ACTO TERCERO


Salen ALBERTO y don JUAN
ALBERTO: Mira que bastan, don Juan, de reclusión quince días. JUAN: Para mis melancolías no entiendo que bastarán. Ya he probado a consolarme, y presumo es imposible. ALBERTO: ¡Caso, por Dios, increíble! JUAN: Y será mejor dejarme. ALBERTO: Pues, ¿no dirás la ocasión y la causa de este efeto? JUAN: A saberla, te prometo, tuviera poca razón en negártela, pues eres mi padre. ALBERTO: Dices verdad. JUAN: Ésta es una enfermedad que cuando saber quisieres, por diligencia curiosa, la causa, la medicina nada en esta determina por ser tan dificultosa; que es amor con que nacemos y cuando empieza a reinar, sufrir, morir y callar, que aquestos son sus extremos. ALBERTO: Diviértete con amigos. Galas y caballos tienes. Di, ¿con qué disgusto vienes? Que los cielos son testigos que la gente principal de esta ciudad te desea. Sal donde el vulgo te vea. JUAN: No hay a mi desdicha igual. (¿Posible es que la ocasión Aparte que a Lisboa me ha traído monja es? Pierdo el sentido de pena. ¡Qué confusión!) ¿Tan grande es la que me ha dado que alegrarme es imposible? ALBERTO: Ya, don Juan, estás terrible y me tienes con cuidado. ¿Estuviste en Roma? JUAN: Sí, cuando a Nápoles pasé. En Génova me embarqué y fondo en San Ángel di. Tomamos tres caballeros la posta; a verle salimos y a España juntos venimos. ALBERTO: ¿No te faltaron dineros? JUAN: No, que en entrando en España con don Rodrigo encontré, y al Perol con él llegué, puerto ilustre que el mar baña de la Coruña, y de allí salió la infeliz armada, vistosa cuan desdichada y a Ingalaterra partí con el duque. ALBERTO: ¡Por mi fe que es mucho lo que perdió España! JUAN: ¡Mal sucedió! En todo, señor, me hallé. La desgracia ha sido mucha. ALBERTO: Holgárame de saber la causa. Hazme este placer. Cuéntamelo todo. JUAN: Escucha. Esta armada poderosa que a Ingalaterra envió el rey, toda ser perdió. No hay que decir otra cosa; ni sé si por tiempo airado o gobierno...,--¿atento estás?--, y no puedo decir más. ALBERTO: Brevemente lo has contado. JUAN: ¿Qué querías? ¿Que estuviese dándote prolija cuenta pintándote una tormenta y larga relación diese? ¡No faltará un coronista que escriba aquesta verdad! ¡Si bien no es necesidad aunque testigo de vista! Que más me importa saber, señor, de doña María. ALBERTO: ¡Por Dios, donosa porfía! Pues, ¿no acabas de creer que la tiene el Santo Oficio reclusa que el sol no ve? JUAN: ¡Ay mi adorada! No sé cómo no pierdo el jüicio. ALBERTO: Embustera la han hallado. Ya su altiva presunción castigó la Inquisición. JUAN: Brevemente lo has contado. ALBERTO: ¿Qué querías? ¿Que estuviera cansándome en disparates? Más de esa mujer no trates. En tu pensamiento muera. Déjala, que don Alberto de Austria, Gobernador, General Inquisidor, su embuste supo tan cierto que castigada la tiene y no con poca aspereza. JUAN: ¿Es posible tal belleza rigor tanto a pasar viene? ALBERTO: Y a ti también. Imagino que será mejor dejarte.
Vase
JUAN: No ha de ser el tiempo parte --¡Oh sujeto peregrino!-- para dejar de quererte, y que, por mayor victoria, no estés siempre en mi memoria a pesar de olvido y muerte.
Sale TABACO
TABACO: ¿Dura siempre la tristeza? JUAN: Y la tendré eternamente mientras que viviere ausente de la singular belleza de doña María. TABACO: ¡Bueno! ¿La vida estimas en poco o quieres volverte loco? JUAN: Tabaco, por ella peno. Mientras más dificultad hay de verla, mi deseo más se enciende. TABACO: Yo te creo; mas es grande necedad que a mujer tan embustera, tan falsa, tan mentirosa y ya al vulgo tan odiosa por diabólica hechicera, y a quien le dio el Santo Oficio tal castigo y penitencia quieras. JUAN: No hace resistencia lo que dices. TABACO: Das indicio de que te tiene hechizado. JUAN: Dices verdad. ¡Su hermosura! TABACO: Del pensamiento procura echarla y será acertado.
Sale LUZBEL
LUZBEL: Si en mí cupiera temor, dijera que le tenía. ¡Oh, pesia la luz del día! ¡Que pase con tanto amor doña María la pena que en tan triste prisión tiene y a ganar el cielo viene ya cautiva en mi cadena! ¿Sois vos el señor don Juan? JUAN: Yo lo soy. ¿Qué me queréis? LUZBEL: No en balde opinión tenéis de bizarro y de galán. Esta mañana llegué aquí al torno de un convento a parlar... JUAN: Es pensamiento que entre curiosos se ve. LUZBEL: ... y me dio una religiosa este papel para vos. JUAN: Dádmele acá, ¡vive Dios!, que el corazón no reposa hasta saber qué será; que disparate sería decir que a doña María largas la prisión la da, si la tienen en clausura donde apenas el sol ve. TABACO: Gusto mucho que voacé en tal oficio procura emplearse; que promete ser hombre de agilidad. Y si va a decir verdad toca un punto en alcahuete. LUZBEL: Si vuesarcé mira en puntos ¿cómo está tan consolado si presente ya le han dado? TABACO: ¿A mí, qué? LUZBEL: Mil palos juntos. TABACO: ¿Dónde o cómo? LUZBEL: En un convento que por las tapias entró. TABACO: ¡Ya no de los palos, no! De que lo sepan me afrento. LUZBEL: ¿Y no tuvieron razón? TABACO: ¿De qué? LUZBEL: No faltan testigos que le dieron siendo amigos a oscuras la colación. Diabólica fue la traza. ¿Fue conserva de membrillo, berenjena o limoncillo? TABACO: No fue sino calabaza. LUZBEL: [Hay] calabazas también me han dicho a mí. Claro hablo. TABACO: (Sin duda habla en éste el diablo.) Aparte JUAN: No sé yo en el mundo quién tuviera mayor ventura. Doña María me dice que... ¡tendré suerte felice! ¡Y en mí vive su hermosura! ...que del convento la saque. ¿Quién vio de amor tanta prueba? No pudo venirme nueva que más mi tristeza aplaque. LUZBEL: Por el gusto que mostráis entiendo que os he servido. JUAN: Estoy muy agradecido y así ved qué me mandáis. Llegaos acá. Aquí me envía a decir mi religiosa, la criatura más hermosa... LUZBEL: Sé lo que es doña María. JUAN: ...que vos me habéis de enseñar el lugar. LUZBEL: Dice muy bien porque en el mundo no hay quién como yo os pueda ayudar. JUAN: Esta pobre cadenilla tomad por hacerme gusto. TABACO: Sí hará, que no será justo, sino grande maravilla no ser cortés en tomar quien de su trabajo vive. JUAN: Quien este favor recibe, ¿ya qué tiene que aguardar? ¿Dónde queréis esperarme? Que me voy a prevenir. LUZBEL: Adonde habéis de acudir y con el silencio hallarme es a la esquina que tiene el ciprés, junto a la fuente. JUAN: Allí acudo diligente.
Vase
TABACO: ¿Esta estafeta nos viene? LUZBEL: Sírvase el señor Tabaco de hablar; que su amigo soy. TABACO: El que dijere que estoy afrentado es un bellaco. Y a entender dado me habéis con muy claro testimonio o que habláis con el demonio o la mágica sabéis; mas, pues el agravio traza que riña y me desenoje, pues no hay guante que os arroje, os arrojo esta almohaza. ¡Mas, no! LUZBEL: ¿Por qué si con ella remedias agravios tales? TABACO: Porque me costó dos reales y me quedaré sin ella.
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LUZBEL: Veneno voy repartiendo de lo que en el pecho crío. Y, pues por oprobio mío, de mis prisiones huyendo esta monja, y ya esta santa, se ha librado por mejor, [debo] quitarla el honor. ¡Si a mí, con ser yo, me espanta viendo que estando los dos con tan amorosos lazos de mis cautelosos brazos se ha pasado a los de Dios!
[Sale] don DIEGO
DIEGO: No quiero entienda don Juan que dura el enojo en mí. LUZBEL: Aquéste es don Diego. Así buenos mis intentos van. DIEGO: ¿Sois de casa, caballero? LUZBEL: No, señor, que en ella entré a preguntar, que no sé al fin como forastero, si por ventura vivía don Diego de Castro aquí. DIEGO: Yo soy don Diego. LUZBEL: ¿Vos? DIEGO: Sí. ¿Qué, vuesa merced quería? LUZBEL: El cuidado de buscaros de esa suerte me excusáis. DIEGO: Mirad lo que me mandáis que en todo pienso agradaros. LUZBEL: Aquí en la Consolación me ha dado una religiosa un recado..--Esto no es cosa nueva ni da admiración-- ..para vos, porque sería melindre el no conceder al ruego de una mujer. DIEGO: ¿Y quién es? LUZBEL: Doña María me dijo que se llamaba. DIEGO: ¿Vístela vos? LUZBEL: Sí, señor, y aun pienso que os tiene amor. DIEGO: Hoy mi desdicha se acaba. ¿Qué es el recado? LUZBEL: Un papel. DIEGO: ¿Y ella le dio por su mano? LUZBEL: Si le traigo caso es llano. DIEGO: Ya mi boca pongo en él. Más besos que letras tiene le quiero dar. ¿Es posible que aquesta suerte invencible a darse a mis ruegos viene? Quiero leer, si me deja el placer que he recibido. LUZBEL: (Notable industria ha sido. Aparte Tendrá remedio mi queja. No me puede Dios hacer más pesar del que me ha hecho. Y así pienso a su despecho imposibles emprender aunque venga el desengaño con sus luces o quimeras, rompiendo las once esferas por mi oprobio y por mi daño.) DIEGO: Ya he leído, y no sé cómo loco no estoy de contento; mas entrar en el convento, ¿cómo ha de ser? LUZBEL: Pues yo tomo a mi cargo ese cuidado. [Entrar al punto podréis] si acaso gusto tenéis. DIEGO: Estoy tan enamorado que por gozar su hermosura perdiera el alma y la vida. Mirad si es de mí querida. Mas dicen que está en clausura tan grande que es imposible aun el día pueda ver. LUZBEL: Yo quiero, señor, hacer ese imposible posible; que donde la luz del día no entra, puedo yo entrar. DIEGO: ¡Que en fin la tengo de hablar! ¿Cómo está doña María? LUZBEL: ¿Has visto hermosa azucena que las hojas quiere abrir o quiere el alba reír después de noche serena? ¿Has visto almendro florido, que escapando del rigor de marzo, muestra la flor elevación del sentido? Pues alba, azucena, almendro, no tienen tal bizarría como esta doña María. DIEGO: De nuevo en mi pecho engendro amor, deseo y cuidado. Este diamante tomad y el ser pobre perdonad. LUZBEL: Conozco estoy obligado. DIEGO: ¿Cuándo iremos? LUZBEL: A la una de la noche. DIEGO: Decís bien. LUZBEL: Yo os pondré con ella. DIEGO: ¿Quien tuvo en amor mi fortuna?
Vanse y sale doña MARÍA de penitente
MARÍA: Si aquí, ¡ay, mi Dios!, satisfago, como es razón, las ofensas que os he hecho, ¿qué más dicha, ni qué ventura más buena? ¡Qué piadoso sois, Señor! Pues permitís que la tierra no se abra y que me sepulte, si bien soy indigna de ella. En aquesta oscuridad oculta, vivo contenta, teniendo el suelo por cama, por cabecera una piedra. No he visto la luz del día desde que en aquesta cueva estoy, todo es noche oscura y tenebrosas tinieblas. Penitenciada me tiene aquí el Santo Oficio. Sea por Dios. Lo que debo pago. Sólo de mí formo quejas. Pienso que las religiosas vienen, pues siempre con ellas traen luz, y ya la diviso por el umbral de la puerta. Quisiera no ser nacida por no pasar esta afrenta, aunque a todo estoy conforme y ruego a Dios que así sea, que mis pecados son tantos que exceden a las arenas del mar; mas tengo consuelo que aunque más culpas y ofensas os haga, sé que es mayor la misericordia vuestra.
Doña JUANA y TERESA, con linterna y un vaso de agua y un poco de pan encima
JUANA: ¡Doña María! MARÍA: Aquí estoy. Muy en hora buena vengan, señoras, vuesas mercedes. JUANA: Mas ¡qué humilde y qué compuesta aquí la señora está! ¡La imagen de la soberbia! Tome el pan y tome el agua, que no lo merece advierta. (Sino que a lástima obliga Aparte el verla en tanta miseria!) ¡Acabe! ¿Cómo está así? ¿Cómo no se pone en tierra? ¿Cómo ha de estar? ¿Qué es aquesto? ¡Vil, desvanecida, necia, la de las llagas fingidas! ¿Que tuvo tanta clemencia la Inquisición? Mas es Dios quien allí se representa, pues que [son] sus atributos, sin ninguna diferencia, justicia y misericordia. TERESA: ¿Habrá quien aquesto crea? JUANA: Sin duda que es mal nacida, que la infame sangre engendra pensamientos afrentosos, y no dudo que lo sea. MARÍA: Dígame más, doña Juana. JUANA: ¡Óigase! ¡Tenga vergüenza! ¡Cómo habla! MARÍA: ¡Diga, diga! ¡Qué bien estas voces suenan! ¡Ay, si fuera aquesto parte, mi Dios, para que yo os viera desenojado conmigo! TERESA: El corazón se me quiebra de pesar viéndola así; que en fin en el siglo era señora a quien yo serví. JUANA: (En verdad que queda buena.) Aparte Nuestra religión, señora, muy lindo blasón le deja, y podrá bien igualarse al que nos vino de Siena. Muriendo estoy de pesar. ¡Por mi vida que quisiera que para mayor castigo fuera en público esta afrenta! Ya sabe que han de pisarla, por eso tenga paciencia quien fue tan desvanecida. MARÍA: Ya estoy a todo dispuesta. ¡Písenme bien, pisen, pisen! Que ajustada con la tierra tengo la boca y los ojos, y crean que estoy contenta. JUANA: ¡Ea, quédese con Dios!
Vanse
MARÍA: Pues, ¿cómo sin luz me dejan siquiera para comer? Aquí se aumentan mis penas. No siento el sustento tanto como de la luz la ausencia, que en efecto es compañía. Y si en la paz y en la tierra tanto se siente, ¿qué hará donde habrá eternas tinieblas mientras que Dios fuese Dios, sin ver la divina esencia el alma? ¡Qué gran desdicha!
Sale LUZBEL
LUZBEL: (De mis oscuras cavernas Aparte otra vez vuelvo a incitarla si es que industrias aprovechan. ¿No soy quien al mismo Dios tentó una vez con las piedras, atrevido, y en la torre segunda vez, y tercera en el pináculo altivo? Pues no me hará resistencia una mujercilla flaca y puesta en tanta miseria. El agua y el pan la quiero apartar porque no tenga qué comer, y de esta suerte fácil saldré con la empresa.) MARÍA: Desmayo es el que me ha dado. Imagino que es flaqueza de no comer. Por aquí el pan y el agua me dejan; mas no acierto adonde está. No puedo hallarlo. ¡Paciencia, señor cuerpo! No hay comer hasta que otra vez le vengan con más agua y con más pan. Y en tanto que aquesto sea, beberé la de mis ojos, y ruego a Dios la merezca. LUZBEL: ¡Doña María! MARÍA: ¿Quién llama? LUZBEL: Quien es razón que se duela de ver en tal desventura malograr tanta belleza. Yo te sacaré de aquí. MARÍA: ¡Ah, traidor! ¡Que aun aquí intentas inquietarme! ¡Dios me valga! ¡Señor, vuestra ayuda venga!
Vase
LUZBEL: Para más confusión mía a la parte de la cueva más lóbrega se ha tornado. ¡Que tan poco pueda! ¡Oh, pesia al cielo y cuanto hay crïado en la tierra y las esferas! Juro por el Flegetonte y la laguna Letea, por el Lago Estigio, donde condenadas almas tiemblan, de no desistir un punto hasta verla en mi cadena. Doña Juana vuelve acá. Importará que me vea para proponer mi intento y dar a mi embuste fuerzas.
Sale doña JUANA
JUANA: Aunque es verdad que su culpa como escala tiene puesta, el natural sentimiento quiere a consolarla venga. [Parece que hay gente aquí,] que la luz de la linterna me lo dice. ¡Jesús mío! ¿Qué novedad es aquesta? ¿Quién eres, hombre? LUZBEL: Yo soy el que servirte desea, y en cosas que a Dios agradan. JUANA: Harás que el sentido pierda. ¡Religiosas del convento, acudid presto! LUZBEL: La lengua suspende; que Dios me envía a darte de un caso cuenta, para que el remedio pongas. JUANA: ¡Ay de mí! LUZBEL: Sosiega, espera. ¿Ves aquesta religiosa que encerrada en esta cueva penitente y recogida pasa vida tan estrecha? No está olvidada del siglo; mas de los vicios se acuerda, pues en tan mísero estado dos galanes la festejan. con sensüal apetito. Cada noche están con ella asaltando con escalas las paredes de la huerta. Dios manda darte este aviso y si quieres la experiencia ver, yo haré que el desengaño de los que digo parezca. (Yo me voy por donde vine.) Aparte
Vase
JUANA: Temblando quedo y suspensa el alma, y un sudor frío tiene impedidas las venas. No en balde está en la prisión doña María contenta. Y dice que se conforma con Dios. Yo te haré, embustera que se te aumente el castigo. Voy al coro que la media ha dado para la una. Quien del principio no es buena tarde se vio reducida o nunca propone enmienda.
Vase y baja don JUAN por una escala
JUAN: Sin duda que la estancia donde habita y la que solicita mi amor y mi deseo, si no vengo engañado, es la que veo. ¡Oh, insaciable apetito, pues que tal imposible solicito! Un hombre junto a mí vi. Me ayudaba, y que la escala echaba al muro de esta huerta ofreciéndome entrada libre y cierta. En fin, verla quisiera mas imagino se quedó allá fuera. Aunque me dijo estaba rodeada de hiedra y enramada la boca de la cueva que como imán a mis sentidos lleva el silencio me ayuda ofreciendo saber la noche muda, que tenebrosa que se ofrece y triste, de negras nubes viste las cándidas estrellas sin que muestre su luz ninguna de ellas, y la vista se atreve a la luz del relámpago, aunque breve. Temerosos aullidos de animales en tonos desiguales he oído, imagino que seguir esta empresa es desatino; ya hazaña al cielo odiosa incitar a una oculta religiosa. Mas ya el conocimiento es sin provecho; pues abrasado el pecho de amor, la busca y quiere, y ha siglos mil que por su vista muere. Aquí, ¿quién me acobarda? Esta es la puerta. Romperéla.
Dentro
[VOZ:] ¡Guarda! JUAN: ¡Válgame Dios! ¡Qué voz tan temerosa, horrible y espantosa! Me dijo "guarda," y veo una espada de fuego. Agora creo que esto es hechizo todo. A no dejar la empresa me acomodo. Al pie de este laurel, árbol ingrato al amoroso trato del dios Apolo, espero la ocasión aguardar. Aunque primero me importa ver si gente es quien salta las tapias libremente.
[Sale] don DIEGO por otra escala
DIEGO: ¡Hola, buen hombre! Fuése y me ha dejado. ¡Vive Dios, que a mi lado agora le tenía y que me echó la escala que traía! Confuso y triste quedo; mas es la noche tal que causa miedo. No te llaman en balde encubridora de insultos, pues agora me ofreces lugar tanto, dando ayuda a mi amor tu negro manto. Por las señas que tengo éstas las ramas son. No en balde vengo. Siente el pez en el agua el fuego ardiente del amor inclemente. En su región el ave canta [amor] al amor con voz süave. La fiera más horrible conoce del amor el mal terrible. Si todo de amor siente cruel efeto, ¿qué delito cometo en querer la hermosura mayor que el mundo tiene si ventura aquí me da la mano? JUAN: Digo que es hombre. No sospecho en vano que ya la noche pienso que declina y el alba se avecina, y de este modo veo la sospecha que más saber deseo. DIEGO: ¡Aquí mi amor! ¿Qué tarda si tengo la ocasión delante?
Dentro
[VOZ:] ¡Guarda! DIEGO: ¡Guarda, me han dicho [ya]! El cielo defiende y mi intento suspende pues vi sobre su puerta una espada de fuego. Cosa es cierta que es grave mi delito, si inquietar una monja solicito. Detrás de aquel laurel, si no me engaño, un hombre veo. ¡Qué extraño suceso, vive el cielo! Sí, un hombre es, ¡vive Dios! Y ya recelo la espada ilusión era de esta santa fingida y hechicera. Hasta que el sol enseñe en el oriente su luz resplandeciente entre rosados velos, aquí tengo de estar. Veré mis celos si ilusiones han sido. JUAN: Escondido estaré [yo]. DIEGO: [Aquí yo] estaré escondido.
Sale MARÍA
MARÍA: Aprovechemos el tiempo, mi Dios, que si el tiempo pasa hallaré tiempo sin tiempo, porque el tiempo que se pasa sin vos, no es buen pasatiempo. Si la gloria te asegura el llanto, alma, procura tu salvación, pues que vienes a ver que en las manos tienes tiempo, lugar y ventura. Ventura, tiempo y lugar tengo, Señor, y me atrevo con mis lágrimas llegar a vos cual Ícaro nuevo, sol divino, mar de amar. Tiempo y lugar conocido veo, y quiero así buscaros, Señor, con pecho atrevido porque la gloria de amaros muchas hay que la han tenido. No quiero por el dolor mis deseos malograr, dígalo el alma, Señor, y vos, pues queréis mostrar la quinta esencia de amor. David viéndose perdido a un pequé se ha reducido, y aunque le ven perdonado muchos la gloria han buscado pero pocos han sabido. Pocos son, pues imaginan que con deleites y vicios, Señor, al cielo caminan y a los torpes ejercicios más que a la virtud se inclinan. Si el descanso le asegura, Señor, al que por vos muere, vuestro amor, ¿qué bien procura? ¡Qué ciego está el que no quiere gozar de la coyuntura! JUAN: Si no me engaño, he oído la voz de doña María desde esta rama escondido. DIEGO: A gozar la luz del día ya de la cueva ha salido. JUAN: ¿Cómo dicen que el amor siempre infunde atrevimiento, y a mí me pone temor? DIEGO: Aquí turbado me siento y el corazón sin valor. Yo que tanto he deseado ver esta ocasión, ¿qué tengo? Siento el pecho desmayado. JUAN: ¿Qué es esto? ¿Cómo a estar vengo tan triste y desconfïado? MARÍA: ¡Ay de mí! ¿Qué dirán si de la cueva he salido? La prisión me doblarán. Ya el sol de luz ha vestido los árboles que aquí están. No he visto la luz del día desde que en la cueva entré, y como sin luz vivía en ellas siempre apliqué la vista a la fantasía. Por la falta de sustento que tengo en esta prisión de la muerte el rigor siento. ¡Si ya en aquesta ocasión de lágrimas me alimento! Quiero volverme, --¡ay de mí!-- porque si me ven aquí con razón se han de enojar. JUAN: Necedad es no llegar pues que lo más emprendí. Esperad, doña María. MARÍA: ¿Quién me ha nombrado? JUAN: Don Juan. MARÍA: ¿Qué ilusión, qué fantasía es ésta? JUAN: Tus ojos dan ocasión al alma mía. MARÍA: ¿Por dónde entraste? JUAN: ¿Por dónde? A amor nada se le esconde y que muero por ti advierte. MARÍA: No tengo que responderte si el cielo por mí responde. DIEGO: Hablando con un galán está. ¡Vive Dios! Yo llego pues descuidados están. MARÍA: ¡Ay de mí! JUAN: ¿Quién es? DIEGO: Don Diego. ¿Quién lo pregunta? JUAN: Don Juan. MARÍA: Señores, ¿no conocéis el sacrilegio que hacéis en escalar un convento? Decid, ¿con qué pensamiento entráis si en prisión me veis ya en los brazos de la muerte? Con este sayal vestida ¿qué me queréis? ¿Quién no advierte que es un sueño aquesta vida? DIEGO: Quien tanto pena por verte. JUAN: Yo por ti he sido llamado. DIEGO: Yo por ti llamado he sido. MARÍA: El demonio os ha engañado. JUAN: Yo un papel he recibido tuyo. DIEGO: Y otro a mí me han dado que es el que presente tengo. MARÍA: Ya la paciencia prevengo. De turbada miro y callo. JUAN: Porque no puedas negallo por el testigo [yo] vengo. DIEGO: Mostrad, si negocio es llano, quien su embuste no penetra. No hay qué decir. Caso es llano; que son de una misma letra y los escribió una mano. JUAN: ¿Qué dices, monja fingida, embustera religiosa? DIEGO: No hay quien la verdad impida. Bien mereces, mentirosa, estar en tan triste vida. JUAN: Pues, ¿cómo a dos caballeros traes engañados así? DIEGO: No seremos los primeros. MARÍA: Señor, responded por mí, que mi honor quiero ofreceros.
[Salen] el duque de VISEO, el de BERGANZA, LUZBEL y las MONJAS
BERGANZA: El señor cardenal Alberto de Austria, gobernador de Portugal, y siendo general, por sus méritos dignísimos, en la Suprema Inquisición nos manda hacer la diligencia a que venimos. VISEO: Vuesa merced, señora doña Juana, entienda que es forzosa diligencia. JUANA: Haga lo que mandare vueselencia. Las religiosas recogidas tengo que no pudo ser menos. VISEO: Justo acuerdo. BERGANZA: ¿Con dos hombres decís? LUZBEL: Y fácilmente el desengaño se verá presente. Y mira vueselencia lo que digo como quien es de vista buen testigo. BERGANZA: ¡Por vida de mi rey! Que son dos hombres los que con ella están. ¿Qué desvergüenza es ésta? ¿Qué es aquesto? Éste es delito que merecen les corten las cabezas por sacrilegio tal. VISEO: Don Juan, don Diego, ¿qué desacato es éste? Deudos míos entrambos son, señor. DIEGO: Estoy turbado. JUAN: Yo, de afrentado, a responder no acierto. LUZBEL: (Con mis industrias la quité la honra Aparte ya que en la vida dispensar no puedo y a su pesar con la victoria quedo.) JUANA: Doña María, ¿es bueno aqueste ejemplo? ¿Así el castigo en vos ha aprovechado la humilde en prisïón? TERESA: ¿Quién tal creyera? De la que mala ha sido, ¿qué se espera? BERGANZA: Llévenlos a una torre con diez guardas hasta que se les mande lo que fuere justo en castigo de este atrevimiento. DIEGO: Yo obedezco, señor. JUAN: Yo estoy contento. BERGANZA: Y a esta mujer la doblen las prisiones, y quiten la mitad de la comida, por sus delitos pena merecida. MARÍA: Mi Dios, misericordia, que ya el alma quiere al cuerpo dejar. Perdón os pido. TERESA: En tierra desmayado se ha caído.
Tocan chirimías y aparécese en lo alto un NIÑO Jesús en la cruz con alas de serafín. Pónese MARÍA de rodillas al pie de la plana
NIÑO: María. MARÍA: ¿Señor divino? NIÑO: Ven, que tu esposo te llama y ya los brazos abiertos para recibirte aguarda. MARÍA: Ya voy, Señor de mi vida, luz y consuelo del alma, que vuestra vista enamora. JUANA: ¡Qué maravilla tan rara! NIÑO: Ven a mí. MARÍA: Ya voy, Señor, que siguiendo esas pisadas es imposible perderme, pues con vos se alegra el alma. NIÑO: Los trabajos que has tenido, los disgustos, y las ansias y penitencias que has hecho hacen volverte a mi gracia. La noche oscura pasó; llegó la alegre mañana y tras el invierno triste la primavera gallarda. En mi corte gozarás el mismo premio que alcanzan Magdalena penitente, pues con María Egipciaca estarás también, María. MARÍA: Los ángeles os den gracias por maravillas tan grandes; porque como andáis a caza de almas, [...] divino en manos y pies las alas mostráis, alegrando al mundo; mas ya el aliento me falta. NIÑO: Valor, esposa. MARÍA: Señor, esta pecadora aguarda que su espíritu amparéis. A Vos le encomiendo. VISEO: ¡Rara maravilla! Ya expiró. LUZBEL: ¡Que tanto lágrimas valgan! Quiero, afrentado y corrido, irme a mis eternas llamas.
Húndese con fuego
BERGANZA: El demonio era sin duda que perseguía esta santa. VISEO: El desengaño se ha visto. BERGANZA: Y aquí, señores, acaba la monja de Portugal, tan conocida en España.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002