ACTO TERCERO


Salen doña LUCRECIA y doña ANA
LUCRECIA: Acaba, Sol, de esconderte en las tumbas del ocaso. Arroja el último paso a las sombras de tu muerte; que con luz más soberana te está esperando la Aurora. Espira, Fénix, agora si has de renacer mañana. ANA: ¿Por qué le ruegas así? LUCRECIA: Porque a las sombras primeras aguardo luz. ANA: Luego, ¿esperas a tu nuevo amante? LUCRECIA: Sí. ANA: ¿Nunca has sabido su nombre? LUCRECIA: Rostro y nombre ha recatado. ANA: ¿Ay, que don Sancho ha llegado! LUCRECIA: ¡Oh, cómo me cansa este hombre!
Sale don SANCHO
SANCHO: Atrevimiento me dio el ver que en esta ventana estén con luz soberana los rayos que el sol negó. Ir un hombre tras el día y seguir al sol violento es lícito atrevimiento, es cortesana osadía. A su resplandor vivimos, y con su luz natural es el padre universal. En poniéndose morimos de tristeza, y de esta suerte no fue mi acción atrevida pues apetezco la vida cuando amenaza la muerte. LUCRECIA: ¿Son menester siglos de años para que entiendas que tienes siempre en mis ojos desdenes, siempre en mi voz desengaños? Perseverar sin ventura, importunar sin mudanzas, pretender sin esperanzas, no es amor sino locura. SANCHO: ¿Cómo es locura querer quien se vio favorecido? Pues no hay cosa que haya sido que otra vez no vuelva a ser. Favorecido me vi, aborrecido me veo. Adoro siempre y deseo volver a ser lo que fui. LUCRECIA: Esa esperanza ha faltado al que ya muere, y si ha sido muerte de amor el olvido, mal vivirá el olvidado. SANCHO: Bien sé que tanta mudanza en ese pecho inconstante nace de tener amante que sus favores alcanza. Bien conozco, ingrata, a quien habla de noche a tus rejas. LUCRECIA: ¿eso sabes y no dejas de amar en vano también? Dime quién es. SANCHO: Caballero que merece tu favor. Hombre es de mucho valor. (Yo mismo soy mi tercero.) Aparte Quiérele, ingrata, que yo voy, pues quieren los cielos, a morir de envidia y celos. ANA: Si venir te prometió, mira que anochece ya. Haz que éste se vaya luego. SANCHO: Sin esperanza y sosiego celosa el alma se va. Voyme, pues, que ya presumo que ha de volver tu rigor, mis esperanzas en flor, mis pensamientos en humo. (Otra capa he prevenido. Aparte Ya es de noche. Volveré, y a un mismo tiempo seré amado y aborrecido.)
Vase don SANCHO
ANA: Nunca creí que se fuera tan presto este porfïado. LUCRECIA: Irá ya desengañado. ¡Oh, si mi amante viniera! ANA: Si él viene en anocheciendo éste pienso que ha de ser. LUCRECIA: No dejarse conocer, ¿qué fin tendrá? ANA: No lo entiendo.
Vuelve SANCHO con la capa de color y hábito
SANCHO: (Enigma como ésta mía. Aparte ¿quién habrá que no la ignore, que a mí de noche me adore quien me aborrece de día? La voz finjo en sombra vana.) Mi norte busco y lucero. LUCRECIA: ¿Y quién sois? SANCHO: Es Caballero de la Banda. LUCRECIA: Él es, doña Ana. Mira si viene mi tío; que no puede tardar ya, porque ha dos días que está en mi jardín. ANA: Yo te fío que puedes hablar segura.
Vase doña ANA
LUCRECIA: Ave nocturna parezco, señor, por vos; que aborrezco, esperándoos, la hermosura de la luz alegre y pura. SANCHO ¿Vos esperándome a mí? No, Lucrecia, al otro sí vuestro cuidado esperaba. LUCRECIA: ¿A cuál, señor? SANCHO: Al que estaba. LUCRECIA: ¿Cuándo? SANCHO: Agora. LUCRECIA: ¿Dónde? SANCHO: Aquí. LUCRECIA: Es verdad. Yo lo concedo. Niego que le haya esperado; que es un galán muy cansado y quererle bien no puedo; que conoce mucho al miedo. SANCHO: Queredle, señora, bien; que aunque sus partes me den envidia, yo las confieso. LUCRECIA: Pagados estás en eso; que él os alaba también. SANCHO: Con celos me habéis dejado; celos el alma deciden. (Dulces son cuando se piden Aparte de falso y de confïado. Hasta ver si soy amado, encubierto determino amar ese sol divino.) LUCRECIA: ¡Oh, qué cauteloso amante! SANCHO: Va la prudencia delante reconociendo el camino. Cuando las alas despliega el bajel más atrevido, por ver mar no conocido con la sonda se navega para ver a dónde llega el fondo del mar, y así cuando el piélago corrí de amor, que es dios soberano, fui con la sonda en la mano para no perderme a mí. Bajel de amor sin igual no debe engolfarse ciego por ondas de nieve y fuego de rayos y de cristal. Escollo tienen fatal mis ojos, ya centinelas del mar que abrasas y hielas; y así el arte y la razón han suspendido el timón y han amainado las velas. LUCRECIA: Advertid que hay diferencia entre el amor y amistad: él manda la voluntad y ella ordena la prudencia con pura correspondencia y con honesto favor. Confundirlos es error, y así infiero que los hombres o no distinguen sus nombres o no saben qué es amor. [SANCHO]: Pues mañana quiero yo que de esa duda salgáis. ¿Bastará que me veáis con vuestra banda? [LUCRECIA]: ¿Pues no?
Sale doña ANA
ANA: Tu tío viene. SANCHO: Tomad
Dale una sortija
este anillo con tal arte que en dos sortijas se parte. La que os doy es la mitad. Mi nombre escrito en las dos está, y el medio tenéis. LUCRECIA: Que lo descifre queréis. SANCHO: Adiós, señora. LUCRECIA: Adiós.
Vase don SANCHO y sale ALBERTO por otra puerta
ALBERTO: ¿Cómo en ese patio os veo? ANA: Esperándote. ALBERTO: Un festín tuvimos en el jardín de buen gusto. Fue un torneo, y hubo sarao otro día y en ambos llevó don Juan el premio de más galán. ANA: ¿Qué don Juan? ALBERTO: El que solía ser desaliñado amante. Sin duda le llamarán don Juan de Heredia, el galán, las damas de aquí adelante. ¿Visteis las fiestas ayer? LUCRECIA: Sí, señor. ALBERTO: Quisiera oírlas. LUCRECIA: No acertará a referirlas la lengua de una mujer. Cuando el lirio francés ha producido un hermoso clavel que al mundo admira como el sol que del alba ha renacido, y por campañas turquesadas gira, o como el ave cuyo ardiente nido de flores y de luz es cuna y pira, Fénix de España, sol del hemisfero, único en nombre, Baltasar Primero. No amaneció en España mejor día; en octubre se vio la primavera. El aplauso común y la alegría deidad oculta de las almas era, vislumbre pareció de profecía. Si la atención el nombre considera que Baltasar, cuya hermosura adoro significa el que esconde algún tesoro. Mas, ya viste el bautismo y te han contado las máscaras en quien de Austria el Apolo corrió en sus mismos rayos disfrazado, el cielo de Madrid de polo a polo, tan bizarro aplaudido y celebrado que entre sus grandes era un Fénix solo y cuando el andaluz Pegaso hería exhalación del cielo parecía. El día de las fiestas que un retrato la plaza de los sirios que blasona la antigüedad en gente, en aparato. Palestra fue de Marte y de Belona. La guarda estaba sólo para ornato; que en esta fidelísima corona aun las rosas que son inanimadas defendiendo a su Rey están armadas. Teniendo, pues, la brevedad del día, como su majestad en sus balcones, las fieras que Jarama alienta y cría salieron a lidiarse. Eran leones; pero su bruta cólera cedía al filo de cuchillas y rejones y dejaban los vientos suspendidos el pueblo a voces y ellas a bramidos. La ronca voz de los clarines suena cuando el Rey asomó de grana y nieve; vestido de clavel y azucena el caballo fue cometa leve. Las huellas no estampaba en el arena aplauso sin lisonja se le debe; los ojos suspendió y el regocijo en la voz popular "víctor" le dijo. Siguióle Carlos, que él solo pudiera seguir aquel relámpago animado; desprecios padeció la primavera con las varias libreas que han entrado. La escaramuza fue una igual esfera, las cañas diestramente se han tirado. Cuando el Rey de la adarga se encubría, una perla en su concha parecía. ¿Quién podrá describir cada cuadrilla? Entre sí solamente han competido aquellos ricos hombres de Castilla que estrellas junto al sol han parecido; pues no cayó mejor sobre la silla caballero jamás. La fiesta ha sido pasmo del mundo, asombro de las gentes que aun respetan al Rey los accidentes. Atendían, y entonces la mañana del declinar del sol celos tenía, la flor de lis de Francia soberana, la belleza que está esperando Hungría, el laurel y la púrpura romana del infante Fernando. Expiró el día y trémolas bajaron, aunque bellas, para ser luminarias, las estrella. ALBERTO: De naturales y extraños Felipo Cuarto es querido. ANA: Marte y Adonis ha sido. ALBERTO: Guárdale Dios muchos años.
Salen el Capitán ALVARADO y GÓMEZ
ALVARADO: Gómez, aunque no te obligo, no olvides mi intercesión. GÓMEZ: En tu misma condición tienes un grande enemigo. ¿Qué padre querrá ser suegro, si no es por mucho interés, de un hombre rico en quien es toda su familia un negro? Si a la brida o la jineta vas a caballo, te pones, por no rozar los calzones, unas fundas de baqueta. Todos tus regalos son hígado y bofes de vaca diciendo que son trïaca para el mal de corazón. Un hermano que tenías una noche agonizaba y ardiendo una vela estaba, pero tanto lo sentías que le dijiste con duras entrañas y airado gesto: --Hermano, muérase presto o si no, muérase a oscuras. Y la apagaste. ¿Qué novia te querrá con lo que digo si fue Alejandro contigo el tejedor de Segovia? Aun muerto sientes gastar. Platicando en qué manera menos mal el morir fuera, dijiste tú que en la mar, y añadiste la razón: porque en la mar no se gasta con la parroquia; que basta para enterrarse un serón. ALVARADO: En efecto, estás de humor. GÓMEZ: Si tú de amor estuvieras, tan miserable no fueras. Pródigos hace el Amor.
Vase GÓMEZ
ALVARADO: Bien ha dicho; que peleo con mi amor y mi tesoro; que dos riquezas adoro, dos hermosuras deseo. Ser avariento es locura. Venza, venza ya mi amor; que la riqueza mayor para el gusto es la hermosura. Si a ser de Lucrecia vengo, amando sus ojos bellos, oro tendré en sus cabellos, rubíes en sus labios tengo. Cuando en dos partes adoro, una de ellas se desprecia. Alma, amemos a Lucrecia, aborrezcamos el oro. Aunque aborrecer no fue el gozarla, entonces sí la riqueza aborrecí, cuando nunca la gocé. ¡Vea el mundo qué es amar! ¡Gómez, mas que no conoces al Capitán!
Sale GÓMEZ
GÓMEZ: ¿Qué? ¿Das voces? Que al fin dar voces es dar. ALVARADO: Desmentiré la opinión que ha publicado la fama; vean todos, que quien ama no consiente imperfección. Tome, tome.
Dale una cadena
GÓMEZ: Ésta, ¿qué vale? ALVARADO: El que ha llamado avariento tendrá tanto lucimiento que nadie en Madrid le iguale. ¡Y con ánimo español! (Ya el pensarlo me alboroza.) Aparte Caballos verá y carroza que desprecian los del sol. GÓMEZ: Capitán, hablemos claro. ¿Ésta es bronce o latón? ALVARADO: Siempre sospechosas son las dádivas del avaro. Ya no soy el que antes era. Otro espíritu hay en mí. No es tan pródigo el rubí, Fénix de la cuarta esfera. GÓMEZ: Dueño eterno he de llamarte y ésta he de pagarte agora con hurtar a mi señora alguna prenda que darte.
Sale ALDONZA
ALDONZA: Gómez, mi señora llama. ALVARADO: Aldonza, goce también las maravillas que ven en el alma de quien ama. Toma.
Dale un bolsillo lleno
ALDONZA: Una esclava has comprado. GÓMEZ: De esto que en mi pecho cuelgo, señor Capitán, me huelgo, pero de eso me ha pesado.
Vanse y sale INÉS
INÉS: ¡Ah, Aldonza! ALDONZA: Ya voy, Inés No me dé prisa ni aflija. ALVARADO: Toma, Inés, esta sortija que de dos diamantes es. INÉS: Señor, ¿dada? ¿Y para mí? ALDONZA: Necia, el señor Capitán es liberal y es galán. ¿Cómo ha de ser si no así? ALVARADO: La primera vez que he dado en toda mi vida es hoy. Gusto es dar, alegre estoy. Dios, de darse ha derivado. Con ser hombre que infinita grandeza cifrada está, Dios, se dice porque da y demonio porque quita.
Sale GÓMEZ. Dale una banda como la que dio LUCRECIA
GÓMEZ: Tres o cuatro bandas tiene de este color mi señora. Trae ésta en su nombre agora. ALVARADO: Aunque de tu mano viene, la estimo, Gómez, en más que un hábito que pretendo; del octavo cielo entiendo que algún pedazo me das.
Vase el Capitán ALVARADO
GÓMEZ: No lo creo aunque la toco. De su valor desespero. O es jeringa o candelero, o el Capitán está loco.
Sale don JUAN muy galán y saca una banda del mismo color que las otras
JUAN: ¡Oh, Gómez! GÓMEZ: Señor don Juan, mi consejo os fue de aviso. No fue tan galán Narciso. No fue Adonis tan galán. ¿Qué banda es ésa? ¿Es favor? JUAN: No. La traigo porque vi que mi Lucrecia anda así. Traer quise su color. GÓMEZ: (Parece a la que ha llevado Aparte de mi mano el Capitán.) Nuevas por acá nos dan de que un hábito os han dado. JUAN: Falsas fueron hasta agora, pero ciertas han de ser. GÓMEZ: Escondeos, que he de ver si os conoce mi señora.
Escóndese tras del paño y salen doña LUCRECIA, doña ANA, y criados
LUCRECIA: El amante que cortés como recatado anda, hoy he de ver con mi banda. Pasa. que sepa quién es. ANA: Ya deseo desde agora verle. ALDONZA: Galán por galán, mi señora, el Capitán.
Muestra el bolsillo
INÉS: El Capitán, mi señora.
Mostrando la sortija
GÓMEZ: Al gran Capitán elija tu gusto. LUCRECIA: ¿Qué novedad es ésta, necio? GÓMEZ: Hablad, cadena, bolsa y sortija. El indiano que fue un Nero, ya es hijo pródigo, presto le habemos de ver con esto guardar cochinos. Empero un galán, que puede ser de Melïona, está afuera y licencia tuya espera. LUCRECIA: ¿Y quién es? GÓMEZ: Alá saber. LUCRECIA: Si es galán no conocido, él es, doña Ana. Entre pues y salid fuera los tres. GÓMEZ: Entrar puedes. JUAN: Ya lo he oído.
Sale don JUAN y vanse los criados
Aunque licencia me dan tus bellos labios, no puedo entrar a veros sin miedo. LUCRECIA: Ana, ¿no es éste don Juan? ANA: Él es y viene lucido. LUCRECIA: Milagritos hace Amor. JUAN: Yo pensé que en el color de aquesta banda he traído padrino con que podría ser visto de buena gana. LUCRECIA: Peor es esto, doña Ana. ¡Que aquella banda es la mía! ANA: Si éste de noche te habló, ya te puedes consolar. LUCRECIA: ¿Cómo me puede agradar lo que una vez me enfadó? ¿Y el hábito? JUAN: Fue fingido; pero él será verdadero. LUCRECIA: (¡Que se hiciese caballero Aparte de hábito un hombre atrevido!) De otra manera pintado le tenía yo en mi mente. ANA: Si es tan galán y valiente, quiérele bien. LUCRECIA: Me ha burlado mi propia imaginación. Señor don Juan, otro día volveréis, por vida mía; que os vais agora. JUAN: Razón será estimar esa vida.
Vase don JUAN
LUCRECIA: Toda mi dicha es pintada, toda mi suerte es soñada, toda mi gloria es fingida. Pensamientos inmortales, vuestra máquina ha caído. Miren, pues, quién ha venido para alivio de mis males.
Sale el Capitán ALVARADO
ALVARADO: Fuerza es adorar si vi. Al hado no hay resistencia. LUCRECIA: ¿Quién os dio, señor, licencia para entraros hasta aquí? ALVARADO: Esta banda; que aunque viene en mi pecho, como estuvo en otro, el dueño que tuvo alienta el dueño que tiene. Tanto valor recibió del pecho donde solía ser línea y rasgo del día que hasta agora conservó su estimación y valor. Ved si es mucho que su aliento me haya dado atrevimiento. LUCRECIA: Ana, ¡peor que peor! Éste ha dicho claramente que aquella banda es la mía. ANA: ¿Y el otro? LUCRECIA: ¿No lo decía? ¡Oh, confusión impaciente! ¡Oh, noche! ¿Qué errores hice? ¿Cómo en el pecho no os veo una señal que deseo? ALVARADO: (Por el hábito lo dice.) Aparte No traigo el hábito agora. Otra vez vendré con él. LUCRECIA: ¿Qué hay más que dudar si es él? ¡Oh, noche, vil burladora! ¿Qué amante no se engañó en tu oscuridad prolija? ANA: Háblale de la sortija que partida te dejó y verás cierto si es. LUCRECIA: En vuestra sortija admiro el arte cuando la miro. ALVARADO: (La sortija vio de Inés.) Aparte Otra tengo como ella si gustáis de verlas juntas. LUCRECIA: ¿De qué sirve más preguntas? ¡Oh, rigores de mi estrella! Échale de aquí, doña Ana. Échale de aquí; que muero de ver que quiero y no quiero. ¡Falsa luz y sombra vana! ANA: Idos, Capitán, de aquí. Mañana podréis tornar. ALVARADO: A ésta pienso regalar para que ruegue por mí
Vase el Capitán ALVARADO
LUCRECIA: Luz de engaños es el día. Noche tenebrosa y fea, ¿Por qué has burlado mi idea y engañas mi fantasía?
Sale don SANCHO con la banda
SANCHO: Hoy dije que me vería con su banda. Cumplirélo. LUCRECIA: (¡Que su importuno desvelo Aparte vaya causando mi muerte!) SANCHO: Esta vez me trae a verte este pedazo de cielo, esta banda, esta señal que por tuyo me pusiste cuando favores me diste con tu mano celestial. LUCRECIA: (¿Qué laberinto mortal Aparte es, corazón, el que ves? Espejo quebrado es la desdicha que he tenido; que en tres partes dividido hace de una cara tres.) ¿Qué es esto, amiga? ANA: Sospecho que tu galán ha contado los favores que le has dado y éstos las bandas han hecho para engañarte. LUCRECIA: (¿Qué pecho Aparte sufrirá las ansias mías? Tú, tiempo, solo podías sacarme de estos engaños pues vas volando en los años como si fuera en los días.) SANCHO: Si esta señas estás viendo, ¿de qué te espantas, Lucrecia? ¿Quién no estima? ¿Quién no precia lo mismo que está queriendo? LUCRECIA: Doña Ana, yo no lo entiendo. SANCHO: Habiéndome conocido, ¿me recibes con olvido? LUCRECIA: No has imaginado mal; caballero desleal es aquél que me ha vendido. Don Sancho, yo te confieso que a tu favor me incliné. No fue mármol, cera fue. Otra forma Amor ha impreso. Vete de aquí. SANCHO: Voy sin seso. Exhalación es mi suerte relámpago ha sido fuerte mi dicha para mi daño: el trueno ha sido mi engaño, el rayo ha sido mi muerte. LUCRECIA: ¿Siempre estás impertinente? SANCHO: ¿Siempre estás falsa y crüel? LUCRECIA: Doña Ana, ¿puede ser él? ANA: ¿Cómo, si el otro es valiente? LUCRECIA: Dices bien. La banda miente. Vete ya. SANCHO: Saber querrá, ¿cómo aborreces de día lo que de noche adoraste? LUCRECIA: Porque sé que me engañaste. SANCHO: ¿Yo? LUCRECIA: Sí. SANCHO: ¿Cuándo? LUCRECIA: ¡Qué porfía! SANCHO: ¡Esa lengua, sí que quiso engañarme siempre! ¡Ah, cielos! Tropezando voy en celos. Sombras mortales diviso. Aspides son los que piso.
Vase don SANCHO
LUCRECIA: Y yo he quedado de suerte que no sabré responderte. Tales mis desdichas son que mi misma confusión [es] la imagen de mi muerte. ANA: ¿Que no te haya dicho el nombre de anillo? LUCRECIA: Gómez está adivinándolo ya. Todo es enigmas este hombre.
Sale GÓMEZ
GÓMEZ: Oye, si no eres ingrata, [........... -uga] sin pelo, mancha, ni arruga con guarniciones de plata. Un escritorio te envía el Capitán, en que apenas las navetas caben, llenas de una y otra bugería: perlas y los doce pares de guantes, no de París, ámbar, pita y ámbar gris, coral y piedras bizarras, una colcha y pabellón que puede ser de Holofernes. Lince serás si disciernes las bordaduras que son hebras que el sol ha envidiado, labor que estrellas desprecia. ANA: Cohecho es éste, Lucrecia. LUCRECIA: Gómez, diga si ha acertado. GÓMEZ: Solas tres las letras son: "men" dicen, y voy hallando que ésta fue de don Fernando y dice "mentecatón"; aunque no sé lo que digo porque decir puede aquí "mentiroso", "menjüí", "mendo", "menestra" y "mendigo".
Sale ALDONZA
ALDONZA: Tu licencia está esperando un caballero cortés y avisado dice que es hermano de don Fernando. Don Alvaro de Moncada se llama. LUCRECIA: Entre, ¡si es éste! ANA: ¡Que tal cuidado te cueste! LUCRECIA: Ya le espero alborozada.
Sale don FERNANDO mejor vestido y más al uso
FERNANDO: ¿Quién duda que habéis pensado, viéndome, señoras, hoy, que aquel don Fernando soy que tanta risa os ha dado? Próvida Naturaleza por no confundir las gentes, hizo rostros diferentes, pero muestra su grandeza de cuando en cuando diciendo: --Advertid; que si quisiera, siempre unos rostros hiciera. Pero daros no pretendo la bárbara confusión que la semejanza trae.-- Y por eso hermanos hay que, muy parecidos son. Por enmendarse Fernando, a un jardín se retiró y allí la salud perdió viéndose ausente y amando. Súplica que le envïéis un favor; que en tal rigor piedad será y no favor. LUCRECIA: ¿Y cómo me conocéis? FERNANDO: Perdonadme y dad licencia que entre las mismas estrellas, con ser imágenes bellas, puso mucha diferencia su criador; y jerarquías dio a los ángeles, de modo que siendo espíritu todo, hay entre ellos mayorías. La más bella de las dos hoy por señas he traído. ¿Qué mucho si he conocido que fuiste la causa vos? ANA: ¡Si es don Fernando! LUCRECIA: Prometo que pienso que es y no es. GÓMEZ: No inventéis, pues sois cortés; no finjáis, pues sois discreto. En una sortija y fiesta un caballero pelón se excusó de la invención con una letra y fue ésta: No saco invención ninguna; que los buenos caballeros no han de ser invencioneros. [.......... -una]. FERNANDO: Hacerse uno diferente puede ser [una] invención. Las semejanzas no son substancia sino accidente. El alma es forma y es guía del sujeto y no mintiera quien con otra alma dijera que no es ya quien ser solía. En bosquejo una figura parece tosco borrón, llega a darle perfección el pincel, y la pintura le da forma de manera que sin quitar ni añadir se puede entonces decir otra de la que antes era. LUCRECIA: ¿Y quién causará, señor, la mudanza en esta parte? FERNANDO: Siendo natural, el arte; siendo milagrosa, Amor. LUCRECIA: ¿Qué amor? FERNANDO: El bueno y honesto, que el torpe, como se engendra en el apetito, no entra en el alma; ejemplo de esto se verá en mi amor perfeto. LUCRECIA: ¿Y quién lo declara así? FERNANDO: Un soneto que escribí. ANA: Oigamos, pues, el soneto. FERNANDO: ¿Viste de un monte las espaldas llenas de rizos anchos de la intacta nieve? ¿Viste una fuente donde el alba bebe escondida en celajes de azucenas? ¿Viste en espumas, viste en las arenas reflejos del rubí que el cielo mueve? ¿O al cisne en su candor cuando se atreve a competir la voz de las sirenas? Más cándido, más puro, más brillante es el amor que anima el alma mía si honesto da otras formas al amante y otras especies en la mente cría. Sombras son de mi amor puro y constante la nieve, el sol, la fuente, el cisne, el día. ANA: Si a Fernando me inclinaba, cuando discreto le veo pienso, amiga, que deseo lo mismo que deseaba. Sea don Fernando o no, suya soy; veré si es él si Gómez tiene un papel que don Fernando le dio. LUCRECIA: Pues, en eso, ¿qué es tu intento? GÓMEZ: Sí lo tengo, en blanco está. ANA: Escribe en él que me da palabra de casamiento.
Vase GÓMEZ y salen todos
COMENDADOR: La palabra me habéis dado y la tenéis de cumplir o tenemos de reñir. ALBERTO: Lucrecia, yo te he casado con don Sancho. LUCRECIA: Sin mi gusto marido en vano me dan. JUAN: Eso defiende don Juan por mí y por ella. ALVARADO: No es justo que dé esa dicha. La espada la razón le ha de decir. FERNANDO: Lo mismo debe advertir don Fernando de Moncada. JUAN: Palabra Lucrecia ha dado que sería de don Juan en siendo airosa y galán. Este término ha llegado, y si el alma le consagro, singular amante fui pues el amor hizo en mí tan poderoso milagro. Nunca se dice el discreto, ni el valiente de tal dama sino el galán y quien ama el ser galán es perfeto. Siendo así, de su belleza merezco solo el favor, pues que tuve tanto amor que enmendó a Naturaleza. ALVARADO: No tuvo Alejandro igual con ser galán y valiente; sólo le ha dado la gente renombre de liberal. Júpiter fue poderoso, y galán de Danae ha sido. Como galán no ha vencido; venció como poderoso. El Fénix no da sus plumas y teniendo hermosas galas nadie para ver sus alas navega golfo de espumas. Pero al sol, de quien gozamos rayos, que prodigios hace, cada día que renace con novedad le miramos. Siendo así merecedor solo de Lucrecia he sido; mayor amor he tenido pues fue el milagro mayor. FERNANDO: Ser liberal o aseado con amor, virtudes son que están en la condición, en el gusto o en el cuidado. Mudanzas son exteriores que no alteran el sujeto; mas ser un necio discreto nace de causas mayores. Y así merezco, y es justo esta victoria, esta palma; que mi amor obró en el alma pero el vuestro obró en el gusto. Y cuando el alma es mejor que el cuerpo es más eminente mi amor, y por consiguiente el milagro fue mayor. SANCHO: A los dos has conclüído; victoria alcanzas, y así con que yo te venzo a ti, a los tres habré vencido. Las almas iguales son; sólo diferencia siento en el órgano, instrumento de su altiva operación. De modo que el ser más rudo o más discreto precede del instrumento que puede ser más torpe o más agudo. Si es corporal el defeto, ¿no es cosa muy peregrina que con ciencia o con doctrina venga el necio a ser discreto? Pero que el cobarde pecho tenga el ánimo atrevido, con valor, milagro ha sido que en sólo el alma se ha hecho. Ella sola es quien inflama en aliento al corazón, y por aquesta razón ánimo el valor se llama. Y así, pasar del extremo de villana cobardía a la valiente osadía el milagro fue supremo. Y que a este estado llegué, vosotros testigos fuisteis una noche que quisisteis dar música y no os dejé.
Sale GÓMEZ y da un papel a doña ANA
Y si el ánimo os engaña con ésta he de conquistar belleza tan singular. Salid todos a campaña. LUCRECIA: Esperad, señor don Sancho, que, pues el árbitro soy, quiero daros la sentencia. SANCHO: Ésa espero en mi favor. LUCRECIA: Don Juan está muy galán pero esa transformación no es milagrosa. ¿Cuál ave con el pico no pulió sus plumas si está celosa? La paloma y el pavón con sus bizarros paseos, ¿no serán ejemplos hoy? De modo que hacer galanes es una ordinaria acción del amor y no es milagro de ése que llamaron dios. El Capitán Alvarado en lo primero que dio, ¿quién duda que se arrancaba pedazos del corazón? Milagro digo que ha sido, no milagro superior. El amante liberal es mercader que compró su gusto y con su riqueza dispone su pretensión. En don Fernando parece que fue el milagro mayor porque es dar alma de nuevo dar al necio discreción. Si bien con el arte vimos dar fineza y dar valor al diamante bruto, y oímos que hablar el arte enseñó a las aves; mas en fin, parece que es perfección en quien el amor humano todo su poder mostró. Pero esa hazaña se debe sólo a doña Ana; que yo de ese milagro no he sido primer móvil ni ocasión. A doña Ana habló primero y de su mano firmó esta cédula, el derecho contra doña Ana le doy.
Dale la cédula
Resta agora la victoria por don Sancho; que el temor es una pasión opuesta al amor mismo. Pasión que se ha de vencer por fuerza con su contrario, y los dos nunca en el alma están juntos; uno ha de ser vencedor. Pero dudo que amor haga esta maravilla en vos. Demás de esto tengo dueño que ya esperándole estoy. Él me dio su fe y palabra y lo he dado algún favor. Iguales os dejo a todos; comunes desdichas son. SANCHO: Ese amante no vendrá; no le esperes porque soy a quien mandaste impedir la música y quien te dio una parte de sortija con quien si juntas las dos verás que Mendoza dice.
Enseña la sortija
LUCRECIA: ¿Y el hábito? SANCHO: Por error capa de mi padre traje. LUCRECIA: Aun dura mi confusión, viendo tres con bandas. JUAN: Ésta traigo por ser tu color. ALVARADO: Y yo he de estimar aquésta aunque Gómez me la dio. LUCRECIA: ¡Ah, villano! SANCHO: No te enojes. LUCRECIA: Con tanta satisfacción, ¿qué he de hacer sino ser tuya? FERNANDO: Y yo de doña Ana soy porque cumpla un avisado éste que un necio firmó. ANA: Pues mi prima, doña Clara, a don Juan de Heredia doy. SANCHO: Yo al Capitán una hermana. ALVARADO: No quiero casarme yo. LUCRECIA: Y aquí tiene fin, señores, cuatro milagros de amor. Si no merecen aplauso, merezcan vuestro perdón.

FIN DE LA COMEDIA
 


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Jun 2002