JORNADA SEGUNDA


Sale don JUAN
JUAN: Ya el fuego que me abrasa, ladrán crüel de mi feliz sosiego, a desesperación violenta pasa, dejándome más ciego, con lo imposible de enmendar mi daño, no pudiendo encontrar el desengaño. Los pasos de aquel hombre cauteloso, que de Rosa galán, tuvo osadía para salir a defender brïoso, a sus umbrales sigo noche, y día, sin poder el valor, ni el artificio, de este galán fantasma darme indicio. El tiempo, y la paciencia pierde mi amor, que crece con los celos, y ellos con no llegar a su presencia. ¿Quién será este hombre, cielos, tan osado, y cobarde?
Sale el DEMONIO
DEMONIO: Todo cabe en mi malicia, que juntarlos sabe, mas en vano lo intenta mi desvelo, pues tengo contra mí el favor del cielo. Ya Rosa ha conseguido. que hayan del casamiento desistido, y que de Dios la dejen ser esposa, y lo que más enciende mi cuidado, y con furia rabiosa estorbar he intentado, es que de Siena el cielo la destina a ser imitación de Catalina. Pues como ella a sus padres ha sufrido, por no querer hacer el casamiento, tantos castigos, que los ha rendido a su dictamen, con el sufrimiento, pues ya de castigarla se han cansado, y a Don Juan con su queja le han dejado. Y aunque por mil caminos lo he emprendido, estorbar no he podido que el hábito tomase de Tercera de Domingo, porque esta es la carrera a que la tiene el cielo destinada, y es mi pena doblada, porque esta religián me hace más guerra, que todo lo excelente de la tierra. A tanto extremo pasa de esta flaca mujer la fe valiente, que en su huerto labró una celda escasa, donde está penitente, a todo humano trato tan negada, que aun de sí misma vive retirada. Allá de Dios está tan asistida, que a las plantas, las aves, y las flores, cada día a alabar a Dios convida, y todas dicen rústicos amores, y aun hasta los mosquitos con el ruido hacen su consonancia de zumbido. Mas su mismo retiro ha de valerme para su caída, pues con los celos de su amante aspiro a verla tan perdida, que escándalo ha de ser aun del profundo, la que hoy admiración del Nuevo Mundo. Éste es su amante, introducirme quiero con él, porque se logre de mi cuidado. JUAN: Esto es de desesperar. DEMONIO: Ah, caballero. JUAN: ¿Quién llama? Extraño asombro me ha causado la voz de este hombre. ¿Si será este acaso el que causa el incendio en que me abraso? DEMONIO: De haberos visto aquí tan asistente, inquieto, descompuesto, y receloso, me he atrevido a pensar, que vos valiente buscáis un enemigo cauteloso, que se os esconde, y le buscáis en vano, porque no le ha de ver desvelo humano. JUAN: ¿Pues quién es, que es de hallar tan imposible? DEMONIO: Es el mismo inventor de la cautela. JUAN: Sea quien fuere, ¿acaso es invisible? DEMONIO: Haced cuenta que sí, pues os desvela también que en esta casa su osadía, entra, y sale, sin verle cada día. JUAN: ¿Cómo es posible, cuando yo velando noches, y días, a buscarle asisto, y cuanto sale, y entra, registrando, de hallarle señas, ni esperanza he visto? DEMONIO: Ésa es la maña, porque sale, y entra por delante de vos, y no os encuentra. JUAN: ¡Viven los Cielos, que eso es increíble! DEMONIO: Pues por eso el hallarle es imposible. JUAN: ¿Quién sois vos, que tenéis tanta noticia de sus cautelas, y de mi cuidado? DEMONIO: Yo no quiero encubriros mi malicia, porque de él más que vos soy agraviado, y en materia más alta, que en amores, pues sin honra me tienen sus rigores. Mas si queréis que os logre la venganza, de poneros con él, y ver logrado vuestro amor, y de Rosa la mudanza, os habéis de fïar de mi cuidado, sin saber queréis de mis secretos, que lo que os descubrieren los efectos. JUAN: Sólo os he de pedir una licencia de preguntaros, pues habláis de Rosa, ¿qué estado tiene la correspondencia de ese que tuvo suerte tan dichosa? Porque a la Rosa todo el mundo estima, y su virtud venera toda Lima. DEMONIO: Esa virtud es toda hipocresía, y con ella disfraza el fuego ardiente del amor que a su amante sólo fía, por él se ha puesto en traje penitente, y tanto de su amor es el delirio, que su vida por él es un martirio. Es tan crüel su amante, y tan tirano, que no quiere que a nadie bien parezca, y la obliga a un amor tan inhumano, que hace que aun a sí misma se aborrezca, y el día que su amor la comunica, ningún alivio a su sustento aplica. En contemplar en su tirano dueño pasa días, y noches, solamente le hurta dos horas, que le paga al sueño, y aun soñando también está presente, y es su amor a su amante tan atento, que no respira, sino con su aliento. Cuando le espera, y se halla desvelada, de su dolor haciendo la defensa, la madeja del pelo a un clavo atada en el aire se deja estar suspensa, con las puntas del pie tocando el suelo, que tan costoso es de su amor el vuelo. La cama en que descansa las dos horas es de unos leños desiguales secos, que de cascos, y puntas cortadoras, en vez de lana están llenos los huecos, adonde para no hacer pesado el sueño, su mismo cuerpo trata como al leño. De amargas hieles hace la bebida, y de yerbas silvestres el sustento. Cuando es muy regalada su comida, es pan hervido en agua solamente, y a veces sólo come su osadía, cinco pepitas de naranja al día. No habrá lengua que explique los rigores con que se aflige, y a su amante agrada, dando a entender, que en solo sus amores con tantas penas vive consolada, que su amante crúel en tantos duelos, de qualquier gusto suyo tiene celos. En este estado está el amor de Rosa, pasando con rigor tan increíble, una vida que es muerte dolorosa. (¡Ah, pesar de mi rabia! ¿Que es posible, Aparte que cuando es deshonrarla mi desvelo, a contar su virtud me obliga el Cielo?) JUAN: Absorto estoy de oír amor tan raro, y resistir la pena no pudiera, a no tener la duda por reparo; ¿Ese amante crüel es hombre, o fiera? DEMONIO: Hombre es, tan hombre, para que os asombre, que todo mi rencor es, porque es hombre. JUAN: ¿Pues cómo cabe en corazón humano tan bárbaro, y sangriento desatino? DEMONIO: Como tiene un amor tan soberano, que se trata con fueros de divino, mas vos lo habéis de ver. JUAN: Tened, que viene un hombre que ocultárselo conviene.
Sale don GONZALO
GONZALO: Mucho me alegro, don Juan, de veros en esta casa, si ya obedeciendo al cielo, de vuestro enojo es templanza. JUAN: (Disimular me conviene Aparte hasta lograr mi venganza.) Don Gonzalo, las pasiones dándoles tiempo se acaban. Yo estoy ya desengañado de que era de Rosa, el nácar, digno de logro más alto, y que mi fortuna escasa no mereció su hermosura. GONZALO: Don Juan, ella es una santa, y cuando por Dios os deja, os venera, y no os agravia. DEMONIO: Mira la opinión que tiene, tú verás en lo que para. JUAN: Don Gonzalo, así lo creo. GONZALO: Pues ya que estáis en su casa, y no habéis visto a su padre desde aquella noche infausta, ¿os vais sin hablarle ahora por consuelo de sus canas? JUAN: No es posible, porque agora, a un negocio de importancia me lleva esta caballero. DEMONIO: Venid, que ya nos aguardan. GONZALO: Esperad que él sale aquí. JUAN: A hablar sólo una palabra no es posible deternerme. Adiós. DEMONIO: Tú verás lograda, si yo puedo, a un mismo tiempo su afición, y tu venganza. JUAN: Vamos luego, que por ella daré la vida. DEMONIO: (Y el alma.) Aparte
Vanse los dos y sale GASPAR de Flores
GASPAR: Señor Don Gonzalo, hoy tiene nueva vida mi esperanza, pues vos que sois mi consuelo, hoy venís a honrar mi casa. GONZALO: Yo, señor Gaspar de Flores, soy quien los honores gana, y quien a lograrlos viene. GASPAR: Yo, amigo y señor, estaba para salir a buscaros, porque son mis dudas tantas, que sólo vuestro consejo puede moderar las ansias que cada día con Rosa más vivo temor me causan. GONZALO: ¿Pues qué hay agora de nuevo? Ya que quedó sosegada, y cesando el casamiento, ha logrado la palabra que dio a Dios de ser su esposa, y la dudosa esperanza de Hábito de Tercera de Santo Domingo, ¿en qué halla su espíritu tanto aliento? ¿Ya no logró su eficacia vivir en la estrecha cþrcel de su celda, retirada de todo humano comercio? ¿Pues qué duda os sobresalta, cuando ella, el mejor camino ha escogido, y ya la fama de su virtud, toda Lima publica, admira, y alaba? GASPAR: Ése es mi mayor cuidado, pues por esas voces, anda mi casa en lengua de todos, y su crédito en balanzas. Unos dicen que [es ilusa], que su devoción es falsa, otros, que hace su flaqueza visiones imaginarias. Otros, que estoy en peligro de que la lleven mañana a la Inquisición, y quede sin honra toda mi casa. Y que yo tengo la culpa pues faltando a mi palabra, por rendirme a su elección, en ilusiones fundada, perdí a don Juan de Toledo, que enemigo se declara, y quedando pobre, y viejo, sin arrimo que me valga, a pique estoy de perder el pobre honor de mi casa. GONZALO: Si vos, señor, dais oídos a las opiniones varias que el vulgo siempre ignorante en estos casos derrama, no podréis tener sosiego, porque su opinión liviana se mueve como veleta del aire que se levanta: ¿Rosa de sus confesores no está bien examinada? GASPAR: El doctor Juan del Castillo, y el maestro Lorenzana, que del glorioso Domingo son las antorchas más claras, y toda su religión aprueba, admira, y ensalza su vocación por segura, y para más confïanza también de la Compañía de Jesús a examinarla han venido los maestros de más letras y más fama, y todos están conformes. GONZALO: Pues si ella tiene esas basas, en que funda el edificio, segura tiene la planta. GASPAR: Pero vencida esa duda, otro riesgo me amenaza. GONZALO: ¿Cuál es? GASPAR: La vida de Rosa, que según vive, se acaba, pues sobre las penitencias, que vos sabéis tan extrañas, tanto ayuno, y disciplinas que se da, casi inhumana, con las cadenas de hierro, hasta que aliento le falta. Hoy la he hallado una corona, que trae de pelo rapada, con tres órdenes de clavos de a treinta y tres cada banda. De sus puntas tiene toda la cabeza taladrada, y la sangre corrompida casi ya en todas las llagas. ¿Cómo ha de vivir con esto una mujer delicada? Y si ella muere, con ella muere toda mi esperanza. GONZALO: Siendo ella tan obediente, ¿es posible que no basta, que vos la mandáis que excuse violencias tan temerarias? GASPAR: Es tan rara su agudeza, que siempre obedece, y halla modo, con que obedeciendo, más sus dolores agrava. Pero pues habéis venido, y ella os [respeta], y os ama, quisiera ver si por vos algo su rigor ablanda, o a lo menos que se quite del potro de aquella cama, donde padece tormentos las dos horas que descansa. GONZALO: Pues llamadla. GASPAR: En una celda de este huerto está encerrada, y Bodigo es el portero: llamad adentro.
BODIGO: Deo [gratias]. GONZALO: Por siempre, hermano, abra ahí. BODIGO: ¿Abra ahí? No hay tal palabra en la sagrada escritura. Abraham dirá, si ese llama, y le abrirá al santo viejo. GONZALO: Abra, Bodigo, ¿qué aguarda?
Sale BODIGO, de donado
BODIGO: Jesús sea con nosotros, y qué gente tan cansada son estos hombres del siglo. GONZALO: ¿Por qué, Hermano? BODIGO: Porque llaman como fruteras. ¿Presumen que es lo mismo en esta casa venir a hablar con los santos, que ir por peras a la plaza? GONZALO: ¿Quién son los santos, Hermano? BODIGO: Los que a aquel Señor alaban, y en su alabanza se arroban. GONZALO: ¿De qué suerte? BODIGO: Verbigracia. GONZALO: Luego también el hermano es santo ya? BODIGO: En eso se anda. GONZALO: ¿Pues qué milagros ha hecho? BODIGO: Cada día uno de fama. GONZALO: ¿Y cuál es? BODIGO: Matar el hambre. GONZALO: ¿Y ése es milagro? BODIGO: Ella es tanta, que es grandísimo milagro; pero es virtud, y ordinaria. Milagros no hacen caso, esos se hacen mientras se asa. GONZALO: ¿Qué se ha de asar? BODIGO: La virtud, que está de amor en la llama derritiendo el corazón, que cuando duerme, descansa. GONZALO: La virtud siempre está en vela. BODIGO: Pues eso derrite el alma. GONZALO: ¿Qué hace Rosa? BODIGO: ¿Queréis verla? GONZALO: Quisiera verla, y hablarla. BODIGO: Está cosiendo una obrilla, que la he dejado cortada. GONZALO: ¿Qué obrilla? BODIGO: Unos milagrillos que se han de entregar mañana. GONZALO: ¿Luego el hermano los corta? BODIGO: Como aún no está examinada la Rosa, cortar no puede. Es novicia, y coser basta. GONZALO: ¿Pues ya es maestro Bodigo? BODIGO: Es muy antigua mi gracia. GONZALO: ¿Cómo? BODIGO: Los Bodigos tienen las virtudes en la masa, mas no nos dejan aquí hacer cosa de importancia. GONZALO: ¿Pues aquí quién los estorba? BODIGO: Unos angelillos que andan juguetoncillos, que enredan todo cuanto se trabaja. GASPAR: Llama a Rosa. BODIGO: Ya te ha oído, con que es preciso que salga.
Sale ROSA de tercera dominicana
ROSA: Tu bendición, padre mío, me da. GASPAR: La de Dios te caiga, hija mía, hija querida, que tú de mi edad cansada eres el báculo firme. BODIGO: La boca se me hace agua de ver al viejo tan tierno. ROSA: Yo, padre, estoy a tus plantas. GASPAR: No, sino en mi corazón, porque tú me le dilatas. BODIGO: Para Roma es bueno el viejo, porque todo se hace papas. GASPAR: Habla el señor don Gonzalo, que viene a verte. ROSA: Otra causa le traerá, que la de verme. Bien se ve, señor, que es vana. GONZALO: Aunque el veniros a ver tantos consuelos me alcanza, hoy no vengo por el mío, sino por el que le falta a vuestro padre, que tanto vuestro rigor menoscaba. El servir a Dios, señora, no es tan sangrienta batalla, que ha de ir siempre a sangre, y fuego, que la condición humana es débil, y al hombro flaco con una prudencia santa debe la virtud perfecta proporcionarle la carga. Vuestras mortificaciones tocan mucho en temerarias, y aunque a vos os vivifiquen, a vuestro padre maltratan. Y yo vengo a suplicaros, que en ello toméis templanza, que a vuestro padre no aflija, y a vuestro amor satisfaga. BODIGO: Eso no le quitarán los azotes que se casca, aunque la echen a galeras. GONZALO: ¿Pues por qué? BODIGO: Porque mandarla que no se azote, es mandar a un cochero beber agua: los azotes son sus dulces. GONZALO: No en azotes se repara, sino en otras penitencias de más rigor. BODIGO: Eso vaya, como la dejen las vueltas, quítenle las cariñanas. ROSA: Cierto, señor Don Gonzalo, que esa piedad mal fundada, nace, aunque de vuestro pecho, de más crüeles entrañas. GONZALO: ¿Estoy de entrañas crüeles? ROSA: Sí, y la razón está clara, porque quien quita el alivio a un corazón, con la capa de piedad, dobla la herida, porque le ofende, y le engaña. Vos por mirar por mi vida corporal, con piedad falsa, queréis quitar a mi amor vida que nunca se acaba. Esa piedad es crüel, porque dos veces me agravia, en persuadirme el error, y quitarme la ganancia, y para verlo más claro, ¿qué gozos más se dilatan, los del alma, o los del cuerpo? GONZALO: Cierto es que son los del alma más dilatados, pues tienen la capacidad más alta. ROSA: Pues sentada esa verdad, sentad también en la vasa, de que Dios da por las penas las dulzuras de la gracia, y que por qualquier trabajo se dobla el gozo que gana. Luego si el alma es capaz de glorias más dilatadas, y por las penas del cuerpo doble los gozos del alma, no es piedad, sino es crueldad la que de quitarme trata por un alivio tan breve, una ventura tan larga. GONZALO: Aunque es verdad que es más gozo el que el espíritu alcanza, y ése le da Dios por premio de lo que el cuerpo trabaja, no negaréis, Rosa, que hay medidas proporcionadas a lo que alcanza de esfuerzo la naturaleza flaca. Luego la virtud perfecta debe medir con templanza a lo que llega su esfuerzo, porque si pasa de raya por penitencia indiscreta, la vicia esta circunstancia. ROSA: Ese argumento distingue el estado de las almas. Cuando un alma se gobierna por virtudes ordinarias, debe usar de la prudencia, que es quien a todas las manda para que tomen el medio, y porque ninguna salga a los extremos viciosos, y en este caso se halla la indiscreción que decís, si a este cuidado se falta. Mas cuando un alma está ya de sus pasiones purgada, el Espíritu Divino la mueve, y entonces anda al paso que Dios la mueve. No hay allí prudencia humana, porque es el Don de Consejo, que a la prudencia aventaja quien la gu}a, y la dirige, y la mueve a empresas arduas. No padece duda alguna, porque da una luz tan clara, que de todo la asegura, y en este estado se alcanza aquella gran muchedumbre de dulzura extraordinaria, que para los que le temen, escondió Dios en su gracia. GONZALO: ¿Pues puede moveros Dios a dormir en una cama de cinco leños nudosos, llenos de tejas quebradas, cuyas puntas se ensangrientan en quien en ella se descansa? ROSA: ¿Y la que tuvo mi Esposo en la cruz, era más blanda? GONZALO: ¿Y Dios os manda tener una celda tan escasa, que en pie no cabéis en ella? BODIGO: Es verdad, porque entra a gatas. ROSA: Si cabemos yo, y mi Esposo, ¿no tiene el altor que basta? GONZALO: ¿Y el no comer, cuando siempre el estómago os maltrata con su dolor? BODIGO: A eso voy, esto importa a la maraña. Mándemela usted que coma, que eso me la tiene flaca, y si es santa, en engordando, tendrá mucho más de santa. ROSA: Yo lo que he menester como, lo demás no me hace falta. BODIGO: Pero me hace falta a mí, que los crïados se hartan de lo que sobra a los amos, y el pobre Bodigo anda siempre royéndose el nombre, porque jamás sobra nada. ROSA: Tú come lo que quisieres. BODIGO: ¿Dónde está?, que aquí se pasa sólo con olor de Rosa, que es comida valenciana. Señor, esto es perdición, ella toma una naranja, y se come tres pepitas, y yo ando siempre a la cuarta. GASPAR: Aunque a tu espíritu, Rosa, debo dar mucha alabanza, sólo una cosa hallo en él, que siempre me desagrada. ROSA: ¿Qué es? GASPAR: Tener voluntad aun más que la necesaria. ROSA: Yo, padre mío, la tengo siempre rendida a tus plantas. GASPAR: Pues quita esa cama dura. ROSA: Yo la tengo aconsejada de mi confesor, y luego la quitaré, si él lo manda. GASPAR: Pues con eso voy contento. GONZALO: Y yo, Rosa, os doy las gracias. GASPAR: Vamos, señor don Gonzalo, al maestro Lorenzana. GASPAR: Vamos, que él lo hará sin duda. BODIGO: Oye usted, sea plenaria la indulgencia, y saque usted una cena regalada para esta noche. GASPAR: ¿De qué? BODIGO: De un menudillo de vaca.
Vanse los dos
ROSA: Bodigo, con la visita el tiempo hemos malogrado, y a Dios no hemos alabado. BODIGO: Gracias a Dios no hay pepita, y lo haremos con decencia, ¿mas dónde están los mosquitos? ROSA: Ahora están recogiditos hasta que les den licencia. BODIGO: ¿No sabes que he reparado, que te azotes sin dar grito, y no sufras que un mosquito por jamás te haya picado? ROSA: Es vano ese sentimiento. BODIGO: ¿En qué está la vanidad? ROSA: Pica sin mi voluntad, y no doy merecimiento. BODIGO: ¿Pues no puedo conformarme al picar con su rigor, y aprovechar el dolor? ROSA: Más perdiera en inquietarme cuando estoy en la oración, que como pica impensado, aquel súbito cuidado turba la contemplación. BODIGO: Pues comencemos los dos. ROSA: Ea, salgan mis cantores, aves, y plantas, y flores, vamos a alabar a Dios.
Suena dentro música, si puede ser de violines, que remeden el zumbido de los mosquitos
BODIGO: Ya empieza su tarabilla la mosquita entonación, y el compás lleva un moscón, que es maestro de capilla. ROSA: Todos a su Criador dan la alabanza que deben.
Los árboles que ha de haber, deben estar puestos en forma que se puedan mover a compás
BODIGO: Y los árboles se mueven para alabar al Señor. ROSA: Son su lengua natural las ramas, y las inclina a la alabanza divina. BODIGO: Cantemos junto al peral, que tiene muy altaneras unas peras, y al bajar las podremos alcanzar, y cantaré para peras. ROSA: Vamos, que se pasa el día: digamos juntos los dos. BODIGO: Vaya, y en nombre de Dios salga nuestra letanía. ROSA: En honra de aquel amor que hizo tan felices bodas.
La ROSA dice representados los dos versos de la glosa, y cantan dentro, y la ROSA y BODIGO fuera
TODOS: "Las obras de Dios todas bendigan al Señor." BODIGO: Ay Rosa, que con los dos el cielo allí arriba canta. ROSA: Pues, hermano, ¿que le espanta? También alaban a Dios. BODIGO: ¡Jesús, y qué maravilla! Santo soy de plenitud. ROSA: ¿De repente? BODIGO: La virtud me ha entrado por la tetilla. ROSA: No cantan por mí, pues antes cada día peor voy. BODIGO: Por mí cantan, mas yo soy santo de participantes. ROSA: Prosigamos, pues su amor les debió el primer desvelo. TODOS: "Los ángeles, y el cielo bendigan al Señor." ROSA: Pues a todos su primor las dio nombre, e hizo bellas. TODOS: "Sol, y luna, y estrellas bendigan al Señor." ROSA: Pues la virtud de su ardor templó de mi culpa el frío. TODOS: "El fuego, y el estío bendigan al Señor." ROSA: Pues al Divino Candor tanta semejanza debe. TODOS: "Los hielos y la nieve bendigan al Señor." BODIGO: ¡Ay, Rosa! ROSA: ¿Qué te da enojo? BODIGO: No puedo más de verdad. ROSA: ¿Por qué? BODIGO: Ya la santidad se me sale por los ojos. ROSA: Mucho más es de notar mi miseria, que el dolor de estómago con rigor me comienza a fatigar. BODIGO: Come algo, y ten buena maña, porque el dolor se mitigue. ROSA: Ay, hermano, que prosigue con violencia muy extraña. BODIGO: Come algo. ROSA: Esto es tentación. BODIGO: ¿Por qué, habiendo este enemigo? ROSA: ¡Ay! No puede ser, Bodigo, que es día de comunión. BODIGO: ¿Comunión, estando agora a pique de perecer? Vive Dios, que ha de comer. Yo voy por algo, señora. ROSA: No puedo, hermano, comerlo, porque hoy he de comulgar. BODIGO: Por Dios que lo has de tragar, aunque revientes con ello.
Vase BODIGO
ROSA: Dulcísimo Esposo mío, recíbeme este dolor, no ha de perderte hoy mi amor, que yo del tuyo lo fío.
Cantan dentro, y descúbrese en lo alto una imagen de Cristo, y va subiendo la ROSA en elevación, y en llegando a proporción, baja Cristo a juntarse con la ROSA
TODOS: "Rosa de mi corazón, no es ese dolor tan malo, que para hacerte un regalo, te he enviado esa aflición." ROSA: ¡O Señor de los Señores! Ya agradezco su violencia, pues en tu hermosa presencia lisonjean los dolores. TODOS: "Sube, Rosa, al alto grado, que ya tu virtud merece, pues el alivio te ofrece la llaga de mi costado." ROSA: Mi humildad, ¡o gran Señor!, el labio a tu pecho aplica, pues tu amor me comunica el mérito, y el favor. TODOS: "Pues ya el dolor se modera, quédate, Rosa, avisada, pues te dejo confortada para el riesgo que te espera."
Cúbrese la apariencia
ROSA: ¡O Esposo dulce, y eterno! Si tú en él me has de valer, ¿qué riesgo puedo temer?
Sale el DEMONIO
DEMONIO: (Todo el furor del infierno, Aparte pues sus furias convocadas de la mía vienen ya. Hoy esta torre verá sus almenas derribadas.)
Sale BODIGO con un vaso de vino
BODIGO: Rosa, aquí tiene un trago, que es contra toda violencia, bebe sobre mi conciencia, y dale carta de pago. ROSA: No es menester, que entretanto tuvo el dolor mejor fin. BODIGO: Mira que es de San Martín, y eso es desprecio del santo. ROSA: Bébele tú por los dos. BODIGO: ¿Y me le mandas beber? ROSA: ¿Pues ya qué quieres hacer? BODIGO: Sea por amor de Dios. No pienso hacer resistencia, aunque la virtud estrago. ¡Oh! ¡Cómo conforta un trago bebido por obediencia! DEMONIO: Este necio hipocritón me ha venido a embarazar, pero de aquí le he de echar con su misma inclinación. BODIGO: En fin, Rosa, ¿no has querido por alivio tomar nada? ROSA: Yo he sido más regalada, con que el dolor he vencido. DEMONIO: Con esto pretendo hacer que se vaya este donado, y él quedaró castigado cuando lo vaya a beber. ROSA: No ha sido eso para mí. BODIGO: ¿Qué dices? ¿Pues no has tomado lo que el cielo te ha enviado? ROSA: Eso será para ti. BODIGO: ¿Para mí? ROSA: ¿Qué te hace espanto? BODIGO: ¿Para mí, y Dios me lo envía? ROSA: Sin duda. BODIGO: ¡O pureza mía! No pensé que era tan santo. ROSA: No hay aquí que discurrir. BODIGO: Esto de remate va, porque los milagros ya se me vienen sin sentir. ¿Y de esto no comerás? ROSA: No es para mí ese consuelo. BODIGO: Mira que estará del cielo. ROSA: No es posible. BODIGO: Bien harás, y pues mi almuerzo se fragua para no darte dentera, quiero salirme allá fuera. La boca se me hace agua, venga el vidrio cristalino, y huele algo a chamuscado, mas debe de ser cuidado para que sepa a tocino. Rosa a tu amor me consagro. ROSA: Ve, y come con bendición. BODIGO: Mientras tú haces oración digeriré yo el milagro. ROSA: Dios regalarte ha querido. BODIGO: Sírvole, y me da consuelo, que este regalo del cielo va comido por servido.
Vase BODIGO
DEMONIO: La puerta se deja abierta, que es lo que importa a mi afán, pues para que entre don Juan he menester esta puerta. Comience ahora mi batalla, que esta noche no ha dormido, y la cojo desvelada para lograr mis designios. Espíritus infernales, que sois horror del abismo, venid todos, porque a un tiempo la opriman todos los vicios.
Salen cuatro mujeres adornadas como ninfas cantando
MÚSICOS: "Morfeo perezoso, deidad sin artificio, derrama tu beleño por todos sus sentidos." ROSA: ¡Válgame el cielo! ¿Qué peso tan de repente ha venido a mis ojos, que los grava con un sueño tan prolijo? Este noche me he negado las dos horas del alivio, que suelo tomar, el cuerpo fatigado hace su oficio. MÚSICOS: "Tus densas sombras traigan el húmedo rocío, que a todas las potencias suspende el ejercicio." ROSA: ¡Ay, Dios, qué pesado sueño! Pero en vano lo resisto, pues tú siempre estás velando, cuida de mí, Esposo mío.
Siéntase a dormir
DEMONIO: Eso es lo que deseo: hagan agora los vicios cada cual su batería, que ella caerá de algún tiro. Vanidad, tú la primera la acomete, que aunque es tibio tu fuego, es siempre el que da a toda ruina principio.
Canta la VANIDAD
VANIDAD: "Si por tu amante, Rosa, tu vida es un martirio, de más altos favores tu grande amor es digno. Ya pasan tus finezas del término preciso de la naturaleza, pues vives sin sentidos."
Entre sueños ROSA
ROSA: Yo del amor de mi Esposo soy indigna, pero fío de su bondad el perdón que merecen mis delitos. DEMONIO: Presunción, entra tú ahora, pues te ha dejado camino.
Canta la PRESUNCIÓN
PRESUNCIÓN: "Humilde, Rosa, eres, mas tantos ejercicios le quitan a tu amante la gloria de benigno. Si lo mereces todo, ¿qué te ha de dar su arbitrio, si no deja a la gracia lugar lo merecido?
Soñando ROSA
ROSA: Él da conforme a sus obras el premio a sus escogidos, y el que sin ella presume, merece justo castigo. DEMONIO: Llega tú ahora, amor propio, por si abres algún resquicio.
Canta AMOR PROPIO
AMOR PROPIO: "No ha merecido, Rosa, tu cuerpo tal castigo, pues ha tenido siempre sujeto su apetito. Rigor será inhumano negarle algún alivio, pues con trabajos tantos le tiene merecido."
Soñando ROSA
ROSA: Yo conozco sus traiciones, y por eso no me fío de su falso rendimiento, que siempre tiene peligro. DEMONIO: Logra la ocasión, lascivia, y ponla en el riesgo mismo que teme, siembra en su pecho tus ardientes incentivos.
Canta la LASCIVIA
LASCIVIA: "Tu flor se pasa, Rosa, y el fruto prometido a tu hermosura niega el nácar ya marchito. Lógrale antes que pierdas de tu verdor el brío, que al florecer las plantas, es natural el vicio."
Soñando ROSA
ROSA: No quiero más deleites del casto amor en que vivo, no, no, no. Cielos, valedme, que se rebela el sentido. DEMONIO: Agora entrará don Juan, que no ha de quedar camino que no invente mi malicia para rendir su albedrío. Don Juan, venid, que ya es hora.
Sale don JUAN
JUAN: De vos mi venganza fío. DEMONIO: Aquí la mayor venganza es lograr vuestro amor fino. La ocasión tenéis a mano, no teméis ningún peligro, que las personas que veis, todas están a serviros. JUAN: Todo el horror de mi enojo se templa en haberla visto, y del fuego de mi amor la llama al verla ha crecido. DEMONIO: Eso es lo que yo deseo. Ya la palabra he cumplido de poneros donde vos seáis el juez, y el testigo de vuestro mismo desprecio. Nadie aquí puede impediros, pues todos los que miráis aquí por vos han venido, lograd vuestro amor, que luego la violencia hará el cariño. JUAN: Tropezando en mis temores, me acerco a su sol divino. ¡Oh, cómo el amor es rey! Pues cuando cerca le miro, la majestad me detiene, y cuando me impele el mismo, lo que el fuego da calor, me da el respeto en frío. DEMONIO: Ea, vicios, provocadlos, haced aquí vuestro oficio. MÚSICOS: "Coronámonos de rosas, logre el amor su apetito, no haya prado que no pazca licencioso el albedrío."
Soñando ROSA
ROSA: No, no quiero amor humano. ¿Dónde estás, Esposo mío? ¿Cómo aquí me desamparas? DEMONIO: Ya vuestro agravio habéis visto. Llegad, que seguro vais, yo confundiré el rüido de sus voces, disponiendo que canten al tiempo mismo. JUAN: Ya llego, Rosa querida, perdona mi mano osada, que te busca deshojada, cuando te encuentra dormida. Tu hermosura me convida, y ella el temor me previene, la culpa, disculpa tiene, pues a osadía tan loca tu hermosura me provoca, y ella misma me detiene.
Vale a tomar la mano, y despierta la santa ROSA
ROSA: ¡Ay de mí! ¿Cielos, qué es esto? JUAN: Un amor es que atrevidas las finezas que desprecia, quiere cobrar en caricias. ROSA: ¿Qué fuego es éste, que estaba dentro del alma escondido, dulce Esposo?
Repiten los vicios lo que dice la santa ROSA
MÚSICOS: "Dulce Esposo." ROSA: Mi peligro... MÚSICOS: "Mi peligro." ROSA: Va creciendo. MÚSICOS: "Va creciendo." ROSA: Dame alivio. MÚSICOS: "Dame alivio." ROSA: Tu socorro... MÚSICOS: "Tu socorro." ROSA: Me defienda, Jesús mío.
Al decir Jesús, se hunden los vicios, y baja el ÁNGEL con espada en la apariencia que mejor pareciere, y echa al DEMONIO, y el NIÑ JESÚS se aparece en una apariencia
ÁNGEL: Tu licencia, bestia fiera, cese aquí, vete al abismo. DEMONIO: Ya voy rabiando de verme por una mujer vencido.
Vase el DEMONIO
JUAN: ¿Qué luces, cielo, son éstas que exceden a los sentidos? Sin mí, y sin vista he quedado: yo he perdido aliento, y tino. Rosa, ya mi error confieso, y tus virtudes admiro, sáqueme tu intercesión de este ciego laberinto, que yo seré pregonero de lo que he sido testigo. ROSA: Pues ya le vale el dolor, guíale, Custodio mío.
Llévale el ÁNGEL
JUAN: Ya veo la puerta. Cielos, yo ofrezco con este aviso dar el resto de mi vida al dolor de mis delitos.
Vase don JUAN
NIÑO JESÚS: ¡Rosa! ROSA: Divino Señor, ¿cómo tan crüel conmigo, que me habéis desamparado, pues sin mí, ni vos me he visto? NIÑO JESÚS: ¿Qué fuera de ti, si yo no hubiera estado contigo? Yo en estos empeños, Rosa, conozco a mis escogidos, para coronarse, en todos, son estos riesgos precisos, pero queda consolada, que ya el último has vencido. ROSA: Mi mayor consuelo es el ver tu rostro divino. NIÑO JESÚS: Siempre en el pecho me tienes, y de ti no me despido, porque yo en tu corazón me quedo aunque me retiro.
Vuela
ÁNGEL: Rosa, con esta victoria queda ya tu nombre escrito en el libro de la vida. Desde aquí ha de ser tu oficio dar a otros hermanos parte de la luz que has recibido. ROSA: Tú has de ser siempre mi guía. ÁNGEL: Siempre estaré yo contigo.
Vase. Sale BODIGO chamuscada la cara
BODIGO: ¡Ay, Rosa del alma mía, que vengo muerto! ROSA: Bodigo, ¿qué te sucede? BODIGO: Que vengo asado como cabrito. El demonio me ha engañado, que era redoma aquel vidrio, y algún familiar estaba dentro de ella. ROSA: ¿Cómo ha sido? BODIGO: El diablo estaba en conserva, y al irle a dar finiquito, echando la bendición, como de ti lo he aprendido, disparó la carabina, y me llevó los hocicos. Dame vino, que me abraso. ROSA: ¿Vino pides por alivio? BODIGO: Para beber, y para lavarme, que es sangre de Dios el vino, y contra el fuego del diablo, me valdrá el fuego de Cristo. ROSA: Ven, que yo te curaré. BODIGO: Pues dio mi almuerzo en vacío, haz para curarlo asado, que me den algo cocido. ROSA: Fía de Dios, que ya queda vencido nuestro enemigo. BODIGO: Como ve que soy tan santo, rabia de envidia el maldito.

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA          
 

Santa Rosa del Perú, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 26 Jun 2002