NARDO ANTONIO, BANDOLERO

Antonio Mira de Amescua

El texto presentado aquí, NARDO ANTONIO, BANDOLERO, está basado en la edición príncipe en LAS COMEDIAS DEL FÉNIX DE ESPAÑA, LOPE DE VEGA CRAPIO [sic], PARTE VEINTE Y CINCO (Barcelona: Sebastián Cormellas, 1631). La edición presente fue preparada por Vern G. Williamsen in 1976.


Personas que hablan en ella:

PRIMER ACTO


Suena música y salen BATISTELA, LEONELO, [ROSELO] y TIMBRIO, soldados
ROSELO: ¡Bravo recibimiento! LEONELO: ¡Generoso! BATISTELA: De Nápoles su esfuerzo acreditado, que al conde de Miranda valeroso muestra, en festín general [celebrado]. Puede llamarse el reino venturoso con tal virrey, que a fuer de buen soldado, hoy ha honrado con premios la milicia mezclando la piedad con tal justicia. LEONELO: A aquesta sala viene. BATISTELA: Aquí veremos más espacio el valor de su presencia, a quien tan grande amor los más debemos, claros indicios de su real clemencia; y al buen amigo Nardo aguardaremos en este puesto. ROSELO: Alcanza su presencia de valeroso Alcides testimonio. LEONELO: Es la flor de este reino Nardo Antonio.
Sale el CONDE de Miranda y acompañamiento
CONDE: Estoy como admirado, agradecido, familia noble, de admirar festines, y de haber cuidadosa prevenido burlas a mayo con mentir jardines. Parece que Amaltea, en el lucido espacio de claveles y jazmines, porque dure de Nápoles la fama, copia fragante con amor derrama. El mar, la tierra, a toda priesa mueven dulce armonía, aquélla tremolando banderolas al aire, a quien se atreven lisonjeros bullicios, caminando; sobre estotras, de fuego estrellas llueven, que hasta el cielo al principio van volando y después en los vientos desatadas bajan del cielo al suelo despeñadas. Pedazos arrancados de los vientos, menuda arena, castigados, huellan, y de airosos veloces movimientos, descubiertas tal vez las piedras mellan. Al freno humildes, al clarín atentos, presumiendo poder, la tierra sellan, y en cada asiento del compás menudo de sus armas estampan un escudo. Todo mueve a deleite, todo admira, el mar del humo forma nubes densas, oscura niebla que al caño respira, paran las aves al rumor suspensas; y como cuando el sol al mar retira hermosas luces, de temor defensas, recelando tinieblas y temores, así buscan el miedo entre las flores.
Sale LISENO
LISENO: Ricardo viejo, y el barón Gerardo, para hablarte, señor, piden licencia. CONDE: Ya con los brazos a los dos aguardo.
Salen RICARDO y GERARDO
GERARDO: Los pies nos mande dar vuestra excelencia. CONDE: Los brazos recibid, llegad, Ricardo. RICARDO: ¡Príncipe heroico! GERARDO: ¡Señoril presencia! CONDE: Sillas para los tres. RICARDO: ¡Honroso intento! CONDE: Dejadnos solos. GERARDO: ¡Español aliento! CONDE: Decid lo que queréis. RICARDO: Invicto conde, poner en vuestras manos mi nobleza. Defensa pido de mi honor, que adonde guarda esta joya mujeril belleza pocas veces honrosa corresponde, y más habiendo con honor pobreza. Ésta, señor, me tiene deslucido, poniendo en tronco noble eterno olvido. Dióme el cielo una hija que Gerardo honrar pretende en tálamo amoroso, que aunque es la propia sangre de Ricardo hízole su riqueza más dichoso. Por esto con su mano honrar aguardo lustre que llame aliento poderoso, que acobarda al más noble la pobreza aunque al sol se aventaje la nobleza. Pero amor, envidioso de mis dichas, cegó, atrevido, la deidad más bella, porque borrando las grandezas dichas, pierda el honor, que me guardaba en ella; si bien no son tan ciertas mis desdichas, si el poder de un virrey las atropella, que no llegó de honor al rompimiento quien pretende tan alto casamiento. Los dos conformes, enlazar quisieron nobleza y humildad, pero advertido dije que si, cuando a mi honor pidieron aquel estrecho lazo prevenido temor fue que mis canas previnieron, porque el mozo, señor, es atrevido, y aunque humilde, valiente, por quien goza desenvuelta amistad de gente moza. Pedíle por entonces, con engaños, que el fin de sus deseos dilatase, fingiendo en mi Leonarda breves años, y la palabra que le di guardase; previniendo con esto, que mis daños brazo robusto a tiempo remediase sin dar parte a mis deudos que sería hacer mayor esta desgracia mía. Partióse de mi casa satisfecho de la palabra que yo le di en tanto quise apagar las ansias de mi pecho, templando sus congojas con mi llanto; por el raudal de aquel cristal deshecho, risa fingí con el hermoso encanto en quien mi honor su presunción apoya, horror oscuro de luciente joya. El mozo en la marcial caballería ejercita sus fuerzas deseando aquel felice y venturoso día su honor con mi palabra acrecentando; pero llegó para ventura mía vueselencia a este reino a quien besando los pies, suplico que mi honor defienda, para que Nardo Antonio no le ofenda. Que de Gerardo, la familia honrada, y con mis deudos, que al valor exceden, defenderán con belicosa espada que acciones bajas mi nobleza enreden; si vos, en ocasión tan apretada, no procuráis que divid[id]os queden estos lazos de amor que tan sutiles manchan noblezas con personas viles. GERARDO: Vueselencia, señor, acreditando la parte que Ricardo le suplica, su honor defienda, su nobleza honrando con el valor que a todos comunica; pues los intentos nuestros estorbando imprudente rigor, la paz aplica, que si no, toda Italia admirara de la venganza que su honor tomara. No porque ha habido mancha, en que pretenda un desigual tan alto casamiento, mas porque castigado, Nardo entienda su altivo arrogante pensamiento; que no es razón que un hombre vil defienda injusto de su amor atrevimiento diciendo que le culpa la palabra quien en diamantes su nobleza labra. Si un viejo se la dio, fue de cobarde al valor de un mancebo tan esquivo, si un mozo se la diera, fuera alarde y aliento superior mostrarse altivo; mas cuando llega a su valor tan tarde, júzguele muerto, no le llame vivo, y así el rigor con que el casarme impide a edad pequeña la palabra pide. Estos daños, señor, estos rigores, como vuestra excelencia se lo mande, gustos serán y perderán temores, reconocidos a merced tan grande; prosiga vueselencia sus favores, que el brazo noble no es razón que ande gastando en tosco ingenio heroico estilo ni con espada vil midiendo el filo. CONDE: Haré cuanto pudiere por serviros, si bien promete el caso resistencia, si la palabra que llegó a pediros, le disteis vos, aunque alegáis violencia; bien podéis sin cuidado despediros que yo prometo con mayor prudencia deshacer este lazo, interponiendo mi autoridad, y su valor venciendo. ¡Lisardo!
Sale LISARDO
LISARDO: ¿Señor? CONDE: A los soldados preguntaréis por Nardo Antonio. Id luego y decid que entre a verme.
Vase LISARDO
RICARDO: Mis cuidados con tal favor admitirán sosiego. CONDE: Los dos en ese cuarto retirados esperaréis. GERARDO: A ver mis dichas llego. RICARDO: Dame tus pies, señor. CONDE: Alzad, Ricardo. RICARDO: De ti el remedio de mi honor aguardo.
Vanse. Sale LISARDO
LISARDO: De Nardo Antonio ha venido un crïado suyo afuera. Que venga a palacio espera, despejado y atrevido. CONDE: Decid que entre, y en llegando Nardo Antonio, me avisad. LISARDO: Su excelencia os llama, entrad.
Sale MORÓN
MORÓN: [(Llego a vuestros pies temblando)]. Aparte CONDE: Salíos afuera.
Vase LISARDO
MORÓN: (A mí Aparte me manda el conde pringar). CONDE: ¿De dónde sois? MORÓN: De un lugar que está muy lejos de aquí. CONDE: ¿Sois español? MORÓN: ¿No lo ve vueselencia en el despejo y en lo adusto del pellejo? CONDE: Decís bien. No lo miré. ¿De qué tierra sois? MORÓN: Manchego. CONDE: ¿Y cómo os llamáis? MORÓN: Morón. CONDE: ¿Valiente? MORÓN: Soy un Nerón si de cólera me ciego. Un aduar de gitanos allá en mi tierra quemé, y por eso me llamé Nerón. Tengo buenas manos. CONDE: ¿Y servís? MORÓN: A Nardo Antonio. CONDE: ¿Es valiente? MORÓN: ¡Pesia [a] tal! Es un varón inmortal. Yo sólo gran testimonio de sus pendencias he dado. CONDE: ¿Le ayudáis? MORÓN: No, mi señor, para contarlas mejor las miro desde un tejado. CONDE: ¿No es mejor hallarse en ellas? MORÓN: Ni tan bueno. Yo, señor, soy piadoso en el rigor y si participo de ellas por no matar al contrario vuelvo la espalda y camino. CONDE: ¡Gran valor! MORÓN: Soy peregrino si bien cuando es necesario, --¡Pesia a tal!--soy un demonio. Mas, dejando mi valor, ¿qué es lo que queréis, señor? CONDE: Saber quién es Nardo Antonio. MORÓN: Ninguno sabe su historia, como el que tenéis presente, que tengo de ella en la frente un librillo de memoria. A su padre conocí mejor que al que me parió. Fue buen zapatero, y yo de su aprendiz le serví, aunque anda cierta opinión que su valor desanima, que no lo fue de obra prima sino gentil remendón. El mozo ha salido honrado. Quísole mucho su madre. No quiso ayudar al padre por inclinarse a soldado. Dará por un español el alma. CONDE: ¿Tanto los quiere? MORÓN: Por esta nación se muere. En fin son rayos del sol. Es bien quisto y es valiente. Gasta muy poca parola, es muy diestro de la sola aunque se muestra prudente. Murió la madre y el padre, y la hacienda que quedó con amigos la gastó. Sí, por vida de mi madre. Témenle sus enemigos, aunque son pocos, señor, y aumenta más su valor el tener muchos amigos. Los nobles, con otro intento, le muestran ceño crüel por haber notado en él tan humilde nacimiento. Al fin dilató su fama y amor se la aficionó y de Nápoles les dio a la más hermosa dama. Así tiene en la memoria que el padre de la doncella ha de casarle con ella con que da fin esta historia. CONDE: Huélgome de haberla oído.
Sale LISARDO
LISARDO: Nardo Antonio está aquí fuera. CONDE: Decid que entre. Afuera espera. MORÓN: No me doy por despedido.
Vase. Sale NARDO Antonio, de soldado muy bizarro
NARDO: Déme los pies, vueselencia. CONDE: Tomad, Antonio, los brazos. NARDO: En el cielo de estos brazos, ¿me dais, gran señor, licencia para atreverme a decir que en cierta ocasión me honréis? CONDE: Si vos, Nardo Antonio, hacéis lo que yo os quiero pedir. NARDO: Yo haré lo que me pidáis, y aunque aventure mi honor, os doy palabra, señor. CONDE: Mirad bien qué me la dais. NARDO: Sí, señor. CONDE: Pues os la doy de hacerlo también. Pedí. NARDO: Ya, señor, dichoso fui. Ya mudé el ser de quien soy con esa palabra. Pido ya que licencia me dais que mi padrino seáis. Dejaréisme ennoblecido. Hacedme tan gran favor, pues con general agrado soy a España aficionado de quien aprendo valor. Ya conocéis a Ricardo, aunque pobre, con honor. Éste es mi suegro, señor. Confieso que me acobardo viendo que humilde nací; y luego a ser tan dichoso mostróse Amor poderoso y a tanto cielo subí. Tengo algunos enemigos que me quisieran quitar esta gloria a dar lugar el valor de mis amigos. Pero como vos me honréis, podré decir con verdad que levantáis mi humildad y que igual al sol me hacéis. CONDE: Nardo, una cosa decís con que en dudas me dejáis, si he de pedir que no hagáis eso mismo que pedís. Y os di palabra de hacer todo lo que habéis pedido, pero el daño conocido es muy fácil de romper. Mejor es que me cumpláis lo que yo de vos recibo, pues con ésta quedáis vivo, con ésa muerto quedáis. Hoy se casa con Gerardo la que por mujer tenéis, y así pido que olvidéis la palabra de Ricardo. Ser desiguales los dos esta mudanza ha causado, no porque no es muy honrado el valor que vive en vos. Todo Nápoles está dispuesto para mataros y si queréis apartaros mil favores os dará. Yo prometo de mi parte premiar vuestra valentía tanto que envidie algún día materiales honores Marte. NARDO: Confuso me habéis dejado pero bien es advirtáis que a un hombre honrado quitáis la opinión de ser honrado. Si con cautela, señor, Ricardo pudo dos años engañarme, estos engaños es afrenta de mi honor. La palabra prometida a un hombre honrado, es razón que se cumpla o su opinión quedará siempre rompida. Si Ricardo noble ha sido, no pido yo su nobleza; de Leonarda la belleza, señor, solamente pido. Que no es bien porque celebre las bodas con el barón que se pierda mi opinión ni mi palabra se quiebre. No quiero aquí proponer el amor de tantos años, aunque son mayores daños para quien sabe querer. Que si solamente amor en aquesta traza hubiera por vos, señor, le perdiera, pero hay amor y hay honor. CONDE: Lo que yo os pido no afrenta, antes aumenta valor, y este género de honor queda Antonio por mi cuenta. Mirad que soy vuestro amigo, y que en hacerlo acertáis. Veréis después como dais envidia a vuestro enemigo. Yo debo, Nardo, estorbar los daños que puede haber. Yo lo pido, y ha de ser. NARDO: En todo podéis mandar. (No replicarle es mejor Aparte porque se puede enojar. Yo sabré bien granjear lo que pretende mi honor). CONDE: Mucho me habéis obligado. NARDO: Pídelo, vuesa excelencia, y no ha de haber resistencia. CONDE: Sois valiente, y sois honrado. Por mi cuenta queda ya el favoreceros, Nardo. NARDO: Tan grande favor aguardo, que como vuestro será. CONDE: Dadme los brazos y adiós.
Vase
NARDO: Mil veces tus plantas beso. Que ha habido engaño confieso en el trato de los dos. ¿Cautelas a Nardo? El cielo mi venganza ha de animar y a sus ojos he de dar temores a todo el suelo. Será venganza mortal. Será rigor atrevido; que un hombre honrado ofendido es como furia infernal. Amigos tengo obligados que defenderme podrán, y para esta empresa están de mi amistad conjurados. Bien Leonarda me previno este suceso, y en ella tengo favorable estrella. Defenderla determino. De una pretensión forzada, aunque Nápoles me ofenda, pues para que me defienda valor tengo y tengo espada.
Vase. Sale LEONARDA, sola
LEONARDA: Con recelo de perder salgo a divertir amor, si bien aqueste temor es bien fácil de vencer. Que, aunque acredita poder a la mariposa imita que alentada solicita cercos burlando a la vela; mas como a la llama vuelva, la vida el fuego le quita. Lo mismo sucede a amor en las pretensiones mías. Gerardo alienta porfías, desdeña en Nardo el valor; mas como el suyo es mayor, cercos de amor se consiente a este mozo impertinente que presumido le ciega, pero guárdele si llega al honor de Nardo ardiente. Pues siendo esto así recelo: bien es que esto así dejéis, si en su defensa tenéis, al más valiente del suelo. No pudo al temor desuelo jamás en él, ni admirar pudo un imposible amar, antes es tan atrevido que al sol de rayos vestido la luz pretende quitar. No es posible que nació de humildes padres un hombre que tan levantado nombre en Nápoles mereció. ¿Qué hice en amarle yo aunque tan noble nací? Pero, Amor, despierta. Di que su valor puede amar, pues ha llegado a igualar la nobleza que hay en mí. Seré suya aunque la vida por serlo llegue a [p]erder; que si quiere una mujer pocas veces en vencida. Mostréme al valor tendida, no de la gala luciente, vencerse mi amor consiente aunque el asco en rigor no disminuye el valor, ni hace cobarde al valiente.
Salen MORÓN y JULIA, criada
JULIA: ¡Qué te pudiste atrever! MORÓN: Aunque el mismo infierno fuera, entrara de esta manera. Mal conoces mi poder. LEONARDA: ¿Qué hay, Morón? MORÓN: ¿Qué puede haber? Celos, desdenes, rigores, ansias, ofensas, temores, y trescientas cosas más que en ese papel verás lleno de dos mil favores. LEONARDA: Ponte, Julia, a la ventana. Mira si mi padre viene. Confusa el papel me tiene. MORÓN: Aquesa luz soberana desde hoy Gerardo profana. LEONARDA: ¿Cómo? MORÓN: El papel lo dirá. Abre presto. Ábrele ya. LEONARDA: Con temor rompo la nema. MORÓN: ¡Ea, pues, qué linda flema! Abre. Acaba. ¿Qué vendrá?
Lee
LEONARDA: "Leonarda, ya ha llegado el día tan recelado de tu entendimiento. El virrey me ha pedido pierda tus luces bellas. Dile palabra de no pedir la que tu padre me dio con engaño, temiendo su indignación. No fue temor sino cordura. Ya sabes lo que tenemos tratado para cuando llegase la forzosa. Esta noche dicen que te casas con Gerardo. Engáñanse los que lo dicen. Ignorancias son de mi valor. Yo quedo prevenido y mis amigos. Haz tú lo que sabes; que has de ser mía aunque Nápoles lo estorbe. Adiós. Nardo Antonio" LEONARDA: Mayor daño recelaba. MORÓN: ¿Cómo puede ser mayor? LEONARDA: Temí yo que de mi amor Nardo Antonio se olvidaba; pero mi temor se acaba y en contento se convierte. Ve a Nardo Antonio y advierte esta respuesta no más: que soy suya le dirás y que no temo la muerte; porque como prevenido tuve este infeliz suceso. No me espanto del exceso. .................. [ -ido] Mi padre y mi honor olvido. Hecha está la prevención. Suyas mis acciones son. Esto en efecto dirás. MORÓN: ¿Queda más? LEONARDA: No queda más. MORÓN: Pues, adiós. JULIA: Tente, Morón. MORÓN: ¿Qué hay de nuevo? JULIA: ¡Mi señor! MORÓN: ¿Y quién más? JULIA: Gerardo viene. Esconderte te conviene. MORÓN: No estoy en mí, de temor. Venga un santo escondedor y déme el remedio. JULIA: Ven. Ten ánimo. MORÓN: Está muy bien. Cuélgame en la chimenea como chorizo. JULIA: Azotea tengo donde estés también. Pero no, vente a un desván que aunque está sucio, está estrecho. MORÓN: Hoy no quedo de provecho, deshollinarme podrán. JULIA: Anda, pues, que te verán.
Vanse los dos
LEONARDA: Finjo risa con Ricardo, pues que ya tan presto aguardo asegurar mi deseo de amor bastante trofeo aunque le pese a Gerardo.
Salen RICARDO y GERARDO
RICARDO: Leonarda, hasta aqueste día tu ciego amor he sufrido, pero el valor que es olvido con mi vejez encubría. Caduco aliento desvía y comunica valor, viendo perderse mi honor en cuya esperanza vive y así noble amor recibe y olvida abatido amor. Nardo Antonio en mi presencia palabra al virrey ha dado que olvidando su cuidado dará fin su resistencia. Muéstrate con más prudencia a Gerardo agradecida, con tu mano le convida. Vence de amor el poder porque has de ser su mujer o te he de quitar la vida. GERARDO: Leonarda, si en tus rigores desprecios míos porfías, serán las desdichas mías para tu daño mayores. Verás cubrir de temores el cielo en oscuro velo, y verás subir del suelo, si a ajeno poder te subes, más claras de fuego nubes que atemoricen el cielo. Publicarán mis sentidos venganzas a sangre y fuego, si a ver despreciados llego mis intentos bien nacidos. Y si los ya divididos lazos te suspenden tanto, daré a Nápoles espanto. No pierdas de honor la joya que será segunda Troya, confusión de guerra y llanto. LEONARDA: Si yo resistí, Gerardo, los extremos de mi amor defensa fue de mi honor; por el de tu amor me guardo. Palabra le dio Ricardo a Nardo Antonio de ser la que es tuya su mujer. Cumplir debe quien la dio, pero pues él la rompió ya no tengo que temer. Desde mis pequeños años confieso que le rendí el alma. Muy necia fui si considero mis daños; pero tales desengaños son premio de un grande amor, aunque de Nardo al valor he de ser agradecida, pues la palabra rompida abrevia gusto mayor. Y así, Gerardo, podrás aquesta noche venir adonde puedes decir que el fin de tu amor verás. No es bien que dilate más Nardo Antonio tus trofeos ni que de amor los empleos lleguen, Gerardo, tan tarde y así gano por cobarde glorias para mi[s] deseo[s]. GERARDO: Deja que bese la tierra que dichosamente pisas. Lluevan las estrellas risas pues cesó de amor la guerra. El alma tal gusto encierra que la tengo dividida del cuerpo. Ricardo, olvida el pesar que te divierte, que los recelos de muerte acrecentaron la vida. RICARDO: De alegre quedo turbado. Prevén, Gerardo, lo justo pues a las puertas del gusto habemos los dos llegado. GERARDO: Yo me parto confïado a prevenir bizarrías con mis deudos, y alegrías. RICARDO: Yo con los míos te aguardo. LEONARDA: Aquesta noche, Gerardo, comienzan las dichas mías.
Vanse y salen NARDO Antonio, BATISTELA, PEDRO Talla y demás bandoleros
NARDO: No tengáis ningún recelo la puerta queda cerrada, y aquí trataremos cómo han de empezar mis venganzas. Ya de los demás amigos tengo firmas y palabras, solamente de vosotros firma y palabra me falta. Pero yo estoy confïado, que conozco vuestras almas, de que moriréis conmigo vendiendo las vidas caras. No tiene Nápoles hoy más valor ni más espadas que a mi defensa se opongan, que las que ocupan la sala. Pues si en nuestra edad florida no acreditamos hazañas que den al mundo memoria y atemoricen la patria, ¿de qué sirven los valores, de qué las fuerzas bizarras que en servicio de los reyes sin ningún premio se acaban? Más de doscientos amigos que hoy en Nápoles se hallan, ¿no podemos dar temor al mundo? Que al mundo basta atemorizar doscientos si a mis afectos se igualan. Acordaos en este reino del valor de Mateo Jara que, llamándose rey, puso dos mil hombres en campaña. Y si tuviera valor su poder se dilatara, pero no hay valor en muchos si la cabeza desmaya. Pero yo, pues que me hacéis dueño de empresa tan alta, pienso ser en breves días de los mayores monarcas. No penséis, amigos míos, que aquesta empresa me llama para gozar sin estorbos los amores de Leonarda; que, aunque la adoro, no estimo tanto las estrellas claras que en breve espacio de cielo despiden rayos que abrasan, como de un amigo sólo el valor que le acompaña. Por todos miro y por todos hoy mi sangre se derrama. Abrid las venas del pecho. Veréis que despiden nácar, rojo coral, que no admite mezcla de traidora mancha. Hoy en su casa el virrey me dijo,--¡afrentosa hazaña!-- que por ser noble Ricardo y yo de prendas más bajas, no tenía obligación de cumplirme la palabra. Rabio de enojo en pensarlo, ¡pesia a sus soberbias armas! ¿Valen tanto como yo cuantas adornan su casa? ¿Tuvo por dicha más bríos? ¿Alcanzó mayor pujanza el primero que les dio ese nombre en esas vanas presunciones que conservan lucidos cercos de plata? ¿Hallan más valor que el mío? Responda el que más se alaba de antecesores valientes. Publique al mundo su fama y verá si Nardo Antonio es menos o le aventaja, porque la nobleza, amigos, ha de tener a sus plantas a los que nacimos pobres. ¡Salgamos a la campaña y ganemos nombre eterno, conquistemos, si os agrada, las provincias más remotas! Veréis si valor me falta. Ya sabéis que ha muchos días que entre nosotros se traza aquesta conjuración, que la tuve dilatada por pensar mejor suceso de mis amorosas ansias. Pero mirando perdidas tan soberbias esperanzas, la resolución postrera que la ejecuto me manda. Ésta noche con Gerardo, varón ilustre, se casa la que ha seis años que adoro y dos que mía se llama. Pero no permita el cielo que llore ausente forzada Leonarda, mi amor primero, y que yo la deje el alma para que un tirano dueño vuelve de firmezas tantas. Ésta ha de ser la primera acción, amigos, gallarda, que ha de despertar mi nombre, voz que despierta mi fama. De aquí ha de tener principio la luz que hoy me levanta para eternizar mi nombre por lengua infame eclipsada. No han de decirme otra vez en Nápoles cara a cara que desmerezco por pobre lo que otros por ricos ganan. En estas leyes del mundo de altivo dueño fundadas, la pobreza es noche oscura de confusiones cercada, horror afrentoso, lengua que su misma sangre infama. Pero seguidme y veréis si mi valor despedaza este monstruo que en el suelo mendiga en puertas doradas, donde en lugar de favores altivos desprecios halla. Si presumís que atrevido, acrecentando arrogancias, viéndome señor de tantos, he de acrecentar borrascas de caudalosas corrientes en las lisonjeras plantas que al apacible verano risa y deleite mostraban, muy engañados vivís. No he de olvidar las gallardas acciones de mis amigos si por valerosas trazas, nacidas de mis efectos, todo el mundo sujetara. Poned en este papel vuestras firmas donde estampan las suyas los que sabéis que al abrir la puerta el alba en el lugar señalado emboscados nos aguardan. Caudillo suyo me nombran, y pues no ha de haber mudanza en lo que habéis prometido, escuchad lo que hoy os manda el capitán más valiente que rige familia honrada. En Nápoles, Bastistela mi compadre quede, y haga oficio de doble espía, que nos avise por cartas los intentos del virrey, pues tiene en palacio entrada, Que de lo que se robare tendrá segura la paga; para asegurar mi vida quede en escolta y guarda a la puerta de Ricardo esta noche Pedro Talla, Leonelo, Roselo y Floro, los mejores camaradas que ha visto el sol desde oriente hasta que en el mar descansa. Otros cuatro en el arquillo porque por puente de tapia no entre socorro a Gerardo, ladrón de mis esperanzas. En la calle de Toledo con seis pistolas cargadas quedarán los que nombrare Bastistela. El resto salga al campo donde me espere hasta que en mis brazos traiga aquel sol que limas de oro sobre Nápoles derrama. Y en breves años ostenta rigores que amor desata. ¡Ea, amigos! Firmad todos. Sólo os pido la palabra de que no habéis de ofender ningún soldado de España; que como español se nombre ha de tener puerta franca. Haréisle al que fuere humilde buen pasaje, el noble caiga a vuestros pies, dividiendo de su infame cuerpo el alma. La nobleza me ofendió que mis acciones ultraja contra su poder el mío recibe fuerzas; mas bastan las que tiene Nardo Antonio para asolar toda Italia. Favoreced mis intentos pues que tendréis, si os agrada, un rey con nombre de esclavo y un señor que os rinda parias. BATISTELA: Yo he de firmar el primero, y en Nápoles quedaré. TIMBRIO: Y [ser] el segundo [quiero]. LEONELO: Yo mi firma aquí pondré. ROSELO: Y yo firmaré el postrero.
Firman los cuatro
BATISTELA: Toma, capitán valiente, estas firmas que aquí están. Toda es honrada tu gente. Ganar el mundo podrán. NARDO: No está más de que lo intente. BATISTELA: En lo que quedo encargado, presto el cuidado verás. NARDO: Eres, Bastistela, honrado. BATISTELA: Cada semana tendrás indicio de mi cuidado. NARDO: ¿Quién sino tales amigos tan bien por mi honor volvieran? BATISTELA: Son de tu valor testigos. NARDO: Si tan bien le conocieran, temblaran mis enemigos. Ya la noche oscura viene. Prevenir vuestras pistolas y vuestras armas conviene, pues sabéis que en ellas solas mi honor esperanza tiene. BATISTELA: Seguro puedes estar. Parte Nardo a tu venganza. TIMBRIO: Procura Antonio sacar el bien que en tu amor alcanza, mayor sujeto de amar.
Dentro MORÓN
MORÓN: ¡Abrid aquí! NARDO: ¿Si han llamado? MORÓN: ¡Abrid! NARDO: ¿Quién es? MORÓN: La justicia. NARDO: ¿Si me han vendido, y airado alguno mi mal codicia? LEONELO: Yo estoy muerto. BATISTELA: Yo turbado. NARDO: Las firmas meto en el pecho. No temáis. Mostrad valor. MORÓN: ¡Abrid, pues! BATISTELA: Aquesto es hecho. NARDO: Algún amigo traidor mis venganzas ha deshecho. ¡Vive Dios, que si os turbáis, que os he de matar. MORÓN: ¡Abrid! NARDO: Si escaparos procuráis, lo que dijere decid. MORÓN: ¿Cómo en abrir os tardáis? NARDO: Perdí tan noble ocasión. BATISTELA: Abrid, pues. NARDO: No me acobardo, aunque os muestro turbación. Abro la puerta. ¿Qué aguardo? ¡Entre! ¿Quién es?
Sale MORÓN
MORÓN: Soy Morón. ¡Notable susto les di! NARDO: ¿Tal has hecho? ¿Estás en ti? MORÓN: ¿Hay blandura en los calzones? ¡De bronce los corazones volvieron de canequí! NARDO: Estoy por darte la muerte, mas concédote la vida, pues mejoraste mi suerte que ya la juzgué perdida, temiendo trance más fuerte. MORÓN: La ocasión imaginé en que ocupados estáis, como justicia llamé. ¿Por qué albricias no me dais pues en Morón me torné? ¡Por Dios que no ha vuelto en sí! ¡Miren qué colores éstas! BATISTELA: Confieso que las perdí. NARDO: ¿Por qué no me manifiestas lo que hay de Leonarda? Di. MORÓN: Dila tu papel. NARDO: ¿Lloró? MORÓN: Más valor que tú mostró, y me respondió arrogante que te ha de servir amante y estando en esto, llegó su padre y el desposado. Yo quedé muerto y turbado pero Julia me llevó y en un desván me metió adonde estuve empañado. Era el desván más estrecho que en toda mi vida vi. No he quedado de provecho; pues de él con vida salí, grandes mercedes me han hecho. Por un agujero entré y era tan corto el desván que afuera los pies dejé y si preso no se van yo me pierdo por el pie. Boca abajo estuve allí por no poder menearme, y en aquel zaquizamí temí que habían de matarme dos mil arañas que vi. Llegó Julia y por los pies me sacó de allí arrastrando. Limpióme muy bien; después dejé su casa temblando y llego como me ves. NARDO: ¡Ea, amigos! Esto es hecho, para agora es el valor, que hemos de vencer sospecho. BATISTELA: Esto, español, tu rigor sabrá guardar en el pecho. NARDO: Sí, que nos hemos crïado juntos y sé que es honrado. BATISTELA: Pues, alto. Vamos de aquí. MORÓN: Ya te sigo. NARDO: Ven tras mí, que mi venganza ha llegado.
Vanse. Salen GERARDO, RICARDO, LEONARDA, JULIA, LEONIDO, y MÚSICOS
GERARDO: Todo el tiempo que se tardan se acreditan mis deseos. LEONARDA: (Y el que tarda Nardo Antonio Aparte sirve de lazo a mi cuello). RICARDO: Sin duda alguna que están, hijo Gerardo, tus deudos mil festines generosos a tus bodas previniendo. No tardan. Rinde al amor parias de este breve tiempo. Págase el tributo honroso porque no hay amor sin miedo. GERARDO: Dos años ha, mi Leonarda, que por tus amores muero, pero no he temido tanto como agora que poseo. Bien dicen que mezcla amor el disgusto y el contento, pues en las dichas me turbo y en la posesión recelo. Vuelve, Leonido, camina, diles que aguardando peno. Venga quien junte dos almas en lazos de amor estrechos. LEONARDA: (Por mucho que lo deseas, Aparte mayor tardanza contemplo. ¡Ay, si llegase de amor el bien que penando muero! ¿Cómo es posible que tarde, sabiendo que adoro y temo? Préstales, Amor, tus alas para que vuelen más presto). GERARDO: Leonarda, matarme intentas. No acrecientes más mi fuego que esos impulsos de amor son volcanes en mi pecho. Mucho me quieres, Leonarda, pues sientes lo que yo siento: que tarden culpas o amor los favores que te debo. RICARDO: (¿Quién vio tan grandes mudanzas? Aparte O el poder de amor es menos o Leonarda no le tuvo a aquél olvidado dueño). LEONIDO: Señor, ¿de Celia se olvidan los abrasados desuelos con que la mano le diste prometiendo casamiento? ¿Ya con diferente amor la has olvidado? GERARDO: Di, necio. Celia, hija de un villano, Celia, que en traje grosero divirtió en aldea el gusto de este divino sujeto, ¿hacerla mi esposa quieres? Si bien de su amor me acuerdo, tendré en la ciudad mi honor y allá en el campo el deseo. RICARDO: Sentaos y canten un poco. Divertiréis por lo menos con las dulces consonancias de estar aguardando el tiempo. LEONARDA: Su tardanza me atormenta. GERARDO: Porque lo sientes lo siento.
Cantan
MÚSICOS: "Dulces pasiones de amor, centro de mi pensamiento, no en balde a vuestro tormento llaman alegre dolor. Con razón tuve temor de engolfarme en vuestro mar. Suspenso estaba al entrar pero ya que dentro estoy o veré el puerto a que voy o me tengo de anegar."
Sale NARDO, con pistolas
NARDO: Sin que nadie me lo estorbe he llegado a su aposento. La puerta tengo segura con los amigos que tengo. Aunque no me han convidado, hallarme en tus bodas quiero. Goce Gerardo. No goce, por si lo digo miento.
Alborótanse
No se alborote ninguno. Esténse en sus sillas quedos hasta que cuatro palabras le diga al señor mi suegro. Él me dio mano y palabra, obligado de mis ruegos, de casarme con su hija y a que me la cumpla vengo. Si no, llevaré por fuerza lo que de grado pretendo. Esto es en suma. Responde a mi pregunta o mi acero. RICARDO: Con mi espada, Nardo Antonio, la defenderé aunque viejo. GERARDO: Villano, yo por Ricardo que no la cumpla defiendo. ¡Crïados, matadle! ¡Muera! NARDO: Eso será si yo quiero. Ponte, Leonarda, a mi lado y no temas mal suceso.
Acuchíllanse, y LEONARDA se pasa al lado de NARDO
LEONIDO: ¡Ay, que me ha muerto! OTRO: ¡Ay, de mí! LEONARDA: Todo lo va destruyendo. Ya le vuelven las espaldas. ¡Ay, Dios! Mi padre es muerto. ¡Él vuelve! Que estoy turbada y arrepentida confieso. NARDO: Escapóseme Gerardo. LEONARDA: Sin alma estoy. NARDO: Pierde el miedo. No receles imposibles cuando en mis brazos te llevo.

FIN DEL PRIMER ACTO

Nardo Antonio, bandolero, Jornada II  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002