JORNADA TERCERA


Salen BEATRIZ, tapada, don DIEGO y MOSQUITO
BEATRIZ: Ya será el pasar de aquí arriesgarme a otro cuidado. DIEGO: Compañía de ahorcado no es, señora, para mí. Yo os he de dejar segura y sin lesión ¡vive Dios! y hasta que lo estéis, con vos he de ir a Dios y a ventura.
Hablan aparte BEATRIZ y MOSQUITO
BEATRIZ: Mosquito, ¿qué hemos de hacer si él da en este desatino? MOSQUITO: Aquí no hay otro camino sino arrancar a correr para escapar de este lobo. BEATRIZ: ¿No le sabrás tú apartar? MOSQUITO: Nadie se sabe librar de un bobo, sino otro bobo. DIEGO: ¿Secreto para conmigo? ¿Qué te dice? MOSQUITO: Que va agora la condesa, mi señora, muy asustada contigo. DIEGO: Eso es tomarlo al revés; pues ¿no voy a defendella aunque venga contra ella el Armada del Inglés? MOSQUITO: Es que estáis junto a la entrada de su casa y si los dos llegáis, la verán con vos. DIEGO: ¿Qué importa, si va tapada? MOSQUITO: Pues si ven a tu beldad seguirla, ¿no es cosa expresa que han de creer que es la condesa? DIEGO: Eso es la pura verdad, pero si dejarla intento cuando de mí se amparó, y sucede algo, estoy yo obligado al saneamiento; y así, es imaginación que yo haga esa liviandad. BEATRIZ: ¿No veis que eso es necedad? DIEGO: Mas que sea discreción, vos no os habéis de ir sin mí, y creed, si esto no os basta, que he de acompañaros hasta el postrer maravedí. BEATRIZ: Ya que estáis determinado, venid, pues eso queréis, y a la puerta no lleguéis. DIEGO: No he de ir sino hasta el estrado; no lo excuséis. MOSQUITO: ¡Guarda, Pablo! BEATRIZ: ¿Vos en mi casa tras mí? Pues ¿qué peligro hay allí? DIEGO: ¿Qué sé yo lo que hará el diablo? MOSQUITO: (Por aquí la he de escapar.) Aparte Señor, advierte una cosa. Que esta condesa es golosa y esto lo hace por entrar sola en ese confitero a comprar dulces sin susto. DIEGO: Tiene lindísimo gusto; a eso entraré yo el primero. MOSQUITO: ¿Llevas dinero? DIEGO: Ni blanca. MOSQUITO: Pues ¿a qué has de entrar allá? DIEGO: Pues ¿qué riesgo en eso habrá? MOSQUITO: Donde está tu mano franca ¿has de consentirla que pague lo que a comprar va? DIEGO: ¿Eso dudas? Claro está que se lo consentiré. MOSQUITO: ¿A la condesa? DIEGO: ¿Pues no? ¿Eso quieres que la arguya? Ni aun a una crïada suya no se lo estorbara yo. MOSQUITO: ¿Qué dices? Que eso es quedar en una acción afrentosa. DIEGO: Hermano, si ella es golosa, ¿téngolo yo de pagar? MOSQUITO: (¡Aquesto es cosa perdida!) Aparte BEATRIZ: ¡Ay, desdichada de mí! Don Juan viene por allí. MOSQUITO: ¡Su primo, pese a mi vida! DIEGO: ¿Quién? MOSQUITO: Don Juan, de par en par. DIEGO: Pues ahora, ¿qué hemos de hacer? MOSQUITO: Irnos, y tú defender que no nos pueda alcanzar. DIEGO: Y si no puedo atajarle, si acaso viene muy fuerte, ¿qué he de hacer? MOSQUITO: Darle la muerte. DIEGO: ¿Darle la muerte? MOSQUITO: 0 matarle. DIEGO: ¿Y si no trae mal humor y detenelle por bien puedo? MOSQUITO: Matarle también. DIEGO: Pues--¡sus!--manos a labor. BEATRIZ: No permitáis que se acabe de arriesgar la vida mía. DIEGO: Váyase vueseñoría, que ya estoy pensando el cabe. MOSQUITO: Detenedle bien. DIEGO: Sí haré. MOSQUITO: Ya podemos escurrir. BEATRIZ: Detenedle sin reñir; DIEGO: Sin reñir le mataré.
Hablan aparte BEATRIZ y MOSQUITO
MOSQUITO: Arranquemos a correr mientras él queda en arrobo. BEATRIZ: ¡Jesús! Harta voy de bobo. MOSQUITO: No es poco para mujer.
Vanse BEATRIZ y MOSQUITO
DIEGO: A mucho quedo empeñado si este hombre en seguirla da. Pero bien hecho será, que un primo es medio cuñado.
Sale don JUAN
JUAN: En haberme detenido con tal cuidado don Tello reconozco que es verdad lo que les dijo don Diego; y pues aquí le he alcanzado, he de averiguar su intento. DIEGO: Hombre, mira lo que haces, que vas andando y muriendo. JUAN: ¿Señor don Diego? DIEGO: Don Juan, ¿qué queréis? JUAN: Buscando os vengo. DIEGO: Como no paséis de aquí, seré muy servidor vuestro mas si pasáis adelante, ¡por las llaves de San Pedro! que lo habéis de pasar mal. JUAN: Lo que yo deciros quiero aquí os lo puedo decir. DIEGO: De vida sois, según eso. JUAN: Vos habéis dicho delante de vuestra prima y don Tello que aquella mujer tapada, que agora os iba siguiendo, la recatabais de mí por importarme su empeño. Yo sé que esto es imposible, porque yo en Madrid no tengo mujer que pueda importarme ni por amor ni por deudo; y siendo ansí que es fingido, de vos entender pretendo para qué fin lo fingisteis. DIEGO: (Esto es peor--¡vive el cielo!-- Aparte porque si él fuera tras ella le matara sin remedio, porque ya lo había pensado; pero matarle por esto no lo he pensado, y no es fácil.) JUAN: ¿Qué decís? DIEGO: Ya voy a ello. Señor don Juan, que yo dije a mi tío ese embeleco para escaparme de allí es verdad, y no lo niego; que lo que yo una vez digo ha de estar dicho in aeternum. Pero eso, ¿a vos qué os importa? JUAN: Pues, ¿vos, siendo caballero, lo dudáis? El que se entienda que dama o parienta tengo tan liviana que de mí anda con otros huyendo. DIEGO: Pues si vos sabéis que es falso, y os asegurais en eso, ¿que importa que yo os lo diga? JUAN: El que no lo piensen ellos; que la opinión no es lo que es sino lo que entiende el pueblo. DIEGO: Pues, ¿mi tío es pueblo acaso? JUAN: Es parte de él, que es lo mesmo. DIEGO: Don Juan, esto no os importa más de que no tenga celos Leonor de lo que yo dije, como es vuestro galanteo. Remediado esto, ¿habrá más? JUAN: Yo no os pido nada de eso. DIEGO: Pues veis aquí que lo dije, que es la verdad; ¿qué remedio? JUAN: Que vos habéis de decir a todos los que lo oyeron el intento que tuvisteis, y que yo os obligo a ello. DIEGO: No es nada la añadidura; ¿desdecirme yo? Eso es bueno. Antes me volviera moro. JUAN: Pues aquí no hay otro medio. DIEGO: Pues más que nunca le haya. ¡Bien quedaba yo con eso para ir a la plaza en Burgos a hablar con los caballeros, que el toro de las dos madres no hiciera más ruido entre ellos! JUAN: Pues ¿cómo habéis de excusarlo? DIEGO: ¿Cómo? ¡Por Dios, que me huelgo! ¿Usted me tiene por rana, con dos manos y diez dedos y cinco palmos de espada y libra y media de acero? JUAN: Pues aguardad, y veamos si es más posible otro medio. ¿Esa mujer os importa? DIEGO: Y mucho; y a no ser eso, si ella no me importa, a ella le importo yo, que es lo mesmo, porque me quiere que rabia. JUAN: Pues si vos sabéis que es cierto que ella no me importa a mí, dadle a entender a don Tello, con acaso o con industria, quién es, para que con esto se sepa que no es mujer con quien dependencia tengo. DIEGO: (¡Por Dios, que la hacíamos buena! Aparte Que me pida el majadero que yo publique a su prima! ¡Válgame el diablo el empeño! Yo no sé cómo él lo oyó, porque lo dije bien quedo.) JUAN: ¿Os parece esto mejor? DIEGO: ¿Vos tenéis entendimiento? ¿Yo manifestar la dama? No se pide eso a un gallego. JUAN: Pues, don Diego, aquí no hay modo de excusarse nuestro duelo porque yo no he de apartarme de vos sin ir satisfecho DIEGO: Pues veníos a mi lado, que yo os doy licencia de eso, (como durmamos aparte.) Aparte JUAN: Pero esto ha de ser riñendo. DIEGO: (¡Mas matarla! Vive Dios Aparte que si reñimos por esto, se ha de enojar la condesa; porque es fuerza el empeño de librarla de su primo, y si le mato, la pierdo. Pues matarle si reñimos, ya pienso que lo estoy viendo, que al primer "uñas abajo" se me resbala, y laus Deo.) JUAN: Don Diego, si esto ha de ser, ya es en vano perder tiempo. DIEGO: ¿En fin, hemos de reñir? JUAN: No tiene el lance otro medio, y si ha de ser... DIEGO: Aguardad. JUAN: Pues, ¿qué queréis? DIEGO: Que primero protesto que soy forzado, porque importa para el cuento. JUAN: Eso a mí nada me importa. DIEGO: ¡Válame Dios! Yo me entiendo. JUAN: Sacad, don Diego, la espada. DIEGO: Comenzad diciendo el Credo y abreviadle. JUAN: ¿Para qué? DIEGO: Por no daros hasta el tiempo de la vida perdurable. JUAN: Eso agora lo veremos.
Sale don MENDO
MENDO: ¿Qué es esto, primo? ¿Don Juan? JUAN: Los dos tenemos un duelo que nos obliga a reñir y vos, como caballero, no nos lo habéis de estorbar. MENDO: Si es justo, yo lo prometo. JUAN: Es justo, y él lo dirá. DIEGO: No es sino injusto y muy necio. (Yo me he de escapar del lance, Aparte enredando en él a Mendo.) Primo, don Juan galantea, como lo muestra su intento, a nuestra prima Leonor. Yo, por salir sin empeño con una mujer de casa, queriéndola ver mi suegro, que era cosa de don Juan dije a mi tío en secreto, llegando él a esta ocasión, por salir de ella sin riesgo. De esto resulta sin duda que Leonor de él tenga celos, y él, para satisfacerla, que esto no puede ser menos, quiere que yo me desdiga; yo le digo que no puedo. Sobre esto hemos de reñir; venistes vos a este tiempo, y no he de reñir yo agora, porque no es igual el riesgo, que un primo al lado es ventaja, como lo dice el proverbio. Esto supuesto, don Juan, buscadme vos cuerpo a cuerpo, que solo yo os reñiré cuanto fuere gusto vuestro, menos lo que fuere justo. Adiós, primo.
Vase don DIEGO
JUAN: Oíd, don Diego. MENDO: Esperad, señor don Juan, que ya con mi primo el duelo no tenéis sino conmigo, y aquello es después de aquesto. JUAN: ¿Por qué? MENDO: Porque habiendo causa de reñir en dos empeños, de ser llamado, a llamar, el ser llamado es primero. JUAN: Pues vos ¿por qué me llamáis? MENDO: Porque yo a casarme vengo con doña Leonor, mi prima, siendo vos testigo de ello, y habiéndoos hecho mi amigo, galantearla en secreto es traición, y vos debierais, a ley de buen caballero, decírmelo llanamente antes que yo hubiera hecho empeño en la voluntad, que entonces estaba a tiempo de ver lo que bien me estaba sin el dolor de los celos. Y pues esta queja es justa, salgamos al campo luego, que allí de esta sinrazón me satisfará mi acero. JUAN: Si la queja que tenéis por lo que dijo don Diego, antes de llamarme al campo me la hubiérades propuesto, yo os dejara aquí sin ella. Mas ya llamado al empeño, no os quiero satisfacer, aunque era razón y puedo, porque después de reñir quiero que vos, satisfecho, sepáis que, por no excusarlo, no os satisfice, pudiendo. MENDO: Si eso es así, yo os lo pido. JUAN: Ya os respondo que no puedo. MENDO: Pues vamos a la campaña.
Sale don TELLO
TELLO: Tened, ¿dónde vais, don Mendo? MENDO: Señor, yo a don Juan al campo a divertirnos le ruego que vamos, y este favor recibo de él. JUAN: Yo os lo debo, por serviros. A esto vamos, si dais licencia, don Tello. TELLO: Yo a don Mendo he menester, y de tal divertimiento siento estorbaros el gusto. (En lo que oí y lo que veo Aparte en sus semblantes, conozco que iban los dos a algún duelo, y habiéndomelo negado, averiguarlo no puedo. Esto sin duda resulta de aquel lance de don Diego, que no le he podido hallar para saber el empeño. Estorbarlo aquí es forzoso, hasta ver el fundamento.) Don Mendo, veníos conmigo. MENDO: Voy, señor, a obedeceros.
A don JUAN
Forzoso es disimular, por mi tío, nuestro intento. JUAN: Sois atento, yo os lo estimo, mas ya faltaros no puedo. MENDO: Yo en pudiendo os buscaré. JUAN: Forzosamente soy vuestro. TELLO: ¿Qué es lo que decís, don Juan? JUAN: Me despido de don Mendo. TELLO: No os despidáis, que también a vos os pido lo mesmo. JUAN: Iré gustoso a serviros. TELLO: (Ansí asegurarlo quiero.) Aparte Venid conmigo. JUAN: Ya vamos MENDO: Lo dicho, dicho. JUAN: Eso ofrezco.
Vanse don TELLO, don MENDO y don JUAN. Salen doña INÉS y doña LEONOR
INÉS: Esto pasa, Leonor: don Juan, ingrato, me pagó con tal trato la fe que me debía. LEONOR: Y ¿sabes tú si la verdad sería lo que dijo don Diego? INÉS: Mira tú si es verdad, pues se fue luego, y en su traición vencido, aun no me ha vuelto a ver. LEONOR: Eso habrá sido porque te vio irritar de su porfía, y tú que no te vea le has mandado. INÉS: ¿Y por eso no ha vuelto, Leonor mía? 0 no sabe de amor o está culpado; que en celos que despiden al amante nunca habla el corazón sino el semblante. El pecho más furioso y enojado, de celos asaltado, cuando de oír satisfacción se excusa, no la despide porque la rehúsa, sino la esfuerza, y cuando la revoca por oír la mayor, no quiere poca; que la mujer de celos más herida que a su amante despida, cuando él vuelve y rendido se le ofrece, aun la satisfacción tibia agradece; porque, cuando es de poco fundamento, no agrada la razón, sino el intento. Yo, Leonor, por mi daño he visto cara a cara el desengaño, y pues yo de mi culpa soy testigo, le lograré aunque sea en mi castigo. Yo a mi padre no tengo resistencia, mi decoro es la ley de mi obediencia; a esta atención, aun de él correspondida, por no faltar perdiera yo la vida, pues ya que de él estoy tan agraviada, con mi muerte he de verme castigada. Hoy a don Diego le daré la mano. Si tarde he de morir, alivio gano, pues sólo de esta suerte puedo abreviar los plazos a mi muerte. LEONOR: Pues caso que don Juan te haya faltado, casarte con un hombre tan privado de razón y de gusto ¿es buen remedio? INÉS: Para morir más presto, ese es el medio. LEONOR: Don Juan viene aquí dentro. INÉS: Pues, hermana, yo sé de Amor la condición tirana, y aunque en mi mismo honor haga el estrago, lo atropellaré todo por su halago. Si le veo, aunque sea desatento, no me he de resolver a lo que intento. Tú mi resolución le manifiesta, que yo a esperarte voy con la respuesta. LEONOR: Pues ¿eso intenta tu rigor? ¿No advierte que él sin duda vendrá a satisfacerte? INÉS: De eso quiero excusarme, porque más creo que vendrá a engañarme. LEONOR: Pues hasta verlo, espérale siquiera. INÉS: ¿Qué le faltaba a Amor si ver pudiera? LEONOR: En fin, ¿no le has de ver? INÉS: Eso pretendo. LEONOR: Pues yo se lo diré. INÉS: (De él voy huyendo; Aparte pero ¿qué les importa a mis enojos si dejo el corazón con huir los ojos? Pero si vuelvo--¡por quién soy!--no miro qué perezosamente me retiro. Mucho rigor es este que resuelvo. De aquí le oiré, que ni me voy ni vuelvo.)
Sale don JUAN
JUAN: Llegando don Tello a casa nos mandó en ella esperarle, y fue a buscar a don Diego; sin duda presume el lance. Si entretanto hablar pudiese a Inés, fuera alivio grande de la pena en que me tiene. LEONOR: Señor don Juan, Dios os guarde. JUAN: ¡Hermosa Leonor! LEONOR. Mi hermana, viéndoos pasar delante, al entrar por esta sala, se retiró; perdonadme que os diga que por no hablaros, que no puedo yo quitarle a esta noticia forzosa lo que tiene de desaire. De dárosla me excusara; mas me ha obligado a que os hable por ella, y entre ella y vos es fuerza que a vos os falte. Mi hermana, señor don Juan, no sé si quejas lo causen o la precisa obediencia del precepto de mi padre, --uno u otro o esto solo, que aunque nazca de ambas partes, es sin duda que esta ley será lo que más la arrastre-- hoy se casa con mi primo, y de esto el retiro nace, que no fuera justo hablaros estando en este dictamen con esta resolución. JUAN: No paséis más adelante, señora, si no intentáis que el corazón me traspasen las flechas que mi desdicha de mis finezas le hace. Si eso nace de su queja, la luz del cielo me falte o la de sus ojos bellos, que es otra, por más süave, si he dado causa a su enojo, y piérdala yo esta tarde si en mí de otro pensamiento, aun lo que no es culpa cabe. Si su primo me ha culpado, malicioso o ignorante, cualquier engaño es delito si no se espera el examen. Condenar sin causa a un reo es rigor y, ya que pase, no otorgarle apelación es gana de condenarle. Y si es tan severa ley el precepto de su padre, máteme su ejecución, mas ella no lo adelante. Muera yo a no poder más, porque mi estrella me ultraje; mas no ella, que no es todo uno que ella o mi estrella me maten. INÉS: (¡Bien huía yo de oírle! Aparte ¡Oh, Amor tirano, cobarde, a la ofensa tan ligero como al rendimiento fácil!) LEONOR: Don Juan, a vuestras razones, aunque muevan mis piedades, no puedo yo responderlas, que, aun por consuelo, es en balde. Esto me mandó deciros mi hermana, y agora darle esa respuesta por vos es cuanto está de mi parte. A esto voy. ¡Guárdeos el cielo! JUAN: ¿Podré esperar? LEONOR: No se agravie vuestro amor si no saliere, que, si no es que ella lo mande, yo no tengo a qué volver. Adiós. JUAN: Leonor, escúchame.
Sale don MENDO al paño, oyendo el postrer verso
MENDO: (¡Válgame el cielo! ¿Qué veo?) Aparte LEONOR: ¿Qué dices? JUAN: Pues son crueldades, que las templéis os suplico. LEONOR: Cuanto está aquí de mi parte, ya lo sabes, eso haré. JUAN: En fin, ¿no decís que aguarde? LEONOR: No está en mi mano, don Juan. Esto es fuerza, perdonadme.
Vase doña LEONOR
JUAN: Pues yo, antes que su rigor, iré a que mi amor me mate. MENDO: Para eso está aquí mi espada, cuando ese despecho os falte. INÉS: (¡Cielos, don Mendo ha venido Aparte y salir no puedo a hablarle.) JUAN: ¿Qué es lo que decís, don Mendo? MENDO: Que ya en mi enojo no caben más dilaciones, don Juan, cuando, después de avisarme que amáis a Leonor don Diego, de esa culpa hallo este alarde. Salgamos, don Juan, al campo, que ya, aunque pudierais darme satisfacción muy precisa, no la quiere mi coraje. JUAN: Pues hacéis mal--¡vive Dios!-- que ya roto el primer lance, en este por muchas causas os la diera yo bastante. MENDO: Pues salgamos a reñir. JUAN: Vuestro es el puesto, guiadle. INÉS: (¿Qué escucho? ¡Válgame el cielo!) Aparte MENDO: A vos os toca ir delante. JUAN: No toca eso sino a vos, que habéis de escoger la parte. MENDO: Pues venid, si a mí me toca. JUAN: Ya os voy siguiendo. INÉS: ¡Ay, pesares! Escuchad, señor don Mendo. MENDO: ¿Quién es? INÉS: Quien, oyéndoos, sale a excusaros ese empeño. MENDO: No presumo que eso es fácil. INÉS: Sí es, que yo puedo deciros, fïada de vuestra sangre, lo que, de atento, don Juan es forzoso que os recate. Vos al campo le llamáis creyendo que a Leonor ame, y sabed que va a reñir de noble, mas no de amante. Don Juan, señor, ha seis años que, viéndome en el pasaje de Méjico a España, puso los ojos en mí, y él sabe los desdenes, los rigores que llora su amor constante, hasta ganarme licencia para pedirme a mi padre. Desde aquí les di a mis ojos licencia para agradarse de verle y a los oídos del contento de escucharle; pero no a pasar de aquí, porque el mismo sol no arde en tan puros esplendores como él recatos me aplaude; que aunque confieso que tuve inclinación a sus partes, a su atención, su fineza, en la mujer noble nace la inclinación y el agrado tan dentro de los umbrales de su decoro que apenas el que la logra lo sabe. E inferid con la pureza que pudo serme agradable la asistencia de su amor, pues siendo ya, por mi padre y vuestro primo, imposible que yo con don Juan me case, sin escrúpulo lo dice una mujer de mi sangre. Esto supuesto, don Mendo, conoceréis cuán de balde vuestro temor os provoca, cuando don Juan es mi amante. De esto no os quedará duda, porque fuera error notable presumir que una mujer de mi obligación os llame y, compasiva del riesgo que ve en reñir dos galanes, quiera fingirse un desdoro para excusarlos un lance. La fineza que don Juan por mí en su silencio añade, se la pago en publicar lo que en él fuera desaire. Y a vos os pido, en albricias de que sé que Leonor hace tanta estimación de vos como es justo que ella os pague, que, cesando esto, no sólo de este caso no se hable, mas, quedando en vuestro oído, a la memoria no pase. Y vos, don Juan, pues ya veis el empeño de mi padre, y que vuestra petición no se previno a ser antes, olvidad vuestro cariño, que en los hombres es muy fácil. Digo fácil ¡ay de mí es pena más tolerable, porque ellos pueden tener sin culpa las variedades. Y si esto os cuesta dolor, que lo imposible lo aplaque o el retiro le mitigue o el sufrimiento le sane o para que se la lleve, dad vuestra esperanza al aire, que, a ser el de mis suspiros, yo sé que fuera bastante, porque yo, siendo forzoso, para el plazo de esta tarde he dispuesto mi obediencia, como debo. Dios os guarde, que yo, dejándoos amigos, como es deuda en pechos tales, voy contenta de haber sido el iris de vuestras paces. MENDO: Oíd, señora, escuchad, que en un alivio tan grande como el que de vuestro aviso a mis esperanzas nace, os debo yo, agradecido, fineza que las iguale. INÉS: ¿Vos fineza a mí? ¿En qué modo? MENDO: En hacer que vuestro padre, sea o no contra mi primo, a vos con don Juan os case. INÉS: Esa fineza es por él, si él la solicita amante, que para mí no es lisonja. JUAN: Señora, pues, ¿tanto vale el crédito de un engaño, que por él así me trates? Y agora, que estando ya don Mendo de nuestra parte, no importa que esto más sepa: seguí a don Diego, y él sabe que confesó en su presencia que sólo porque tu padre no viese aquella mujer INÉS: No vais, don Juan, adelante, que aqueso es satisfacción, y aquí no os la pide nadie. (¡Oh, lo que miente el recato!) Aparte MENDO: Señora, si de eso nace algún descontento vuestro, yo, por hallarme delante, soy testigo que don Juan no la conoce ni sabe quién es, y que él lo fingió. INÉS: Eso, don Mendo, es tratarme con más llaneza que es justo. Don Juan, ni mujer, ni nadie me ha dado desabrimiento; pues ¿por qué me satisface? (¡Quiera amor que sea verdad, Aparte que, aunque le pierda, es süave!) JUAN: Si tu enojo lo publica, ¿qué importa que lo recates? INÉS: Por no oír eso me voy. JUAN: Señora, escucha un instante. INÉS: ¿Qué me queréis? JUAN: Esto solo. Si don Mendo malograse la dicha que ha prometido, ¿será tu amor de mi parte? INÉS: ¿Yo amor? No sé qué es amor. Después de que yo me case sabré de eso, que ahora ignoro. JUAN: Aunque en mi pena lo calles, lo permitirá tu agrado. INÉS: Mirad que viene mi padre. MENDO: Retirémonos, don Juan.
Vase don MENDO
JUAN: Ya yo os sigo; id vos delante. Señora, no me permitas que con tal dolor me aparte de tu presencia. INÉS: Don Juan, ¿qué me quieres? ¿Ya no sabes los pesares que me cuestas? JUAN: Pues ¿ya no ves de qué nacen? INÉS: ¿Qué importa el verlo al perderte? JUAN: ¿Eso no puede enmendarse? INÉS: ¡Pluguiera al cielo pudiese! JUAN: ¿Qué dices? INÉS: Que no te pares. JUAN: Eso es desvío. INÉS: Es temor. JUAN: ¡Qué pena! INÉS: Que entra mi padre. JUAN: ¡Mal haya el peligro! INÉS: Amén. JUAN: Quédate a Dios.
Vase don JUAN
INÉS: Él te guarde.
Sale BEATRIZ
BEATRIZ: ¿Señora? INÉS: Beatriz, ¿qué es eso? BEATRIZ: Con el viejo en este instante, si no corro doy de hocicos. INÉS: ¿Dónde has estado esta tarde? BEATRIZ: Señora, en un gran empeño. INÉS: ¿Qué ha sido? BEATRIZ: Fui a echar los naipes porque don Diego te deje y, según las cartas salen, o mentirá el rey de bastos o no ha de querer casarse. INÉS: ¿Crédito das a esas cosas? ¿No ves que son disparates? BEATRIZ: Pues ¿un rey ha de mentir? INÉS: Deja esas vulgaridades. BEATRIZ: Tú verás en lo que para. Mas dejando esto a una parte, ¿hasta cuándo ha de durar el estar yo, por mis paces, de embozada en el retiro, que es ya cosa intolerable? INÉS: A mi padre hablaré agora. BEATRIZ: Pues él y Mosquito salen, y más que vienen hablando en el caso de los naipes. INÉS: ¿Qué dices? Pues ¿eso es cierto? BEATRIZ: Tú verás lo que ello pare, y si quieres entenderlo, retírate aquí un instante. INÉS: Harélo, aunque es desatino, por ver en ello a mi padre.
Salen don TELLO y MOSQUITO
TELLO: Tú has de saber de este caso todo lo que en ello hubiere. MOSQUITO: Señor, cuanto yo supiere lo diré más que de paso. TELLO: Pues yo te hallé en el zaguán, ¿quién era aquella mujer? MOSQUITO: La condesa era, a mi ver. TELLO: ¿Quién? MOSQUITO: La prima de don Juan. TELLO: ¿Qué dices? MOSQUITO: Como ahora es día, la vi ella por ella expresa. TELLO: ¿La condesa? MOSQUITO: La condesa condada, su señoría. TELLO: ¡Válgame Dios! MOSQUITO: Y a mí y todo. TELLO: De gran empeño salí estando don Juan allí. MOSQUITO: ¿Y yo no andaba en el lodo?
Hablan BEATRIZ y doña INÉS aparte
BEATRIZ: Verás lo que se alborota. INÉS: Pues ¿qué semejanza tiene con los naipes que previene la condesa? BEATRIZ: Ésa es la sota. INÉS: ¡Cielos! Yo mi desengaño agradezco haber sabido. TELLO: Mosquito, estoy aturdido de un suceso tan extraño. Pues ¿ella buscóle a él, o cómo llegó allí a estar? MOSQUITO: (¡Cielos! ¿Cómo he de escapar Aparte de aqueste viejo crüel que a dudas me ha de moler y se aventura el enredo? Mas sólo librarme puedo no dejándome entender.) Yo señor, al conocella la vi que al zaguán entró, y un pobre entonces llegó, que no dio limosna ella. El pobre pasó adelante, don Diego vino tras él, y repitiendo el papel vino el pobre vergonzante. Traía un vestido escaso de color, y Dios me acuerde que no era tal, sino verde. TELLO: ¿Pues el vestido es del caso? MOSQUITO: Habiendo el pobre salido, vino la condesa luego, y cuando vino don Diego, vino porque había venido. TELLO: ¿Quién había venido? MOSQUITO: Él. TELLO: Luego, ¿ella le fue a buscar? MOSQUITO, No, señor, porque al entrar ella entraba con aquél, y el pobre, que entraba cuando entraba él, no llegó. TELLO: Pues ¿quién era aquel que entró? MOSQUITO: Eso es lo que voy contando. Entró ella, y cuando entraba entró el pobre, y fue don Diego, y como entró con sosiego, después de entrado allí estaba. Y de esto se quedó loco, porque entraba muy esquivo. TELLO: No lo entiendo ¡por Dios vivo! MOSQUITO: Pues eso, ni yo tampoco. INÉS: Beatriz, ¿qué es lo que está hablando Mosquito? BEATRIZ: Los naipes son. INÉS: Pues ¿qué es esta confusión? BEATRIZ: ¿No ves que está barajando? TELLO: ¿Quién a quién vino a buscar? MOSQUITO: Luego, ¿no lo has entendido? TELLO: No, ni explicarte has sabido. MOSQUITO: Pues vuélvotelo a explicar. Él buscó a quien le buscaba, porque ella buscando vino, y buscando de camino él buscó lo que allí estaba, y el pobre que los buscó no buscó duelos ajenos. TELLO: Agora lo entiendo menos. MOSQUITO: Pues ¿qué culpa tengo yo? TELLO: Tú has de apurar mis enojos. ¿Qué dices? MOSQUITO: ¿Hay tal rigor? ¡Viven los cielos, señor, que lo vi con estos ojos! TELLO: ¿Qué es lo que viste? MOSQUITO: Esta historia. TELLO: ¿Qué historia? Que en tu torpeza no tiene pies ni cabeza. MOSQUITO: Pues no será pepitoria. TELLO: ¿Sabes tú si él de ella es dueño, o tiene empeño? MOSQUITO: ¿Hay tal? Como yo no soy su mayordomo, ¡qué sé yo si tiene empeño! TELLO: Anda vete, mentecato, que eres un simple. MOSQUITO: (Eso quiero.) Aparte TELLO: ¿Para qué apuro yo dudas donde me avisa un ejemplo? No hay honra puesta en mujer segura de aquestos riesgos; y hoy, pues me la da este acaso, lograr el aviso quiero casando luego a mis hijas. INÉS: Beatriz, aunque yo no entiendo a Mosquito, el desengaño he logrado de mis celos, y en albricias, salgo a hablar por ti a mi padre. BEATRIZ: Eso espero. INÉS: Padre y señor. TELLO: Inés mía, ¿quién viene contigo? INÉS: El ruego de Beatriz me ha condolido: por ella a pedirte vengo que vuelvas a recibirla. TELLO: Si es tu gusto, ¿cómo puedo negártelo? Quede en casa.
Sale don DIEGO al paño
DIEGO: A decir vengo resuelto a mi tío que disponga de mi prima, pues yo tengo mejor boda en la condesa. INÉS: Ya se logró tu deseo. agradécelo a mi padre. BEATRIZ: Los pies mil veces te beso. TELLO: Ya tú quedas recibida, y yo de ello muy contento.
Hablan aparte MOSQUITO y BEATRIZ
MOSQUITO: ¿Qué es lo que miro? Ay, Jesús, Aparte que hemos dado con los huevos en la ceniza, Beatriz! BEATRIZ: ¿Qué es lo que dices? MOSQUITO: Don Diego está viendo esta función. BEATRIZ: Salióse todo el puchero. TELLO: Inés, ven a prevenirte, que ya todo está dispuesto, y os habéis de desposar luego que venga don Diego.
Vase don TELLO. Hablan aparte doña INÉS y BEATRIZ
INÉS: ¡Ay de mí, Beatriz! ¿Qué dices? BEATRIZ: Vete, señora, allá dentro, que estoy en un gran conflicto, y estriba en él tu remedio. INÉS: Sin vida voy a esperarte.
Vase doña INÉS
BEATRIZ: ¡Villano, no hagas extremos viendo mi resolución, que con amor no hay respetos! Yo he de ser de su traición testigo estando aquí dentro, y aquí he de ver si a mis ojos se atreve el falso a ofendellos. MOSQUITO: (¡Jesús, qué bien la ha enhebrado!) Aparte Señora, pues ¿tú haces eso? ¿Una mujer de tus prendas se finge humilde, en desprecio de su honor y se acomoda por crïada de don Tello, que puede ser tu lacayo? BEATRIZ: El Amor dora los yerros; yo he de ver con esta industria si se casa o no don Diego. DIEGO: (Señores, ¿qué es lo que escucho? Aparte Mil cruces me estoy haciendo. ¡Y dirán que no me alabe! Un testimonio de aquesto tengo de enviar a Burgos.) MOSQUITO: Y ¿qué ha de decir don Diego si esto ve? BEATRIZ: ¿Qué ha de decir? El alma ¡viven los cielos! le he de sacar si se casa. Déjame ya o mi despecho dará voces como loca. DIEGO: Señora, oíd, deteneos. MOSQUITO: ¡Ay, señor, pues has venido, mira qué locura ha hecho! ¡Témplala, que está hecha un tigre! BEATRIZ: Y un basilisco, un veneno. Aquí vengo a ver, traidor, si se hace hoy el casamiento. DIEGO: ¿Qué casamiento? Pues yo, ¿no sabéis ya que soy vuestro? BEATRIZ: No fío de eso, tirano. DIEGO: Pues ¿de qué fiáis BEATRIZ: De mi incendio, que ha de abrasar esta casa si aquí ofendida me veo. DIEGO: (Señores, ¿esto es encanto? Aparte ¿Mi talle es pacto secreto?) Señora, pues ¿no advertís que yo permitir no puedo esto, siendo vuestro esposo? BEATRIZ: No hay que tratar; yo he de verlo. DIEGO: ¿Qué habéis de ver? BEATRIZ: Si esta noche te casas. DIEGO: No temáis eso. BEATRIZ: No puede un amor que es fino... DIEGO: Pues ¿el lustre? BEATRIZ: Todo es menos. DIEGO: ¿Y el decoro? BEATRIZ: No hay decoro. DIEGO: ¡Por Dios, que os volváis! BEATRIZ: No quiero.
Sale don TELLO
TELLO: ¡Hola! ¿Qué voces son éstas?
A don DIEGO
MOSQUITO: (Señor, por tu honor te ruego que disimules agora.) Señor, el señor don Diego de mi señora está hablando. TELLO: ¿Qué habláis, sobrino? ¿Qué es esto? BEATRIZ: Señor, me dice que diga... TELLO: ¿Qué has de decir tú? ¡Esto es bueno! Apenas te han recibido ¿y empiezas ya a hacer enredos? DIEGO: (¿Y he de sufrir yo que trate Aparte este vejezuelo clueco a mi mujer de este modo?) MOSQUITO: (¡Disimula, por San Pedro!) BEATRIZ: Yo, señor, no enredo nada. TELLO: Éntrate, loca, allá dentro. DIEGO: (Tú lo eres, y tu alma, Aparte y mientes como mal viejo.) MOSQUITO: (Sufre, señor, que te pierdes.) TELLO: ¿No te vas? BEATRIZ: Ya te obedezco. DIEGO: ¡Vive Dios!...
Hablan aparte don DIEGO y BEATRIZ
BEATRIZ: Calla, crüel. DIEGO: ¿Qué dices? BEATRIZ: Que ahora veremos si te casas. DIEGO: ¿Eso dudas? BEATRIZ: A oírlo voy. DIEGO: Yo me huelgo. BEATRIZ: Pues aquésta es la ocasión. DIEGO: Aquí lo verás.
A ellos
TELLO: ¿Qué es eso? BEATRIZ: Hacer lo que me han mandado.
Vase BEATRIZ
TELLO: Llama a tus señoras luego. DIEGO: (Más señora es ella que ellas, Aparte lo que va de mí a un cochero.) TELLO: Sobrino, con vuestras cosas estoy en tanto desvelo que hasta veros desposados yo no he de tener sosiego. Todo está ya prevenido, y sólo a vos os espero por salir de este cuidado. DIEGO: ¿De tanto gusto es ser suegro que a serlo os dais tanta priesa? ¿No es mejor, pues estáis viejo, que lo dilatéis un poco y os dure el oficio menos? TELLO: ¿Qué es dilatarlo, o por qué? DIEGO: Por unos días, que aquesto no ha de ser cochite hervite, que una boda no es buñuelo. TELLO: ¿Qué días? DIEGO: Cuatro o seis años, que ello se hará, andando el tiempo. TELLO: ¿Qué llamáis cuatro o seis años? Ni una hora, ni un momento, luego os habéis de casar. DIEGO: Pues yo casarme no puedo. MOSQUITO: (Acabóse, esto dio lumbre.) Aparte TELLO: ¿Qué decís, que no os entiendo? DIEGO: Que no me puedo casar. ¿Lo entendéis agora? MOSQUITO: (Menos.) Aparte TELLO: ¿Por qué? DIEGO: Porque soy casado. MOSQUITO: Y yo soy testigo de ello. TELLO: ¿Vos casado? DIEGO: In facie Ecclesiae. TELLO: Pues ¿con quién? DIEGO: Eso no puedo decir, porque es un amigo. TELLO: Pues, villano--¡vive el cielo!-- que en ti he de tomar venganza de tan osado desprecio. MOSQUITO: ¡Ay, señores, que se matan!
Salen por una parte doña INÉS y doña LEONOR; por otra, don JUAN y don MENDO
JUAN: ¿Qué es esto, señor don Tello? MENDO: Tío, ¿qué es esto? INÉS: (¡Ay, Leonor, Aparte que mi muerte estoy terniendo!) LEONOR: Padre, ¿que enojo os irrita? TELLO: Un agravio de don Diego, que dice que está casado, cuando yo darle prevengo a mi hija por esposa. MENDO: (Esto es que tomó el consejo Aparte de doña Inés y lo excusa valiéndose de este medio; mas yo en favor de don Juan he de enmendar el empeño.) Tío, aunque don Diego ha dicho que está casado, no es cierto. Él, después que vino, supo que don Juan tenía intento de pediros a mi prima; y él ha sido tan discreto, que lo calló enamorado, por veros en otro empeño. Don Diego por él lo deja. DIEGO: No lo dejo tal por eso, sino porque estoy casado, digo otra vez, y no puedo; ¿quiere usted que me encorocen? TELLO: Hagáislo o no por aquello, don Juan, ¿es esto verdad? JUAN: Yo, señor, si la merezco, no aspiro a mayor ventura que la de ser hijo vuestro. TELLO: Yo me honro mucho con vos, y el castigo más severo de este necio es que la pierda. Dadle a Inés la mano luego. JUAN: Con el alma y con mil vidas. INÉS: Con otras tantas le aceto. TELLO: Vos, Mendo, dadla a Leonor. LEONOR: Con gozo se la prevengo. DIEGO: Pues ahora verán mi boda, supuesto que ésas se han hecho. MOSQUITO: Antes se ha de ver la mía. Señor, yo hago lo que veo; Beatriz se casa conmigo. TELLO: Yo darla el dote prometo; dila que salga acá afuera. MOSQUITO: Señor, tened a don Diego, porque no me descalabre; que aquí se acaba el enredo. ¡Ah, Beatriz! Dame esa mano.
Sale BEATRIZ
BEATRIZ: Yo, aunque indigna, te la ofrezco. DIEGO: ¡Ah, pícaro! ¿A mi mujer tienes tal atrevimiento? TELLO: ¿Qué mujer? DIEGO: Ésta que veis es mi mujer. TELLO: ¡Bien, por cierto! ¿Y por aquesta crïada dejáis a mi hija? DIEGO: ¡Esto es bueno! ¿Qué crïada? Que es condesa, y se disfrazó de celos. Descubríos ya, señora. BEATRIZ: Yo descubriros no puedo más de que soy Beatricilla y vos el lindo don Diego. DIEGO: Pues ¿cómo es esto? MOSQUITO: Mamóla. DIEGO: Villano--¡viven los cielos...!-- MOSQUITO: Aquí no hay a qué apelar; que no lo sufriera el pueblo. DIEGO: Pídase si quedo mal. MOSQUITO: Y castigado este necio a gusto de los oyentes, aquí, con aplausos vuestros, dichosamente el poeta da fin al lindo don Diego.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 26 Jun 2002