NO HAY DICHA NI DESDICHA
HASTA LA MUERTE

Antonio Mira de Amescua

Texto basado en el autógrafo de NO HAY DICHA NI DESDICHA HASTA LA MUERTE (Biblioteca Nacional, Madrid, R-76) con el apoyo de la edición príncipe (Comedias nuevas escogidas..., parte cuarenta y cinco [Madrid: Buendía, 1679]) y otras ediciones subsecuentes. La edición crítica de Vern G. Williamsen, preparada en 1968, fue publicada por la Universidad de Missouri en 1970. La edición actual fue preparada por el mismo para un curso dictado en el año 1984.


Los que hablan en ella son:

ACTO PRIMERO


       Salen don VELA y PORCELLOS, con rodelas, MONGANA y CARRASCO 
                                 suenan cajas 
 
VELA:          Pienso que al arma han tocado.
PORCELLOS:  Las huestes de don García
            tocan arma noche y día.
VELA:       Querrán tener desvelado
               el real de don Ordoño.    
PORCELLOS:  Bien pertrechados están.
VELA:       Paces o treguas harán
            los rigores del otoño.
PORCELLOS:     Ya que en Castilla nacimos
            y ha sido nuestra intención      
            servir al Rey de León,
            pues hijos segundos fuimos
               en nuestras casas, es bien
            que en nuestra grande amistad
            coronada de lealtad                
            segundo nombre nos des
               de Pílades y de Orestes.
VELA:       Ya nos vieron semejantes
            desde que fuimos infantes;
            no digas, no manifiestes           
               con palabras el amor
            que unido en lazos estrechos,
            un alma informa en dos pechos
            una vida y un valor.
PORCELLOS:     Pues las estrellas y Dios,      
            que sin Él, no hay astro alguno,
            en amor nos hacen uno
            con privilegios de dos.
               No nos perdamos, no erremos,
            don Vela nuestra venida.           
            Dividamos esta vida
            que con un alma tenemos,
               Don Ordoño y don García
            hijos legítimos son
            de Alfonso, Rey de León,         
            y pretenden este día
               ambos el Reino.  Y alegan:
            don García, que es mayor;
            don Ordoño, que al traidor
            las cristianas leyes niegan   
               la corona, y que él lo fue
            contra su padre de modo
            que el derecho de ambos, todo
            puesto en las armas se ve.
               Y si agora quiere Dios     
            que muerto quede o vencido
            el que hubiéremos servido,
            perdidos somos los dos;
               porque siendo como digo
            es cierto que su favor        
            no ha de dar el vencedor
            a quien sirvió a su enemigo.
VELA:          Ordenad, don Diego, vos
            lo que habéis de hacer de mí.
PORCELLOS:  Mi parecer es que aquí            
            nos dividamos los dos.
               Con arte se ha de ayudar
            a la Fortuna y la suerte,
            que aun siendo fatal la muerte
            tal vez se suele excusar           
               con el ingenio y discurso.
            No nos perdamos los dos.
            Al un Rey serviréis vos
            y yo al otro, y así el curso
               de la rueda de la Fortuna       
            contrastar y detener
            podemos; pues suele hacer
            las mudanzas de la luna.
               Si venciere vuestro dueño,
            vos me ayudaréis después.      
            Mi amigo sois y no es
            éste consuelo pequeño.
               Si acaso venciere el mío,
            para ser vuestro nací.
            Fïaros podéis de mí                 
            como yo de vos me fío.
               Y así, con ingenio humano,
            amor nos ha dividido,
            porque estando uno caído,
            el otro le dé la mano.           
VELA:          Bien decís, que la amistad
            para más satisfacción
            en la misma división
            nos da perpetua unidad.
               Al hombre, naturaleza           
            los brazos ha dividido,
            para que el uno perdido
            otro ampare la cabeza.
               El capitán que es prudente,
            mezclando fuerzas con artes,       
            por no arriesgarse, en dos partes
            suele dividir su gente
               contra la suerte importuna.
            En esto hallamos remedio,
            pues cogeremos en medio            
            la rueda de la Fortuna,
               y a su correr y volar
            con el paso presuroso,
            como acostumbra, es forzoso
            que en el uno ha de topar.   
PORCELLOS:     ¡A qué Rey queréis servir?      
            Vuestra elección es la mía.
VELA:       Yo serviré a don García.
PORCELLOS:  Yo a don Ordoño; y decir
               pudiera en esta ocasión      
            que mayor dicha me fuera
            que vuestro dueño venciera,
            porque más satisfacción
               tengo de vos que de mí.
            Y venciendo don García          
            pendiera la dicha mía
            de vuestra mano, y así
               más segura la tuviera
            que si la adquiriera yo.
            Aunque ya digo que no,       
            porque si dichoso fuera
               con Ordoño, claro está
            que si un alma en los dos vive,
            ni es infeliz quien recibe
            ni es más dichoso quien da.     
VELA:          Ya vuestros brazos espero.
PORCELLOS:  De la amorosa razón
            ha saltado el corazón
            a recibirlos primero.
MONGANA:       Pues vemos estas finezas,      
            ¿quiere que los dos seamos
            dos monos de nuestros amos?
CARRASCO:   Y aun monas de las cabezas.
MONGANA:       Carrasco, mucho te quiero.
            Cuanto tuviere, por Dios,    
            que ha de ser común de dos,
            excepto moza y dinero.
CARRASCO:      Al cobrar nuestro salario,
            vino y tabaco serán
            tan de ambos, que no sabrán     
            cuál es dueño propietario.
               No ha de haber cosa partida
            entre los dos, de tal suerte
            que engañemos a la muerte
            cuando se engulla una vida.  
MONGANA:       Voto a los rayos de Apolo
            que si pendencia tenemos,
            tan uno los dos seremos
            que has de reñirlas tú solo;
               y mientras riñes, bebiendo   
            estaré, para que asombre
            que esté en dos partes un hombre
            bebiendo a un tiempo y riñendo.
CARRASCO:      Serás gallina desde hoy.
MONGANA:    Si el valiente por guardar   
            su pellejo ha de matar,
            Carrasco, valiente soy,
               pues cuando guardo la vida,
            mato la sed.
PORCELLOS:               Bien está.
            Camino el tiempo abrirá;        
            cada ejército convida
               a que mostremos los dos
            nuestra sangre ilustre el ellos.
VELA:       Adiós, don Diego Porcellos.
PORCELLOS:  Amigo don Vela, adiós.          
MONGANA:       Sin cumplimientos ni ruegos
            nos haremos dos mosquitos.
CARRASCO:   Adiós, honra de coritos.
MONGANA:    Adiós, honra de gallegos.
 
                    Vanse don VELA y MONGANA 
 
CARRASCO:      Pienso, señor, que has errado     
            en haber hecho elección
            de Ordoño, Rey de León
            es García; desterrado
               Ordoño estaba en Galicia.
            A quitarle el reino viene.  
            Difícil es, porque tiene
            el mayor, mayor justicia.
PORCELLOS:     Carrasco, de mí nació
            el dividirnos; no fuera
            puesto en razón que eligiera   
            lo que es más seguro yo.
               Cuanto más, que nunca sabe
            el hombre el mejor camino
            de la dicha, porque vino
            siempre acaso.  No se alabe  
               de que el camino eligió
            dichoso persona alguna,
            que está la buena fortuna
            donde menos se pensó.
CARRASCO:      Aquí viene Ordoño.
PORCELLOS:                         Quiero     
            ofrecerle mi persona,
            y déle Dios la corona
            de un católico hemisfero.
 
                Suenan cajas y salen el REY y SOLDADOS 
 
REY:           ¿Qué me aconsejas?
SOLDADO 1:                         Señor,
            que la batalla no des,       
            porque su ejército es
            en las fuerzas superior.
               Más gente y mejor armada
            es la suya.  Mi consejo
            es retirarte.
REY:                     Eres viejo.     
            Tienes ya la sangre helada.
SOLDADO 1:     No me culpes si perdieres
            tu gente en esa maleza.
PORCELLOS:  Déme los pies, vuestra alteza.
REY:        Dime, soldado, ¿quién eres?     
 
PORCELLOS:     Don Diego Porcellos soy,
            un hidalgo de Castilla,
            que a tu servicio real
            viene ofreciendo su vida.
            Cuando es razón que en campaña     
            los castellanos te sirvan,
            no era bien que se excusase
            mi generosa familia.
            Este nombre, este apellido,
            de española sangre antigua,     
            Fénix es en mí.  Yo solo,
            sin que nadie me compita,
            soy Porcellos, y así quiero
            que nazca de mis cenizas
            segunda vez este nombre,          
            y en España eterno viva.
            A tan altos pensamientos,
            a tan heroica osadía,
            a tan bizarros deseos,
            sólo tu nombre me anima.        
            Si yo en tu servicio mancho
            esta acerada cuchilla
            mezclando púrpura humana
            en las ondas cristalinas
            del Orbigo, si a tus pies    
            dichosamente derriba,
            como un halcón bien templado,
            la varia plumajería
            de su hueste y los leones
            coronados que iluminan       
            con los rayos de sus ojos
            las banderas enemigas,
            ¿qué más gloria para mí?
            ¡Vive el cielo!, que me inclinan
            sus estrellas a servirte;    
            y aunque es elección la mía
            parece que la arrebatan
            con una fuerza divina.
            Ya en las guerras de Navarra,
            ya en las fronteras moriscas,     
            negué al ocio y di experiencia
            a mi hidalga bizarría.
            Si a quien soy correspondí,
            ajenas lenguas lo digan,
            aunque no se alaba aquél        
            que informa de su justicia.
            Esto he dicho porque alegre
            vuestra majestad reciba
            los deseos que mi alma
            le consagra y le dedica;          
            y también porque he mirado
            el real de don García
            con atención.  Y aunque agora
            tiene gente más lucida,
            como el nuestro aunque menor          
            dentro de una hora le embista,
            segura está la victoria,
            si va la caballería
            en frente del escuadrón
            y allí el bagaje camina.        
            Es la razón, porque el aire
            nuestra ayuda solicita,
            que en las espaldas nos da
            tan fuerte que las encinas
            de esas montañas arranca,  
            y siendo razón precisa
            que en los ojos les dé el polvo.
            ¿Quién duda, quién desconfía
            del vencimiento?  Pues, ciegos,
            no ha de haber quien nos resista.      
            Y en laberintos de polvo
            pensarán que las altivas
            escuadras de Xerxes son
            las que gobierna tu dicha.
            Demás de que siendo agora,      
            como vemos, medio día,
            ganamos el sol, pues queda
            sobre las más altas líneas
            del auge, a nuestras espaldas;
            y es fuerza que si declina,  
            crezca el viento, y los caballos,
            partos de la Andalucía,
            como son estas campañas
            tierra blanda y arenisca
            y las lluvias le han faltado,    
            formarán nubes que impidan
            al ejército contrario
            ánimo, fuerzas y vista.
            Y si en esto, ¡oh, gran señor!,
            natural filosofía               
            tiene crédito, yo he visto
            que vuelan buitres por cima 
            de su ejército graznando
            presagios de su rüina,
            pues dicen los naturales          
            que mortandad adivinan.
            ¿Ea, pues! Insigne Ordoño,
            Rey hasta aquí de Galicia,
            y a quien el cielo y las aves
            nuevos reinos pronostican,   
            manda que toquen al arma
            y agora que no imaginan
            los contrarios que has de darles
            la batalla, porque miran
            tus fuerzas inferïores,           
            a Fabio Máximo imita
            que con el arte y la industria
            abismos acometía
            de escuadrones y de tropas.
            Las victorias que publica    
            más celebradas la fama
            son aquéllas que se quitan
            al ejército mayor.
            Sirva, señor, mi venida
            de trompeta porque soy       
            rayo que Júpiter vibra,
            furor que el cielo desata,
            flecha que Marte fulmina,
            prodigio que el mar aborta,
            bomba que el fuego fabrica,  
            cuartana de este León,
            timbre y blasón de Castilla;
            y, lo que más es, señor,
            soldado de tu milicia.
REY:        ¡Vive Dios!, que no me dieran     
            más ánimo y alegría
            las lanzas de los romanos
            y las flechas de los Scitas.
            Dame los brazos, Porcellos.
SOLDADO 1:  Agora llega una espía           
            del ejército contrario.
 
                             Sale el ESPIA 
 
REY:        ¿Qué hay de nuevo?
ESPÍA:                        Que dos hijas
            del Rey de Navarra vienen.
            Violante con don García
            se viene a casar;  Leonor    
            la acompaña, y tanto fían
            de su victoria que el Rey
            quiere que en su tienda misma
            las reciban, sin que pasen
            a León.  Y de Castilla          
            un gran soldado ha venido
            que con razones incita
            a que nos ganen el puesto.
            Don Vela se llama.
PORCELLOS:                  (Y brillan        [Aparte]
            en sus armas, envidiosos,    
            los rayos del sol).
REY:                          Embista
            nuestro ejército primero
            al arma, y la infantería
            siga a los caballos.
PORCELLOS:                     ¡Cierra,
            pues la ocasión nos anima!      
 
                      Vanse.  Quédase CARRASCO 
 
CARRASCO:   Estando llena de moros
            España, ¿no es gran desdicha
            ver ejércitos cristianos
            manchar con su sangre misma
            las campañas?
 
                             Tocan al arma 
 
                         Ya acometen.     
            Todo es confusión y grita,
            todo es horror.  Unos y otros
            a Santïago apellidan.
            Entrar quiero en la batalla,
            aunque el alma me lastima    
            ver en conflicto tan grande
            que todos tengamos crisma.
 
    Dase la batalla con orden y salen de dos en dos los que hablan 
 
GARCÍA:     ¿Cómo a tu hermano mayor
            el reino le tiranizas?
REY:        Para vengar a mi padre       
            a quien tú en su misma vida
            heredaste con violencia.
GARCÍA:     Eres traidor.
REY:                     Es mentira.
            Soy venganza de los cielos.
GARCÍA:     En vano, Ordoño, porfías.     
 
                   Vanse.  Salen CARRASCO y MONGANA 
 
MONGANA:    Mongana soy, buen Carrasco,
            ¿cómo de veras me tiras?
CARRASCO:   No te conozco, ¡pelea!
MONGANA:    ¿Cómo quieres tú que riña
            con mis amigos?
CARRASCO:                  Contrarios    
            somos ya.  ¡Riñe, gallina!
MONGANA:    Ojalá que yo lo fuera
            pues siéndolo, volaría.
CARRASCO:   ¡Riñe, liebre!
MONGANA:                 Si lo fuera
            correr pudiera.  ¿No miras   
            a don Vela, mi señor,
            que mata, asuela y derriba?
CARRASCO:   ¿Por qué no miras también
            a Porcellos que es la grima
            de tu gente?
MONGANA:                 Vuelve el rostro.    
            Verás que vienen aprisa
            marchando mil elefantes
            con sus castillos encima.
CARRASCO:   ¿Por dónde?
 
                           Vuelve el rostro 
 
MONGANA:            ¡Por el infierno!
 
                          Huye MONGANA 
 
CARRASCO:   ¡Ah, cobarde, allá caminas!     
 
                   Vanse.  Salen PORCELLOS y GARCIA 
 
PORCELLOS:     Cuando todos van huyendo
            de mi valor y mi furia,
            ¿tú me esperas?  Ya es injuria
            de la fama que pretendo.
GARCÍA:        Verás quien es don García,      
            alma y fuerzas de León.
PORCELLOS:  Bien merecerá perdón,
            señor, quien no os conocía.
 
                           Retira la espada 
 
               De vos retiro la espada;
            que siendo de buena ley           
            cortar no sabe en un rey,
            porque es majestad sagrada.
GARCÍA:        No atribuyas a respeto
            lo que fue temor.  ¡Pelea!
PORCELLOS:  ¿Hay respeto que no sea           
            temor también?  Yo prometo
               que miro en ti una deidad
            tan oculta y superior
            que animándome el valor,
            me acobarda la lealtad.           
               Cuando no te coronara
            timbre y laurel soberano,
            solamente por hermano
            de mi Rey te respetara.
GARCÍA:        Hombre que a Ordoño sirvió,     
            ¿no ha venido contra mí?
PORCELLOS:  Contra tus soldados, sí;
            contra tu persona, no.
GARCÍA:        Pues aquí viene soldado
            con quien habrás menester  
            tu valor.  Dale a entender
            quién eres.
 
                    Sale don VELA buscando a su REY 
 
VELA:                 Iré a tu lado.
GARCÍA:        A animar iré mi gente.
            Si ése vences, he vencido.
 
                              Vase el REY 
 
PORCELLOS:  Si en su lugar has venido,   
            menester has ser valiente.
VELA:          Ya lo sentirás.
PORCELLOS:                    ¡Don Vela!
VELA:       ¡Don Diego!
PORCELLOS:               Pésame a fe,
            de encontrarte aquí.
VELA:                         ¿Por qué?
PORCELLOS:  Porque mi brazo recela       
               ofenderte, y la amistad
            ha de estar con el honor
            en lugar inferïor,
            y el honor es la lealtad.
VELA:          A nuestros reyes servimos      
            y amigos somos.  ¿Qué haremos?
PORCELLOS:  La obligación que tenemos:
            morir, porque a esto venimos.
VELA:          Será reñir contra mí.
PORCELLOS:  Yo pareceré soldado             
            o loco o desesperado
            que se da la muerte a sí.
               No podemos excusallo.
            ¡Viva mi Rey!
VELA:                    ¡Viva el mío!
PORCELLOS:  ¡Oh, vasallo de gran brío!      
VELA:       ¡Oh, valor de gran vasallo!
 
                         Riñen un poco 
 
PORCELLOS:     En dividirnos erramos.
VELA:       Encontrarnos fue desdicha.
PORCELLOS:  ¡Qué mal buscamos la dicha!
VELA:       Pues, muramos.
PORCELLOS:               Pues, muramos.  
 
                        Riñen otro poco 
 
               ¿Estás, don Vela, cansado?
VELA:       Cuidado tengo de ti.
PORCELLOS:  Más mi amigo eres así;
            que te quiero muy honrado.
VELA:          Casi por rendirme estoy.  
PORCELLOS:  Eso no haremos jamás.
            Tú porque en mi pecho estás;
            yo porque tu imagen soy.
VELA:          Si nuestra la causa fuera,
            rendirme yo fuera ley.       
PORCELLOS:  Pues que sirves a tu Rey,
            amigo, tu amigo muera.
VELA:          ¿Quién ha visto tal crueldad?
            Contra sí son los aceros.
PORCELLOS:  Dios y el Rey son los primeros;   
            después entra la amistad.
VELA:          Si morimos, fama y gloria
            serán dos triunfos pequeños.
PORCELLOS:  El honor de nuestros dueños
            consiste en nuestra victoria.     
VELA:          Pues, amigo, pelear
            hasta morir o vencer.
 
                            Tocan a retirar 
 
PORCELLOS:  Si me matas, vengo a ser
            más tu amigo.
VELA:                   A retirar
               han tocado.
PORCELLOS:               Ya los dos,     
            sin ser traidores, podemos
            retirarnos.
VELA:                    Retiremos.
PORCELLOS:  Pues, adiós amigo.
VELA:                         Adiós.
 
Salen ORDOÑO y GARCIA vencido. MONGANA y CARRASCO también
REY: Tus esperanzas vencí. Rinde el ánimo también o daréte muerte. GARCÍA: ¿A quién he de dar mi espada? REY: A mí. VELA: A tu lado estoy, señor, que quiero morir contigo. GARCÍA: Ya no es tiempo, Vela amigo, sino de mostrar valor con la paciencia. Venció quien menos razón tenía. Ya soy sólo don García, vencido y preso; Rey, no. REY: Rinde, soldado, la espada. VELA: Cuando mi Rey la ha rendido, honra mía es ser vencido. La defensa es excusada. Dos fuertes cuchillas ves, oh, vencedor soberano, la de mi Rey en tu mano, la del vasallo a tus pies. REY: Levanta esa espada, Conde. PORCELLOS: ¿Quién ese nombre merece? REY: Sólo el que Marte parece y a su sangre corresponde. PORCELLOS: Título es nuevo en España. REY: Nuevo es también tu valor. PORCELLOS: Los pies te beso, señor. REY: Tuya es la victoria; hazaña digna de Porcellos es. Nuevas honras darte quiero. También es tu prisionero ese soldado. PORCELLOS: Los pies otra vez humilde beso. Diez siglos te guarde Dios. A VELA Así seremos los dos, tú mi dueño y yo tu preso. MONGANA: Este título de conde, ¿qué significa? CARRASCO: No sé. MONGANA: Conde, sin decir de qué, honras son de viento. CARRASCO: ¿Y dónde piensas que estás? MONGANA: Donde acabo la vida y llantos escucho. CARRASCO: No te desconsueles mucho; que en efecto eres mi esclavo. Tocan y sale un SOLDADO SOLDADO 1: La que Reina de León vino a ser, llega a mediar vuestras discordias. GARCÍA: Y a dar a mis ojos más pasión. Salen VIOLANTE, LEONOR, acompañamiento de camino VIOLANTE: Reyes famosos, ¿cuando a bodas vengo hallo batallas entre dos hermanos? ¿Los tálamos dichosos que yo tengo son tumbas y sepulcros de cristianos? Cuando los labios con amor prevengo para besar alegre vuestras manos, debiendo ser unidas y trabadas, ¿en vuestra misma sangre están manchadas? Cuando el yugo de bárbaros oprime la cerviz española con tal brío que parece que Júpiter esgrime los rayos desatados del estío, el Hispérico mar con horror gime de ver que la corriente de ese río en lágrimas y sangre el sendo lleve debido en ondas de cristal y nieve. Envaine la razón vuestra cuchilla, corónense de paz vuestros deseos, y desterrad los moros de Castilla, si con sed anheláis de más trofeos; que dilatando van desde Sevilla su imperio hasta los altos pirineos rompiendo con orgullo y prez bizarra las antiguas cadenas de Navarra. (Ni sé cuál es Ordoño ni García; [Aparte] mas ya conozco al uno en la tristeza y al otro he conocido en la alegría, afectos que nos dio naturaleza con que las almas hablan cada día). ¡Ea, señor!, aliéntase su alteza. No ha de enseñar el que es varón constante a la adversa fortuna mal semblante. Estar alegre aquí fuera locura; corto valor será mostrarse triste. Un rostro has de mostrar y un figura al bien y al mal si generoso fuiste. Considera, señor, cuán poco dura la dicha de los hombres. Monte viste que columna del cielo ha parecido y las olas del mar se la han sorbido. El que ayer fue un imperio generoso hoy es despojo vil de la Fortuna; cadáver viene a ser lo más hermoso; firmeza no ve el hombre en cosa alguna. El que mísero ayer vivió envidioso hoy trepa hasta la esfera de la luna, y envidiado se ve; y dará mañana escarmiento fatal. ¡Lástima humana! Para morir con vos, y para amaros o viviendo y muriendo, habré venido. Del amor conyugal ejemplos raros seremos a pesar de humano olvido. Vuestra sombra seré, y acompañaros pretendo, aunque este reino habéis perdido. No me desposo yo con la corona, ¿qué reino como el alma y la persona? Y a ti, crüel y bárbaro ambicioso, que pretendes reinar tiranamente, ¿no hay un rayo del cielo poderoso que fulmine ese pecho o lo escarmiente? ¿De qué sirve que estés vanaglorioso si ves que la Fortuna es loca y miente? Seguridad promete y nos engaña. Hablen aquí los términos de España. No llegues a triunfar de la victoria. Las garras del León que tiranizas, deshaciendo tu pompa y vanagloria con roja sangre y pálidas cenizas, en los anales borren la memoria de tu renombre, y las espumas rizas del mar del norte en piélagos crüeles de fúnebre pasaje a tus bajeles. REY: Conde. PORCELLOS: ¿Qué manda tu alteza? REY: ¡Vive Dios, que causa amor este singular valor, esta celestial belleza! PORCELLOS: En Navarra la serví de menino, y a mi ver no hay más perfecta mujer. REY: ¿Deidades son las que vi! GARCÍA: Señora, infelice ha sido vuestro valor soberano, pues que viene a dar la mano a un hombre preso y rendido. A ser Reina de León salisteis de vuestra casa. Ya habéis visto lo que pasa. Vueltas de Fortuna son. VIOLANTE: No ha de decir en Castilla que fui vana y ambiciosa. Yo, señor, soy vuestra esposa. GARCÍA: ¡Oh, valor! ¡Oh, maravilla de las mujeres! Vale a dar la mano REY: Detente, porque con tu misma espada la mano darás manchada de tu misma sangre. A Porcellos Ardiente es ya, Conde, mi pasión. Dísela luego a Violante. Su esposo seré y su amante; postra a sus pies un León. PORCELLOS: Señora, si vuestra alteza para ser de un rey venía, no ha de ser de don García, que será vana fineza. Dulce cosa es el reinar; hija de un rey no ha de ser vasalla de otro, y tener dueño que preso ha de estar mientras viva. ¿Habrá ninguna que desestime el valor, que aborrezca al vencedor, y desprecie la Fortuna? VIOLANTE: Don Diego, ¿tú me aconsejas tal mudanza y elección? PORCELLOS: Si por un Rey de León un hombre vencido dejas, será mudanza bizarra. A LEONOR Ayúdame a persuadir, bella Leonor. LEONOR: (Y a sentir [Aparte] otra vez lo que en Navarra. ¡Ay, don Diego! ¡Ay, cruel amor! Huyendo para olvidar he venido a tropezar otra vez en tu rigor). Señora, ¿Ordoño no es más galán y más valiente? VIOLANTE: ¿Y que tú tan fácilmente esos consejos me des? GARCÍA: ¿No te ha bastado, tirano, hacer traidora invasión en el reino de León, sino querer dar la mano a Violante, y ver perdida pompa de un rey y un amante? Sin el reino y sin Violante, ¿para qué quiero la vida? Salgamos a desafío los dos. Determine el duelo esta causa ya que el cielo se muestra contrario mío. REY: A salir no está obligado con su preso un rey así. GARCÍA: Salga don Vela por mí. Señala tú otro soldado. REY: Salga Porcellos. VELA: Mi Rey, aunque el reino haya perdido, el Rey legítimo ha sido por naturaleza y ley. Y es cierto que si la mano Violante a mi Rey le da, mujer de un rey se dirá y no esposa de un tirano. PORCELLOS: Cuando la naturaleza da los reinos eminentes, el derecho de las gentes da el imperio, y la grandeza en las armas consistió; y así es rey más celebrado el que el reino ha conquistado que aquél que el reino heredó. VELA: Esa fue sofistería del ingenio, que no hubiera en el mundo, si eso fuera, ni traición ni tiranía. PORCELLOS: Si el vasallo con malicia se opone a rey soberano, decirse debe tirano, no al que emprende con justicia. VELA: Y el pretender la mujer tras el reino a su pesar, ¿cómo se podrá llamar? PORCELLOS: Accidente del poder. VELA: ¿Y no es violencia? PORCELLOS: Aun no ha dado la mano. VELA: Ya hay resistencia. PORCELLOS: ¿Como puede ser violencia mejorándola de estado? VELA: Yo lo contradigo. PORCELLOS: Aquí lo estoy defendiendo yo. Empuñadas las espadas, que ha vuelto don DIEGO a VELA la suya VELA: ¿Y no es injusticia? PORCELLOS: No. VELA: Luego, ¿tienes razón? PORCELLOS: Sí. VELA: Pues así espero la palma. PORCELLOS: Pues así me está debida. Meten mano VELA: ¡Ay, amigo de mi vida! PORCELLOS: ¡Ay, amigo de mi alma! VIOLANTE: ¿Y ésta es acción generosa? Puesta en medio LEONOR: (Mi antiguo amor no consiente [Aparte] un suceso indiferente y una victoria dudosa). Esperad, suspended luego las armas; que en esto es don Garcia descortés y poco bizarro, ciego de su pasión. Di, García, ¿no querer que Reina sea la que servirte desea es amor? ¿Es bizarría? ¿Preso y vencido pretendes mujer de tanto valor? Las leyes rompes de amor. La razón de amor ofendes. Amar es querer el bien de lo amado aunque haya sido con daño propio. GARCÍA: Vencido soy de tu razón también. Dueño no se ha de llamar de la divina Violante, ni merece ser su amante un hombre particular. De rodillas Yo suplico a vuestra alteza que, pues a ser Reina vino, siga la ley del destino esa singular belleza. VIOLANTE: A nadie fuerza esa ley. Levántale No esté así, que en mi opinión tiene más estimación nacer rey que morir rey; porque, sin duda ninguna, superior es la grandeza que da la naturaleza a la que da la Fortuna. PORCELLOS: ¿Qué determinas, señora? VIOLANTE: Dudo y temo. PORCELLOS: ¿Qué es dudar? ¿Qué es temer? VIOLANTE: Es conservar mi opinión. PORCELLOS: Piérdese agora. VIOLANTE: ¿Yo, ambiciosa? PORCELLOS: No, es peor. VIOLANTE: ¿Qué? Prosigue. PORCELLOS: Que se diga que es amor el que te obliga. VIOLANTE: No, siendo honesto el amor. PORCELLOS: ¿Y la ambición es defecto en la que es sangre real? VIOLANTE: Defecto fue natural. PORCELLOS: Luego llamaráse afecto. VIOLANTE: ¿Qué importa que afecto sea? PORCELLOS: Ser más lícito. VIOLANTE: ¿Por qué? PORCELLOS: Porque es propio. VIOLANTE: Impropio fue. PORCELLOS: ¿Cuándo? VIOLANTE: Cuando se desea. PORCELLOS: Ya es valor. VIOLANTE: ¿Cómo valor? PORCELLOS: ¿No es valor noble deseo? VIOLANTE: Un reino es breve trofeo. PORCELLOS: ¿Para quién? VIOLANTE: Para el amor. PORCELLOS: ¿Luego amaste? VIOLANTE: Al que tenía por dueño, sí, que conviene. PORCELLOS: Muda objeto. ¿Qué más tiene que don Ordoño don García? VIOLANTE: El haber sido primero. PORCELLOS: Como rey le imaginaste. VIOLANTE: Es verdad. PORCELLOS: Pues, rey hallaste. VIOLANTE: Dices bien, pero... PORCELLOS: No hay pero. Reina has de ser de León. VIOLANTE: Ya me tienes convencida. PORCELLOS: Déte el cielo larga vida. REY: ¿Quién la venció? PORCELLOS: La razón. Ya es tuya aquella hermosura. Están desviados los REYES y ellos en medio REY: Y tú, don Diego, has de ser el jüez y canciller de mis reinos. PORCELLOS: Soy tu hechura. REY: Hasta agora no vencí, porque el fin de la victoria es el triunfo y es la gloria, y ésa Violante, está en ti. VIOLANTE: Ya, señor, que esto ha de ser; en mi mano hallaréis vos fe y amor. Vale a dar la mano y cae VIOLANTE ¡Válgame Dios! ¿Esto es casarse o caer? LEONOR: Mal agüero. PORCELLOS: Es error vano. No hay agüeros. REY: Esto ha sido que mis brazos ha pedido tu amor al darte la mano. Y de aquella sujección que has querido, te levanto con el matrimonio santo a ser dueño de León. VIOLANTE: ¡Ay, Leonor, cómo he temblado! LEONOR: ¿Cuándo tú sueles temer? REY: Cuando gano esta mujer, este reino, este soldado, para mí es felice día. Entrándose a la puerta GARCÍA: Por ti sólo, amigo, siento en mi desdicha tormento. VELA: Tu mal siente el alma mía. A PORCELLOS LEONOR: Aun vive mi voluntad. PORCELLOS: Tuyo soy y tuyo fui. VELA: Don Diego, acordaos de mí. PORCELLOS: Sagrada fue la amistad. VELA: Y desdichada mi suerte. PORCELLOS: Ningún sabio se ha llamad dichoso ni desdichado hasta que llega la muerte.
Como van hablando se van entrando de modo que desde una puerta a otra se dice este fin

FIN DEL ACTO PRIMERO

No hay dicha ni desdicha hasta la muerte, Jornada II  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002