ACTO TERCERO


Salen HERRERA y otro
HERRERA: Pues llegas a Madrid hoy, de Sevilla, escucha, Garcerán, las novedades de este imperio español y de esta villa, metrópoli y dosel de majestades. Del segundo don Juan, Rey de Castilla, que del Fénix alcance las edades, ayer se coronó la heroica frente, ya sea con los rayos del oriente. Quererte yo decir la diferencia famosa de aparato, gente y galas, sin retórica griega ni elocuencia, era pedir a Dédalo sus alas. Excedió la católica prudencia las fábulas de Júpiter y Palas, y la historia de espanto y gloria llena, en metro está escribiendo Juan de Mena. Ruy López no lo vio, mi ilustre dueño; en su casa le tienen retirado, asombro de Castilla y no pequeño; mas, ¿qué ilustre varón no es envidiado? Aquel valor altivo y zahareño con que estuvo este reino alborotado del Infante ha cesado y preso viene; que la soberbia humana este fin tiene. Ese concurso popular que miras, ese tropel confuso de la gente, que en esa plaza ves y mudo admiras, una justa es real y acción valiente. ¡Ah, aragonés bizarro! En ella aspiras a eternizar tu nombre eternamente. Mantiénela don Álvaro de Luna, mancebo a quien aplaude la Fortuna.
Dentro ruido
Mas, ¿qué rumor es éste tan violento? Alguna novedad ha sucedido. El Rey desciende aprisa de su asiento. Don Álvaro cayó. ¿Si estará herido? Con lástima común y sentimiento el pueblo se alteró, que es bien querido. Con lágrimas el Rey a verle sale. ¡Oh, cuánto la virtud de un hombre vale!
Sacan a don ÁLVARO desmayado entre dos. El REY, PABLILLOS y gente desarmándole
REY: ¿Está muerto? PABLILLOS: No, señor. REY: Buenas albricias te mando; idle las armas quitando, no le atormente el calor. Don Álvaro, vuelve en ti; advierte que esa caída, si da peligro a tu vida, me ha de dar la muerte a mí. Nunca yo me coronara si me había de costar tal disgusto, tal pesar; nunca yo a ser rey llegara, pues no hay reino, no hay blasón mayor al que quiere bien que estar gozando de quien es dueño de su afición. Si con mi pena te obligo, esta afición galardona, que no quiero la corona si he de perder tal amigo. PABLILLOS: Alguna vieja bellaca de mal ojo le miró. ¿Por qué a aquélla que llegó a cuarenta no se saca los ojos por no matar? Si yo algún poder tuviera, cuervo de las viejas fuera, y aprendieran a rezar. ¡Viejas, ni vivan ni beban! REY: Sus pulsos sin fuerza están. ¡Ah, señor de Montalbán! ¡Ah, Marqués de Santiesteban! ¡Ah, Duque de Atienza! ¡Ah, Conde famoso de Santorcaz! ¿Oís, Duque de Gormaz? Muerto está, pues no responde. PABLILLOS: Si es discreto y socarrón, aunque oiga, ha de estar callando, porque le vayas llamando con más títulos, que son pistos de sazón gustosa que le volverán la vida. Yo vi estar amortecida una dama melindrosa porque comprado no había cierto coche su marido; y él, llegándose al oído, salmos en vano decía. Quité al marido de allí más triste que oscura noche; llegué y dije "coche, coche". Al momento volvió en sí. REY: ¡Amigo, amigo! ÁLVARO: Señor, ¿con ese nombre queréis darme vida? PABLILLOS: Ojos, ¿qué veis? ¿Ésta es lástima o amor? REY: Castigo debió de ser que inobedientes contrasta; pues diciéndote yo "Basta", volver quisiste a correr. ÁLVARO: Ejemplo fue mi caída de que, aun en burlas, es ley que la palabra del Rey sea siempre obedecida. Si la vida o muerte das con mandarlo de esta suerte, yo aprenderé a obedecerte sin replicarte jamás. REY: Sángrese agora que empieza a alentar con prisa tanta. PABLILLOS: Su mucha afición me espanta. ÁLVARO: Los pies beso a vuestra alteza.
Vase don ÁLVARO
PABLILLOS: Luego bien dice a ese intento un doctor moderno que hay que en soñando uno que cae ha de sangrarse al momento.
Sale un CRIADO
CRIADO: Un alcalde quiere ver a tu majestad. PABLILLOS: ¿Alcalde? No ha venido acá de balde. Hüid, que os querrá prender.
Sale un ALCALDE
REY: Entre y despejad. PABLILLOS: Despejo y entre. ALCALDE: Como me mandaste, tengo, señor secrestados los bienes del Condestable. Ya trajeron el correo, porque le alcanzaron antes que entrase en Murcia. Estas cartas son los despachos y el parte que llevó. REY: ¡Válgame Dios! ¡Con qué temores las abre la mano, que ya en el pecho mil temores me reparte! Carta, si no eres leal, flecha serás penetrante, tocada en yerba crüel, que el corazón me traspase. Mas, ¿cómo es posible, cielos, que en aquellas canas falte la generosa lealtad, timbre de su ilustre sangre? Temerosamente leo. ¡Plega al cielo que no halle en vez de tinta veneno, y en vez de letras un áspid! ALCALDE: (Piadoso se muestra el Rey; Aparte Dios muchos años le guarde. ¡Qué tristemente las lee! Miedo me ha dado el mirarle). REY: Esto es hecho. ¡Ah, Dios, pluguiera que palabras semejantes leer no hubiera podido! ¿Hay mayor traición? Alcalde... ALCALDE: ¿Señor? REY: Para hacer justicia os doy mi poder bastante. Toma estas cartas y haced lo que importa a casos tales. Id luego a reconocer la casa del Condestable; ponedle guardas en ella. ALCALDE: ¿Y el correo? REY: ¿Ése? Soltadle que sin duda está inocente; que si llevaba el mensaje sin saber a lo que iba, ¿qué culpa tiene?
Vase el ALCALDE
¿Ah, mudable Ruy López, que a tu vejez tales afrentas buscaste?
Sale don ÁLVARO con banda
ÁLVARO: Señor, a pedir me envía en su prisión el Infante que le vea y que te pida licencia. REY: ¿Ya te sangraste? ÁLVARO: Sí, señor. REY: ¿Cómo te sientes? ÁLVARO: Mejor. REY: Visítale. ÁLVARO: Dasme mil favores. Tus pies beso. Pero, señor, tu semblante muestra tristeza. ¿Qué tienes? REY: Álvaro, que son verdades las sospechas de Ruy López. ÁLVARO: Señor, envidiosos hacen, tal vez, aparentes culpas. ¡Cuántos pequeños y grandes han padecido sin culpa! ¿Aquellas canas y sangre tan ilustres, aquel hombre que a tu abuelo y a tu padre sirvió tanto, puede ser traidor? REY: Su verdad le ampare.
Vase el REY
ÁLVARO: Corazón, temamos esto; sírvanos de ejemplo grave la desdicha de Ruy López. Mas el mismo Condestable, "Obrar bien es lo que importe" dijo una vez; semejante es mi parecer. Fortuna, o ya firme o ya inconstante, obremos bien y subamos. Yo he de poner de mi parte obrar bien; tú, de la tuya, haz aquello que gustares.
Vase don ÁLVARO. Salen RUY López y GARCÍA
RUY: Si mi descanso deseas, al paso que te he querido, ¿es bien que estando afligido ni me hables ni me veas? Si con la ausencia me aflijo de mis hijos, ¿cómo así, viéndolos todos en ti, que amor te ha hecho mi hijo, te has retirado de verme? Ya sé que pena te doy en el estado en que estoy; bien sé que tu amor no duerme, que mi mal le ha despertado; pero en el varón constante no ha de mostrar el semblante la fatiga ni el cuidado. Ten paciencia y, pues que sabes mi inocencia y mi verdad, no te admire la crueldad porque en los sucesos graves se ve el ánimo leal. Mira, Juan, lo que te estimo, que yo soy el que te animo a que no sientas mi mal. Mas, ¿qué mucho, si lo sientes más que yo, que yo te anime y que tu presencia estime? ¡Ea, rapaz! No te ausentes ni te alejes más de aquí; que el verte me ha consolado y teniéndote a mi lado lluevan desdichas en mí. GARCÍA: ¿Un villano te consuela y es tu hijo? RUY: Calla, necio. No fue el decirle desprecio de tu honrada parentela; que espero en Dios que has de ser cabeza de un gran linaje como la envidia no ultraje mi verdad y mi poder. GARCÍA: ¿Y puede vivir con gozo quien ve así a vueseñoría? RUY: Sí, mañana es otro día. (¡Lo que me quiere este mozo!) Aparte Cuando mis bienes, hoy males, secrestaron, escondí cierto cofrecillo allí. Tráela acá y dará señales y muestras mi grande amor de la afición que te debo; aunque contigo no es nuevo ser liberal tu señor.
Saca GARCÍA un cofrecillo
Toma esta joya, García; quizá será la postrera que he de darte. ¡Ay, si la viera mi hija doña María no la olvidara jamás! Estímale tú, y así culpa a los hados, no a mí, si ya no te diere más. GARCÍA: Mi señor, merced es ésa que agradezco. Excede y pasa...
Sale un CRIADO
CRIADO: Un alcalde ha entrado en casa. RUY: Vuélvele a esconder aprisa.
Esconde el cofrecillo y sale el ALCALDE
ALCALDE: Dios guarde a vueseñoría. RUY: Señor Alcalde, en buen hora a esta casa venga. GARCÍA: (Agora Aparte ha de conocer que es mía la causa de su prisión. Retirarme me conviene, que, aunque viejo, valor tiene y le ayuda la razón). ALCALDE: Dejadnos solos. GARCÍA: Sí, haré.
Vase GARCÍA
ALCALDE: Vueseñoría dé licencia para cierta diligencia. RUY: No es menester que la dé; ya la dio el Rey, mi señor, dueño feliz de Castilla.
Quiere el ALCALDE sentarse en la silla del REY
Señor Alcalde, esa silla es una silla de honor; mi casa la reservó; no la vuelva ni use de ella. Reyes se han sentado en ella, pero ricos hombres no, cuanto y más hidalgos. Hola, traed en que esté sentado aquí el señor licenciado. ALCALDE: (La vanidad española Aparte murmuran los extranjeros. ¡En qué puntos se entremete!)
Sale un CRIADO con un taburete
CRIADO: Aquí está ya un taburete. ALCALDE: Ministros y caballeros estimados han de ser. De un modo y sin excepción padres de la patria son. Señor Condestable, ayer érades, por hado incierto, Gobernador de Castilla, ni a mí me dábades silla ni yo os hablaba cubierto. Trocó Fortuna esta vez el viento, como mudable; ya soy más que Condestable pues que soy vuestro jüez. La diferencia de asiento no es justa; otro mando es hoy. No soy Alcalde, Rey soy, pues su poder represento. RUY: Tanto respeto ese nombre que me confieso rendido. Mucha razón ha tenido; que el que es justicia no es hombre como los demás. Rey es o imagen suya, y así quita ese asiento de ahí que ya quiero que le des aquella silla, y concluya, pues sus acciones son leyes; a donde se sientan reyes, siéntase la imagen suya. ALCALDE: La prudencia y cortesía son, sin poderse encubrir, diamantes que han de lucir. Dígame vueseñoría, ¿qué enemigos tiene? RUY: ¿Yo? Ningunos puedo tener, porque jamás mi poder a los ricos se atrevió, ni a los pobres; pues, ¿a quién? Siempre recto, siempre igual, a los unos ni hice mal y a los otros hice bien. Que el hombre de bien, el día que agradando al enemigo le ganó para su amigo, hizo rica granjería. El ejemplo en Dios se ve; fiesta manda hacer mayor cuando gana a un pecador que antes su enemigo fue. ALCALDE: No conocerla podría dañar en esta ocasión. ¿Cuyas estas firmas son? RUY: Una y otra es firma mía. ALCALDE: Reconozca bien. RUY: No crea que las tengo de negar volviéndolas a mirar; ambas son mis firmas. ALCALDE: Lea.
Lee
RUY: "Hijo don Luis. Luego que viéredes ésta, entregad la ciudad de Lorca al Rey de Granada. Hacedlo luego y sea de suerte que se entienda que se perdió acaso y no la entregasteis". ¡Válgame Dios! ¿Cómo acierto a decir tales razones, y leyendo estos renglones en piedra no me convierto? ¿Cómo no me caigo muerto mirando visión tan fea? ¡Qué haya un hombre que esto lea y qué pueda estar así! ¡Qué me llamen "bueno" a mí y vivo esta casta vea! Ruy López, ¿con el veneno de estas razones vivís? Mentís, Ruy López, mentís. No sois Avalos ni el Bueno. ¿Para cuándo guarda un trueno con un relámpago fuerte el vapor que se convierte en nube, luna de mayo? ¿Para cuándo guarda un rayo...? ¡Agora, agora la muerte!
Lee la otra
"Poderoso Rey de Granada, para cumplir con vuestra majestad, he escrito al Adelantado de Murcia, mi hijo, que os entregue a Lorca. Harálo al punto, y cumpla vuestra majestad lo que ha prometido." Si saber no puede otro mal tan espantoso y tan fiero, y con este mal no muero, debo de ser inmortal. ¿Qué demonio escribió tal? Acción fue de Juan García. ¿Cómo, si la culpa es mía? A Cristo parezco yo, que siendo Dios, le vendió el que en su plato comía. ¿Cómo no es mi corazón vengativo ni crüel? Más me ha pesado por él que por mí de su traición. Éstas las fábulas son del villano que vio helado el áspid, y le ha abrigado para su mal en el pecho. Aspid fue, lo mismo ha hecho; áspid fue, mas no pisado. Muévate tanto dolor, García, di la verdad; pero, ¿cuándo hubo piedad en el pecho de un traidor? ¿Así se paga un amor? ¡Ah, cielos! Tomad ahí cartas que yo no escribí, cartas que yo he de llorar, cartas que me han de costar la vida y honra. ¡Ay de mí! ALCALDE: Cuando entraba, vi esconder mesa y escritorio allí. Perdonad, señor, que así mi oficio debe ejercer. Sus joyas deben de ser.
Vase el ALCALDE
RUY: ¿Cuándo hallará el alma mía consuelo en tanta agonía? Dentro de mí me he perdido. García, ¿en qué te he ofendido? ¿Qué mal te he hecho, García? ¡Oh, quién al traidor cogiera y la vida le acabara! ¡Oh, villano! ¿Esto dije? No lo hiciera; que el azote a Dios quitara de su mano. No en balde fue mi enemigo. Dios castiga mi pecado. Instrumento fue el traidor de mi castigo; aplaque a Dios enojado mi tormento. Yo vine en mi juventud con mi capa y con mi espada a palacio; diome dicha la virtud, subí a gran señor de nada, bien despacio. Cuarenta años he vivido con dicha y honra infinita, y aunque aprisa, de estas pompas he caído si Dios las da y Dios las quita, no me pesa. Al ataúd y a la cuna una misma forma dimos. Nuestra muerte fue línea de la Fortuna. ¡Qué mucho! Todos nacimos de una suerte.
Sale HERRERA
HERRERA: Aunque no quieras, señor, he de arrojarme a tus pies; perdone esta vez tu enojo y mi respeto también. Cuando a un hombre, como tú, llegan señor, a prender, bien fundada está la culpa, bien informado está el Rey. Bien sé que tu gran virtud en Castilla un Fénix es; bien sé que eres inculpable, tu virtud y tu honor sé; mas si envidiosos han hecho que zozobre tu bajel en las Indias de palacio, salvar las vidas es bien. Huye, que el Rey de Aragón dará amparo a tu vejez; tu inocencia será sol, nubes deshará después. RUY: Herrera, ¿tal me aconsejas? Pues si yo me ausento, ¿quién volverá por mi honra? HERRERA: Yo, que tu esclavo pienso ser. Mi hacienda vendí, señor, cuando secrestar miré la tuya. Diez mil escudos tengo agora en mi poder en una cama escondidos; lleva para ti los seis a Aragón; y yo adelante con los cuatro pleitaré hasta defender tu honra, y Castilla ha de saber que Ruy López es leal. RUY: Y que tú lo eres también. ¡Ay, hijo del alma mía! Ya conozco que pequé, no contra el Rey contra ti; pues a un villano crüel quise más. HERRERA: Un buen caballo, fuerte de manos y pies, te está aguardando; camina. RUY: ¡Qué mal me puedo mover! Como no estoy enseñado a hüir... HERRERA: Pues yo seré Eneas de un nuevo Anquises. RUY: ¡Ah, doctísimo Marqués de Villena! Bien dijiste. Los dos ejemplos se ven de traición y de lealtad. Páguete Dios tanto bien.
Vanse y salen don ÁLVARO y el REY
ÁLVARO: Vi al Infante, y aunque espera que venga el Rey de Aragón a sacarle de prisión con guerra o paz, no quisiera la libertad de ese modo; sólo servirte pretende. De tu aliento y voz depende; ya está arrepentido, y todo se rinde a tu voluntad, para que su dueño seas. Señor, si quietud deseas, cásele tu majestad. Cásese ya, norabuena, con la Infanta mi señora, cuyo dote será agora el estado de Villena. REY: ¿Qué rodea tu quimera? Álvaro, ¿no has conocido que es el Infante atrevido? Y aunque casado, pudiera sosegar de su valor el ímpetu fervoroso, siendo de la Infanta esposo, temo que ha de ser peor. ÁLVARO: No te quiero responder. La mano te beso y callo; la elocuencia del vasallo es callar y obedecer.
Sale PABLILLOS con un cofrecillo
PABLILLOS: ¿Qué joyas son las que tiene un cofrecillo cerrado que con él me habéis cargado? REY: ¿Viene la Infanta? PABLILLOS: Ya viene. REY: Ruy López las recataba; sin duda que joyas son de estima. ÁLVARO: ¡Qué a tal varón Fortuna este fin guardara! ¿Has visto lo que hay en él? REY: Agora le romperán y lo veremos. ÁLVARO: Ya están sus riquezas contra él.
Salen la INFANTA, doña ELVIRA e INÉS
INFANTA: Vengo con gran compasión. Pésame de haber sabido que el Condestable se ha ido. REY: ¿Dónde? INFANTA: Dicen que a Aragón. ÁLVARO: ¡Aquel viejo venerable culpado en esto se ve! REY: Si el Condestable se fue, ¿quién será mi Condestable? PABLILLOS: Yo, señor. REY: Ya de un tirano, que me quería vender, libre me he venido a ver. Ruy López, el castellano, que tal traición cometió, por justo derecho y ley en desgracia de su Rey por sus delitos cayó. De sus estados y hacienda le despojo; a otros se den que los merezcan más bien; y porque el dueño se entienda, don Álvaro solo hereda lo que en este papel van.
Dale un papel el REY a don ÁLVARO. Lee
ÁLVARO: De don Álvaro serán Arcos, Arjona, Maqueda, [el] aduana de Sevilla; es Conde, Duque, y Marqués de estos tres estados, y es Condestable de Castilla. ELVIRA: Inés, darme el parabién de estos estados bien puedes. ÁLVARO: Los cielos a tus mercedes agradecimientos den, y dente la edad suprema de aquel ave generosa, que plumas de nieve y rosa en ascuas de mirra quema. La que cuna y tumba hace donde acaba y se eterniza, pues gusano, ave y ceniza, muere, espira, vive y nace. Pero, señor, yo no quiero que las llamen ambiciones; deja que gane blasones, deja servirte primero. En la guerra peleando, ya venciendo, y muriendo, honras iré mereciendo, mercedes iré ganando; porque no escriban de mí apasionadas historias que sin sangre y sin victorias tus favores recibí. PABLILLOS: Acepta, bárbaro, acepta; que es mucha descortesía. ELVIRA: ¡Oh, qué vana bizarría! INFANTA: Acción gallarda y discreta. REY: Ya que mercedes no quieres sin que las ganes primero, darte aquese gusto quiero, pues todo lo que soy eres; que más fineza ha de ser el desearte yo dar que el pretender estorbar tú mi largueza y poder. PABLILLOS: Basta, señor, las que llamas finezas y ésta rompamos. REY: Sí, abrir puedes, repartamos las joyas entre las damas. Para mi hermana ha de ser la que sacaremos antes.
Abren el cofrecillo y sacan una disciplina
PABLILLOS: ¡Lindo ramal de diamantes! ¿Monja la queréis hacer? REY: Para doña Elvira quiero una joya. PABLILLOS Y sea de fama.
Saca un cilicio
¡Lindo moño para dama de palacio! Lisonjero es el señor cofrecillo. ¡Qué donosas bujerías para estas señoras mías! ¡Caprichoso cabestrillo! Su nombre ilustre no pierda. Portocarrero ha de ser; ¿por qué la queréis hacer doña Elvira de la Cerda?
Saca una mortaja
REY: ¡Qué ésta es mortaja imagino! INFANTA: Joyas son éstas de nombre. REY: ¡Qué esto tuviese tal hombre! PABLILLOS: Entierro de Saladino es este repartimiento de joyas. ELVIRA: Todas son tales. REY: ¿Qué son ésos?
Lee
ÁLVARO: "Memoriales de pobres." REY: Lástima siento.
Lee
"Cartas que el Rey me escribió cuando en la guerra asistía de Granada." Letra es mía. Don Álvaro, ¿quién tal vio? ÁLVARO: ¿Pudo tener mal intento quien puso en esto cuidados?
Lee el REY
REY: "Memoriales de soldados." "Mandas de mi testamento: A mi hija doña María aquestas joyas le dejo porque le sirvan de espejo en que verse cada día." Estoy en llanto deshecho viendo caso tan extraño. Don Álvaro, aquí hay engaño. ÁLVARO: Ese secretario ha hecho sin duda alguna traición, y mal por bien ha pagado.
Sale un CRIADO
CRIADO: Señor, en Castilla ha entrado Alfonso, Rey de Aragón. A librar su hermano viene con armas y gente. REY: Vamos, porque al paso le salgamos. Sin mí este caso me tiene.
Vanse y salen soldados y ALFONSO, Rey de Aragón
ALFONSO: Suenen cajas de guerra, ya que pisamos enemiga tierra y sepa el de Castilla que Alfonso, el de Aragón, tiene cuchilla cuyo luciente acero al Africa venció y tembló primero. El Infante, mi hermano, saldrá de la prisión hoy por mi mano.
Sale RUY López
RUY: Rey de las islas de este Mar Tirreno, Rey don Alfonso de Aragón, atiende a un varón infeliz de agravios lleno que, agonizando, tu favor pretende. Éste, de cuyo rostro al campo ameno un arroyo de lágrimas desciende, ayer,... ¡Ay, qué vejez sin culpa alguna, espectáculo vil de la Fortuna! Esta espada que agora es simple ornato, báculo y compañía de estas canas, asombro fue del bélico aparato de las huestes inglesas y africanas. Por persuasión artera de un ingrato, caí de las esferas soberanas a los senos profundos del abismo; que toda esta distancia [hay] en mí mismo. Por extranjeros reinos peregrino, Belisario español, aunque inocente, me lleva a la vejez fuerte destino, enojo de mi Rey y Rey prudente. El Condestable de Castilla vino huyendo, a tu valor, joven valiente. A nuevo Rey, a nuevo sol renace el que a tus plantas generosas yace. ALFONSO: Ruy López, el castellano Condestable, levantad; que hombre a quien llaman "el bueno" en la tierra no ha de estar. En mis brazos, sí. RUY: Señor, ¿pues vos mismo os humilláis para levantarme a mí? ALFONSO: Dichoso me han de llamar de ser vos tan desdichado, pues ya es fuerza que viváis en mi reino, y, ¡vive Dios!, jurélo, no ha de faltar, que no volváis a Castilla aunque el Rey, como leal y buen caballero, quiera haceros mercedes. Ya Nápoles ha de ser hoy la gentil, ella os dará los títulos que en Castilla injustamente dejáis. RUY: Dichosa fue mi desdicha. No es perder, sino ganar el hüir al Rey Alfonso del enojo de don Juan.
Sale HERRERA
HERRERA: Dadme albricias, dueño mío, el bueno, el santo, el leal, el que Castilla perdía, por sus pecados, quizá. RUY: Pues, amigo, ¿qué hay de nuevo? HERRERA: Salí con el pleito ya. La sentencia es ésta. Toma, que no quebró la verdad.
Lee
RUY: Vistos los méritos y actos de este proceso, hallamos que debemos absolver y dar por libre de la culpa que se le imputaba a don Ruy López de Avalos, el bueno, Condestable de Castilla, y le de- claramos por leal y fidelísimo vasallo del Rey, nuestro señor. Y así debemos condenar y condenamos a Juan García, su secretario a ahorcar y hacer cuartos, por autor de la falsedad y traición. RUY: Tres sentimientos a un tiempo, tres efectos en mí están peleando por salir y hallando dificultad por competir y ser grandes, el primero es de abrazar al que es padre de mi honra; el segundo es la piedad del cuitadillo que muere con afrenta y pena tal; y el gozo de verme honrado. Pero ingrato no seáis, corazón, salga primero el afecto natural del amor que te he debido. Hijo, abrázame, que ya mi amor te engendra en mis brazos; mi hijo te has de llamar. ¿Qué fuera de mí sin éste, gran señor? ALFONSO: Yo he de premiar su lealtad. HERRERA: Yo he de servirte.
Sale un CRIADO
CRIADO: Mucha luz y majestad en pocos años te busca. El Segundo Rey don Juan, con su hermana y el Infante ha llegado.
Sale toda la compañía
REY: Aquí nos trae buscando, Rey de Aragón, el amor, vuestra amistad. ALFONSO: A mí el amor de mis primos. REY: Yo, primo, vengo de paz. ALFONSO: Yo también sólo a pedirle la mano a tu majestad y a su alteza. INFANTA: Bien venido hoy a Castilla seáis. ALFONSO: Don Enrique. INFANTE: ¿Mi señor? ALFONSO: Con tan dulce libertad, ¿qué prisión no ha sido breve? RUY: No sé si osaré llegar a los pies de mi buen Rey. REY: ¡Oh, Ruy López! ¿Aquí estáis? RUY: Señor, temí..., no temí... Llegué a pensar..., no a pensar..., turbado estoy de miraros; tenéis un sol en la faz. ALFONSO: Yo, primo, para mis reinos tenía necesidad de un consejero prudente, de un famoso capitán. La Fortuna me ha traído a Ruy López. REY: Libre está, y así, volverá conmigo. ALFONSO: Perdone tu majestad, juré de nunca dejarle. REY: ¿Y sus estados? ALFONSO: Ya están repartidos, ¿quién lo duda? Y será dificultad quitarlos a quien se dieron. Tantos títulos tendrá en mi reino. REY: De esa suerte no ha sido más que trocar las suertes, pues en Castilla, a Ruy López os lleváis y a mí me deja Aragón al hombre más singular en don Álvaro de Luna en quien España verá que solamente el ser Rey conmigo le ha de faltar. ALFONSO: Yo estimaré esta vejez. REY: Yo estimo esa mocedad. ALFONSO: Ruy López merece mucho. REY: Y éste ha despreciado más. ALFONSO: Avalos tendrá mi reino. REY: Lunas Castilla tendrá. ALFONSO: Familias serán ilustres. REY: Pues de esa manera, en paz todo queda. Doña Elvira mañana se casará con don Álvaro, y mi hermana al Infante le ha de dar la mano, pues de ella ha sido tan cortesano galán, y el ducado de Trujillo para dote se le da. INFANTE: Sólo ese título agora en arras debo aceptar. REY: Aquí se queda suspensa esta historia, por dudar si hasta la segunda parte nuestras faltas perdonáis.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002