EXAMINARSE DE REY

Antonio Mira de Amescua


Texto basado en el manuscrito del siglo XVII de EXAMINARSE DE REY encontrado en la Biblioteca Nacional de Madrid (14.953), cotejado con el manuscrito del mismo siglo ubicado en la colección Barberini de la Biblioteca Vaticana (Códice 3483). Fue editado por Vern G. Williamsen en el curso de sus investigaciones en 1977, preparado en su forma electrónica en 1987, y luego en su forma actual en 1996.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen el PRÍNCIPE y el INFANTE, de labradores, riñendo con dos bastones, y DOMINGO tras ellos
INFANTE: ¿Contra mi valor porfías? ¿Contra mí te pones? PRÍNCIPE: Sí. ¿Qué méritos hay en ti para tener mayorías? INFANTE: ¿No bastan mis pensamientos? PRÍNCIPE: ¿De eso quieres que me espante? ¿Hay loco que no levante alcázares en los vientos? DOMINGO: Y, ¿hay pendencias que se traben tan sin ocasión? ¡Por Dios! Que os descalabréis los dos de una vez; porque se caben. ¡Contiendas de cada día, caiga quien cayere aquí! Que para reñir a sí se lo reñirá mi tía. El uno "os haré cetrina," el otro "os haré pedazos," y no llegáis a los brazos ni oléis a la trementina.
Sale ALBANO
ALBANO: ¿Fin vuestra guerra no tiene porque castigo no os doy? Tened paz y amistad hoy que el rey de Nápoles viene a estos hermosos jardines de Caserta. PRÍNCIPE: ¿Qué me importa? Ni me admira ni reporta su venida. INFANTE: No imagines, padre, que aunque soy villano de los campos de esa aldea que yo le admita ni vea. ALBANO: Besarle tenéis la mano.
Salen el REY, el MARQUÉS y acompañamiento
REY: Ésta es, Marqués, el aldea que tanto ver deseaba cuando en Alemania estaba. ALBANO: Su majestad, señor, sea bienvenido. REY: Amigo, Albano, huelgo de veros. ALBANO: Llegad, hijos, los dos y besad a Federico la mano. INFANTE: Suplícote que nos des la mano, invicto señor, pues lo merece el honor de haber estado a tus pies. PRÍNCIPE: Aunque no son labradores dignos de tales trofeos, merezcan nuestros deseos gozar de vuestros favores. REY: (Uno de éstos que a mis pies Aparte están, es Carlos, mi hijo. Venzo de espacio el regocijo. No quiero saber cuál es. Venga este gusto penado). Levantad y guárdeos Dios. (¿Cuál será de aquestos dos? Aparte Mi pecho está alborozado). Marqués, escúchame aparte. MARQUÉS: Ala seré del silencio. REY: Oye un caso que he tenido veinte y dos años secreto. Dejóme Carlos, mi padre, por legítimo heredero de este reino, que en el mundo es el más hermoso reino. Un hijo dejó bastardo, ya sabes que fue Manfredo, tan osado y arrogante, tan altivo y tan soberbio, que intentó tiranizarme a Nápoles, y su intento se lograra si piadosos no me miraran los cielos. Un ejército ha formado contra mí, y en grave aprieto se vio la bella ciudad a quien llamaron los griegos Parténope. Muchos días duró el enemigo cerco sin razón y sin justicia, porque ni acción ni derecho pudo tener un bastardo tan mi contrario y opuesto a mis costumbres que aun hoy su mismo nombre aborrezco con ser ya muerto. Y en fin, sucedió que en este tiempo del cerco, un hijo he tenido tras de infinitos deseos que el cielo entonces cumplió. Pero con algún recelo de que si acaso perdía la ciudad, estaba cierto que peligraba su vida porque el ánimo violento de un crüel no perdonara su inocente y tierno pecho; y previniendo este daño, hice que el duque Fisberto a esta aldea le trujese a crïar. Y aunque el suceso de la guerra fue felice, llamó apriesa el imperio para coronar mi frente. Pasé a Alemania, y por esto Albano, ese labrador, ha crïado con secreto al príncipe cuyo nombre es Carlos como su abuelo. Las guerras que en Alemania he tenido, me impidieron la vuelta a Nápoles. Y hoy que tengo en paz y en sosiego el imperio, y mi enemigo es ya difunto, pretendo casar a Carlos mi hijo con Margarita, que el reino de Sicilia ha de heredar, y en mi palacio la tengo como sobrina que es mía. Unos de esos dos que vemos, gallardos jóvenes, es Carlos el príncipe. Hoy puedo decir que nace a mis ojos pues es hoy cuando le veo la vez segunda después que ha dado el paso primero a la vida. Ésta es la causa porque a estos valles amenos de Caserta vengo alegre y a conocerle deseo, y ya muere por salir el reprimido contento. ¡No más, no más suspensión! Dime, Albano, ¿cuál de aquéllos es Carlos? ALBANO: Ambos lo son. REY: ¿Qué es lo que decís? No entiendo. ¿Cuál es mi hijo? ALBANO: No sé. REY: ¿Estás loco? ¿Estás sin seso? ¿Cuál es el príncipe Carlos que te dio el duque Fisberto para crïar disfrazado, encargándoos el silencio? ALBANO: Señor, no lo sé, ¡por Dios! REY: ¿Qué dices, villano? ALBANO: Quiero ser leal y no mentir para disculpar mis yerros. Cuando a Carlos me entregaron para que le diese el pecho mi mujer recién parida, quiso el hado que a Manfredo también le naciese un hijo que el mismo nombre le ha puesto de Carlos por ser de Carlos el rey de Nápoles nieto. Manfredo tuvo también, señor, tu mismo recelo y por si acaso perdía la batalla, al conde Arnesto, entregó el infante, y él sin darme noticia de ello, porque en los campos estaba, lo dio a mi mujer diciendo que el crïarlo convenía; y con ánimo dispuesto a crïar dos hijos ella se redució previniendo en los dos, señor, distintos, aunque era de un nombre mesmo. Crïáronse los infantes tan enemigos y opuestos entre sí que parecían legítimos herederos de la enemistad paterna. Siempre los dos compitieron, siempre han estado discordes; que la crïanza y el deudo amor jamás les ha dado. Pero estando ya mancebos, mi mujer, que conocía con cuidado verdadero cuál es el uno y el otro, murió de repente a tiempo que yo como confïado, como sin memoria y viejo, la seña olvidé que de ambos nos daba conocimiento, de modo que como tienen un nombre, una edad, un tiempo, rústica y bárbaramente para mí los diferencio, pero llegando a afirmar cuál es el príncipe de ellos no me atrevo aunque pudiera mentir y decir fingiendo el que a mí se me antojara; pero más quiero en efecto decir verdad confesando que soy un bárbaro y necio que no poner a peligro que un felicísimo reino se quite por mi ignorancia a su legítimo dueño. Manda, señor, que me maten. Mi error y culpa confieso. Uno de ésos es tu hijo y no sé cuál. Esto es cierto. REY: ¡Cielos! ¿Qué es esto que escucho? Fábula parece y sueño; no se ha visto verosímil tan raro y extraño cuento. Ven acá, villano, dime, ¿cómo puedes conocerlos? ¿En qué los diferencias? ALBANO: Señor, el uno es moreno, el otro blanco, y así Carlos Blanco y Carlos Negro los llamamos. REY: Cosa al fin de tu bruto entendimiento. ¡Bárbaro yo que fïé cosas de tan grande aprecio de este villano! Marqués, ¿cómo es posible que vemos en aquellos dos mi hijo, y conocerle no puedo? ¿No es desdicha? MARQUÉS: Señor mío, si te agrada mi consejo, podrá ser que el desengaño nos dé como siempre el tiempo. Llévalos a tu palacio y vivan allí. Diremos que son tus sobrinos ambos y callando y encubriendo que el uno es tu hijo, es fuerza que haga el tiempo manifiesto lo que agora la ignorancia de este villano ha encubierto. REY: No es muy poco lo que importa. El daño de este suceso es mayor de lo que suena, pues no va menos en ello que aventurar que de esta tierra se le quite a su heredero y que le dé --¡Dios lo niegue!-- al hijo del que aborrezco como a enemigo y crüel. Pero inténtase el remedio. Vayan a palacio. ¡Carlos! AMBOS: ¿Señor? MARQUÉS: Ambos respondieron. REY: Mis sobrinos sois los dos. Huélgome de conoceros. Abrazadme y a mi corte os podéis venir. PRÍNCIPE: Yo beso la mano más poderosa que ha gobernado un imperio. INFANTE: Conocer puedes tu sangre en mis altos pensamientos.
Vase el REY
DOMINGO: Y yo, señor, ¿soy sobrino? MARQUÉS: Quita, villano grosero. DOMINGO: En mi vida me hallé un tío de importancia. Todos fueron González, Pérez, Carrasco, Guijarro, Peral, Ciruelo, y un rey de Nápoles menos... PRÍNCIPE: Vente con nosotros. DOMINGO: Pienso que ser mozo de dos amos no es cómodo o de provecho. A mandar sirven los dos, y después, a darme el premio, lo achacará uno a otro y ninguno será el dueño. PRÍNCIPE: No haremos. Sírveme a mí. INFANTE: No, sino a mí. DOMINGO: Si primero no se pegan lindamente de ninguno soy mostrenco. Ha de ser allá en palacio hasta que quieran los cielos que me tope un rey mi tío como los dos habéis hecho.
Vanse. Sale la Infanta MARGARITA sola
MARGARITA: En esta galería se contempla la tierra, el mar y el viento y en cualquiera elemento, según filosofía, aprender puede amor el alma mía. Allí en el aire miro que andan las aves en hermoso giro su libertad amando; allí el águila sube a coronar de plumas parda nube y los rayos más puros va adorando. Sube la exhalación, ama su centro el cálido vapor, y estando dentro de la nube ligera revienta por salir y ama su esfera; allí la limpia nube en la región segunda congelada en blancas mariposas desatada ama la tierra que otra vez la bebe enseñando ésta amor al aire frío. ¡Y no quiere aprenderlo el pecho mío! Si al mar llevo los ojos, con paz o con enojos, hallo que enseña amor si airado brama; abrazar quiere el viento y la exención de sus prisiones ama si puede la soberbia y el aliento. Retrata el firmamento y su imagen adora. En sus cárceles mora amor; pues que sus ninfas y sirenas se nos muestran a veces con guirnaldas de nácar y azucenas. Festejada de ejércitos de peces la concha ama el rocío. Sólo no sabe amar el pecho mío; pues si la tierra veo, toda es mostrar amor. Hiedras y parras en olmos y picarras son doctrina y trofeo de amor que en verdes lazos nos enseñan a amar dándose abrazos. Pajarillo y flores se visten con amor vanos colores, que las flores son aves inmóviles y graves, y los pájaros son los ramilletes que en rústicas canciones y motetes suelen decir volantes, aunque átomos de pluma, "También somos amantes." En tierra, en viento, en mar, aman en suma aves, peces y fieras, y en todas tres esferas se dice, "Aquí hay amor." Amor se escribe; sólo mi pecho sin amores vive.
Salen PORCIA y el PRÍNCIPE, de cortesano
PRÍNCIPE: Esta visita te envía el rey. No sé si ha de ser de pesar o de placer. MARGARITA: Dime quién es, Porcia mía. PORCIA: Carlos dice que se llama. MARGARITA: (Será el príncipe que ha estado Aparte en Caserta disfrazado). PRÍNCIPE: (Quien llega a ver una dama Aparte y no tiembla, no es discreto. ¿Dónde hay peligro mayor que en los trances del amor? Vida feliz me prometo ya que he visto esa beldad). MARGARITA: Vengáis, Carlos, en buena hora.
Salen ISABEL y el INFANTE, de cortesano
ISABEL: Esta visita, señora, te envía su majestad. MARGARITA: ¿Tantas visitas? ¿Quién es? ISABEL: Carlos se dice. INFANTE: Yo vengo con la licencia que tengo a dedicar a esos pies postrada a un alma, de suerte que a tal lugar reducida tendrá inmunidad la vida de la prisión de la muerte. PRÍNCIPE: Si por estar a sus pies, ni has de morir ni yo muero. Quien en el tiempo es primero en el derecho lo es. De esa inmunidad gocé, y si en bien están supremos, juntos los dos no cabemos; sólo el inmortal seré. MARGARITA: ¿Qué es esto, Porcia? ¿Quién son éstos que a mi cuarto vienen? ¿Estos dos que un nombre tienen y una misma presunción? Un Carlos sólo he esperado, no dos ni que en competencia se tomen esta licencia. PORCIA: Sobrinos los ha llamado su majestad. PRÍNCIPE: Mi señora, no os dé cuidado, por Dios, el saber quién son los dos que tan dichosos agora llegaron desalumbrados a vuestros ojos divinos. Del rey somos dos sobrinos en esos campos crïados; primos debemos de ser, y aunque igualdades no alcanza nuestra sangre, la crïanza descuidos ha de tener si en vez de la policía rusticidades aprende. INFANTE: Eso, Carlos, no se entiende con la sangre real. La mía por sí misma tiene aliento. Sin arte puede aprender; que en los campos suele ser cortés el entendimiento. Y ya que en palacio estoy con dueño tan soberano, dadme, señora, la mano. Un esclavo vuestro soy. PRÍNCIPE: Y cuando haya recibido mi primo tantos favores, sé que no serán menores por haberlos dividido, y así espero el mismo bien de esa grandeza que alabo; que pues también soy esclavo la mano espero también. MARGARITA: Acción fuera concertada que el rey con los dos viniera para que yo no estuviera dudosa y desalumbrada; pero darme quiso un susto con los dos nombres de Carlos para que llegando a hablaros tuviese doblado el gusto.
Hablan aparte PORCIA e ISABEL
PORCIA: Amiga, eres, verdadera. Nada encubrirte imagino. Al uno de éstos me inclino; holgárame que sirviera y galanteara. ISABEL: ¿Cuál es el que te agrada a ti? PORCIA: El moreno. ISABEL: Esotro a mí. PORCIA: Digámosle mucho mal a la Infanta de los dos porque no se incline a alguno. ISABEL: Has dicho bien. PORCIA: Pues ninguno goce del vendado dios flechas de oro. En Margarita, como dicen los poetas sean plomo las saetas. ISABEL: Todo amor lo facilita. PRÍNCIPE: Podré decir que hasta agora no es vida la que he tenido no habiéndote conocido. INFANTE: Yo podré decir, señora, que ni a un alma con razón este pecho conducía cuando no te conocía. MARGARITA: Corteses lisonjas son.
Cáesele un guante y los dos a un tiempo le levantan
PRÍNCIPE: En un cielo solamente cinco planetas cayeron. INFANTE: Cinco líneas de luz fueron; cinco zonas del oriente. PRÍNCIPE: Deja volver a su alteza prenda que fue de su mano. INFANTE: Tal vez el ser cortesano no es discreción, es vileza. No me dejaré vencer. PRÍNCIPE: La competencia es forzosa. INFANTE: Pues, hagamos una cosa. PRÍNCIPE: ¿Qué? INFANTE: Dejémosle caer y levántele una dama. PRÍNCIPE: Bien previenes y es razón que parezca obligación lo que respeto se llama. Llega, Porcia, y vuelve al día nube que sus rayos cela. INFANTE: Llegue a dársele, Isabela. MARGARITA: ¡Oh, qué imprudente porfía! ¡Qué obstinada oposición, qué descortés competencia! ¿Que no os cause mi presencia respeto ni estimación? Presumir tan porfïado y soberbia tan extraña fueran valor en campaña y son locura en mi estrado. Traed mejor aprendido el estilo si volvéis a mi cuarto. PRÍNCIPE: Me tenéis, señora, tan convencido que no sabré disculpar nuestro loco atrevimiento. Cuando súbito un contento y repentino un pesar arrebatan igualmente el jüicio al hombre, así yo quedé fuera de mí, ciego al sol resplandeciente; que en vos me ha deslumbrado, y es placer porque llegar pude a mirarle y pesar porque antes no le he mirado. Y si el ver tanta hermosura de juicio aquí me privó, ¿qué maravilla que yo obré mal con mi locura? INFANTE: Pasar de extremo en extremo suele ofender los sentidos, aun estando prevenidos; en los dos lo mismo temo. No es mucho el no respetarte si pasamos de esta suerte del extremo del no verte al extremo de adorarte.
Sale DOMINGO
DOMINGO: Aunque no soy tan fïel enano, ni guardadamas, ni repostero de camas, paje, ni guardamangel, su majestad me ha envïado a llamároslos. Espera. INFANTE: Su centro deja y esfera con violencia mi cuidado; que es forzoso obedecer.
Vase el INFANTE
PRÍNCIPE: Y yo, hasta saber si estoy perdonado, no me voy. MARGARITA: Sí, lo estáis. PRÍNCIPE: Sumo placer.
Vase el PRÍNCIPE
MARGARITA: Espera tú. DOMINGO: No me digo "tú;" mas si fuese mi tía... MARGARITA: ¿Qué os parece la porfía de los dos? PORCIA: (La empresa sigo). Aparte Hombres no vi tan groseros. ¡Qué necio y qué villanos! ISABEL: Mal pueden ser cortesanos ilustres, ni caballeros, hombres de tan malos talles. PORCIA: ¡Oh, qué mal gusto tuviera la mujer que los quisiera! Cuando vayan por las calles ambos serán, imagino, fábula de la ciudad. Perdone tu majestad. DOMINGO: Esperando está el sobrino. MARGARITA: En ellos no reparé. ¿Tan malos son? ISABEL: Dos pastores sin políticos primores. PORCIA: A fe que ninguno dé cuidado a las damas cuando en los festines los vean. ISABEL: Los villanos no tornean ni danzan. DOMINGO: "Tú" está esperando. PORCIA: Uno y otro desatino llena su conversación. ¡Dos brutos con alma son! DOMINGO: Esperando está el sobrino. ISABEL: ¿Cómo te llamas? DOMINGO: Hermana, mi persona un nombre tiene que tras el sábado viene y es fiesta de la semana. MARGARITA: Luego es Domingo. DOMINGO: (¡Por Dios, Aparte que ya mi nombre sabía! Ella, sin duda, es mi tía). MARGARITA: ¿A cuál sirves de los dos? DOMINGO: A los dos y el interés apenas llega a ser uno. MARGARITA: ¿Cuál es más sabio? DOMINGO: Ninguno. Si preguntaras cuál es más enfadoso, dijera que el primero que encontramos.
Vase MARGARITA
PORCIA: Tú sirves buenos dos amos. DOMINGO: Por uno bueno los diera.
Vase PORCIA
Cuál de las tres es mi tía? ISABEL: Calla, bruto.
Vase ISABEL
DOMINGO: ¡Quién me trae a mí a palacio donde hay tanto señor de Turquía! ¡En las damas una fea más que otra! Voyme luego de la corte, y aquí que llego a los campos de mi aldea, unzo apañando mi arado un par de bueyes sin par. Y así empiezo a barbechar; deja limón abragado.
Caja y canta
"Toca Francia a Montesinos, pero, ¿qué se me da a mí? De Montesinos aquí no van los surcos muy finos. Cata París la ciudad, cate muy en hora buena. Sembremos, pues no hay arena."
Sale el PRÍNCIPE a la puerta
PRÍNCIPE: (¡Qué extraña simplicidad!) Aparte DOMINGO: "Este puñado es del cura; este mayor para mí. Agua Dios y llueva aquí porque tengamos ventura." ¡Oj! Mil gorriones están piando el grano que arrojo. ¡A fe que si piedras cojo, que bien dice aquel refrán:
Canta
"Gorriones y tordos y abades, ¡qué malas aves!" Ya van haciendo mi trigo. ¡Ea, mozas del lugar, vamos todos a escardar! Aldonza, Inés, id conmigo. Ésta sí es vida que quiero y no en palacio embobado viendo salir un barbado con su capa y sin sombrero llamando tapicería escudero de a pie cava.
Sale el PRÍNCIPE
PRÍNCIPE: Calla, necio. ¿Aun no se acaba tu loco humor? DOMINGO: Sal sería. PRÍNCIPE: ¡Que hablando este loco esté a voces de esta manera! Vete de aquí. DOMINGO: Voyme fuera a segar lo que sembré.
Vase DOMINGO
PRÍNCIPE: Amor, tu César no he sido, pues que no dirán por mí que vine, que vi y vencí sino que quedé vencido. Fama de hermosa ha tenido; mas la fama es breve estrella porque en Margarita bella tanta luz hallé después; que haber de ser reina es lo menos que he visto en ella. Un alma en cada facción siempre asiste a Margarita. A naturaleza imita porque es cifra y es unión de todo su perfección. Y si en el amor presente, por algún raro accidente átomos mi alma se hiciera, para cada cual tuviera hermosura diferente. Un reino y tanta hermosura es dote tan singular que atreverse y arrojar la vida será ventura. La libertad no es segura. ¡No amar! ¡Son locos extremos! ¡El amor bien es! ¡Supremos! Galantear es prudencia; pues si hay tanta conveniencia, ¡amemos, Amor, amemos!
Sale el INFANTE
INFANTE: ¡O es oposición de estrella o es adversión natural, o es influjo celestial! No me ha parecido bella Margarita, ni hay en ella para amarla el alma mía la que llaman simpatía. Y en efecto viene a ser el querer o no querer secreta filosofía. Un reino hereda famoso. Fuerza ha de ser pretendella. Es imposible querella y el fingir dificultoso. Pero el arte es poderoso; que los sutiles reclamos entre las flores y ramos suelen al ave engañar. Razón de estado es amar. ¡Finjamos, alma, finjamos! PRÍNCIPE: ¡Carlos! INFANTE: ¿Qué quieres? PRÍNCIPE: Saber si a Margarita te inclinas. INFANTE: Sí, y a sus plantas divinas postrar quisiera y poner dos mundos, cuatro elementos y un alma que vale más. PRÍNCIPE: Muy enamorado estás. INFANTE: Ya serán mis pensamientos y los del águila parda, cuando el sol los examina, mirando la luz divina con resistencia gallarda. Si con algún desvarío, pensamiento alguno hubiere que a su hermosa luz no fuere, podré decir que no es mío. PRÍNCIPE: Bien me causa admiración que sigas el bien que sigo, teniendo siempre conmigo natural oposición. Si no me he inclinado a cosa que te inclinases a ella, ¿cómo te parece bella la que me parece hermosa? Entre tu alma y la mía, sea malicia o sea ignorancia, habiendo tanta distancia que se convierte en porfía, siempre nuestro sentimiento lo que aborrezco te agrada; amas lo que a mí me enfada; mi placer es tu tormento. ¿Cómo agora amando yo más que amó ningún mortal, no te parece a ti mal lo que bien me pareció? Pregunto como prudente. Sólo te quiero rogar que amemos sin porfïar. Sirve cortesanamente y si en noble competencia de estos hidalgos amores uno merezca favores, el otro tenga paciencia. INFANTE: Bien avenido quedemos. PRÍNCIPE: En este acuerdo quedamos. INFANTE: (¡Finjamos, alma finjamos!) Aparte PRÍNCIPE: (¡Amemos, Amor, amemos!) Aparte
Salen el REY, MARGARITA y las damas
REY: Al fin, no puedo saber cuál es mi Carlos sobrina. Sus talentos examina, y modo de proceder, pues ya que en dudas me aflijo, sin ver remedio jamás, el que mereciere más, ése habrá de ser mi hijo. Permite su galanteo; que el alma se entiende amando. Ve notando y observando los avisos que deseo. MARGARITA: Mi gusto es sólo agradarte.
A los dos
REY: Porque confusos no estemos, es bien que un Carlos borremos. Federico has de llamarte como yo. Las confusiones que los dos nombres nos dan, de este modo cesarán. PRÍNCIPE: Cuando tu nombre me impones, pienso, señor, que me das la grandeza de tu pecho. Un hombre de nuevo has hecho. INFANTE: Mi nombre merece más; pues Carlos el padre fue que tuvo el rey mi señor, y siempre el padre es mejor. REY: Eso no lo negaré; mas esa razón que dais es buena para que yo la dijera, pero no para que vos la digáis.
Vase el REY
MARGARITA: (Mándame el rey que examine Aparte el de más merecimiento, y antes que mi pensamiento al uno de ellos se incline, sólo pretendo saber cuál me tiene más amor; que esto es la virtud mayor que un esposo ha de tener. El amor, cuando es perfeto, discreción y galas da. ¿Quién más amante será, más galán y más discreto? Ser mujer agradecida es en mí lo más hermoso. Aquél ha de ser mi esposo de quien fuere más querida. ¿A cuál llamaré primero? Dudar puedo y con razón porque aun no tengo elección que a ninguno de ellos quiero. Decir suelen que si a un ave distante con igualdad ponen igual cantidad de alimento, que no sabe a cuál de ellos tiene de ir, y que así inmóvil se está y a ninguna parte va porque no sabe elegir. Bruto soy si amor no tengo. A ninguno el alma aplico de Carlos a Federico, con los ojos voy y vengo. Alma, muy dudosa estás cuando estos dos examino; a Federico me inclino para llamarle no más). ¡Ah, Federico! PRÍNCIPE: ¿Señora? INFANTE: (La suspensión ha parado Aparte en ser yo más desdichado. Mas Federico la adora, a mí me enfada. ¿Qué mucho?) PRÍNCIPE: Llego con ojos dichosos cuando en labios tan hermosos mi nombre, señora escucho. PORCIA: (Ella se le va inclinando. Aparte Quiero estorbar). Vuestra alteza, considere su grandeza y no se vaya empeñando con este rústico así. MARGARITA: Porcia, Porcia, la verdad, ¿Es fineza de lealtad o de amor? PORCIA: Miro por ti. MARGARITA: Guárdente, Porcia, los cielos por el aviso y favor, pero me parece amor con su puntica de celos. PORCIA: (¡Entendióme!) Aparte PRÍNCIPE: El que es llamado de un jüez superïor siempre vive con temor hasta salir de cuidado. Y cuando llega a sus ojos de la ocasión ignorante, mirando está en su semblante si son favores o enojos. Fui llamado y ya me veo entre tu inmenso poder temeroso hasta saber si soy actor o soy reo. Aquí estoy a obedecerte, y no te espantes si temo; pues eres el jüez supremo que me ha de dar vida o muerte. MARGARITA: ¿Qué delito has cometido? PRÍNCIPE: Si es delito amar, yo soy un delincuente; que estoy en prisión y convencido. MARGARITA: ¿De manera que amas? PRÍNCIPE: Sí; cuanto amaron los mortales fueron sombras y señales del amor que vive en mí. MARGARITA: ¿Cómo confiesas tu error? PRÍNCIPE: Soy delincuente obstinado. Préciome de haber errado si es errar tener amor; pero si es valor amar cuando el amor es perfeto, en amar alto sujeto solamente está el errar. MARGARITA: (No quiero que se declare Aparte éste; mas poco amor tiene, pues tan atrevido viene. Mi inclinación se repare que ya Federico viera el que empezaba a querer mucho. Amor no es bachiller; voluntad no es lisonjera. Tener tanto atrevimiento, tan halladas osadías y tantas bachillerías no es amor, es fingimiento). Federico, esos delitos no son de este tribunal. Retiraos. PRÍNCIPE: Si tras un mal suelen venir infinitos, tras el temor que tenía vienen rigores supremos. Alma, callemos y amemos. Paciencia, desdicha mía. MARGARITA: ¡Carlos! INFANTE: Señora, ya estaba reventando de envidioso. ISABEL: (Contradecir es forzoso). Aparte Vuestra prudencia se alaba en Nápoles. No arriesguéis, señora, tan grandes famas amando a Carlos. MARGARITA: ¿Tú amas? Una enfermedad tenéis vos y Porcia. INFANTE: (Yo me quiero Aparte fingir turbado, y así me excuso de ser aquí bachillero y lisonjero). MARGARITA: Vos, Carlos, debéis de ser melancólico, que os veo muy retirado. INFANTE: Deseo pero no sin mi querer. Amo en efecto, y así... Dije mal. Turbación fue. Con más ánimo os hablé la primera vez que os vi, y agora con el temor en vano mi estrella sigo. Amo y no sé lo que digo. Perdona. MARGARITA: (Éste sí que es amor. Aparte Ya empieza a ser desdichada. El que pretendí querer ama poco a mi entender, y el que adora no me agrada. Pero muy sin fundamento hago estos discursos yo; que amor muchas veces dio discreción y atrevimiento; pero lo más cierto es que amor causa turbación. ¡Vuelve atrás, inclinación, ya que tu peligro ves!) ¿Cómo os turbáis cuando os llamo y el gusto os inquiero? INFANTE: Quiero. MARGARITA: ¿Cómo apartado y severo estáis cuando os llamo? INFANTE: Amo. MARGARITA: (Hame dicho lo que siente Aparte atajando de camino. Mucho amor es vizcaíno, no cortesano elocuente. Pero, ¿qué me importará que tenga menos amor Federico si es mayor el cuidado que me da? ¿Qué me importará la vida? Pensamiento ha sido loco querer a quien quiere poco y no seré agradecida. ¡Ea, inclinación, paciencia! Pero el tiempo es el que trae los desengaños. No hay en sólo un acto experiencia). Otra vez, Carlos, vendréis más cobrado y más en vos. Adiós, Federico, adiós. INFANTE: Como esperanzas me deis, ánimo tendré. PRÍNCIPE: Mi amor tantas finezas alcanza que aun no quiere esa esperanza. MARGARITA: Será porque es el menor. INFANTE: (Pienso que a tiempo fingí). Aparte PRÍNCIPE: (Pienso que premio no espero). Aparte MARGARITA: (Pienso que quiero y no quiero). Aparte PORCIA: (Pienso que el lance perdí). Aparte PRINCIPE: (Amo por sólo adorar). Aparte INFANTE: (Amor por razón de estado). Aparte PRÍNCIPE: (A los dos nos ha mirado). Aparte INFANTE: (Alma, fingid). Aparte PRÍNCIPE: (Alma, amar). Aparte MARGARITA: (Si yo trocarlos pudiera Aparte porque el alma salud halle, a éste le diera aquel talle y a aquél este amor le diera).
Vanse

FIN DEL PRIMERO ACTO

Examinarse de rey, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 28 Jun 2002