TERCER ACTO


Sale LAÍN, huyendo de don GARCÍ:A, que le sigue con la daga desnuda
LAÍN: ¡Jesús! GARCÍA: No te han de valer las voces. LAÍN: Si me alboroto de ver desnuda una daga, ¿qué te espantas? GARCÍA: No hay estorbo para que tu fin no llegue. LAÍN: Voces doy. GARCÍA: Más me provoco. LAÍN: ¡Que me matan sin mi gusto! GARCÍA: ¡Ah, traidor! LAÍN: Oyeme cómo fue lo que causa tu ira. GARCÍA: ¿Qué he de hacer, si veo que solo me hallé en casa de don Nuño? LAÍN: Repito el suceso todo: Costanza me abrió la puerta, subí arriba, los pies pongo en su aposento; ella dijo como otras veces: "Forzoso es desnudar a mis amos; ya vuelvo, aguárdame un poco". Yo, que me vi centinela de aquella torre, me asomo para ver si alguno había que me sirviese de estorbo. Bajo la escalera, llego a la puerta, reconozco que no hay un alma; y así, quité con tiento el cerrojo, entraste arriba, subimos, y dijísteme animoso: "Laín, vigilante guarda del puesto que ves te nombro; si alguno a impedir subiere el hecho a mi mano heroico, pon de tu acero a su espalda la punta y al pecho el pomo". Y apenas mi puesto guardo, cuando ciertos pasos oigo, que, desmintiendo las selvas me parecieron de corcho. Dije: "Ésta es dueña. ¿Qué haré? Si me ve, perdidos somos". Y así, porque no me viese, ni yo descubrir tampoco en su tumba una mortaja, ni un "ab initio" en su rostro, o por si era dueña enana, dueña en vísperas de hongo, cementerio de poquito, y "requiem aeternan" romo, me retiré, y cuando pienso que seguro me arrincono, caí por un agujero o infierno, tan frío y hondo, que si llamas no brotaba, respiraba helados soplos. Su altura eran dos estados, mejor lo dirán los lomos y el sentido, pues del golpe, quedé sin uno y sin otro. Busco la puerta, y en vez de hallarla, un clavo topo, que, sin jugar a la polla, les dio a mis narices bolo. Voy tentando las paredes, y la mano en parte toco, que ni sé si fue culebra, si lagarto y si demonio el que me dio tal bocado con dientes tan ponzoñosos, que haber servido pudieran al fiero dragón de Cólcos. Mas viéndome sin remedio los inconvenientes todos junto, y digo: "Si doy voces, oirálo Nuño, y su enojo vengará en mí; si adelante paso, encontraré algún hoyo, donde me sepulte vivo". Y así, por remedio escojo sentarme y estarme quedo. Casi dos días del modo que ves estuve gimiendo con que tal figura tomo que en esqueleto con vida desmayado me transformo hasta que entrar a Costanza vi por un postigo angosto que yo, de temor, no hallé y entonces despedí ansioso tan flaca voz, que por flaca pudieran llevarla en hombros. De su vestido me así, y ella, que, volviendo el rostro, vio en mí una cara de muerto, dio voces, llamó "socorro", conocióme, a Sancha avisa, y como aliento no gozo, las dos al desmayo mío, dieron pistos de bizcochos. En fin, Sancha me regala, presto mis alientos cobro porque con pechugas de aves dulcemente les soborno. Así estuve, así me vi. Agora, ya que te informo, conocerás que merezco más tu piedad que tu enojo. GARCÍA: Todos son enredos tuyos. LAÍN: ¡Que esto escucho y no me torno yermo! ¿Es enredo la cara con que a lástima provoco? ¿Dos dedos menos el pico de la nariz, que a ser romo se pasó, de puntiagudo? ¿El dolor con que pregono desconcertada la espalda? Si esto es enredo, a ser novio antes me iré que sufrirte. GARCÍA: No halle remedio a mi ahogo, pues cuando entre negras sombras mil dificultades rompo, y a la garganta de Nuño casi la cuchilla pongo, sale Sancha y me detiene, al golpe sirve de estorbo, si no la escucho se enoja, voces da si no respondo; Llora, y el llanto parece que van vertiendo sus ojos perlas, que, como claveles, llueve la aurora en su rostro, o que a la púrpura el cielo cubre de nevados copos. Pues mi fiero dolor sea mi muerte, pues cuidadoso, ni a Nuño en su casa mato ni a Sancha en mis brazos gozo.
Vase
LAÍN: Furioso parte mi amo; mucho temo lo furioso pues yo me iré muy a espacio; porque cuando borrascoso anda el jüicio del amo, y el entendimiento es corto, puede de un golpe a un crïado cíclope hacerle de un ojo. Y así, para no ponerme en lances tan peligrosos, mejor que el andar apriesa, será el andar poco a poco.
Vase. Salen doña SANCHA y COSTANZA con mantos, y un ESCUDERO
SANCHA: Todo está como asombrado. Tan gran soledad me admira. COSTANZA: ¿Dónde Elvira estará? SANCHA: Mira si parece algún crïado. ESCUDERO: Yo llamo y no me han oído; ni un jazminillo hay que ladre.
Llame
SANCHA: En fin, es casa sin padre, triste albergue sin marido. COSTANZA: ¿No tiene a su hermano? SANCHA: Es llano que ocupa, con ser honroso, más la sombra de un esposo que la vista de un hermano.
Llama
ESCUDERO: Vuelvo a llamar. COSTANZA: Pasos oigo.
Vanse COSTANZA y el ESCUDERO. Sale doña ELVIRA
ELVIRA: ¿Quién es quien da tantos golpes? ¿No hay un crïado ahí afuera? ¿Qué es esto? SANCHA: No te alborotes. Doña Sancha soy de Castro. Dejadnos solas. ELVIRA: ¿Tú pones, doña Sancha, el pie en mi casa? SANCHA: No temas ni te congojes. ELVIRA: Jamás conocí el temor. SANCHA: Pues si no, agora conoce que--si el intento piadoso permites que no se logre-- a qué he venido. En Castilla nuestros bandos tan disformes se verán, que han de correr arroyos de sangre noble, más que al mar undosos ríos de plata encrespada corren. Y así, para que el intento con que vengo sepas, oye: Cuando dio a tu padre muerte mi hermano, rompiendo el orden del respeto y cortesía que la ancianidad se pone, que lo sentí, sabe el cielo, con tanto extremo que entonces a números apostaban las lágrimas con las voces; porque, en fin, dispuso Nuño, para que yo me congoje, dos aciertos, que a sus ojos los culpa quien los conoce. Por error le califico contra mi sangre, que un joven manchara, poco advertido, en la senectud su estoque. Esto es verdad; pero ya ¿qué remedio habrá que cobre sangre de un cadáver frío, que helado mármol recoge? ¿Qué victorias, qué trofeos, qué generosos blasones adquiere quien obstinado rige venganzas atroces? ¿Qué asalto emprende animoso? ¿Qué enarbolados pendones sigue? ¿Qué contrarios rinde? ¿Qué enemigo escuadrón rompe? Ojalá que hallar pudiera vida en las llamas don Lope; que yo en incendio voraz fuera destrozado roble, para que, viendo mi pecho de piedad efectos nobles, Fénix, si no a sus cenizas, renunciara en mis ardores. Y no juzgues que temor la acción que miras dispone, ni que para hablarte, Elvira, mi hermano me ha dado orden, pues sé que si a su noticia mis culpas llegaran torpes, que dividiera mi cuello de un puñal el fiero golpe. En fin, es una desdicha quien loca me descompone, y quien mis quejas alienta un vil desprecio de un hombre. ¡Oh, pluguiera a Dios que antes que a manos de la desorden que agora culpo, borradas viera mis obligaciones, que alto risco, desgajado del más empinado monte, que aguda flecha veloz, que bruta fiera del bosque me acabara, y de la cueva que no permite que more sus horrores alma fueran mis ojos habitadores! Tu hermano, en fin, doña Elvira, tu hermano... El dolor depone al aliento--¡qué vergüenza!--. Suspéndenme los temores. Las palabras detenidas, frío sudor las encoge y helado el pecho, despide por tales respiraciones. ¡Ah, mal haya la mujer que loca ejecuta acciones, que las calle por injustas, o las niega si las oye! Tu hermano, cual otro Eneas, huésped ingrato una noche robó al jardín de mi honor las más estimadas flores; de prevenidas cautelas guarneció sus intenciones, obrólas en mi rüina, gozólas en mis errores. Llegó perdido a mi quinta. Hospedéle, porque el nombre me dijo, rogóme amante, pero tirano engañóme; agora olvidado niega su palabra y mis favores; glorias que gozó dichoso, bárbaro las desconoce. De ilustre fama, por cierto, de honroso timbre compone su cabeza, estos serán sus laureles vencedores. Un Estrada, ¿es bien que, injusto, precisas leyes derrogue, y que a deudas tan debidas paguen tan viles rigores? ¿Un noble ha de permitir que engaños le deshonoren, que la cautela le injurie, que la falsedad le nombre, que una mujer se desprecie, que unos ojos tristes lloren, que un espíritu suspire, que un alma alientos ignore? Éstas sí que son afrentas, éstos delitos enormes. Éstas sí que son desdichas. Éstas sí que son traiciones, que no una muerte. El herir, el matar, es en los hombres una violencia, una furia, un colérico desorden; pero engañar una dama es acción que reconoce la villanía, es querer que la infamia le deshonre. Las promesas que se hacen, las palabras que se ponen, no ha de haber ley que las venza, no ha de haber quién las revoque. ¿Con doña Sancha de Castro, conmigo tratos tan dobles? ¿Con quien por sangre y por lustre los más remotos conocen? Rabio sólo de pensarlo; temo que el dolor me robe el sentimiento o que de éste la cólera me despoje. Si no mirara que es fuerza, para evitar disensiones, que de mis brazos tu hermano su pecho inconstante adorne, cuánto miro, cuánto veo, cuánto en sí contiene el orbe viera su fin lastimoso en mis ardientes furores. Mas no es tiempo que a los gustos los alborotos estorben, ni de que a las paces pongan impedimento las voces. No es bien que más don García modos vengativos obre, ni que mi agravio le culpe, ni que tu enojo le apoye. Recuerden las amistades, dulce parentesco logren; en la piedra del olvido, sepúltense los rencores. Así de metal luciente tus blancas sienes corones, y al imperio de tus plantas soberbios rayos se postren; así a los orbes la fama de tu beldad les informe, así sus ecos escuchen, así tus huellas adoren, así el nevado jazmín de tu frente no despoje el tiempo, ni de tus labios el purpúreo clavel tronque, que dispongas luego, Elvira, que contigo se despose mi hermano, y que yo en el tuyo promesas cumplidas goce; habrá con esto pinceles para que tu cielo copien, para eternizarte mármol y para adorarte bronce. ELVIRA: A responderte no acierto. Pésame, Sancha, de ver que así te ofenda el poder de un culpable desacierto. Si con mi vida pudiera que tu honor se restaurara, a las llamas la entregara, al cuchillo la ofreciera; porque, logrando cuidados, los campos--¡qué maravilla!-- no se vieran en Castilla de nuestra sangre bañados; mas, como no hay quién impida tu no vencido dolor, Sancha, el remedio mejor será la sangre vertida. SANCHA: ¿Así te burlas de mí? ¿Esa respuesta me das? ELVIRA: Yo no me burlo jamás; las burlas viven en ti, pues con parecer liviano quieres en tal desconcierto, que olvide a mi padre muerto, y me case con tu hermano. SANCHA: ¡Ea, baste! Que atrevidas palabras y tan pesadas son malas para escuchadas, peores para sufridas, cuando con vil entereza más le desprecie mi mano. Soy Castro y tengo un hermano, y el tuyo tiene cabeza. ELVIRA: De esa respuesta enfadada, en tu necio enojo arguyo, que falta cabeza al tuyo, pues no la tiene cortada. SANCHA: ¡Qué necia estás! De la mano de Nuño saldrá el castigo. ELVIRA: Bien podrá; porque contigo no se ha de casar mi hermano. SANCHA: Voyme, que el verte me enfada; porque aún verme no mereces. ELVIRA: Puedo honrarte cuantas veces...
Sale don GARCÍA
GARCÍA: ¿Qué es esto, Elvira? ELVIRA: No es nada. GARCÍA: Dilo. Acaba. SANCHA: Bien mi fama restauro y mi honor perdido. GARCÍA: Dime, Elvira, lo que ha sido. ELVIRA: Pregúntaselo a tu dama. SANCHA: Bien dices; verá mejor, García, aunque no se venza, en tu voz la desvergüenza y en mi respuesta el dolor. Su dama--¡Ah, cielos!--me llama tu osadía, y yo, que ser más bien de Alfonso mujer pudiera que no su dama, muero en rabiosas fatigas, porque, aunque sé conocerlo, no me ofende tanto el serlo como que tú me lo digas. De esto es honra el ofenderse pues la afrenta ha de advertirse que consiste en el decirse mucho más que en el hacerse. Buena quedo, bien honrada, a dos agravios rendida, de un desprecio despedida y de un engaño afrentada. Ya, en fin, no hay medio que cuadre a los que miran más sabios. Yo padezco dos agravios, vosotros muerte de un padre. Ver podéis cuál es mayor afrenta y más conocida; o que se pierda una vida, o que se infame un honor. Mas el verlo y el decirlo lo mostrará, sin dudarlo, brazo que sabrá vengarlo, y hecho que sabe sentirlo. Rayo que sin resistencia os abrase he de ser luego sin que se aplaque en el fuego ni se temple en la violencia; cueva que al día os oculte, seré entre sombras temidas, o a pesar de vuestras vidas, duro mármol que os sepulte. Esto he de ser. Mi valor a vengar desde hoy empieza un desprecio en la nobleza y una afrenta en el honor.
Vase
GARCÍA: Doña Elvira, Nuño, el día que a tu amparo se entregó, fiel seguridad halló en tu piedad y la mía. Vida le dio tu porfía y agora, que a Sancha ves casi humillada a tus pies, tú, que con tu enojo luchas, ¿ni agradecida la escuchas, ni la respondes cortés? A más dudas me provoca ver, cuando el acero empuño, que estás cuerda para Nuño y para Sancha estás loca. Términos villanos toca en ti la razón ya ciega, pues cuando el valor se niega, más obedecer pretende a las iras del que ofende que a las voces del que ruega. No digo que tú admitieras de Sancha el ruego amoroso, ni que pecho generoso liberal le concedieras; pero que le agradecieras más cortés la voluntad; porque es mayor calidad que halle con seguro abrigo el ruego del enemigo valimiento en la piedad. Aunque el sufrir es bajeza de uno la descortesía, el tenerla yo, sería falta de mayor nobleza; y así, el ver que a tu grandeza la cortesía no esmalta, me ofende, porque más alta generosidad previene el dársela a quien la tiene que el pedirle a quien le falta. ELVIRA: Si de Sancha no admití el ruego, y le desprecié ciega y enojada, fue por el dolor que hay en mí; mas, con el pesar que a ti estos desprecios te dan, que ya prefiriendo están contra tu opinión colijo a los aciertos de hijo las piedades de galán. Más gloria tengo adquirida en dar a Nuño sagrado, que tú, porque te ha pesado de dejarle con la vida. Este pesar homicida es de la acción de tu pecho; porque en quien mal satisfecho, lo liberal no le aplace, quita el ser bien el que hace el pesar de haberle hecho. Si yo descortés he sido, soy hija y siento mi agravio; mas tú, amante y poco sabio, eres cobarde y rendido. De mi padre el pecho herido pide venganza bastante; y así, en voz tan importante es mejor, aunque te aflija, el ser descortés por hija que cobarde por amante. García, ya basta. ¡Ea! Niega a lascivos placeres los aciertos de quien eres. En la venganza te emplea. O, si no, porque se vea cuánto mi dolor en vano persüade a un vil hermano, --¡Vive Dios!--en mí ofendido, que lo que tú no has sabido lo sepa vengar mi mano.
Vase
GARCÍA: Sancha sin honor me llama. Quien me engendró quiere ser vengado. ¿He de obedecer a mi padre o a mi dama? Pero la deuda me infama, mi ignorancia es conocida pues con razón advertida parece, en cualquier cuidado, más bien un padre vengado que una dama obedecida. Sí; pero cualquiera afrenta en mujer, suelen sentirla, vengarla y aún recibirla los extraños por su cuenta; pues si esto es así, ¿qué intenta el discurso? Ya eternizo en mí a Sancha, hermoso hechizo, porque la afrenta impaciente si la venga el que la siente, la deshaga el que la hizo. Pues, ¿qué aguardo? Ya es mi esposa Sancha; y, ¿qué dirá Castilla? Dirá que el alma se humilla de don Nuño temerosa. ¡Ay, honor! ¡Qué fiera cosa! El qué dirán me fatiga pues lo que a esta voz obliga, para que más satisfaga, es razón que no se haga sólo porque no se diga. Perdona, Sancha, perdona; que si tu queja me culpa, la obligación me disculpa, cuando el rigor me ocasiona. Y, pues, la atención pregona intentos que restituyo al ánimo, en quien concluyo la satisfacción que elijo, en haciendo como hijo, haré después como tuyo.
Vase. Sale un CRIADO, con un papel, y LAÍN, deteniéndole
LAÍN: Aguárdese un poco, aguarde. CRIADO: Quiero a don García hablar. LAÍN: Primero le he de avisar. Aguárdese; que no es tarde. CRIADO: Importa darle un recado, y con brevedad no poca. LAÍN: A mí solo entrar me toca, porque nací su crïado. Los que no lo son, no dan voces ni se entran aprisa. ¿Qué sabe si está en camisa o como su padre Adán? ¿No hay más de con tal violencia? Éntrome allá. CRIADO: Bueno está. LAÍN: No está bueno ni estará; que no ha de entrar sin licencia. Que se retire le pido, no mi enojo quiera ver; que esto no lo puede hacer si no es un entremetido. Sálgase. CRIADO: No es acertado, estando aquí, que me salga.
Sale don GARCÍA
GARCÍA: ¿Qué es esto? LAÍN: No hay quien se valga con este necio crïado; porque tiene en el furor, con quien licencioso llama para entrar hasta la cama resabios de embajador. CRIADO: Nuño, mi señor, me dio para vos este papel. GARCÍA: ¿Qué puede querer? Mas él diga lo que dudo yo.
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"He sabido que vos y vuestra hermana publicáis, muy en mi daño, lo que pasó en vuestra casa, y que los miedos de vuestra resolución me retiran de vuestros ojos; y así, os aguardo esta tarde en Miraflores, con espada y capa, para que más bien podáis conseguir vuestra venganza, o yo desmienta el descrédito en que me habéis puesto. Nuño de Castro" Nuño será obedecido. Id con Dios. CRIADO: Quedad con Él.
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LAÍN: ¡Malo, por Cristo! ¡Papel de desafío! ¡Perdido soy! GARCÍA: Ven conmigo, Laín, y pon silencio en tu boca. LAÍN: ¿Qué he de hacer? Callar me toca. Si no, llegará mi fin.
Vanse. Salen don NUÑO, y el mismo CRIADO, dándole un papel
NUÑO: ¿Qué dices? ¿Papel a mí? CRIADO: Digo, señor, que un crïado me lo dio de don García para poner en tus manos. En él verás si es verdad. NUÑO: Sus letras me dan cuidado. Dice así: "Dejo al valor lo que pudiera el engaño, pues en la venganza es justa más la industria que las manos. A las seis en Miraflores, Nuño, esta tarde os aguardo solo, con espada y capa, porque animosos veamos, vos sin riesgo vuestra vida, o yo mi padre vengado". Esto es ya reputación. Con la tardanza me agravio. Mas los cielos, don García, saben de mi afecto cuanto me pesará de reñir con quien así me ha obligado. Si tú lo quieres, no puedo, aunque lo sienta, excusarlo; porque estos lances precisos, que al honor importan tanto, ejecutados parecen más bien que considerados. Ya es hora. Quédate en casa.
Vase
CRIADO: Con el orden que me ha dado doña Sancha ya he cumplido. Los fines disponga el hado de manera que dichosa límite ponga a su agravio.
Vase. Sale don GARCÍA, solo
GARCÍA: Valor en el Castro arguyo, pues ha querido buscar pecho en mí, donde acertar pueda, como yo en el suyo. En el puesto estoy. Mejor es adelantarme en esto; que llegar antes al puesto es crédito del valor. Pero me quiero advertir que, ya que estoy esperando, sea sólo imaginando que al enemigo he de herir; que quien piensa inadvertido que el otro le ha de vencer, en la ocasión se ha de ver muy cerca de ser vencido. Gente he sentido, sin duda es Nuño de Castro.
Sale don NUÑO
(Llego Aparte corrido de que García se haya adelantado al puesto; pero no importa, si yo no tardo conforme al tiempo). Pocas veces se ha dejado de ver que correspondiendo vive el valor a la sangre. GARCÍA: Con las armas lo veremos.
Al meter mano, sale doña SANCHA, con espada ceñida y una pistola
SANCHA: Aguarda; que llega Sancha suspended el movimiento de las armas, porque oigáis lo que ofendida he dispuesto. NUÑO: ¿Qué es lo que intentas? Aparta. SANCHA: ¡Vive Dios, que paso el pecho del que mi voz no escuchare! GARCÍA: (Más que a Nuño, a Sancha temo). Aparte SANCHA: Los papeles que llegaron hoy a los dos, del ingenio mío traza fue, arbitrada para juntarnos y vernos donde todos, animosos, el perdido honor cobremos. García, sin padre estás; no te inquietes, porque luego tiempo habrá para que des a la venganza el esfuerzo. Hermano, el honor te falta; esto sí es desdicha, esto fenecer a la violencia del más penetrante acero; mas, como el que le robó está presente, no pierdo para restaurarle el brío a quien valiente obedezco. Garci-Velázquez de Estrada, escoge, antes que pasemos adelante, lo que quieres; ser mi esposo o que tu cuerpo sin vida ocupación sea lastimosa de este suelo. Y no pienses que, aunque armado un escuadrón de mis deudos en lo umbroso de aquel sitio, que álamos adornan, dejo. Me he de amparar de sus armas, me he de valer de su imperio para castigar sus culpas, para vengar los desprecios de doña Elvira, tu hermana. Atiende a lo que pretendo; porque antes que despidas el "no" por la boca, fiero, el plomo de esta pistola te habrá robado el aliento. GARCÍA: Traición, Sancha, ha sido tuya, pues con tus parientes mesmos me obligas a que me case. NUÑO: Señor don García, el tiempo que ha que falta vuestro padre, siempre habéis andado atento, procurando vigilante vuestra venganza en mi pecho. Siendo así, agora me toca cobrar el honor que pierdo. SANCHA: Aparta, Nuño, pues yo que he venido a disponerlo sé que sabré conseguirlo. En la dilación hay riesgo. García, di. ¿Qué respondes? GARCÍA: Que me mates, que este pecho dividas. Verás en él fieramente combatiendo a la fe con que te adoro y al amor con que venero de mi padre las cenizas. SANCHA: ¡Ah, García! Ya te entiendo; ya el sí dices, aunque callas. Claro está que tus afectos arrojan el sí, que el alma nunca ha tenido encubierto. Mas no lo prosigas, calla; que aunque tú, inhumano y fiero, miraste mal por mi honor y despreciaste mis ruegos, yo agora, más generosa, mirar por el tuyo quiero, sólo porque no publique la voz durable del tiempo que de temor dijo sí un tan noble caballero. Y así, para conseguir lo que ingeniosa pretendo, basta que lo diga el alma y que lo calle el deseo. ¡Parientes, ya don García dice a voces que es mi dueño!
Hace que habla adentro
Ya eres mi esposo. Pues mira cuánto te estimo, que quiero por serlo, que hoy a tu padre vengues en mi hermano mesmo. Bien puedes reñir, acaba; y no imagines que tengo parientes que le defiendan, que fue sólo fingimiento para obligarte a que dieras feliz logro a mi deseo. ¡Ea, acaba a tu enemigo, sin embarazos te ofrezco. Fenece ya con su vida; pero, aguarda, que más presto haré que llegue la muerte con esta bala a su pecho.
Pónese al lado de don GARCÍA, y apunta a don NUÑO
NUÑO: ¿Qué es lo que haces, doña Sancha? SANCHA: Matarte. NUÑO: ¿Mi fin sangriento busca quien nació mi hermana? ¿Contra mí rigor tan fiero? SANCHA: Sí, porque es más un marido y un hermano mucho menos, y antes que aquí con el tuyo mida su brillante acero, por no mirarle en peligro quiero excusarle del riesgo. GARCÍA: A mujer que tanto sabe, dificultades venciendo, obligar contra su sangre, fuera villano y grosero quien no la diera y rindiera nobles agradecimientos. Nuño, por Sancha te estimo, por ella reñir no puedo contigo. Tu hermano soy. NUÑO: Yo tu amigo verdadero.
Salen LAÍN y ANDRADA
LAÍN: ¡Gracias a quien lo ha hecho todo! ¿Sancha con boca de fuego? Ballesta y lanzón había solamente en aquel tiempo; mas la ballesta se deja para cuando Alfonso el Sexto tome juramento al Cid. GARCÍA: Siempre, cuando los discretos disponen los fines, hallan tan acordados aciertos. A Nuño daré mi hermana. NUÑO: Glorias con ella poseo. LAÍN: Yo la llevaré las nuevas de este feliz casamiento, por excusar, advertido, que murmure algún discreto, si a casarse por el aire vino volando a este puesto. SANCHA: Costanza, Laín es tuya. LAÍN: No será porque no quiero. SANCHA: ¿Así la desprecias? LAÍN: Sí; no te espantes, porque temo, aunque me ves hombre agora, transformaciones de ciervo. GARCÍA: Si no ha sabido, señores, por su ignorancia, el ingenio obligar contra su sangre, castigo será el ser necio.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002