ACTO TERCERO


Salen el REY don Alfonso, CALVO, RAQUEL, ZARA, y damas de acompañamiento. Cantan
MÚSICA: "La hermosura de Raquel eterna a los siglos viva, para ser feliz amante de Alfonso, rey en Castilla." RAQUEL: (¡Qué bien suenan estas voces Aparte a mi ambición!) REY: (¡Qué bien pintan Aparte estos ecos mi fortuna!) RAQUEL: Repita la voz. REY: Repita.
Cantan
REY: "La hermosura de Raquel eterna a los siglos viva... RAQUEL: ...para ser feliz amante de Alfonso, rey en Castilla." REY: Días ha, Raquel hermosa, que en tus brazos divertida toda mi grandeza enciende, con la posesión, la envidia. RAQUEL: Poco mi amor te ha debido; que quien repara en los días o lo que pasa no goza, o lo que goza no estima. REY: El contentaros es dudar que dure tanto una dicha. RAQUEL: Y el olvidarlos hacer dichoso lo que se olvida. CALVO: Tú no lo entiendes, señor, --perdona que te lo diga-- que no hay mujer que no sienta que se le cuente la vida. REY: Mientras más vive Raquel, es su hermosura más viva. CALVO: Días tienen las hermosas con que enamoran y hechizan; mas no hay quien pueda mirarlas en llegando a tener días. REY: ¿No es hermosa? CALVO: Eso parece que adrede la hicieron linda; no la falta sino el ser una Santa Catalina. ZARA: ¿En efecto, el hablador por bufón con el rey priva? CALVO: Y tú con tu ama, ¿por qué? ZARA: Por crïada más que amiga. REY: Parece que triste estás. RAQUEL: Yo te confieso que lidian conmigo imaginaciones de un sueño que me fatiga. CALVO: Yo apostaré que no es. Soñaba el ciego que veía. REY: Pues, ¿qué soñaste? RAQUEL: Soñaba que entre mis brazos nacía un rojo clavel, que hermoso, corona de carmín fina, aromatizando el aire, todo el pecho enriquecía, y que por gozarle, yo le ajaba, aunque le pulía; y apenas corté sus hojas las potencias divertía, cuando de violenta mano golpe fatal me le quita. Desanimado el aliento, con sus hojas me salpica, fáltame el logro que busco, y en vez de adorno, pinta en lo que fue rojo, sangre, en lo que fue tronco, herida. El corazón en el pecho con este susto me avisa de algún peligro. Despierto, y mirándote, decía: "Éste es el clavel sin duda, flor que, en mis brazos rendida está cobrando en desdoros cuánto me paga en caricias. Éste es el rey de las flores; quien me le arranca es la altiva fuerza de su ingrato reino que no es posible resista." ¡Ay, Alfonso! ¡Cuánto siento estas verdades fingidas en las sombras de la noche! ¡Cuánto temo que me envía el alma aquestos avisos, anuncios de mi desdicha! Yo te adoro y no merezco de tus ojos ser querida; yo mando todo tu reino, y anda muy pronta la envidia; no temo ser despreciada, pero temo ser temida. Éstos son los sentimientos que disimulado había por no disgustarte; pero dígolos porque me obligas y porque de tus consuelos nuevos halagos consiga. REY: Fantásticas ilusiones del sueño, en vano podían vencer verdades del alma que aparentes se eternizan. CALVO: Ella con aquestas flores pasa, por Dios, brava vida; soñadas o no soñadas, siempre se las vende finas. REY: ¿Qué temes, viviendo yo? ¿.................. [--i-a]? CALVO: Tu amor es mi vida; no moriré si no me olvidas. RAQUEL: La fineza te agradezco. ZARA: Mucho vale una mentira. REY: ¿No eres dueño del gobierno? RAQUEL: Sí. REY: Pues, ¿qué te atemoriza? ZARA: Esperando está la audiencia. REY: Pues de mí no necesita adonde queda Raquel, demás de que yo quería salir a caza; y así, mientras voy a prevenirla, pues que la has de despachar, quédate tú a recibirla. RAQUEL: Tu grandeza el cielo aumente. REY: Porque toda a ti la rinda. CALVO: De la plaza de portero te doy, Zara, las albricias. ZARA: Más vale ser mete-audiencias que mete-muertos, gallina. REY: Calvo, ven. CALVO: Ya voy tras ti. REY: Y mientras me aparto, sigan alabanzas de Raquel los ecos de mis caricias.
Vanse el REY y CALVO. Cantan
MUSICA: "La hermosura de Raquel, eterna a los siglos viva, para ser feliz amante de Alfonso, rey en Castilla". RAQUEL: Amor, si eternizar puedes los que tu bandera alista, en mí tendrás un valiente soldado contra la envidia; abogada de tus leyes defiendo dogmas prolijas, y de errados argumentos formo materias distintas. Rey eres, y de tu imperio el mejor blasón peligra; yo estableceré tu trono si me fijas esta silla.
Siéntase
Aquí, donde la ambición reparte, mal entendida, premios al gusto, es forzoso que ensanche la tiranía. No hay insulto que no apoye quien las virtudes castiga; quien contra la razón obra la sinrazón acredita. Muera el bien obrar; no quede embarazo a la malicia, y del vicio y liviandad se ensanche la tiranía. ZARA: (Si ella a gobernar el mundo Aparte se sienta, ¿qué más desdicha? Muy presto le verán todos vuelto lo de abajo arriba).
Salen ÁLVAR Núñez y GARCI López
ALVAR: (¡Que así infamemente venda Aparte Alfonso la libertad!) GARCI: (¡Que así de nuestra lealtad Aparte el piadoso celo ofenda!) ALVAR: Guárdete el cielo, Raquel. RAQUEL: El mismo tu vida aumente. ALVAR: (¡Quién tal vio!) Aparte GARCI: (¡Quién tan consiente!) Aparte ALVAR: ¿Dónde el rey está? RAQUEL: Sin él podéis consultarme aquí los negocios que traéis, pues que no vota, sabéis, el rey ninguno sin mí. A caza salir desea hoy, y porque embarazado no le tengáis, me ha dejado que su sustituta sea. Sin él la audiencia no cese; pues conmigo estáis, hablad; que aquésta es su voluntad. ALVAR: (Y mi sentimiento ése). Aparte
Sale una MUJER
MUJER: Una mujer afligida de ti se viene a valer; ampárala, así el poder eternices con la vida. RAQUEL: ¿Qué pides? MUJER: La libertad de un hijo, que por travieso tiene la justicia preso. Muévate mi soledad. RAQUEL: ¿Qué delito ha cometido más notable? MUJER: Enamorado de una mujer, ha turbado el sosiego a su marido. ZARA: Aquese delito ha sido mañoso, pues ha alcanzado de un marido sosegado hacer un bravo marido. GARCI: A mí me toca, y en eso informarte lo que sé, pues de la justicia fue también el marido preso. ZARA: Con eso se ha autorizado la afrenta; no hay qué temer, aunque también vino a ser, tras aquello, apaleado. GARCI: Que por haberle estorbado, así el honor se atropella, una noche hablar con ella, contra su vida arrojado, le acuchilló, y mal herido, se teme que morirá. En aqueste estado está; mira si es bien parecido, fuera de ser hombre inquieto, que se perdone esta culpa. RAQUEL: Su voluntad se disculpa; que amor no guarda respeto. Si la dama no le diera entrada, no la tomara. GARCI: Ella bien se lo estorbara si por sí misma pudiera; de su arrojo despechada, su marido ocasionó. RAQUEL Pues si ella le provocó, ella será la culpada. Que le libréis determino. MUJER: Así tu nombre se aumenta. ALVAR: Míralo, primero, atenta. RAQUEL: No hay que mirar; que encamino así la razón, pues hallo entre los dos no sé qué culpa, que al castigo dé ocasión, y así le callo; que es de enmendarle costoso, delito que ha ocasionado del hombre lo desgraciado y de la mujer lo hermoso. ZARA: Y el paciente que procure, si acaso estima su vida, el curarse de la herida, y de esotro no se cure. GARCI: Injusta razón parece. RAQUEL: Aunque injusta, se obedezca. MUJER: Ser yo tu esclava merezca.
Vase la MUJER
RAQUEL: A mi ambición lo agradece.
Sale un VIEJO
VIEJO: Justicia pedirte intento de un hombre que me ha robado el honor. ZARA: Mal alhajado debe de estar; pues atento el ladrón que fue a buscarle entre cosas de valor no le quitara el honor si tuviera qué quitarle. VIEJO: Un traidor, una hija bella que tenía me ha llevado. ZARA: Pues el otro es el cargado, si es que ha cargado con ella. VIEJO: De su delito apetece mi queja el castigo usado. RAQUEL: Si lo hizo de enamorado, ningún castigo merece. VIEJO: Mal mi honor se satisface. RAQUEL: Pues, ¿he de derogar yo lo que el cielo decretó? ZARA: ¿Y lo que ella misma hace? VIEJO: Luego, ¿dejarme procuras sin honra? RAQUEL: Paciencia ten. VIEJO: El cielo castigue, amén, tu soberbia y tu locura. RAQUEL: ¡Matadle! ¿Qué atrevimiento es aquéste? ALVAR: Justo ha sido. RAQUEL: ¿Tú también le has defendido? ALVAR: Era piadoso su intento. RAQUEL: ¡Vive el cielo!... GARCI: ¿Qué te alteras? RAQUEL: ...que ha de probar mi rigor. ALVAR: Que te reportes mejor será, si lo consideras. GARCI: ¡Qué así con término injusto nos quiera humillar el rey! ZARA: Ella cumpla con la ley, puesto que sentencia al justo. ALVAR: Este memorial acusa la libertad, a que exhorta tu pueblo. RAQUEL: Pues, ¿qué le importa al vuestro, que lo rehusa? ALVAR: Lleva mal el igualarlos, siendo de la iglesia nervios. RAQUEL: Son los cristianos soberbios, y es menester sujetarlos. ALVAR: Mejor espero yo ver sus bríos avasallados. ZARA: Son unos desesperados, y no tienen qué perder. ALVAR: Otras mil cosas había que tratar, si Alfonso aquí estuviera; pero a ti, ¿cómo se ha de consultar? RAQUEL: Decidlas; que puede ser que en mi discurso veáis cuán engañados estáis si os acierto a responder. GARCI: No son negocios, Raquel, para ti. RAQUEL: ¿Qué os embaraza? ALVAR: ¿Sabrás sitiar una plaza? ¿Sabrás plantar un cuartel? ¿Sabrás dar para un socorro medios y trazas poner? RAQUEL: Pues, ¿por qué no he de saber? De que lo digáis me corro. Sabré a campaña salir, sabré un moro acometer, un ejército vencer y una ciudad combatir. ZARA: Y mas, que con buena estrella dice verdad, no hay dudarla; que ninguna, es cierto, amarla ha sabido mejor que ella. ALVAR: Falsas presunciones ganas. RAQUEL: No son sino verdaderas. ¿Seré yo de las primeras? ZARA: Ni de las segundas vanas. ALVAR: ¡Cómo tu soberbia entiende saber regir?
Levantándose RAQUEL
RAQUEL: Si no sé regir, al menor sabré castigar a quien me ofende.
Vase RAQUEL
ALVAR: (Eso dudo, porque antes Aparte que tus impulsos soberbios se atrevan a levantar torreones en el viento, con la tempestad que cuaja el odio común del pueblo, lo que has labrado en oprobios espero en ruinas deshecho). Garci López, si tus bríos guardan aquel ardimiento... GARCI: ¿Qué me dices? ALVAR: Mas Fernando viene; con él lo tratemos.
Sale FERNANDO
Seas, Fernando, bien venido, y a ocasión... FERNANDO: Guárdeos el cielo. ALVAR: ...que podrás, entre los dos, como noble y como atento, hacer caudal de una queja y dar a un daño remedio. FERNANDO: Decidle; que ya os escucho. ALVAR: Pues, has de advertir primero que en ti la nobleza atiende y en mí propone el buen celo. Nobles castellanos, cuyas cuchillas vieron sangriento todo el poder de los moros, esmaltando el noble pecho el rojo matiz que os cubre de victoriosos trofeos; ya, el Hércules que os regía, a nueva ley le sujeto; trueca el uso de la clava por el huso, en que torciendo va a sus victorias el hilo que hizo su renombre eterno. Ese sacrílego engaño, ese engañoso trofeo de la Fortuna, ese hechizo del alma, ese devaneo del discurso, ese milagro de la idea, ese portento del siglo, esa majestad de la hermosura, ese vello simulacro, ese pasmoso escándalo de los tiempos, a quien altares levanta el culto de sus deseos, le ha rendido, y en sus ojos los de ella sólo son dueños, pues mira lo que ellos miran, y no ve lo que no vieron. Con llanto notan los míos el penoso cautiverio y cuán licencioso el vicio se aumenta con el ejemplo porque los príncipes mandan cuando pecan, advirtiendo que la adulación permite, por hacer al rey obsequio, que se bauticen las culpas por leyes, que en el exceso de sus vicios, no son vicios los vicios, sino preceptos. ¿Qué es aquesto, nobles godos? ¿Quién avasalla el esfuerzo que en vuestros pechos guardaba la lealtad de vuestros pechos? ¿Cómo consentís que Alfonso por un vano, por un ciego gusto, la justicia tuerza manchando el decoro regio? Mirad que en los corazones que anima heroico ardimiento parece mal tanto olvido, y que al varonil es fuero el disímulo le hace cobarde más que no atento. ¿Es bien que de una mujer se deje regir un reino que en pechos ilustres graba patrones de jaspe eterno? No permitáis que el laurel que corona sacro imperio planta lasciva le cerque con mentido culto, haciendo lo que es traición agasajo, favor lo que es cautiverio. Que hasta su virtud nos niega cuando por nudos estrechos pasa mentida lisonja en el verdor de su aseo. Respete el laurel el brazo, y abrase la hiedra el fuego; muera este encanto, este asombro que así nos tiene suspensos, y sacrifiquemos esta ofrenda impía al eterno simulacro de los reyes que en el siglo venidero con violenta tiranía fueren en sus lazos presos, dejando nuestra lealtad a su vicio por trofeo, con la ruina del cuchillo, esmaltado el escarmiento. FERNANDO: Hablar te he dejado sólo, cansado y caduco viejo, por ver que de la lealtad haciendo escudo tus ecos, el nombre de la traición cubriste con el de celo. Tú, que entre muertas cenizas, de la juventud al hielo, en la nieve de tus canas enfrías tus ardimientos, ¿quieres juzgar incapaz la fuerza de los efectos en el más común contagio del impulso más perfecto, accidente que a la fuerza de la vida y de los tiempos mayores disculpas tiene, y consigue más ejemplos? Es deidad tan misteriosa el amor, que no podemos negarle en los corazones la fuerza de su veneno porque cuanto siente y vive tributa a su influjo feudo. Aman en igual balanza conformes los elementos; aman los astros, iguales corresponden los efectos a las causas; ama el mundo la forma del universo; ama el bruto, ama la fiera, ama la planta, el ligero pájaro que surca el aire ama tributando, atento a su semejante hermoso afectüosos anhelos. Ama también lo insensible la proporción de sujetos; y en fin el Autor de todo ama lo que juzga bueno. Pues, ¿por qué quieres culpar en el hombre más atento el amor, cuando en lo hermoso hace diferente aprecio lo racional del discurso que lo incapaz del afecto? ¿Cuándo ajustada medida de ciencia infusa no ha hecho en Alfonso que señale celestial llama su pecho? ¿Qué culpas son las que impones a su pasión? ¿Hallas, ciego, que homicida, que ambicioso, haciéndose a un tiempo dueño de la hacienda, de las vidas, oprima al vasallo el cuello? Si religioso pretendes culpar sus atrevimientos, ¿hallas que en su religión intentara ritos nuevos? ¿Culpaba Jerusalén de Salomón el imperio porque erradas concubinas le hicieron levantar templos, donde en ciegos simulacros adorase dioses nuevos? ¿Qué estatua ves colocada donde a Júpiter o Venus se le tributen aromas o se le quemen inciensos? Pues, ¿qué pretendes? ¿Qué intentas? ¿Amar del Autor Supremo la imagen es el delito que reprehendes severo? Tu codicia sólo culpo, por ser timón del gobierno. ¿No ves que la mocedad no ciñe el límite estrecho bastantemente la fuerza de su altivo pensamiento? No es letargo, es vanidad, hija de espíritu inmenso, cuya heroica pesadumbre engaña en canto halagüeño. Demás de que, cuando fuera culpa su divertimiento, es menester que conozcas que los reyes los da el cielo, y se han de llevar humildes a fuer de varios sucesos, sin registrar la intención de sus arcanos misterios. Es hombre el rey como todos, aunque en fortuna diverso, y es menester que conozca el leal que a sus preceptos asiste, que pues su estado lo dio excepción en el puesto, también en el disimulo debe quedar más exento; que tener acierto en todo aun no se da al que perfecto merece del sacro Olimpo infuso el conocimiento. El reprehender al mayor sólo toca, sin que atento profane el límite noble de la autoridad del puesto y sin que la persuasión irrite con el esfuerzo; y así, tu barbaridad temple el arrojo indiscreto, que, imitando del caribe el voraz impulso hambriento, intentas bañar con sangre la inquieta turba del pueblo. Trueca el bárbaro dictamen, y mira, cuando sangriento la muerte de Raquel trazas, que a la de tu rey has puesto de traidoras acechanzas fantásticos instrumentos. Vuelve atrás, y no prosigas, si no intentas que, severo, contra tu escándalo escupa el aire rayos inmensos. GARCI: Basta, Fernando. No así injuriéis el fiel afecto con que Álvar Núñez intenta rescatar de Alfonso a un tiempo la vida, el alma, el discurso que mira en cadenas puesto; no tu juventud ardiente culpe su prudente celo. Bien es que muera Raquel. ALVAR: Menos que con tal exceso no puede vivir seguro ni su fe ni su gobierno. FERNANDO: No vengo en tal tiranía. GARCI: Yo sí, Fernando, pues veo que es menos mal que ella muera que no que muera su reino. FERNANDO: ¿Por ser hermosa es culpada? ALVAR: No, mas es culpada siendo instrumento de la culpa; y así, juzgo por bien hecho que con su muerte se quite la causa por el efecto. Que no es la primera flor que se arranca, conociendo que, de mayor planta arrimo, quita la virtud al riesgo. GARCI: Muera aquesta encantadora. FERNANDO: (Avisar al rey pretendo; Aparte que yo no podré impedirlos si una vez están resueltos, y aunque aventure la vida importa no perder tiempo).
Vase FERNANDO
ALVAR: Fernando por la privanza del rey le apoya indiscreto; mas, pues resueltos estamos, Garci López, ¿empecemos a libertar nuestra patria, guardando el justo respeto que a Alfonso se debe? GARCI: Así me parece. ALVAR: Ya tenemos el apoyo de la reina, que en olvidos y desprecios desdenes paga, sin que compra Raquel lucimientos. GARCI: ¿Y cómo se dispondrá? ALVAR: Ya yo lo tengo dispuesto; porque en intentos que piden ayuda más que consejos, es siempre facilitarlos primero que proponerlos. El rey ha salido a caza, y avisados los monteros están de que, con la maña mayor que puedan, tan lejos le lleven, que aunque el aviso de Fernando, porque es cierto que no ha de dejar de darle, habiéndonos descubierto, llegue a tiempo, nunca pueda volver a estorbarlo a tiempo. Y así, entretanto, nosotros con los muchos nos juntemos que aborrecen esta aleve, ingrato, tirano dueño, y volveremos aquí para que en el sitio mesmo que nos ultrajó mandando nos desagravie muriendo; y así, ayudadme y callad. GARCI: Tu lealtad ampare el cielo.
Vanse. Salen FERNANDO y CALVO
FERNANDO: ¿Tan presto salió? CALVO: Y a mí me dejó a que te dijese que hasta que él aquí volviese no te apartases de aquí; y que a Raquel solicites entretenerte ha pedido, para que entretenido la plaza también me quites. FERNANDO: (Dudoso estoy; si me voy, Aparte Raquel puede peligrar, y él no la podrá librar tampoco si aquí me estoy. Si no le aviso le enojo, y si le aviso no hago lo que manda, y satisfago mal al consejo que escojo. No sé qué hacer). CALVO: ¿Qué te ha dado? ¿Quién te ha sacado de quicio? ¿No corre bien el oficio Mas sí hará; que es hurtado.
Salen RAQUEL y ZARA
RAQUEL: (Fernando está aquí; con él Aparte mi soledad divertir quiero). FERNANDO: (Yo me tengo de ir). Aparte RAQUEL: ¡Fernando! FERNANDO: ¿Hermosa Raquel? RAQUEL: En fin, ¿Alfonso se fue a caza? FERNANDO: Presto vendrá. RAQUEL: Aguardándole estará mi amor, mi lealtad, mi fe. Hablemos de él entretanto; que quizá con su memoria haré de la pena gloria y libertad del encanto. FERNANDO: Mejor será que le vaya a buscar yo, porque venga más aprisa y porque tenga... CALVO: (Muy mal su papel ensaya). Aparte FERNANDO: Consuelo tu soledad. ZARA: Y nosotras, di, ¿qué haremos entretanto? CALVO: Ahí le daremos un filo a la voluntad. RAQUEL: Bien dices; mas no quisiera quitarle el gusto que tiene. FERNANDO: (Disimular me conviene Aparte con Raquel mi duda fiera). No hay gusto como tu amor. Darla pesar no pretendo, y a tiempo llegar entiendo que él lo remedie mejor. Adiós. RAQUEL: Mi afecto te rige. CALVO: ¿Se fue? ZARA: ¿Cómo te dejó? CALVO: Sin duda que se corrió de aquello que yo le dije. RAQUEL: A buscar mi bien se ha ido. Y tú, Calvo, ¿puede ser que al rey dejaste? CALVO: A correr inclinado nunca he sido; y así, de la caza dejo el afán, que me embaraza. ZARA: Será porque él mejor caza un lobo que no un conejo. ¿No es verdad? CALVO: Aquése el robo, con que tu mentira entablas, porque en todo lo que hablas, hablas por boca de lobo. ZARA: Él es cobarde, y la fiebre del miedo le desmentía. CALVO: Pues, ¿acaso es valentía el correr como una liebre? ZARA: Y un jabalí acometer, ¿No es valor de ánimos tercos? CALVO: Yo no me meto con puercos. ZARA: Bien hace en no se ofender. RAQUEL: Valentía y gusto encierra la caza en cuanto se ve. ZARA: ¿Y no ha oído aquello de "viva imagen de la guerra?" Pero, ¿quién se ha entrado aquí? CALVO: Otro perro que te ladre. ZARA: ¡Ay, señora! Que es tu padre. Yo me voy. ¡Triste de mí! CALVO: Aquí sin duda os azota, y será paso notable. ZARA: Yo me escurro. CALVO: Y yo me voy, si te escurres, a secarte.
Vanse. Sale DAVID
DAVID: ¿Hija, Raquel? RAQUEL: ¿Qué es aquesto? ¿Vos conmigo tan afable? ¿Vos me llamáis hija, cuando no consentís que yo os llame padre? Pues, ¿qué novedad trocó así vuestro dictamen? DAVID: Ya no es tiempo de reñirte; que si entonces, por sacarte de este engaño, mi razón pudo airada amenazarte, hoy, que tu peligro mira mi amor, mi piedad no sabe, para poder convencerte, otro estilo más amante. RAQUEL: Pues, ¿a qué venís? DAVID: (¡Ay, cielos! Aparte No sé como declararse pueda mi pena). A estorbar tu muerte. Dime, si sabes, dónde está el rey. RAQUEL: No está aquí. DAVID: No me lo niegues, cobarde. Mira que importa tu vida. RAQUEL: A caza salió esta tarde. DAVID: Pues, mira que todo el reino contra ti inquieto se esparce, contra tu vida amenaza su cólera, y desiguales, no respetan de su rey las sacras inmunidades. "¡Muera Raquel!" dicen todos, y de la reina mortales ansias avivan sus celos, que ausente, más ciegos arden. Raquel, huye este peligro; nadie mejor que tu padre sabrá sacarte del riesgo. Que, si primero, ignorante con su queja te maldijo, ya con su amor te persuade. Hoy no puede ser mayor la culpa, pero más grande puede ser el escarmiento si aguardas a que te alcance. ¿Qué respondes? RAQUEL: No me atrevo a resolverme. DAVID: ¿Arriesgarte quieres a tanto peligro? RAQUEL: No juzgo que quiera nadie así ofender su lealtad. DAVID: Antes juzgan que, leales, deben rescatar su rey, que tú en tu amor cautivaste, y dándote a ti la muerte, la vida pretenden darle. RAQUEL: Yo no les quito su rey. Su rey, que quiso quitarme, es el culpado. DAVID: ¿Qué importa, si en la elección de los males, siempre a menor paz sujeta la ciega ambición del grande? No dudes, vente conmigo. RAQUEL: ¿Qué es ir? Aunque me mostrases más muertes que vidas tengo, pues si vivo de adorarle, ¿qué más muerte que no verle? ¿Qué más pena que dejarle? Alfonso es mi bien. No puedo creer que mi mal se llame; si por quererle me culpan, dichoso delito saben. Merezca que lo conozcan, y más, que luego me maten.
Dentro
VOCES: Cercad la casa. No quede resquicio, puerta ni llave que no guarde cuidadosa la solicitud más grande. RAQUEL: ¡Válgame el cielo! ¿Qué escucho? Por mis venas se reparte un sudor frío. ¡Ay de mí! DAVID: Ya llega mi aviso tarde; ya llegó, Raquel, tu muerte, para que mi vida acabe.
Llora DAVID
RAQUEL: Padre y señor, ¿qué es aquesto? DAVID: ¿Qué ha de ser? Que tus umbrales pisa ya tu desventura en manos de desleales.
Dentro
VOCES: ¡Muera aquesta encantadora! DAVID: Toda el alma se me parte. RAQUEL: ¿Qué ruido es éste? Traidores, ¿así se profana fácil el templo de vuestro rey? ¿Así rinde el vasallaje feudo que a la reverencia de su adoración profane? ¿Qué es esto? Alfonso el Octavo ¿es vivo o muerto, cobardes?
Salen ÁLVAR Núñez, GARCI López y SOLDADOS
ALVAR: Vivo es Alfonso, y Alfonso también es muerto; que iguales efectos de tu malicia, fiera encantadora, nacen. tú nos le robas, y en ti con la vida ha de cobrarse. RAQUEL: ¿Cómo, cobardes traidores, así os atrevéis a hablarme? GARCI: Ya, Raquel, se acabó el tiempo de temerte y venerarte. Tiene la suma desorden gobierno, y no siempre estable la Fortuna favorece. RAQUEL: Decís bien, porque es mudable. Mirad que el rey... ALVAR: Ya sabemos que no está aquí. Bien distante el término le asegura de que no podrá escucharte. RAQUEL: (¡Qué así Fernando se fuese! Aparte ¡Qué así todos me dejasen! Ambición, ¿tú me vendiste? Voluntad, ¿tú me engañaste? Fortuna, ¿ya tu me olvidas? Valor, ¿ya tú no me vales? ¿Nadie en mi favor se alienta? ¡Ay de mí! Sacras deidades, amparad mi desventura. No permitáis que mi sangre, bárbaramente ofendida, mi oscuro sepulcro manche). ¿Qué queréis de mí? GARCI: ¡La vida! RAQUEL: ¿La vida? Alfonso la guarde. Quitadme a Alfonso, si acaso la vida queréis quitarme. En él la herida ejecuta quien contra mí la señale. ¡No es posible! No es posible que vuestra lealtad agravie la vida del mejor rey, en el triunfo más cobarde. Mas, ¡ay de mí!, que ya veo que aquello que mucho vale mucho cuesta; mucho quise, y así, es bien que mucho pague. ALVAR: Tu culpa busca el castigo. RAQUEL: Mi culpa fue solo amarle. GARCI: Tu ambición te precipita.
Vase GARCI López
RAQUEL: No es mucho que me arrastrase. ¿Que en fin no tiene remedio? ALVAR: Pides el remedio tarde. RAQUEL: Sed testigos de mis ansias, cielos, hombres, brutos, aves, peces, plantas, montes, selvas, sed testigos de mis males. Hoy muero a manos de Amor, ley del alma inexorable; por querer mucho padezco, consuelo me da el achaque. ¡Ay, Alfonso! ¡Ay, pena justa! Pues no he de volver a hablarte otra vez, porque me atiendas, préstenme orejas los aires lleven mis quejas los vientos, digan mis penas las aves, publiquen mi sentimiento estos montes y estos valles. El eco cuando resuene adonde triste te halle, te avise de mi desdicha, Alfonso, el último trance. Y tú, padre, --¡oh, hado injusto-- ya que del cielo irritaste la justa piedad, no irrites mi amor con tus impiedades; no llores, porque me acuerdas de que otra vez que lloraste me pusiste en ocasión de perderme por librarte. Adiós, señor; que ya voy a morir. DAVID: Porque se arranque el alma con que te miro. ¡Ay, Raquel! RAQUEL: ¡Querido padre! ALVAR: Ea, ejecutad el orden, soldados. DAVID: Fieros cobardes, ¿qué queréis de una mujer? Matadme, ingratos, matadme a mí, y dejadle la vida. SOLDADO 1: Mal por ella satisfaces. SOLDADO 2: Aparta, caduco hebreo. RAQUEL: No le injuries, no maltrates de sus inocentes canas la lástima venerable. Adiós, señor. DAVID: Apartad. GARCI: ¿Qué aguardáis? RAQUEL: Alfonso el Grande, vive felices los siglos del fénix, y a las edades eterna tu fama asombre; que yo, si puede llamarse felicidad la desdicha, ostento felicidades, acabando por quererte, muriendo por adorarte.
Llévanla los SOLDADOS a RAQUEL
DAVID: Esperad, enemigos. Mas en vano mi enojo en ellos vengo; si de aquestos castigos yo solo soy el que la culpa tengo, yo la vida le quito, pues, ¿cómo así el aliento me permito?
Dentro
RAQUEL: ¡Ay de mí! DAVID: Ya repite del último vaivén el fin postrero, y pues que no permite mi suerte el golpe de violento acero, ¿para qué defendida, cielos tenéis mi desdichada vida? ¿Para qué quiere el hado, entre desdichas y miserias tales, guardar un desdichado de la muerte, remedio de sus males? Mas, bien hace violento; que muerto no sintiera, y así siento.
Salen el REY y FERNANDO
REY: Nadie al encuentro nos sale. FERNANDO: Ya temo alguna desdicha. Allí está David llorando. REY: Mal agüero pronostica. DAVID: ¿Adónde, Alfonso el Octavo, tus torpes pasos inclinas, si vas a buscar la muerte en los brazos de la vida? ¿Qué intenta tu ceguedad? ¿Cómo tu aliento se anima, sin mirar que tus afectos son de Raquel homicidas? Si acaso quieres llorarla, en su sepulcro la mira, bañada en su misma sangre, con que tu pecho encendía.
Vase DAVID. Descubren a RAQUEL difunta
REY: ¡Ay de mí! ¿Qué es lo que veo? ¿Quién la acerada cuchilla en sus hermosos cristales dejó de púrpura tinta? FERNANDO: Tus vasallos. REY: ¡Ay, traidores! ¿Quién los incitó? FERNANDO: Su envidia. REY: Bien mi dolor lo esperaba. FERNANDO: Bien mi lealtad lo temía. REY: Dejadme solo, Fernando. FERNANDO: La compasión me retira.
Vase FERNANDO
REY: ¡Cielos!, ¿por qué consentís en tan grave alevosía, una injusticia tan grande, y que se llame justicia? Astros, cuyas luces bellas, brillante pompa del día, al engaño de la noche sabéis correr la cortina, ¿cómo consentís que infame oscura tiniebla fría los rayos que iluminaban todo aquello que encendían? Mi bien, mi dueño, Raquel, sirviéndote, ¿no respira mortales ansias el alma con que espíritus anima? ¿Contigo me dejan solo? Bien hacen, pues a la activa aprehensión con que te miro, es fuerza perder la vida. No he menester más cuchillo; esas ondas cristalinas de tu cuello, salpicadas de sangriento humor, me sirvan de golfos en que me anegue; esas mortales heridas, que están respirando olores, contra mí incendios respiran, y esta mano, que en tu pecho indicio advierte a mi vista, la sinrazón del estrago, señalando la rüina, sea empeño de mi enojo, despertador de mis iras.
Corren la cortina
¡Venganza, Amor! Que te ofende sangrienta mano enemiga. contra el fuero que adquiriste en el curso de los días. Yo de tu parte he de ser, para volver por la mía, contra la traidora saña de mis vasallos; anima nueva venganza el estrago de mi lealtad ofendida. Como rey, no como amante; no con pasión, con justicia, debo volver por el fuero de mi inmunidad rompida. No quede vivo ninguno. Mueran, que así se castiga quien de mi respeto ultraje la reverencia precisa. Y haciéndote juez supremo, Amor, de su alevosía, en cóleras, en incendios, en destrozos, en venganzas, he de ofrecer a tu pira de sacrificios humanos holocaustos y primicias, viviendo sólo para ser fatiga de quien desprecia tus sagradas iras.
Sale CALVO
CALVO: Y aquí, para que no aguarden, se da fin a la Judía de Toledo, que pagó su desgracia con su vida.
Vanse

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 30 Jun 2002