ACTO TERCERO


Salen FINEO, BARAC, DÉBORA, ABDÍAS y otros
FINEO: Ya habéis bajado de la cumbre altiva del Tabor, y el Senín, alegre y claro os enseña su plata fugitiva. Vuestro valor admiro, aunque reparo en la temeridad que emprender quiere. DÉBORA: Cierto es el bien con el divino amparo. FINEO: ¿Cómo es posible que victoria espere? Si vence, por ventura, el temerario, mirad también que las más veces muere. Mirad las prevenciones del contrario. La gente cubre el llano, agora el río; valiente es el poder y el tiempo vario. De vuestro Dios de Isaac milagro fío, pero pedirle siempre que los haga téngolo por injusto desvarío. Del aire la región líquida vaga, ocupa el tafetán de sus banderas; recibe en furias lo que visos paga. Las flores y verdor de estas riberas agotadas se miran; de sus plantas huyen al monte las feroces fieras. ¡Y vosotros, jüeces, que entre tantas dificultades embestís seguros, sólo fïados en las fuerzas santas! DÉBORA: El Dios que derribó los altos muros de Jericó con sólo ver el Arca, y al Jordán derribó cristales puros, el que hizo a José rey y monarca y detuvo en el aire el limpio acero de Abrahán, nuestro santo patrïarca, el que venció otra vez al Jabín fiero por la mano de aquél que el sol detuvo nos dará la victoria que ya espero. Por nuestras culpas enojado estuvo, ya nos mira piadoso enternecido. Al templo de la Fama alegre subo. Hoy es el propio día en que ha querido entregarnos a Sísara arrogante, y al cananeo ejército atrevido. ¿No lo veis desde aquí, sobre el triunfante carro falcado, entre gigantes fieros, con el arnés lucido de diamante? ¿Veis que se vuelve loco en los aceros del sol que da por átomos centellas? Pues, oíd; que es razón satisfaceros: Mirad al cielo, que con luces bellas en escuadrón ha puesto entre zafiros el infinito número de estrellas, con nuevos rayos, con dorados giros, despierto, Apolo a Sísara amenaza causa fatal que fue de mis suspiros. Con santo modo, con divina traza las nubes ajuntado del diluvio y el aquilón furioso los enlaza. Ya oscurecen la luz del padre rubio del terrestre vapor, piedras compelan que derriben las cumbres del Vesuvio. Ya presurosos por los aires vuelan, y ya sobre el ejército y el carro suspendidos están y ellos recelan. BARAC: ¡Oh, prodigio divino, en pies de barro estriba la soberbia! Así espero ver por el suelo el ímpetu bizarro. FINEO: Vuestro culto es, sin duda, el verdadero. ABDÍAS: La tempestad empieza, el tiempo corre, el miedo turba al más feroz guerrero. DÉBORA: Caiga deshecha la confusa torre, las piedras rompen ya carros falcados. ABDÍAS: Ánimo, pues, el cielo nos socorre. BARAC: Advertid cómo mueren los soldados de Sísara, deshechos los escudos, los duros capacetes abollados, acobardados, de valor desnudos. FINEO: Piedras reparan fieros alborotos; alaben vuestra ley los robles mudos. DÉBORA: Mirad los carros ya deshechos, rotos, y quebrados los ejes y las ruedas, y los aceros de sus armas botos. Embistamos agora, porque puedas conseguir la victoria que te aguarda. ABDÍAS: En fama ilustre a lo mortal excedas. ¡A ellos, que el contrario se acobarda! DÉBORA: Yo voy delante porque se avergüence. BARAC: ¡Raro valor! ¡Satisfacción gallarda! ¡Viva el Dios de Israel que triunfa y vence!
Dentro
SÍSARA: ¡Válganme los dioses santos! BARAC: Ya de su carro cayó.
Vanse todos. Sale SÍSARA
SÍSARA: ¿Quién jamás, Júpiter, vio tan peregrinos espantos? Marte divino, si ha sido envidia de mis victorias, y así oscureces mis glorias, piedad, humilde, te pido. Roto mi carro, caí sobre las hierbas que están, con la sangre de Canaán, matizadas de rubí. ¿Dónde voy si los furiosos hebreos van degollando mis soldados y triunfando de mis hechos prodigiosos?
Sale DÉBORA
DÉBORA: ¿Adónde, tan ciego, vas? SÍSARA: ¿Qué es lo que quieres, mujer? DÉBORA: Darte agora a conocer aquesta espada no más. A mis pies te la dejaste y por mi mano regida quita a tu gente la vida. SÍSARA: ¡Oh, qué bien que aconsejaste! Milagro del cielo ha sido o castigo de algún dios que os favorece a los dos de mi soberbia ofendido. Cien hombres y más tenía mi escuadrón para uno vuestro con un capitán tan discreto que al mismo Marte excedía; mas parece que han tenido todos las manos atadas y las hebreas espadas los rayos han excedido de Júpiter. DÉBORA: Bien quisiera quitarte la vida aquí a poder tener por mí el castigo que te espera. Otra mano quiere el cielo por triunfo tan soberano, pues que yo al mover la mano parece que soy de hielo. SÍSARA: Dame lugar. [DÉBORA]: Impedir sus pasos es por demás. SÍSARA: ¿Qué quieres? Vengada estás, pues, que me has hecho hüir. DÉBORA: Ver que te dejo me espanta. SÍSARA: Pues que Marte me olvidó y las manos me quitó, déme sus pies Atalanta.
Vase SÍSARA
DÉBORA: Huye, pues, que yo no he sido de tan venturosa suerte que pueda darte la muerte después de haberte vencido. ¡Oh, venturosa mujer a quien el cielo ha guardado un triunfo tan deseado! ¡Puédete envidia tener el sol. Los pocos que quedan con la vida huyendo van; envueltas en grana están porque correr grana puedan las corrientes del Sisón. Victoria canta Israel; ciña el honroso laurel sienes que tan dignas son. ¡Oh, Barac, púrpura humana tiñe tu sangriento escudo!
Salen BARAC, FINEO y ABDÍAS
FINEO: Habiéndola visto, dudo victoria tan soberana. DÉBORA Dame tus brazos. BARAC: Tus pies primero quiero besar; que no merezco tocar aun la tierra donde estés. Tuya la victoria ha sido. FINEO: Da los brazos a Fineo si es que premias mi deseo. El favor he merecido pero por las obras, no. DÉBORA: No es bien que nos detengamos, Barac, la gente sigamos hasta Haroset, pues huyó. ABDÍAS: ¿Y Sísara? DÉBORA: Huyendo va cuando del carro cayó. BARAC: Alcanzarle quise yo; mas no pude. DÉBORA: Claro está. [ABDÍAS]: Sigue al alcance. FINEO: Primero, pues vi tan dichoso fin, para volverme a Senín que me deis licencia quiero; que entre el bélico furor de las armas no he podido dar descanso, sino olvido a mi cuidadoso amor. DÉBORA: Esas finezas merece Jael, tu querida esposa, pues honesta y virtüosa como otro sol resplandece. FINEO: Dadme los brazos los dos porque pueda mi pasión ya gozar la posesión. BARAC: Vida te dé nuestro Dios. FINEO: Seguir vuestra ley espero; que [ya] estos hechos han sido los que vencer han podido un corazón tan de acero. DÉBORA: La perfecta luz alcanzas. [ABDÍAS]: ¡Sigue al alcance! FINEO: Marchad, y a mí agora me dejad dar fin a mis esperanzas. ABDÍAS: Milagro evidente ha sido. FINEO: ¿Qué más dicha si he pasado de victorioso soldado a deseado marido?
Vanse. Salen SIMANEO y TAMAR
SIMANEO: Este bosque, esta espesura, que confina con el prado de sus fuentes abrazado con lazos de plata pura, ejemplo te pueden dar cuando darme gusto intentes, pues las flores y las fuentes te están brindando, Tamar. Aquesta hierbas felices están con amante efeto abrazados en secreto con lazos de las raíces. A estas bellas maravillas esmaltadas de granates con amorosos combates besan las claras orillas. Tú con rigurosas trazas, cuando nuestra boda intento, teniendo más sentimiento ni me besas ni me abrazas. La mujer más presumida de sus prendas, de su amor, aunque muestra más rigor, se huelga de ser querida. Y yo, si digo verdad, con amorosa pasión conociendo tu afición te he cobrado voluntad. TAMAR: Digo que tuyo seré, pero con las condiciones... SIMANEO: Mucho me agravias si pones duda ninguna en mi fe. Mil veces soy tu marido si tantos serlo pudiera, y pluguiera a Dios cubriera este llano y este ejido mi ganado, porque así más mejor te regalara. TAMAR: Esa voluntad tan clara es la que me basta a mí. SIMANEO: ¿Quiéresme agora abrazar? TAMAR: Mira que nadie nos vea. SIMANEO: ¡El bien que el alma desea se comienza a ejercitar! TAMAR: Ya te abrazo. SIMANEO: Aquesto es hecho; que será justa razón que viva en tu corazón quien ha tocado tu pecho. ¿Quieres? TAMAR: No hay que querer más. SIMANEO: Mucho más hay que querer si lo quisieses hacer. TAMAR: Siendo mi esposo tendrás la posesión que deseas. SIMANEO: Venga luego el cazador que se deshace mi amor porque su fineza creas. Fuentes, dadme el parabién. Bailad todas de alegría; pues que ya Tamar es mía justo es que locos estén los que gozan la belleza mucho tiempo deseada. Una guirnalda extremada ha de adornar tu cabeza. Présteme aqueste arrayán un ramo, y tú este listón donde en estrecho prisión rojas flores se atarán. Aquí los quiero coger. ¡Oh, qué clavel! ¡Pesia a mí, en él tus mejillas vi! Su nácar puedes vencer. TAMAR: No con tanta adulación solicites mis favores. SIMANEO: Produzcan aquestas flores el fruto de mi afición. Tiende el cabello, Tamar, porque sobre el oro estén aquestas flores más bien y el sol te pueda envidiar. Si puedo, a Jael darás envidia. TAMAR: No puede ser. SIMANEO: Si ella es hermosa mujer, tú para mí lo eres más. Ya está hecho, juro a mí, la medida he de tomar del lugar donde ha de estar. TAMAR: ¿Cómo la medida? SIMANEO: Así. ¿Quieres, si acaso es grandona, que al cuello pueda caer y que collar venga a ser la que labré por corona? Llega la cabeza, humilla. TAMAR: Llego porque alegre estés. SIMANEO: Yo te tomaré después medida a una gargantilla. TAMAR: No os la dejaré tomar. SIMANEO: ¿Qué tienes que rebatir? Quien más no puede sufrir, ¿no es fuerza que ha de tascar? ¡Qué cabello! ¡Qué limpieza! TAMAR: ¡Acaba! No seas pesado. SIMANEO: ¡Voto al sol que estoy tentado de partirte la cabeza por traérmela conmigo! TAMAR: Muy buena quedara yo. SIMANEO: Le medida se tomó y agora [a] atarla me obligo. TAMAR: ¡Ay desdichada! SIMANEO: ¿Qué fue? TAMAR: Al prado viene Jael. SIMANEO: Es honesta y es crüel. Triste de mí si me ve. TAMAR: Huye. SIMANEO: Ya no puede ser. TAMAR: Que viene [muy] enojada. SIMANEO: Entre esta zarza intricada, Tamar, me quiero meter. TAMAR: Si te picas... SIMANEO: Excusado temor. TAMAR: ... luego se verá. SIMANEO: Di, ¿qué espinas temerá quien está de ti picado?
Vase SIMANEO
TAMAR: La corona se dejó, olorosa, hermosa y bella, y viene bien, pues con ella puedo disculparme yo de haber al prado salido sin su licencia.
Sale JAEL
JAEL: Tamar, ¿qué hacías? TAMAR: Contemplar en este valle florido la imagen de tu belleza en las flores trasladada, y una corona extremada labré para tu cabeza. Las memorias de tu amante divierte. JAEL: ¿Cómo podré, pues es agraviar mi fe, estar alegre un instante? Antes juzgué por menor esta amorosa dolencia; mas la rigurosa ausencia crisol ha sido de amor. TAMAR: Pon la corona. JAEL: ¡Qué mal viene entre honesto decoro! TAMAR: ¿Cómo, si el cabello es oro y la frente de cristal, no quieres que asienten bien las flores? JAEL: Mira, Tamar, si tú la puedes llevar.
[SIMANEO habla desde dentro]
SIMANEO: ¡Que me picó! TAMAR: Al prado ven. Verás sus nativas fuentes. JAEL: Aumentarán mis enojos, dando ocasión que mis ojos multiplican sus corrientes. Aquí me quiero asentar.
[SIMANEO y TAMAR, entre los dos]
TAMAR: No hay remedio. SIMANEO: Estoy picado y una pierna me ha arañado con una espina, Tamar. TAMAR: ¿Qué blanca paloma o garza tuviera beldad mayor? SIMANEO: Mucho picaba el Amor, pero más picó la zarza. JAEL: Si habrá Débora vencido, esto de gusto me priva; pues en su victoria estriba el ver presto a mi marido. TAMAR: Sísara es valiente. JAEL: Sí; mas el cielo es su jüez. TAMAR: ¿Hasle visto alguna vez? JAEL: Una vez sola le vi cuando el tribu sujetó de Benjamín. TAMAR: Di, señora, ¿y conocerásle agora? JAEL: Pienso que sí, aunque pasó aprisa con su escuadrón. TAMAR: ¿Vióte acaso? JAEL: Bien pudiera, pero porque no me viera me escondí. TAMAR: Con gran razón. JAEL: Tamar, esta soledad me alegra. Déjame aquí. Vete a la tienda. SIMANEO: ¡Ay de mí! TAMAR: Efecto es de tu lealtad. Vence tu melancolía. SIMANEO: ¿Váisos, Tamar? TAMAR: ¿No lo ves? SIMANEO: ¿Puedo salir yo? TAMAR: Después.
Vase TAMAR
SIMANEO: Esto es hecho. ¡Ay, cara mía! JAEL: Fuentes fugitivas, tropezando en jaspes, levantando espumas que el tiempo deshacen; hierbas esmeraldas, flores de corales, hermosos claveles teñidos de sangre; plantas que heridas del viento süave lleváis el compás a las dulces aves; morados narcisos donde el tiempo hace que en sus amatistas diamantes se engasten; flores, plantas, fuentes, divertid mis males; que sólo este sitio puede consolarme porque soplan quedito los aires y mueven las hojas de los arrayanes. SIMANEO: Zarza pegajosa, que a los caminantes que pasan de noche narices llevaste, y de las ovejas que tus hojas pacen en blancos vellones la deuda cobraste, rica, pues, me tienen alisos y sauces, como [la] camisa, con punto y encaje; mi ruego piadoso tus puntas ablande, espín de las plantas estémonos graves; que al moverse un poquito los aires me pasan tus puntas el sayo y la carne.
Sale SÍSARA
SÍSARA: ¿Adónde me llevan por montes y valles los airados dioses que hoy quieren vengarse? El veloz caballo, que tuvo por padre el viento y las yeguas que en Dardania nacen, cansado y rendido entre estos jarales sus espumas vence sin que el freno tasque; y yo sin aliento busco quien me ampare cuando hacer pudiera desprecio de Marte; enseñadme agora, mudas soledades, el mejor camino para que me escape; que si soplan quedito los aires presume que vienen siguiendo mi alcance. JAEL: ¡Cielos! ¿No es aquéste Sísara arrogante tan cansado y solo, ya Israel triunfante? Sin duda que huyendo viene donde halle en lugar de amparo rigor que le mate. Ánimo, Jael, no es bien te acobarden sus armas lucidas, su temido alfanje. Yo llego mostrando alegre semblante pues entre las hierbas ha pisado el áspid. SÍSARA: ¡Válganme los dioses! ¡Qué mujer notable! Dorado parece de aquestos cristales; el rico cabello las hebras esparce, guarnición divina del costoso traje. Oh, tú, mujer bella, que a verme bajaste del Líbano altivo hermosa y amable, de Amana las rosas de olores süaves envidiosas ciñen tu frente admirable, si entre la hermosura la piedad crïaste, si desdichas mías pueden obligarte, mi miedo asegura. Dame dónde pase la noche de forma que no llegue nadie; que si libre vuelvo ya pueden pagarte perlas, plata y oro piedad semejante. Ofir será tuyo y entre los corales el sur dará crucios de que perlas saques. JAEL: Llega, señor mío, no temas ni trates de paga a quien debe servir [y] agradarte. Mi casa te espera. Entra donde halles descanso y reposo; tu miedo se aplaque. Mi tienda es aquella que entre alisos sale, pirámide altiva que al sol se levante. No está aquí mi esposo. ¿Qué importa que falte porque yo te ofrezca mi humilde hospedaje? Pasarás la noche que ya por los valles sombras espereza de montes gigantes. Tendrá, señor mío, guarda vigilante y en casa tan pobre ricas voluntades. Dame aquesa mano que quiero llevarte donde mis palabras a las obras pasen. SÍSARA: A tu voz divina suspenso dejaste los sentidos míos sin sentir sus males. Tus ojos hermosos, estrellas radiantes, en mi pecho influyen ánimo constante. ¡Dichoso el que goza tus divinas partes, y yo que merezco verte y contemplarte! Vamos a tu tienda mi mano te enlace con las azucenas castas que aun no abren. [Dame, pues, la mano]. JAEL: Toma. SIMANEO: ¿Puede usarse tal traición? ¡Ah, cielos! No siento el picarme ya sino la afrenta de mi señor. SÍSARA: Dame a beber, que vengo con sed insaciable. JAEL: Muy poco me pides. El licor süave que dan mis ovejas por agua he de darte; que tras el cansancio será mucha parte la leche que el sueño sus sentidos mande. Ven, señor, no temas. SÍSARA: El cielo me falta si he visto en mi vida belleza tan grande. JAEL: ([No es] piedad al menos. Aparte Mira, no te engañes triste pajarillo, la liga tocaste En hallar tu fin [tu suerte alcanzaste].)
Vanse. Sale SIMANEO
SIMANEO: ¿Esto se puede sufrir? ¿Hay semejante traición? ¿Éstas las promesas son? ¿[Éste] el llorar y fingir? ¡Voto al sol!, que estoy por ir tras ellos y al descarado darle; pero viene armado y yo sin cuchillo estoy. Ello, muy honrado soy; mas soy pacífico honrado. ¿Qué ha de decir mi señor si llega y viene a saber la traición de esta mujer tan en contra de su honor? Que yo le avise es mejor al punto que llegue aquí. Diré todo cuanto vi que otro al fin se lo dirá y por dicha pensará que yo en el concierto fui. ¡Oh, mujeres, malos años para mí si yo os creyere! La que más piensa que quiere sabe trazar más engaños. Aquí vino a los rebaños esta mujer de Fineo para un delito tan feo. Éste, sin duda, la habló antes, y al verle, venció la voluntad y el deseo. Quiero llegar poco a poco hacia la tienda y veré qué hacen; mas, ¿para qué, si yo sin duda estoy coco?
Sale FINEO
FINEO: Ya llego de gusto loco, fresco valle de Senín, a ver de mi mal el fin, que al fin, si llega, no tarda, donde contenta me aguarda mi adorado serafín. Dulces abrazos espero con amorosa beldad. SIMANEO: ¿Quién va allá? FINEO: ¿Quién es? SIMANEO: Callad, si acaso sois ganadero de Fineo, que ver quiero los fines de una traición contra su honor y opinión. FINEO: (Como la noche ha venido Aparte Simaneo no ha conocido quién soy. ¡Rara confusión!) ¿Qué quieres ver? SIMANEO: No me habléis sino callad. No des voces. FINEO: Amigo, ¿no me conoces? SIMANEO: ¡Ay, señor, no os espantéis! Tened, por Dios, no lleguéis a la tienda. FINEO: ¿Estás en ti? Si ves que me trae así por los aires mi deseo, cuando ya la tienda veo, ¿quieres detenerme aquí? SIMANEO: Hay grandes cosas, señor. FINEO: ¿Cómo así? SIMANEO: Gran mal. FINEO: ¿Qué mal? ¿Pagó el tributo mortal la que es dueño de mi amor? ¿Helóse mi fruto en flor? ¿Es muerta Jael? SIMANEO: Pluguiera al cielo que muerta fuera. FINEO: ¡Válgame Dios! ¿Tal escucho? Con varias sospechas lucho. Ya toda el alma se altera. Habla; que, ¡viven los cielos!, que te dé muerte, villano. SIMANEO: ¡Ay, señor, detén la mano! FINEO: Ya estoy abrasado en celos; que entre dudas y desvelos ya desmaya el corazón, y ya se alienta; que son en sucesos semejantes los pechos de los amantes la torre de confusión. SIMANEO: Escondido entre una zarza, como el ave que al neblí, de hacer puntas en el aire, para poderse abatir estaba, porque Jael no me viese hablar aquí con Tamar, cuando llegó un caballero gentil. Estaba tu ingrata esposa, que es bien que la llame así, junta a la fuente que riega flores de nieve y carmín. Y así como vio el soldado se encendió más el rubí de sus mejillas, y alegre se le salió a recibir. Llegaba cansado el hombre y sin duda, presumí, que vino corriendo a verla dejando muerto el rocín. Llamóle ella "Señor mío", y dijo después, "Venid a mi tienda porque quiero que estéis regalado allí. Esta ausencia de mi esposo no importa". FINEO: Proseguir no te dejen los furores de mi loco frenesí. ¿Qué es esto, cielos? Acaba; que fue impulso varonil de mi honor. Di lo que falta si hay más faltas que decir. SIMANEO: Dióle la mano. FINEO: ¿La mano que aún yo no la merecí de esposo? SIMANEO: Y entraron juntos en la tienda. Éste es el fin. FINEO: Si de mi vida lo fuera, fuera menos infeliz. ¡Cielos, que pudo ofenderme un humano serafín! Aquellos ojos que al sol prestan luz en su cenit, aquella boca en que el alba puede aprender a reír, aquellos rubios cabellos viva afrenta del Ofir, aquel cuerpo que pensaba que era cerrado jardín en otros aleves brazos con pensamiento tan vil descansan cuando por bellos corren los aires tras mí. ¿Qué es esto. Dios de Israel? ¿Cómo puedes consentir mi agravio si por servirte dejo vencido a Jabín? Cuando Débora y Barac, Zabulón y Neftalí sustenté con mis ganados desde el valle de Senín; cuando tu ley esperaba lleno de gusto seguir, hallo que Jael me afrenta, la hija de Benjamín. Si yo ayudé a que tu pueblo sacudiese la cerviz de la opresión en que estaba, ¿cómo me pagas así? ¿Éstas fueron las promesas? ¿Éste es el llorar, fingir? ¿Qué importan armas de acero contra un error femenil? La más casta, la más noble sabe burlar y mentir. ¿Quién puso el error en ébano de tan delgado viril? Mi esperanza que imitaba al ancora y al delfín en el mar de mis agravios no ve puerto en qué surgir. Sólo la venganza puede darme el gusto que perdí. Espada, en sangre teñisteis las corrientes del Carit por las ajenas venganzas, tomad agora barniz con la sangre de esta ingrata. ¡Pague el daño con morir! ¡Oh, estrellas, ojos que puso el artífice sutil en dorados epiciclos sobre el globo de zafir, ved, agora, mi venganza! SIMANEO: ¿Qué pretendes? FINEO: Dar matiz con la sangre de los dos a aqueste ameno pensil. SIMANEO: ¿No adviertes, que si te sienten entrambos podrán hüir? Ven sin que nadie te vea. FINEO: Bien dices. SIMANEO: Ven por aquí; por detrás del pabellón puedes entrar. FINEO: Resistir no puedo el furor, y el brazo ya sin aliento sentí. ¡Ay, si fueran ilusiones mi suerte fuera feliz! ¡Si fuera sueño, y despierto mi adorado serafín viera entre los brazos míos! Lágrimas, ¿dónde venís? ¿Pretendéis acobardarme? ¿Qué es lo que queréis de mí? SIMANEO: Ven, callando. FINEO: ¡Ay, mi Jael! Apenas puedo decir tus mudanzas me vencieron cuando a Sísara vencí; pero este puñal, oh ingrata, de tu pecho de marfil sacará por bocas rojas el alma que puse en ti.
Vanse. Salen SÍSARA y JAEL
SÍSARA: A tu noble proceder estoy tan agradecido cuanto cansado y dormido; que no hay más que encarecer. Dióme la dulce bebida tanto gusto, Jael bella, que pienso que estuvo en ella el remedio de mi vida. JAEL: Duerme y descansa, señor, seguramente podrás, pues ya satisfecho estás de mi cuidado y amor. SÍSARA: Para que en nada repare, ponte, porque no me ofenda, a la puerta de la tienda, y si alguno preguntare si alguien está dentro, di que no hay nadie. JAEL: Bien está. SÍSARA: El sueño importuno va triunfando en todo de mí. A tus manos [me] he ofrecido tras de tan adversa suerte; en la imagen de la muerte de la vida me despido.
Vase SÍSARA
JAEL: Símbolo de la soberbia, ya que tus ojos no ven y te recibí contenta para matarte después, hoy daré fin a tu vida, y fama heroica daré a mi nombre, pues altiva he de triunfar y vencer. Dios que hicisteis que en Adán todos los dones estén, y luego los repartisteis con divino proceder, le disteis a Job paciencia, la edad a Matusalén, y por gloria de su esposo la hermosura de Raquel, para envidia de Caín la santa inocencia [a] Abel, generación [a] Abrahán de quien [he] de descender, a Jacob sagacidad y ligereza a Ismael, pon en mí la fortaleza aunque indigna de este bien. Armas faltan a mis manos; mas pocos son menester. Donde tu favor acude, no faltará quien las dé. Basta este clavo, que hace de aqueste roble parén adonde estriba la tienda. ¡Qué presto el martillo hallé!
Salen FINEO Y SIMANEO [sin ser vistos por JAEL]
FINEO: Confieso que voy dudoso; que es imposible creer tal falta en tal hermosura. SIMANEO: Tú lo verás, como estés atento. FINEO: Aun los pies no muevo, ¿qué es lo que hace? SIMANEO: No sé. Con un clavo y un martillo está. FINEO: Pues, ¿qué puede hacer? Los ojos vueltos al cielo como a Dios en el Horeb, su primero capitán [el] famoso Josüé, habla entre sí. SIMANEO: Escucha y calla. JAEL: Débora, la que en Betel el espíritu divino habló contigo tal vez, ruega por mí en este trance. Padre y caudillo Moisés, hoy con tu favor imito al ilustre Josüé; la punta pongo en sus sienes por las hojas de laurel. Dios vaya conmigo. FINEO: ¡Ay, cielos! SIMANEO: ¡Voto al cielo, me engañé! SÍSARA: ¡Muerto soy, oh santos dioses! ¡Oh, engañosa mujer! JAEL: Clavado en el suelo está. De esta suerte le tendré.
Salen DÉBORA, BARAC, ABDÍAS, y otros
DÉBORA: Llegad; que según las señas quizá podrá ser que esté en esta tienda. JAEL: Llegad, donde muerto le veréis. DÉBORA: Tened, no paséis de aquí, que abierto el azul cancel del cielo, admiro el milagro del más Supremo Poder. Figura Jael ha sido de la que con sólo el pie la cabeza del dragón ha de quebrar y romper. Sísara fue del pecado figura. BARAC: Dejadme ver el más crüel enemigo de mi pueblo de Israel. DÉBORA: Bendita tu casa sea, y bendita eres, Jael, entre todas las mujeres, hijas de Jerusalén. FINEO: Deja que bese tus plantas. SIMANEO: Yo soy el que más erré, y es bien que perdón te pida, [puesto] que no sé de qué. JAEL: Te perdono. FINEO: Desde agora, esposa, sigo tu ley. JAEL: Y yo mis brazos te doy. BARAC: Marchad todos [a] Haroset donde acabe la arrogancia que tuvo el bárbaro rey de Canaán. SIMANEO: Si no me casas, conmigo andarás crüel. JAEL: Tamar es tuya. FINEO: Y acabe la comedia y baste el ver que sus faltas os confieso para que las perdonéis.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Jun 2002