ACTO TERCERO


 
       
Salen la REINA y PORCIA
REINA: Porcia, el amor porfía y crece esta pasión más cada día. A Carlos quiero. Sabe que mostrarle rigores es un suave arbitrio, porque enmiende la altiva condición con que pretende el reino en tiranía; y no está loco, no, que industria es mía. Sólo pretendo agora que agradezca este amor. ¿Qué haré? PORCIA: Señora. el hombre con desdenes se obliga a querer bien; si amor le tienes, da a entender que le olvidas. Ni celos, ni favor, ni amor le pidas. Luego si te ha querido, ¿te olvidará si está favorecido? REINA: Si es condición del hombre, favorecerle quiero yo en tu nombre. Avísale que quieres hablarle aquesta noche. PORCIA: ¿Y las mujeres no perdemos en esto? REINA: Darála desengaños el suceso; sabrá cómo yo he sido, que aun no ignora el amor que le he tenido. Para humillarle fundo un aviso sutil del otro mundo, con amor y deseo de reinar libremente; así peleo. Ya quiero en su presencia negocios despachar y dar audiencia, que es gloria reinar sola. Llamen al secretario. PORCIA: ¡Luces! ¡Hola!
Sacan un bufete con dos bujías, recado de escribir y papeles, y estará CARLOS al paño
CARLOS: "Llamen al secretario" escuché con desprecio. ¡Oh, mundo vario! Al ánimo y al brío faltan las fuerzas; el ingenio mío pretende vacilando venganzas, y el camino está dudando.
Sale el SECRETARIO
SECRETARIO: Aquí están los papeles. REINA: Vélos tú refiriendo como sueles. PORCIA: Señora, Carlos queda detrás de ese cancel. REINA: La pompa y rueda de su soberbia vana deshará si me escucha. SECRETARIO: Si mañana correo ha de ir a Roma, ésta es la carta para el Papa; toma la pluma y firma. REINA: En ella de Carlos este reino se querella, y pretende que anule el matrimonio nuestro. CARLOS: Disimule aquí mi sufrimiento. ¡Caigan las torres que formé en el viento! SECRETARIO: En este memorial pretende el pueblo que les confirmes tú estos privilegios que Carlos concedió. REINA: Darlos no pudo sin mi consentimiento. No ha lugar. CARLOS: ¿Esto escucho? ¿Qué tormento reserva el cielo para darme muerte? SECRETARIO: Aquí se pide que en las obras públicas donde se escribe "Carlos y Matilde, los reyes de Sicilia," digan sólo "Matilde." REINA: Está muy bien. "Matilde" digan. CARLOS: ¡Paciencia, no soy rey! ¡Faltó la dicha! PORCIA: ¿Hay quien hable a su alteza? SECRETARIO: Entren a despachar los que quisieren. CARLOS: Las mujeres gobiernan, ya es Sicilia un reino de Amazonas.
Sale el DUQUE
DUQUE: Señora, el reino quiere que Carlos, el Marqués de Terranova, tu esposo, goce, agora que enfermo y melancólico se halla, el servicio de aquellos donativos que a Carlos concedió para la guerra de Nápoles. REINA: No es justo. Decid, gobernador, que no es mi gusto. CARLOS: Quien pierde un reino pierda el seso y la razón, la vida cuerda.
Sale el CONDE
CONDE: Consejero de Estado fui tuyo, gran señora, y me ha quitado aquesta autoridad sin causa alguna Carlos. REINA: Pues, ya lo sois. CARLOS: ¡Ah, cruel Fortuna!
Sale BARLOVENTO
BARLOVENTO: Ya que todos pedimos, locos y cuerdos, ver a nuestra reina, yo, que tengo de todo, me inclino, hablo y digo de este modo: serví a Carlos, señora, una merced me hizo que enfermo me salió y con romadizo. Cuando vengo a firmalla, con la cuartana o frenesí se halla. Mándame dar la cuerda. No es bien que esta merced así se pierda. REINA: Como Carlos la firme, vuelve para que yo te la confirme. BARLOVENTO: Esperaré a su lúcido intervalo, si ya no me la firma con un palo.
Vase BARLOVENTO
PORCIA: ¿Hay más gente que quiera hablar y despachar? SECRETARIO: Ninguno espera.
Sale CARLOS
CARLOS: Yo solo, desdichado, que me escuches pretendo. REINA: ¡Qué cansado! ¡Qué importuno y furioso! Hasta aquí te estimaba como esposo; ya, Carlos, te aborrezco. Ni hables, ni te quejes. CARLOS: Bien merezco este rigor injusto. PORCIA: Marqués, vedme esta noche. CARLOS: Haré tu gusto. REINA: (Mi semblante es ingrato, Aparte pues que le quiero bien y mal le trato).
Vanse todos y queda CARLOS
CARLOS: ¿Cuál hombre ha podido estar más confuso y más dudoso? Subí como venturoso al más supremo lugar que yo pude imaginar, y despojado me veo del valor y del trofeo que mereció mi valor. Venganza, crezca el furor. Animo, crezca el deseo. Soldado supe adquirir lo que rey no he conservado; siendo rey, vivo agraviado, y, ¿esto se puede sufrir? ¡Venganza, pues, o morir! La misma espada es la mía. Aliéntese mi osadía, vuelva mi nombre a ilustrarse, que tal vez el no vengarse no es virtud, es cobardía. Aquí al silencio y reposo de la noche he de escribir los que tienen de morir a mis manos. ¡Cuán dichoso vive el que, en nada ambicioso, con su estado se contenta! Mas esto, ¿de quién se cuenta? Pocos lo alcanzan; y así, faltarme ambición a mí no es valor y será afrenta. Porcia, a mis ruegos rendida, o para darme más muerte, me ha llamado, y de esta suerte quitaré al Duque la vida, para que mi amor no impida ni de palacio la lleve. Vengaréme del aleve y gozaré la que quiero. Al Duque escribo primero. Morir Federico debe. Agora bien, pensamiento, un discurso se me ofrece, aunque difícil parece al humano entendimiento. Yo tengo aborrecimiento a la reina; su heredera es Porcia que reina fuera; y si el reino me ha jurado, rey seré si estoy casado con Porcia. ¡La reina muera! Las grandes victorias dieron los más difíciles casos. Hacia mí he sentido pasos. La puerta pienso que abrieron.
Sale ENRICO despacio con la mano en la espada
¿Qué es lo que mis ojos vieron? ¿Es horror o fantasía, ilusión o sombra fría? ¿Es rapto de devaneo? ¿En qué fuente o cristal veo una imagen que es tan mía? ¿Si es furor de la locura que dicen que en mí se esconde? ¿Quién eres, hombre? Responde. ENRICO Yo soy tu misma figura. CARLOS: ¿Qué buscas? ENRICO: La sepultura. CARLOS: Luego, ¿ya estás muerto? ENRICO: Sí. CARLOS: ¿Por qué? ENRICO: Porque ingrato fui. CARLOS: ¿A quién? ENRICO: A la reina. CARLOS: Espera,
Vase ENRICO
figura y sombra ligera en quien yo mi imagen vi. ¿Para qué la voy siguiendo si es humo y nada? ¿Quién vio otro Carlos, otro yo, que no se admire temiendo? Mi ingratitud reprehendo, mi soberbia misma acuso, y de estos prodigios uso con cristiana bizarría, sombra que dejar podía este palacio confuso. Porcia, que al balcón espera, quedará desengañada, porque el alma, enamorada de su beldad lisonjera, ama la luz verdadera que al sol misma ha oscurecido. Si ingrato a la reina he sido, ya a su persona real seré vasallo leal, seré amante agradecido.
Vase CARLOS. Sale el DUQUE, de noche
DUQUE: Después que la mano di a Porcia y suyo me llamo, con tales afectos amo que no hay libertad en mí. Di lugar a la razón, sus partes consideré y agradecimiento fue quien dio al alma esta afición. Vengo alegre a ver si está al balcón del corredor el hermoso resplandor que luz a la noche da. Mas otro aprisa ha llegado; en alas de amor vendría, buscando en la noche día. Quiero esperar retirado.
Sale CARLOS, de noche
CARLOS: Porcia, si te doy cuidado, ya estarás a ese balcón. Mal reposa el corazón que tiene amor desvelado. ¡Ce!
Salen la REINA y PORCIA al balcón
REINA: ¿Quién llama? CARLOS: ¿Es Porcia? REINA: Sí. ¿Es el rey? CARLOS: No; Carlos soy, que ya reducido estoy a ser sólo lo que fui. Si soldado fui temido, vuélvome a mi ser primero, corona ajena no quiero, basta haberla merecido. Y así, quien llama, señora, no es el rey; que si rey fue, la reverencia y la fe que a la reina guarda, agora Carlos le han hecho. DUQUE: O me engaño, o escuché de Porcia el nombre. Quiero acercarme, aunque el hombre suele escuchar por su daño. REINA: Cuando me obliga el ardor con que dices que me amas, ¿Carlos dices que te llamas, y no mi amante, señor? Cuando el amor me ha rendido y vengo a favorecerte, ¿vienes tibio de esta suerte? CARLOS: Sí, que soy agradecido. REINA: Pues, ¿esa misma razón a amar te obliga? CARLOS: Eso fuera, si a la reina no tuviera, Porcia, más obligación. PORCIA: (Esto va bueno). Aparte REINA: (Sospecho Aparte que mi voz ha conocido). DUQUE: Desmayado y desasido siento el corazón del pecho. La sangre al rostro ha robado, y él quedó en sudor y hielos. ¡Vive el cielo que son celos éstos que me dan cuidado! Digo mal. Celos no son; honra sí, desdicha sí, pues ya la mano le di. ¡Ea! ¡Aliento, corazón! Ni el desengaño os dé muerte, ni el engaño os dé sosiego. Oscuro está. Más me llego. REINA: Infeliz será mi suerte, si al mostrarte disfavor eras ingrato primero, y agora que yo te quiero, eres ingrato a mi amor. ¿O lo haces para ser siempre ingrato? CARLOS: Porcia, no. DUQUE: Carlos a Porcia nombró. ¡Ah, falsa! ¡Ah, fácil mujer! Hablando con ella está, y si yo mal no escuché, ella le muestra más fe y él menosprecios le da. REINA: Carlos, rey y dueño mío, pues me obligan las estrellas a que, inclinada por ellas, use mal de mi albedrío, no es razón que tanto amor esté sin correspondencia. pedid al alma licencia para admitir mi favor. Y si amáis en otra parte, para ser agradecido, poned un rato en olvido lo que amáis. DUQUE: Para escucharte, que algunas razones pierdo, otro paso daré más. ¡Falsa mujer! CARLOS: ¡Oh, me das los consejos como a cuerdo! Inadvertido adoré tu hermosura. Ingrato fui a quien la vida debí. Disfavores en ti hallé, volví en mi acuerdo, ya quiero lo que es justicia querer. Vuélveme tú a aborrecer, y estarás, como primero, sosegada y satisfecha. REINA: Amor y aborrecimiento no se compadecen. DUQUE: Siento un consuelo en mi sospecha que me anima: aquella voz no es de Porcia, no la creo, lisonjeando al deseo. Aire manso, aire veloz, tráeme, si vida me das, las palabras de sus labios. Suspended al gusto, agravios. Otro paso daré más, aunque me sientan. CARLOS: Señora, donde manda la razón, no ha de vencer la pasión. Fácilmente quien adora aborrece, y quien olvida amar suele fácilmente, cuando a la razón consiente que dé leyes a la vida. Yo te quisiera querer, pero tan trocado estoy que pienso ser desde hoy el galán de mi mujer. Dióme el reino que ha tenido, y yo con ciega locura no estimaba su hermosura, soberbio y desvanecido. Loco estaba, verdad era mi locura, bien me acuerdo; ya la adoro, ya estoy cuerdo. Pide, Porcia, que me quiera. Pide, señora, perdón al yerro que cometí, que a eso sólo vine aquí. REINA: Luego, ¿no por mi ocasión? ¡Ah, rigor de injusta estrella que a tal desdicha me obliga! DUQUE: Aunque más "Porcia" le diga, ¡vive el cielo que no es ella! PORCIA: ¿Qué más quieres, si rendido ves a Carlos? REINA: Porcia mía, siempre el amor desconfía. Pienso que me ha conocido y finge amores su pecho. Prosigue tú y le tendremos desalumbrado; veremos si duda en la voz. CARLOS: (Sospecho Aparte que no es Porcia, y pienso bien; voz de la reina parece. Mas, ¿cómo, si me aborrece y me trata con desdén, estos favores me dice en nombre de Porcia? Quiso desengaños. ¡Con aviso aquestos discursos hice! Ella es, sin duda. Bien es que ya trocado me vea. Amor y Fortuna, ¡ea!, volvedme a hacer de marqués rey de Sicilia. PORCIA: Señor, nunca mi desconfïanza temió en vos tanta mudanza, ni Porcia tanto rigor. CARLOS: No finjáis la voz, señora; dejad que esta dicha goce sin disfraz. Bien os conoce quien os oye y os adora. Ya sé que esa voz süave reconoció mi sentido; ya sé que adoro advertido el más hermoso, el más grave dueño del alma, señora. Halcón era remontado mi corazón; ya ha tornado a la voz de la que adora y a la mano de su dueño. Perdonad, señora mía, que la voz no conocía, como arroyuelo pequeño que va inadvertido al mar sin respetar su grandeza. Ya adora vuestra belleza. Ya soy Fénix singular en amor, en fe, en constancia; que el desacuerdo pasado, para hacerme desdichado hijo fue de la ignorancia. Si otra hermosura adoré, ya adoro vuestra hermosura. La luz del sol no es más pura que este amor y que esta fe. REINA: ¿No te dije yo? Él dudaba que era tu voz; pero luego que te oyó, descubrió el fuego que el traidor disimulaba. ¡Qué poco benigna estrella la esperanza me asegura! Dame, Porcia, tu hermosura; toma mi reino por ella. DUQUE: ¿Cómo es posible que esté Carlos en esto engañado? ¡Yo sí que soy desdichado! ¡Yo sí que mal escuché! A Carlos quiero creer y no a mí. Acercarme quiero. Saldré de engaño tan fiero, o acabaré de perder honra y vida. CARLOS: ¿Cómo callas? ¿Cómo a amor tan sin segundo que con sus alas el mundo pudiera cubrir, no hallas correspondencia en los labios? ¿O, es que el alma no la tiene? PORCIA: La admiración me detiene. DUQUE: ¡Ay de mí! ¡Teneos agravios! PORCIA: ¿Qué mucho que no responda a tan subida mudanza? Oscuro sois. ¿Quién alcanza aunque amando os corresponda, vuestros secretos, señor? Si me tratáis con desdén, si a la reina queréis bien, ¿cómo ya mostráis amor? Desdén y amor todo junto, gloria y pena en un instante, a un tiempo ingrato y amante, Porcia y Matilde en un punto, ¿qué es esto? Yo no lo entiendo. CARLOS: (¡Vive Dios que agora toco Aparte con las manos que estoy loco, y en vano salud pretendo! Esta voz no conocía. De la reina imaginaba que era esta voz). DUQUE: ¡Bien pensaba que era la desdicha mía menos de lo que temí. ¡Loco estaba! ¡Cielos, cielos, mil rayos! Con estos celos, ¡tened lástima de mí! Vuélvome atrás, pues mi honor da tantos pasos atrás. Honra, no escuchemos más, pero no, caiga el rigor de los cielos desatado de las nubes. ¡Aquí, aquí, ira de Dios! ¡Llueve en mí el cielo rayos! REINA: Me has dado envidia, Porcia. No quiero que a ti te dé sus favores; quiero engañar mis amores con este amor lisonjero. Carlos, amado, no améis, digáis bien o no digáis; queredme o no me queráis; estad firme o no lo estéis. Yo soy vuestra, y basten ya mi rigor y vuestro olvido. DUQUE: Otra vez he conocido que no es Porcia. ¡Bueno está! Cielos estad ya serenos, pues se alientan mis desmayos. Cielos, detened sus rayos; nubes, detened los truenos. CARLOS: (Otra vez pierdo el jüicio. Aparte Con la Reina estoy hablando. Fortuna me está burlando. Es mujer, hace su oficio). Reina, Porcia, esfinge y Etna, cuya voz es sin estilo, una vez de cocodrilo y otras veces de sirena, seas quien fueres, ¡vive Dios!, que a la reina solamente he de amar, y eternamente unirá un lazo a los dos. Porcia esté desengañada, que si la adoré, la olvido. Cuerdo estoy y agradecido. Matilde sola me agrada. Suyo soy, esclavo soy de la reina mi señora. Clicie soy que al sol adora. A buscar sus rayos voy.
Vase CARLOS
REINA: Llámale, Porcia. Detén el mayor ánimo y brío, que en efecto es dueño mío, y aunque callo quiero bien. PORCIA: Escucha, Carlos, señor; oye, advierte que aquí tienes quien rigores y desdenes ha convertido en amor. Tu Porcia te llama. Fuése. DUQUE: ¡Cielos, a mi parecer, a tronar podéis volver! ¿Vuestra inclemencia no cese? ¿Juegan conmigo los cielos? ¿Burla de mí la Fortuna? ¿Es mi desdicha la luna? ¿Son vanas sombras mis celos?
Sale el DUQUE
¡Ah, ingrata! ¡Ah, falsa! ¡Ah, crüel! Aquí he escuchado el rigor de mis celos y tu amor. Mi desdicha he visto en él, y mi desengaño en ti. De aleve sueño recuerdo. PORCIA: ¡El duque es! ¡Por ti le pierdo! ¡Vuelve, señora, por mí!
Vase PORCIA
REINA: ¿Qué decís, duque? ¿Con quién habláis vos de esa manera? ¿Yo soy falsa, yo soy fiera, yo rigor y yo desdén? ¿Qué lenguaje es ése en vos? Cuando a Carlos hablo, ¿estáis escuchando? No lo hagáis otra vez, o ¡vive Dios...! Pero cierro la ventana.
Vase la REINA
DUQUE: ¡Oh, voz dulce! ¡Oh, voz dichosa! No en vano a esa luz hermosa ha salido la mañana. Desengaños y recelos, pedidme albricias. No fue Porcia la que escuché. ¡Oh, cómo engañan los celos! La reina a Carlos habló, y aunque a mi Porcia ha nombrado, si es la reina, ¿qué cuidado, qué recelo siento yo? Ya salió el hermoso día, y mi honor sale con él coronado de laurel, coronado de alegría.
Salen el CONDE y LISARDO, labrador viejo
¿Tan de mañana en palacio? Mucho, conde, madrugáis. CONDE: (A las quejas de un villano, Aparte ¿cómo podré sosegar?) Labrador, ¿eres mi sombra? Siempre siguiéndome vas. LISARDO: Las sombras se desvanezcan si el sol ha salido ya. Conde, tú tienes mi hijo. Si tú tienes la mitad de este viejo miserable, el afecto paternal y el amor propio de padre en su demanda me trae. ¿Qué te espantas que te siga? Del valle de San Román Enrico vino a tu casa; ni sé de él ni ha vuelto allá. Díceme otro labrador que contigo le vio hablar, que le trujiste a palacio, y que no le ha visto más. Dame razón de mi Enrico; dime, señor, dónde está. Ten lástima de estas canas, ten de este llanto piedad. CONDE: No tengáis, Lisardo, pena. LISARDO: ¿Quién se podrá consolar hasta ver a Enrico? Conde, mala respuesta me dais. Quejaréme al rey. CONDE: Él sale. No le habléis, no le digáis nada, mas venid conmigo. Veréis a Enrico.
Vase el CONDE
LISARDO: ¡Qué mal se disimula su intento y se encubre su crueldad! Del rey se teme. Él le ha muerto. ¡Cielo, ayúdame a llorar!
Sale CARLOS
Si éste es el rey, yo me turbo, que no le he visto jamás; los ojos pondré en la tierra, no le tengo de mirar. Señor, si es padre de todos, óigame su majestad, que soy un padre infeliz de un hijo infelice más. Del conde Pompeyo somos vasallos; por nuestro mal, vino mi hijo a su casa y no ha vuelto a mi lugar. Sabe de él el conde y nunca razón de Enrico me da. Quejas y llanto del alma saca el amor paternal. Hacedme, señor, justicia, porque el conde... CARLOS: Bien está. Levantad, viejo, del suelo. LISARDO: Beso tus pies. CARLOS: Levantad. LISARDO: ¿Qué es lo que miran mis ojos? ¡Válgate Dios por rapaz! Dale un abrazo a tu padre. ¡Qué bizarro, qué galán te encuentro cuando difunto te lloraba mi piedad! ¡Qué lindo talle que tienes! ¡Qué buen cortesano estás! Enrico, ¿qué traje es ése? Hijo, dime, ¿qué disfraz es el que vistes? ¿Por qué dos abrazos no me das cuando buscándote vengo? Ingratillo, desleal, dame esos brazos. CARLOS: ¡Aparta! LISARDO: ¿Así empellones me das? ¿He de ensuciarte el vestido? ¿Cuándo sueles hacer tal, o la mudanza del traje esta soberbia te da? Vuélvete, loco, al aldea; vuélvete, necio, al sayal. CARLOS: (¡Vive Dios!, que he discurrido Aparte sobre las quejas que trae este viejo, y que se engaña. Si es esta simplicidad por alguna semejanza que entre mí y su hijo hay, y si hay semejanza, es mucha; que no se pudo engañar un padre tan fácilmente. Si esto es así, claro está que la figura que vi no fue fantástica y tal como yo la imaginé. Hijo es de éste, que a templar mi enojo vino de parte de la reina. Esto es verdad. ¡Corrido estoy, vive el cielo!, de que pudiese burlar mi magnánima osadía, mi altiva temeridad. Yo tuve temor de sombras sin saber examinar si las sobras daban sangre a los filos de un puñal. ¡A Carlos, Carlos! Agora hago otro discurso más. ¡Vive Dios, que cuanto ordeno con la regia potestad, éste que a mí se parece lo deshace, y así está este palacio confuso y admirada esta ciudad! De esto ha nacido que loco me llamen todos. Verdad, bien te pintaron los griegos una estatua de cristal coronada de azucenas entre jazmín y azahar. Eres clara y olorosa, nunca te dejas manchar del engaño y la mentira, resplandor tus ojos dan con que deshaces las nubes y alegras la oscuridad. Ahora bien, este villano, que es mi retrato, ha de estar escondido en esta pieza; que no la he visto jamás abierta en aquestos días. En él ha de comenzar mi venganza con la daga; el acero y el nogal de las puertas romperé). Honrado viejo, esperad.
Vase CARLOS
LISARDO: ¿Honrado viejo me llamas, y no padre? ¡Qué oiga tal! ¡Ingrato a quien te ha crïado por un poco tafetán que te han vestido! Sin duda que es el palacio juglar; villano que viste seda indicios da de truhán.
Dentro CARLOS
CARLOS: ¡Caigan las puertas por tierra ¡Abrase este cuadra ya, cárcel de esfinges que engañan!
Dentro ENRICO
ENRICO: ¿Qué impulsos ciegos te dan ese atrevimiento loco CARLOS: ¡Sal afuera y lo verás! ¿Al rey te atreves?
Salen los dos, desnudas las dagas y asidos de ellas entrambos
ENRICO: ¿Al rey el respeto y lealtad pierdes tú? CARLOS: ¡Yo soy el rey! ENRICO: ¡El rey soy! CARLOS: Cielos que estáis escuchando este villano, o dadme muerte o dejad que yo le atraviese el pecho. ENRICO: Hombres que al cielo admiráis con la lealtad que tenéis, muera un villano incapaz que rey se llama. CARLOS: ¡El rey soy! ENRICO: ¡Yo soy el rey, yo! LISARDO: Dudar deben mis ojos agora. ¡Vive Dios que no sé cuál de aquestos dos es mi hijo! Bien sé que tiene un lunar grande en la mano derecha. Mirar quiero esta señal. El de la pluma es mi hijo. ¡Oh, quién le viera reinar! Cielo, confunde su rostro, y tendrá razón quizá. CARLOS: ¿Quién eres, hombre, quién eres? ENRICO: ¿Tal preguntas? Loco estás. ¿Al rey Carlos no conoces? CARLOS: ¡Carlos te sabrá matar!
Sale BARLOVENTO con la cédula
BARLOVENTO: Aquellos dos mil de renta como alma en pena me traen. ¡Quiera Dios que el rey agora esté sin enfermedad!) ¡Ah, señor! ¡Ah, señor mío! Trato de cuerda o firmar, ¡qué tenemos? CARLOS: Labrador, tu padre esperando está. Salte luego de palacio y agradece mi piedad al prodigio y semejanza que a ambos el cielo nos da, pues el brazo me detiene un secreto celestial. ENRICO: Eso mismo digo yo. Si tu padre espera, sal de mi palacio, o la muerte llevaréis los dos. BARLOVENTO: (Mirar Aparte no me quiere, allá me paso). Rey de alcorza y mazapán, rey de perlas, santo mío, firme esta cédula. (¿Allá Aparte se me ha pasado tan presto?) Juego de Masicoral parece el rey. ¿Qué tenemos? ¿Cómo corre el temporal? ¿Hanos dado el accidente? ¿Hay jüicio? CARLOS: ¿A porfïar te atreves, bárbaro? ENRICO: Sí: que defiendo mi verdad. BARLOVENTO: ¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto? Comiénzome a santiguar, que uno de éstos es demonio. Averigüe Barrabás. ¿Cuál de los dos es el rey? CARLOS: ¿Dudas eso? ENRICO: ¿Eso dudáis? BARLOVENTO: Rey con dos yemas tenemos. Ahora bien: el que firmar quisiere aqueste papel rey de Sicilia será. ENRICO: Dame, loco, ese papel. CARLOS: Llega, Barlovento, acá. BARLOVENTO: Súpome el nombre, aquí llego. ENRICO: Villano, ¿qué libertad es la tuya? ¿Tú en mi nombre injustas mercedes das? BARLOVENTO: El de la cuerda es aquél. ¡Oh, verdugo desleal! Éste es el rey, éste es Carlos. LISARDO: (Mi engaño los trocará). Aparte
Salen la REINA, PORCIA, ELENA, el DUQUE, el CONDE y todos
DUQUE: Voces del rey he sentido. ¿Si le ha vuelto el accidente? PORCIA: Lleva con furia impaciente el verse desposeído del reinar. REINA: Carlos da voces. ¿Si se queja o llama? CARLOS: Aquí verás el valor en mí que ni admiras ni conoces. ENRICO: Agora verás quién son mi valor y mi nobleza. DUQUE: ¡O burló Naturaleza o es el uno una ilusión de los ojos! ENRICO: Caballeros, aquí os obliga la ley a que en presencia del rey desnudéis vuestros aceros. ¡Matad, matad esa sombra que mi majestad ostenta, mi figura representa, y rey como yo se nombra. CARLOS: Duque, conde, Octavio, amigos, olvídense los enojos, y pues que son vuestros ojos de mi persona testigos, no queráis que con furor castiguen mis propias manos atrevimientos villanos de ese infame labrador. PORCIA: ¿Quién vio confusión igual? ¡El discurso y los sentidos han de quedar suspendidos a un prodigio accidental del mundo. ELENA: ¡Qué confusión! ¡Pasmados quedan los ojos! DUQUE: O son fantasmas o antojos, o es la misma admiración. REINA: Corazón, que a Carlos ama, bien conoce cuál es él. BARLOVENTO: Carlos es éste, y aquél "Rompecédulas" se llama. CARLOS: Bastan, reina, los engaños; deshaced mi semejante, que, de pasar adelante, pueden resultar más daños. No arriesguéis a que el tirano pueblo, confuso y dudoso, os quiera dar por esposo, viviendo yo, ese villano. Dad discurso a los sentidos y considerad de espacio que haber en vuestro palacio dos hombres tan parecidos está mal al gran decoro que se debe a vuestra alteza. Pues hizo Naturaleza dos figuras, una de oro y otra de bronce dorado, que aunque las dos resplandecen y en la forma se parecen, una es metal estimado y otra ordinario metal. Temed, temed su osadía, soberbio está todavía. CONDE: ¡Es un soberbio animal! REINA: Pero yo le domaré. Yo confieso que he querido dar a un rey desvanecido y soberbio amor y fe, con noble agradecimiento; pero ya no sé cuál es Carlos, mi esposo, el marqués. Dudoso está el pensamiento. Conoced, vos, labrador, cuál es vuestro hijo. LISARDO: (Agora Aparte reinará Enrico). Señora, ni mis ojos ni mi amor padecer pueden engaño. Éste es Enrico.
Apunta a CARLOS
REINA: (O el viejo Aparte se engañó o tomó consejo de mi intención). LISARDO: ¿Tan extraño estás con tu padre, di? Mira que el cielo se queja. Vámonos al campo y deja reino que no es para ti. REINA: (Disimula, Enrico). Aparte ENRICO: (Harélo Aparte sólo por obedecerte). CARLOS: (Este género de muerte Aparte no ha comunicado el cielo a los hombres hasta aquí). Villano, traidor, ¿qué dices? LISARDO: Que son años infelices los que amándote viví. ¿Tú quieres ser rey, villano, contra Dios y la lealtad?
[A la REINA]
Perdone su majestad que es un soberbio, es un vano; y el conde la culpa tiene que con seda le ha engreído. Hombre a su padre atrevido de linaje humilde viene. CARLOS: ¿Qué confusiones son éstas? ¿Qué desdichas y qué azar? ¡Válgate Dios por reinar, y qué caro que me cuestas! REINA: Enrico, baste el disfraz de que sois representante, pues que ya de aquí adelante, estará mi reino en paz. Agradecida he quedado, yo os pagaré la afición; y no mostréis la pasión con aquél que os ha engendrado. Id con vuestro padre agora, estimad vuestro linaje y volved en vuestro traje a verme otra vez. CARLOS: Señora, ¿qué dices? ¡Que estoy sin vida! REINA: Lindamente fingió un rey. CARLOS: ¿Ésta es justicia? ¡Ésta es ley? REINA: Ya no hay majestad fingida. Basta Enrico. CARLOS: Los sentidos revientan a tal desdén. DUQUE: Muchos ha habido también que fueron muy parecidos. CONDE: Valerio Máximo escribe de muchos lo mismo. ENRICO: Enrico, hacerte pretendo rico porque me pareces. Vive confïado en mí. REINA: Tu alteza venga a ver unos papeles. DUQUE: Con unos mismos pinceles los formó Naturaleza. REINA: (¡Ah, Carlos! Estos rigores Aparte nacen sólo de los labios; en la lengua llevo agravios y en el alma llevo amores).
Vanse. Quedan CARLOS, el DUQUE, BARLOVENTO y LISARDO
CARLOS: (¿Qué infierno abortó esta injuria, Aparte o de qué furia ha nacido? Pero si villano ha sido, ¿qué más infierno ni furia?) Dime, bárbaro, villano, ¿cómo dijiste que soy hijo tuyo? ¿Por qué doy reportación a mi mano? ¿Por qué los hombres en ti justo escarmiento no ven? DUQUE: ¿Qué es esto? ¿Un hombre de bien injuria a su padre así? Siquiera por parecer al rey debéis cortesía
Vase el DUQUE
LISARDO: Quien hijo soberbio cría esto debe padecer. ¡Nunca te goces ni llegues a mis años, que hartos son! ¡Cáigate mi maldición porque a tu padre no niegues!
Vase LISARDO
CARLOS: ¿Es fuerza de mi destino, o es industria poderosa de la reina? BARLOVENTO: Es una cosa que yo no la tomo tino ni sé qué diga. ¡Ah, señor! ¿Te suspendes? Carlos, amo, aunque negro, gente samo. Respóndeme por mi amor. ¡Ah, rey! CARLOS: ¿Qué quieres, si ves...? BARLOVENTO: Si por "rey" me has respondido, a propósito ha venido el cuento del portugués que un castellano servía. Llamó una vez su señor: "¡Ah, hereje! ¡Ah, moro! ¡Ah, traidor!" Y el mozo no respondía. El portugués prosiguió: "Ah, ladrón! ¡Ah, luterano! ¡Ah, famoso castellano!" Y entonces le respondió. Pero el hinchado señor, riendo con mucho gozo, dijo: "¡Pardiez, que mío mozo responde por lo peor!" Tú por "rey" me respondiste, que es lo que peor te ha estado, pues eres rey descartado. CARLOS: ¿Tú gracejas con un triste? BARLOVENTO: ¡Pardiez, que en parte me alegro, porque soberbio tuviste y en ajeno reino fuiste ruín en casa de su suegro! Quisiste mandarlo todo, y así, ingrato a la afición de la reina, tu hinchazón reventó. ¡Ponte del lodo! Remédialo, si esto es traza, industria de Matilde; muéstrala amor, habla humilde, échate luego a sus pies, pídele perdón, adora en la reina tu fortuna, deja la ambición porciuna, llama a la reina "señora." CARLOS: Dices bien. BARLOVENTO: Pues ella sale. Dale tu disculpa presto, dale el alma, que por esto se dijo: "Dale que dale."
Sale la REINA
REINA: Esperáos todos ahí. CARLOS: Reina, que de todo el mundo la diadema universal se debe a méritos tuyos, Matilde hermosa y discreta, rendido llega y confuso a tus pies el que este reino soberbio llamaba suyo. Mi vanidad y mi pompa se desvanecen en humo. Tu hechura soy; no soy más que un átomo de tu gusto. Confieso mi ingratitud y confieso que son muchos los desaciertos y errores que mi condición opuso a tu grandeza. Aquí tienes este acero; quede oscuro su resplandor en mi sangre;
Dala la daga
rompe mi pecho en quien cupo una ingratitud soberbia, un frenesí y un descuido. No niegues que soy tu esposo, que yo el derecho renuncio que me dieron ciegamente alteraciones del vulgo. Tú eres reina, tú eres sola la que tiene el absoluto poder en aqueste reino. Carlos soy, esclavo tuyo.
Salen todos
REINA: ¿Sois todos testigos de eso? PORCIA: Yo lo he visto. DUQUE: Y yo lo escucho. REINA: Levanta, Carlos, levanta. CARLOS: ¿Quién, hermosa reina, pudo levantarse sin tu mano? REINA: Yo te la doy. CARLOS: Yo te juro de ser siempre agradecido. ENRICO: Y yo, puesto a los pies tuyos, perdón te pido, señor. Con la reina me disculpo. CARLOS: A tu reina natural obedeciste. LISARDO: No sufro que estés así arrodillado, y un gran secreto descubro. Enrico debe, señores, ser vuestro rey, y aseguro esta verdad con papeles, que aun guarda mi pecho algunos. De Edüardo es hijo, y yo le crïé en mi aldea oculto por mandado de la reina. Aquí tengo el sello suyo y la firma que lo dice, y testigos viven muchos. Dos parió de un parto, y ella a crïar me ha dado el uno, con empacho de tener tan generoso y fecundo el pecho. ¡Ignorancia loca! Fatalmente le dispuso. Murió, crïéle, y no quise darle al rey, temiendo el duro rigor de su condición.
Toma el CONDE los papeles
CONDE: Verdad dice, y es trasunto que en Carlos vemos, sin duda, que fue el otro hermano suyo que el rey, que crédito daba a celestiales influjos, echó en el mar. Pescadores le crïaron. Mas, ¿qué busco indicios? ¿Tienes acaso, Carlos, en el pecho tuyo una señal? CARLOS: Sí. CONDE: ¿Cuál es? CARLOS: Una cruz. CONDE: Pues yo te juro por legítimo heredero de este reino. CARLOS: Sólo pudo Matilde ser su señora. REINA: No sin misterios ocultos me inclinó el cielo a tu amor, que es Dios y secretos supo. ENRICO: Dame los brazos ya, Elena. CARLOS: Es cuerda elección. PORCIA: No dudo que el duque mi dueño sea. CARLOS: Dices bien. DUQUE: Haré tu gusto. BARLOVENTO: ¿Habrá para Barlovento algo? CARLOS: Los dos mil de juro. REINA: Y tenga en esta verdad fin el palacio confuso.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 01 Jul 2002