ACTO SEGUNDO


   [Salen] el REY, CELAURA, COSARIO, PEDRO, don FERNANDO, CLEMENCIA
                              y TRIGUEROS 
 
REY:           Mucho, capitán, me agradas
            con tu relación.
COSARIO:                    Prosigo.
CELAURA:    (Al paso que tú me enfadas).   Aparte
COSARIO:    La verdad, señor, te digo.
            No hay más valientes espadas   
               en Africa.  Pelearon
            de suerte que nos dejaron   
            con envidia.  Aunque vencidos,
            como dos toros heridos
            en nuestro escuadrón entraron; 
               mas de la suerte que envía
            luz hermosa, ausente el día, 
            a las estrellas el sol,
            así este bravo español
            en valor resplandecía.    
               Que aunque su hermano pelea
            gallardo, animoso y fiero,
            y nombre eterno granjea,
            que basta ser caballero
            para que valiente sea, 
               éste, que furioso advierte
            corazón robusto y fuerte,
            nos enseñaba arrogante
            en cada brazo un gigante
            y en cada golpe una muerte.
               ¿No has visto, trepando cerros,    
            manchar de espuma las flores
            espín coronado a hierros,
            derribando cazadores
            y desbaratando perros, 
               que con el rabioso diente,
            mirando a l[a] escuadra enfrente,
            con el fuego en que se abrasa,
            tronchando venablos pasa
            más veloz que rayo ardiente?   
               Así el que miras suspenso
            fue un rayo en nuestro escuadrón.
CELAURA:    (Por eso rendirle pienso         Aparte
            el humilde corazón).
COSARIO:    Quedé a su valor inmenso  
               obligado, y de manera
            que si no lo atribuyera
            el mundo a mengua notoria,
            le dejara la victoria
            y yo su cautivo fuera. 
               Di la presa al mar, contento
            de mi heroico vencimiento,
            porque ya conoce el mar
            que si no me ve triunfar
            lo ha de pagar su elemento. 
               Corrí las costas de España
            sin escaparse persona
            de cuantos mi astucia engaña
            desde el mar de Barcelona
            al mar que el estrecho baña.   
               Seis meses ha que salí
            de Argel, y aunque siempre fui
            dichoso en empresas [s]antas,
            tú me das con honras tantas
            los que jamás merecí.   
               Y pues que disponga quieres  
            ya de la presa mejor
            y en el favor me prefieres,
            les doy por dueño y señor
            a tu hermana.
CELAURA:                 (¡Nunca esperes     Aparte
               favor de quien te aborrece!)
COSARIO:    Señora, humilde os ofrece,
            si bien sois del mundo el dueño,
            un alma en don tan pequeño
            quien ya por la fe os merece;    
               que aunque son atrevimientos,
            --mirando vuestro valor,
            hielos de mis pensamientos--
            tiene la fe de mi amor  
            iguales merecimientos. 
               Estos cautivos cristianos
            por trofeos soberanos
            rindo a vuestras plantas bellas,
            si puede quien pisa estrellas
            tocar despojos humanos.
CELAURA:       Generosa cortesía
            merece tu ofrecimiento.
            Ya corre por cuenta mía
            debido agradecimiento.
            (Parece que amor me envía      Aparte
               cuando comienza a causar
            penas; que me han de acabar
            en ocasiones, con hielos.
            Gracias les doy a los cielos
            que saben mi bien trazar).  
               Ya cristiano eres mío.
PEDRO:      Llamarme puedo dichoso
            con tal dueño.
CELAURA:                 Ilustre brío
            de español muy valeroso
            te pintan.
PEDRO:              Cuando yo envío   
               quejas a mi suerte avara,
            viendo mi flaqueza clara
            y mi cobarde temor,
            tú me atribuyes valor.
            Si yo en el campo dejara    
               la vida, volar pudiera
            mi fama, pero vencido,
            es loco el que fama espera.
            Mi valor ha encarecido
            quien el suyo honrar quisiera;   
               pues confesando valor
            al vencido, aumenta honor,
            siendo en los pasos crüeles
            su alabanza los laureles
            del soberbio vencedor. 
               Demás que fuera locura
            del que ofrecerte quisiera,
            siendo lisonja segura,
            hombre que en valor no fuera
            igual con tu hermosura,     
               y siendo imposible aquí
            que a tanta belleza exceda
            mi esfuerzo, atribuye en mí
            el que parece que pueda
            ser lisonja para ti.
COSARIO:       (¡Por los soberanos cielos    Aparte
            que no cause más desvelos
            a Roma el soberbio Atila!)
CELAURA:    Tu espada en la muerte afila
            para matarte de celos;      
               que mal tu discurso ordena
            como el que lleva a cantar
            músicos con alma llena
            de amor que piensa ganar
            gracias con la gracia ajena.
REY:           Considero, capitán, 
            que más fama te darán
            si al gran señor los presentas;
            pues al paso que la aumentas,
            tus precios creciendo van.  
               A Constantinopla es justo
            que estos cristianos envíe.
CELAURA:    ¿Qué ordenas, hermano injusto?
COSARIO:    (¡Que así mi intento desvíe  Aparte
            por un lisonjero gusto!)
               ¿Tan tributario has de ser
            del gran señor?  No ha de haber
            presa en Argel de importancia
            que la goces.
REY:                     La ganancia
            fue del sembrar el coger;   
               así pretendo ganar
            la gracia.
COSARIO:            Y yo pretendía
            la tuya, dando lugar
            a tu gusto el mismo día
            que de él me quise privar;     
               que aunque de Marte el furor
            es mi oficio, suele amor
            vencer pechos de diamante.
            Ésta que miras delante
            es mujer; mira el valor
               de mi pecho en su hermosura,
            pues te la ofrezco.
REY:                          Tu voz
            fue agora, en la niebla oscura
            del traje, viento veloz
            que mostró su lumbre pura 
               como suele el sol cubierto
            de nubes.  El precio cierto
            tienes.  No saldrán de Argel.
COSARIO:    (Porque mi dueño crüel              Aparte
            dé a mis esperanzas puerto).
REY:           Todos cuatro servirán
            a mi hermana.
TRIGUEROS:               No entender
            que hacer.
COSARIO:            Aquí no están
            más de tres.
TRIGUEROS:               Alá hacer    
             vos forte capetán.
REY:           ¿Quién es este?
TRIGUEROS:                    Ser catebo
            en Espania, e ser ya esclavo
            de vosancé.
REY:                   No es muy nuevo
            el suceso.
TRIGUEROS:          (¡Está muy bravo       Aparte
            este perro!)
PEDRO:                   (Aun no me atrevo   Aparte
               a pensar con qué intención
            agrava nuestra prisión
            Trigueros).
TRIGUEROS:             Sonior, ponelde
            en mazmorra e yo molelde
            a palos.
COSARIO:            Como ve ocasión   
               querrá vengarse.
CLEMENCIA:                    (¿Hay rigor    Aparte
            de Fortuna más crüel?)
REY:        ¿Cómo te llamas?
TRIGUEROS:                   Sonior,
            Zulema Trigueros.
REY:                          De él
            puede fïarse mejor          
               su guarda.
COSARIO:                 Y es conveniente
            porque es gente principal
            y de rescate.
CELAURA:                 No intente
            la mano más liberal
            con los tesoros de oriente  
               su rescate, que es en vano.
REY:        Ya son tuyos y en tu mano
            vive ya su libertad.
COSARIO:    Sólo vuestra voluntad
            es su dueño soberano,     
               aunque no pueden tardar
            ya sus frailes redentores.
TRIGUEROS:  Sí, porque nos cativar
            cuando agosto hacer calores
            e ya en el dezembre estar.  
 
                               Disparan 
 
MORO 1:        [Un barco aquí está llegando;]
            ya se están desembarcando
            los redentores de España
            y un viejo los acompaña
            que dos hijos va buscando.
REY:           Pues salvo conducto tiene,
            licencia es bien que le demos.
            [Entren pues; que nos conviene.]
FERNANDO:   Pedro, dichosos seremos
            si es nuestro padre el que viene.
REY:           Cristiano, no tengas pena
            que el cielo tu dicha ordena
            en mi casa.
CLEMENCIA:               El cielo guarde
            tu vida.
 
                             Vase [el REY] 
 
CELAURA:            (¡No seas cobarde,       Aparte
            Amor!)
COSARIO:            (Su ley enajena          Aparte
               mis sentidos y el temor.
            Las esperanzas derriba
            de mi mal premiado amor).
 
                             Vase [el COSARIO] 
 
CELAURA:    Ya ves que en mi gusto estriba,
            cristiano, tu bien mayor.   
               Pues procúrame agradar
            si pretendes alcanzar
            la libertad que deseas.
PEDRO:      El mundo a tus plantas veas.
TRIGUEROS:  Yo le saber enseniar   
               aguardar de vosancé
            el mandamiento, soniora.
CELAURA:    Tu cuidado premiaré,
            moro.
 
                            Vase [CELAURA] 
 
TRIGUEROS:         La galga te adora;
            bien llano su amor se ve.
PEDRO:         Y tu extraño pensamiento.
            ¿Quién entenderlo podrá?
            Sabes, Trigueros, que siento
            que eres moro.
TRIGUEROS:               ¡Mentirá
            todo hombre!  En mi nacimiento   
               honrarse Pelayo espera.
            Y si aquel apóstol payo
            morisco me conociera,
            me escogiera por lacayo
            cuando a Galicia viniera.   
               Si estoy libre, ¿no daré
            mediata tu libertad?
            Más fácil es, bien se ve
            de tu ingrata voluntad,
            la muestra; pues yo me iré     
               donde no me veas jamás.
PEDRO:      ¡Trigueros, espera, aguarda!
TRIGUEROS:  No quiero.
PEDRO:              Pesado estás.
            Si te dejaron por guarda
            nuestra, ¿para qué te vas?
TRIGUEROS:     ¿Qué quieres?
PEDRO:                        Me va la vida
            en que eches de aquí a mi hermano.
TRIGUEROS:  ¿El amor no se te olvida
            siendo esclavo?
PEDRO:                   Es un tirano
            y tiene el alma rendida.    
               Cuando esté el cuerpo en prisión,
            quiero gozar la ocasión
            de templar su enojo y furia,
            porque atribuye esta injuria
            a mi amorosa pasión.
TRIGUEROS:     Déjame el cuidado a mí.
            ¡Perro, camenar comego!
FERNANDO:   Trigueros, ¿estás en ti?
CLEMENCIA:  ¡A verte sin seso llego!
PEDRO:      (Dichoso en mis males fui).      Aparte
TRIGUEROS:     E vos, esperalde un poco.
            ¡Andar crestiano!
FERNANDO:                   ¿Estás loco?
TRIGUEROS:  Saber Mahomá que hacer.
            No gastar tempo.  Vener
            al mazmorra.
FERNANDO:                ¡Agravios toco 
               fuera del límite humano!
CLEMENCIA:  ¿Dónde le llevas, Trigueros?
TRIGUEROS:  A la calaboso.
PEDRO:                    Hermano,
            culpa es de los hados fieros
            darle venganza a un tirano.
FERNANDO:      La culpa tú la has tenido
            del mal que hemos padecido.
            Pues por robarme a mi esposa,
            somo esclavos.
 
                            Llévalo 
 
PEDRO:                   Dichosa
            mi extraña fortuna ha sido;    
               pues piadosa y liberal
            me ha dado el consuelo igual
            a tu furioso desdén,.
            porque resplandezca el bien
            entre las sombras del mal.  
               Clemencia, a gloria atribuyo
            la prisión de un alma fiel;
            pues ni la dejo ni huyo;
            que aunque me ves en Argel,
            sólo soy esclavo tuyo.    
               Viva el moro satisfecho
            del robo y presa que ha hecho;
            que no hay para darme enojos
            más cosarios que tus ojos,
            ni más Argel que tu pecho.
CLEMENCIA:     Cuando llegaba a entender
            que el peligro y el rigor
            aquí te habían de volver
            la vergüenza y el temor
            que allá pudiste perder,  
               te olvidas tanto de ti
            que resucitas así
            huesos en montes de hielo;
            mas quien olvida a los cielos,
            jamás se acuerda de sí.
               En vano ruegas, villano,      
            cuando yo a tu hermano adoro.
            ¿Quieres, lascivo y tirano,
            que el cuerpo en poder de un moro
            dé el alma a un moro cristiano?     
               Que, porque el mundo se asombre
            no te queda más del nombre,
            y aun no sé si el nombre quieres,   
            pues las obras dicen que eres
            fiera transformada en hombre.    
 
PEDRO:         Mal pudiera, siendo fiera,
            rendirte el pecho jamás.
            Bellísimo dueño, espera.
            Vuélveme el alma y podrás
            escaparte más ligera;     
               que si por blasones tienes
            hüir, a engañarte vienes
            por más que las plantas muevas.
            Pues, va el alma que me llevas
            pesada con tus desdenes.         
               Mira que estoy tan perdido
            que daré con locas voces
            como eres hombre fingido.
CLEMENCIA:  Poco mi valor conoces
            y poco tu agravio ha sido.  
               Mi muerte, ¿qué ha de importarte?
            ¿Y del dolor fueses parte?
            Más quiero y debo elegir,
            por no agradarte, morir
            que vivir para escucharte.  
               Demás que cuando se entienda
            que soy mujer, ¿qué delito
            será, ya que [a mí] me ofenda
            el rey cuando no hay escrito
            crimen que en vano defienda?
PEDRO:         Amenazas son de amor.
            Templa, señora, el rigor;
            pues, vencedora, me ves
            rendido y muerto a tus pies.
 
                         [Sale] el REY 
 
REY:        (Celos engendra el amor.         Aparte
               No es vano mi pensamiento.
            ¡Vio el alma lo que temía!)
CLEMENCIA:  Voces das sin fruto al viento.
PEDRO:      Rigurosa estás.
CLEMENCIA:                  ¡Desvía!
REY:        (De justo enojo reviento).       Aparte
               ¿Qué haces, cristiano?
PEDRO:                       (¡Ah, tirano!   Aparte
            Amor mis desdichas lloro).
            Rogábale, y es en vano,
            que no se volviese moro.
CLEMENCIA:  Que deje de ser cristiano   
               pienso que me persuadía.
REY:        Dejará tu compañía,
            si es que te llega a enfadar.
CLEMENCIA:  Eso le puedes mandar.
PEDRO:      (¡Murió la esperanza mía!)   Aparte
REY:           Cristiano, desde hoy advierte
            que si hablar con él te veo,
            lo has de pagar con la muerte.
PEDRO:      Obedecerte deseo,
            pues gano en obedecerte.
REY:           No andes más donde él esté.
CLEMENCIA:  (¡Dichosa en mis males soy!)     Aparte
REY:        ¡Anda, vete!
PEDRO:                   Ya me iré.
REY:        ¿Cómo no te vas?
PEDRO:                       Ya voy.
            (Pero sin alma.  No sé...      Aparte
               Sospecho que el rey entiende
            que es mujer.  Amor se enciende
            en atrevidos antojos.
            ¡Mataréle si a mis ojos
            la regala y la pretende!)
REY:           ¿No te has ido?
PEDRO:                        Quiero hablarle,
            señor, para preguntarle
            por su nombre y su lugar.
REY:        ¿Para qué?
PEDRO:                 Para avisar
            que vengan a rescatarle.
REY:           No te canses, que de Argel
            no ha de librarse jamás.
PEDRO:      Si eres bárbaro, crüel
            y cobarde.)
REY:                     ¿No te vas?
PEDRO:      Ya me voy.  (¡Qué advierta en él    Aparte
               mis amorosos cuidados
            y que los goce permito! 
            ¡Celos matadme vengados!)
 
                             Vase [PEDRO] 
 
REY:        Pues este enfado te quito,
            no culparás mis enfados.  
               Nunca hay prodigio encubierto,
            si tiempo y fama advierto,
            y como el de tu belleza
            excede a Naturaleza,
            la fama lo ha descubierto.  
               ¡Bella imagen soberana
            del sol, un alma te adora!
CLEMENCIA:  Eso me dirás mañana
            más despacio.
REY:                     Pues agora,
            ¿por qué no?
CLEMENCIA:               Viene tu hermana.   
 
    Vanse [CLEMENCIA y el REY.  Salen don ÁLVARO], padre y don
                               FERNANDO 
 
ÁLVARO:        Vuélveme a abrazar, Fernando,
            ya que verte he merecido.
            Mientras de mi cuello asido
            resisto al dolor llorando.
               No hay contento que me cuadre 
            sin ti; que un hijo en rigor,
            si es bueno, es merecedor
            de todo el amor de un padre.
               Apenas supe el suceso
            de tu desdicha y la mía   
            cuando hirvió la sangre fría
            con un amoroso exceso.
               De Valencia me avisaron
            y si mis penas crecieron,
            bríos pasados volvieron   
            y mi vejez alentaron.
               Di el rescate y como en él  
            puede mi bien prevenir,
            por salirte a recibir
            y no he parado hasta Argel. 
               A los frailes que han venido
            a redimir acompaño,
            y el pecho en lágrimas baño
            de tu amor enternecido.
               Pues de tu hermano...
FERNANDO:                       A mi afrenta,     
            silencio y vergüenza debo
            por no afrentarte de nuevo
            con las maldades que intenta.
               Le dio materia al dolor
            que padeces.  Aun los labios     
            temen contar mis agravios;
            pues el agravio mayor,
               que como el dolor se mengua,
            le refiere la memoria
            la más afrentosa historia 
            que cabe en pluma ni lengua,
               y mi desdicha presente,
            antiguas memorias priva,
            falta pluma que la escriba,
            pues no hay lengua que la cuente,     
               y así vas considerando
            que va mi afrenta creciendo,
            pues la padecí sufriendo
            y la he de sufrir callando.
ÁLVARO:        Fernando, engañado estás. 
            Eso será si la afrenta
            quien la padece la cuenta
            a quien la excusa no más;
               que como no le enternece
            fuerza de sangre y amor,    
            se vuelve entero el dolor
            al mismo que la padece;
               pero a mí no estés dudando,
            cuando amor me está alentando,
            que la vaya padeciendo 
            como la fueres contando.
FERNANDO:      Pedro, al fin con alma fiera,
            entró en casa de mi esposa
            y con industria engañosa
            una noche...
ÁLVARO:             ¡Aguarda, espera!   
               No lo acabes de decir
            si no me quieres matar;
            que no lo podré escuchar
            sin ayudarme a sentir.
               Pero, prosigue, pues ves,     
            sin que mi dolor se ablande,
            que el de la duda es tan grande
            como el de saber lo que es.
FERNANDO:      Robó mi esposa y seguí
            sus pasos con tanto engaño     
            que hice autor de mi daño
            a quien jamás conocí,
               porque de un hermano dudo
            que tal se pueda esperar.
            Llegué al mar y templó el mar     
            fuego que el temor no pudo.
               Salió de emboscada un moro
            con un escuadrón crüel
            y presos nos trujo a Argel
            donde mis desdichas lloro.
ÁLVARO:        ¡Válgame el cielo!  ¡Ah, tirano!
            ¡Plega a Dios...!
FERNANDO:                    No le maldigas,
            señor.
ÁLVARO:             Con eso me obligas
            a que aborrezco a tu hermano;
               pues viendo el piadoso amor   
            que tienes a quien te ofende,
            mi pecho helado se enciende
            en un ardiente furor.
FERNANDO:      Pues mal podré agradecer
            la voluntad que me tienes   
            si tú a confesarme vienes
            que la vengo a merecer;
               que ésta de derecho es mía,
            que no la puedes negar.
            La que me puedes quitar     
            es la que por él pedía;
               que como fiero y crüel,
            no sabe obligarte a ti,
            aunque la quites de mí,
            pido tu amor para él.
ÁLVARO:        A Dios imitando vas
            y yo tus pasos imito,
            pues busco amor infinito
            por poder quererte más.
               Abre mi pecho, pues quieres   
            darlo con pródiga mano,
            y reparte con tu hermano
            todo el amor que quisieres.
 
                              Salga PEDRO 
 
FERNANDO:      Él viene aquí.  Hermano mío,
            mira si debes amor          
            a quien olvida el rigor
            del mar en invierno frío
               y animando su vejez
            cuando más riesgos previene,
            hoy a rescatarnos viene.
PEDRO:      ¿Eres de su pecho juez?
               ¿Cómo sabes que ha venido
            por mí?  Si solo estuviera,
            yo sé que jamás viniera.
            Tú, Fernando, le has traído.
FERNANDO:      ¿Su amor le pagas ansí?
PEDRO:      Quien de su casa me echó,
            ¿quieres tú que entienda yo
            que ha venido a Argel por mí?
ÁLVARO:        ¿Con ese agradecimiento  
            me recibes?
PEDRO:                   ¡Vive Dios,
            que quiere obligar a dos
            trayendo solo un intento?
               No te agradezco el cuidado,
            pues sé que a ofenderme vienes,     
            porque el amor que le tienes,
            conmigo lo has disfrazado.
ÁLVARO:        Dudaré la salvación  
            de un hombre a quien Dios envía
            más trabajos, y él porfía  
            en su misma obstinación.
               Ingrato a Dios quien desvela
            de la verdad su jüicio;
            pues al mismo beneficio
            le das nombre de cautela.   
               Si con ser malo, te igualo
            al bueno y por ti daré
            la sangre, ¿te dejaré
            adonde puedas ser malo?
               Cuando a tus ojos parezco     
            que en ti ejecuto crueldades,
            aborrezco tus maldades
            y a ti jamás te aborrezco.
               Mas como te siento aquí
            tan preso y asido a ellas,  
            cuando llego a aborrecellas,
            piensas que te busco a ti.
PEDRO:         Con eso me indignas más.
            Rescátame si quisieres,
            pues tanto por mí te mueres    
            que hasta la sangre me das.
FERNANDO:      Ya viene el rey.  De su hermana
            somos esclavos, señor.
PEDRO:      Por eso será mayor
            el rescate.
FERNANDO:              ¿Tan tirana 
               ha de ser una mujer
            .............
            .............
            ................   [ -er];
               que no la obligue tu llanto?
ÁLVARO:     ¿Y tu esposa?
FERNANDO:                Esclava es
            de la infanta.
ÁLVARO:                  El interés
            recelo que baste a tanto;
               que de los dos solamente 
            me avisaron la prisión.
FERNANDO:   El rey tendrá compasión
            de tus años.
PEDRO:                   ¡Qué imprudente
               estás como has encubierto
            que ha venido disfrazada    
            Clemencia!
FERNANDO:              Ha sido acertada
            tu advertencia.
ALBERTO:                 Ya estoy cierto
               de lo que importa pedir.
 
          [Salen] el REY, la infanta [CELAURA]. y el COSARIO  
 
REY:        (No pintan a la mañana              Aparte
            más bella que a esta cristiana).
CELAURA:    (Hoy le pienso descubrir         Aparte
               mi amoroso pensamiento).
ÁLVARO:     Señor, a tus plantas llega
            quien golfos de amor navega
            siendo suspiros el viento.  
               Estos esclavos que ves,
            dichosos porque han venido
            a tu casa, me han traído
            humilde a besar tu pies.
               Son mis hijos, y también    
            tienes un sobrino mío.
REY:        Alza.
ÁLVARO:           En tu clemencia fío
            que has de despacharme bien.
REY            Por el muchacho que pides
            me hablaron ya y le ofrecí.
ÁLVARO:     ¿Qué tan venturoso fui?
REY:        Yo haré que presto le olvides.
               Vuestros frailes tratan ya
            su rescate.  Por su cuenta
            corre.
CELAURA:           (Mi hermano, ¿qué intenta?)  Aparte
            Con ellos el mozo irá.
REY:           Tú puedes llevar tus hijos
            sin que en rescate repares.
ÁLVARO:     Ya son más que mis pesares
            mis glorias y regocijos.    
               Constantinopla jamás
            goce tributo de Argel.
CELAURA:    No te he visto tan crüel.
            ¿Tan falso conmigo estás?
               Si estos esclavos son míos,  
            ¿cómo quieres rescatarlos?
 
REY:        Porque quisiera abrasarlos
            por celosos desvaríos.
               Mátame el uno de celos,
            y por no verle le diera     
            mi corona.  Considera
            que están pidiendo a los cielos
               piedad las lágrimas tiernas
            de este viejo, y es razón
            consolarle.
CELAURA:                 ¿Y la opinión,
            por quien el reino gobiernas,    
               de Lidoro, que a tus puertos
            arroja leños cristianos
            más que Libia tiene granos
            de arena al sol descubiertos?
               ¿Es justo ofenderle así,    
            menospreciando el despojo
            que me ofrece?  No me enojo
            sin causa.
COSARIO:            (Mis glorias vi,         Aparte
               entre esperanzas difuntas,
            renacer con alma nueva.     
            ¡Ésta es de su amor la prueba!)
REY:        Aunque tu ofensa barruntas,
               no has de pensar que fue intento
            de enojarte; pero advierte
            que ha sido inviolable y fuerte  
            la palabra que sustento.
               Mandéles y he de cumplir 
            mi palabra.
CELAURA:               No es empeño
            de la palabra si el dueño
            no se la deja cumplir. 
               Mis esclavos son.  ¡No puedes
            disponer de ellos!
ÁLVARO:                       Señora,
            de ti esperamos agora
            más soberanas mercedes.
               No me permitas que vuelva     
            sin mis hijos.
REY:                     Ya es crueldad
            la tuya.
CELAURA:            Y será amistad
            en que agora me resuelva
               a dar el uno.
REY:                         Tu gusto
            estimo.
CELAURA:            Su padre vea   
            cuál ha de ser.
ÁLVARO:                   Que no sea
            un decreto tan injusto,
               ruego al cielo.
REY:                          Esto ha de ser;
            uno solo has de llevar.
ÁLVARO:     ¿Con quién me he de aconsejar  
            para animarme a escoger?
               Vaya libre el que me quitas
            y yo quedaré por él.
REY:        Yo vendré a ser más crüel.
CELAURA:    (Quiera el cielo que no admitas  Aparte
               a quien al alma rendí).
REY:        Si no permiten los cielos
            que elija al que me da celos,
            sentirá mi furia en [sí]).
COSARIO:       Estimo en mucho el intento    
            con que el esclavo detienes.
CELAURA:    Pues me has entendido, tienes
            muy gallardo entendimiento.
               (Si a Pedro escoge, he de hacer    Aparte
            de modo que no lo lleve;    
            porque a imposibles se atreve
            el amor en la mujer).
 
       Vanse [el REY. CELAURA y el COSARIO].  Quedan solos padre
                                e hijos 
 
ÁLVARO:        ¡Paso estrecho, rigurosa
            sentencia!
PEDRO:                 ¿Qué determinas?
            ¿A cuál de los dos te inclinas?
ÁLVARO:     Será la elección forzosa.
PEDRO:      De tu clemencia piadosa
            no ha mucho que blasonabas.
            Tú dijiste que me amabas;
            pues si al vivir me prefieres,   
            veré agora si me quieres
            o si entonces me engañabas.
ÁLVARO:        Espera, Pedro, un momento.
            Tomaré resolución
            en la más fuerte ocasión     
            que cabe en entendimiento.
            Asidas al alma siento] 
            dos partes y la mejor
            pide a voces más favor;
            mas al dársela atrevido,  
            hallo como la otra olvido,
            que es invencible dolor.
               Mas si por fuerza ha de ser,
            quisiera al cielo pedir
            que me dejase morir         
            acabando de escoger.
            Pero si me ha de vencer
            un dolor tan excesivo,
            presto mi muerte apercibo
            y a mí me estaría mejor 
            porque no pueda el amor
            culparme si me halla vivo.
               éste es mi espejo, y aquél
            el hijo y si aquí le dejo,
            cuando me mire en mi espejo 
            miraré un padre crüel.
            Si dejo el bueno por él,
            no será consejo cuerdo,
            pues de su virtud me acuerdo
            y que he de perder es llano
            el contento del que sano    
            con el dolor del que pierdo.
               Mas si la virtud merece
            premios aun del mismo Dios,
            ¿no he de escoger de los dos     
            al que en virtud resplandece?
            Pero si el otro carece
            de la luz que viene a dar
            el sol que le ha de juzgar
            las culpas que cometió.   
            ¿es bien que le deje yo
            donde acabe de cegar?
FERNANDO:      Padre, tan suspenso estás
            que viven dudas en ti.
            Déjame escoger a mí          
            y de las dudas saldrás.
            Mi hermano merece más
            y que le libres te pido,
            que él podrá culpar tu olvido
            y a mí me basta por gloria     
            las veces que en tu memoria
            me has llamado el escogido.
ÁLVARO:        ¡Vive Dios!, que tú has de ser
            el escogido y llamado,
            que tu humildad me ha quitado    
            las dudas del escoger.
            Si es que un hijo he de perder
            en pena y congoja tanta,
            hoy con lágrimas te canta
            por el mejor de los dos     
            un padre que imita a Dios,
            pues los humildes levanta.
PEDRO:         ¿Qué dices?
ÁLVARO:                  Que me perdones,
            hijo, te vengo a rogar,
            si merecen alcanzar         
            mis lágrimas tus perdones.
PEDRO:      ¡En ocasiones me pones
            que te han de costar bien caras!
            Tú vieras, si me llevaras
            y tan ciego no estuvieras,  
            el provecho que me hicieras
            y el daño que me estorbaras.
               Al fin me quedo en Argel
            por ti.
ÁLVARO:             Fernando, ¿qué haré?
            Pero no porque seré       
            más que piadoso crüel.
            Tú librado, piérdase él.
            ¡Qué no se pierde por mí!
            Piadoso mientras cogí
            y si al dar la cuenta mía 
            Dios me le decide algún día,
            te pondré delante a ti.
 
               [Salen] el REY, CELAURA y COSARIO 
 
REY:           ¿Estás ya determinado?
ÁLVARO:     Sí, señor.
PEDRO:                 Mira primero
            lo que haces.
CELAURA:                 (Hoy espero         Aparte
            pena o gloria en mi cuidado).
ÁLVARO:     Éste es el que ha granjeado
            mi voluntad.
CELAURA:                (¡Venció Amor!)         Aparte
REY:        ¿No fuera el otro mejor?
ÁLVARO:     Éste es a quien yo me inclino.
REY:        Pues, dártele determino.
ÁLVARO:     Beso tus plantas, señor.
CELAURA:       Manda que se partan luego
            y estimarán la amistad.
REY:        A quien doy la libertad,    
            ¿cuándo la partida niego?
ÁLVARO:     De lástima no me llego
            a tus brazos.
PEDRO:                   ¡Qué me dejas
            cautivo!
ÁLVARO:             Sordas orejas
            entre mi piadoso llanto,    
            tente cual sierpe al encanto,
            para no escuchar tus quejas.
               Vamos Fernando.  ¡Ay de mí!
PEDRO:      Escucha antes que te vayas,
            pues en crueldades te ensayas,   
            ya ves que el riesgo advertí
            que tiene el dejarme aquí.
            Pero a bárbaro te igualo,
            pues cuando el riesgo señalo
            del alma que ya condeno,    
            tienes lástima del bueno
            dejando perder al malo.
               Malo soy en tu opinión;
            mas no has llegado a creer
            que tanto lo puedo ser
            como me das la ocasión.   
            Tú ordenas mi perdición.
            Sin fruto, padre conquisto
            tu pecho, pues ya que he visto
            que vives de amor tan ciego 
            de mi hermano, yo reniego.
            ¡Moro soy, y pierdo a Cristo!
ÁLVARO:        ¡Jesús me valga!
PEDRO:                        Echó el sello
            mi postrera voluntad.
            ¡Moro desde hoy me llamad!
REY         Mis brazos daré a tu cuello.
            Hoy mi disgusto atropello,
            valiente caudillo mío.
CELAURA:    (Ya es dueño de mi albedrío. Aparte
            ¡Bien me supo granjear!)
ÁLVARO:     ¡Moros, dejadme llegar!
PEDRO:      De tus lágrimas me río.
ÁLVARO:        ¡Un tigre soy enojado!
            ¡Dejad que me satisfaga
            en su vida y que deshaga    
            el mismo ser que le he dado!
            Su enemigo declarado
            soy.  El traidor se engañó
            cuando padre me llamó.
            Que pues con lengua infernal     
            niega al Padre Universal,
            bien puedo negarle yo.
COSARIO:       ¡Aparta, caduco viejo!
ÁLVARO:     Oye, Pedro...
PEDRO:                   ¿Ya me ruegas?
            ¡Vete, loco!
ÁLVARO:                  ¿A Cristo niegas,   
            Pedro?
PEDRO:              ¡Qué gentil consejo!
            ¡Y a qué tiempo!  Pues te dejo
            por loco y por imprudente.
REY:        Serás de mi reino y gente
            estimado y preferido.
CELAURA:    (Y de una infanta querido,       Aparte
            por gallardo y por valiente).
 
               Vanse [el REY, PEDRO, CELAURA, y COSARIO] 
 
ÁLVARO:        Fernando.
FERNANDO:               ¿Padre y señor?
ÁLVARO:     Bien consolados iremos,
            siendo iguales los extremos 
            del espanto y del dolor.
            Pero mi culpable error,
            que en la experiencia condeno,
            me dice de penas lleno
            que si hay riesgo de perderse,   
            debe el malo recogerse
            antes que premiarse el bueno.
               Déme Dios dolor eterno
            por descanso y por regalo,
            pues que soy árbol tan malo    
            que fruto doy al infierno.
            Déme Dios un llanto tierno
            en vez de humana alegría.
            ¿Hay desdicha cual la mía?
            Sí, Adán fue mejor que yo    
            y lo mismo sucedió
            en los hijos que tenía.
FERNANDO:      ¡Nunca en tu amor paternal
            me hubieras tú preferido!
            ¡Fuera yo el aborrecido     
            y en cautiverio inmortal
            llorara mi eterno mal!
            No sentiríamos en vano
            que llore un padre cristiano
            un hijo moro, y que yo,     
            a un hombre que a Dios negó,
            pueda decir que es mi hermano.
 
                            Salga CLEMENCIA 
 
CLEMENCIA:     Padre, que este nombre debo
            al amor que me has tenido,
            que a ver mi muerte has venido   
            por un suceso tan nuevo,
            y tú, cuyo amor apruebo,
            por constante y generoso,
            ¿Cómo en riesgo tan forzoso
            me queréis los dos dejar, 
            permitiéndome quejar
            de amor de padre y de esposo?
               Siempre amor se ha conocido,
            y es bien que el discurso os cuadre,
            en los afectos del padre    
            y en finezas de un marido.
            Que no me dejéis os pido
            en poder de un hombre infiel;
            que es la crueldad el pincel
            con que el bruto pecho esmalta,  
            y hombre a quien piedad le falta,
            mal podré yo hallarla en él.
FERNANDO:      Padre y señor, justamente
            merece favor y amparo.
ÁLVARO:     ¿No ves el peligro claro?
FERNANDO:   Miro su riesgo presente.
            No cubran su hermoso oriente
            nubes de medrosos hielos.
CLEMENCIA:  Daré quejas a los cielos
            de que en riesgos de mi honor    
            faltó padre sin amor
            y hallo marido sin celos.
FERNANDO:      Donde el honor se aventura
            es bien arriesgar la vida.
            Hoy se ha de ver defendida  
            en mi piedad su hermosura.
            Clemencia, en la noche oscura
            tus esperanzas libramos.
ÁLVARO:     Peligros multiplicamos,
            hijos.
FERNANDO:           ¿Hay más de morir?
ÁLVARO:     Sí, pues nos han de seguir
FERNANDO:   Vamos, padre.
CLEMENCIA:               Esposo, vamos.
 
                              Vanse todos 
 

FIN DEL ACTO SEGUNDO

El mártir de Madrid, Jornada III  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002