EL MÁS FELIZ CAUTIVERIO,
Y LOS SUEÑOS DE JOSEF

Antonio Mira de Amescua

Texto basado en el manuscrito no autógrafo de EL MÁS FELIZ CAUTIVERIO (Biblioteca Nacional, Madrid, #15.034) y fue preparado con el apoyo de la suelta (Madrid: Quiroga, 1702). El texto fue preparado por Vern Williamsen para sus estudios en 1980 y luego fue revisado y puesto en forma electrónica en el año 1987.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Campiña con praderas, peñascos y rebaños de toda especie de ganados pastoriles: Una cisterna en medio. Después de ruido de esquilas, chasquidos de bandas y voces, salen dos PASTORES, RUBÉN, SIMEÓN, JUDÁ, ISACAR y LEVÍ
SIMEÓN: Ahipad los perros: ¡to, to! JUDÁ: ¡Qué se escapa! ¡Qué se escapa! LEVÍ: Por el arroyo a la cuesta... TODOS: ¡Qué va al monte! ¡Ataja, ataja! RUBÉN: Ya será en vano seguirle. JUDÁ: Ya en la maleza se ampara. LEVÍ: Ya al monte huye velozmente. SIMEÓN: Con él la mastina parda emparejó hecha una perra, pero la dejó burlada. JUDÁ: Temeridad fue el ganado traerle a aquestas montañas de Dotayín, que en Sichem de estos sustos libre estaba. LEVÍ: Cierto es pues allá no hay fieras. RUBÉN: ¡Tampoco pasto! Y si le hallan aquí, como veis, es cierto se le mejora de estancia. LEVÍ: No hay duda que aquí al fin come. RUBÉN: Por lo demás en su guarda vigilaremos su riesgo. SIMEÓN: Pero digo, camaradas, los demás hermanos, ¿cómo no están aquí? RUBÉN: No hacen falta con nosotros, pues a todo bastamos sin ellos. LEVÍ: No haya quien de la historia eche menos tan precisa circunstancia. SIMEÓN: Nadie ignora, que a esto y cuanto hicimos, todos se hallaban; mas la cómica licencia éstas y otras circunstancias omite o añade, y siempre que a la historia no haga falta, para el adorno es preciso que algún episodio haya. Mas volviendo a nuestro asunto, ¡juro a Dios que el correr cansa! Reniego tal vida. Aquí, aquí quisiera se hallara nuestro hermano el soñador. RUBÉN: No le nombres. ¡Calla, calla! JUDÁ: No le acuerdes. ¡Cesa, cesa! LEVÍ: No a la memoria le traigas. RUBÉN: Que siempre que de él me acuerdo... JUDÁ: Pues cuando oigo que de él se habla... LEVÍ: Que aun imaginar en él... TODOS: renueva a mi odio la saña. RUBÉN: ¡Quién le quitara la vida! JUDÁ: ¡Quién ver su muerte lograra! LEVÍ: ¡Quién jamás le viera! SIMEÓN: ¡Hay cosa! Pues lo mismo a mí me pasa; mas decidme, ¿por qué es esto? ¡Qué yo diré cuál la rabia es que me come! ¿Por qué es? RUBÉN: Porque con soberbia tanta presume que superior me ha de ser. JUDÁ: Porque en casa nuestro padre a él más que a todos con cariños agasaja. LEVÍ: Porque cuanto ejecutamos falso hermano lo relata. SIMEÓN: Pues yo, porque padre le ha hecho de colores una gala, y siendo el menor, nosotros siempre andamos en zamarra. RUBÉN: Mas, ¿qué veo! ¿No es aquél, si la vista no me engaña, nuestro contador de sueños? ISACAR: Vele allí. Viene el monarca que dice hemos de adorar. RUBÉN: La ocasión viene rodada a que de él nos deshagamos todos tomando venganza. SIMEÓN: Démosla la muerte, y luego desnudo a ese pozo caiga. JUDÁ: Bien dices, y a echarle menos, diremos que alguna brava fiera dio fin a su vida.
Dentro JOSÉ
JOSÉ: ¡Hermanos! RUBÉN: A nuestra saña, ¡muera José! TODOS: ¡José muera! SIMEÓN: Cuando yo dé una patada, le embistamos. Disimulo, que llega. TODOS: Finjamos.
Sale JOSÉ con ropa talar de color, y debajo un pellico de lana
SIMEÓN: Vaya. JOSÉ: Hermanos, gracias a Dios que encontré quien me guiara donde os halle. Dadme todos los brazos. RUBÉN y LEVÍ: Desvía. JUDÁ y SIMEÓN: Aparta. JOSÉ: ¿Así premiáis casi un día entero venga de casa, obedeciendo a mi padre a pie de veros? RUBÉN: Sí, pues causas nuevo enfado con tu vista cada instante. JUDÁ: Aún soñadas tus mentiras nos ofenden. JOSÉ: No son mentiras. Te engañas. SIMEÓN: ¿Sí? Pues dilas, y también por la que te regañaba padre cuando las contaste. JOSÉ: Sí, diré, si es que no os cansan. RUBÉN: Por esta vez convendremos porque Él lo mandó. JUDÁ: Aunque enfadan, dilas, que basta Él lo quiera. SIMEÓN: Con esto mejor se clava. ISACAR: No te detengas. JOSÉ: Pues digo, obediente a estas instancias, que soñé estábamos juntos atando la mies dorada en el campo, y el haz mío brïoso se levantaba sobre la tierra, y los vuestros con las cabezas dobladas le rendían la obediencia. TODOS: ¿Por qué? JOSÉ: Porque le adoraban. RUBÉN: (¡Qué locura!) Aparte JUDÁ: (¡Qué delirio!) Aparte LEVÍ: (Sin duda el juicio le falta). Aparte SIMEÓN: Hermano, tú estás borracho, y un lobo a otro te alcanza. JOSÉ: Es el otro, que once estrellas, con luna y sol a mis plantas se postraban adorando mi majestad soberana. RUBÉN: ¡Calla loco! ¿Qué pronuncias? SIMEÓN: ¡Quita de ahí, tonto! ¿Qué hablas? RUBÉN: ¡Qué juzgas que esas estrellas... JUDÁ: ¡Qué crees que estas manadas... LEVÍ: ¡Qué estás en que sol y luna... RUBÉN: ...son en nosotros cifradas! JUDÁ: ...hemos de ser tus hermanos! LEVÍ: ...nuestros dos padres retratan! RUBÉN: ¿Y postrados adorarte habemos como a monarca? JOSÉ: A eso no daré respuesta. SIMEÓN: (¡Vaya el trasto noramala! Aparte ¿Nosotros a él? ¿Quién es él para fortuna tamaña?) ¿El rey? ¡Mire usted qué rey! Con sota se contentara. JUDÁ: ¿Cómo ese imposible cabe? RUBÉN: ¿Ni cómo besar tus plantas la familia de Jacob? JOSÉ: Lo que el cielo santo me habla, aun por sueños, infalible es para mí. SIMEÓN: ¡Patarata! (La patada voy a dar). Aparte JUDÁ: (¡Qué rencor!) Aparte LEVÍ: (¡Qué ira!) Aparte SIMEÓN: (¡Qué rabia!) Aparte LOS DOS: ¡Muera, muera!
Le da una patada SIMEÓN y le embisten con los cuchillos desnudos
RUBÉN: ¡Deteneos! JOSÉ: ¡Ay de mí! ¿Qué os arrebata, hermanos, contra mi vida? RUBÉN: Ved, que es acción inhumana el que en nuestra sangre misma nuestras manos sean manchadas. (Ya en lástima troqué el odio). Aparte JUDÁ: Pues, ¿cómo ha de morir? RUBÉN: Basta que para darle muerte esta cisterna sin agua en su centro le sepulte, pues en sus hondas entrañas sin susto, es fuerza que muera. JUDÁ: Bien has dicho. JOSÉ: ¿Qué oigo, ansias? RUBÉN: (¡Oh, si mi intento lograse!) Aparte JOSÉ: Si mi inocencia os agravia, hermanos, perdón os pido. Mi ruego oíd. JUDÁ: No oigo nada. SIMEÓN: Una vez que ha de morir, sea como fuere. RUBÉN: (Esta traza Aparte es para poder librarle; que aunque quede en pena tanta de noche vendré a sacarle, cuya fineza la gracia de mi padre adquirir puede, que mal conmigo se halla desque falté al respeto maternal, que debí a Bala). JOSÉ: Doleos de mí. SIMEÓN: ¿Y qué haremos si su muerte nos achacan, viendo no parece? JOSÉ: Cielos, vuestras piedades me valgan. RUBÉN: Con desnudarle la ropa, y enviarla a casa manchada con sangre de algún cordero esa sospecha se salva; pues creerán que alguna fiera le despedazó en sus garras. JOSÉ: ¡Qué yo mismo tal escuche! ¡Qué dolor! SIMEÓN: Al pozo vaya.
Desnúdanle
JOSÉ: ¡Hermanos...! SIMEÓN: No hay que hermanear. LEVÍ: Ya está desnudo. JUDÁ: Pues caiga. SIMEÓN: ¡Agua va! ¡Fuera de abajo! JOSÉ: ¡Mirad...! RUBÉN: Es en vano.
Échanle en la cisterna
JOSÉ: Valgan a mi inocencia, Señor, tus piedades soberanas. SIMEÓN: Ya está en el hondo. JUDÁ: Pues ahora vámonos a la cabaña. RUBÉN: Id vosotros, que yo en tanto que el sol sus líneas traslada a otro hemisferio, me parto a ver si hallo alguna caza. (No es sino para hacer tiempo Aparte de conseguir mi esperanza).
Vase RUBÉN
JUDÁ: Ya con esto está contenta mi cólera, y sosegada.
Vase JUDÁ
LEVÍ: Ya del soñador así satisfecha va mi saña.
Vase LEVÍ
SIMEÓN: Toma el sol, toma la luna, las estrellas, las manadas, y el rey; mas, pues a la sombra estás, no se te dé nada que un tabardillo te ahorras. Ahora veremos si mandas, y a ti nos postramos. ¿Eh? En descanso esté tu alma. JUDÁ: ¿Simeón? SIMEÓN: ¿Qué hay, hermano Judá? JUDÁ: ¿Qué adquirimos con que haya de morir así José? ¿Qué? Al fin, nuestro hermano es. ¡Nada! SIMEÓN: ¿Tal dices? ¡No verle más! JUDÁ: Pues eso mismo se alcanza sin que verdugos seamos de su vida malograda, siquiera por Jacob. SIMEÓN: ¿Cómo? JUDÁ: Vimos una carabana de mercaderes, con muestra de que va a tierras lejanas. En el camino la hallamos al cruzar a la cabaña. Traté con dos de venderles a José, y que los traiga Leví nuestro hermano aquí. Con que si es matarlo a causa de no verle más, lo mismo dándole vida se alcanza, pues ya más no le veremos si a remotos climas pasa. Con cuya acción menos fiera nuestro intento se afïanza. SIMEÓN: No hay duda que eres discreto. Me concluyes. ¡Qué se haga!
Salen LEVÍ y los dos MERCADERES
ISACAR: Ya los tres llegan. MERCADER 1: ¿Que en suma nos le vendéis? LEVÍ: Cosa es clara. JUDÁ: Mas, decid primero --si mi curiosidad no os cansa-- ¿adónde vais y quién sois? MERCADER 1: Dirélo en breves palabras. Los dos somos ismaelitas, mercaderes, que contrata en géneros diferentes, corriendo tierras extrañas. De Galaad volvemos, donde allí a los camellos carga dimos de aromas, resina, y mirra. Esto es en sustancia. MERCADER 2: Ahora vamos a otro clima. JUDÁ: ¿Lo oyes? Así se afïanza nuestro gusto. MERCADER 1: Y así veamos quién se vende. SIMEÓN: Aquí se guarda porque no se nos escape. ¡Ea, ayudadme! MERCADER 1: Pues, que salga. JUDÁ: ¡José, José! SIMEÓN: ¡Ah, soñador! JOSÉ: ¡Ay, infeliz! ¿Quién me llama? JUDÁ: Tus hermanos. Sube arriba. SIMEÓN: Niño, líate esa faja.
Échanle una faja y sale JOSÉ
MERCADER 1: ¡Qué lástima! MERCADER 2: ¡Caso extraño! JOSÉ: ¡Que consiga dicha tanta de vosotros! Humillado, dejad que os bese las plantas. JUDÁ: Éste es. MERCADER 1: ¡Gallardo rapaz! MERCADER 2: Joven es de buena traza. MERCADER 1: ¿Y cuánto queréis por él? JOSÉ: ¿Qué es lo que oigo? ¿A qué me sacan? ¿Qué intentáis conmigo, hermanos? JUDÁ: Venderte. JOSÉ: ¡Venderme! ¡Ay, ansias! JUDÁ: Treinta monedas me dad. SIMEÓN: Y es preciso sean en plata. MERCADER 1: Tomad. El esclavo es mío. SIMEÓN: Muy buen provecho le haga. JOSÉ: Hermanos míos, ¿qué hacéis? ¿Cómo así --¡desdicha rara!-- me abandonáis --¡Qué pesar!-- donde --¡los cielos me valgan!-- ya jamás os vea mi amor? Condoleos de mis ansias. Mi juventud os lastime. No permitáis que se parta quien en Jacob, y en vosotros se deja cautiva el alma. ¿Esclavo me hacéis? ¡Qué pena! ¿Yo vendido? ¡Suerte airada! ¿Sin veros yo? ¡Y lo que es más, sin goce entre las canas de Jacob, mi anciano padre los cariños que alcanzaba! Suspended, pues, el rigor. Hermanos míos, templanza. Yo os lo pido, yo os lo ruego. Basta ya de enojo, basta. Ved que así de nuestro padre abreviáis la edad anciana. No por mí, sino por él atended a mis instancias.
Se arrodilla
Y si no bastará esto duélaos verme a vuestras plantas con lágrimas y sollozos una y mil veces besarlas. MERCADER 1: ¡Qué compasión! JOSÉ: ¿Qué decís para mi consuelo? LOS TRES: Nada.
Vanse los tres
JUDÁ: Y pues la entrega os hicimos, podéis proseguir la marcha.
Vase JUDÁ
MERCADER 1: ¡Qué impiedad! MERCADER 2: ¡Bárbara acción! JOSÉ: ¿De qué fiera se contara temeridad tan impía, atrocidad más tirana? Hermanos, volved, mirad... Pero, ¿para qué se cansa mi voz si advierto en su envidia el monstruo que los arrastra? Cielos, juicios vuestros son que nadie a saber alcanza. MERCADERES: Venid, pues. JOSÉ: Ya os voy siguiendo. Divino Señor, ampara mi inocencia; que pues libre de mis hermanos me sacas, me salas de la cisterna, y quieres que esclavo vaya, sin duda para alto fin mi mísera vida guardas. Vuestra voluntad se cumpla. Adiós, fértiles campañas de Canaán. Adiós, Mambret. Adiós, padre de mi alma. Adiós... pero el llanto me ahoga. ¡Padre! Mas ya la voz falta... Adiós, pues, que esclavo pobre y ausente en región extraña, ya no nos veremos más. ¡Qué desdicha! ¡Qué desgracia!
Vanse todos. Casa pastoril. Salen cantando y bailando en traje pastoril DINA, CELFORA, LISEA, PASTORAS y PASTORES, y detrás JACOB
MUSICA: "Pastores y zagalas, pues hoy celebran de Benjamín los años, haya pastorela; y el chisquirristrís y el chascarrastrás se repiquen cantando y bailando con gozo, con bulla, con gira y con fiesta" JACOB: ¡Cuánto, zagales, estimo el obsequio y la fineza que vuestros sencillos pechos a mi Benjamín demuestran! DINA: Como hoy años cumplió la familia lisonjea, padre, lo que amas. CELFORA: Entre los crïados y tus nueras a ese fin la danza hicimos. JACOB: Me huelgo, que su belleza --al fin, hijo del dolor-- amor como a mi alma mesma. DINA: ¿Más que a José? JACOB: No, ni aun tanto, que a ése su virtud le eleva más que a todos; y al mirar una viva copia bella en su rostro de mi esposa, Raquel su madre, me empeña, por haberla tanto amado, a que le dé preferencia en mi pecho. CELFORA: ¿Quiere oír una copla en buena letra que yo he hecho a Benjamín? LISEA: ¿Y otra al mismo fin compuesta? JACOB: Sí, que mucho de escucharlas me holgaría. LAS DOS: Pues atienda:
Cantan
CELFORA: "Los corderillos brincan, balan las ovejas, porque así del niño los años celebran. TODOS: Y el chisquirristrís y el chascarrastrás se repiquen cantando y bailando con gozo, con bulla, con gira y con fiesta." LISEA: "Festivos los zagales con cariñosas muestras a Benjamín dan todos del día enhorabuenas. TODOS: Y el chisquirristrís y el chascarrastrás se repiquen cantando y bailando con gozo, con bulla, con gira y con fiesta." JACOB: De nuevo obligado os quedo a expresiones tan urbanas, amigos más que crïados; y pues en estas campañas de Efraín, ganadero rico y cosechero en labranzas, gracias a mi Dios de todo me colman las abundancias. Distributivo el trabajo será bien que a todos haga sin exceptuar mis hijos, que con mis rebaños andan en Sichem. Y aun si no fuera por mi edad cansada y larga, sería el primero que con mi ejemplo os alentara; que no la primera vez fuera que la honra enristrara, guïando el arado corvo al sol, la lluvia y la escarcha la tierra me obedeciera, y las reses dominara. CELFORA: Ya sabemos que sirvió, siendo pastor, y la gala entre todos se llevó. JACOB: Sí, esa fue Raquel, feriada por mi servidumbre a costa de catorce años de ansias. Pero, ¿cuándo cuesta poco aquello que mucho valga? PASTOR 1: Y di, habiendo acá crïados, ¿por qué no nos encargabas el ganado, y no a tus hijos? JACOB: Con las fatigas se labran los hombres. Sepan servir. Pues, si saben, cosa es clara, sabrán mandar; que aquél que por estos grados no pasa, como no supo servir, no sabrá lo que se manda. ¡Oh, cómo tarda José en volver! ¡Oh, qué batalla al corazón de zozobras le motiva su tardanza! Sal a ver si viene. PASTOR 1: Ya voy.
Vase el PASTOR
DINA: Sosiega, señor, que a casa querrá el cielo pronto vuelva. JACOB: ¡Ay, Dina! Sin él el alma vivir no puede. ¡Oh, hijo mío! Viento, préstale tus alas.
Sale el PASTOR primero
PASTOR 1: Nada alcanzo a ver, señor. JACOB: Ve tú. PASTOR 2: Ya obedezco.
Vase el PASTOR segundo
DINA: Vanas, porque más aprisa llegue, son esas instancias. JACOB: Calla, Dina, que aunque es necedad, el deseo así se engaña; y este fingido consuelo parece que la pena aplaca.
Sale el PASTOR segundo
PASTOR 2: Ningún hombre, señor, veo. JACOB: ¿Qué dices? PASTOR 2: Que no veo nada. JACOB: ¿Cómo es posible? ¿Estáis ciegos? Dejad que yo a verlo vaya. DINA: Si ha de venir, ¿no conoces que en vano en eso te cansas? JACOB: Bien dices. ¡Ay, José mío! Que no sé de tu tardanza qué teme el alma; mas voy a hacer tregua en pena tanta con mi Benjamín. Señor, lástima habed de mis canas.
Vase JACOB
PASTOR 1: ¡Extraño afecto de amor! DINA: Como tanto le idolatra, se le disculpa el extremo; pero parece que llaman. Sin duda es él. Venid todos. PASTOR 1: Yo primero.
Vase el PASTOR
DINA: A Dios las gracias, que ya con su vista harán nuestros sentimientos pausas.
Sale JACOB
JACOB: Parece que oí llamar. TODOS: Sí, señor. JACOB: Sin duda acaba de llegar. Venid aprisa, aprisa.
Sale el PASTOR primero con la túnica de JOSÉ ensangrentada
PASTOR 1: Señor, aguarda, que no es José, sino un hombre que me dijo en dos palabras, "¿Conoces aquesta ropa?" Me la dio y volvió la espalda. JACOB: ¡Ay de mí! Pues mi José, mi hijo, mi prenda cara, ¿qué se ha hecho? ¿Dónde está? Muy bien la conozco. ¡Ay, ansias! Y veo que está cubierta de sangre. ¡Pena tirana! ¡Qué devoraron a mi hijo las fieras! Esferas altas, ¿hay para un padre más mal? Ojos, convertidos en agua, quedando de llorar ciegos. UNOS: ¡Qué desdicha! OTROS: ¡Qué desgracia! JACOB: ¿Muerto mi José ¡Ay triste! ¿Su hermosa luz eclipsada? ¿Muerto él, y del pecho --oh, cielos-- el corazón no se arranca de pesar? Mis vestiduras romperé, y sobre mis canas ceniza echaré. Señor, ¿para qué mi vida guardas? ¡Qué quebrantado! ¡Ay, infeliz! ¿Cómo el dolor no me mata? No más de el sol vea la luz, y en la más oscura estancia consuma mi amarga vida, y huyendo de todos vaya adonde acaben muriendo las desdichas que me acaban.
Vase JACOB
PASTOR 1: ¿Llena de sangre la ropa? Los lobos le dieron caza. CELFORA: ¡Qué lástima! ¿Qué haré, muerto el más hermoso?
Lloran
DINA: Mis ansias, hermano, te sacrifico con mis lágrimas mezcladas.
Al paño RUBÉN
RUBÉN: Por presto que a la cisterna volví por José, la avara impiedad de mis hermanos le sacó, haciendo que vaya a no verle más, dejando mi diligencia frustrada. ¡Ay, infeliz! Y ahora temo que con nueva tan infausta mi padre pierda la vida.
Sale RUBÉN
Pues, según advierto, en casa ya lo saben, Dina. ¿Y padre? DINA: Lamentando la desgracia de José, por ahí se entró, sin que por consuelo... RUBÉN: Basta. Yo se le procuraré si mi persuasión abraza.
Vase RUBÉN
DINA: Nunca yo hubiera nacido.
Sale SIMEÓN con los otros hermanos al paño
SIMEÓN: Según veo las plegarias ya el mensajero cumplió. Aunque fue sin que se hallara presente Rubén, la venta de José, y veis que a casa se adelanta, por su riesgo esta acción ha de callarla, pues le conviene. Lleguemos. Finjamos todos.
Salen TODOS
JUDÁ: ¿Hermana? ¿De qué lloras? Pues, ¿qué es esto? DINA: ¡Ay, hermano de mi alma! SIMEÓN: Con que a casa congregados venimos, ¿y nos amagan con pucheros? Pues, ¿mejor no fueran ollas de vaca? DINA: Luego, ¿no sabéis...? JUDÁ: ¿El qué? DINA: ...que ha muerto José?
Salen JACOB y RUBÉN
JACOB: Aparta, Rubén. RUBÉN: Señor, mira... JUDÁ: Advierte... JACOB: Dejadme que me deshaga en llanto; que sin mi hijo no habrá consuelo me valga. Murió mi José, murió la prenda que más amaba. JUDÁ: ¿Cómo fue? DINA: A manos de alguna fiera de aquestas montañas. RUBÉN: (¿Qué más fiera que la envidia Aparte que en nosotros su fin traza? Pero mi arrepentimiento digan mis ropas rascadas al no hallarle). SIMEÓN: (Lo logramos). Aparte RUBÉN: Pues, señor, si la desgracia ya ha sucedido, conforme con la voluntad sagrada del cielo, tu virtud muestra. JUDÁ: Aunque un hijo en él te falta, once te permite Dios, en quien el amor repartas. DINA: Padre, no a Dios enojéis, pues ser su voluntad basta. SIMEÓN: Como yo viva, que mueran los demás no importa nada. LEVÍ: Padre, suspended el llanto. RUBÉN: Desechad congoja tanta. JUDÁ: Olvidad ya tal quebranto. DINA: Borrad ya pena tan rara. JACOB: No, hijos míos, no es posible. Vuestro deseo se cansa en vano, que ya el consuelo ha faltado de mis canas, el deleite de mis ojos, y el placer de toda el alma. Sin él, ya moriré presto. Dejadme que muera, y vaya a unirme con mi José, donde mis abuelos se hallan. Contigo me lleva al seno, sí, mi José. No te partas que ya te sigo, hijo mío. Aguarda, José, aguarda.
Vase JACOB
DINA: Señor, espera, detente. RUBÉN: Nada hay que le persüada. DINA: Vamos tras él, porque temo según la pasión le arrastra, algún despecho. JUDÁ: Venid.
Vanse JUDÁ y DINA
UNOS: Vamos todos. SIMEÓN: ¡Brava zambra por el soñador hicimos; mas ya la suerte está echada.
Vanse todos. [Atrio y portada del templo]. Salen el rey FARAÓN, la REINA, PUTIFAR, CLEFO, y acompañamiento por un lado y por otro ASENET, TITANA y otras, de sacerdotisas, cantando
MÚSICA: "Reciban del templo las métricas salvas al ínclito rey, de Egipto monarca". TODOS: ¡Viva, viva Faraón! ¡Viva, y reine edades largas! ASENET: Enhorabuena lleguen vuestras reales majestades del templo a los umbrales, en quien las sacras puertas aguardando a que entren son abiertas. FARAÓN: Primero que a mi ejemplo entren cuantos me siguen en el templo, quiero sepan mi intento reverente. TODOS: Ya le escuchamos. FARAÓN: Oíd atentamente. Reina, esposa y señora, a quien mi tierno amor por dueño adora; tú, Putifar valiente, general de mis armas y mi gente; Clefo, a cuya lealtad, grandeza y brío doy el honor de gran copero mío; bella Asenet, mayor sacerdotisa del dios Serapis, cuyo culto avisa, vuestra virtud proviene de vuestro padre Putifar, que tiene el honor, aunque ausente es, bien denote de Heliópolis ser grande sacerdote; gran Menfis, corte mía... rendido a una interior melancolía, estoy confuso y ciego, sin que de tan crüel desasosiego suspenda o borre el curso de artificios humanos el discurso, pues cuantos sabios ante mí se vieron, al consultar mi mal se confundieron sin acertar ninguno, según mi dicha, en mal oportuno; así, no hallando alivio en los mortales, acudo a los auxilios celestiales porque Serapis, dios de Egipto, diga el remedio que acabe a tal fatiga. REINA: Si eso intentáis, ¿en qué nos detenemos? ASENET: Su oráculo os espera. FARAÓN: Pues, entremos; y todos me seguid. TODOS: Ya todos vamos. ASENET: Y porque a su deidad propicia oigamos, invoque el dulce coro su clemencia diciendo armoniosa la cadencia.
Éntranse con el cuadro, con el que volverán a salir en el templo que se descubrirá donde se arrodillarán todos ante el dios Serapis, que estará al foro en forma de humano
MÚSICA: "Serapis, dios sagrado, postrados te pedimos las máximas declares de arcanos escondidos". ASENET: Respuesta no esperéis presto; que se muestra ensordecido a nuestro ruego, y sin duda gran mal amenaza a Egipto. FARAÓN: ¿Qué más mal que el que padece en sueños el pecho mío? CLEFO: ¿Sueños, señor? (¡Qué hasta ahora Aparte tuviese a José en olvido!) Si me creéis... FARAÓN: Clefo, di. CLEFO: Yo traeré quien de ese abismo te libre... REINA: ¿Qué oigo? FARAÓN: ¿Qué dices? CLEFO: Que está preso, señor, digo, un hebreo en Menfis, que en aquel paraje mismo a mí y a tu panadero, cuando presos estuvimos, nos adivinó dos sueños que luego vimos cumplidos, pues a él le anunció la muerte y a mí ser restituído a mi libertad y empleo, con que a un tiempo ambos salimos, yo a serviros a la mesa, y él a ocupar un suplicio. FARAÓN: Ve al punto por él, no tardes. REINA: ¡Qué ventura! CLEFO: Así te sirvo.
Vase CLEFO
PUTIFAR: Ése es un joven, señor, de cuya virtud afirmo ser la mayor. Es mi esclavo, y haciéndole mi valido algún malévolo ceño le calumnió de un delito, que ya sé no hizo, y preso le puse para castigo. FARAÓN: Pues, si inocente está, ¿cómo no le libráis? PUTIFAR: Fue en mí olvido. (¡Ah, infiel esposa! Que si Aparte no me hubieres dado aviso, al morir, de la inocencia de José y del inicuo arrojo tuyo, ¡mil vidas te quitara el furor mío!)
Salen CLEFO y JOSÉ
CLEFO: Éste es José, el hebreo que os dije. JOSÉ: Y el que rendido besa vuestra heroica planta. FARAÓN: ¡Gentil presencia! REINA: ¡Buen brío! JOSÉ: (¿Hasta dónde crüel Fortuna, Aparte llegará su ceño esquivo?) FARAÓN: Alza del suelo. TITANA: ¡Buen mozo! PUTIFAR: De verlo me regocijo. ASENET: ¡Gallardo el hebreo es! FARAÓN: ¿Dónde naciste, cautivo? JOSÉ: En la tierra de Canaán. FARAÓN: Pues, si entre hebreo y Egipcio hay paz, ¿qué te esclavizó? JOSÉ: Tales y tan exquisitos son mis sucesos, que muero al dolor de referirlos, por no infamar con mis voces a quien fueron motivo de ello; mas yo les perdono y amo como a mí mismo. REINA: ¿Por qué indicio preso estabas? JOSÉ: Por el que una mujer hizo valiéndose de mis ropas en mi fuga; mas no digo quién es ni que tenga culpa aunque yo muera, pues libro un honor ajeno a costa de los baldones del mío. PUTIFAR: (¡Qué cuerdo el cómplice oculta Aparte y manifiesta el delito!) FARAÓN: Admirado estoy de oírte. ASENET: ¡Qué galán, y qué entendido! FARAÓN: A esto te llamo. De todos cuantos sabios y adivinos junté a consultar dos sueños que tuve, ningún viso de verdad me han dado. JOSÉ: No es de los hombres, rey invicto, de quien la verdad sabréis, sino de Dios, a quien sirvo. Decidlos, que en Él espero veáis al punto los descifro. FARAÓN: Pues el primer sueño fue que veía salir de un río siete gruesas vacas, y [pasando] a otro distrito, [en aquél se apacentaban]. Luego otras siete salir miro tan flacas y tan hambrientas que devoran de improviso [las] que pacían, como antes quedando esqueletos vivos. Fue el segundo, que en un valle con fruto hermoso y opimo [del trigo vi siete espigas], siete después diviso secas, mustas y sin grano que a las primeras abrigo en su vientre dieron, donde su fruto fue consumido. Esto ha sido lo soñado. Y pues ya te hice testigo de mi confusión, tus labios den a mis ansias alivio. JOSÉ: (De que ya me alumbráis, gracias Aparte os doy, Señor infinito). Ésas gordas y hermosas siete vacas, siete fértiles años significan. Siete estériles luego pronostican las otras siete exánimes y flacas. Las espigas que al sueño después sacas, lo mismo que las vacas significan; que unas con fruto, otras sin él indican gran mal a las provincias egipciacas. ................ ..................... ..................... .................. ..................... .................... Por los siete años primeros de tu Erario has de mandar la quinta parte comprar de cuanto los cosecheros cojan; y luego en graneros, que para esto harás hacer, esta copia has de poner, comprada en un precio tal que al mismo luego puntual el trigo hayas de vender. Pasado el tiempo dichoso, llega el infeliz, y a ti por trigo vendrán, y así que lo has de dar es forzoso. Este arbitrio es provechoso, fuerza es que el reino convenga sin que en tu perjuicio venga. Con lo cual te satisfaces y con tal socorro haces que tu reino se mantenga. Si esto haces, encontrarán, como remedio del cielo, el afligido consuelo, el necesitado pan, el rico ningún afán, el pobre amparo dichoso, el huérfano su reposo, el vasallo su placer, y tu imperio vendrá a ser el reino más venturoso. FARAÓN: ¡Oh, cielo! Ya he descansado. Sólo creo cuanto hablaste en que mi pena aquietaste. ASENET: De alto espíritu es dotado pues sólo él a eso ha bastado. REINA: Sus juicios, no naturales, decretos son celestiales. FARAÓN: Llega a mis brazos, que creo cuanto dices. JOSÉ: Mi deseo se encumbra a tus plantas reales. FARAÓN: Pues, mal y cura divina tu voz me ha aclarado ya. ¿Quién mejor que tú podrá usar de la medicina? Pues tu ciencia es peregrina, que a eso acuda. Me acomodo mandándolo; y aun en todo mi reino te han de adorar como a mí. TITANA: Esto es soñar. JOSÉ: Señor, ¿cómo? FARAÓN: De este modo. Esta púrpura publique que otro yo en Egipto [fueres], Y el que en su dominio eres, en tu diestra el cetro indique.
Le va poniendo las insignias
Mi anillo real se dedique a tu mano, y cuanto abona. Sólo en mí está la corona, lo demás todo está en ti; con que ya, José, así eres mi misma persona. JOSÉ: (¡Ay, padre! ¡Ay, hermanos! ¡Si Aparte vierais tanto galardón!) FARAÓN: A José aclamación todos repetid aquí. TODOS ¡Viva José! FARAÓN: No sea así, que pues a Egipto salvó, Salvador bien se llamó de este reino en tal conflicto. TODOS: ¡Viva el Salvador de Egipto! REINA: ¡Quién tanto bien alcanzó! FARAÓN: Repetid esos acentos,. TODOS: ¡Viva el que nos remedió! FARAÓN: Con tales aplausos yo logro el fin de mis contentos. Todos le seguid atentos. TODOS: Así lo haremos. JOSÉ: (Señor, Aparte humilde os bendigo por tan soberanos portentos). ......................... ......................... FARAÓN: En mi carro ahora vendrás. JOSÉ: De indigno a todo me alabo. ASENET: ¿Quién vio más feliz esclavo? REINA: ¿Quién tal dicha vio jamás? FARAÓN: Asenet, que aplauda harás el coro a José. ASENET: Obliga tu ley a que tal consiga. HOMBRES: Pues, en cadencias veloces... MUJERES: Pues, en alternadas voces... HOMBRES: Diga el gusto... MUJERES: El placer diga...
Cantan todos
MÚSICA: "Al Salvador de Egipto rindamos alabanzas, como a su rey segundo, que viva y que le aplaudan".

FIN DEL PRIMER ACTO
  

El más feliz cautiverio, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 01 Jul 2002