BAILE DE LAS DIOSAS


Salen las MÚSICAS y cuando quieren comenzar a cantar se ha de correr una cortina y aparece PARIS recostado sobre unas hierbas
Quedito, no hagáis rüido porque está Paris durmiendo entre lentiscos y adelfas aunque hacen profundo el sueño. El hijo del gran troyano está ausente de su reino por el sueño de su madre que le desterró en naciendo. Los parleros ruiseñores, su valor reconociendo, cesan las arpadas lenguas mostrando grato silencio. Cuando las tres bellas diosas que son Palas, Juno y Venus llegaron a su presencia haciéndole acatamiento.
Salen las tres diosas danzando al son de los instrumentos
JUNO: Invencible y fuerte Paris, recuerda, pues ves que el sueño es imagen de la muerte. PARIS: Es verdad, yo lo confieso. ¿Quién sois? Que me habéis nombrado por mi nombre; pues es cierto que me llaman Alejandro. JUNO: Aquése fue nombre impuesto. Porque sepas la causa de buscarte, estáme atento que aquestas diosas y yo gran diferencia tenemos porque estando en un convite una manzana pusieron de oro sobre la mesa, y en ella puesto un letrero: "Dénsela a la más hermosa". Y cada cual pretendiendo serlo, por jüez te nombra, advierte como discreto, Paris, si por mí juzgares, aqueste don te prometo: de hacerte el más rico rey del más poderoso reino. PALAS: Si por mí juzgas, infante, aqueste don te prometo: que tendrás ventura en armas y serás en fuerza Héctor. VENUS: Si por mí dieres sentencia, gran infante, te prometo una saeta amorosa que abrase de amor los pechos. Daréte una dama hermosa que con su poder supremo crió la naturaleza y de rostro más perfecto. PARIS: Ya he entendido la ocasión y vuestros rostros contemplo, y pues lo público he visto quisiera ver lo secreto; mas por los gallardos talles las demás partes penetro y juzgo que la manzana se lleve la diosa Venus. PALAS: Por lo que has juzgado, Paris, a la muerte te condeno y morirás a las manos de Ajax Telemón, el griego. Y porque Paris no piense que tenemos sentimiento las dos iremos bailando al son de los instrumentos.
Bailan las dos diosas al son de la letra que cantarán las MÚSICAS
"No fiéis de los hombres, niña. ¡Mal haya quien de ellos fía! Venían confïadas las dos bellas diosas, que por ser hermosas fueron señaladas. Quedaron burladas con su porfía. No fiéis de los hombres niña. ¡Mal haya quien de ellos fía!
Vanse PALAS y JUNO
VENUS: Lo que yo te he dicho, Paris, se ha de cumplir en efecto; que has de casar con Elena mujer de Menelao griego. Tú, ¿no eres hijo de rey gallardo, sabio y discreto? Valiente por tus proezas, no hay de qué tener recelo, y porque es bien celebrar el valor de ese real pecho, danzar quiero en tu presencia. Recibe mi buen intento.
Danza VENUS una mudanza curiosa y cierra una cortina con que se da fin al baile

ACTO SEGUNDO


Salen ANCELINO, RAMIRO y ORDOñO. ANCELINO con una lanza y una adarga, con una banda escrita con letras y una corona en la mano
ANCELINO: En esta sierra tan alta como la bárbara torre, donde el veloz ciervo corre y el ligero gamo salta, entre estos pinos que quitan los rayos del sol dorados, de heladas aguas bañados que al valle se precipitan, en todo aqueste horizonte sigue la caza ligera, sin dejar ave ni fiera en el aire ni en el monte, aquí le habemos de hallar. RAMIRO: ¿Si querrá admitir la empresa? ANCELINO: En ningunos hombros pesa la máquina de reinar. Un regalo sin segundo al principio el reinar es que no se siente, y después pesa tanto como el mundo. Cargas son, y no pequeñas. ORDOÑO: Si no me engaña el deseo, Mauregato es él que veo bajar por aquellas peñas. ANCELINO: Dices bien. Aquí le dejo la corona, adarga y lanza porque así tengo esperanza de darle un mudo consejo. Si en llegando a este lugar reparando en la corona, se la pone y se aficiona, bien le podemos tentar. Pero si la voluntad a la corona no ofrece, es señal que no apetece el imperio y majestad. Y así es justo que sepamos su intención antes de hablarle. ORDOÑO: ¿Dónde habemos de mirarle? RAMIRO: Entre aquellos verdes ramos.
Dejan la adarga en el suelo y encima la corona y lanza, y escóndense, ya descendiendo MAUREGATO de un monte, en el traje que mejor le pareciere a un hombre que vive en el campo
MAUREGATO: Alto monte en quien descansa sin ser cazada la fiera, ribera alegre, agua mansa, fieras, monte, agua, ribera, vuestra soledad me cansa. Duros robles donde oía de las aves la armonía, fuentes y flores süaves, robles, fuentes, flores y aves ya me dais melancolía. Ya al mar no lleváis mis penas, arroyuelos de cristal, que estas sierras no son buenos para la sangre real que hierve en aquestas venas. Al mundo, de polo a polo dará vueltas como Apolo, no he de ser más cazador. Basta ser sólo en valor sin ser en la vida solo.
Mira la corona
¿Qué rey dejó estos despojos? ¿Quién trató tales trofeos? Ilusiones son o antojos que mis soberbios deseos representan a mis ojos. ¿Corona en esta aspereza? Por donde vio más flaqueza el demonio me ha tentado. ¡Qué bien dirá este tocado a esta hidalga cabeza! El gentil, cristiano, el moro esta diadema procura a costa de su tesoro porque vale más su hechura que los quilates del oro. ¿Qué montes no ha derribado? ¿Qué mares no ha navegado? ¿Dónde no hizo traición la codicia y ambición de aquesto que aquí he hallado? Hace a las gentes airadas los campos de sangre tiñe, leyes funda mal guardadas, y al fin las sienes que ciñe son por ella idolatradas. Pero si el reinar es sueño, yo que agora soy su dueño, rey de un mundo he de ser hoy, pues rey de mí mismo soy; que soy un mundo pequeño.
Pónese la corona
La que siempre he deseado a ver en mis sienes vengo, pero soy un rey pintado pues que de rey sólo tengo estar cual rey coronado. Mas, ya al orbe de la luna el mundo verá subidos mis intentos. Aquí hay una letra: "Con los atrevidos es favorable Fortuna".
Esta letra está en la banda del adarga
Dice bien. Tiene razón. Tenga, pues mi corazón atrevimiento gallardo. Hijo soy, aunque bastardo de Alfonso, rey de León.
Toma la lanza y adarga
El reino he de pretender; que con esta lanza basto a derribar el poder del segundo Alfonso, el casto, por ser medio hombre y mujer. Ya que no hay hombre presente que mi coronada frente pueda ver y respetar, yo mismo me he de mirar en el cristal de esta fuente. Bueno estoy con tal trofeo; mas, pues no veo mi rostro, y en estas aguas le veo, al rey que he visto me postro, pues que vasallos deseo.
Llega entre unos ramos como en una fuente, y allí se está mirando, levantando la lanza al hombro, la adarga en el brazo, y la corona puesta, hace humillación a su sombra
Para que pueda afirmar que me han visto coronar, plantas que quitáis enojos, haced de las hojas ojos con que poderme mirar. Pero examinarme quiero, si sabré imitar los reyes, ya en León me considero, poniendo y quitando leyes, el rostro grave y severo; afable con el leal, airado con el traidor,
Hace todos los ademanes que va diciendo encima de la fuente
con todo[s] semblante igual, modesto en el bien mayor, compuesto en cualquiera mal, derecho el cuerpo ha de estar, los ojos no han de mirar, la cabeza quieta y alta. ¡Reinarse! Sólo me falta gente y reino en quien reinar. Soy un rey sin posesión, casi a reír me provoco, de ver que mis reinos son como reinos de hombre loco; que está en la imaginación. Pero a lanzadas haré que los de Asturias me sigan, y que los moros sin fe al rey Alfonso persigan hasta que el reino me dé. ANCELINO: (Pues que dispuesto le hallo, Aparte quiero salir a animallo fingiendo que me perdí). MAUREGATO: Un hombre viene hacia mí. Esta vez tengo un vasallo. ¿Quién eres? ¿Adónde vas? ANCELINO: Buscando al gran Mauregato. MAUREGATO; ¿Hasle tratado? ANCELINO: ¡Jamás. MAUREGATO: ¿Qué quieres? ANCELINO: Darle un retrato. MAUREGATO: ¡Buena prenda le darás! ¿Es de dama? ANCELINO: Y tan fïel que muere de amores de él. MAUREGATO: ¿Tanto le quiere? ANCELINO: Le adora y le está esperando agora. MAUREGATO: Pues, hablando están con él. ANCELINO: Besaré tus pies. MAUREGATO: Levanta, el retrato manifiesta. ¿Tiene hermosura? ANCELINO: Que espanta. MAUREGATO: ¿Y quién es la dama? ANCELINO: ¡Aquésta!
Descubre Ancelino un tafetán donde está pintado un león. Puede ser el mismo pendón que sacaron al principio
MAUREGATO: Nunca vi hermosura tanta. ANCELINO: Ésta se quiere entregar a tu valor singular; que el esposo que ha tenido, como siempre casto ha sido, no la ha sabido agradar. De esta dama que he mostrado hoy será repudïado; que para su condición su esposa es vivo león y para [ella] está pintado. MAUREGATO: (No va sucediendo mal Aparte tu pretensión, Mauregato. Corona hallaste real y agora el reino en retrato; ¡él vendrá en original!) Imagen, que la belleza te puso naturaleza en dientes, manos y pies, porque tu hermosura es la invencible fortaleza, si mi imperio en la ciudad que representes se ve y me muestras voluntad, un oso y tigre seré con quien tengas amistad; pero bravo león, advierte, que si te mostrares fuerte, resistiendo a mi ventura, seré gallo y calentura que te dé temor y muerte. ANCELINO: Yo a servirte estoy propicio.
Doble el tafetán; que lo ha tenido extendido hasta aquí
MAUREGATO: Subirás como una hiedra arrimado a mi servicio. Eres la primera piedra de mi soberbio edificio. Para vasallo te prevengo, y si en popa a crece vengo, en valor has de crecer que eres todo mi poder pues más vasallos no tengo. Eres mi reino.
Salen RAMIRO y ORDOñO
RAMIRO: No es tan pobre el reino que alcanzas porque agora tienes tres. MAUREGATO: Ya crecen mis esperanzas. ORDÓNO: Danos a besar tus pies. MAUREGATO; Al pecho podréis llegar; que es más honrado lugar. RAMIRO; Es mucha merced el pecho. MAUREGATO: A aquellos que rey me han hecho este pecho he de pagar. ANCELINO: En tu edificio real, un triángulo seremos, y de tu sol sin igual somos tres rayos que hacemos figura piramidal. Tres vidas hemos de ser dispuestas a tu servicio las cuales han de hacer al cuerpo del edificio crecer, sentir y entender. Llamarnos el que nos viera los tres luceros pudiera de tu cielo sin segundo, las tres partes de tu mundo, las tres zonas de tu esfera. De Alfonso fuimos crïados, pero a buscarte venimos para volver más honrados. Sólo tu gusto pedimos para darte sus estados. La justicia no permite que tu sobrino te quite lo que es tuyo de derecho. Saca valor de ese pecho que esta empresa facilite. De estas montañas vendrán mil nobles asturïanos que su hacienda te darán, y si faltaren cristianos, los moros te ayudarán. MAUREGATO: Seguidme, pues, con recato. Veréis, amigos, que trato con valor la empresa altiva. ANCELINO: ¡Muera Alfonso! TODOS: ¡Muera! ANCELINO: ¡Y viva en su reino Mauregato!
Vanse. Salen BERNARDO en hábito de labrador y SANCHA de labradora
BERNARDO: No me nieguen luz también esos ojos que son cielos. SANCHA: Tengo celos. BERNARDO: No hay de quién; aunque no los llames celos sino rigor y desdén. Todo tiempo, oh Sancha ingrata, tu amor con desdén me trata, desde que a este monte y llano frescas flores da el verano, y el invierno helada plata. Sólo tu rigor me aqueja desde que el sol con su vuelo pasa un signo y otro deja bordando el raso del cielo con su dorada madeja; desde que empieza Dïana y da fin el crüel Saturno con su cabellera cana a repartir por su turno los días de la semana; desde que en el firmamento con su rapto movimiento sale el sol que al aire dora de las faldas de la Aurora y se esconde en su aposento; desde que la noche fría al melancólico suelo con sus lágrimas rocía hasta que se afeita el cielo con las colores del día; al fin, en mi pecho moras y tú, Sancha, me enamoras con tus partes más que humanas siglos, años y semanas, meses, noches, días y horas. SANCHA: Lisonjas falsas destierra cuando vienes de esa sierra que a pasos cazando mides, licencia a señor no pides para armarte e ir a la guerra. Pues si te da más cuidado la guerra que mi favor, ¿con esto no has declarado que has quebrado ya en mi amor pues que quieres ser soldado? BERNARDO: No puedo, Sancha, negar que es verdad; mas de esta suerte he pretendido ganar valor para merecerte. SANCHA: Y aun para olvidar.
Sale GONZALO, viejo, con gabán y báculo
GONZALO: Bernardo. Sancha. SANCHA: ¿Señor? GONZALO: ¿Qué tratáis? BERNARDO; Hemos tratado: yo cosas de cazador... SANCHA: Y yo de las ruecas que he echado de mi costura y labor. GONZALO: Honrado entretenimiento.
Habla aparte SANCHA a BERNARDO
SANCHA: Trátale del casamiento. BERNARDO: Y si no, ¿te doy enojos? GONZALO: ¿Qué es lo que pides? BERNARDO: ¿Los ojos no han dicho mi pensamiento? GONZALO: Yo no puedo adivinar. BERNARDO: ¿Qué te puedo yo pedir? GONZALO; Mil cosas que puedo dar. BERNARDO; Pues, ¿qué ganó, por servir, Jacob? GONZALO: ¿Te querrás casar? BERNARDO: Eso propio. GONZALO: ¿Y es la esposa? BERNARDO: ¿No ves tú quién puede ser? GONZALO: ¿Sancha? SANCHA: ¿Yo? BERNARDO: Era melindrosa. Quiere ella ser mi mujer y agora está vergonzosa.
Tocan dentro una caja de marchar
BERNARDO: Pero, señor, ¿no has oído? Soldados han descendido de la montaña esta vez. Sola una espada, pardiez, y la bendición te pido. Si verme entre moros puedo, la espada te pagaré; porque si muerto no quedo corvos alfanjes traeré de los moros de Toledo. De Córdoba, borceguíes que allá dicen marroquíes; de Granada almohadas de grana y oro labradas que parezcan de rubíes; caballos de los que cría la fértil Andalucía; la manteca de azahar que el moro suele envïar de Valencia a Berbería; y si soldado me nombras en estas plantas y riscos que a tu casa hacen sombras, pondré alquiceles moriscos, turcos bonetes y alfombras. GONZALO: Si quieres ser desposado, ¿cómo has de ir a ser soldado? BERNARDO: Bueno es casarse, señor, mas... SANCHA: ¿qué dices? BERNARDO: Que es mejor estar ya, Sancha, casado. GONZALO: ¡Ah, señor, la inclinación descubre su natural! ¡Ah, columna de León! ¿Cómo en aqueste sayal no cabe tu corazón?
Sale SUERO Velázquez
SUERO: Noble casa [en] que nací con bienes y honra, ya tienes un hijo pródigo en mí; que el otro volvió sin bienes, yo sin honra vuelvo a ti. De verme en ti se recate el padre que me desea; porque mejor es que trate que yo la ternera sea que mi venida se mate. GONZALO: Hijo. BERNARDO: Señor. SUERO: Con tal nombre nadie me llame ni nombre. No soy el que has engendrado porque el hombre deshonrado el ser ha perdido de hombre. No des los brazos, señor, a una hiedra que ha trepado por los muros de tu honor; y hoy en el mundo ha derribado con su pequeño valor,. A la cámara real tu retrato has ofrecido, y díjole un desleal "miente;" que no ha parecido al famoso original. Calló como hombre pintado tu retrato, y deshonrado de la corte el rey lo echó. Si soy tu retrato yo, ya, señor, estoy borrado. GONZALO: Dime con razón más clara para matarte tu lengua. SUERO: Sobra vergüenza en la cara y falta aliento en la lengua del que sus faltas declara. Ancelino, un secretario del rey que soberbia y fama le ha dado el tiempo voltario, quiso también a mi dama como loco y temerario; toda la noche y el día con recados la ofendía. Advertílo, replicóme; enfadéme y ofendióme, y díjele que mentía. A su espada mano echó; yo a la mía. Fui tras de él. Vino el rey y preguntó: --¿Qué es aquesto?-- Entonces él dijo que me desmintió; yo que estaba inadvertido porque él era el desmentido, quise hablar. Quedé confuso; el rey en medio se puso y con él quedé ofendido. GONZALO: Cobarde hijo, desvía; pues quebraste de esta vez un báculo que tenía para arrimo a la vejez de esta sangre helada y fría. ¿A casa de un padre honrado vuelves sin satisfacción del honor que te han quitado? ¿Quien sale así de León en un cordero se ha entrado? Imprimieras en su cara tu mano corta y avara, y cumplieras con la ley de quien eras; aunque el rey la cabeza te cortara. No me diera la tristeza la muerte que tu deshonra; que el pecho donde hay nobleza ha de redimir su honra a costa de su cabeza. ¿A tu casa vuelta das? Tahur del honor serás; que en la corte lo jugaste y en perdiendo el que llevaste vuelves a casa por más. Pero yo advertirte quiero que si al dado o al tablero tu legítima perdieras, volver a casa pudieras para llevar más dinero; pero agora, sabe Dios, que con esto que has perdido quedamos pobres los dos. BERNARDO: Bernardo es el ofendido, no vertáis lágrimas vos. Don Suero estará vengado si acaso está declarado en las leyes del honor; que la ofensa del señor puede vengar el crïado. Soy magnánimo gigante que escalar los cielos pienso. Soy colérico elefante con la sangre de la ofensa que me ponen hoy delante. Soy tigre que voy buscando, como leona bramando, el hijo a quien tuve amor; que es la honra de un señor con quien yo me estoy honrando. Con tus agravios estoy como un mar con su tormenta; bramidos de toro doy en el coso de tu afrenta. Rayo de esta nube soy; a la corte voy. Perdona, no me detenga persona que le perderé el decoro; que soy elefante, toro, tigre, mar, rayo, leona. GONZALO; Bernardo, vuelve. ¿Adó vas? BERNARDO: No podré, que soy río que tornar no puedo atrás. GONZALO: Pues, ¿qué pudo el honor mío? Torna tú; que sí podrás. Esta venganza que ordena el que a su honor satisface, como virtud y obra buena; que aprovecha a quien la hace más que le vale la ajena. Como una moneda ha sido la satisfacción honrada; que entre nobles no ha corrido si acaso no está acuñada por mano del ofendido. Deja que sepa ganar lo que ha sabido perder; que hasta que se vuelva a honrar ni a mi mesa ha de comer, ni en mi casa ha de entrar.
Vase don GONZALO
SUERO: Tiene mi padre, Bernardo, mucha razón. Sólo aguardo tu consejo y tu favor. BERNARDO: Hallarás en mí, señor, un corazón muy gallardo. SUERO: Parte, Bernardo, a León y sabe si al secretario le tiene agora en prisión el rey; que fue mi contrario en esta satisfacción. Habla a don Sancho, mi tío, que aunque el enemigo mío no tiene mi calidad, fijarás por la ciudad carteles de desafío; y en tanto, amigo, que vienes en estas sierras aguardo.
Vase don SUERO
BERNARDO: En mí, crïado mantienes que te servirá. SANCHA: ¡Ah, Bernardo!
Al irse, ásele SANCHA a BERNARDO
¡Ah, traidor, qué prisa tienes! ¿Sin despedirte de mí te vas a la corte así? Bien con esto me has mostrado que te doy poco cuidado. BERNARDO: No me voy si quedo en ti. SANCHA: Sí, te vas; pues que me dejas. ¿Qué me tienes de traer? BERNARDO: Zarcillos a las orejas que sordas quisieron ser a mis lástimas y quejas; gargantillas de cristal que parezcan en tu cuello azabache natural; cintas para tu cabello; para tus brazos coral traeré, pues mucho te debo; un verde sayuelo nuevo en que mis esperanzas esté; y a ti misma traeré en el lugar que le llevo.
Vase. Salen MAUREGATO, ANCELINO, RAMIRO y algunos moros. Saquen una caja sin tocarla y una bandera cogida
MAUREGATO: Espero coronarme antes del día, agora que la noche está en silencio por vuestro gran valor, alarbes moros y la justicia que en mi empresa tengo. CAPITÁN: Prosigue valeroso Mauregato en hacer inmortales hoy tus hechos. Contigo tienes moros valerosos que a pesar de la muerte, envidia y tiempo el reino te han de dar, cuya corona tu nombre hará escribir en bronce eterno. Sólo te falta confirmar agora las condiciones que tratado habemos. MAUREGATO: Capitán, el más fuerte que en España con cristianos milita, yo prometo, por los sagrados que nos miran, de ofrecer a los moros largos pechos. Cien doncellas daré, las más hermosas que el sol con su dorado movimiento alumbra entre cristianos, las cincuenta hijas de algo, cincuenta labradoras que en tributo daré todos los años. Podéis, para regalo y pasatiempo escoger en el reino a vuestro gusto; que todo mi poder ha de ser vuestro gesto. CAPITÁN: Con ése puedes ya darnos el orden que habemos de guardar. MAUREGATO: Eso lo dejo a la industria y discurso de Ancelino. ANCELINO: Si el mío ha de seguirse, es vencer presto sin aguardar batalla rigurosa, y ya que hemos llegado con secreto junto a los muros de León famoso, pues el portillo para entrar sabemos, en linternas que tengo prevenidas luces pongamos; que encubiertas dentro cuando en los fuertes muros nos veamos las luces en un punto sacaremos. La gente que está dentro, descuidada deslumbrada, después tanta luz viendo, asombrada del son de las trompetas y sonorosas parchas, tendrán miedo. Apenas podrán ver a donde huyan. Si queremos matar, muerte daremos, si vencerlos no más, en esta noche por vencidos los cuento desde luego. La grande Jericó fue así ganada; imitemos agora a los hebreos. MAUREGATO: ¡Industria milagrosa! Entremos, guía; que el reino ha de ser nuestro antes del día.
Vanse. Salen el rey ALFONSO y TIBALDO
TIBALDO: Ya, señor, como mandaste dejo en ásperas prisiones a don Sancho de Saldaña, en el cubo de una torre. Con buen ánimo me dijo, --Pienso sufrir estos golpes con que el tiempo ha derribado el crédito de este conde, porque el vasallo leal siempre ha de vivir conforme con la voluntad del rey si se ha de preciar de noble. Y como no es cosa nueva que una nave se trastorne [........................] cuando el mar salado rompe, no es nuevo que en este mundo caiga de su trono un hombre, pues son olas inquïetas las privanzas de las cortes. A su majestad suplico que mis defectos perdone, y pues que ya están proscritos, con su clemencia los borre--. ALFONSO: No era rey ni yo sabía su malicia y culpa entonces, siendo rey, cupe mi agravio. Sufra pues, padezca y llore.
Dentro [tocan] a rebato y dan voces
VOCES: ¡Viva! ¡[Viva] Mauregato! ¡Rey ha de ser esta noche! ALFONSO: ¿Quién alborota a León con rumor de guerra y voces?
Sale un CRIADO alborotado
CRIADO: Ampara, señor, tu reino y a tus vasallos socorre, antes que de su ruína y de ellos la muerte llores. Esta noche miserable, no sé cómo ni por dónde, en León se ha entrado gente que ni se ve ni conoce. Entre las voces y gritos que van dando, sólo se oyen de Mauregato y de Alfonso de cuando en cuando los nombres. Los de León que esto ven luego a salir se disponen. Vuelven ciegos, deslumbrados de diversos resplandores. Con linternas encendidas, con luces y con faroles van todos y de esta suerte cualquiera los desconoce. Ni sabemos si son moros, ni franceses ni españoles; que Mauregato ha incitado a ser contigo traidores. Mas sin duda son leoneses, pues con tal secreto y orden han ganado sin ser vistos los alcázares y torres. ALFONSO: Dios, a cuya providencia nada se encubre ni esconde, los castigos nos envía conforme a las intenciones. Sin duda no soy buen rey pues Dios que lo reconoce tan sin pensarlo me quita el reino y me deja pobre; pero si valen defensas, hidalgos, alarma toquen. Pues sois hijos de un León, por fuerza seréis leones.
Vanse. Tocan al arma. Salen por la puerta dos [ciudadanos] de León huyendo de los MOROS
MORO 1: El que quisiere la vida, rey a Mauregato nombre. CIUDADANO 1: Morir quiero y ser leal. MORO 2: Pues, repare estos dos golpes. MORO 1: Ríndete. CIUDADANO 2: Tengo valor. MORO 1: Niega, pues, en altas voces que es rey Alfonso. CIUDADANO 2: No quiero. ¡Viva! MORO 2: ¡Que así nos deshonres!
Tocan. Sale el CAPITÁN moro y otros tras TIBALDO
CAPITÁN: ¿Has conocido, cristiano, otros brazos más feroces? TIBALDO: Resistencia hay en los míos. CAPITÁN: ¡Mientras que yo no los corte! Ríndete humilde a mis pies porque tu pecho perdone. CIUDADANO 1: Entreguémonos. TIBALDO: No es justo. CIUDADANO 1: No hay otro medio que importe.
Salen los más que pudieren de León
TIBALDO: ¡Viva, Alfonso! CIUDADANO 2: Es imposible que al perdido reino torne.
Asómase MAUREGATO a lo alto, armado, coronado, con una lanza al hombro y dos moros a los lados con dos hachas encendidas
MAUREGATO: Hidalgos asturianos, cuyos famosos blasones hará perpetuos el tiempo para que a los reyes honren, Mauregato es el que os habla, el que ha vivido entre montes para sufrir como ellos la máquina de esta corte. Un rey tenéis valeroso con pecho de duro bronce, y de fuerzas tan extrañas que gobierna entero un roble. Díganlo en esas Asturias osos y ciervos veloces que aquestos desguijaraba a falta de los leones. No habrá desde el claro Betis hasta los hielos del Tormes castellano ni andaluz a quien mis fuerzas no asombren. Hijo soy de Alfonso el magno, rey vuestro y de los mayores que han dado temor al mundo con su valor y su nombre. Si Alfonso reinar quisiere nueva gente, y reinos cobre, salga a prisa de los míos antes que el cuello le corte; que ya en Oviedo y León he mandado que tremolen en posesión de los reinos mis no vencidos pendones. El que quisiere seguirme las insignias de paz tome antes que el cercano día descubra sus arreboles.
Quítase MAUREGATO y vase a entrar y detiénese a las voces de ALFONSO que aparece en otro muro con otras dos hachas a los lados
CIUDADANO 1: Hidalgos, viva quien vence. Sigamos los vencedores. CIUDADANO 2: Mauregato es nuestro rey. Su cabeza se corone. ALFONSO: Descendientes de los godos, ¿dónde está la sangre noble que vuestras venas crïaban? ¿Dónde vais? ¿A ser traidores? Vuestro legítimo rey, ¿es razón que se despoje de las insignias reales para que un bastardo adornen? TIBALDO: ¿Quién nos habla? ALFONSO: Vuestro rey. TIBALDO: Huye, Alfonso, no provoques el pecho de Mauregato porque su vida perdone. ALFONSO: ¡Vasallos! CIUDADANO 1: Ya no lo somos. ALFONSO: Los leales cazadores, ¿dónde están? CIUDADANO 2: En nuestros pechos. ALFONSO: ¿Quién los ciega? TIBALDO: Dos temores: de tu vida y de la nuestra. Por todos peligro corre. Golpes son de la Fortuna. Ni nos culpes, ni te enojes.
Vanse y queda ALFONSO solo
ALFONSO: Ya, reino, perdido vas. Plega a Dios no hayas perdido la fe con que agora estás y que por malo que he sido no me eches menos jamás. Plega a Dios, muerto León, que seas el de Sansón y que en ti nazca un panal para tu bien y por mal de la morisca nación. A Navarra voy huyendo, no por temor de la muerte sino porque así pretendo con un ejército fuerte ganar lo que estoy perdiendo. Tú, León, en quien me vi diferente del que aquí mientras que volver no pueda todo también te suceda que no te acuerdes de mí.
Vase. Sale BERNARDO con un cartel y un bastón
BERNARDO: Gracias a Dios que en León me hallo y adonde espero dar a mi señor, don Suero, honrada satisfacción. En aquesta mármol frío y más que mi Sancha duro fijaré por más seguro el cartel de desafío.
Salen RAMIRO y ORDOñO
RAMIRO: Hacernos debe mercedes el rey con pródiga mano. ORDOÑO: Papeles fija un villano en mármoles y paredes. ¿Qué será? RAMIRO: No sé qué sea. Preguntárselo deseo. ORDOÑO: Labrador, ¿es jubileo que se gana en vuestra aldea? BERNARDO: Una indulgencia es, señor, que la gana una persona, y con ella se perdona un deseo en el honor. ORDOÑO: ¿Qué Papa la ha concedido? BERNARDO: El papa del desagravio, y cualquier honrado y sabio la gana si está ofendido. ORDOÑO: Nuevos pontífices son. BERNARDO: Sí, que también en el suelo tiene las llaves del cielo la justicia y la razón. RAMIRO: Si es cédula de alquiler o venta de vuestros bueyes en las casas de los reyes no es bien que ese escrito esté. ORDOÑO: ¿Qué alquiláis, villano honrado? BERNARDO: Deshonrado caballero, yo mismo alquilarme quiero. ORDOÑO: ¿Y es vuestro oficio? BERNARDO: Extremado. Sé castigar socarrones que en las cortes adulando los vientos andan papando para ser después soplones. Castigo los lisonjeros que siempre han sido sus fines hacer de abuelos ruínes nietos grandes caballeros. Al que nació en pobre estado, y el mundo volando mira, en alas de la mentira que ha vestido y afeitado. Al que ayer sirviendo vi para ser mozo, aunque viejo, que quiere ser del consejo que no tiene para sí, los que no quieren iguales siendo en esto como Dios, éstos castigo. RAMIRO: A los dos, ¿por qué nos tienes? BERNARDO: Por tales. RAMIRO: ¡Gracioso a fe! BERNARDO: Soylo poco. Vosotros sí, que vivís con gracias.
Salen ANCELINO y un MORO con su adarga
ORDOÑO: Los dos venís a tiempo de ver a un loco. MORO: ¿Qué hace en aquella puerta? BERNARDO: No hago ningún yerro. Esperando estaba un [perro] para llevar a mi huerta. ANCELINO: Gusto el villano nos siente. BERNARDO: Cualquier perro o cristiano que me llamare villano, téngase dicho que miente. ORDOÑO: Pues, ¿qué eres? BERNARDO: Un labrador tan honrado como él; que he puesto aqueste papel en nombre de mi señor. ANCELINO: Quitadlo para romperlo. BERNARDO: Pues yo, ¿de qué sirvo aquí? RAMIRO: De mirar. BERNARDO: Pues, ¿no hay en mí valor para defenderlo?
Llega RAMIRO a quitarle y no se atreve
BERNARDO: ¿Dónde vas? RAMIRO: A hacerlo pedazos. BERNARDO: Llegue, pues, el fanfarrón; sabrá lo que es un bastón regido por estos brazos. ANCELINO: ¿Qué temes a este villano? BERNARDO: Ya se tiene un "miente" a cuenta.
Llega ANCELINO y no se atreve, y llega el MORO y va a bastonazos tras él
ANCELINO: El que no es igual no afrenta. BERNARDO: Llegue, pues, llegue la mano. MORO: Yo llegaré, y el papel rasgaré en tu misma boca. BERNARDO: Pues mire que si le toca que ha de ladrar como él. Huya el galgo pues que sabe correr, pues la caza sigue.
Vase el MORO
ORDOÑO: Ancelino lo mitigue antes que aquí nos acabe. BERNARDO: ¿Quién es Ancelino aquí? ANCELINO: Yo soy quien dijiste. BERNARDO: Pues, este cartel que aquí ves viene, traidor, para ti. Don Suero te desafía. Señala campo y jüeces y yo te reto mil veces de traición y alevosía. El vestido y el calzado, la comida, armas y cama y cuanto tuyo se llama queda por traidor retado. Vasallo soy de don Suero de quien al rey le dijiste que sólo le desmentiste desmintiéndote él primero. Y así como su hechura te he dicho, falso, quien eres. Si de mí vengarte quieres, seguir mis pasos procura.
Vase BERNARDO
ANCELINO: ¿Tal escucho y no le sigo? RAMIRO: En nada estás agraviado; que es un villano y crïado de tu afrentado enemigo. ORDOÑO: El papel rasga. ANCELINO: De enojos para rasgarlo y leer, fuerza y luz no he de tener en las manos ni en los ojos.
Salen MAUREGATO y ELVIRA
MAUREGATO: Dama, en extremo he sentido que con tan poca cordura sin saber de tu hermosura a un capitán te he ofrecido. Pero ya mi corazón tanto se alegra de verte que estimo más el perderte que a este reino de León. ANCELINO: El rey, ¿qué podrá querer a mi Elvira? MAUREGATO: Hoy será justo que al ídolo de mi gusto sacrifique tal mujer. Dame un abrazo. ELVIRA: ¡Ay, mi Dios! Amparad la que os adora. ANCELINO: (Yo seré tu amparo agora, Aparte pues nos importa a los dos).
Vanse RAMIRO, ORDOñO y ANCELINO
MAUREGATO: No muestres el pecho ingrato porque abrazarte me atrevo.
Tocan dentro a rebato
Algún motín hay de nuevo pues que tocan a rebato. Acudir quiero a saber este escándalo y motín. Espérame, serafín en forma de una mujer.
Vase MAUREGATO. Sale por otra puerta ANCELINO
ANCELINO: (Buena industria fue la mía Aparte para echar al rey de aquí. Amor, si vuelves por mí, celebrar pienso este día). Mi cielo, mi doña Elvira, cuyo norte y resplandor el aguja de mi amor tocada en tu piedra mira, por casada te he tenido con don Suero, y con recato hice rey a Mauregato del rey Alfonso ofendido; mas ya, Elvira...
Sale el CAPITÁN moro
CAPITÁN: (Esta cristiana Aparte desde el punto que fue mía, amores y celos cría con su vista soberana. Llevármela quiero ya). Venid, señora, conmigo.
Sale MAUREGATO
MAUREGATO: No tengo hasta aquí enemigo. Todo el reino quieta está que si el conde de Saldaña está preso, no ha de ser hombre que pueda ofender mi valor y fuerza extraña. CAPITÁN: Con tu licencia, señor, quiero partir. ELVIRA: (Y partirme Aparte el alma que tengo firme en mi ley.) ANCELINO: (Y yo en tu amor). Aparte MAUREGATO: (Pues que perdí la ocasión Aparte y la prometí sin ver. ¡Paciencia, si he de tener por una dama un León!) Cuando quisieres, te parte dejándome alguna gente y al rey darás mi presente. ANCELINO: (Elvira, ¿podré librarte?) Aparte
Vanse. Sale BERNARDO solo
BERNARDO: Si salgo fuera de León y paso por esta torre, siento una nueva pasión y toda mi sangre corre a alentar el corazón. Torre que el cuello levantas hasta las estrellas santas, mucho vales, mucho puedes: pues con tus mudas paredes me alborotas y me espantas. Alguna deidad se encierra en tus archivos supremos; que ha causado en mí esta guerra porque ambas nos parecemos en ser compuestos de tierra. Oh, piedras, no seáis avaras si algunas reliquias caras tenéis en tanto silencio; que os adoro y reverencio como si fuérades aras.
Sale el CAPITÁN moro, otros dos [moros] y ELVIRA
CAPITÁN: En mí un cautivo tendrás y una voluntad muy llana, y si tu ley vale más el alma tendré cristiana porque tú mi alma serás. ELVIRA: Con razón mi suerte dura el Mahoma de tu seta me ha hecho, pues mi hermosura ha sido un falso profeta de la ley de mi ventura. (¡Ay, reino mal gobernado! Aparte ¡República de mil yerros! De tu cuerpo me has cortado y me arrojaste a los perros como miembro cancerado.) BERNARDO: (¿Tendrá Bernardo paciencia Aparte viendo a una dama llorosa llevada así con violencia? No es mi Sancha tan hermosa y perdóneme su ausencia.) Brazos, aquí es menester descubrir vuestro poder. Dame tu favor a mí para dártelo yo a ti, hermosísima mujer. ¿Va acaso de buena gana esa dama con vosotros? CAPITÁN: ¡Oh, qué pregunta villana! No; llevámosla nosotros. BERNARDO: ¿Y sabéis como es cristiana? CAPITÁN: Sí. (El villano es del cartel. Aparte Vengaréme agora de él). BERNARDO: Pues, si han venido a cazar hoy la presa ha de quitar a tres galgos un lebrel. No va bien de esa manera un serafín con Mahoma, con lobos una cordera, con cuervos una paloma. CAPITÁN: ¡Oh, villano! ¡Dadle! ¡Muera! BERNARDO: Ambas cosas cumpliré que la dama habéis de darme y yo también moriré cuando Dios quiera matarme. CAPITÁN: Sin ser Dios te mataré. BERNARDO: Dos vidas me habrás quitado si el alma doy en despojos, una la que Dios me ha dado y otra que me dan los ojos de ese cielo que he mirado. ¡Reparad, perros!
Da en ellos
CAPITÁN: ¿Quién eres, monstruo de naturaleza? BERNARDO: Defensor de las mujeres. ELVIRA: Dale mi Dios fortaleza si darme la vida quieres. BERNARDO: Noche seré negra y fría que os he de quitar el día porque este sol, no es razón que se ponga hoy en León y que salga en Berbería. CAPITÁN: Muro soy de la milicia. BERNARDO: Hoy lo veré derribado por tu soberbia codicia porque soy rayo arrojado del trueno de la justicia.
Huyen los moros
Cobardes, ¿por qué hüís si tres y armados venís? CAPITÁN: Porque eres un Lucifer. BERNARDO: Ése no os puede ofender que es el Dios a quien servís. Tras de vosotros iría pero es presa sin provecho. Alégrese el triste día pues la niebla se ha deshecho que tu sol escurecía. Por tu rostro y ojos bellos soy un cristiano Sansón. Mi fuerza está en los cabellos pero aquésos tuyos son que el valor me tiene de ellos. Y pues ya segura vives si dones de hombres recibes, recibe la voluntad de quien te dio libertad para que tú le cautives. ELVIRA: De quien me libre y rescata [recibo el favor.] BERNARDO: Me admira la modestia con que trata el donaire con que mira, y la prisa con que mata. (Ya, Sancha, puedes creer Aparte que el amor pasado pierdo aunque en mucho has de tener que de tu nombre me acuerdo mirando aquesta mujer). ELVIRA: Caballero o labrador, sombra, espíritu o favor que del cielo me ha venido, ¿quién eres? BERNARDO: Ángel he sido de la guarda de tu honor. De esa montaña nací; mis padres no conocí aunque en nada los imito pues cual cera me derrito después que tus ojos vi. ELVIRA: (¿Quién habrá que no se asombre Aparte de un labrador tan gallardo, tan urbano y gentil hombre? [................... Bernardo] [..........] ¿Cómo es tu nombre? (Si el corazón no me engaña, Aparte éste es hijo de Jimena y del conde de Saldaña). BERNARDO: Aunque la estancia no es buena, vamos, dama, a esa montaña. Verás las sierras hermosas que viste abril de librea, guarnecidas de sus rosas y el diciembre las platea con nevadas mariposas. Siempre las pacen ganados; las ovejas valedoras entre los valles y prados, y las cabras trepadoras entre los riscos pelados. De sus ásperas entrañas brotan agua las montañas que cuajada en cristal frío cae despeñada en un río enramado de espadañas. Allí en robles erizados las abejas cuidadosas labran panales dorados picando flores y rosas de los árboles y prados. Así mi pecho fïel te dará mil cosas buenas; un oso seré crüel que descorcharé colmenas para sacarte la miel. En abril la tierna almendra el pámpano y el hinojo que entre las zarzas se engendra el clavel temprano y rojo con el lirio y con la cendra; el mayo que amor enseña te dará la guinda roja, regalada aunque pequeña en junio la breva floja y la amarilla cermeña; el julio la suave pera que almizque hurto el olor y el color robó a la cera, la manzana que dolor causó a la mujer primera; en el agosto abrasado las uvas en su sarmiento, en el septiembre templado con el durazno avariento el membrillo más guardado; el octubre en quien helada muestra su cara el otoño, la castaña que está armada arrebolado el madroño, y la nuez encarcelada; y porque más viva esté la memoria entre los dos, un alma al fin te daré tan amable para Dios según nos dice la fe. ELVIRA: Como obligada le estoy, aficionándome voy. BERNARDO: ¿Qué me dices? ELVIRA: Que te digo. BERNARDO: Llevando tu sol conmigo una esfera cuarto soy.
Vanse los dos

FIN DEL SEGUNDO ACTO

Las desgracias del rey don Alfonso el casto, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 28 Jun 2002