprecios, soy yo de tal condición que más te estimo por ellos. CARLOS: Mi bien, Leonor, ¿que tú eras? PEDRO: ¿Qué es esto? ¿Por dicha sueño? ¿Leonor está aquí y allí? CASTAÑO: No, sino que viene a cuento lo de: "No sois vos, Leonor..." PEDRO: ¿Pues, quién eres tú, portento, que por Leonor te he tenido?
Descúbrese CASTAÑO
CASTAÑO: No soy sino el perro muerto de que se hicieron los guantes. CELIA: La risa tener no puedo del embuste de Castaño. PEDRO: ¡Mataréte, vive el cielo! CASTAÑO: ¿Por qué? Si cuando te di palabra de casamiento, que ahora estoy llano a cumplirte, quedamos en un concierto de que si por ti quedaba, no me harías mal; y supuesto que agora queda por ti y que yo estoy llano a hacerlo, no faltes tú, pues que yo no falto a lo que prometo. CARLOS: ¿Cómo estás así, Castaño, y en tan traje? CASTAÑO: Ése es el cuento. Que por llevar el papel que aún aquí guardado tengo, en que a don Rodrigo dabas cuenta de todo el enredo y de que a Leonor llevaste, para llevarlo sin riesgo de encontrar a la justicia me puse estos faldamentos; y don Pedro enamorado de mi talle y de mi aseo, de mi gracia y de mi garbo, me encerró en este aposento. CARLOS: Mirad, señor don Rodrigo, si es verdad que soy el dueño de la beldad de Leonor, y si ser su esposo debo. RODRIGO: Como se case Leonor y quede mi honor sin riesgo, lo demás importa nada; y así, don Carlos, me alegro de haber ganado tal hijo. PEDRO: (Tan corrido, ¡vive el cielo!, Aparte de lo que me ha sucedido estoy, que ni a hablar acierto; mas disimular importa, que ya no tiene remedio el caso). Yo doy por bien la burla que se me ha hecho, porque se case mi hermana con don Juan. ANA: La mano ofrezco y también con ella el alma. JUAN: Y yo, señora, la acepto, porque vivo muy seguro de pagaros con lo mesmo. CARLOS: Tú, Leonor mía, la mano me da. LEONOR: En mí, Carlos, no es nuevo, porque siempre he sido tuya. CASTAÑO: Díme, Celia, algún requiebro, y mira si a mano tienes una mano. CELIA: No la tengo, que la dejé en la cocina; pero ¿bastaráte un dedo? CASTAÑO: Daca, que es el dedo malo, pues es él con quien encuentro. Y aquí, altísimos señores, y aquí, senado discreto, los empeños de una casa dan fin. Perdonad sus yerros.

SARAO DE CUATRO NACIONES

que son españoles, negros, italianos y mejicanos


 
Salen los españoles
CORO 1º: A la guerra más feliz que el Amor ordena, la caja resuena, retumba el clarín, CORO 2º: y el pífano suena, que convoca a la lid; y al hacer la seña a acometer, CORO 3º: dicen: ¡Guerra, guerra, porque ya el Amor hoy sale al campo armado de furor, porque espera salir vencedor! CORO 1º: Su opuesta es la Obligación, que el lauro pretende, porque que es, entiende, quien tiene razón, CORO 2º: y así, la defiende con destreza y corazón; y al salir y hacer seña de embestir, CORO 3º: dicen: ¡Toca, toca, y sepan que voy a coronarme de laureles hoy, porque digna de ellos solamente soy. CORO 1º: De María la beldad el Amor prefiere; y el Respeto quiere, con más seriedad, CORO 2º: que más se pondere culto a su deidad. Pero Amor, como es deidad superior, CORO 3º: es quien vence, que es fácil vencer aquel que vence sólo con querer, pues sobre razón le sobra el poder. ¡Victoria, victoria, victoria, y lleve triunfante la palma y la gloria el que ha sabido salir vencedor! Y así, ¡viva, viva, via el Amor! CORO 1º: Hoy la Obligación y el Amor se ven disputar valientes la lid más cortés. CORO 2º: Y aunque están unidos, se llagan a ver tal vez hermanados, y opuestos tal vez. CORO 1º: De todos los triunfos es éste al revés; pues aquí, el rendido el vencedor es. CORO 2º: La cuestión es: cuál podr  merecer del excelso Cerda los invictos pies; CORO 1º: y de su divina consorte, de quien aromas mendiga el florido mes, CORO 2º: pues de su beldad pueden aprender cuando el jazmín, púrpura el clavel; CORO 1º: a quien humilladas llegan a ceder Venus la manzana, Palas el laurel; CORO 2º: y al tierno renuevo, el bello José, que siendo tan grande, espera crecer.
Salen los NEGROS
CORO 1º: Hoy, que los rayos lucientes de uno y otro luminar, a corta esfera conmutan la eclíptica celestial; hoy que Venus con Adonis, ésta bella, aquél galán, a breve plantel reducen de Chipre la amenidad; CORO 2º: hoy que Júpiter y Juno, depuesta la majestad, a estrecha morada truecan el alcázar de cristal; hoy que Vertumno y Pomona dejan ya de cultivar los jardines que sus pies bastan a fertilizar; CORO 1º: hoy, en fin, que el alto Cerda y su esposa sin igual --pues solamente sus nombres los pudieron explicar, porque en tanta fabulosa deidad de la antigüedad, allá se expresa entre sombras lo que entre luces acá--, CORO 2º: los dos amantes esposos, que en tálamo conyugal hacen la igualdad unión y la unión identidad --tanto, que a faltar María, célibe fuera Tomás, y a faltar Tomás, María igual no pudiera hallar--, CORO 1º: depuesto el solio glorioso, de su grandeza capaz, luces que envidia una esfera, a un estrecho albergue dan, ¡salga la voz; no el silencio se ocupe todo el lugar; conceda a la voz lo menos, pues se queda con lo más. CORO 2º: ¡Haya un índice en el labio de lo que en el pecho está, que indique, con lo que explique, lo que no puede explicar! Y aunque la gratitud sea imposible de mostrar, ¡haya siquiera quien diga que le queda qué callar!
Salen los ITALIANOS
CORO 1º: En el día gozoso y festivo que humana se muestra la hermosa deidad de María, y el Cerda glorioso, que triunfe feliz, que viva inmortal; hoy que hermosos Cupidos sus soles, del bello, celeste, lucido carcaj, flechan veneraciones, y luego las flechas que tiran, vuelven a cobrar; hoy, que enjambre melifluo de Amores de su primavera festeja el rosal, y aunque en torno susurra a sus flores, se atreve a querer, pero no a llegar en el día que sus plantas bellas dichosa esta casa merece besar, y en las breves estampas que sella, vincula la dicha a su posteridad; en el día que el tierno renuevo de ascendencia clara, de estirpe real, nuevo sol en los brazos del Alba. de las aves deja su luz saludar; en el día que sus damas bellas, cándidas nereidas del sagrado mar, nueva Venus cada una se ostenta, mejor Tethis se ve cada cual, ¡con humildes afectos rendidos, venid amorosos a sacrificar víctimas a su culto, en que sea el alma la ofrenda, y el pecho el altar! Y pues el que merece sus aras excede glorioso la capacidad, ¡sude el pecho en afectos sabeos, arda el alma en aroma mental! Y pues falta la sangre y el fuego, ¡por uno y por otro sacrificio igual, el deseo encendido suponga, la víctima supla de la voluntad! Y a sus plantas rendidos, pidamos, con votos postrados de nuestra humildad, ¿que se admita por feudo el deseo, que supla las faltas de la cortedad!
Salen los MEJICANOS
CORO 2º: ¡Venid, mejicanos; alegres venid, a ver en un sol mil soles lucir! Si América, un tiempo bárbara y gentil, su deidad al sol quiso atribuír, a un sol animado venid a aplaudir, que ilumina hermoso su ardiente cenit; sol que entre arreboles de nieve y carmín, dos lucientes mueve globos de zafir; sol que desde el uno al otro confín, inunda la esfera con rayos de Ofir; la excelsa María, de quien aprendiz el cielo es de luces, de flores abril; en cuyas mejillas se llegan a unir cándido el clavel, rojo el carmesí. Y a su invicto esposo, que supo feliz tanto merecer como conseguir. Y al clavel nevado, purpúreo jazmín, fruto de una y otra generosa vid; José, que su patria llegó a producir en él más tesoros que en su Potosí. ¡A estas tres deidades, alegres rendid de América ufana la altiva cerviz!
Júntanse las NACIONES, y tañen la "Reina" y cantan
CORO 3º: Al invencible Cerda esclarecido, a cuyo sacro culto reverente rinde Amor las saetas de su aljaba, el rayo Jove, y Marte los laureles; a la Venus, a quien el mar erige en templos de cristal tronos de nieve, vagos altares le dedica el aire y aras le da la tierra consistentes; a la deidad divina Mantüana, de cuyo templo por despojo penden de Venus las manzanas y las conchas, de Dïana los arcos y las pieles; y al José generoso, que de troncos reales, siempre ramo floreciente, es engarce glorioso que vincula los triunfos de Laguna y de Paredes, ¡Venida a dedicar, en sacrificios de encendidos afectos obedientes, la víctima debida a sus altares, la ofrenda que a su culto se le debe! Y en la aceptación suplan sus aras, donde la ejecución llegar no puede, las mentales ofrendas del deseo que ofrece todo aquello que no ofrece; pues a lo inmaterial de las deidades, se tiene por ofrenda más solemne que la caliente sangre de la fiera, la encendida intención del oferente. Y escuchen los perdones que pedimos --pues es su ceño más propicio siempre a las indignidades humilladas, que no a las confïadas altiveces--, porque el felice dueño de esta casa, el favor soberano que hoy adquiere, ¡en vividores mármoles le esculpa; en estrellas, por cálculos, lo cuente!
Tocan los instrumentos la "Jácara" y la danzan
CORO 3º: Ya que las demostraciones de nuestro agradecimiento, cuanto han querido ser más, tanto se ha quedado en menos; ya que cuando nuestro amor, soberano Cerda excelso, intentó salir en voces, se quedó sólo en los ecos; Ya que, divina María, al aplaudir vuestro cielo, porque no bastó la voz, se atendió sólo al silencio; ya que, José generoso, a vuestro oriente primero, como al sol, hicieron salva las voces de nuestro afecto; ya que, bellísimas damas, a vuestro decoro atento, sólo se atrevió el Amor con el traje del respeto; y ya que para estimar, señor, favor tan inmenso, la obligación tiene por estrecho plazo lo eterno, vuestra benignidad supla la cortedad del festejo; pues su pequeñez disculpa la improporción del objeto, y en el ser vuestro también asegura los aciertos, pues nunca podrá ser corto, si se mira como vuestro.

FIN DEL FESTEJO

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002