LO QUE NO ES CASARSE A GUSTO

Antonio Mira de Amescua

Texto basado en la edición príncipe de LO QUE NO ES CASARSE A GUSTO en una edición suelta, aparentement única, colocada en la Biblioteca del Estado en Munich.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen MÚSICOS cantando, ENRIQUE, ELVIRA y acompañamiento
MÚSICA: "Mil años se gocen los recién casados, Enrique y Elvira. Gócense mil años. Tengan mucha harina y muchos ganados. Mil años se gocen los recién casados." ENRIQUE: Goce grandezas profanas en alcázares dorados. Aumente el alma cuidados siguiendo esperanzas vanas. Logre pompas soberanas debidas a su valor quien sin temer el rigor de la más sangrienta fiera, de la envidia el golpe espera en la cumbre del favor. Que yo contento y seguro sin los daños que publico, con más ciertas glorias rico descanso al alma procuro siendo incontrastable muro de mi suerte venturosa la que con extremo hermosa acredita mi esperanza lejos de tener mudanza: yo tu esclavo y tú mi esposa. ELVIRA: La felicidad, la suerte y dicha del merecer ser vuestro, vengo a deber --es cierto--a la misma muerte; pues su rigor, si se advierte es quien me la pudo dar. Por la puerta del pesar entro al placer y contento. La muerte fue el instrumento del bien que llego a gozar. Si Álvar Ramírez mi esposo había de ser, y el rigor de vuestra mano, señor, le dio la muerte, es forzoso que del estado dichoso que gozo, a la muerte dé las gracias, pues ella fue primer causa. El repetir las penas solo es sentir las glorias que ya gocé. ENRIQUE: No divirtáis la memoria con la gloria que pasó; que soy vuestro esposo yo, y sois vos toda mi gloria. Y alguna pasada historia referir también pudiera si ofenderos no temiera; que en agravio semejante tuviera poco de amante, mucho de necio tuviera. ELVIRA: Si Álvar murió, vos vivís dueño ya de mis cuidados. Desvelos son excusados. ENRIQUE: Muy bien, señora, decís; mas si de amor advertís que aun los instantes condena el tiempo que se enajena de lo que ama la memoria, donde está cierta la gloria no ha de nombrarse la pena.
Suena dentro rumor de gente y sale el PRÍNCIPE de Bimarano, solo
BIMARANO: Quedaos todos allá fuera. Guárdeos Dios. Escucha, Enrique. ENRIQUE: ¿Señor, vuestra alteza? BIMARANO: Advierte que aunque los ecos publiquen el bien y gloria que logras, sólo yo, aunque lo previne, imitarlos no he podido; pues en tus bodas felices, antes que la norabuena te vengo a dar nuevas tristes. ENRIQUE: ¿Qué decís, señor? BIMARANO: Que el rey, mi hermano, en quien sólo es firme no la clemencia, el rigor, pues siempre en su pecho vive, te manda prender. Hoy tuve secreto aviso, y no quise fïar menos que de mí esta diligencia. Firme es mi amistad, y tus daños, antes que ellos se anticipen, previniéndolos te avisa. No sé qué ofensas le obliguen a mi hermano a esta prisión; mas nueva fortuna sigue. Huye, Enrique, de su enojo hasta que el tiempo te avise de medio más importante; que en mí no hay fuerzas posibles para que amparo te ofrezca, pues su condición terrible sabes que aun de mí se ofende con ser yo su hermano. ENRIQUE: Humilde a vuestros pies, gran señor, como es razón, quien recibe tan gran merced, la agradece, aunque le sea sensible. La causa de mi prisión, pues vuestra alteza me dice que la ignora, el conocerla es en mí menos posible; porque como no la he dado yo, ni al rey mi señor hice ofensa, que en algún tiempo me apartase de servirle, más que vos puedo dudar si bien mi suerte infelice de mayor daño me avisa porque si de Álvar Ramírez la muerte me ha perdonado, y para que se confirme mi dicha en todo me ha hecho esposo de Elvira, timbre y blasón de mis servicios, a tan grandes honras siguen males opuestos, y es bien que tema acechanzas viles, que hablando al rey contra mí mi gran fortuna derriben. BIMARANO: Nuño viene allí. No aguardes; pues no podrás resistirle; que él trae la orden de prenderte. Este campo paso libre te ofrece. Vete. ¿Qué esperas? ELVIRA: Estos principios, ¿qué fines pueden prometer? ¿Para esto el rey me casó? ENRIQUE: No eclipsen tus luces nubes de llanto, porque sus efectos tristes, señora, podrán matarme sin poder yo resistirles. Príncipe, cuando la culpa dentro del pecho no escribe delitos que le acobardan, ¿qué temores no resiste? Culpable yerro sería ausentarme o encubrirme. Vuelva la lealtad por mí y ella mi defensa firme.
Salen NUñO y soldados
NUñO: Discúlpeme el ser mandado, Enrique, vuestra prisión. ENRIQUE: Nuño, la satisfacción es la que aquí os ha culpado; que si orden del rey traéis y en prenderme le servís, en la disculpa advertís que alguna culpa tenéis; pues habiendo vos venido cuando a prenderme llegáis por lo menos me mostráis que con gusto vuestro ha sido. NUñO: Señor, ¿vos aquí?
Aparte a él
BIMARANO: Si Amor me ha traído, ¿qué te admira sabiendo que adoro a Elvira? NUñO: Dadme licencia, señor. Yo, Enrique... ENRIQUE: Nuño, razones de nada sirven aquí. Ir preso me toca a mí y a vos ponerme prisiones. NUñO: Vamos, pues. ENRIQUE: Si mi lealtad vuestra alteza ha conocido, sólo que informe al rey pido y que ampare la verdad.
Llevan a ENRIQUE preso
ELVIRA: ¡Esta ofensa está sufriendo! ¡Este agravio en su presencia! BIMARANO: Cualquier defensa y violencia, Elvira, cuando estoy viendo la seguridad de Enrique, los daños puede aumentar. Bien le pudiera librar; pero no es bien que yo aplique remedio que ha de culparle en tal ocasión. Es llano, aunque fuera por mi mano, que era delito librarle. ELVIRA: Vuestra alteza... BIMARANO: Yo he venido... ELVIRA: ... a holgarse de mi pesar. BIMARANO: ... a servirte y a excusar. ELVIRA: Sólo penas le he debido. BIMARANO: Sólo te debo la muerte, pues habiéndote casado, tu ingratitud me la ha dado. ELVIRA: Dejadme llorar mi suerte.
Vanse ELVIRA y BIMARANO. Salen el REY, RAMIRO y criados
REY: Ya es culpable, Ramiro, la tardanza; que como tú en mi justa confïanza a tener vienes el lugar primero, de tu tardanza mal suceso infiero. RAMIRO: El peso, gran señor, de los cuidados, que a mis años cansados sepa ya vuestra alteza, alguna vez me rinde a su grandeza los embarazos del penoso día. Los negocios que están a cuenta mía tantos vienen a ser que al día sobrando gran parte de la noche están gastando. Cánsome que soy viejo, y con las fuerzas fáltame el consejo. REY: Sentaos, y descansad; que a tal fatiga el bien común obliga.
Siéntase el REY y RAMIRO a su lado
Por un reino lo hacéis. RAMIRO: Por vos lo hago, por vos sólo; aunque a un reino satisfago. REY: ¿Por mí sólo? RAMIRO: Por vos. REY: Lisonja ha sido; que otra vez no os he oído. RAMIRO: El rey es bien común; es bien de todos a quien le toca por diversos modos repartir la justicia, castigar la malicia, evitar de los males los aumentos y mirar de su estado los fomentos. Es, en fin, quien da ser, honra y vida a cuanto su persona se ve unida; pues es de la divina omnipotencia de Dios, el rey, segunda providencia. Y así, si el verlo todo, el gobernarlo os toca a vos y a mí el ejecutarlo. Digo bien, que el cuidado que he tenido, aunque del reino el interés ha sido, sólo es por vos, pues cumple mi desvelo la obligación y cargo que os da el cielo. REY: Cuando pensé que la lisonja hallaba en vos el hospedaje que admiraba, la obligación de rey me habéis mostrado y aun casi mi descuido habéis culpado. RAMIRO: Si yo viera, señor, que os daban gusto lisonjas y en lo justo no pensaba, que estabais advertido, oyendo las verdades distraído, creed que no os sirviera, ni lo pudiera hacer aunque quisiera, que si el lisonjear mentir ha sido, y en la verdad un rey queda servido, cuando os lisonjeara, claro es que no os sirviera, os engañara. REY: Supuesto, pues, que a la verdad atento, sólo fundo mi intento en saberla de vos, y os he fïado mi obligación, mi cargo y mi cuidado, decid, pues, advertid, publicad daños dándome, como siempre, desengaños. RAMIRO: Muchas veces, señor, os he advertido que de vuestros vasallos sois temido; mas aunque os temen, riguroso os llaman y es cierto que no os aman. Mostraos menos severo que amado podéis ser y justiciero. REY: Mirad, Ramiro, el padre que es prudente al hijo hace obediente mucho más con castigo que favores, y cuando los rigores se truecan con los hijos en regalos, pocas veces son buenos, muchas malos. Padre es también el rey de sus vasallos, y como a hijos debe gobernallos, y el rey que es respetado y es temido amado viene a ser, no aborrecido, y los que me temieren por severo amarme deberán por justiciero. RAMIRO: A no haberme vos dado, señor, esta licencia.... REY: Sin cuidado proseguid. No me enojo. Vuestro consejo por seguro escojo. RAMIRO: Una prisión... REY: ¿De quién? RAMIRO: De vuestro amigo, de Enrique. (Causa digo Aparte piadosa). REY: ¿Enrique, preso? RAMIRO: En vuestra ausencia usé de esta forzosa diligencia. REY: Pues, ¿no está perdonado? Y, ¿no está por vos mismo averiguado que yendo a caza --¡desdichado suerte!-- a Álvar Ramírez, sin querer, dio muerte? RAMIRO: Si, señor, doña Mayor, hermana del muerto, como parte más cercana a quien la reina mi señora estima, el pleito sigue y esta causa anima... REY: ¿Mayor, su hermana....? RAMIRO: Y ella viene a hablaros, y por los dos aquí podrá informaros.
Sale doña MAYOR
MAYOR: Hijo del primer Alfonso, cuyos soberanos hechos, cuyas virtudes renombre de católico le dieron, nieto de Pelayo, que fue azote, rayo fiero, temor y asombro del moro, de España blasón soberbio, valiente rey don Froilo, también en nombre el primero como en seguir las pisadas del padre y preclaro abuelo, oye, escucha, pues con todos eres sabio y justiciero, oye a Mayor, pues mi causa pide que me estés atento. Álvar Ramírez, mi hermano, por disposición del cielo a manos de Enrique, al fin desdichadamente, ha muerto. No digo que el homicida fuese culpado en el hecho, que la intención le hace salvo, cuando su mano condeno, pues tirando a un jabalí pasó de mi hermano el pecho, con ser toda tu privanza Enrique, al fin no preso le perdona tu justicia, pues de palacio al momento le mandas salir, y mandas que pague con su destierro la culpa del hado impío, delito solo y exceso que cometió la desgracia, y porque ya el casamiento de mi hermano con Elvira había llegado a conciertos, quisiste que sucediese Enrique en lugar del muerto, y fuese esposo de Elvira. Tan de prisa, tan sin tiempo, tan en mi ofensa y agravio que cuando vine a saberlo, ya no estabais en la corte que ausente de ella, oprimiendo estabais las libertades de algunos rebeldes pueblos. Sentí, sufrí, padecí, sin declarar mi tormento pocas horas, muchos siglos, porque cualquier breve tiempo es eternidad de penas en quien está padeciendo. Perdona que tengo amor. Enrique está, señor, preso de mi orden. Yo a Ramiro que sostiene tu gobierno con cautela le obligué a esta locura, a este exceso, hasta que hablarte pudiese, previniendo yo con esto que las bodas se estorbasen, sin que en este impedimento culpe a Enrique la obediencia de servirte, pues yo tengo la culpa sola, y la pena de los males que padezco. Con permitidos favores me amaba; le amé primero, aguardando la ocasión en que le dieses por premio de sus servicios mi mano, y cuando yo la deseo cuando nuevos daños lloro, por el hermano que pierdo, cuando es razón que me ampares, cuando más justo derecho tengo yo de ser su esposa, ¿Elvira merece serlo? No, señor, Enrique es mío. No, señor. Yo sola vengo a ser legítima parte que soy forzosa heredero. Público fue nuestro amor. Con públicos galanteos me sirvió y yo le estimé. Mi opinión padece riesgo, ignorando mi cuidado, mi voluntad no sabiendo, pudiste dársele a Elvira. Agora es agravio hacerlo. Enrique me ama. No es bien entregarle a un cautiverio donde ha de vivir sin alma, y dejarme a mí muriendo. Haz a Elvira otra merced. No la des esposo ajeno. No me des a mí desdichas. No la des a ella contentos. Yo soy suya. Enrique es mío, y de nuestros bienes mesmos no puedes tú disponer cuando hay daño de tercero. Ya no dudo en tu justicia; ya en mi desdicha no temo. Esta merced me conceda y los pies por ella os beso. REY: A saber vuestro cuidado no le mandara casar, ni os diera yo tal pesar. ¿Sabéis que no esté casado? MAYOR: No me promete su amor tan pequeña confïanza que así pierda la esperanza. Aún no ha seis días, señor, que vos mandaste se hiciese el casamiento, y sería poca fe, desdicha mía que tan de prisa estuviese. Más de su firmeza fío que de mí puedo fïar. REY: Sí; mas púdose casar. MAYOR: Casarse, no, señor mío; que quien ama en otra parte, que quien a otra dama estima, tarde a la empresa se anima. Con pasos de hielo parte. REY: Pues tanto habéis confïado, venga Enrique. MAYOR: No me queda en esta parte que pueda temer, ni que haber dudado. REY: No sepa a lo que ha venido Enrique. RAMIRO: El yerro confieso, señor. No le hubiera preso a haber la causa sabido. MAYOR: Ramiro, haz que venga Enrique. RAMIRO: Dentro de palacio está. MAYOR: El alma le aguarda ya. Mis dichas, Amor, publique.
Vanse y sale GONZALO, huyendo de un ALGUACIL, y otros tras él
GONZALO: ¡Aquí del rey y su guarda; que me sacan de palacio! ALGUACIL: No des voces. GONZALO: ¿Cómo no? ¡Ah, del rey! ¡Ah, de su bando! Daré voces. Daré gritos con más fuerza que un muchacho cuando tropezó, cayó, vertió el vino y rompió el jarro. ALGUACIL: Ramiro manda buscarte. GONZALO: ¿Búscame a mí? Malos años que al rey se las tiene tiesas, y es un viejo temerario, y sobre cualquier embuste que algún soplador nefando le haya dicho contra mí, ¿me hará poner en un palo. ALGUACIL: Ello ha de ser; que hemos de ir. GONZALO: ¿Es posible que vamos? Antón Rubio, vuélvase; que este lugar es sagrado y aquí no se prende a nadie. ALGUACIL: Ése es de muchos engaño, que también puede ejercerse aquí a la luz de sus rayos la justicia; mas ya libre, vente conmigo, Gonzalo. GONZALO: ¿Qué es vente? ¿No es más discreto con tres juntas de caballos --de bueyes iba a decir-- con treinta mulas y un carro no me arrancaran de aquí? ALGUACIL: Pues, llevaréte arrastrando. GONZALO: ¡Ah, de Dios! ¡Ah, de la casa del rey! ¿Este desacato se sufre?
Quiere el ALGUACIL asir a GONZALO y salen el REY y CRIADOS
REY: Mirad, ¿qué es eso? CRIADO: Llegad; que el rey llama. GONZALO: A un calvo, a un sastre que vacila parte con el mercader el paño, y encubriéndose uno a otro mienten ambos y hurtan ambos. A un tabernero insolente que da el vino bautizado, a un pastelero judío que arcas de Noé formando encierra todo animal desde la mosca hasta el gato, y finalmente, a un capón inútil que se hace gallo puede arrastrar, o a quien siempre lleva la soga arrastrando. REY: ¡Gonzalo! GONZALO: Aquí es Antón Rubio, Antón Prieto o Antón Blanco que da en que me ha de arrastrar. Mejor le vea yo arrastrado de colas de cuatro potros, rijosos y mal domados. Viene a prenderme. REY: Si él viene, causa debes de haber dado. GONZALO: Cuando la diera, señor, la inmunidad y el amparo de tu casa ha de valerme. REY: Gonzalo, yo mismo mando que no le valga mi casa al delincuente o culpado. GONZALO: Igual fuera que mandara que a palos y sartenazos a todos esos corchetes arrojaran de palacio. REY: En no hablando bien de todos, Gonzalo, y no respetando los que justicia administraran, teme mi enojo y tu daño. ¿Qué has dicho? ¿Qué has hecho? GONZALO: Nada. Ramiro anda calumniando mis palabras y mis obras. REY: Vive bien y habla templado. Dejadle libre. ALGUACIL: No ha sido su miedo de mal tamaño.
Vase el ALGUACIL
GONZALO: ¡Vive Dios, que el alguacil no se me ha de ir alabando!
Vase GONZALO y salen RAMIRO y ENRIQUE
ENRIQUE: La causa de mi prisión llegar no puedo a entender. RAMIRO: El rey solo conocer puede, Enrique, la ocasión. Llegad sin temor.
Llégase ENRIQUE
ENRIQUE: Dudoso, cuando te juzgo ofendido... REY: Enrique, seas bien venido, que aunque me tienes quejoso, tanto Ramiro te abona que ha templado mi castigo. Que eres tú mi fiel amigo me dice. RAMIRO: (Nada perdona). Aparte REY: ¿Cómo te hallas ya sin mí? ENRIQUE: Como quien del sol perdió la clara luz que gozó; como olvidado y sin ti. REY: Levanta. ¿Por qué ocasión el casarte has dilatado? ENRIQUE: Hante, señor, engañado; que no hubo más dilación en llegarte a obedecer que el tiempo que tú tardaste en mandarlo. REY: ¿Te casaste? ENRIQUE: Elvira es ya mi mujer. REY: ¿Tan sin prevención? ¿Tan presto? ENRIQUE: Fue forzosa diligencia que a tu gusto mi obediencia lo halló allí todo dispuesto. REY: Aunque me llega a pesar me has hecho un grande placer. Bien sabes obedecer. Quiérote, Enrique, abrazar; que es cierto que aunque me holgara que casado no estuvieras, de que no me obedecieras más, Enrique, me pesara.
Salen BIMARANO y ELVIRA con manto
ELVIRA: No me impida vuestra alteza que publique mis agravios. BIMARANO: ¡Qué bien declaran tus labios tu poco amor y firmeza! ELVIRA: Es mi esposo. BIMARANO: Y yo, ¿quién fui? ELVIRA: Quien excusarme pudiera que forzada el alma diera. BIMARANO: Pues, ¿pude yo hacerlo? ELVIRA: Sí. REY: ¡Infante! BIMARANO: Escudero soy de una ofendida deidad. REY: ¿Quién es? BIMARANO: Elvira, llegad.
Llega ELVIRA
ELVIRA: Con justas quejas estoy a vuestros pies. Si me dais a Enrique, señor, si fue por vos mi esposo, ¿por qué tan presto me le quitáis? REY: Bimarano, aguarda afuera. BIMARANO: (¡Qué crüel siempre conmigo! Aparte No mi hermano, mi enemigo mejor llamarle pudiera).
Vase BIMARANO
ELVIRA: (¡Cielos! ¡Enrique está aquí!) Aparte REY: Vuestro esposo os vuelvo ya. Libre Enrique, Elvira, está. Ramiro, volved por mí y otra vez mirad primero a quién prendéis, y por quién. RAMIRO: ¡Señor...! REY: Miradlo más bien.
Sale doña MAYOR
MAYOR: Pues le he visto, ya no espero mayor dicha. REY: ¡Qué rigor! Enrique. RAMIRO: (Ocasión dudosa!) Aparte REY: Acompañad vuestra esposa y responded a Mayor.
Vanse el REY y RAMIRO
ENRIQUE: Todo es tormentos, rigores, todo es confusión, desvelos. ELVIRA: ¡Qué prisión!
Llega doña MAYOR
MAYOR: ¡Enrique! ENRIQUE: ¡Ay, cielos! MAYOR: ¡Cuántas penas y temores me cuestas! Aquí está Elvira. ¿Tan pronta tus pasos sigue? ¿Tan resuelta me persigue? Su amor su constancia mira. Vínele al rey a pedir tu libertad. Ha alcanzado el premio de su cuidado. ELVIRA: ¿Qué es esto, Enrique? ENRIQUE: (Es morir). Aparte ELVIRA: ¿Suspenso y sin responderme? Pero si escucho a Mayor, ¿qué desengaño mayor de que has venido a ofenderme.
Vase ELVIRA
MAYOR: Mira que Elvira se va. Enrique, ¿no vas con ella? Síguela. Teme ofendella. Tan enamorada está que a hablar al rey ha venido aun antes de ser tu esposa. ¡Qué engañada, qué gozosa a verte había yo salido! Sin prevenir, sin temer encontrar este pesar. ¿No la vas a acompañar? Bien la debes de querer. Cuando el alma salió a verte, culpando prolijos plazos, cuando pensé darte abrazos --mejor fuera darte muerte-- ingrato, das ocasión para que Elvira te siga? ¿Quién duda que ya la obliga tu mudable condición? ENRIQUE: (¡Ah, rigor! No lo ha entendido. Mi propia muerte ha ignorado. No piensa que estoy casado ni sabe que la he perdido. "Acompañad vuestra esposa, y responded a Mayor," dijo el rey. ¿Si nuestro amor le ha dicho? ¡Pena forzosa! Pero yo me he de perder si a vista de tanto fuego a sus dos soles me entrego. ¿Qué la puedo responder?)
Quiere irse ENRIQUE
MAYOR: Enrique, ¿te vas? ENRIQUE: Señora... MAYOR: Que pues tú así me respondes, alguna traición escondes. No escondes. Ya la vi agora. ENRIQUE: ...el rey... MAYOR: ¿Cómo el rey? Espera. ¡Ay de mí! Que cuando entré, sin hablarme, el rey se fue. ¡Y Elvira aquí! ¡Muerte fiera! Mi esperanza fue locura. ¡Irse el rey, quedarse Elvira! Sí, que a quien el rey no mira cualquier desdicha asegura. Más es de mi amor, temor, Enrique, sin quejas. Ya el rey informado está y hele dicho nuestro amor. ENRIQUE: ¡Si él fue causa...! MAYOR: ¡Aguarda! ¿Es cierto? ENRIQUE: Yo,--escucha--, no estoy culpado. MAYOR: ¡Ah, traidor, que te has casado! ENRIQUE: ¡Ah, mujer, que tú me has muerto!
Vase ENRIQUE
MAYOR: ¡Plegue a Dios que en mi venganza te acabe traidora mano, movida de algún tirano! ¡Plegue a Dios que tu esperanza, pues que la mía murió, cuando en sus brazos te entregué, en llanto entonces te anegué! La dicha, pues, me faltó. ¡Plegue a Dios que entre recelos mueras con infame nombre; pero no, bajo renombre aumentan tu honor los cielos! ¡Plegue a Dios que pueda ser --si no me acaba el pesar-- que yo te vuelva a cobrar pues no te sé aborrecer!

FIN DEL ACTO PRIMERO

Lo que no es casarse a gusto, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 01 Jul 2002