ACTO SEGUNDO


[En la venta de Illescas]
Salen don PEDRO, en jubón con sombrero, capa y espada, y CABELLERA, medio desnudo, por el patio del mesón
CABELLERA: ¿Adónde vas, señor de esta manera, medio desnudo? PEDRO: Calla, Cabellera, CABELLERA: A las dos de la noche, que ya han dado, de mi media con limpio me has sacado, y discurrir no puedo dónde agora me llevas. PEDRO: Habla quedo. CABELLERA: Si hemos de ir fuera, aquí miro cerrada la puerta principal de la posada. PEDRO: No ha sido ése mi intento. CABELLERA: Pues ¿adónde hemos de ir? PEDRO: A este aposento. CABELLERA: Don Lucas aquí duerme recogido, que se oye en todo Illescas el ronquido; doña Alfonsa, su hermana duerme en otra alcobilla a él cercana. PEDRO: ¿Y el padre de Isabel? CABELLERA: Duerme a aquel lado en aquel aposento. PEDRO: ¿Está cerrado? CABELLERA: Cerrado está; di lo que quieres, ea. PEDRO: ¿Y dónde está doña Isabel? ¿Y Andrea? CABELLERA: En esta sala están. PEDRO: Ven poco a poco. que la tengo de hablar. CABELLERA: Si no estás loco, que has de perder el seso he imaginado. ¿Qué es esto? ¿Tú, señor, enamorado de una mujer que serlo presto espera de don Lucas? PEDRO: Sí, amigo Cabellera. CABELLERA: Ten, señor, más templanza. ¿Tú faltar de tu primo a la confianza? ¿Cómo, tú enamorado de repente? PEDRO: Más anciano es el mal de mi accidente; siglos ha que padezco un mal eterno. CABELLERA: Yo tuve tu accidente por moderno; pero, si tiene tanta edad, más sabio; quiero saber tu pena de tu labio; dime tu amor, que ya quiero escucharle. PEDRO: ¿Qué intentes con oírle? CABELLERA: Disculparle. PEDRO: ¿Me ayudarás después? CABELLERA: Soy tu crïado. PEDRO: ¿Oyenos alguien? CABELLERA: Todo está cerrado. PEDRO: ¿Tendrás secreto? CABELLERA: Ser leal intento. PEDRO: Pues escucha mi amor. CABELLERA: Ya estoy atento. PEDRO: Era del claro julio ardiente día, Manzanares al soto presidía, y en clase que la arena ha fabricado, lecciones de cristal dictaba al prado, cuando, al morir la luz del sol ardiente, solicito bañarme en su corriente; en un caballo sendas examino, y a la Casa del Campo me destino. Llego a su verde falda, elijo fértil sitio de esmeralda, del caballo me apeo, creo la amenidad, el cristal creo, y apenas con pereza diligente la templanza averiguo a la corriente, cuando, alegres también como veloces, a un lado escucho femeniles voces. Guío a la voz los ojos, prevenido, y sólo la logré con el oído; piso por las orillas, y tan quedo, que pensé que pisaba con el miedo, más la voz me encamina y más me llama; voy apartando la una y otra rama, y en el tibio cristal de la ribera, a una deidad hallé de esta manera; todo el cuerpo en el agua, hermoso y bello, fuera el rostro, y en roscas el cabello; deshonesto el cristal que la gozaba, de vanidad al soto la enseñaba; mas si de amante el soto la quería, por gozársela él todo, la cubría; quisieron mis deseos diligentes verla por los cristales transparentes, y al dedicar mis ojos a mi pena, estaba, al movimiento de la arena, ciego o turbio el cristal, y dije luego: "¡Quién con esta deidad ha de estar ciego!" Turbio el cristal estaba, y cuanto más la arena le enturbiaba, mejor la vi; que al no ver la corriente, sola era su deidad lo transparente, no el río, que al gozar tanta hermosura, él es quien se bañaba en su blancura. Cubría, para ser segundo velo, túnica de cambray todo su cielo, y sólo un pie movía el cristal blando; sin duda imaginó que iba pisando; pero cuando, sin verse, se mostraba, un plumaje del agua levantaba del curso propio con que se movía. Veíale entre el cristal y no le veía, que distinguir no supo mi albedrío ni cuándo era su pie ni cuándo el río. Procuraban, ladrones, mis enojos robar sus perfecciones con los ojos cuando en pie se levanta, todo hielo, cubre el cristal lo que descubre el velo; recatóme en las ramas dilatadas; prevenidas la esperan sus crïadas, dícenla todas que a la orilla pase, y nada se dejó que yo robase, y en fin, al recogerla, tiritando salió perla por perla, y yo dije abrasado; "¡Oh, qué bien me parece el fuego helado!" Sale a la orilla, donde verla creo; pónenseme delante, y no la veo; enjúgala el halago prevenido la nieve que ella había derretido, cuando un toro, con ira y osadía, que era día de fiestas este día, desciende de Madrid al río, y luego, más irritado, sí, que no más ciego, quiere crüel, impío, de coraje beberse todo el río; bebe la blanca nieve, bebe más, y su misma sangre bebe. El pecho, pues, herido, el cuello roto, parte a vengar su injuria por el soto, las cortinas de ramas desabrocha. Sacude con la coz a la garrocha, y a mi hermosa deidad vencer procura; que se quiso estrenar con la hermosura. Huyen, pues, sus crïadas con recelo, y ella se honesta con segundo velo; que, aunque el temor la halló desprevenida, quiso m s el recato que la vida. Yo, que miro irritarse al toro airado, de amor y de piedad a un tiempo armado, indigno la pasión, librarla espero, y dándole advertencias al acero, osadía y pasión a un tiempo junta; el corazón le paso con la punta, que ni un bramido le costó la muerte. Conoce que a mi amor debe la vida, honestamente la hallo agradecida; entra dentro del coche y yo la sigo; cierra luego la noche, entre otros, con lo oscuro, pierdo el coche, búscala y no la encuentra mi cuidado; voyme a Toledo, donde, enamorado, le dije mis finezas con enojos a aquel retrato que copié en los ojos. Quéjome sólo al viento; procúrame mi primo un casamiento, la ejecución de sus preceptos huyo; voy a Madrid a efectuar el suyo, vuelvo con Isabel, ¡nunca volviera!, cubre el rostro Isabel, ¡nunca le viera!, pues dice mi esperanza, hoy más perdida que es Isabel a la que di la vida, por valor o por suerte, que es Isabel la que me da la muerte; y en fin, amante sí, y no satisfecho, a vengar con mis voces este agravio; salga esta calentura por el labio, sepa Isabel de mí mi cruel tormento, asusten mis suspiros todo el viento, sean agora, que Isabel me deja, intérpretes mis voces de mi queja; suceda todo un mal a todo un daño, válgame un riesgo todo un desengaño; agora la he de hablar, verla porfío; déjame que use bien de mi albedrío deja que a hablarla llegue, para que esta tormenta se sosiegue; déjame que la obligue, para que este cuidado se mitigue, y porque, al referir pena tan fiera, mi gloria dure y mi tormento muera. CABELLERA: Tu relación he escuchado, y, por Dios que me lastimo que se enamore quien tiene tan lindos cinco sentidos. ¿Tú, señor, enamorado? PEDRO: Es el sujeto divino. CABELLERA: Y tú, muy lindo sujeto; pero puesto que has venido a hablar con doña Isabel, llega falso y habla fino, pero no andarás muy falso con don Lucas, que es tu primo, pues tú la amabas primero y él hasta ayer no la ha visto, y en llegando a enamorarse un hombre a todo albedrío, no hay hermano para hermano, ni hay amigo para amigo. Pues si un hermano no vale, ¿cómo ha de valer un primo, que es parentesco de negros? Todos están recogidos los huéspedes del mesón. ¿Llamaré? PEDRO: Llama quedito. CABELLERA: No sea que el huésped no sienta, que es el huésped más cocido que hay en Illescas, y siente dentro en su casa un mosquito. PEDRO: Oyes, ¿viste anoche entrar a un don Luis, que se hizo amigo de don Lucas? CABELLERA: Embozado tras la litera se vino, y anoche tomó posada en el mesón. PEDRO: ¿Y has sabido a qué viene? CABELLERA: Galantea a Isabel; que así lo dijo su crïado a otro crïado, y aqueste crïado mismo a otro crïado después, como crïado fidedigno, se lo contó, y él a mí; yo agora a ti te lo aviso, que no sirve quien no cuenta lo que ha visto y que no ha visto. PEDRO: Pues, con amor y con celos, a un tiempo me determino a hablar a Isabel. CABELLERA: Pues manos al amor, amo y amigo. Llego. PEDRO: No llegues, espera; que están abriendo el postigo por de dentro. CABELLERA: Dices bien. PEDRO: ¿Qué será? CABELLERA: No lo he entendido.
Salen doña ISABEL, media desnuda, y ANDREA, por otro aposento
ISABEL: No me detengas, Andrea. ANDREA: ¿Dónde vas? ISABEL: A dar suspiros a los cielos de mis quejas. ANDREA: Témplate. ISABEL: No espero alivio. ANDREA: ¿Qué intentas? ISABEL: Buscar mi padre. ANDREA: Está agora recogido. ISABEL: Ven a despertarle, Andrea; que no ha de ser dueño mío don Lucas. ANDREA: ¿Resuelta estás? PEDRO: Arrímate. CABELLERA: Yo me arrimo. ANDREA: ¿Y si no quiere tu padre? ISABEL: No es dueño de mi albedrío. ANDREA: Pues, ¿quién ha de ser tu esposo? ISABEL: Don Pedro ha de serlo mío, o ninguno lo ha de ser; si no es que, desconocido, a Alfonsa quiere. PEDRO: (¡Pedidme Aparte albricias, alma y sentidos!) ANDREA: Vuélvete a dormir. ISABEL: No puedo. CABELLERA: (Cenó poco. No me admiro). Aparte ISABEL: ¨En qué aposento hallaré a mi padre? ANDREA: No le he visto recoger; yo no lo sé; en habiendo amanecido podrás hablarle. ISABEL: No alargues plazos a un dolor prolijo; don Pedro ha de ser...
Tópela cara a cara
PEDRO: Don Pedro, infelice dueño mío, ha de ser quien os adore tan amante y tan rendido, que han de ser alma y potencias lo menos que un serafín... ISABEL: ¿Quién es? PEDRO: Quien no os ha ganado cuando ya os hubo perdido; el que os ha granjeado a penas, el que os mereció a suspiros, el que os solicita a riesgos, el que os procura a cariños. ISABEL: Hablad quedo y ved que estamos... PEDRO: Templar la voz no resisto, que ésta es la voz de mi amor, y está mi amor encendido. ISABEL: Señor, don Pedro, si oísteis la verdad del dolor mío, si aun no os ha costado un ruego la compasión de un cariño, no os llaméis tan infeliz como decís, pues yo he dicho acaso que tengo amor, y ya vos lo habéis sabido. Dejad para el desdeñado la queja; llámese el digno feliz, e infeliz se llame el que nunca ha merecido. Yo sí que soy desdichada, pues os quiero y lo repito, y estando vivo el amor, tengo a los celos más vivos. Ya habréis templado, con verme, el mal de no haberme visto; éste si es mal, pues que tiene, viéndoos más, menos alivio. Doña Alfonsa ha de ser vuestra; con que viene a ser preciso que no lo pueda yo ser, ni pueda llamaros mío. Ella es quien dice que os quiere; con que yo naturalizo a mis bastardos temores, que son de mis celos hijos. Mirad, pues, cuál de los dos el más infeliz ha sido, pues vos lográis un amor y yo unos celos concibo. PEDRO: ¿Yo, Isabel, no tengo celos? ¿Yo, decís vos, que mi libro de una verdad que la cubro con la sombra de un indicio? ¿No es la flor Clicie don Luis que, constante a los peligros, está acechando los rayos de vuestro oriente vecino? ¿No viene a amaros, señora? ¿No viene tras vos? ¿No he visto que os quiere? ISABEL: ¿Y quién es el sol? No con falsos silogismos me arguyáis, cuando estáis vos respondiéndoos a vos mismo. Si es la Clicie flor don Luis, ¿cuándo el sol la Clicie quiso? ¿Cuándo, para desdeñarla, no es cada rayo un aviso? Si soy, sol, como decís, ¿cuándo mis rayos no han sido para desdenarle ardientes y para abrasarle tibios? ¿Qué os daña a vos que él me quiera, pues veis que yo no le estimo? Mucho más florece el premio de la competencia al viso. Al clavel quiere la rosa, y él está desvanecido de ver que le hayan premiado con competencias de lirio; olmo que abrazó la hiedra está más agradecido de ver que, siendo él distante, se olvidase del vecino. Ansí, ¿qué importa que amante, constante, atento y activo, me quiera don Luis a mí, si con ver un amor mismo en los dos, con ser a un tiempo tan constantes como finos, sois el preferido vos y es él el aborrecido? PEDRO: Luego, aunque me quiera a mí doña Alfonsa, no hay indicio para celos. ISABEL: Sí le hay, porque vos no me habéis dicho que no la queréis, y yo que aborrezco a don Luis digo. PEDRO: Pues yo sólo quiero a vos. ISABEL: Que no me alarguéis os pido, con el amor, si después me matáis con el olvido; que mucho peor será si no le tenéis fingirlo, que si le tenéis, callarle; pues por más decente elijo que me ocultéis vuestra llama y os halle después más fino, que no hallarme aborrecida, pensando que me han querido. PEDRO: Pulid el bruto diamante de mi amor, en cuyos visos haréis clara experiencias del fondo del dolor mío. ISABEL: Pues elíjase un remedio para evitar los designios de mi padre. ANDREA: ¡Ce, señores! PEDRO: ¿Qué es lo que dices? ANDREA: Que miro abrir aquel aposento. PEDRO: ¿Cúyo es? ANDREA: El de don Luisillo. PEDRO: ¿Dónde irá? ANDREA: Habrá madrugado [para tomar el camino] antes que amanezca. CABELLERA: Es cierto. ISABEL: Pues, señor, yo me retiro; no me va. PEDRO: Bien eliges. ISABEL: Quédate adiós, dueño mío. PEDRO: En fin, ¿me querrás? ISABEL: Soy tuya. PEDRO: ¿Y don Luis? ISABEL: Es mi enemigo. ¿Y Alfonsa? PEDRO: Mátela amor. CABELLERA: Acabad, ¡cuerpo de Cristo!, que está don Luis en el patio. ISABEL: Pues yo me voy, ven conmigo. CABELLERA: Señor, entra tú también, porque don Luis ha salido, y puede verte al pasar a tu aposento, y colijo que no puede juzgar bien de verte a esta hora vestido. ISABEL: Mira, don Pedro... PEDRO: ¿Qué importa que esté un instante contigo en tanto que este don Luis sale fuera? ANDREA: Bien ha dicho. Luz tienes y eres honrada; que él te quiere bien he oído, y los que son más amantes son los menos atrevidos. ISABEL: Pues cierra. ANDREA: La puerta cierro. PEDRO: Tú, quédate aquí escondido, pues no importa que te vea. CABELLERA: Obedecerte es preciso. ANDREA: Lo dicho, dicho, lacayo. CABELLERA: Fregona, los dicho, dicho.
Éntranse en el aposento de doña ISABEL los tres, queda CABELLERA fuera, y salen don LUIS y CARRANZA
CARRANZA: A media noche, señor, ¿dónde vas? LUIS: Nada te espante. Voy a intimar a mi amante la justicia de mi amor. CARRANZA: No alcanzo tu pensamiento. LUIS: Huella quedo. CARRANZA: ¿No dirás dónde a estas horas vas? LUIS: Solicito su aposento. CARRANZA: Ten cordura, ten templanza. ¡Que esto un hombre cuerdo intente! ¿Y si don Lucas te siente? LUIS: No me aconsejes, Carranza. CARRANZA: Durmiendo todos agora, con un mismo sueño igualo; no seas Arias Gonzalo si está hecho el mesón Zamora. De verla no es ocasión, y ésta en que la vas a hablar sólo es hora de buscar a la moza del mesón. LUIS: A dedicar almas mil vengo, a la luz pro quien veo, porque nunca yo flaqueo de ese accidente civil. CARRANZA: Si ello ha de ser, vamos, pues, mitiga tu sentimiento. LUIS: ¿Sabes cuál es su aposento, Carranza amigo? CARRANZA: Éste es. Anoche se recogió en este aposento. LUIS: Y di, ¿estás cierto en esto? CARRANZA: Sí. LUIS: Pues llama.
Llame CARRANZA a otro aposento que esté enfrente del de ISABEL
¿Responde? CARRANZA: No. LUIS: Otra vez puedes volver a llamar, por si despierta. CARRANZA: Llamo.
Dentro
ALFONSA: ¿Quién anda en la puerta? LUIS: ¿Ésta no es voz de mujer? ¿Quién será? CARRANZA: Isabel sería. LUIS: ¿Si es Andrea? CARRANZA: No, señor, que yo conozco mejor su voz que la propia mía. LUIS: Dudoso en la voz estoy. CARRANZA: No es Andrea, señor. LUIS: Pues, si no es Andrea, ella es.
Sale doña ALFONSA medio desnuda
ALFONSA: ¿Quién llamaba aquí? LUIS: Yo soy. ALFONSA: ¿Quién sois? CABELLERA: (Abrieron la puerta). Aparte LUIS: Dueño hermoso de mi vida, quien os procuró dormida y os ha logrado despierta. soy quien con fuego veloz... ALFONSA: (Que es don Pedro he imaginado; Aparte como habla disimulado, no le conozco en la voz). LUIS: ...trocar procura en caricias halagos de un ciego dios; soy el que viene tras vos. ALFONSA: (Don Pedro es; ¡amor, albricias!) Aparte LUIS: Soy quien os quiere tan fiel... ALFONSA: ¿Pues cómo si eso es así, no me hablasteis cuando os vi? LUIS: (Tiene razón, Isabel). Aparte No hag is, desatenta, enojos las que obré finezas sabio, pues lo que dictaba el labio representaban los ojos. ALFONSA: Perdonad, que recelé, que es desconfiada quien ama, que mirabais a otra dama. LUIS: Es verdad que la miré; pero puesto su arrebol de esa luz en la presencia, conocí la diferencia que hay de la tiniebla al sol. ALFONSA: Por lisonja tan dichosa premios mi verdad ofrezca; mas como yo os lo parezca, no quiero ser más hermosa. Creer quiero lo que decís y valerme del consuelo. CABELLERA: (Doña Alfonsa, ¡vive el cielo!, Aparte es la que habla con don Luis. Buena es la conversación; que es éste don Luis ignora. ¡Cosa que le diese agora algún mal de corazón!) LUIS: Sola una ocasión deseo en que yo pueda mostrar... ALFONSA: Don Lucas ha de estorbar nuestro amor. LUIS: Así lo creo; pero podéis estar cierta que no ha de lograr su intento, pues cuando este casamiento...
Dentro
LUCAS: ¡Hola! ¿Quién anda en la puerta? LUIS: ¿Quién es? ALFONSA: ¡Don Lucas! ¿Qué haré? CABELLERA: (¡Sentido los ha, por Dios!) Aparte LUIS: ¿Don Lucas está con vos? ALFONSA: ¿Pues, dónde queréis que esté? LUIS: ¡Daré quejas a los cielos! ¿Así premiasteis mi amor? ¿Cómo...? ALFONSA: ¿Qué es esto, señor? ¿De don Lucas tenéis celos? LUIS: Yo he de ver... ALFONSA: Tened templanza. CARRANZA: No es tiempo de hacer extremos. Vente. ALFONSA: Adiós, luego hablaremos.
Vase doña ALFONSA
LUIS: ¿Qué es esto, amigo Carranza? CARRANZA: En la ceniza hemos dado con el amor. LUIS: Ven tras mí. CARRANZA: ¿Sale ya don Lucas? LUIS: Sí. CARRANZA: ¡Por Dios, que se ha levantado! LUIS: Perdí famosa ocasión.
Vanse don LUIS y CARRANZA
CABELLERA: Pulgas lleva el don Luisillo; pero no me maravillo, que hay muchas en el mesón. A dormir de buena gana me fuera. Señor, no hay gente.
Llama a la puerta por donde entró don PEDRO
Sal presto; pero, detente...
Sale don LUCAS, medio vestido, ridículamente, con espada y una luz, por el aposento de ALFONSA
LUCAS: ¡El diablo está en Cantillana! ¿Quién está aquí?
Ve a CABELLERA y él vuelve la cara
CABELLERA: (Ya me vio; Aparte a mi fortuna maldigo). LUCAS: ¡Hombre ordinario! ¿Qué digo? ¿Quién sois, hombrecillo? CABELLERA: Yo.
Vuelve la cara CABELLERA y quiere irse
LUCAS: ¿Qué es yo? Con eso no salva una cuchillada. ¡Fuera! ¡Diga quién es! CABELLERA: Cabellera, al servicio de tu calva. LUCAS: ¿Qué haces aquí? CABELLERA: (¿Qué diré?) Aparte Digo... Estaba..., Porque yo... LUCAS: ¿Llamaste a mi puerta? CABELLERA: No. LUCAS: Pues, ¿quién llamó? CABELLERA: No lo sé. LUCAS: ¿Viste abrir la puerta? CABELLERA: Sí. LUCAS: ¿Y quién era conociste? CABELLERA: No, señor. LUCAS: ¿Y a qué saliste? CABELLERA: Señor, a tu voz salí. LUCAS: ¿Era hombre el que llamaba? CABELLERA: Sí, señor. LUCAS: ¿Vístele? CABELLERA: No. LUCAS: ¿Adónde entró? CABELLERA: ¿Qué sé yo? LUCAS: ¡Esto está peor que estaba? Discurro: ¿no puede ser que quien fue, con mal intento, por llamar a mi aposento, llamase al de mi mujer? ¿Y que el que a llamar se atreve, luego que abriesen la puerta, dijese, en viéndola abierta: "Acójome acá, que llueve?" Pero si puede ser, yo intento, con gallardas osadías, entrar a hacer de las mías y visitar su aposento, y darle presumo un ¡zas! de buen modo, si le encuentro.
Va a la puerta don LUCAS, por donde entró don PEDRO
CABELLERA: (¡Por Cristo, que va allá adentro!) Aparte ¡Ah, señor! ¿Adónde vas? LUCAS: A visitar mi mujer. CABELLERA: (¿Cómo lo podré impedir?) Aparte Mira que nos hemos de ir y que quiere amanecer. LUCAS: ¿Qué importa eso?
Va a la puerta
CABELLERA: (Allá se arroja; Aparte as¡ le he de divertir). Señor, ¿quiéresme decir de qué maestro es mi hoja? Que no hay desde aquí a Sevilla quien la sepa conocer.
Saca la espada
LUIS: ¿Ahora? CABELLERA: Ahora la has de ver. LUCAS: De Francisco Ruiz Patilla. CABELLERA: (¡Que ahora no salga el aznazo Aparte de don Pedro!) Es un espejo la espada; diz que es del viejo. LUCAS: Del mozo es este recazo. Quédate aquí.
Dale la espada y va a la puerta
CABELLERA: (No remedia Aparte nada, y su intento no evito). Ansí, de las que has escrito, ¿quieres leerme una comedia? LUCAS: ¿A media noche? CABELLERA: Es verano. LUCAS: Pues, ¿adónde la oirás? CABELLERA: En aquel pozo, y serás poeta samaritano. La que se ha de hacer cien días, según dices? LUCAS: Hela aquí.
Saque una comedia
Oye un paso que escribí entre Herodes y Herodías. CABELLERA: Será famoso. LUCAS: Sí, a fe. Pero ver primero intento quién llamaba a mi aposento.
Hace que se va al aposento
CABELLERA: Señor, yo fui el que llamé. LUCAS: Si eras tú, yo me concluyo. ¿Y a qué llamaste, si eras? CABELLERA: Llamaba a que me leyeras algún trabajillo tuyo, si no dormías acaso. (Don Pedo, así, me ha de oír). Aparte ¡Ahora es tiempo de salir!
Dice recio este verso
LUCAS: ¿Quién ha de salir? CABELLERA: El paso. Di los versos. LUCAS: Son valientes; Lope es conmigo novel. Sale Herodes, y con él, cuatrocientos inocentes.
Asómanse ANDREA y don PEDRO a la puerta
PEDRO: Agora a salir me obligo, aunque allí está. ANDREA: ¿Sales? PEDRO: Sí. CABELLERA: ¡Vaya, señor! LUCAS: Dice ansí... ¿Quién anda en aquel postigo?
Velos don LUCAS y cierran la puerta
PEDRO: ¡Él me vio! ¡Cierra la puerta! ¡Cierra!
Cierran y tórnanse a entrar
ANDREA: ¡Nací desdichada! LUCAS: ¿Conmigo la hacen cerrada? ¡Pues yo la he de hacer abierta! CABELLERA: (¡Vive Dios!, que no salió). Aparte LUCAS: ¡Cabellera! CABELLERA: (Él ha de hallarle). Aparte ¿Quieres entrar a matarle? Responde. LUCAS: No, sino no. Llama a la puerta.
Llama CABELLERA
ANDREA: ¿Quién llama? LUCAS: ¿Ésta es la crïada? CABELLERA: Sí. LUCAS: ¡Hola, crïada! Abre aquí al marido de tu ama. ANDREA: Entrad.
Abre
LUCAS: Entra tú primero; morirá, a fe de cristiano. CABELLERA: Pon la daga en la otra mano y dame ese candelero; que yo he de morir contigo.
Dale don LUCAS la luz a CABELLERA
LUCAS: Esa luz puedes llevar. CABELLERA: (Ansí lo he de remediar). Aparte ¿No me sigues? LUCAS: Ya te sigo. CABELLERA: Voy enojado. LUCAS: Voy ciego. CABELLERA: (Adelante, industria mía). Aparte LUCAS: ¿Adulterio el primer día? ¡Entre bobos anda el juego!
Éntranse. Salen don PEDRO y doña ISABEL, turbados
ISABEL: ¿Entró don Lucas? PEDRO: Entró, desnudo el airado acero. ISABEL: Detrás de aquella cortina te esconde. PEDRO: No me resuelvo. Diré que tu esposo soy. ISABEL: Échasme a perder con eso; escóndete, dueño mío. PEDRO: Advierte... ISABEL: Escóndete presto, que llegan. PEDRO: No me porfíes. ISABEL: Mira, señor... PEDRO: Estoy ciego. ISABEL: Haz esto por mí, [señor]. PEDRO: Isabel, ya te obedezco.
Escóndese detrás de una cortina. Salen don LUCAS y CABELLERA con el candelero
LUCAS: Alumbra, mozo. CABELLERA: Ya alumbro. LUCAS: ¿Quién está en este aposento? ISABEL: ¿Qué es esto, señor don Lucas: ¿Cómo vos, tan descompuesto, alteráis de mi quietud el recatado silencio? LUCAS: ¿Qué hacéis, Isabel, vestida, a estas horas? ISABEL: En el lecho desvelada, y no desnuda, estaba esperando el tiempo de partir; y vos, airado y ciego... ¿Cómo resuelto os entráis de esta manera? LUCAS: ¿Y qué hombre estaba aquí dentro? ISABEL: ¿Estáis en vos? LUCAS: Sí, señora, y estoy en vuestro aposento, y le he de ver de pe a pa. Alumbra, hermano; miremos detrás de aquesta cortina. CABELLERA: Has dicho muy bien, yo llego.
Cae en el suelo CABELLERA, fingiendo que tropezó, y mata la luz
¡Jesús! LUCAS: ¿Qué ha sido? CABELLERA: Caer y matar la luz a un tiempo. LUCAS: Trae otra. CABELLERA: Tengo quebrado un pie.
Aparte a don PEDRO
(Sal, señor).
Sale don PEDRO detrás de la cortina, con la mano delante
PEDRO: (Yo pruebo Aparte a salir, puesto que agora no hay luces). LUCAS: ¡Ah, señor Nieto! Pues es huésped, traga luces. Ponerme a la puerta quiero; no sea que estando a escuras se salga el que está acá dentro.
Vase a la puerta y pónese en ella, y al salir don PEDRO tope con él, y  sele don LUCAS
ISABEL: (¡Válgame Dios! ¿Qué he de hacer?) Aparte LUCAS: ¿Quién anda aquí? PEDRO: (¡Vive el cielo, Aparte que he topado con don Lucas! LUCAS: Topé un hombre. CABELLERA: (Peor es esto, Aparte porque al salir, es sin duda que ha topado con don Pedro; quiero decir que soy yo y llegarme).
Llégase cara con cara con su amor
LUCAS: Diga luego, quién es. CABELLERA: Yo, que voy por luces. LUCAS: Mentís, que es de mejor pelo a quien yo tengo. CABELLERA: Señor, yo soy. LUCAS: Ahora lo veremos. ¡Luces!
Dentro
MESONERO: ¿Andan los demonios en el mesón?
Hace fuerza don PEDRO para soltarse
LUCAS: ¡Estaos quedo!
Salen don LUIS y doña ALFONSA con luces
ALFONSA: Luz hay aquí. LUIS: Y aquí hay luz. ISABEL: (¿Qué miro? ¡Válgame el cielo!) Aparte LUCAS: "Verbum caro factum est." Pues, ¿qué hacéis aquí, don Pedro? PEDRO: Señor, mirar por tu honor, y mirar por lo que debo mirar, que tú eres mi sangre. LUCAS: Dejas esos miramientos y decid qué hacéis aquí. LUIS: ¡Ea, responded, don Pedro! LUCAS: ¿Quién os mete en eso a vos? ¿Sois mi sombra, caballero? LUIS: Soy vuestra luz, pues la traigo,. LUCAS: Pues llevaos la luz, os ruego, que yo no la he menester. ¿Adónde vais? LUIS: A Toledo. LUCAS: Pues yo me vuelvo a Madrid, solamente por no veros. LUIS: Sois ingrato, ¡vive Dios! Yo me voy.
Vase don LUIS
LUCAS: No soy más de esto. ¡Válgate el diablo el don Luis! ALFONSA: Don Lucas, decid: ¿qué es esto? LUCAS: Don Pedro está aquí encerrado. ALFONSA: ¿Vos lo encontrasteis? LUCAS: Yo mesmo. ALFONSA: Pues ¿a qué entró? LUCAS: ¿Qué sé yo? ALFONSA: ¿Quiere a Isabel? LUCAS: Lo sospecho, pues yo le he hallado escondido agora. ALFONSA: ¡Válgame el cielo!
Finge que la da el mal de corazón y cae sobre un taburete
CABELLERA: Dióle el mal. LUCAS: Tenla esa mano y tírale bien del dedo del corazón. ¿No hay quién traiga manteca? ISABEL: Sí, yo la tengo. LUCAS: Pues, id por ella. ISABEL: Yo voy. (Llamaré de allí a don Pedro). Aparte
Vase doña ISABEL
CABELLERA: ¡Qué gran mal! ¡Pobre señora! LUIS: ¿Veis, primo, lo que habéis hecho? Tenedla esta mano vos, porque voy a mi aposento por la uña de la gran bestia.
Vase don LUCAS y don PEDRO tómala la mano
CABELLERA: Ponga su uña, que es lo mesmo. PEDRO: ¿Fuése? CABELLERA: Sí. PEDRO: ¿Qué hemos de hacer? CABELLERA: Luego trataremos de eso; requiebra a la desmayada, si entra don Lucas, más tierno, porque crea que la quieres, que esto importa. PEDRO: Y eso intento. CABELLERA: Él viene ya. PEDRO: Doña Alfonsa, mi luz, mi divino cielo, no le disfracéis turbado si he de gozarle sereno. A vos os quiero, señora.
Sale doña ISABEL
ISABEL: (¿Qué es lo que escucho?) Aparte PEDRO: Creed esto, que sólo a vuestra hermosura se consagran mis deseos; el alma sois por quien vivo, vos sois la luz que quien veo. ISABEL: Pues, traidor, falso, atrevido, ¡viven mis ardientes celos!, dioses que hoy, en mi coraje, tienen la corona y cetro, que he de pagarte en venganzas cuanto cobro en escarmientos. Don Luis ha de ser mi esposo, porque, aunque yo le aborrezco, por vengarme de ti sólo, vengarme en mí misma apruebo. ¡Quédate! PEDRO: Espera, señora,
Deja a la desmayada
y advierte que estos requiebros los pronuncio con el labio y los finjo con el pecho. Díjelos porque don Lucas entendiese que la quiero, no porque a ti no te adore. ¡Escúchame! ISABEL: No te creo, que, no estando aquí, no vienen esas disculpas a tiempo. CABELLERA: (¡Si aqueste desmayo fuera Aparte fingido, estábamos buenos!) PEDRO: Señora, sólo eres tú el alma por quien aliento, la muerte por quien yo vivo y la vida por quien muero. ¡Escucha! ISABEL: No tengo oídos. PEDRO: Repara bien... ISABEL: Ya te dejo. PEDRO: Que sólo te quiero a ti, que a doña Alfonsa aborrezco.
Levántese doña ALFONSA del desmayo fingido
ALFONSA: Pues, ¡vive el cielo!, crüel, falso, ingrato, lisonjero, que has de decir, de las dos, a cuál adoras, supuesto que a ella le mientes finezas y a mí me finges requiebros. CABELLERA: (El desmayo era fingido. Aparte ¡Todo el infierno anda suelto!) ALFONSA: ¡Di a quién quieres! ISABEL: ¡Eso aguardo! PEDRO: Mirad... ALFONSA: ¿En qué estás suspenso? ISABEL: ¿Me quieres? PEDRO: (¿Qué la diré?) Aparte ALFONSA: ¿Me aborreces? PEDRO: (¿Qué haré, cielos?) Aparte ISABEL: ¿Qué te elevas? ALFONSA: ¿Qué te turbas? ISABEL: ¿Quién merece tu desprecio? ALFONSA: ¿Quién es dueño de tu amor? PEDRO: Yo digo... CABELLERA: (¡Bueno la ha hecho!) Aparte PEDRO: ...que quiero... (A la una agravio Aparte si a la otra favorezco). ALFONSA: ¿Éstas eran las finezas con que anoche en mi aposento dijiste que me adorabas? PEDRO: ¿Yo en tu aposento? ¿Qué es esto? ISABEL: ¡A Alfonsa quieres, traidor! ALFONSA: ¡Doña Isabel es tu dueño! ISABEL: ¡Hoy has de probar mis iras! ALFONSA: ¡Hoy has de ver mi escarmiento! PEDRO: Doña Alfonsa... ALFONSA: No te escucho. PEDRO: Doña Isabel... ISABEL: Soy de fuego. PEDRO: Mirad...
Sale don LUCAS
LUCAS: Ya está aquí la uña. CABELLERA: (La bestia ha llegado a tiempo). Aparte LUCAS: ¿Estás sosegada? ALFONSA: No. LUCAS: Pues, ¿qué sientes? ALFONSA: Un desprecio. LUCAS: ¿Qué es esto, Isabel? ISABEL: No sé. LUCAS: Tú, di tu mal. ALFONSA: Soy de hielo. LUCAS: Tú, dime tu pena. ISABEL: Es grande. LUCAS: ¿No hay remedio? ISABEL: Es sin remedio. LUCAS: Don Pedro, dime: ¿qué sientes? PEDRO: No tiene voz mi tormento. LUCAS: ¿No lo he de saber? ALFONSA: Sabrásle. LUCAS: ¿No me le dirás? ISABEL: No puedo. LUCAS: Isabel, a la litera; Alfonsa, el coche está puesto; Pedro, el rucio está ensillado; en Cabañas nos veremos. ALFONSA: (¡Quejas, que muero de amor!) Aparte ISABEL: (¡Iras, que rabio de celos!) Aparte LUCAS: (Honra, ¿qué andáis titubeando?) Aparte PEDRO: (Dudas, ¿qué andáis discurriendo?) Aparte LUCAS: (¡Pero yo lo sabré todo Aparte que entre bobos anda el juego!)
Vanse TODOS

FIN DEL ACTO SEGUNDO

Entre bobos anda el juego, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002