LA MESONERA DEL CIELO Y
HERMITAÑO GALÁN

Antonio Mira de Amescua


El texto presentado aquí, LA MESONERA DEL CIELO Y HERMITAÑO GALÁN, está basado en la edición príncipe en PARTE TREINTA Y NUEVE DE COMEDIAS NUEVAS DE LOS MEJORES INGENIOS DE ESPAÑA (Madrid: Joseph Fernández de Buendía, 1673) con el apoyo de la esmerada edición de Karl C. Gregg (tesis doctoral en la Universidad de Michigan, 1969). La edición presente fue preparada por Vern G. Williamsen in 1991.


Personas que hablan en ella:
La escena es en Alejandría

ACTO PRIMERO


Salen ABRAHÁN, de galán, y PANTOJA, de lacayo
ABRAHÁN: Esto ha de ser. PANTOJA: ¿Es posible que en el día de tus bodas des en este disparate? ABRAHÁN: No me repliques, Pantoja, que el casarme es desacierto. PANTOJA: ¡Por Dios, señor! Que la novia puede armarse de paciencia, pues para verter aljófar no ha menester este día tratar ajos ni cebollas, porque a verter margaritas tu desaire la ocasiona. ¿Qué has visto en ella que así, cuando está hecha la costa, la gente junta, amasado el pan blanco de las tortas, guisado el carnero verde, sazonadas las albóndigas, rellenos los pavos reales, asada la tierna corza, las perdices y conejos, los francolines y tórtolas, y todo tan en su punto que a la más cartuja monja despertara el apetito a que sin melindre coma, tú, necio, dejarla intentas? De que así te hable perdona, que la locura en que has dado obliga a que se haga tonta la mayor cordura. Dime ya que a aquesto te acomodas, ¿por qué quieres que yo pague sin haber pecado en cosa tu disparate y locura? ABRAHÁN: Pésame que así te opongas a mis intentos. ¿En qué se marchitan y malogran los tuyos? PANTOJA: ¿En qué, preguntas? La respuesta no es muy honra: El tiempo que te he servido, años, meses, días y horas, con esperanza he pasado, si bien con hambres famosas, de verme harto este día. Y agora que era forzosa la ocasión de ver cumplido mi deseo, te alborotas y das en esta locura. Déjame, señor, que coma, y que salgan de mal año las tripas y las alforjas del cuajo, y partamos luego a las indias más remotas, a los senos más incultos, a las más tristes mazmorras, a las más secretas cuevas, a las más hondas alcobas, a los sótanos más fríos, a la más cálida zona, a la Escitia más helada, a la ribera más sorda del Nilo, a Chipre, a Cantabria, a Jerusalén, a Roma, y adonde quisieres vamos en comiendo; mas agora has de saber que a las tripas he soltado las alforzas, y están, sin mentir en nada, con una hambre canóniga, pues canónigos parecen en la hambre y en la cola. ABRAHÁN: ¡Qué gustes de disparates, cuando yo a mayores cosas me dispongo! Si pretendes seguirme, no te hagas roca a mi intento, que esta hartura se acabará en horas cortas, y te hallarás más hambriento cuando se acabe la boda. Si quieres seguir mis pasos ven conmigo y no interpongas razones disparatadas, porque con ellas malogras el tiempo que estoy perdiendo, que el tiempo es cosa preciosa, y el tiempo una vez perdido es tiempo y nunca se cobra. PANTOJA: Pues, no perdamos el tiempo; sino gocemos agora el tiempo de la comida, y prevendremos la alforja con vino y pan, y entre el pan llevaremos unas lonjas con que pasemos el tiempo; porque caminar sin bota y sin pan, y más a pie, es la cosa más penosa que "Alivio de caminantes" escribe en todas sus hojas. ABRAHÁN: Quédate, pues, que ya está muy cansada tu persona. PANTOJA: Oye un poco, por tu vida. ABRAHÁN: ¿Qué quieres? PANTOJA: ¿No es muy hermosa la señora novia? ABRAHÁN: Sí. PANTOJA: ¿No es muy discreta? ABRAHÁN: Es Belona. PANTOJA: ¿No es compuesta? ABRAHÁN: Y muy compuesta. PANTOJA: ¿No es santa? ¿No es virtüosa? ¿No es recogida? ¿No es noble? ¿No es más que Lucrecia y Porcia? ¿No es un jardín de virtudes, y otras trescientas mil cosas? ABRAHÁN: Más es de lo que encareces. PANTOJA: Pues si es más, ¿por qué remontas el juicio y das en ser loco? ABRAHÁN: Antes soy cuerdo. PANTOJA: No abonas tu disparate con eso, que siendo novia de novias, siendo de honradas la honrada, siendo de hermosas la hermosa, siendo de nobles la noble, y siendo, al fin, entre todas la más cuerda (aunque de lana son las mujeres de agora). Dejarla de aquesta suerte son ocasiones forzosas, con cabes tan de a paleta, a que diga la más boba... o el más bobo de estos tiempos, si es que ya bobos se forjan; mas ya no hay que buscar bobos, que el más tonto se transforma en lince y en basilisco en esto de quitar honras... y así dirá, como digo, el que no tuviere boca, que has entrado en el jardín a cobrar las olorosas flores que respiran ámbar, y que en vez de coger rosas, azucenas y claveles, maravillas y amapolas, hallaste violetas sólo; porque alguna vez entre otras, por llegar otro primero deshojó la flor hermosa, y cuando llegaste tú hallaste el tronco sin hojas. ABRAHÁN: Calla, ignorante, no digas, aunque sea de burlas, cosa tan loca y disparatada, con infamia tan notoria; que presumir de Lucrecia lo que pronuncia tu loca lengua, necia y maldiciente, será decir que las zonas, círculos y paralelos por donde gira el antorcha que con sus rayos alumbra las más ocultas alcobas, siendo de zafir brillante son de materia arenosa; que el monte rígido es valle; que el valle es monte, que toca con sus empinadas puntas a la célebre corona de Arïadna; que es el fuego cristal puro, y que en sus ovas se esconde el plateado pece; y que las aguas que brotan de fuentecillas humildes son fragua en que se acrisola el oro puro de Arabia; que la enfermedad engorda; que el sol hiela; que calienta el hielo; que nunca brotan las plantas con el verano, y que el estío no agosta los pimpollos que el abril vistió de lozana pompa. Y así deja necedades, que quien desenvuelto toca en el honor de Lucrecia, a mí me agravia y deshonra. PANTOJA: Pues, ¿por qué quieres dejarla? ABRAHÁN: Porque una belleza estorba servir a Dios, y que suba al monte, donde se gozan las contemplaciones altas que el pensamiento remonta a la eternidad de Dios y a la esencia de su gloria. Que tengo por imposible que quien sirve a dos personas pueda acudir a un tiempo a la una y a la otra. Este mar del matrimonio tiene al principio las olas lisonjeras y apacibles. Süave el céfiro sopla. La nave, que es la mujer, ostenta las jarcias todas compuestas y pertrechadas, mesana, trinquete y popa. Toca el clarín amoroso, con gusto se zarpa y boga, todo es placer y alegría. Pero si el mar se alborota, si hay borrasca y vendavales, si hay viento y maretas sordas, si hay huracán descompuesto, no hay piloto que componga las velas ya maltratadas, ni las demás jarcias rotas. Ya en esta sirte se encalla, ya topa en aquella roca, ya no hay áncora que aferre, porque no alcanza la sonda de la paciencia aunque tenga brazas muchas; ya amontonan rigores contra el piloto las espumas caudalosas del cuidado de los hijos y de las galas y joyas de la mujer; y atendiendo a éstas y otras muchas cosas, es imposible acudir a la obligación forzosa de servir a Dios; y así pretendo que la memoria se ocupe en cosas eternas y olvide las transitorias. Demás de esto hay cosas muchas que a los hombres apasionan, y si al principio no huyen, no hay dejarlas aunque corran. Que es tal árbol la mujer que quien se duerme a su sombra, cuando despierta del sueño, más penas que gustos goza. Y si ausentarse pretende, y lo ejecuta, no importa, que es la memoria verdugo que atormenta y acongoja. Esto, Pantoja, me obliga a no aguardar a las bodas, que si aguardo a poner vengo el fuego junto a la estopa; y el soplo de la ocasión, con ternezas amorosas, es alquitrán poderoso que tala, abrasa y destroza los pensamientos más castos, y encendido, aunque se pongan estorbos, no hay quien apague los incendios de esta Troya. Amor y Ocasión son fuego; yo soy ciega mariposa, y tocando al fuego es fuerza quemarse una vez u otra. Esto me obliga a ausentarme, esto me incita a que corra, esto me mueve a que huya y esto me anima a que ponga tierra en medio; que el huír de ocasiones amorosas es la mayor valentía y el vencerse gran victoria.
Vase [ABRAHÁN]
PANTOJA: Aguarda, no te apresures, detén el paso, no corras, que pareces fiera herida de saeta venenosa. Él se va y acá me deja. ¡Señor! Ya voy por la alforja, ya voy por las alpargatas, presto vuelvo con la bota. No te vayas tan ligero, que si vas tan por la posta es imposible seguirte, porque estoy lleno de ronchas, y es menester que un barbero me saque cuatro mil onzas de sangre, pues son verdugos de venas que no están rotas. Él se fue, ya no parece; mejor es llamar la novia que gente tras él envíe, y en comiéndonos la boda, si quiere ser hermitaño --aunque en mí es acción impropia-- si él fuere el padre Abrahán, seré el hermano Pantoja. ¡Lucrecia, señora mía! ¡Plegue a Dios que me respondas! ¿Oyes, Lucrecia? ¡Ah, Lucrecia! ¡Por Cristo! Que se hace sorda, cuando es de mucha importancia que me escuche y que me oiga siquiera tres mil palabras.
Sale LUCRECIA
LUCRECIA: ¿Quién me llama? PANTOJA: Yo, señora, te llamo y doy estas voces. LUCRECIA: ¿Para qué? PANTOJA: Para que pongas haldas en cinta, y que partas más ligera que una onza, más suelta que un cabritillo, más veloz que una paloma, más ágil que un ciervo herido, más que fugitiva corza, más que liebre entre los perros, más que la acosada zorra, más que un ladrón cuando huye de alguaciles que lo acosan, más que un sacre tras la garza que a los cielos se remonta, más que el viento... LUCRECIA: ¡Calla, necio! O di lo que te ocasiona a llamarme y suspenderme. PANTOJA: Digo, señora, que importa que sin dilatarlo un punto tomes yeguas, tomes postas, y tras de Abrahán, tu esposo, vayas luego, que la mosca le ha picado, y por no verte se va a vivir entre rocas. LUCRECIA: ¿Qué dices? PANTOJA: Lo que me escuchas, y si te tardas una hora será imposible alcanzarle, que si en el monte se embosca no ha de haber perro de muestra que tope con su persona, ni de la cueva sacarle podrán cuatro mil huronas. Esto pasa, esto te digo, y pues la verdad no ignoras, haz diligencia apretada para acabar de ser novia, que si te quedas así dirá la Tebaida toda que novia en jerga te quedas sin ir al batán la ropa. Yo voy siguiendo tus pasos, que aunque parte sin alforjas, para comprar pan y vino se deshará de una joya.
Vase PANTOJA
LUCRECIA: Oye, Pantoja amigo, no [vas] tan presuroso. Detén el curso al paso diligente, y pues eres testigo de que se va mi esposo, y permite mi suerte que se ausente donde tenga por gente peñascos y panteras, mi amor me da ligeras alas para seguirle; y ya que vas, camina y ve a decirle que en tan forzoso lance alas me presta amor con que le alcance. Arroyuelos ligeros hinchad vuestros raudales, no hagáis puente de plata a mi querido. Afilad los aceros en líquidos cristales, y si prisión de hielo os ha oprimido, lo que cárcel ha sido del escarchado enero rompa el mayor lucero, grillos de plata pura, trocando en libertades la clausura, y en vuestra amena playa haced a mi querido estar a raya. Empinados pimpollos de hayas y de lentiscos que hacéis opaco y emboscado monte, formad con los rebollos y con los pardos riscos para que mi Abrahán no se remonte sierras, que otro horizonte no descubra ni vea, sino que en éste sea mi esposo detenido, que se aleja de mí cual ciervo herido, si bien con su partida la cierva vengo a ser que queda herida. Aguarda, dueño mío, no vayas tan ligero, vuelve a darme la vida que me llevas. Mira que tu desvío es de amante grosero, y para un firme amor son muchas pruebas. Yo vine desde Tebas a ser tu amada esposa, y ya que mariposa vengo a ser de tu llama, vuelve a dar vida a quien de veras ama; que es notable desdicha acabarse tan presto tanta dicha.
Vase [LUCRECIA]. Salen MARÍA, sobrina de ABRAHÁN, y ALEJANDRO, galán
ALEJANDRO: ¿Hasta cuándo tus rigores han de durar? Oye un poco, pues ves que me tiene loco la fuerza de mis amores. Médico de mis dolores puedes ser, que en tanto mal, el remedio principal de mis males y mis bienes, en una caja le tienes guarnecida de coral. Oiga yo, hermosa María, de tu boca un "sí" de esposo, que es récipe poderoso para mi melancolía. Bien veo que es demasía lo que pido, pero advierte que mi buena o mala suerte consiste, prenda querida, en tu "sí" que ha de dar vida, o en tu "no" que ha de dar muerte. Dos letras hay en el "no" y dos letras en el "sí", y más no te cuesta a ti decir "sí" que decir "no". Y si mi amor mereció ser en tu gracia admitido, el dulce "sí" que te pido tan dichoso me ha de hacer que nombre vendré a tener del más felice marido. Y si pronuncia el "no" en vez de pronunciar "sí", verá todo el mundo en mí lo que mi amor te estimó. No pido por fuerza yo que sea mi amor premiado, mas en tan confuso estado aguardar será forzoso ser con tu "sí" muy dichoso y con tu "no" desdichado. Y si permitiere el cielo sentenciar contra mi amor, de tal sentencia y rigor para el mismo amor apelo, donde tendré por consuelo cuando no admites mi fe, que mi amor le dediqué a una mujer que en rigor sé que no admite mi amor y que olvidarla no sé. MARÍA: Quisiera tener razones para saber responder a la fuerza de querer que tú delante me pones. Pero las obligaciones de una mujer principal no pueden tener caudal para hablarte sin desdén; que decir "no" la está bien y decir "sí" la está mal. Si agora dijera "sí" en teniendo posesión pudiera haber ocasión que te enfadaras de mí; y como favor te di adelantado, pudieras con mil celosas quimeras, aunque fuera barbarismo, pensar que hiciera lo mismo con otro que tú no fueras. Y así, conociendo bien que pudieran dar cuidados favores adelantados en quien ama y quiere bien, mejor es que con desdén a tu amor responda yo con las dos letras del "no" y no con las dos del "sí", quedando recurso así a ti que en tiempo apeló. Con mi "no" podrás hablar a mi tío, que su "sí" me puede obligar a mí a que yo te venga a amar; pero es locura intentar que sin su gusto te dé el sí que intenta tu fe que a desenvoltura pasa la mujer que ella se casa aunque enamorada esté. Mi tribunal pronunció la sentencia contra ti, pues aguardabas un "sí" y te han respondido un "no"; que pues tu amor apeló del rigor de esta sentencia, ten, Alejandro, paciencia y sigue el pleito con brío, que podrá ser que mi tío revoque aquesta sentencia.
Hace que se va
ALEJANDRO: Oye, aguarda, detente, no te ausentes de mí tan velozmente; reprime la extrañeza y el rigor con que me habla tu belleza; que me darás la muerte si me dejas aquí de aquesta suerte. Que aunque de tu lenguaje a mi firmeza no se sigue ultraje, con todo a sacar vengo, cuando a ser tan dichoso me prevengo, que intentas de esta suerte darme por dulce vida amarga muerte. MARÍA: Mal, Alejandro, entiendes, cuando tanto te agravias y te ofendes, lo que yo he respondido a lo que tus razones me han pedido; que si bien lo entendieras nunca de mi respuesta te ofendieras. Que no fue despreciarte, ni decirte que yo no quiero amarte, ni mostrarte desvío remitiéndolo al gusto de mi tío; que antes te ocasionaba para pensar que el alma te estimaba. Y así vuelvo a decirte que para hablalle puedes prevenirte, que si al "sí" pretendido con un resuelto "no" te he respondido, es decirte que es justo que no me case yo contra su gusto.
Detiénela
ALEJANDRO: Oye, hermosa María. MARÍA: Ya de límite pasa tu porfía. ALEJANDRO: Es amor quien lo ordena. MARÍA: Habla con mi tío y sal de aquesta pena. ALEJANDRO: Temo el "no" de su boca. MARÍA: También ese temor es acción loca.
Sale ARTEMIO, viejo
ARTEMIO: ¡Sobrina! ¿Qué es aquesto? ¿Sola con Alejandro en este puesto estás de esa manera? MARÍA: A tu pregunta responder quisiera; mas si el verme te ofende, Alejandro dirá lo que pretende.
Vase MARÍA
ARTEMIO: ¿Qué es aquesto, Alejandro? ALEJANDRO: Ya sabes que soy hijo de Tebandro. ARTEMIO: Ya lo sé y sé quién eres. ALEJANDRO: Pues de hallarme aquí no es bien te alteres. ARTEMIO: Tu nobleza, ¿a qué aspira? Dime la causa. ALEJANDRO: No diré mentira. Ya sabes que fue Tebandro, de quien yo soy rama, tronco tan conocido en la Escitia como Jasón lo fue en Colcos. De lo ilustre de su sangre no hago mención, pues tú propio sabes mejor lo que digo que yo que estos ecos formo. La abundancia de su hacienda no quiero contar tampoco, porque será perder tiempo diciendo lo que es notorio. No quiero de mi linaje con figuras y con tropos pintar la nobleza suya, que antes será hacerla oprobio; porque la propia alabanza del que intenta hacer abono de su sangre, es vituperio del linaje más famoso. Sólo pretendo decirte que el hallarme de este modo con tu sobrina, fue causa aquel rapaz que sin ojos cazando en Chipre flechaba, no el ligero y veloz corzo que huyendo de la saeta cristal busca en los arroyos, sino las almas que libres sabe avasallar brïoso. Y yo, que no soy de bronce, sino de metal más bronco, fui blanco en que el dios alado tirase majestüoso. Sentí la flecha amorosa que del trato y de los ojos de tu sobrina María me tiró, que es poderoso arpón el que en tiernos años, sin ser de ébano y de oro, se fabrica en alma joven con amorosos retornos. Nacimos los dos a un tiempo, y al paso que iba en nosotros creciendo el cuerpo, crecía el amor del mismo modo; que amor que en niñeces nace, y crece sin que haya estorbos de ausencia o de poco trato, romperle es dificultoso. En mí creció de tal suerte que ya llegan los pimpollos a tocar, aunque atrevidos, el techo del matrimonio. Verdad es también que nunca tuve pensamiento aborto de poca fe y falso trato contra tu propio decoro; porque cuando mis intentos quisieran hacer destrozo en el honor de María, fuera en defenderse toro que en la palestra acosado divide en menudos trozos, ya que no al dueño, la capa que le dejó entre sus hombros. Herido yo de las puntas de aqueste flechero heroico, que aunque es ciego, como he dicho, lo sujeta y rinde todo, para lograr mi esperanza me hizo amor animoso, y vine a decirle agora que me saque de este golfo, de este oscuro laberinto, de este peligroso escollo, de este Caribdis confuso, y de este piélago undoso. Y para que en tal naufragio no peligre el barco roto, de mi acosada paciencia, si merece ser su esposo un hombre que desde niño se está mirando en su rostro, con las dos letras de un "sí" me haga tan venturoso, que siendo dueño sea esclavo, que no será el serlo impropio cuando adoro las estrellas de su cristalino globo. Con un "no" me ha respondido, que a no llevar el rebozo de tu gusto, su respuesta sin duda me hiciera loco; pues dice que si tú gustas de su parte no habrá estorbo; y así vengo a suplicarte --si supiste cuando mozo de este accidente la furia, y que es amor rayo indómito, que donde hay más resistencia hace mayores destrozos-- que consideres mis males, que atiendas mis sollozos, que te muevan mis suspiros, y entre tierno y amoroso, ya que incitarte no puede de mi nobleza el abono, de mi progenie la pompa, de mi linaje lo heroico, de mi hacienda el mucho fausto y de mi renta el tesoro, que para lo que merece tu sobrina todo es poco, el verme amoroso amante, que es en esta parte el todo, te incite, to obligue y te mueva, mostrándote generoso, a darme el "sí" que te pido, pues en él estriba sólo, entre mis congojas grandes, la gloria de ser dichoso. ARTEMIO: Noble Alejandro, tu amoroso empleo le tengo por granjeo; que aunque de mi sobrina es la hermosura rara y peregrina, cuyo rostro perfecto y acabado sirve de espejo al campo matizado, y entre linajes buenos es el suyo no el menos, del tuyo la nobleza puede honrar una alteza, pues sólo el sol, para que el mundo asombre, es digno coronista de su nombre. De mi parte, Alejandro, cierto tienes el "sí" que me previenes; pero Abrahán, mi hermano, tan bizarro y galán como lozano, porque de este suceso no se ofenda, es menester que nuestro intento entienda; y sin duda ninguna tendrás buena fortuna, pues hoy también se casa, y da lustre a su casa, cuando este casamiento se concluya, juntando su nobleza con la tuya. La dicha de los dos será colmada mirándola casada, y más siendo contigo. Ven al punto si quieres ser testigo del gusto que recibe con la nueva, y adonde podrás ver que a quien la lleva prometerá en albricias lo mismo que codicias. Vamos al punto, vamos, que si mucho tardamos, aunque después pretenda hacer descargo, de dilatarle el gusto me hará cargo.
Sale LUCRECIA, alborotada
LUCRECIA: Artemio noble, de mi esposo hermano, si acaso el parentesco en algo tienes, aunque el tiempo te tiene viejo y cano sembrando plata en tus heroicas sienes, al ocio que en ti habita da de mano, y a mi llanto es razón que el curso enfrenes; a reverdecer vuelve el joven brío si es bastante a moverte el llanto mío. Infeliz fue mi estrella, pues agora, cuando pensé gozar el mayor gusto, al esmaltar los campos el aurora en lamento se trueca y en disgusto; mira si con razón el alma llora, mira si es bien me turbe aqueste susto, y mira cómo puedo estar sin queja si al umbral de mi dicha el bien me deja. Todo estaba, cual sabes, prevenido para que hoy nuestra boda se acabase, y sin darle ocasión a mi querido para que de mí, triste, se enfadase, al despertar el alba, sin rüido, porque nadie su intento le estorbase, por no cumplir el "sí" que había dado, sin casarme vïuda me ha dejado. Su crïado me dice que va al monte con ánimo de estarse retirado, y antes de que más se aleje y se remonte, si mis congojas pueden dar cuidado, a que dejes ligero este horizonte, ya que hacerlo no quieras por cuñado por ser mujer siquiera, y sin reposo te pido que busquemos a mi esposo. Muévante de mis ojos los raudales, oblíguente las ansias con que vengo, lastímente mis penas y mis males, tu pecho incite la razón que tengo; y si acaso no bastan los cristales que a derramar llorando me prevengo, enternézcate ver que en esta calma se fue tu hermano y que me lleva el alma. ARTEMIO: Oye, hermosa Lucrecia, que ya sigo el curso de tus pasos amorosos. Vamos tras ellos, Alejandro amigo, que no es bien que se muestren perezosos los míos en tal caso. ALEJANDRO: Si te obliga con mostrarse los míos cuidadosos, verás que no son tardos en buscalle, pues estriba mi dicha en alcanzalle.
Vanse todos. Salen LEONATO y MARDONIO
MARDONIO: Poco sosiegas en casa aunque no estás descansado. LEONATO: Mal puede estar sosegado un corazón que se abrasa. Seis meses he estado ausente. ¡Sabe Dios lo que he sentido! Y así agora que he venido templar quiero el accidente; porque es el mal del ausencia más terrible que el de celos. MARDONIO: Nunca supe tus desvelos, mas concédeme licencia de que pueda preguntarte quién te causa tal dolor. LEONATO: Mardonio amigo, mi amor --no tiene esto de espantarte-- a Lucrecia dediqué, y ha sido con tal pasión que alma, vida y corazón en un punto la entregué. Y quiérola de tal suerte y con pasión tan crecida, que el verla me da la vida y el no verla me da muerte. MARDONIO: Aunque serán malas nuevas, volverte a casa podrás, que a Lucrecia no verás. LEONATO: ¿Por qué? MARDONIO: Porque no está en Tebas. LEONATO: ¿Qué dices? MARDONIO: Lo que has oído. LEONATO: ¿Dónde está? MARDONIO: En Alejandría con gusto y con alegría se ha casado. LEONATO: Sin sentido esas nuevas me han dejado. ¿Es burla? MARDONIO: Verdad te trato. LEONATO: ¿Es posible? MARDONIO: Sí, Leonato. LEONATO: Pues Lucrecia se ha casado y yo no la merecí, muera yo, que no es razón vivir, pues la posesión que esperé tener perdí. Y entre tan grave dolor de tan terribles enojos, salga el alma por los ojos. Máteme mi grande amor; que más lisonja será y tormento menos grave que amor de una vez acabe, que no imaginar que está en los brazos de otro dueño, de mil requiebros gozando, y yo muriendo y penando sin que me repose el sueño; porque estará la memoria hecha verdugo crüel apretándome el cordel de mi pena y de su gloria. MARDONIO: Casi he llegado a pensar que Lucrecia ingrata ha sido, y que no ha correspondido a tan verdadero amar. Porque habiéndose gozado, ingratitud viene a ser olvidar una mujer lo que ha sido su cuidado. Mas también vengo a sacar cuando estás tan sin reposo, que el agraviado es su esposo, y que es quien se ha de quejar. De ti no, porque en efeto, cuando tal gloria tuviste, su decoro no ofendiste ni le perdiste el respeto. De ella sí, porque ella fue la que le ofendió en rigor, pues fingió estar sin amor y estaba en otro su fe. LEONATO: No trates de esa manera su honestidad recatada, que siempre fue más honrada de aquello que yo quisiera. Mas entre tantos rigores con que siempre me trataba, tener con todo esperaba el premio de mis amores. Pero ya casada agora, muerta queda mi esperanza; y así en tal desconfïanza el alma suspira y llora. MARDONIO: Mas con todo... ¿Dónde vas? LEONATO: Quiero, Mardonio, partir
Hace que se va
a Alejandría a morir. MARDONIO: ¡Tente, aguarda, loco estás! LEONATO: No es mucho que loco esté, cuando permite el Amor que me trate con rigor una mujer que adoré.
Vanse los dos. Sale ABRAHÁN, de hermitaño
ABRAHÁN: ¡Qué dichoso a ser viene aquél que huye del Babilón tumulto de la gente, donde en la soledad está patente lo que confunde el alma y la destruye! Aquí el león rugiente sí que arguye para quien no le entiende agudamente, mas como siempre arguye falsamente, con pocos entimemas se concluye. Retiréme del mundo y su locura, que aunque es cosa muy santa el matrimonio, de Lucrecia temí la hermosura; y el desierto me da por testimonio, que el huír la ocasión es piedra dura para quebrar los ojos al demonio.
Salen ARTEMIO, MARÍA y ALEJANDRO, y ABRAHÁN se esconde
ARTEMIO: Suceso infeliz ha sido, el de Abrahán y Lucrecia, pues sin ocasión precisa el uno de otro se ausenta. Él se pierde por dejarla, por tenerle se pierde ella, y entre tantas confusiones no hay quien de ninguno sepa. Ya que Abrahán se ha ocultado, a Lucrecia hallar quisiera, que como corcilla herida se ha perdido entre las breñas. ALEJANDRO: Todo ha sido por mi daño, que mi poca suerte ordena, por no darme gusto en nada, que el mal de todos padezca. MARÍA: Dale voces a mi tío, que puede ser que te entienda y te responda. ARTEMIO: Bien dices. Quiero hacer lo que me ordenas. ¡Abrahán! Querido hermano, escucha mis voces tiernas y respóndeme. ¡Abrahán!
Sale ABRAHÁN
ABRAHÁN: Entre estas cóncavas piedras de mi propio nombre escucho los ecos; no sé quién pueda formarlos entre estos riscos y en esta inculta maleza, si no es acaso a Pantoja, que fue a buscar unas hierbas, algo le haya sucedido. ARTEMIO: ¡Abrahán! ABRAHÁN: ¿Quién me vocea? ARTEMIO: Yo soy, hermano querido, quien te llama y quien te ruega que dejes designios tales. Considera que a Lucrecia haces agravio en dejarla. ¡Abrahán! ¿Qué has visto en ella para dejarla burlada? ¿Es liviana? ¿Es deshonesta? ¿Es de linaje villano? ¿No ordenaste que de Tebas la trujesen para ser tu esposa? ¿Cómo te ausentas de sus ojos? ¿Cómo agora en tal confusión la dejas? ¿No echas de ver que la agravias? ¿No adviertes que haces ofensa a su linaje? ¿No miras que das ocasión que entiendan los nobles de Alejandría que has visto alguna flaqueza en su opinión? Vuelve, vuelve tus pasos atrás. Recuerda del letargo que te oprime, de la pasión que te ciega, del furor que te combate, de la intención que te lleva. No permitas que tu esposa por dejarla tú se pierda. Considera que su honra corre, Abrahán, por tu cuenta, y que a ti mismo te agravias dejándola así; no seas ocasión de su rüina, pues como acosada cierva, sin reparar ser mujer, sin mirar sus pocas fuerzas y olvidando sus regalos, cuando derramaba perlas el alba, bordando montes con jazmines y violetas, ella derramando aljófar, desperdiciando azucenas, destroncando maravillas y lastimando la esfera con suspiros, sola y triste, se partió de mi presencia a buscarte, y aunque luego partí corriendo tras ella, no ha sido posible hallarla, ni habemos visto quien sepa decirnos de su persona. ¡Ea, Abrahán, no seas fiera! Vamos a buscarla todos, sus lágrimas te enternezcan y las mías, que a mis ojos obligan a que las viertan. A esto ha sido mi venida. Vamos antes que en la selva se embosque y no la hallemos, adonde de su belleza se marchite la hermosura y se eclipsen las estrellas. Y porque después de hallarla, para que más gusto tengas, entregues a tu sobrina a Alejandro, cuyas prendas no ignoras, pues te es notorio que ella gana en que él la quiera. MARÍA: De mi tío haz los ruegos, pues es razón que te mueva de Lucrecia el desconsuelo, que está sola en tierra ajena. ALEJANDRO: Rompe tantas suspensiones, el paso mueve y la lengua, que nunca permite espacio ocasión de tanta priesa. ABRAHÁN: A los cargos que me has hecho dar satisfacción es fuerza, y aunque será brevemente, oye, Artemio, la respuesta: De Lucrecia no me ausento por decir que es desenvuelta, ni por liviandades suyas, ni porque haya hecho ofensa a mi honor y a su recato, sino porque su belleza me hizo temer escuchando de Pablo aquella sentencia --digno del ingenio suyo-- que dice que quien se entrega a los brazos de la esposa las hebras de sus madejas sirven de cadenas fuertes, en que si una vez se enreda con las dos letras de un "sí", es imposible romperlas hasta que llega la muerte con la guadaña y la siega, dividiendo el uno de otro; y es tan inmensa la fuerza del amor del matrimonio y del cuidar de la hacienda, del sustento de los hijos y de otras cosas, que veda el acordarse de Dios a veces. Ésta es mi tema. Por esto al desierto vengo, por esto dejo a Lucrecia, por esto visto este saco; que más quiero en la aspereza vivir en trabajos muchos esperando que en la excelsa cumbre del monte Horeb el premio de gloria tenga, que gozar en la otra vida por un gusto mil miserias. En lo que toca a casarse María, sea norabuena. Contradecirlo no quiero ni aprobarlo, ella lo vea. En eso haga su gusto, pero repare y advierta que hay terribles ocasiones en que padece tormenta el alma, y se ve acosada la nave de la paciencia. Aquesto sólo me obliga a poner en medio tierra y a la soledad venirme, donde el alma se recrea. Si algún bien quieres hacerme, hermano, busca a Lucrecia, y dila que su hermosura me da miedo, que no sienta el dejarla de esta suerte, porque me anima y es fuerza el servir a Dios, y temo, después de aquesta carrera, tener por ligeras glorias siglos de penas eternas.
Vase ABRAHÁN
ARTEMIO: ¡Aguárdame, hermano, escucha! Que a resolución tan buena no es razón contradecirla.
Vase ARTEMIO
MARÍA: ¡Alejandro, a Dios te queda! Que ya no quiero casarme que han tocado a mis orejas las razones de mi tío, y quiero en esta aspereza servir a Dios. No te canses porque ya el alma me llevan diferentes pensamiento.
Vase MARÍA
ALEJANDRO: ¡Amor! ¿Qué desdicha es ésta? Hermosísima María, de estos montes primavera, abril de estos horizontes, oye, escucha, aguarda, espera. ¡No te vayas! Mas ya en balde el alma se aflige y queja, que como veloz paloma tras Abrahán va ligera. Mas ¿cómo si soy amante no la sigo? Voy tras ella, que a pesar de mi fortuna he de gozar su belleza.
Vase ALEJANDRO

FIN DEL PRIMER ACTO

La mesonera del cielo y hermitaño galán, Jornada II  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 01 Jul 2002