ACTO TERCERO


[En el camino cerca de Cabañas entre Madrid y Toledo]
Salen don ANTONIO y don LUCAS
LUCAS: Ten ese macho, mulero, que es un poquillo mohino. ANTONIO: ¿Dónde fuera del camino me sacáis? LUCAS: Hablaros quiero. ANTONIO: Pues, ¿a qué nos apartamos del camino? ¿Qué queréis? LUCAS: Suegro, agora lo veréis. ANTONIO: Ya estamos solos. LUCAS: Sí, estamos. ¿Viene el coche? ANTONIO: Se quedó más de una legua de aquí. LUCAS: ¿Queréis escucharme? ANTONIO: Sí. LUCAS: ¿Habéis de enojaros? ANTONIO: No. LUCAS: ¿Oís bien? ANTONIO: ¿No lo sabéis? LUCAS: Quiero hablar quedo. ANTONIO: Hablad quedo. LUCAS: Ultimadamente, ¿puedo hablar a bulto? ANTONIO: Podéis. ¿Tenéis que hablar mucho? LUCAS: Mucho. ¿Replicaréis cuando yo estuviere hablando? ANTONIO: No. LUCAS: Pues, escuchad. ANTONIO: Ya os escucho. LUCAS: Yo soy, señor don Antonio de Contreras, un hidalgo bien entendido, así, así, y bienquisto, tanto cuanto; soy ligero luchador, tiro una barra de a cuarto, y aunque pese cuarto y libra, a más de cuarenta pasos; soy diestro como el más diestro, espléndidamente largo, por el principio atrevido y valiente por el cabo; de la escopeta en las suertes salen mis tiros en blanco, y puedo tirar con todos cuantos hay, del rey abajo; canto, bailo y represento, y si me pongo a caballo, caigo bien sobre la silla, y de ella mejor si caigo; si en Zocodover toreo, me llaman el secretario de los toros, porque apenas llegan, cuando los despacho. Conozco bien de pinturas, hago comedias a pasto, y como todos, también llamo a los versos trabajos. No soy nada caballero de ciudad, soy cortesano, y nací bien entendido, aunque nací mayorazgo. Pues mi talle no es muy lerdo, soy delgado sin ser flaco, soy muy ancho de cintura y de hombros soy ancho. Los pies, ansí me los quiero; piernas, ansí me las traigo, con su punta de lo airoso y su encaje de estevado. Yo me alabo, perdonad, que esto importa para el caso, y no he de hallar quien me alabe en un campo despoblado. En fin, discreto, valiente, galán, airoso, bizarro, diestro músico, poeta, jinete, toreador, franco, y sobretodo teniendo de renta seis mil ducados, que no es muy mala pimienta para estos veinte guisados, salgo a que Isabel merezca estas gracias en sus brazos; que nunca pensé, por Dios, venderme yo tan barato, y hallo que con vuestra hija me disteis por liebre gato. ANTONIO: ¡Advertid, que sois un necio! LUCAS: ¿No me oiréis? ANTONIO: No he de escucharos; mataros era más justo. LUCAS: Señor mío, no lo hagamos pendencia; escuchad agora, y vamos al cuento. ANTONIO: Vamos. LUCAS: Lo primero: envié a decir que saliese con cuidado de Madrid y se pusiese una máscara al recato, y ella se puso por una media mascarilla, tanto, que se le vio media cara, desde la nariz abajo; lo segundo: os supliqué que no vinierais, enviando, de que Isabel admitía, un recibo ante escribano, y os vinisteis, no sabiendo que yo he de vestirme llano, pues la tela de mujer no ha menester suegro al canto; lo tercero: luego al punto que me vio, se fue de labios y me dijo mil requiebros por mil rodeos extraños, y una mujer, cuando es propia, ha de andar camino llano; que no ha de ser hablador el amor que ha de ser casto; más: arguyó con mi primo, daca el trato toma el trato, con que se le echa de ver que es tratante a treinta pasos; luego le dijo y le daba, sin haberla nunca hablado, los requiebros en mi nombre y en causa propia la mano; más: un don Luis se ha venido, amante zorrero, al lado por vuestra señora hija, muy modesto, aunque muy falso; y en Illescas, esta noche hallé a mi primo encerrado en la sala de Isabel, y hoy, que a examinarle aguardo, pregunto qué fue la causa de haber anoche violado el que ella llamaba templo y vos nombraréis sagrado, y díjome que allí oculto estuvo, por ver si acaso don Luis hablarla intentara, para que su acero airado feriara a venganzas nobles aquellos celos villanos. ANTONIO: ¿Y habló con don Luis? LUCAS: No habló; pero es caso temerario que haya de andar un marido si la ha hablado o no la ha hablado. ¿Por una mujer y propia, he de andar yo vacilando, pudiendo por mi persona tener mujeres a paso? Ella, en fin, no es para mí. Mujer que se haya crïado en Toledo es lo que quiero, y aun que naciese en mi barrio; mujer crïada en Madrid, para mi propia descarto, que son de revés las unas y las otras son de Tajo; y, en efecto, don Antonio, sólo vengo a suplicaros que os volváis a vuestra hija a vuestra calle de Francos. No he de casarme con ella aunque me hicieran pedazos; solos estamos los dos, nadie nos oye en el campo. Volveos a mi sá Isabel a Madrid, sin enojaros, que esto es entre padres e hijos, que es algo más que entre hermanos; y en llegando las sospechas a andar tan cerca del casco, en siendo los suegros turbios, han de ser los yernos claros. ANTONIO: Por cierto, señor don Lucas, que un poco antes de escucharos os tuve por majadero, pero no os tuve por tanto. ¿Sabéis con quién habláis? LUCAS: Sí; dadme mi carta de pago y llevaos a vuestra hija. ANTONIO: Con ella habéis de casaros u os tengo de dar la muerte. ¿Qué dirán de mi honra cuantos digan que a casarse vino? LUCAS: ¿Y qué dirán los crïados, que han sabido que don Luis la anda siguiendo los pasos? ANTONIO: Don Luis camina a Toledo. LUCAS: Pues, ¿cómo va tan de espacio, yendo Isabel en litera y él en mula? ANTONIO: ¿No está claro que es por llevar compañía, y no ir solo? LUCAS: Ése es el caso, que por no ir solo a Toledo, quiere ir acompañado. ANTONIO: ¿No decís que vuestro primo se encerró anoche en el cuarto de mi hija? LUCAS: Ansí lo digo, y él ansí me lo ha contado, para ver mejor si hablaba con él. ANTONIO: Pues desengañaos, y logre esa diligencia quietudes a vuestro engaño. Si no es cómplice en su amor, ¿por qué queréis, indignado, pagarla en viles castigos cuanto debéis en halagos? Don Luis está ya en Toledo, porque ya se ha adelantado, y yo quedo con la queja y vos con el desengaño; templaos, don Lucas, prudente, que, ¡vive Dios!, que me espanto que no tengáis entre esotras la falta de ser confiado. LUCAS: ¿Cómo no? Sí tengo tal, que no soy tan mentecato que no sepa que merezco más que él, esto y otro tanto; pero díceme mi primo, que es un poco más cursado, que las mujeres escogen lo peor. ANTONIO: Pues consolaos, que no tenéis mal partido si es verdadero el adagio. LUCAS: Ahora, señor don Antonio, vuelvo a decir que estoy llano a casar con vuestra hija, ya yo estoy desengañado; pero si acaso don Luis, amante dos veces zaino,, vuelve a hacerse encontradizo con nosotros, no me caso. ANTONIO: Pues yo admito ese partido. LUCAS: Yo vuestro precepto abrazo. ANTONIO: Pues esperemos el coche en ese camino. LUCAS: Vamos; así, don Antonio, aviso que si hubiere algún engaño en el amor de don Luis, que si él entra por un lado a medias, como sucede con otros más estirados, me habéis de volver al punto cuanto yo hubiere gastado en mulas, coche, litera, gastos de camino y carros; que no es justicia ni es bien, cuando yo me quedo en blanco, que seamos él y yo, él del gusto y yo del gasto. ANTONIO: Dios os haga más discreto. LUCAS: No haga más, que ya he hecho harto.
Vanse. Dentro ruido de cascabeles y campanillas y representan todo lo que se sigue dentro
1º: ¡Arre, rucia de un puto; arre, beata! 2º: ¡Dale, dale, Perico, a la reata! 1º: ¡Oiga la parda cómo se atropella! 2º: ¡Arre, mula de aquel hijo de aquélla! CABELLERA: ¡Va una carrera, cocherillo ingrato! 1º: ¿Qué hace que no se apea y corre un rato? CABELLERA: ¿Adónde va el patán en el matado? 1º: A buscar voy a tu mujer, menguado. CABELLERA: Dígame, si va a vella, ¿cómo va tan despacio? 1º: Tal es ella. ANTONIO: Y él, ¿no deja a sus hijos con el cura? 2º: ¿Para qué? Aquí hay montón. CABELLERA: Pues, ¿qué hay? TODOS: Basura. MÚSICOS: "Mozuelas de la corte, todo es caminar, unas va a Huete y otras a Alcalá." CABELLERA: ¡Para, cochero; el coche se ha volcado! 1º: El cibicón del coche se ha quebrado. 2º: Pues, ¿qué importa? ANDREA: ¡Qué lindo desahogo! ALFONSA: Sáquenme a mí primero, que me ahogo. CABELLERA: Paren esa litera. COCHERO: ¡Para, para! ANDREA: ¡Quebróse la redoma de la cara! Salen doña ISABEL y ANDREA ISABEL: ¡Volvióse el coche! ANDREA: ¡En hora mala sea! ISABEL: Don Pedro saca a doña Alfonsa, Andrea. ¿Qué espero? Ya su amor se ha declarado. ANDREA: ¿Si le dará otro mal como el pasado? ISABEL: ¿Cómo mis iras se hallan más templadas? ANDREA: Previniéndola están dos almohadas en tanto que aderezan una rueda. ISABEL: ¿Queda más que saber? ANDREA: Aún más te queda. ISABEL: Ya doña Alfonsa en ellas se ha sentado. ANDREA: Don Pedro en la litera te ha buscado, y como no te halla, yo recelo que te viene a buscar. ISABEL: Pues, ¡vive el cielo!, que yo no le he de hablar.
Hace que se va ISABEL. Salen don PEDRO y CABELLERA
PEDRO: Oye, detente, no quieras... ISABEL: Déjame. PEDRO: ...tan impaciente malograr mi verdad. ISABEL: No hay quien la crea. PEDRO: Ruégala que me escuche, amiga Andrea; abona tú mi fe. ISABEL: Nada te abona. CABELLERA: Enternécete, dura faraona. PEDRO: Iras y pasos detén. ISABEL: Crüel, diestro, engañador, que amagas con el amor para herir con el desdén, ¿quién es tan ingrato, quién? ¿Quién fue tan desconocido que para haber conseguido una tan fácil victoria resuscite una memoria con la muerte de un olvido? Y pues tus engaños veo, delincuente el más atroz, ¿para qué hiciste tu voz cómplice de tu deseo? Si sabes que no te creo, si conoces mi razón, ¿por qué quiso tu pasión, viendo que es mayor agravio, hacer delincuente al labio de lo que erró el corazón? Y ya que tan falso eras, y ya que no me querías, di, ¿para qué me fingías? ¿Pídote yo que me quieras? Tu amor hicieras, y fuera poco fino, sólo un daño sintiera: mi desengaño; mas tal mis ansias se ven, que, mucho más que el desdén, vengo a sentir el engaño. No me habléis, y mis enojos menos airados verás que se irritan mucho más mis oídos que mis ojos; quiero vencer los despojos de mi amor, si te oigo a veces, y tanto al verte mereces que, aunque has fingido primero, sólo miro que te quiero y no oigo que me aborreces. Mas vete, que he de argüir, cuando me quiera templar, que a mí no me puede amar quien a otra sabe fingir. Ya yo te he llegado a oír que a tu prima has de querer, y aquél que llegare a ser en mi amor el preferido aun no ha de decir fingido que procura otra mujer. A Alfonsa dices que quieres, a mí dices que me adoras; por una, fingiendo, lloras, y por otra, amando, mueres. Pues ¿cómo, si no prefieres tu voluntad declarada, creerá mi pasión errada cuando es la tuya fingida, que soy yo la preferida y es Alfonsa la olvidada? Pues témplese este accidente; que no es justicia que acuda a una tan difícil duda un amor tan evidente; porque es más fácil que intente, menos airado y más sabio, siendo tan grande el agravio a vista de mis enojos, dar lágrimas a los ojos, que evidencias a tu labio. Quiere, adora a Alfonsa bella, y sea yo la olvidada, porque ya estoy bien hallada con tu olvido y con mi estrella; yo soy la infelice, y ella quien te merece mejor; y pues tuve yo el error de haberte querido, es bien que pague con el desdén lo que erré con el amor. Y vete agora de aquí, porque no es justicia, no, que tenga la culpa yo y te dé la queja a ti. PEDRO: Hermosa luz, por quien vi, alma por quien animé, deidad a quien adoré, no hagas con ciega venganza que pague tu desconfianza lo que no ha errado mi fe. Deja esa pasión, que dura en tus sentidos inquieta, y no seas tan discreta que no creas tu hermosura. Tú misma a ti te asegura; imagínate deidad, y creerás mi verdad; usa bien de tus recelos y cría para estos celos, por hijo, a la vanidad. A doña Alfonsa prefieres bien como el lirio a la rosa; mas ¿qué importa ser hermosa, si no presumes lo que eres? Sé como esotras mujeres; ten conmigo más pasión; haz de ti satisfacción; sé, divina, más humana; que a ti, para ser más vana te sobra más perfección. ISABEL: Esa prudente advertencia con que tu pasión me ayuda es buena para la duda, mas no para la evidencia. Ella dijo en mi presencia que tú en su cuarto has estado anoche, que la has hablado; pues ¿cómo, si esto es verdad, con toda mi vanidad sosegaré a mi cuidado? Y cuando eso fuera, di, di, cuando con ella estabas, ¿no te oí decir que amabas a doña Alfonsa? PEDRO: Es ansí. ISABEL: ¿Tu no lo confiesas? PEDRO: Sí, mas fingido mi amor fue. ISABEL: Y cuando te pregunté a cuál de las dos querías, ¿por qué no me respondías? PEDRO: Oye por qué. ISABEL: Di por qué. PEDRO: Porque es grosería errada, nunca al labio permitida, despreciar la aborrecida en presencia de la amada; bástela verse olvidada sin que oyese aquel desdén; bástela quererte bien, sin que al ver desprecio tal, la venga a pagar tan mal porque me quiso tan bien. ISABEL: Pues galán no quiero agora, que, por no dejar corrida a aquélla de quien se olvida, no hace un gusto a la que adora. Vete. PEDRO: Escúchame, señora; que agradezca no te espante ver que me ame tan constante, pero a ti te he preferido. ISABEL: Pues si estás agradecido, cerca estás de ser amante. PEDRO: Oye, señora, y verás... ISABEL: No he de oírte. PEDRO: Aguarda, espera. CABELLERA: Don Luis abrió la litera, y mira si en ella estás. PEDRO: ¿Y agora también dirás que no te tiene afición? ISABEL: Daré la satisfacción. PEDRO: Tampoco te he de creer. ISABEL: ¿Quieres echarme a perder con los celos mi razón? Pues no ha de valerte, no; despreciarle pienso aquí. PEDRO: ¿Yo he de escucharle? ISABEL: Sí. ¡Don Luis!
Dentro
LUIS: ¿Quién me llama? ISABEL: Yo. ANDREA: Él viene acá, ya te oyó. ISABEL: Escóndete entre esos ramos. CABELLERA: La satisfacción oigamos. ISABEL: Yo he de quedar con recelos, y tú has de quedar sin celos. CABELLERA: Ven, señor, que llega. PEDRO: Vamos.
Escóndense y sale don LUIS
LUIS: Al cariño de tu voz no vengo, divina ingrata, como otras veces solía, a consagrar vida y alma; a ser escarmiento vengo de mi amor, a ser venganza de tu desdén, a ser duda de mis propias esperanzas; fiera al paso que divina, crüel al paso que blanda, que me matas con los celos y con el desdén me halagas; yo soy el que mereció sacrificarse a tus llamas, si no ciega mariposa, atrevida salamandra; yo soy aquél que te quiso y aquél soy a quien agravias, el que, como el girasol, aspiró tus luces tardas; el que anoche en tu aposento logró, ¡nunca los lograra! de tus labios más favores que tú quejas de mis ansias; y cuando a tan fino amor a tan fingidas palabras encubridora la noche secretamente mediaba, cuando un "sí" llegó a mi oído llegó un premio a mi esperanza. recójome a mi aposento, y cuando pensé que estaba don Lucas dentro del suyo, que a veces la voz engaña, oigo en otro cuarto voces, tomo luz, busco la causa, y hallo, ¡ay Dios!, que con don Pedro tu fe y mi lealtad agravias. ¿Para esto me diste un "sí?" ¿Para esto, dime, premiabas un amor que le he sufrido al riesgo de una esperanza? No quiero ya tus favores; logre don Pedro en tus aras las ofrendas por deseos que amante y fino consagra; bastan tres años de enigmas, tres años de dudas bastan; desengáñenme los ojos con ser ellos quien me engañan; ya el "sí" que me diste anoche no lo estimaré. ISABEL: Repara que yo no te he hablado anoche. ¿Dónde o cómo? LUIS: Ya no falta sino que también me niegues que me diste la palabra de ser mi esposa; si piensas que la he de admitir, te engañas. ISABEL: ¿Yo te hablé anoche? LUIS: ¿Esto niegas? ISABEL: Mira... LUIS: Mis celos, ¿qué aguardan? Sólo vengo a despedirme de mi amor; quédate, falsa; tus voces ya no las creo, tu amor ya me desengaña. A Madrid vuelvo corrido, vuélvase el alma a la patria; del desengaño halle el puerto quien navegó en la borrasca. Razón tengo, ya lo sabes; celos tengo, tú los causas, y si dudosos obligan, averiguados, agravian. ISABEL: Espera... LUIS: Voyme. PEDRO: (¡Ah, crüel!) Aparte ISABEL: Mira... LUIS: Déjame, traidora.
Vase don LUIS. Salen don PEDRO y CABELLERA
PEDRO: Pídeme celos agora de doña Alfonsa, Isabel. Habla. ¿Qué te ha suspendido? No finjas leves enojos; di que no han visto mis ojos, di que está incapaz mi oído. Resuelto a escucharte estoy. ¿Qué puedes ya responder? ¿Con qué has de satisfacer mis celos? ISABEL: Con ser quien soy. PEDRO: Pues ¿cómo puedes negar que estuviste, ¡gran tormento!, con don Luis en tu aposento? Respondedme. ISABEL: Con callar. PEDRO: Isabel ingrata, di, --¡fuego en todas las mujeres!-- ¿cómo niegas que le quieres? ISABEL: Con decir que te amo a ti. PEDRO: ¿No entró? ISABEL: A callar me sentencio; un bronce obstinado labras. PEDRO: ¿No crees tú en mis palabras, y he de creer tu silencio? Fiera homicida del alma, matar con la voz intenta mar que embozó la tormenta con la quietud de la calma. Ingrata la más divina, divina más rigurosa, purpúrea, a la vista, rosa, y al tacto crüel espina, ya no podrá tu rigor peregrinar esta senda; ya me he quitado la venda, y con vista no hay amor. A dejarte me sentencia una verdad tan desnuda, que al caminar por la duda, encontró con la evidencia. Ya no he de ser el que soy; ya no quiere, arrepentido, sufrir a tu voz mi oído; ya te dejo, ya me voy. ISABEL: Pues, falso, alevoso, infiel, ingrato como enemigo, si estuve anoche contigo, ¿cómo pude estar con él? ¿Cuándo había de hablar, espero saber, cuando yo quisiera? Respóndeme. PEDRO: ¿No pudiera haberte hablado primero? ISABEL: No pudiera, y ése es el indicio más impropio. ¿No sabes tú que tú propio le viste salir después de su aposento? PEDRO: Es ansí. ISABEL: Luego el castigo mereces. PEDRO: ¿No pudo salir dos veces? ISABEL: Sí, pudo salir; mas di: ¿cuándo estabas escondido, que yo te amaba no oíste? PEDRO: Sí, pero también pudiste haberme ya conocido. ISABEL: Ya que en esos celos das, dime, don Pedro, por Dios: ¿puedo yo querer a dos? PEDRO: A don Luis quieres no más. ISABEL: Y si eso pudiera ser, que no lo he de consentir, ¿por qué había de fingir contigo? PEDRO: Por ser mujer. ISABEL: Tú eres la luz de mi vida; sólo a ti te adoro yo. PEDRO: ¿ No lo haces de amante? ISABEL: ¿No? Pues, ¿de qué? PEDRO: De agradecida. ISABEL: Deja esa duda, señor; no te cueste un sentimiento; que no hay agradecimiento adonde no hay sino amor. PEDRO: Las finezas son agravios. ISABEL: Mi bien, templa esos enojos, y satisfagan mis ojos lo que no aciertan mis labios. PEDRO: ¡No he de creerte, crüel! ISABEL: Advierte... PEDRO: No estoy en mí.
Salen don LUCAS y doña ALFONSA, cada una por su puerta
ALFONSA: Don Pedro, ¿qué hacéis aquí? LUCAS: ¿Qué es eso, doña Isabel? CABELLERA: (Cayeron en ratonera). Aparte LUCAS: ¿Qué era el caso? ISABEL: Señor, fue... PEDRO: Fue, señor... (¿Qué le diré?) Aparte ISABEL: Era estar quejosa. PEDRO: Era reñirme agora también porque entré con el intento que te dije en su aposento esta noche. LUCAS: Hizo muy bien. ISABEL: (Esforcemos la salida). Aparte ¿Y a vuestro amor corresponde que entre otro que vos adonde yo estuviere recogida? CABELLERA: (Ya de este rayo escapamos). Aparte ISABEL: ¿Vos dudáis siendo quien soy? Nadie entra adonde yo estoy. LUCAS: Porque no entre nadie andamos. ALFONSA: (¡Que así este engaño creyó!) Aparte Don Lucas, advierte agora que no entró... LUCAS: Callad, señora. Yo sé si entró o si no entró. ALFONSA: Que creáis me maravillo este enojo que fingió. Él la quiere... LUCAS: Ya sé yo que la quiere don Luisillo, mas yo lo sabré atajar. ALFONSA: No es sino... LUCAS: Callad, señora, que os habéis hecho habladora. ALFONSA: Mirad... LUCAS: No quiero mirar. ALFONSA: Advierte, señor, que es él. LUCAS: Calla, hermana, no me enfades. Háganse estas amistades; dadle un abrazo, Isabel. ISABEL: No me lo habéis de mandar, que ha dudado en mi opinión. LUCAS: Digo que tenéis razón, pero le habéís de abrazar. ISABEL: Por vos hago este reparo. LUCAS: Sois muy honesta, Isabel. ISABEL: ¿Querrá él? LUCAS: Sí, querrá él. ¿No está claro? PEDRO: No está claro... LUCAS: ¿Cómo no? ¡Viven los cielos! PEDRO: Si aún no tengo satisfecha una evidente sospecha. LUCAS: ¿Qué sospecha? PEDRO: De unos celos. ALFONSA: ¿No lo has entendido? LUCAS: No. Pues, ¿hay otra causa? ISABEL: Sí, que está doña Alfonsa aquí. LUCAS: ¿Y estoy en las Indias yo? Habéis de darla un abrazo por mí; acabemos, por Dios. ISABEL: Voy a dáselo por vos. CABELLERA: (¡Que te clavas, bestionazo!) Aparte ALFONSA: (Siendo ciertos mis recelos, Aparte ¿cómo mis iras reprimo?) PEDRO: Agradecedlo a mi primo.
Abrázanse don PEDRO e ISABEL
ISABEL: (Agradécelo a mis celos). Aparte LUCAS: Eso me parece bien. ALFONSA: Mira, hermano... LUCAS: Ya es enfado. ¿Está el coche aderezado? ANDREA: Sí, señor. LUCAS: Isabel, ven. ALFONSA: (Diréle que me engañó Aparte luego que salga de aqu¡). LUCAS: ¿Eres su amiga? ISABEL: Yo, sí. LUCAS: Y tú, ¿eres su amigo? PEDRO: Aún no. ANDREA: Hazlos amigos. ¿Qué esperas? LUCAS: Vuelvan acá. ¿Dónde van? CABELLERA: Déjalos, que ellos se harán más amigos que tú quieras.
Vanse todos. Salen don LUIS y CARRANZA
CARRANZA: Éste es Cabañas, señor. LUIS: ¡Desaliñado lugar! CARRANZA: La primer pulga se dice que fue de aquí natural. Aquí han de parar el coche y la litera. LUIS: Es verdad, y aquí he de hablar a don Lucas. CARRANZA: Yo pienso que llegan ya. Pero, ¿qué intentas decirle si le hablas? LUIS: Tú lo sabrás. CARRANZA: ¿Tienes celos de Isabel? LUIS: He llegado a imaginar que si anoche, como viste, habló conmigo, será poner manchas en el sol, buscarla en su honestidad; demás que aquel aposento en que la hallamos está poco distinto del otro, y se pudo acaso entrar en él oyendo la voz de don Lucas. CARRANZA: Es verdad, que él al sintió cuando tú la hablabas. LUIS: Tente, que ya llegan todos a la puente. CARRANZA: ¿Qué intentas? LUIS: Tú has de llamar a don Lucas y decirle que un caballero que está por huésped de este aposento, dice que le quiere hablar. CARRANZA: Voy a hacer lo que me ordenas. LUIS: Con silencio. CARRANZA: Así será.
Vase CARRANZA
LUIS: Sepa don Lucas de mí mi amor, sepa la verdad de mi dolor; que no es bien, donde tantas dudas hay, ocultar el accidente pudiendo sanar el mal.
Sale don LUCAS
LUCAS: ¿Está un caballero aquí que me quiere hablar? LUIS: Sí, está. LUCAS: ¿Vos sois? LUIS: Sí, señor don Lucas. LUCAS: ¿Todavía camináis? ¿Vais en mula o en camello? Porque, desde ayer a acá, cuando os presumo delante, os vengo a encontrar atrás. ¿Qué me queréis, caballero, que un punto no me dejáis? LUIS: Quiero hablaros. LUCAS: Yo no quiero que me habléis. LUIS: Esperad, que os importa a vos. LUCAS: ¿A mí me importa? Pues perdonad, que con importarme a mí tanto, no os quiero escuchar. LUIS: ¿Y si toca a vuestro honor? LUCAS: A mi honor no toca tal, que yo sé más de mi honra que vos ni que cuantos hay. LUIS: ¿Dos palabras no me oiréis? LUCAS: ¿Dos palabras? LUIS: Dos no más. LUCAS: Como no me digáis tres, lo admito. LUIS: Pues dos serán. LUCAS: Decidlas. LUIS: Doña Isabel me quiere a mí solo. LUCAS: ¡Zas! Más habéis dicho de mil en dos palabras no más; pero ya que se ha soltado tan grande punto al hablar, deshaced toda la media, y hablad más. Pero, ¿qué más? LUIS: Señor, yo miré a Isabel... LUCAS: Bien pudierais excusar haberla mirado. LUIS: El sol, cuando con luz celestial sale al oriente divino, dorando la tierra y mar, alumbra la más distante flor, que en capillo sagaz, de la violencia del cierzo guarda las hojas de azahar. LUCAS: No os andéis conmigo en flores, señor don Luis; acabad. LUIS: Digo que adoré sus rayos con amor tan pertinaz... LUCAS: ¿Pertinaz? Don Luis, ¿queréis que me vaya agora a echar en el pozo de Cabañas, que en esa plazuela está? LUIS: Quísome Isabel; que yo lo conocí en un mirar tan al descuido, que era cuidado de mi verdad, que quien los ojos no entiende... LUCAS: ¡Oculista o Barrabás!, que de Isabel en los ojos hallasteis la enfermedad, decidme cómo os premió, que aquesto es lo principal, y no me habléis tan pulido. LUIS: Premióme con no me hablar; pero en Illescas, anoche, con ardiente actividad la solicité en su lecho; salió a hablarme hasta el zaguán, y en él me explicó la enigma de toda su voluntad. Dice que ha de ser mi esposa, y que violentada va a daros la mano a vos; pues si esto fuese verdad, ¿por qué dos almas queréis de un mismo cuerpo apartar? Yo os tengo por entendido y os quiero pedir... LUCAS: ¡Callad, que para esta y para esotra que me la habéis de pagar!
Dentro
ALFONSA: ¿Está mi hermano aquí dentro? LUCAS: A esta alcoba os retirad; que quiero hablar a mi hermana. LUIS: Decidme: ¿en qué estado está mi libertad y mi vida? LUCAS: Idos, que harto tiempo hay para hablar de vuestra vida y de vuestra libertad.
Sale doña ALFONSA
ALFONSA: Hermano... LUCAS: ¿Qué hay, doña Alfonsa? ALFONSA: Yo vengo a hablaros. LUCAS: ¿Hay tal? ¡Qué de ellos quieren hablarme! Mas si yo no dejo hablar, hacen muy bien en hablarme y hago en oírlos muy mal. ALFONSA: ¿Estamos solos? LUCAS: Sí, hermana. ALFONSA: Di, señor, ¿te enojarás de mis voces? LUCAS: ¿Qué sé yo? ALFONSA: Sabes, señor... LUCAS: No sé tal. ALFONSA: ...que soy mujer. LUCAS: No lo sé. ALFONSA: Yo, señor... LUCAS: ¡Acaba ya! (Este don Luis y esta hermana Aparte pienso que me han de acabar). ALFONSA: Tengo amor... LUCAS: ¡Ten norabuena! ALFONSA: ...a don Pedro... LUCAS: Bien está. ALFONSA: Pero él no me quiere a mí, porque amante desleal, a doña Isabel procura, contra mi fe y tu amistad. LUCAS: Digo que he de creerlo. ALFONSA: Ya sabes que me da un mal de corazón. ALFONSA: Sí, señora. ALFONSA: Y también te acordará que en Illescas me dio anoche un mal de estos. LUCAS: Pues, ¿qué hay? ALFONSA: Sabrás que el mal fue fingido. LUCAS: Y agora, ¿quién te creerá si te da el mal verdadero? ALFONSA: Importó disimular, porque don Pedro, traidor, juzgando que era verdad, dijo a Isabel mil ternezas; yo entonces quise estorbar su amor con mi indignación, y tan adelante está su amor, que aun en tu presencia la requebró. LUCAS: ¡Bueno está! ALFONSA: Anoche estuvo con ella en su aposento, y pues ya llegan mis celos a ser declarados, tú podrás tomar venganza en los dos; solicita, pues, vengar esta traición que te ha hecho contra la fidelidad don Pedro. LUCAS: ¡Buena la hice! Mas, ¿quién puede examinar si quiere a don Luis o a Pedro? Pero a entrambos los querrá porque la tal Isabel tiene gran facilidad. Mas de lo que estoy corrido, más que de todo mi mal, es que, riñendo por celos, los hiciese yo abrazar. Pero, ¿a cuál de los dos quiere? Agora he de averiguar, y si es don Pedro su amante..., ¡por vida de ésta y no más!, que he de tomar tal venganza, que he de hacer castigo tal, que dure toda la vida, aunque vivan más que Adán; que darles muerte a los dos es venganza venïal. ALFONSA: Pues, ¿qué intentas? LUCAS: ¿Don Antonio? ALFONSA: Sentado está en el zaguán. LUCAS: ¿Don Pedro? ALFONSA: Ya entra don Pedro. LUCAS: ¿Doña Isabel? ALFONSA: Allí está.
Salen don ANTONIO, doña ISABEL, don PEDRO, ANDREA y CABELLERA
ANTONIO: ¿Qué me mandas? ISABEL: ¿Qué me quieres? PEDRO: ¿Qué me ordenas? LUCAS: Esperad. Cabellera, entra acá dentro. CABELLERA: Como ordenas, entro ya. LUCAS: Cerrad la puerta. CABELLERA: Ya cierro. LUCAS: Dadme la llave. CABELLERA: Tomad. LUCAS: Don Luis, salid. LUIS: Yo ya salgo. ISABEL: Di, ¿qué intentas? ANTONIO: ¿Qué será? PEDRO: ¿A qué me llamas? LUIS: ¿Qué es esto? ALFONSA: ¿Qué pretendes? LUCAS: Escuchad. El señor don Luis, que veis, me ha contado que es galán de doña Isabel, y dice que con ella ha de casar, porque ella le dio palabra en Illescas, y... CABELLERA: No hay tal, que yo en Illescas, anoche, le vi a una puerta llamar, y con doña Alfonsa habló por Isabel. ¿No es verdad que tú la sentiste anoche? ¿Tú no saliste a buscar un hombre, con luz y espada? Pues él fue. LUIS: ¿Quién negará que tú saliste y que yo me escondí? Pero juzgad que yo hablé con Isabel, no con Alfonsa. ALFONSA: Aguardad. Yo fui la que allí os hablé, pero yo os llegaba a hablar pensando que era don Pedro. PEDRO: (¡Amor, albricias me dad!) Aparte ISABEL: ¿Lo entendiste? PEDRO: Sí, Isabel. LUCAS: Esto está como ha de estar; ya está este galán a un lado, con esto me dejará. Pues vamos al caso agora, porque hay más que averiguar. Doña Alfonsa me ha contado que, traidor y desleal, queréis a Isabel... PEDRO: Señor... LUCAS: Decidme en esto lo que hay; vos me dijisteis anoche que entrasteis sólo a cuidar por mi honor en su aposento, con que colegido está que de la parte de afuera le pudiérades mirar. Más: os ha escuchado Alfonsa ternísimo requebrar y satisfacerla amante. ANTONIO: Don Lucas, no lo creáis. LUCAS: Yo creeré lo que quisiera; dejadme agora y callad. Más: os hablasteis muy tiernos en Torrejoncillo; más: cuando el coche se quebró, esto no podéis negar, tuvisteis un quebradero de cabeza... CABELLERA: (¡Hay tal pesar!) Aparte LUCAS: Más: al llegar a Cabañas, esto fue sin más ni más, le sacasteis en los brazos de la litera al zaguán; más: desde ayer a estas horas se miran de a par a par, cantando en coro los dos el tono del "¡Ay, ay, ay!" Más: aquí os hicisteis señas; más: no lo pueden negar; pues muchos "máses" son éstos, digan luego el otro "mas." ISABEL: Padre y señor... ANTONIO: ¿Qué respondes? ISABEL: Don Pedro... ANTONIO: Remisa estás. ISABEL: ...es el que me dio la vida en el río. PEDRO: Y el que ya no puede ahora negarte una antigua voluntad. Antes que tú la quisieras, la adoré; no es desleal quien no puede reprimir un amor tan eficaz. LUCAS: Calla, primillo, que ¡vive...!; pero no quiero jurar; que he de vengarme de ti. PEDRO: Estrene el cuchillo ya en mi garganta. LUCAS: Eso no; yo no os tengo de matar; eso es lo que vos queréis. PEDRO: Pues, ¿qué intentas? ANDREA: ¿Qué querrá? ¡Entre bobos anda el juego! ANTONIO: ¿Qué haces? LUCAS: Ahora lo verás. Vos sois, don Pedro, muy pobre, y a no ser porque en mí halláis el arrimo de pariente, perecierais. PEDRO: Es verdad. LUCAS: Doña Isabel es muy pobre. Por ser hermosa no más yo me casaba con ella; pero no tiene un real de dote. ANTONIO: Por eso es virtüosa y principal. LUCAS: Pues dadla la mano al punto, que en esto me he de vengar. Ella pobre, vos muy pobre, no tenéis hora de paz; el amar se acaba luego, nunca la necesidad; hoy con el pan de la boda, no buscaréis otro pan. De mí os vengáis esta noche, y mañana, a más tardar, cuando almuercen un requiebro, y en la mesa, en vez de pan, pongan una "fe" al comer y una "constancia" al cenar, y, en vez de galas, se ponga un buen amor de Milán, una tela de "mi vida," aforrada en "¿me querrás?," echarán de ver los dos cuál se ha vengado de cuál. PEDRO: Señor... LUCAS: Ello, has de casarte. CABELLERA: ¡Crüel castigo les das! LUCAS: ¡Entre bobos anda el juego! Presto me lo pagarán y sabrán pronto lo que es sin olla una voluntad. PEDRO: (Hacerme de rogar quiero). Aparte Señor... CABELLERA: (La mano la da; Aparte no se arrepienta). PEDRO: Ésta es mi mano.
Danse las manos don PEDRO e ISABEL
ISABEL: El alma será quien sólo ajuste este lazo. LUCAS: Don Luis, si os queréis casar, mi hermana está aquí de nones, y haréis los dos lindo par. LUIS: En Toledo nos veremos. LUCAS: Iréme de él si allá vais. CABELLERA: Y don Francisco de Rojas, a tan gran comunidad, pide el perdón con que siempre le favorecéis y honráis.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002